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P.: How old Cary Grant?

R.: Old Cary Grant fine. How you?[290].[291]

Cary Grant

Después del divorcio Grant volvió a la reclusión, esta vez para no enterarse de las opiniones que se expresaban en los periódicos y en sus bares favoritos sobre las causas del fracaso de su matrimonio con Betsy Drake. Como siempre, tanto la prensa como la gente se equivocaba. La mayoría presentaba a Drake como una víctima, pese a que fue ella quien, públicamente al menos, inició el proceso de divorcio y salió de aquel matrimonio con la estabilidad económica asegurada de por vida. A Grant le molestaba que publicaciones como la revista Time, en lugar de centrarse en la recién recuperada libertad y riqueza de Drake, le reprendieran por haber solucionado todos sus fracasos matrimoniales apoquinando una buena cantidad, y que afirmaran que tenía tanto dinero que podía asociarse con la OTAN. Los comentarios sobre su tacañería al estilo Jack Benny, tema favorito de la prensa, nunca le afectaron demasiado. Time concluía su artículo insinuando que Grant «también ha ahorrado prácticamente cada centavo que ha ganado en su vida».

El actor lo tomó como la repetición de aquellas viejas y pesadas bromas tipo «Cary y el dinero» que lo perseguían desde su segundo matrimonio con la heredera Barbara Hutton. No ayudaba mucho el hecho de que fuera famoso por sus mezquinas propinas, el método más eficaz para convertir a todos los camareros en informantes de la prensa; ni que solo concediera autógrafos si el admirador que lo solicitaba, aunque fuera un niño, le pagaba veinticinco centavos, dinero que, según él, destinaba a obras de caridad, pero que en realidad se quedaba; ni que solo llevara doscientos dólares al hipódromo de Hollywood para lo que llamaba en broma «un día en las carreras» y apostara solo dos dólares, «porque —decía a todo el que preguntaba— no aceptan un dólar y medio. Ya lo he intentado».

En lugar de seguir leyendo sobre sí mismo todos los días en la prensa rosa, Grant se aficionó a ver por las noches las series de televisión, donde por primera vez se fijó en la actriz Dyan Cannon. En 1961, un miércoles por la noche, se acostó temprano para ver una serie que le gustaba, Malibu Run, que competía con Wagon Train, de la NBC, por la audiencia. A Grant no le interesaba el western y prefería Malibu a las antiguas rutas de transporte de ganado. Esa noche no pudo apartar la mirada de la joven belleza rubia que aparecía como invitada en la serie. El papel que interpretaba estaba pensado para Elizabeth Montgomery, pero los productores de la serie no pudieron conseguirla y eligieron a Dyan Cannon, que trabajaba en una telenovela matinal.

Al cabo de unos minutos Grant cogió su cuaderno y anotó que debía telefonear a Stanley Fox para pedirle que localizara a Cannon y le ofreciera un papel en su próxima película. Al día siguiente Fox habló con la agente de Cannon, Adeline Gould, quien le informó de que en aquel momento la actriz estaba rodando una película en Roma. Fox dijo que quería concertarle una entrevista con Grant «inmediatamente», y Gould repuso que podía arreglarse si Grant estaba dispuesto a comprar a Cannon un billete de avión de ida y vuelta en primera clase. Fox se lo comentó a Grant y este dijo no. Fox volvió a hablar con Gould y ella dijo que entonces Grant podría verla cuando volviera. Así pues, el actor, que entonces contaba cincuenta y ocho años, tuvo que esperar varias semanas para conocer personalmente a la joven Cannon, de veintitrés.

El encuentro tuvo lugar en el pequeño bungalow de la Universal donde Grant tenía su oficina. Aunque había abandonado la empresa, todas las películas que produjo y protagonizó después de Operación Pacífico las distribuyó, en virtud de un contrato anterior, Universal International, que distribuiría también la siguiente que haría con Stanley Donen. A Grant le traía sin cuidado quién distribuía sus películas y casi todo lo que tuviera que ver con ellas. Incluso había cerrado Grandon Productions (aunque acordó que tomaría en consideración los papeles que le ofrecieran). Pese a su enorme éxito, Grant ya no quería hacer nada salvo aparecer, decir sus frases e irse a casa. Entonces Donen llegó a un acuerdo con la Universal que, entre otras cosas, establecía que él y Grant podrían seguir usando la pequeña oficina… gratis, por supuesto.

Así es como Cannon recuerda su primer encuentro con Grant:

Yo acababa de volver de Roma, donde solo comía pasta y albóndigas y me había divertido muchísimo. Un brasileño muy importante estaba enamorado de mí… Pues bien, fui a la Universal y mi agente me dijo: «Ya que estamos aquí, vayamos a saludar a Cary Grant». Cary me había visto en un programa de televisión y quería ofrecerme un papel en una película. Yo dije vale, y nos pasamos una hora y media en su despacho, sin mencionar la película para la que me quería. Cuando salimos, me dije: ¡ya puedo morirme! He conocido a ese hombre guapísimo; si me muero esta noche, mi vida habrá sido completa[292].

Durante la reunión Grant no habló de ningún papel cinematográfico para Cannon y, después de una hora y media de charla muy cordial, dio por terminada la entrevista. Esa noche, sin embargo, no dejó de pensar en la joven y bella actriz. Al día siguiente la telefoneó y le pidió una cita. Cannon aceptó; luego lo llamó para decirle que no. Él esperó, volvió a telefonearla, ella dijo entonces que sí, después llamó al actor y dijo que no. La situación siguió así hasta que por fin ella aceptó cenar con él. Cannon explica:

Cary me llamó al día siguiente y quedamos en vernos; luego yo cancelé la cita. Quedamos ocho veces y yo cancelé las ocho citas. Algo me decía que no fuera. La novena vez que me llamó, dos horas antes de la hora a la que habíamos quedado para comer, me dijo: «Quizá no lo sepas, pero soy un hombre muy ocupado. Estoy rodando una película. Tenemos una cita, ¿por qué no la mantienes?». Así que comimos, y cuando acabamos nos dimos la mano y pensé: Vaya, he tenido una cita de ensueño con Cary Grant. Al día siguiente me llevó a cenar y me acompañó a casa, y entonces, ante la puerta, le pedí un beso de buenas noches. Nunca le había pedido algo así a un hombre. A la mañana siguiente, a las 8.15, sonó el teléfono y era Cary, que me dijo que sintonizara una emisora de radio que quería que escuchara. El programa se llamaba Unity y era sobre pensamiento positivo. A partir de aquel día me llamaba todas las mañanas y escuchábamos juntos el programa. Así empezó todo[293].

Nacida en Tacoma, en el estado de Washington, Samille (en recuerdo de su abuelo Sam) Diane Friesen, hija de un agente de seguros baptista y una mujer judía, empezó en el mundo del espectáculo como cantante en un templo reformista de Seattle. Rubia, de metro sesenta y siete, conocida entre sus amigos por el apodo de Frosty, se matriculó en la Universidad de Washington, hizo un curso de teatro, participó en un desfile y ganó el concurso de Miss West Seattle. Dejó los estudios al cabo de dos años y se fue a Hollywood para probar suerte como actriz. Trabajó primero como maniquí en una casa de modas, con un sueldo de 49,50 dólares a la semana, y como esteticista en Slenderella. En 1960, después de haberse presentado a cientos de pruebas, Samille estaba comiendo un día en Villa Frascati con dos amigas, cuando el novio de una de ellas, Mike Garrison, ayudante de producción y asistente de Jerry Wald, le prometió una prueba con este.

Garrison mantuvo su promesa, y a Wald le gustó tanto lo que vio que decidió invertir en el futuro de la chica. Le puso el nombre de Cannon porque le pareció que tenía fuerza y le consiguió su primera prueba de verdad en la 20th Century-Fox, para interpretar a la actriz Jean Harlow en la película biográfica titulada Harlow, la rubia platino. La prueba no fue tan bien como ambos esperaban. Cannon recordaba: «Fracasé totalmente delante de Wald»[294]. (La película se pospuso hasta 1965, con Carroll Baker como protagonista).

Wald continuó apoyando a Cannon, que pronto consiguió decenas de pequeños papeles en programas de televisión y películas de serie B, entre los que destaca el de Dixie en la producción de Budd Boetticher La ley del hampa. Producida y distribuida por la Warner Bros, no duró mucho tiempo en las salas, pero la crítica de cine Pauline Kael se fijó en Cannon, cuya interpretación calificó de «cómico-pornográfica». La mención de su nombre en la reseña del The New Yorker bastó para lanzar a Cannon, que luchaba por mantener a flote su carrera hasta que Grant la citó en su despacho de la Universal.

Inmediatamente empezaron a salir. Más adelante, Cannon diría en las entrevistas que enseguida se «enamoró locamente» de Grant y pronto empezó a pasar las noches en la casa de Beverly Grove, donde no tardó en conocer las dos principales peculiaridades de Grant: le gustaba ver la televisión a todas horas y siempre insistía en que Cannon «vistiera ropa informal», usara menos maquillaje y perfume, algo que no le gustaba en las mujeres, y se dejara el pelo «natural».

Entretanto Jack Warner asediaba a Grant. Acababa de pagar la insólita suma de 5,2 millones de dólares por los derechos de My Fair Lady, un musical de Broadway, escrito por Lerner y Loewe, que había conseguido un éxito espectacular. Warner consideró que Rex Harrison y Julie Andrews, las estrellas del musical original, no estaban a la altura de lo que quería que fuera una prestigiosa (y cara) producción. Desde su punto de vista, solo Cary Grant y Audrey Hepburn podían asegurar el éxito comercial de la película. Así pues, ofreció a Audrey Hepburn un millón cien mil dólares por interpretar a Eliza Doolittle. Hepburn, no obstante, tenía sus dudas, y por buenos motivos. Julie Andrews se había convertido en un fenómeno del mundo del espectáculo gracias a My Fair Lady y todos daban por sentado que también interpretaría el papel en la película. La decisión de Warner de prescindir de Andrews levantó una verdadera polvareda, y por ello Grant se resistía a reemplazar a Rex Harrison, que además era un buen amigo suyo. Cuando Warner llevaba varios meses presionándolo, Grant declinó oficialmente su oferta de un millón y medio de dólares con estas palabras: «Da igual lo bien que lo haga; me compararán con Rex Harrison, y no creo que vaya a ser mejor que él, o bien dirán que le imito, lo cual no le conviene a él, y tampoco a mí. No la haré y, si no contratas a Rex, tampoco iré a verla»[295].

Como en otras ocasiones, Grant tenía razones más personales para rechazar lo que probablemente era un papel destinado al Oscar. Para empezar, seguía teniendo acento británico con un leve deje dialectal, de modo que se convertiría en el hazmerreír de todos, pues su forma natural de hablar se parecía más a la de Eliza que a la del profesor Higgins. Otra razón era su negativa a interpretar un papel que reflejara de forma demasiado evidente las circunstancias de su vida real. En aquel momento representaba el papel de Higgins con Cannon, a quien aleccionaba en todo, desde cómo debía vestir en casa hasta qué papeles debía aceptar y cuáles rechazar. Lo último que deseaba era atraer la atención hacia la naturaleza de su relación —y menos aún hacia la notable diferencia de edad entre ambos (treinta y cinco años)—, pues estaba convencido de que todo el mundo la malinterpretaría. Tampoco deseaba que nadie se entrometiera en la manera en que él veía su relación con Cannon: como una especie de ensayo general de la paternidad.

Al final Rex Harrison interpretó el papel de Higgins, junto a Audrey Hepburn, y ganó el Oscar al mejor actor en 1964[296].

Aquel otoño, Grant y Cannon viajaron a Nueva York y se instalaron en la suite que el actor tenía en el hotel Plaza. Cannon debía empezar los ensayos de la comedia The Fun Couple, que significaría su debut en Broadway. Grant, por su parte, se proponía trabajar con los guionistas y Stanley Donen en su siguiente proyecto, Charada, una película de suspense al estilo Hitchcock, basada en un relato corto de Peter Stone que se publicó en la revista Redbook con el título «The Unsuspecting Wife». Donen, con el visto bueno de Grant, había contratado a Audrey Hepburn como protagonista femenina antes de que ella empezara a rodar My Fair Lady.

En Charada la joven Regina Lampert (Hepburn), al volver a París tras unas breves vacaciones en los Alpes franceses, descubre que su casa está patas arriba, que su marido ha sido asesinado y que el cuarto de millón de dólares que este había robado ha desaparecido. Peter Joshua (Grant), un misterioso hombre de mediana edad al que conoció durante sus vacaciones, se presenta de repente y se ofrece a ayudarla a resolver el misterio. Entretanto, tres antiguos colegas del difunto señor Lambert, implicados en el robo del dinero, aparecen también reclamando su parte. Hasta el final de la película no se resolverá el misterio de quién es quién y qué es qué, lo que permitió a Hepburn y Grant vivir (cabe suponer) felices para siempre.

Después de trabajar durante varias semanas con los guionistas en Nueva York, Grant partió hacia París de mala gana, pues no quería separarse de Cannon, para rodar en la capital francesa. Cannon prometió reunirse con él en cuanto tuviera unos días libres en los ensayos. Fiel a su palabra, al día siguiente de Navidad cogió un vuelo nocturno con destino a Francia y pasó varios días a solas con Grant en su suite del hotel parisino. Aquel Fin de Año, fueron los huéspedes de Audrey Hepburn y su esposo, Mel Ferrer, en el castillo que el matrimonio poseía en las afueras de París. Cenaron patatas al horno cubiertas de nata y caviar, y bebieron champán francés hasta la madrugada. Con el tiempo ambos recordarían aquella semana como una de las más románticas que pasaron juntos. Dos días después, el 2 de enero, Cannon regresó a Estados Unidos para reanudar los ensayos y Grant continuó trabajando en el filme.

Durante el rodaje Grant se tomó una semana de vacaciones para ir a Bristol, y esa vez logró convencer a Elsie, que acababa de cumplir noventa años, de que ingresara en una residencia de ancianos, con todos los gastos pagados, después de prometerle que conservaría la casa por si deseaba volver alguna vez. Justo antes de que Grant se marchara, Elsie le aconsejó que se tiñera el pelo. Tenía demasiadas canas, observó, y así nunca encontraría una buena chica.

Charada se estrenó en el Radio City Music Hall el día de Navidad de 1963; era la película número veintiséis de Grant que se estrenaba allí. Pese a que las críticas fueron dispares, recaudó más de ciento setenta mil dólares en la primera semana. Sin embargo, era difícil pasar por alto el tema de la edad. El crítico Andrew Sarris observó que, aunque tenía momentos buenos y era «en general mejor que la media, sin ser extraordinaria», tenía una trama «que olía a pistas falsas, [y] la noticia más triste del año es que Cary Dorian Grant empieza a aparentar la edad que tiene»[297].

Grant le dio la razón. Al verse en Charada se convenció de que era demasiado mayor para el tipo de películas en las que el público deseaba verle, aunque estuvieran dispuestos a pagar por ese privilegio.

Poco después, «el pluscuamperfecto galán», como lo definió el crítico Charles Champlin, asistió a una fiesta en Malibu en honor de Margot Fonteyn y Rudolf Nureyev. Mientras miraba cómo Shirley MacLaine y Nureyev bailaban al son de un grupo de rock en el salón del anfitrión, comentó: «No sé… Cuando bailo con una chica, me gusta tenerla entre mis brazos. En eso consiste el placer de bailar»[298].

Entretanto, la carrera de Cannon, había despegado. Durante casi todo aquel año y el siguiente estuvo de gira por el país con How to Succeed in Business Without Really Trying. Para mantenerse ocupado mientras esperaba a que ella volviera a Los Ángeles, Grant, que tenía pocos intereses en aquella época, aparte de las carreras de caballos, creó otra productora, Grandox, para producir una película que distribuiría la Universal. Fue el argumento del filme lo que lo convenció a volver a la pantalla. Creía que su filme número setenta y uno poseía todas las cualidades necesarias para proporcionarle el gran premio: el Oscar. No pudo resistir la tentación de correr una vez más en pos del esquivo hijo dorado con que siempre había soñado.

La película era Operación Whisky, cuyo guión original, de Frank Tarloff, reescribió Peter Stone, a petición de Grant. Ambientada en la Segunda Guerra Mundial, narra las aventuras de Walter Eckland (Grant), un hombre canoso y solitario del Pacífico Sur, que se ve obligado a convertirse en espía del gobierno estadounidense poco después de iniciarse la contienda, cuando el ejército japonés amenaza las posiciones aliadas en el Pacífico. Solo en una isla, el cascarrabias, desaliñado y borrachín Eckland no tiene más remedio que cuidar de Catherine Freneau (Leslie Carón), una institutriz muy formal y (naturalmente) soltera, y sus siete alumnas, que han quedado atrapadas allí tras un bombardeo y han de compartir la cabaña del espía solitario. Al principio Eckland rechaza todo contacto con Freneau y sus alumnas, pero poco a poco les toma cariño y, en la escena culminante de la película, tras un heroico rescate, salva al grupo y promete casarse con Freneau en el futuro. La moraleja de la historia (típica de Hollywood): la esposa y los hijos convertirán una existencia vacía en una vida llena de sentido y felicidad.

No es de extrañar que la oportunidad de interpretar un personaje opuesto al habitual atrajera a Grant. Cambió encantado el traje a medida y el perfecto corte de pelo del refinado cosmopolita por el sucio y desaliñado atuendo de un viejo borrachín (que aun así consigue que Carón, de treinta y cuatro años, se enamore de él). Grant lo calculó todo perfectamente pensando en el Oscar.

Si la Academia prefería algún tipo de interpretación, era aquella en la que el actor ofrecía una imagen distinta de la habitual. Es el caso de Bing Crosby cuando pasó de bailarín a sacerdote en Siguiendo mi camino (1944); Ray Milland al interpretar a un borracho zarrapastroso en Días sin huella (1945); José Ferrer al desfigurar su cara en Cyrano de Bergerac (1950); Humphrey Bogart al dejar de ser un tipo duro con traje y corbata para convertirse en un alcohólico desaliñado en La reina de Africa (1951); Gary Cooper al interpretar, cuando ya era mayor, Solo ante el peligro (1952); William Holden cuando encarnó a un prisionero de guerra cínico y rapado en Traidor en el infierno (1953); Marlon Brando como boxeador sonado en La ley del silencio (1954); Ernest Borgnine como un hombre enmadrado en Marty (1955), y Alec Guinness como un perturbado en El puente sobre el río Kwai (1957).

La producción de Operación Whisky empezó el 9 de abril de 1964 y terminó a tiempo para que se estrenara en Navidad en el Music Hall, con asistencia de Grant a la gala. Mientras estaba en Nueva York, acudió también al Madison Square Garden para participar en el decimocuarto Festival Anual de Janukah en honor a Israel. (Algunos cínicos de Hollywood pensaron que de ese modo Grant intentaba ganar algunos votos judíos para los próximos Oscars, ignorando por lo visto que llevaba años colaborando con varias organizaciones caritativas judías).

Operación Whisky fue el bombazo de aquella Navidad y una de las películas más taquilleras de Grant, pues recaudó más de seis millones de dólares en las primeras semanas de proyección en todo el país. De todas formas, supuso en cierto modo una decepción para Grant, porque recaudó ciento cincuenta mil dólares menos que Charada, dos millones y medio menos que Suave como visón y tres millones menos que Operación Pacífico. Grant seguía siendo garantía de éxito, pero el mensaje que leyó en las recaudaciones decrecientes fue que su atractivo popular iba menguando, debido a lo cual se mostró más accesible que nunca con la prensa y creó y dirigió su propia campaña para ganarse a los votantes de la Academia.

Parecía que valía la pena hacer ese esfuerzo. Incluso antes del gran estreno de la película, todos en Hollywood decían que Grant se llevaría el Oscar por su interpretación de hombre desaliñado. En su columna del Hollywood News, la periodista Sheilah Graham afirmaba que, después de haber visto la película en un pase para la prensa y tener la extraordinaria oportunidad de entrevistar al actor, se sentía orgullosa de anunciar:

… la última película de Cary Grant, Operación Whisky, es la mejor de toda su carrera. Aparece con unas zapatillas sucias, ropa raída, barba y estaba a punto de decir que sin glamour, pero no es cierto. Está ahí y siempre estará.

Charlé con Cary Grant durante su estancia de veinticuatro horas en Nueva York, después del preestreno de la película, y me dijo algo sobre su éxito. No es algo que suceda al azar. Todos los pasos están perfectamente planeados, igual que un arquitecto cuando construye un buen edificio. Vuelvo al tema en un minuto.

Antes debo hacer una corrección a mi predicción de los premios de la Academia al mejor actor del año. Ayer dije que Rex Harrison sobresale por encima del resto [por My Fair Lady], Eso ya no es cierto… En mi bola de cristal veo un Oscar para el señor Grant.

A pesar de —o quizá para frustrar— la gran apuesta de Grant, la mayoría de los venerables miembros de la Academia reavivaron sus viejos recuerdos del actor, y pocos eran positivos. Aquel febrero, cuando se anunciaron las candidaturas a los Oscars de 1964, Operación Whisky, pese a la cuidada campaña publicitaria de Grant, quedó fuera de casi todas las categorías importantes, entre una lista de películas excelentes. Las nominadas a mejor película fueron: Becket, de Peter Glenville; Teléfono rojo, ¿volamos hacia Moscú?, de Kubrick; Mary Poppins, de Robert Stevenson, y Zorba el griego, de Michel Cacoyannis. Los candidatos a mejor actor fueron Richard Burton y Peter O’Toole (Becket), Anthony Quinn (Zorba), Peter Sellers (Teléfono rojo) y el ganador, Rex Harrison.

Operación Whisky recibió tres nominaciones, todas en categorías ajenas a la interpretación: mejor guión original, que ganó (S.H. Barnett, Frank Tarloff y Peter Stone); mejor montaje, que se llevó Mary Poppins, y mejor sonido, que consiguió My Fair Lady.

Según sus amigos, para Grant fue un mazazo que ni siquiera le nominaran, y juró una vez más que no volvería a la ceremonia de los Oscars. A partir de entonces, dedicó todos sus esfuerzos a tener un hijo.

El verano de 1965, Grant decidió que había llegado el momento de que él y Cannon, que había terminado su gira nacional con How to Succeed, se casaran. Le había propuesto matrimonio varias veces durante los tres años que llevaban juntos, pero ella no quería comprometerse. Entonces, en junio, Cannon le anunció que estaba embarazada, por lo que él volvió a sacar el tema. Esa vez ella dijo que sí; se casaría con él de inmediato, antes de que terminara el fin de semana.

Consiguieron la licencia matrimonial en Godfield, una pequeña ciudad del desierto, trescientos kilómetros al noroeste de Las Vegas, donde no había periodistas, y luego se fueron a Las Vegas. Para garantizar la privacidad, Grant recurrió una vez más a Howard Hughes, que se ocupó de todos los trámites. Hughes contrató a James Prennen, un juez de paz de Las Vegas, para celebrar una ceremonia en secreto en el Desert Inn, un hotel de la ciudad propiedad del multimillonario. Inmediatamente después Cary Grant, que contaba entonces sesenta y un años, viajó con la novia, de veintiocho, a Bristol, en un avión privado cedido por Hughes, para presentársela a su madre.

Durante su estancia en Inglaterra, en la prensa estadounidense empezaron a aparecer rumores sobre la «inminente» boda de Grant y Cannon. A fin de evitar un asedio innecesario, Grant escogió a Roderick Mann, del británico Sunday Graphic (desairando a su «cobiógrafo» Joe Hyams, que había intentado ponerse en contacto con él para confirmar el rumor que se extendía por todo Hollywood), para anunciar que, en efecto, se había casado con Dyan Cannon. «Se lo digo únicamente porque usted me ha preguntado. Son muchos los que insinúan que estamos pensando en casarnos, que estamos a punto de casarnos o que ya estamos casados, pero nadie ha venido a preguntarlo»[299].

La noticia apareció el domingo siguiente en el Graphic y de inmediato llegó a los titulares de los periódicos de todo el mundo.

Cuando volvieron a Los Ángeles, Cannon reveló a la prensa que estaba embarazada. Aquella noche, Grant celebró el anuncio público de su esposa llevándola a un palco de lujo del estadio Dodger, donde cenaron perritos calientes, patatas fritas y refrescos, mientras vitoreaban, vitoreaban y vitoreaban al equipo local. Según dijo Grant más adelante a un amigo, nunca fue más feliz.

Por desgracia ese sentimiento no duraría mucho.