Todas mis esposas me abandonaron. No sé por qué, quizá acababan aburriéndose, hartándose de mí. Quizá cometí el error de pensar que cada una de mis esposas era mi madre, que nunca nadie podría sustituirla cuando se fuera… No me siento orgulloso de mi historial matrimonial, pero durante años deseé tener una familia. Al final tuve una única hija, y haré todo lo que pueda por ella… He tardado muchos años en aprender que yo jugaba a otra cosa. Mis esposas y yo nunca fuimos uno, competíamos entre nosotros…[311]
Mi primera mujer me acusó de ser homosexual. Todas mis esposas, menos Betsy, me han acusado de ser homosexual. Virginia fue solo la primera[312].
Cary Grant
En enero de 1973, apenas dos semanas después de cumplir noventa y cinco años, Elsie Leach se echó la siesta después de merendar y falleció mientras dormía en la residencia de Clifton (Inglaterra), donde Grant la había ingresado. A su lado había una foto de su hijo Cary y otra de su nieta Jennifer.
Grant se enteró de la muerte de su madre cuando se dirigía a una reunión de la junta directiva de Western Airlines, la última empresa a la que se había incorporado. Había visto a Elsie por última vez hacía tan solo un par de semanas, en una de sus visitas regulares a Bristol.
Inmediatamente subió a un avión privado que le proporcionó George Barrie para asistir al entierro. Mientras esperaba en el aeropuerto Kennedy, unos cuantos periodistas lo descubrieron y le pidieron unas palabras. Grant reflexionó durante unos segundos antes de responder: «Ella no fumaba, no bebía, y comía muy poco. Murió mientras dormía. No habrá oficio religioso. La reuniré con mi padre en el cementerio de Bristol. Ahora que el pasado ha quedado atrás, me queda el futuro… con mi hija Jennifer»[313]. No hizo ninguna otra declaración pública sobre la muerte de su madre.
La desaparición de Elsie provocó una extraña reacción en Grant: volvió a telefonear a Dyan Cannon todos los días. Ella, que entonces vivía en Malibu con Joey Reynolds, una figura de la radio y la televisión, se negaba a ponerse al aparato. Reynolds explica: «Yo estaba allí la noche que el señor Grant llamó y anunció que estaba intentando comprar la casa de al lado. Dyan se puso hecha una furia y aquello me fastidió la noche. Ella acababa de firmar un contrato para grabar un disco con un amigo mío de Motown y estaba cantándome en la cama cuando sonó el teléfono. Grant quería acosarla porque ella últimamente le fastidiaba con el derecho de visita»[314].
Al final Grant dejó de telefonear. Poco después cedió los derechos de emisión de seis películas suyas Operación Pacifico, Indiscreta, Suave como visón, Página en blanco, Operación Whisky y Serenata nostálgica a la National Telefilm Associates, una distribuidora de televisión, por dos millones de dólares más regalías. Más adelante declaró que lo había hecho para poder verlas a solas sin tener que pasarlas en la sala de proyección de su casa, porque siempre que lo hacía su hija se enfadaba. «Jennifer se acercó una vez a la pantalla e intentó abofetear a Deborah Kerr, mientras decía: “Deja de besar a mi papá”»[315]. Es irónico que el medio en el que siempre se negó a aparecer, por miedo a que sus seguidores dejaran de ir al cine, se convirtiera en el principal caldo de cultivo de una nueva generación de admiradores de Cary Grant.
De vez en cuando Grant dejaba caer a la prensa que si aparecía algo que le interesara quizá volvería a hacer películas, pero siguió rechazando todas las ofertas que recibió. Desestimó una de un millón de dólares de Warren Beatty por un carneo en El cielo puede esperar, y el papel protagonista en la versión cinematográfica de Joe Mankiewicz del éxito teatral La huella, que fue para Laurence Olivier (junto al actor Michael Caine). La MGM le ofreció el papel principal en un remake de Gran Hotel, donde intervendrían otras muchas estrellas. También lo rechazó, al igual que la oportunidad de trabajar con Elizabeth Taylor en Una hora en la noche. Incluso George Barrie intentó que protagonizara la primera película de Brut Pictures, la nueva división cinematográfica de Fabergé, Un toque de distinción, junto a Glenda Jackson. Grant, después de darle muchas vueltas, también declinó la oferta y los guionistas reescribieron el papel para George Segal, un actor más joven. «Lo habría hecho si hubiera tenido cincuenta años menos», bromeó Grant en Variety al cabo de un tiempo.
El director Peter Bogdanovich también intentó convencerle de que volviera a la pantalla con su película homenaje a las comedias de enredo ¿Qué me pasa, doctor?, junto a Barbra Streisand. Grant dijo que no y Ryan O’Neal interpretó el papel. Entonces dijo a sus amigos que los únicos papeles adecuados para él eran los de ancianos en sillas de ruedas, y que no le apetecía interpretar esa clase de personajes. Inasequible al desaliento, otro productor le ofreció dos millones de dólares en efectivo y el noventa por ciento de las ganancias netas por protagonizar algo titulado One Thousand Cups of Crazy German Coffe. Eso hizo que Grant se riera a carcajadas. El productor acababa de obtener los derechos de un guión que el propio Grant había poseído durante años y que vendió tras decidir que no volvería a hacer ninguna película.
En junio de 1973, Grant y Gratia von Furstenberg se repartieron los setenta mil dólares de indemnización que les pagó la empresa de camiones que el tribunal declaró responsable del accidente que había llevado a ambos al hospital en 1968, justo antes de la vista del proceso de divorcio.
Poco después, en The New York Times, en una de las pocas entrevistas largas que Grant concedió, por primera vez desde hacía años habló de su experiencia con el LSD y cómo creía que había afectado a sus matrimonios. «Mi intención era ser feliz —explicó Grant al periodista Guy Flatley—. Un hombre sería un estúpido si tomara algo que no le hiciera feliz. Lo tomé con un grupo de hombres, entre los cuales estaba Aldous Huxley. Nos engañamos a nosotros mismos llamándolo tratamiento, pero nos interesaba de verdad cómo ese producto químico podía ayudar a la humanidad. Para mí fue una experiencia muy reveladora, pero es como el alcohol en cierto sentido. Un lingotazo de brandy puede salvarte la vida, pero una botella de brandy puede matarte. Y eso fue lo que sucedió cuando un montón de jóvenes empezaron a tomar LSD, y por eso hubo que ilegalizarlo. Ahora ni se me ocurre tomar LSD. Ya no lo necesito»[316].
En 1974 Jennifer empezó a ir a la escuela Montessori, lo cual permitió a Grant tener un poco más de tiempo libre, pero también le devolvió el sentimiento de soledad que había logrado ahuyentar encarnando el papel de padre entregado. Por esa época tuvo una relación con una belleza de veinte años llamada Vicky Morgan. Sin que Grant lo supiera, Vicky, que al parecer se sentía atraída por los hombres mayores y ricos, salía al mismo tiempo con el magnate del centro comercial Bloomingdale, Alfred Bloomingdale, un anciano millonario aficionado a los juegos sado-masoquistas. No deja de resultar inquietante que unos pocos años después encontraran el cadáver de Morgan, a quien, como a Bouron, habían apaleado hasta la muerte[317].
Luego Grant, con setenta años, cortejó a Maureen Donaldson, una periodista del espectáculo de veintiséis, nacida en Inglaterra e instalada en Hollywood. Había llegado a Estados Unidos para trabajar de niñera para la estrella del rock Dee Donaldson, con quien finalmente se casó. Se divorciaron en 1973, tras lo cual ella trabajó durante un breve espacio de tiempo como reportera para la periodista de cotilleos Roña Barrett, de las populares y rentables revistas Hollywood. En 1974 uno de sus encargos fue entrevistar a Cary Grant.
Donaldson («no una gran belleza», según sus propias palabras) enseguida cayó presa del encanto del carismático personaje. Empezaron a salir y pronto Grant le asignó la tarea de recoger y dejar a Jennifer en casa de Dyan Cannon, de manera que él no tuviera que ver a su ex mujer. Es posible que Donaldson pensara que el interés de Grant por ella era sincero, pero muy probablemente las motivaciones de él eran prácticas y calculadas. Estaba considerando demandar a Cannon para obtener una custodia más equitativa y creía que, si tenía una novia estable, en especial una que había sido niñera, sus posibilidades aumentarían de forma significativa.
Durante los cuatro años siguientes Donaldson fue la compañera de Grant y sus nombres aparecieron de vez en cuando en las crónicas de sociedad, en las que el rumor más persistente era que la joven se convertiría en la quinta esposa de Grant. Él se apresuraba a negarlo, diciendo a cualquier periodista que le preguntara directamente que nunca volvería a casarse. Cuando Donaldson comprendió que así sería, su relación languideció y ella desapareció de la vida del actor[318].
En 1976 Howard Hughes falleció en su avión privado cuando viajaba a México. A Grant le entristeció su desaparición y le asustó pensar que, pese a estar rodeado del servicio y sus guardias de seguridad, su amigo había muerto, a todos los efectos, completamente solo. Aquello reafirmó su determinación de no ir por ese camino.
En 1977, todavía en muy buena forma, aunque un poco más llenito de cintura, con la espesa cabellera cana bien corta y la piel bronceada, Grant ganó por fin un combate en su batalla legal con Cannon, cuando el tribunal suavizó las restricciones sobre sus derechos de visita a Jennifer. Curiosamente, la nueva situación legal pareció unir a Cannon y Grant más que nunca, desde la víspera de la entrega de los premios de la Academia. Empezaron a llevar juntos a su hija al restaurante de comida china preferido de Jennifer, el Madame Wu’s de Santa Mónica, donde los niños eran muy bienvenidos, y quienes les vieron recuerdan que los tres parecían felices.
Por esa época, un periodista le preguntó a Grant si volvería a hacer otra película, a lo que respondió: «Jennifer es mi mejor producción»[319].
En la primavera de 1977, Grant ingresó en el hospital Saint John de Santa Mónica con el nombre de Cary Robbins para operarse de una hernia, un acontecimiento cuya importancia se exageró por el uso del nombre falso, que no engañó a nadie en Hollywood y dio pie a compungidos titulares en los periódicos sobre la salud de Grant, hasta que salió del hospital con una amplia sonrisa en la cara. Reprendió amablemente a los periodistas congregados diciéndoles que deberían dedicar su tiempo a buscar noticias de verdad. Once años después del estreno de su última película, el interés que Cary Grant seguía despertando en la prensa acreditaba su enorme popularidad.
El año acabó con una noticia triste para Grant: el fallecimiento de Charlie Chaplin el día de Navidad. Pese a que nunca habían sido amigos —aparte de su condición de marginados de Hollywood, es posible que el matrimonio de Grant con Cherrill tuviera algo que ver—, Grant nunca dejó de considerar a Chaplin una fuente de inspiración.
En 1978, Grant, a los setenta y cuatro años, empezó a salir con una mujer de veintiocho, Barbara Harris, nacida en Tanzania. Se habían conocido dos años antes en una fiesta de Fabergé celebrada en Inglaterra. Un amigo de Grant describió aquella diferencia de edad como el resurgimiento del «complejo de Chaplin de Grant»: su periódica atracción por mujeres más jóvenes «era tan indefectible como la reposición de Tiempos modernos»[320].
Todos los meses, Grant visitaba a Harris en Inglaterra, donde ella vivía, y después de un tiempo invitó a la atractiva y morena joven de ojos color avellana a visitarle en Los Ángeles. Harris declinó todas sus invitaciones. Para seguir viéndola, Grant incrementó la frecuencia de sus apariciones sociales en Inglaterra representando a Fabergé, hasta finales de 1978, cuando después de un año de salir juntos ella le invitó a conocer a sus padres, que vivían en Devon.
Grant era quince años mayor que el padre de Harris.
Aquel mismo año, Grant fue invitado, junto a Sinatra, Gregory Peck y sus respectivas esposas, a la boda de la princesa Carolina de Mónaco. Los amigos de Peck, incluido Grant, se alojaron en la villa que el matrimonio poseía en Saint-Jean-Cap-Ferrat, en el sur de Francia. La misma noche en que Grant llegó, mantuvo una larga conversación con Peck, durante la cual expresó sus reparos acerca de la diferencia de edad entre él y Harris. Peck le animó a olvidarlos, a llamarla por teléfono y a invitarla a unirse al grupo. Grant lo hizo y, para su satisfacción, Harris preparó inmediatamente la maleta y cogió un avión con destino a Niza. Grant condujo hasta el aeropuerto para recogerla y ambos pasaron dos días a solas antes de unirse al resto del grupo.
Tras la boda, Grant invitó una vez más a Harris a ir a Los Ángeles con él, y esa vez ella aceptó. Viajaron a Estados Unidos y ella se quedó tres semanas en la casa de Grant en Beverly Hills, que solo abandonó cuando su trabajo en Fabergé la obligó a asistir a un evento en Londres, después del cual Barrie la llevó de vuelta a Los Ángeles en su avión privado.
El siguiente fin de semana sería difícil para Grant. Tenía previsto pasarlo en Palm Springs con Harris y su hija. Receloso por la reacción de Jennifer ante las protagonistas femeninas de sus películas siempre que las veían juntos, se preguntaba cómo se comportaría la niña al verle junto a una mujer de carne y hueso. Para alivio de Grant, Harris y Jennifer se llevaron muy bien, casi como dos hermanas, según explicaría él más adelante. Su estado de ánimo mejoró y su mirada recuperó el brillo que sus amigos no veían desde hacía años.
Su nombre volvió a aparecer en las columnas de cotilleos. Un ejemplo de la clase de artículos que se escribieron es este, que se publicó en la revista People: «En Londres y Los Angeles corre el rumor de que la última Venus rubia de Grant es Barbara Harris, de veintiocho años, a quien conoció cuando decidió que había que Vivir para gozar y a quien rogó que se fuera a vivir a Estados Unidos. Y ¡Atención, señoras!, ella lo ha hecho recientemente. Ni Harris, que no es Indiscreta, ni él hablan de su romance, pero la madre de Harris confirma que es más que una Sospecha. No es una Charada».
En abril de 1979, Grant decidió en el último momento aparecer en la ceremonia de los Oscars de aquel año, después de que Marlon Brando se negara a presentar el Oscar honorífico para Laurence Olivier, «por el conjunto de su obra, los logros incomparables de toda su carrera y una vida dedicada al arte del cine». Inmediatamente después de que Michael Cimino recibiera el Oscar al mejor director por El cazador, Grant salió al escenario entre un estruendoso aplauso y con el público puesto en pie. Era evidente que estaba emocionado por la cálida recepción y necesitó unos minutos para serenarse. Cuando por fin habló, su voz era un poco más ronca de lo que recordaba la mayoría. Con unas gafas de gruesa montura negra, al estilo de Lew Wasserman, leyó en voz baja el telepromter: «Los que hemos tenido el placer de conocerle [a Laurence Olivier] desde que llegó a Hollywood le llamamos cariñosa y respetuosamente Larry. Él es el no va más de la interpretación». En ese momento Olivier, con barba, apareció por un costado del escenario, entre otra atronadora ovación. Grant le entregó el premio y desapareció lentamente de la vista del público, mientras Olivier pronunciaba su discurso de aceptación.
Detrás del escenario, la energía era de otra índole. Dyan Cannon era candidata por segunda vez al Oscar a la mejor actriz secundaria, en esta ocasión por su papel en El cielo puede esperar, la versión de Warren Beatty de la mágica comedia de 1941 Here Comes Mr. Jordan, dirigida por Alexander Hall, en la que Grant rechazó repetidamente interpretar a Dios. Cannon (que perdió frente a Maggie Smith, en California Suite) por lo visto no sabía que su ex marido iba a sustituir a Marlon Brando y le sentó muy mal. No le había gustado que Grant presentara a su hija de doce años a su joven novia, y se enfadó aún más al enterarse de que Jennifer se llevaba bien con Harris. Los ex esposos se saludaron con un educado gesto de la cabeza, pero, según los testigos, no se dirigieron la palabra.
Tras su aparición triunfal en los Oscars, crecieron los rumores de que Grant se estaba planteando volver a la gran pantalla y que había escogido para ello una versión cinematográfica de la novela Turno de noche, de Irwin Shaw. Cuanto más lo negaba Grant, más insistente era el rumor.
En mayo de 1979, Barbara Hutton, la segunda mujer de Grant, prácticamente arruinada, murió de un ataque al corazón en su suite del hotel Beverly Wilshire mientras estaba de visita en Los Ángeles. Grant no tuvo ánimos para asistir al funeral, y su única declaración fue un comunicado transmitido a través de su oficina de prensa: «Barbara era una muchacha muy dulce. A veces era muy divertida y pasamos momentos maravillosos juntos».
Poco después Grant viajó a Inglaterra para asistir al entierro de lord Mountbatten, asesinado por el Ejército Republicano Irlandés (IRA). Sería su último viaje a su país natal.
Apenas dos semanas después de su regreso a Los Ángeles, murió Mae West.
En mayo de 1980, las campanas doblaron de nuevo cuando falleció Alfred Hitchcock. Fue una pérdida especialmente dolorosa para Grant. Hitchcock era su director favorito, el único que había compartido tácitamente su visión del arte de la interpretación cinematográfica. Después del fallecimiento de Hitchcock estuvo varias semanas recluido y no se dejó ver en público.
Aquel otoño los cotilleos más chabacanos tocaron fondo cuando el cómico Chevy Chase, de quien tan solo unos años antes los críticos decían que sería «el próximo Cary Grant» por su atractivo físico y el tono de comedia ligera de sus películas, se suicidó profesionalmente en un programa nocturno atacando a una de las figuras más queridas por el público. Sucedió la noche del 30 de septiembre de 1980, en Tomorrow, el programa de entrevistas de Tom Snyder. Durante la grabación de la entrevista Snyder, que solía ser muy efusivo, mencionó la floreciente carrera cinematográfica de Chase. Dijo que no le costaba imaginarle como el próximo Cary Grant. Una expresión de desagrado apareció en la cara de Chase, mientras decía: «Creo que era homosexual». Snyder, a quien rara vez pillaban desprevenido, se echó atrás, rió nerviosamente y le advirtió que esa era su opinión. El cómico no captó la insinuación. Interpretó la risa de Snyder como un gesto de apoyo, en lugar de una advertencia, y dijo de Grant: «Era genial. ¡Vaya chavala!».
Al día siguiente Grant demandó a Chase por difamación y exigió la suma, nada graciosa, de diez millones de dólares. La defensa legal de Chase se basó en la Primera Enmienda, el derecho a la libertad de expresión y el manto protector de la sátira.
El feo asunto se resolvió sin necesidad de llegar a juicio. Pese a que las actas eran secretas y la suma del acuerdo fue confidencial, se decía que Grant recibió un millón de dólares de Chase, cuya carrera cinematográfica nunca se recuperó de aquel incidente. El único comentario de Grant una vez terminado el asunto fue para restarle importancia: «Cierto o falso, soy demasiado viejo para que me preocupe».
El 15 de abril de 1981, tres meses después de cumplir setenta y siete años, Cary Grant se casó con Barbara Harris, de treinta, en la terraza de su residencia en Beverly Hills. Los únicos invitados fueron Jennifer, Stanley Fox y su esposa, el mayordomo filipino a tiempo parcial de Grant y su esposa. Cuando acabó la ceremonia, Grant y Harris fueron en coche hasta Palm Springs, donde Frank y Barbara Sinatra ofrecieron una fiesta para celebrar la boda de los Grant y el veinticinco aniversario de boda de la princesa Gracia y el príncipe Rainiero.
El 31 de julio, Grant presentó la gala de reapertura de MGM Grand Hotel, después de que un incendio hubiera destruido el casino de Las Vegas. La noticia de que Grant presentaría la gala causó una avalancha de reservas de habitaciones, y a las tres horas del anuncio no quedaba ni una disponible de las dos mil setenta y seis que tenía el hotel.
El 18 de agosto de 1981 se hizo público que Cary Grant iba a recibir el prestigioso premio del Centro Kennedy para las Artes Escénicas por su trayectoria profesional. Los otros galardonados de aquel año fueron Count Basie, Helen Hayes, Jerome Robbins y Rudolf Serkin. La ceremonia oficial se celebró el 5 de diciembre en la Casa Blanca, ante el presidente Ronald Reagan, y después se ofreció una recepción pública en el Centro Kennedy, durante la cual Rex Harrison, ante un público entre el que se encontraban personalidades como Douglas Fairbanks hijo, Tennessee Williams, Lillian Gish, Irene Worth, Joshua Logan y Peter Bogdanovich, dijo rindiendo homenaje a Grant: «El hecho es que solo hay un Cary Grant, el original, el superdotado hombre a quien premiamos esta noche por una magnífica carrera cinematográfica». A continuación Harrison miró a Grant y públicamente le pidió que volviera a las pantallas. Sus palabras fueron recibidas con sonoros aplausos.
Más adelante un periodista le preguntó a Grant sobre la petición de Harrison, y él contestó educadamente que, pese a sentirse muy honrado, sus días como actor habían acabado. Otro le preguntó si escribiría sus memorias (por lo visto, desconocía la biografía escrita por Hyams). «Nunca se me ocurriría —respondió Grant—. Estoy seguro de que otras personas escribirán libros. Me convertirán en un espía nazi, un homosexual o cualquier otra cosa… Qué más da»[321].
En 1982, cuando el Instituto Cinematográfico Norteamericano le nominó para un premio por su trayectoria profesional, Grant lo rechazó a menos que el instituto renunciara a la transmisión televisiva de la gala. En su opinión, el premio era una excusa para promocionar ciertos productos y, dado que él todavía representaba a Fabergé, suponía un conflicto de intereses. En cambio, cuando el New York Friars Club le proclamó su hombre del año, sí aceptó el honor y asistió a la celebración que tuvo lugar un domingo por la noche en el Waldorf Astoria (y que no se televisaba), solo después de asegurarse de que todas las ganancias generadas por la venta de cubiertos, que costaban entre doscientos cincuenta y mil dólares, se repartirían entre los Fondos de Ayuda a los Artistas del Cine y la Televisión, Fondos de Ayuda para Niños Diabéticos de Denver y la Fundación Jennifer Jones para Enfermos Mentales. El presentador de la gala —a la que asistieron Katharine Hepburn, Irene Dunne y Jean Arthur, tres de las estrellas de cine que menos se prodigaban en actos públicos— fue el «padre Abad» Frank Sinatra, que describió a Grant como «¡ese crío cockney!» antes de cantar «The Most Fabulous Man in the World» con la música de «The Most Fabulous Girl in the World». En ese momento Grant, sentado junto a su esposa, rompió a llorar como un niño.
Uno de los invitados que subieron al estrado fue John Kluge, propietario del Canal 5 de Nueva York. A las dos de esa madrugada, como homenaje a Grant y Sinatra, hizo que se emitiera Orgullo y pasión, una película que no solía reponerse, sin interrupciones publicitarias.
En agosto de 1982 Grant supo que Ingrid Bergman había sucumbido al cáncer. Según sus amigos, su desaparición le dejó muy afectado durante semanas. Peor aún fue para él la terrible noticia, un mes después, de la prematura muerte de la princesa Grace en un accidente de coche. Había sufrido una embolia cuando conducía por la misma carretera sinuosa donde veintiocho años antes ambos habían rodado para Hitchcock la memorable escena del coche de Atrapa a un ladrón. Grant asistió al funeral y lloró durante todo el servicio religioso, que se retransmitió en todo el mundo.
Grant intentó pasar los últimos años de su vida en su casa con su esposa y las frecuentes visitas de Jennifer. Nada le gustaba más que contemplar cómo el sol se ponía sobre el mar, o recibir de vez en cuando a un amigo, y evitaba cuidadosamente cualquier cosa que le recordara la muerte. Una vez, mientras veía En el estanque dorado en la televisión, apagó el aparato en mitad de la película porque, como le contó después a la columnista Cindy Adams: «El envejecido personaje de Henry Fonda me recuerda a mí mismo». Al día siguiente le prometió a Harris que viviría hasta los cien años.
Tony Curtis, uno de los pocos a los que Grant permitía visitarle, recuerda aquella época de la siguiente manera: «Siempre estuve muy cerca de Cary Grant y le admiré sinceramente. Había mucho que admirar. Nos sentábamos en su terraza, y le hablaba de los problemas y tribulaciones de ser un actor (como si él no lo supiera), de lo que me pasaba en la vida, de tal o cual fiesta, y solo decía: “¡Tony, Tony, Tony!”. Me encantaba aquello. Para él yo era uno de los chicos de la calle. Era uno de sus ojos, una de sus voces. La interpretación era un tema de conversación habitual entre nosotros. “Toni”, decía, “debes olvidar que estás haciendo una película… demasiada técnica no es natural.” Para mí ese era el don de Grant, y siempre le quise por ello»[322].
Había un sitio al que a Grant todavía le gustaba ir de vez en cuando, y era Las Vegas. Barbara cargaba las maletas en el coche e iban al MGM Grand, donde durante los siguientes días asistían a todos los espectáculos del Strip. Nada le divertía más que las actuaciones que se ofrecían en los clubes, sobre todo las de cómicos. En particular le gustaba Charlie Callas, un cómico especialmente dinámico de la vieja escuela del Borscht Belt (destino turístico preferido por muchos judíos, en el estado de Nueva York), que tenía los ojos saltones y una cara muy expresiva, y a quien Grant conocía del programa nocturno de Johnny Carson Tonight Show, que casi nunca se perdía. Una noche, después de ver el espectáculo de Callas en el Strip, Grant fue a su camerino para conocerlo. «Solo quería decir —le dijo Grant a Callas— ¡que en mi opinión es usted el cómico más divertido de Las Vegas!»
Así comenzó una amistad que duraría hasta la muerte de Grant. Intercambiaron correspondencia sobre numerosos temas, como el arte de la comedia, la vida de los cómicos y otros aspectos del mundo del espectáculo. Siempre que Grant iba a Las Vegas, visitaba a Callas y pasaba varios días en su casa[323]. A Grant le gustaba especialmente el dialecto judío que Callas empleaba y le preguntó si podía enseñárselo. Callas recuerda: «¡Grant intentando hablar como un judío es una de las cosas más divertidas que he oído nunca!»[324].
La amistad con Callas fue algo más que un placentero esparcimiento. Plantó la semilla de lo que Grant decidiría hacer con el tiempo que le quedara. La semilla empezó a germinar un día de 1982, cuando recibió una llamada de Steve Allen, que había creado un espectáculo en solitario con el que recorría el país, sobre todo los campus universitarios, y durante el cual recordaba su vida profesional y mostraba diapositivas autobiográficas. Allen tenía un fuerte resfriado y le preguntó a Grant si podía acudir al DeAnza Community College en Cupertino, a unos cincuenta kilómetros de San Francisco. Grant aceptó y la noche siguiente, ante los dos mil quinientos estudiantes que abarrotaban la sala, se sentó en el estrado para responder a las preguntas del público sobre su vida y profesión.
En un momento determinado, al mencionar el reciente fallecimiento de Henry Fonda, Grant sacó a colación el tema que más le preocupaba. Dijo al público: «Recuerdo que cuando vivía en Nueva York, en la década de los veinte, veía el desfile del día de los Veteranos de la guerra civil. Cada año eran menos. El otro día le pregunté a Jimmy Stewart si no tenía la impresión de que todo el mundo nos abandona y nosotros no sabemos cómo tomárnoslo. Él dijo que en absoluto.
»Pero yo sí la tengo»[325].
La velada fue todo un éxito. Grant empezó a trabajar en un espectáculo en solitario de noventa minutos que tituló A Conversation with Cary Grant. En otoño de 1984, cuando Grant ya había cumplido ochenta años, Jennifer Grant entró en la Universidad de Stanford y él decidió que había llegado el momento de poner a prueba su «actuación» con una gira que, si funcionaba, abarcaría todo el país. Quería que fuera como en los primeros años de su carrera, cuando hacía bolos en las ciudades pequeñas de Estados Unidos con su troupe de vodevil, viajando por carreteras secundarias en los días dorados del teatro. Con ese objetivo se dejó crecer la barba, que llevaba muy bien recortada, y junto a Barbara revivió el ambiente de su juventud actuando en lugares como Texarkana, Joliet, Red Bank, Sarasota y Schenectady, poblaciones todas ellas donde solían recalar las compañías de vodevil a principios del siglo XX. El precio de la entrada era de veinticinco dólares, relativamente barato, para animar a la juventud a ir a verle.
Siempre empezaba su presentación con fragmentos de La fiera de mi niña, Historias de Filadelfia, Sospecha, Encadenados, Atrapa a un ladrón y la noche en que recibió el Oscar honorífico. Luego los focos se encendían y le iluminaban, ya sentado en el escenario. Contaba anécdotas, la mayoría improvisadas a partir de unas pocas notas, y al final de la velada contestaba las preguntas del público.
En octubre de 1984, tras una gira especialmente dura, una gala en honor del presidente Reagan en el hotel Century Plaza de Los Angeles y un viaje a Mónaco para el baile de la Cruz Roja Princesa Grace, Grant sufrió una leve embolia y los médicos le aconsejaron que cancelara la gira. Él se negó.
En abril de 1986 Grant y Harris celebraron su quinto aniversario renovando los votos matrimoniales. Pasaron juntos aquel verano de gira y, debido a la gran demanda, Grant prolongó sus actuaciones hasta el día de Acción de Gracias y le prometió a Harris que después se tomaría varios meses de vacaciones, que dedicaría a descansar y relajarse.
Con el paso del tiempo, su presentación era cada vez más desenvuelta, interesante y reveladora. Lo más gratificante para Grant era que, aunque llevaba casi veinte años sin hacer una película, el público, especialmente los estudiantes que lo conocían por sus cursos de cine, seguía llenando las butacas. Cada vez se sentía más cómodo respondiendo a las preguntas, con ocasionales destellos de su antiguo encanto e ingenio, y por lo general conseguía que se agotaran todas las localidades, incluso en salas con cabida para hasta cuatro mil espectadores.
Disfrutaba con las variadas preguntas que le formulaban y que nunca hacían alusión a cotilleos sobre su vida privada, que a los estudiantes en particular no parecían interesarles en absoluto. Una noche alguien le preguntó por qué no se hacían más westerns. La simpática respuesta de Grant fue que no estaba seguro, pero que lo comentaría en Hollywood para que se pusieran en marcha. Poco después otra persona del público le planteó la misma pregunta. Grant quiso saber cómo se llamaba, le dijo que debía juntarse con el espectador anterior y les preguntó si les importaba que se echara a descansar un rato. El público aplaudió con ganas su ocurrente respuesta. Cuando le preguntaban cuál era su protagonista femenina favorita, Grant, disculpándose con todas las demás, siempre nombraba a Grace Kelly. Y su respuesta sobre cuál era el papel que más se acercaba al «verdadero» Cary Grant era siempre la misma: «El holgazán que interpreté en Operación Whisky». De vez en cuando adoptaba un tono confidencial, como si estuviera hablando con su amigo más íntimo. Sobre el LSD dijo: «El médico leía un libro en una esquina con un lamparita. Ponía música que relacionaba con mi juventud, como Rachmaninoff, durante tres o cuatro horas. Yo tenía pesadillas. Durante esas sesiones aprendí a perdonar a mis padres por lo que no sabían. Y el pavor que siempre me han provocado los cuchillos. Después de eso me uní a la raza humana lo mejor que pude. Ya no vivo en la hipocresía»[326].
Una de las preguntas más frecuentes era si volvería al cine algún día. «Ya no tengo fuerzas para eso —explicó al público de San Francisco—. Amaba mi trabajo, de modo que me divertí haciendo casi todas mis películas, en especial las de Alfred Hitchcock»[327]. Una noche, cuando le preguntaron cómo conseguía conservarse tan bien, dijo que nunca hacía ejercicio: «El mejor ejercicio que conozco es hacer el amor». Concluyó la conferencia con esas palabras, que pusieron en pie a los espectadores.
El 28 de noviembre de 1986, Grant, de ochenta y dos años, y Harris, de treinta y seis, llegaron al hotel Blackhawk de Davenport (Iowa), el último destino de una gira que les había llevado por treinta y seis ciudades.
Pasaron la mañana visitando la ciudad en compañía de Doug Miller, un empresario de la localidad. Aquella tarde, Grant y Harris fueron al teatro Adler para un rápido ensayo técnico. Poco después Grant, que estaba muy pálido y tenía la respiración alterada, le comentó a Harris que no se encontraba bien y fue al camerino para descansar. Al cabo de una hora le pidió a su esposa que lo llevara de vuelta al hotel porque seguía sin sentirse bien.
A las siete pidió que se cancelara la actuación.
A las ocho Miller fue a ver a Grant y lo encontró tan débil que llamó a su médico personal, el doctor Dunae Manlove. «Estaba débil, decía que se mareaba y le dolía la cabeza, y había vomitado —recordaba Manlove—. Le examiné y llamé a un cardiólogo»[328].
A las ocho y cuarto Grant tenía los ojos vidriosos y empezó a hablar en voz alta sin dirigirse a nadie en concreto. «Decía que quería volver a Los Ángeles —explicaba Manlove—, pero yo sabía que era imposible. Ya no le quedaba mucho de vida. Estaba sufriendo una gravísima embolia y estaba cada vez peor».
A las nueve menos cuarto llegó el cardiólogo James Gilson. «No necesito ningún médico. Solo necesito descansar», protestó Grant con un hilo de voz.
El doctor Gilson pidió una ambulancia. A las nueve llegó el enfermero Bart Lund, acompañado de dos compañeros. Lund explicaba: «Encontramos a Cary Grant tumbado en la cama, sin zapatos; llevaba calcetines, una camisa y una chaqueta. Estaba consciente y, pese a su edad, apenas parecía enfermo. Nos dijo: “Me duele un poco el pecho, pero no creo que sea nada. No quiero montar un número”».
Mientras lo bajaban en el ascensor de servicio, lo conectaron a diversos aparatos para controlar su estado. Grant, con los ojos vidriosos, llamaba a Barbara, que estaba de pie a su lado.
A las nueve y cuarto llegaron al hospital Saint Luke. Mientras llevaban a Grant a la sala de urgencias en silla de ruedas, él acariciaba la mano de su esposa. «Te quiero, Barbara —decía—. No te preocupes».
A las 23.22 Cary Grant falleció.