32

No me gusta ver a hombres de mi edad haciendo el amor en la pantalla… La paternidad me hará más libre de lo que he sido jamás. Será una experiencia fantástica. Estoy impaciente[300].

Cary Grant

Por más que declarara estar emocionado ante la perspectiva de ser padre, a una parte del viejo Cary Grant (anterior al LSD) le aterrorizaba la idea. Ninguna cicatriz ni trauma emocional sana por completo. Poco después de que su esposa anunciara al mundo que iban a tener un hijo, Grant aceptó de pronto hacer otra película y le dijo a Cannon que debía quedarse en casa mientras él rodaba en Japón. Cuando ella alegó que estaba tan solo en el primer trimestre y podía viajar con él, Grant no quiso oír hablar de eso. Lo último que deseaba a esas alturas de su vida, según dijo, era ser responsable de un posible aborto. Por otro lado, añadió, el hecho de no ganar el Oscar con Operación Whisky le había enseñado una lección. «Cary Grant» había muerto. Por lo tanto, ¿por qué no destruirlo de una vez para siempre?

Cannon debió de preguntarse qué tenía que ver su embarazo con la carrera de su marido.

Tras rechazar una propuesta multimillonaria para protagonizar la versión cinematográfica del musical The Music Man, que había triunfado en el teatro, Grant fundó Granley Productions, con el productor Sol C. Siegel, y firmó un contrato con Columbia Pictures para que distribuyera su siguiente película. La compañía adquirió entonces los derechos de una comedia de George Stevens, El amor llamó dos veces (1943), protagonizada por Joel McCrea y Jean Arthur, con Charles Coburn como secundario. En la película, la escasez de alojamiento durante la guerra obliga a Coburn a compartir apartamento con Jean Arthur. Luego Coburn comparte su mitad con Joel McCrea, lo que da lugar a toda suerte de situaciones cómicas y, al final, al enamoramiento de Arthur y McCrea, ayudados por los amables consejos de Coburn. El filme fue nominado en la categoría de mejor película, pero no obtuvo el premio, que se llevó Casablanca. Coburn, en el papel de un maduro Cupido, consiguió el Oscar al mejor actor de reparto, un triunfo sorprendente frente al claro favorito, Claude Rains, contrapunto de Bogart en la legendaria aventura romántica norteafricana. El papel que Grant quería para sí en la nueva versión de El amor llamó dos veces, que se titularía Apartamento para tres, era el de Coburn.

Cualesquiera que fueran los motivos subconscientes que entraron en juego, Grant veía su película número setenta y dos, su último vítor, como un beso de despedida a su público. Para asegurarse de que ese mensaje se entendiera, por primera vez desde sus inicios en la Paramount, cuando perdió a Dietrich frente a Herbert Marshall en La Venus rubia, Grant no se quedaría con la chica, en ese caso Samantha Eggar, una bellísima pelirroja inglesa que había causado sensación un año antes como la preciosa víctima del secuestrador psicòtico que interpretaba Terence Stamp en El coleccionista, de William Wyler. Grant la escogió personalmente para el papel de protagonista femenina. Jim Hutton, seleccionado también por Grant, era un actor alto, esbelto, atlètico y encantador, en quien Grant vio un claro reflejo del joven que había sido. Siegel eligió al veterano Charles Walters (Easter Parade, Alta sociedad) para dirigir la película.

Los exteriores debían rodarse en Japón coincidiendo con los Juegos Olímpicos de 1964, pero ciertos problemas retrasaron la filmación y retuvieron a Grant en Tokio hasta seis meses después del final de los Juegos. Durante ese tiempo solo pudo ir tres veces a Estados Unidos. Hasta finales de febrero no rodó la última escena de la película y la última de su carrera. En ella, el actor entra en una limusina y le pide al chófer que lo lleve a casa con su mujer y sus hijos, «que ya están muy crecidos». Echa una última mirada por la ventanilla, la cámara se aleja y se eleva poco a poco mientras Grant, con la majestuosidad de un rey, parte lentamente hacia su crepúsculo cinematográfico.

De vuelta en casa, Grant apenas había deshecho el equipaje cuando Cannon se puso de parto. El sábado 26 de febrero de 1966, llevó a su esposa al hospital Saint John de Burbank, donde tan solo dieciocho minutos después Cannon dio a luz una niña de más de dos kilos, a la que pusieron el nombre de Jennifer Diane Grant.

Al día siguiente, en el hospital, Grant habló con los periodistas y declaró: «Con la paternidad uno se suma al flujo de la vida. Hay ventajas en ser más viejo, más sabio y más maduro cuando eres padre por primera vez, y también hay inconvenientes. Una persona nunca puede entender del todo a un hijo hasta que se entiende a sí mismo»[301].

Grant asumió encantado el papel de padre amantísimo. Todas las mañanas, se levantaba a las siete y media para darle un beso de buenos días a Jennifer, y supervisar su alimentación, tras lo cual se iba al estudio para trabajar en el montaje final de Apartamento para tres. Luego volvía a casa corriendo para pasar más tiempo con la niña, que describía embelesado a sus amigos como «la más perfecta del mundo».

Cuando Jennifer tenía apenas tres meses, Grant insistió en que Cannon y él la llevaran a Bristol para enseñársela a Elsie. Temeroso de que a su madre no le quedara mucho tiempo de vida, estaba decidido a que conociera a su nieta.

En Inglaterra, Grant mimó a Jennifer y pasó casi todo el tiempo con Elsie. Años después recordaría aquella visita del siguiente modo: «Yo iba sentado en la parte delantera del coche con el chófer, y [Elsie] iba sentada detrás con mi primo. Mi madre me dio un golpecito en el hombro y dijo: “Cariño, deberías hacer algo con tu pelo”. Yo le pregunté qué debería hacer y ella me dijo: “Bueno, querido, lo tienes blanco. Deberías teñírtelo. Todo el mundo lo hace hoy día”. “Pero ¿por qué debería hacerlo yo?”, pregunté. “Porque me hace parecer muy vieja”»[302]. Siempre que hablaba con Cannon, Elsie la llamaba Betsy.

Grant paseó feliz con su madre e hija por toda la ciudad, aceptando la felicitación de la multitud que les seguía a todas partes. Cannon, que se sentía un poco marginada, le preguntó si le importaba que se fuera sola a Londres unos días. Cuando él le dijo que no podía irse, se sorprendió y, cuando él le quitó las llaves del coche, se quedó estupefacta. Cannon preguntó la razón y él le explicó que la Columbia Pictures pagaba el viaje a cambio de que él hiciera varias apariciones públicas para promocionar Apartamento para tres, que estaba a punto de estrenarse, y por lo tanto ella debía quedarse con él para no hacer gastos innecesarios. Cannon no podía creer lo que estaba oyendo. Durante el resto de su estancia en Bristol se recluyó en sí misma, leyó mucho, visitó las numerosas iglesias de la ciudad y pasó la mayor parte de las tardes charlando con los amables parientes de Grant.

Cuando por fin se fueron juntos a Londres fue para dar una rueda de prensa (con todos los gastos a cargo del estudio), y Grant insistió para que Cannon lo acompañara. En un momento dado un periodista le preguntó si tenía previsto protagonizar una película con su esposa; el actor se mostró visiblemente molesto y respondió que creía haber dejado claro que Apartamento para tres era su última película. Los chicos de la prensa se rieron a carcajadas cuando Cannon asintió vigorosamente con la cabeza en respuesta a la misma pregunta, indicando que ella sí deseaba trabajar con su marido. A Grant no le gustó el gesto y miró a Cannon con evidente enojo. Los periódicos de la mañana siguiente describían el incidente como un «desacuerdo»[303].

Grant no solo quería abandonar su carrera, sino también que Cannon dejara la suya, algo con lo que ella no estaba de acuerdo. A él le daba igual. Insistió en que su esposa debía quedarse en casa y dedicarse exclusivamente a criar a la hija de ambos. Pocos días después, durante una comida de ejecutivos de la Columbia a la que asistió la prensa británica, de repente Grant derivó la conversación hacia el tema del matrimonio y afirmó que la institución se estaba muriendo. Según él, en 2066 (dentro de cien años, recalcó) estaría pasada de moda. ¿Por qué? Porque las mujeres competían con los hombres como nunca en la historia[304].

Cuando volvieron a Los Ángeles en octubre, Grant estaba enfadado por la firme decisión de Cannon de seguir actuando, y ella empezó a pensar que su matrimonio estaba en peligro. Desde aquel malentendido cómico en la rueda de prensa de Londres él se comportaba como un hombre totalmente distinto de aquel con el que se había casado. Siempre que él estaba con la niña y ella intentaba atraer su atención, aunque fuera un segundo, Grant la insultaba. Un mes después, la expulsó del dormitorio conyugal y puso un candado en la habitación de ella para encerrarla por las noches. Y cuando ella insistía en que estaba preparada para volver al trabajo, Grant montaba en cólera y le recordaba que su lugar estaba en casa, cuidando de su hija.

Al cabo de unas semanas asistieron juntos a la celebración de las bodas de plata de Rosalind Russell y Freddie Brisson, viejos amigos de Grant, que Frank Sinatra y su esposa, Mia Farrow, organizaron en el hotel Sands de Las Vegas. Cannon se quedó pasmada cuando Grant inesperada e inexplicablemente rompió a llorar, algo que para ella no solo era vergonzoso, sino que además demostraba que su marido había perdido los papeles. Aquel mismo día, algo más tarde, Grant llevó aparte a su amigo Bill Frye y le pidió que le consiguiera unos billetes de avión para que él y su mujer volvieran a Los Ángeles.

En cuanto Grant y Cannon llegaron a casa, ella hizo las maletas, cogió a Jennifer y se marchó, según dijo, para pasar una larga temporada con sus padres en Seattle. Grant se asustó y quedó muy afectado. Cuando consiguió hablar con Cannon por teléfono, intentó que volviera a casa prometiéndole que harían una película juntos. Dijo que ya había escogido el proyecto, un guión titulado The Old Man and Me, cuyos derechos le habían ofrecido comprar tiempo atrás, pero no había llegado a adquirir.

Cannon no quiso saber nada del asunto. Pocas semanas después regresó a Los Ángeles y alquiló un pequeño apartamento en Malibu. La prensa no tardó en publicar la noticia de la separación. El 22 de agosto de 1967, justo diecisiete meses después de su boda, Cannon presentó una demanda de divorcio alegando que Grant le había dado «un trato cruel e inhumano». En los documentos que entregó al tribunal declaraba que vivían separados desde el mes de diciembre, lo que era cierto, ya que Grant estuvo en Japón durante el rodaje de Apartamento para tres. Estimaba la fortuna de Grant en más de diez millones de dólares y exigía una «ayuda razonable» para ella y su hijita. En la demanda, la actriz afirmaba que había comenzado a recibir tratamiento psiquiátrico, cabe suponer que debido al trato «cruel e inhumano» de Grant.

Al principio Grant quedó destrozado. Perder a su esposa, y sobre todo a su hija, era demasiado. Luego apareció la ira. Si Cannon quería irse, de acuerdo, pero él estaba dispuesto a luchar para quedarse con Jennifer. Así pues, contrató a un prestigioso equipo de abogados y presentó a su vez una demanda contra Cannon, en la que la describía como una madre incapaz y solicitaba la custodia de su hija.

En contra del consejo de sus asesores legales, Grant telefoneaba a Cannon varias veces al día. Al principió ella se negó a hablar con él, pero al cabo de un tiempo accedió a ponerse al aparato, sobre todo cuando él aceptó pasarle una asignación mensual de cuatro mil dólares, dinero que ella necesitaba desesperadamente. En septiembre, se les empezó a ver juntos en restaurantes de la ciudad, en el estadio Dodger, en Las Vegas, siempre con la pequeña Jennifer. Las cosas parecían haber mejorado entre ellos, pero, pese a las súplicas de Grant de que volviera a casa, Cannon insistió en permanecer en su propio apartamento y exigió que fueran juntos a un consejero matrimonial. A Grant no le gustó la idea, pero accedió para poder seguir viendo a su mujer y a su hija. (Sin embargo, jamás pagó las sesiones. Al final el médico tuvo que demandarlo para cobrar los siete mil dólares que le debía).

Aun así, Cannon se negó a retirar la demanda de divorcio. En noviembre se fue a Nueva York para protagonizar en Broadway The Ninety Day Mistress y se llevó a Jennifer. Grant se enteró del día de su partida, la siguió al aeropuerto y consiguió un billete para el mismo vuelo. En Nueva York alquiló una habitación en el Croydon, el mismo hotel donde se hospedaba ella. Esa última maniobra colmó la paciencia de Cannon, que a través de sus abogados le advirtió que solicitaría una orden de alejamiento si no se marchaba del hotel. Grant, que no quería ir a otro hotel, porque sabía que seguramente lo asediaría la prensa, aceptó a regañadientes la invitación de uno de sus viejos amigos de Hollywood, Roger Taplinger, que acababa de establecerse en Nueva York para dirigir una importante empresa de relaciones públicas.

Taplinger, a quien Grant había conocido en una de sus primeras películas, era un famoso conquistador, célebre por su tórrida aventura con Bette Davis. Poseía un espacioso piso de soltero en la calle Cuarenta y nueve Este, adonde invitaba cada noche a sus clientes para hablar de negocios. A Grant eso no le molestaba, y se sentía agradecido de estar rodeado de caras conocidas. También agradecía que Taplinger pudiera seguir los pasos a Cannon. Era un importante ejecutivo de relaciones públicas y estaba al corriente de todos los acontecimientos sociales que se preparaban en Nueva York y de todas las actividades públicas de Cannon, de las que informaba encantado a Grant, que se las arreglaba para aparecer en los mismos lugares que su esposa.

A Taplinger, como a muchos otros amigos de Grant, le preocupaba aquella actitud cada vez más enfermiza con respecto a Cannon, y pensó que podía ser bueno distraer a su amigo antes de que se metiera en algún problema serio. Empezó celebrando pequeñas cenas en honor de él, a las que procuraba invitar siempre a tres o cuatro mujeres guapas, jóvenes y solteras, con la esperanza de que alguna llamara la atención de Grant.

Una lo hizo.

Se llamaba Luisa Flynn y era una belleza argentina, morena y esbelta. Vivía en Nueva York y representaba a una firma británica, con vínculos en Argentina, que se dedicaba a gestionar fusiones y adquisiciones de empresas. De todas las hermosas candidatas que desfilaron ante Grant como finalistas de Miss América, Flynn, divorciada, aunque conservaba su apellido de casada, y con un hijo de seis años, fue la única que no hizo el menor caso al actor. La primera impresión de la joven treintañera fue que Grant era un hombre muy atractivo, pero también bastante mayor. Grant se presentó a sí mismo, tras lo cual ella le preguntó a otro invitado qué edad tenía el actor. Cuando le dijeron que tenía sesenta y tres años, lo apartó para siempre de sus pensamientos.

Grant, sin embargo, se sintió atraído por la joven y en las sucesivas cenas de Taplinger siempre entablaba conversación con ella. Flynn recordaría más adelante la extrema amargura que destilaban sus palabras: «Me daba la impresión de que era un hombre irritado y amargado, y decía cosas horribles de su mujer, de quien en aquel momento estaba separado. Siempre tenía una copa en la mano, y pensé que probablemente eso azuzaba su rabia»[305].

Flynn se dio cuenta de otra cosa: Grant hablaba siempre de Mae West. Decía que West era vieja y estaba sola. Le contó que siempre que iba a Nueva York, donde vivía la antigua diosa del sexo, la visitaba y charlaba con ella de los viejos tiempos. A Flynn le pareció entrañable esa faceta del actor y pensó que West podía hacer mejor que ella el papel de madre adoptiva de Grant.

Dado que la estancia de Cannon en Nueva York se prolongó, Grant empezó a buscar motivos para quedarse en la ciudad. Firmó un contrato con Columbia Records para grabar un disco con sus fragmentos de obras clásicas, con canciones de Peggy Lee de fondo. Desgraciadamente las sesiones de grabación le ponían sentimental y melancólico, y de nuevo empezó a telefonear a Cannon todos los días, a veces cada hora, para suplicarle que al menos pasara las navidades con él, pues no quería estar solo en vacaciones. Ella aceptó y se divirtieron juntos, pero no desistió de su intención de divorciarse.

En enero de 1968 Grant regresó a Los Ángeles desconsolado, pero enseguida empezó a viajar a Nueva York los fines de semana para estar con su mujer e hija. Siempre se hospedaba en casa de Taplinger y, en cuanto aparecía Flynn, intentaba darle conversación.

A una de las cenas de Taplinger a la que asistieron personalidades como Kirk y Anne Douglas, Aristóteles Onassis y María Callas, Rosalind Russell y Freddy Brisson, Irene Mayer y muchos de los directivos más importantes de la banca internacional, Flynn decidió llevar a su hijo de seis años. Grant se fijó inmediatamente en el chico, maravillado por su belleza física. En un momento determinado llevó aparte a Flynn y le ofreció un millón de dólares en efectivo por su hijo. Flynn rechazó la propuesta tomándola como una broma.

Aquella noche, había también varios productores que intentaban convencer a Grant de que volviera al cine. Más de uno se dirigió a Flynn y le pidió que usara la evidente influencia que tenía sobre el actor para que este tomara en consideración sus guiones. Un famoso director francés ofreció varios millones de dólares por la oportunidad de trabajar con Grant. Flynn se limitaba a llevarlos junto al actor, hacía las presentaciones y se mantenía lo más lejos posible pensando en lo que Grant le había dicho tantísimas veces: que no tenía intención de volver a hacer películas.

Otra de las personas que Grant conoció durante las veladas de Taplinger fue Paul Blackman, presidente y director ejecutivo de Fabergé. Blackman era cliente de Taplinger, que tenía la misión de buscar celebridades que representaran los productos de la empresa.

El 20 de marzo de 1968 fue la fecha que el Tribunal Supremo de Los Ángeles fijó para escuchar el testimonio de Cannon en su demanda de divorcio. A medida que se acercaba el día, Grant se mostraba cada vez más aprensivo. El 12 de marzo, unos cuantos amigos suyos organizaron una fiesta en su honor en Delmonico’s con la intención de animarlo antes de que fuera al aeropuerto para coger un vuelo nocturno a Los Ángeles. Grant pensaba ir directamente al aeropuerto Kennedy desde el restaurante de Manhattan. Uno de sus amigos se ofreció a enviarle una limusina y Grant aceptó. Gratia von Furstenberg, la joven y atractiva responsable de los eventos especiales de Delmonico’s, lo acompañó para asegurarse de que Grant, ligeramente bebido, subía al avión.

No llegaron al aeropuerto. El enorme Cadillac modelo 1968 chocó contra un camión en la autovía de Long Island. Las ambulancias acudieron enseguida haciendo sonar las sirenas y trasladaron a Grant y Furstenberg al hospital Saint John de Queens, donde curaron al actor, que aparte de unos rasguños y contusiones leves, presentaba un feo corte en la nariz. Furstenberg tenía una pierna y la clavícula rotas.

El accidente no pudo producirse en peor momento. Grant sabía que la presencia en la limusina de una atractiva joven de veintitrés años no le favorecería en la batalla legal que se avecinaba. Al día siguiente se confirmaron sus peores temores: los detalles del accidente, incluida la presencia de Furstenberg en el coche, ocupaban las primeras páginas de los periódicos de todo el país. Peor aún, todo el mundo, excepto Grant, parecía disfrutar de sus quince minutos de fama. Un portavoz del hospital dijo en una conferencia de prensa convocada a toda prisa que su paciente había sufrido únicamente heridas superficiales y que «Grant sigue siendo tan atractivo como ayer. El único problema es que las enfermeras pueden matarle a base de amabilidad».

No consiguió la misma amabilidad por parte del Tribunal Supremo de Los Ángeles, que le denegó un aplazamiento de la vista y advirtió a sus abogados que más valía que aparecieran con su cliente el día 20, como estaba previsto, o empezarían sin él. Grant optó por quedarse en el hospital.

Durante su extraordinaria declaración, Cannon describió su matrimonio como una pesadilla. Grant había afirmado siempre que solo había consumido LSD un centenar de veces, a finales de los años cincuenta y principios de los sesenta, antes de que se ilegalizara dicha droga, pero ella testificó que había seguido tomándola de manera regular y que durante esos «viajes», él le gritaba, la maltrataba físicamente y la humillaba en público. Añadió que a menudo había intentado que ella se apuntara a esos viajes de LSD. Cannon declaró que en cierta ocasión fue a una fiesta sin permiso de su marido y cuando volvió él le dio una paliza, mientras se reía. Cuando ella le amenazó con llamar a la policía, él le dijo que la prensa se pondría las botas con la noticia, así que no hizo nada. Otro día, mientras veían por televisión los premios de la Academia, Grant se enfadó tanto al saber quiénes eran los ganadores que «se puso a dar saltos encima de la cama» y «perdió el control». Cuando ella quiso llevar un vestido que a él le parecía demasiado corto para lucirlo en público, Grant le quitó las llaves del coche y la encerró en su habitación. Una vez, mientras estaba encerrada, Cannon llamó a su agente, Adeline Gould, y Grant cogió el supletorio para escuchar la conversación. Según Cannon, Grant dijo: «Addie, mantente al margen de mi matrimonio. Voy a domar a esa chica. No saldrá de aquí hasta que la haya domado»[306]. Gould fue citada a declarar y confirmó dicha conversación. Cannon afirmó también que Grant la había acusado de tener una relación sexual con el psiquiatra que la trataba.

Uno de los testigos de Grant fue el doctor Sidney Palmer, profesor adjunto de la Facultad de Medicina de la Universidad del Sur de California, que declaró que Grant le había visitado el septiembre anterior a fin de que evaluara su estado emocional para el proceso de divorcio. Durante sus visitas, explicó el doctor Palmer, Grant admitió que seguía consumiendo LSD, pero únicamente bajo estricta supervisión médica. «No vi en él nada irracional o incoherente», aseguró el médico. Palmer añadió que Grant se mostró muy preocupado por el bienestar de su hija y que «sentía un profundo amor y cariño» por Jennifer. «No vi nada que indicara que su comportamiento pudiera ser perjudicial para la niña».

Otro testigo de Grant, el doctor Judd Marmor, que había sido su psiquiatra durante un breve período, declaró bajo juramento que Grant le había dicho que había zurrado a su mujer, pero por «motivos razonables».

Entretanto Grant, convaleciente en el hospital, supo por los periódicos el daño que se había hecho antes de que sus abogados se reunieran con él. Algunos de sus amigos insinuaron a la prensa que Cannon le había engañado, que se había casado con él con el único propósito de promocionar su carrera artística, pero esa clase de conjeturas, imposibles de demostrar, se interpretaron como una maniobra defensiva y merecieron poca atención frente a las sensacionales revelaciones de Cannon. Grant había preparado un documento de refutación para el tribunal, pero después de la declaración de Cannon decidió no presentarlo.

El 22 de marzo, dos días después del inicio del juicio, Dyan Cannon obtuvo el divorcio de Cary Grant y la custodia legal de Jennifer, que tenía entonces dos años. Se concedió a Grant el derecho a estar con la niña sesenta días al año, un número «razonable», con una enfermera o niñera presente durante la visita. El juez Wenke, presidente del tribunal, señaló en su sentencia que el consumo continuado de LSD por parte de Grant le había vuelto «hostil e irracional», pero también hizo constar —a petición de los abogados del actor y con la conformidad de los de Cannon, que sin duda pensaron que de ese modo se ahorrarían una apelación interminable— que Grant no había tomado LSD en los últimos veinticuatro meses. La imagen mítica de Grant a buen seguro influyó en el juez, que concedió a Cannon una cantidad relativamente modesta (dos mil dólares mensuales) para la crianza de la niña y treinta y seis meses de pensión alimenticia, que al principio sería de dos mil quinientos dólares al mes y de manera progresiva se reduciría hasta mil dólares, más el uso de la casa de la playa. «Esto es todo», fueron sus últimas palabras, a las que siguió un único golpe del mazo.

Al día siguiente Grant abandonó el hospital bastante desmejorado aún, pálido y cubierto de vendajes. No hizo ninguna declaración a los reporteros que lo aguardaban a la salida, aparte de que esperaba «seguir respirando».

Ese mismo día, viajó a Los Ángeles en el avión privado de George Barrie, propietario y presidente de Rayette-Fabergé Corporation. Barrie y Grant habían hablado por teléfono varias veces después de conocerse en persona en una de las fiestas de Taplinger[307]. En una de esas conversaciones Barrie le ofreció su avión privado. No fue una feliz casualidad que Taplinger los presentara, pues quería que Barrie convenciera de algún modo al actor de que se sumara a la lista de celebridades (Joe Namath, Muhammad Ali y Margaux Hemingway) que habían promocionado los productos de su empresa.

El astuto Taplinger unió a Grant y a Barrie con la esperanza de que su pasado común en el mundo del espectáculo los ayudara a hacer negocios juntos[308]. Nacido en la ciudad de Nueva York, Barrie soñaba con triunfar en el mundo de la música, y durante sus primeros años como compositor se ganó la vida gracias a su carismática personalidad, que le convirtió en un gran vendedor de productos capilares de una empresa llamada Rayette. En los años sesenta ya era propietario de la firma, creó la línea de cosméticos masculinos Brut y se le ocurrió la idea de que los famosos promocionaran la colonia. La fórmula funcionó, las ventas se dispararon y Brut comenzó a aparecer junto a diversas celebridades en numerosos anuncios de televisión y revistas de todo el mundo. Luego Barrie vendió Brut a Fabergé por cincuenta millones de dólares y siguió dirigiendo las campañas publicitarias, mientras componía canciones para películas de Hollywood.

Durante el vuelo Barrie, a solas con Grant, le propuso que se uniera a la junta directiva de Fabergé, lo que le reportaría tan solo un salario anual simbólico de quince mil dólares (más la opción de compra de acciones), pero no le exigiría más que alguna que otra aparición pública. Como parte del trato, Fabergé le proporcionaría una suite permanente en el hotel Warwick de Nueva York, el uso de los aviones de la empresa, tanto por motivos profesionales como personales, limusinas y chóferes en todo el mundo, y todos los gastos derivados de la promoción de Fabergé a cargo de la empresa.

Barrie creía poco probable que el actor aceptara, pero para su sorpresa, poco después de llegar a Los Ángeles, recibió una llamada telefónica de Grant, que dijo que le encantaría formar parte de la empresa de cosmética famosa en todo el mundo como su «embajador de buena voluntad». Al día siguiente Barrie anunció oficialmente la incorporación de Grant a la junta directiva de Fabergé y un día después las acciones de la empresa subieron dos puntos.

Como Grant diría más tarde a la periodista Cindy Adams, le encantaba representar a Fabergé porque «la utilización de mi nombre no perjudica a la empresa y me permiten hacer lo que quiera. Me preguntan si podré estar en un lugar determinado y yo digo sí o no. La gente acude en tropel a ver a los actores»[309].

Gracias al trato con Fabergé, Grant tuvo algo en lo que invertir el abundante tiempo libre de que disponía. En lugar de hacer películas en las que interpretaba a solterones ricos y sofisticados, como en Suave como visón, ahora podía ser aquel magnate rico y sofisticado en la vida real. Poco después de entrar en Fabergé, Grant aceptó otra invitación, aún más sorprendente, de una empresa: ser miembro de la junta directiva de MGM. Pese a que durante casi toda su carrera profesional se le había considerado un marginado del sistema de los estudios, Grant saltó de alegría al oír la oferta, porque el paquete incluía hospedaje ilimitado en el nuevo hotel de Las Vegas Strip. Para celebrar la incorporación de Grant a la junta, el estudio puso a la sala de proyección principal de la sede de la empresa en Culver City el nombre de teatro Cary Grant.

Ese mismo año compró su primera acción del hipódromo de Hollywood Park a su propietario, Marje Everett, que era un buen amigo suyo. La instalación tenía una historia legendaria, pues había albergado el famoso Hollywood Turf Club, formado en 1938 bajo la presidencia de Jack Warner. Entre los seiscientos miembros originales del club figuraban numerosas celebridades, como Al Jolson, Raoul Walsh, Joan Blondell, Ronald Colman, Walt Disney, Bing Crosby, Sam Goldwyn, Darryl Zanuck, Ralph Bellamy, Hal Wallis, Anatole Litvak y Mervyn LeRoy. Fue precisamente LeRoy quien llevó a Grant por primera vez al hipódromo y le introdujo en el llamado «deporte de reyes»[310].

Durante un tiempo se planteó irse a vivir a Londres para estar con su madre hasta que ella muriera, pero decidió no hacerlo cuando sus abogados le dijeron que el tribunal nunca permitiría que Jennifer viajara con él al extranjero. Entonces compró un terreno de dos hectáreas en Beverly Hills y diseñó él mismo una casa más espaciosa con interiores de inspiración oriental, hebrea y mediterránea, para recibir a Jennifer. Le asignó la habitación más amplia y se ocupó de que estuviera siempre repleta de juguetes y muñecas.

Grant nunca modificó el calendario de visitas de su hija ni se saltó una sola. Se aseguraba de que sus obligaciones con Fabergé y otras juntas directivas no coincidieran con dichas visitas. Aprendió la lección del accidente de coche en Nueva York y dejó de aparecer en lugares públicos. No quería que un fotógrafo, llevado por un exceso de celo profesional, le hiciera una foto con alguna joven que por casualidad estuviera a su lado, pues temía que algo así perjudicara de algún modo su derecho de visitas. Así pues, iba a casa de sus amigos, sobre todo para cenar, y solía sentarse al piano para tocar alguna pieza de jazz. En enero de 1968, con ocasión de su sexagésimo cuarto cumpleaños, un grupo reducido de amigos quiso ofrecerle una fiesta. Grant aceptó, a condición de que no hubiera pastel ni regalos, y pidió que después de la cena le permitieran entretener a los invitados cantando y tocando las canciones que solicitaran.

En 1968 Gregory Peck fue nombrado presidente de la Academia de las Artes y las Ciencias Cinematográficas. Fue un hito que indicaba que una nueva generación de actores, más jóvenes y liberales, luchaba por arrebatar el control de la Academia a la conservadora y decadente vieja guardia. Una de las primeras decisiones que Peck tomó como presidente hubiera sido impensable en el pasado: a petición de Sammy Davis Jr., que aseguraba hablar en nombre de la comunidad negra de Hollywood, Peck pospuso cuatro días la cuadragésima edición de la entrega de los Oscars tras el asesinato del reverendo Martin Luther King.

Aquel año Mike Nichols ganó el Oscar al mejor director por El graduado, una película que confirmaba el relevo generacional que se estaba llevando a cabo en las producciones de Hollywood y las personas que las hacían. Dustin Hoffman se convirtió en una estrella de la noche a la mañana por su interpretación de Benjamin Braddock, un rebelde de los años sesenta que tiene una aventura con la esposa del socio de su padre y luego se enamora de la hija. La mejor película fue En el calor de la noche, de Norman Jewison, un filme claramente liberal, que trata sobre los prejuicios raciales en una conflictiva ciudad sureña.

Las estrellas, las películas, el sistema que las creaba y los espectadores que iban a verlas pertenecían a una nueva generación joven, moderna y rockera. Peck, queriendo enmendar lo que consideraba inveterados errores de la Academia, empezó a presionar para que otorgaran a Cary Grant un premio por toda su carrera. Su petición probablemente habría llegado a buen puerto en los Oscars de 1969 si el desagradable divorcio de Grant no se hubiera ventilado en los periódicos. Peck, que estuvo a punto de conseguir los votos necesarios, siguió presionando por el premio, y a principios de 1970 anunció que aquel año, en los premios de la Academia, el gran Cary Grant recibiría por fin un Oscar honorífico por su «singular maestría en el arte de la interpretación cinematográfica, con el respeto y el afecto de sus compañeros».

Según sus amigos, al enterarse de la noticia Grant lloró de gratitud.