De pronto hizo una pausa y a través de mis dedos vi que un horrible cambio se producía en su semblante. Súbitamente sus grandes ojos quedaron fijos en una expresión donde el horror parecía luchar con alguna tremenda esperanza que surgía de las profundidades de su alma oscura. El adorable rostro se puso rígido y la graciosa y mimbreña figura pareció erguirse.

—Hombre —dijo en un tono sibilante, a medias susurrado, mientras echaba atrás su cabeza como una serpiente a punto de atacar—, hombre, ¿de dónde has sacado ese escarabajo que tienes en la mano? ¡Habla, o por el Espíritu de la Vida te aniquilaré ahí donde estás!

Dio un corto paso hacia mí y brilló en sus ojos una luz tan espantosa —a mí me pareció más bien que era una llama—, que caí por tierra ante ella, balbuceando confusamente en medio de mi terror.

—Paz —dijo ella con un instantáneo cambio en sus maneras y hablando de nuevo con su suave voz anterior—. ¡Te he asustado! ¡Perdóname! Pero es que a veces, oh Holly, la mente casi infinita se impacienta ante la lentitud de lo que es harto finito y me siento tentada de usar mi poder ante la provocación… Estuviste muy cerca de la muerte, pero recordé… Pero el escarabajo… ¿qué sabes del escarabajo?

—Lo levanté del suelo —murmuré débilmente al tiempo que me ponía de pie nuevamente. Es un hecho notable que debo consignar: mi mente estaba tan perturbada, que en aquel momento no pude recordar nada acerca del anillo, salvo que lo había recogido del suelo en la caverna de Leo.

—Es muy extraño —dijo ella con un súbito acceso de temblores y agitación muy femeninos, y que parecían fuera de lugar en aquella mujer terrible—, pero una vez vi un escarabajo parecido a éste. Colgaba… del cuello… de alguien a quien amaba.

Dejó escapar un pequeño sollozo y entonces vi que después de todo no era más que una mujer, a pesar de que podría ser una mujer muy vieja.

—Ciertamente —prosiguió— debe de ser uno muy parecido. Y sin embargo nunca vi otro igual, porque a ello se une una historia, y el que lo usaba lo apreciaba mucho[60]. Pero el escarabajo que yo conocía no estaba engarzado en un anillo de sello. Vete ahora, Holly, vete y, si puedes, trata de olvidar que en tu locura has visto la belleza de Ayesha.

Me dio la espalda y, arrojándose sobre su diván, sepultó el rostro en los cojines. En cuanto a mí, salí de su presencia dando traspiés y regresé —no recuerdo cómo— a mi propia caverna.