Entonces descubrí, cuando frecuentes enfermedades y recaídas del niño obligaron a Job a ejercer una estricta vigilancia sobre el niño, que este anciano, violando sus principios, tenía la costumbre de atraer a Leo a sus habitaciones y allí atiborrarlo con cantidades ilimitadas de golosinas, haciéndole prometer que no diría nada de ello. Job le dijo que debería sentirse avergonzado de sí mismo, «a su edad, por añadidura, cuando debería ser abuelo, si hubiese hecho lo que debía» —con lo cual Job quería dar a entender que debería haberse casado— y de allí en adelante creció la reyerta.
Pero no tengo tiempo para extenderme acerca de estos años deliciosos, en torno a los cuales la memoria aún se suspende con ternura. Uno a uno, los años fueron pasando, y a medida que pasaban ambos crecimos queriéndonos cada vez más. Pocos hijos han sido amados como yo amé a Leo, y pocos padres conocieron el afecto profundo y permanente que Leo experimentaba por mí.
El niño se transformó en muchacho, y el muchacho en joven, a medida que los años se deslizaban uno a uno inexorablemente; y mientras crecía y se desarrollaba, también hacían lo propio su belleza física y mental. Cuando contaba ya unos quince años, en todo el colegio lo llamaban la Beldad, y a mí me apodaron la Bestia[13]. La Beldad y la Bestia nos llamaban cuando salíamos a pasear juntos, cosa que acostumbrábamos hacer todos los días. Una vez Leo atacó a un hombre grande y rollizo, mozo de una carnicería, que era dos veces más grande que él, porque había canturreado ese mote, y le dio una zurra, una zurra cabal. Yo seguí caminando y pretendí que no veía nada, hasta que el combate se volvió demasiado excitante: entonces me di vuelta y aplaudí su victoria. Fue el comentario del colegio por ese tiempo, pero no pude evitarlo. Cuando fue un poco mayor, los estudiantes hallaron nuevos nombres para nosotros. Me llamaron Caronte, y a Leo, ¡el Dios Griego! Pasaré por alto mi propio apelativo señalando humildemente que nunca había sido guapo y que la cosa no mejoró a medida que me hice mayor; por lo que a Leo respecta, no había dudas sobre lo adecuado del mote. Leo, a los veintiún años, podría haber posado para una estatua del joven Apolo. Nunca vi a nadie que pudiera asemejársele en hermosura, o que se vanagloriara menos de ella. En cuanto a su inteligencia era brillante y su ingenio agudo, pero no era un erudito. Carecía de la insulsez necesaria para ello. Habíamos seguido las instrucciones de su padre respecto a su educación con total rigor y, en conjunto, los resultados —especialmente en las materias de griego y árabe— eran satisfactorios. Estudié esta última lengua para ayudarle en su aprendizaje, pero al cabo de cinco años sabía tanto como yo…, casi tanto como el profesor que nos enseñaba a ambos. Yo siempre había sido un gran deportista —era mi única pasión— y cada otoño nos marchábamos a algún lugar a cazar o pescar, a veces a Escocia, a veces a Noruega y una vez incluso a Rusia. Soy un buen tirador, pero incluso en esto Leo aprendió a superarme.
Cuando Leo cumplió dieciocho años, regresé a mis habitaciones de la universidad y lo hice entrar en mi propio colegio mayor. A los veintiuno se graduó. Un diploma respetable, pero no muy elevado. Fue entonces cuando por primera vez le conté algo de su propia historia, y del misterio que se le presentaba. Por supuesto sintió gran curiosidad; pero le expliqué que su curiosidad no podía ser satisfecha por el momento. Tras esto, para matar el tiempo, le sugerí que estudiase abogacía; así lo hizo, siguiendo sus clases en Cambridge y yendo solamente a Londres para cenar.
Sólo un problema había con él, y era que cada mujer joven que se cruzaba con Leo, o al menos la mayoría de ellas, insistía en enamorarse del muchacho. De ahí que surgieran dificultades que no necesito mencionar aquí, a pesar de que ocasionaron bastantes problemas en su momento. En conjunto, Leo se conducía extraordinariamente bien; no puedo decir lo contrario.
Y así llegó el momento en que por fin cumplió veinticinco años. En aquella fecha comenzó realmente esta extraña y, en algunos aspectos, terrible historia.