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No hay nadie a quien no le guste Cary Grant. Es una figura de Hollywood, eso es innegable… Superó el final de su propia carrera de un modo que probablemente no se repetirá[257].

Warren Hoge

En febrero de 1957 Cary Grant, pese a haber estrenado una sola película en tres años, volvió a los primeros puestos de las encuestas de popularidad, donde consiguió el tercer lugar entre los diez actores más famosos del año[258]. Tú y yo, su nuevo proyecto, era la primera de las dos películas que debía rodar como parte del contrato que había firmado con el productor Jerry Wald y, a su vez, formaba parte de un contrato entre este y la 20th Century-Fox por varias películas. Era un remake de la lacrimógena Tú y yo, dirigida por Leo McCarey en 1939 y protagonizada por Charles Boyer, uno de los grandes galanes europeos de los inicios del cine sonoro, e Irene Dunne, una de las compañeras de reparto preferidas de Grant. Wald, que pertenecía a la última hornada de productores independientes, caracterizados por su dinamismo (muchos creyeron que ¿Por qué corre Sammy?, la novela de Budd Schulberg sobre Hollywood, se inspiraba en él, ofreció a McCarey la posibilidad de dirigir una versión modernizada de su propia película, en color y pantalla ancha, con la condición de que aceptara a Cary Grant para el papel principal.

McCarey, que no había conseguido volver a la lista de los directores que contaban con el favor de Grant, sabía que nunca aceptaría interpretar un personaje que había creado otro actor. Aun así, le hizo la obligada propuesta pensando que, una vez Grant la rechazara, se lo comunicaría a Wald y buscaría una alternativa viable. Para su sorpresa, Grant aceptó inmediatamente y Wald dio luz verde al proyecto.

Tú y yo contaba básicamente la misma historia que la primera versión y, de hecho, la misma historia, con mínimas variaciones, que se ha contado mil veces desde los albores del cine: chico encuentra chica, chico pierde chica, chico recupera chica. En esta versión Nick Ferrante (Grant) está comprometido con Lois Clark (Neva Patterson), una acaudalada heredera de quien no está enamorado. A bordo de un crucero con destino a América que ha zarpado de Nápoles, ciudad adoptiva de Ferrante, este conoce a Terry McKay (Deborah Kerr), que está a punto de casarse con Kenneth Bradley (Richard Denning). Nick y Terry se enamoran, pero acuerdan que han de cumplir con sus compromisos previos y planean verse de nuevo en el futuro para saber qué ha sido de sus vidas. En ese aciago día, un taxi atropella a Terry, que queda paralítica. Nick, al ver que ella no se presenta a la cita, consigue localizarla y le declara su amor, sin importarle que sea una «inválida». Y parten juntos y felices hasta el ocaso de sus vidas.

Entre las películas lacrimógenas estrenadas aquel año, lo que distinguía la nueva versión de McCarey del resto era la intensa química entre los dos protagonistas. A los cincuenta y tres años, Grant ofrecía en la pantalla una belleza sobrenatural e irradiaba refinamiento, sofisticación, madurez y una enorme capacidad de amar y ser amado. Junto a Kerr, de treinta y un años, desplegaba su lado más cautivador, cortés y ocurrente, que apenas había mostrado en Hollywood últimamente. En la película ambos vivían una relación educada, contenida, sincera y civilizada, que sin embargo proyectaba una pasión que desbordaba la pantalla. Bajo la inteligente dirección de McCarey, el filme emocionó al público femenino, cuyo deseo común por Grant personificó la inofensiva calidez de Deborah Kerr.

La imagen de Grant en la pantalla, más inmaculada que nunca, fue la máscara perfecta tras la que se refugió de los problemas de su vida privada. Y es que mientras rodaba Tú y yo Sophia Loren y Carlo Ponti llegaron a Hollywood. La pareja se hospedaba en el hotel Beverly Hills, mientras Ponti negociaba para Loren un contrato por varias películas con la Paramount. En cuanto Grant se enteró, empezó a enviar flores cada día a la actriz, sin importarle la presencia de Ponti y ajeno a la depresión de Drake, que se agudizaba ante el evidente enamoramiento de su marido. Por su parte, Loren no atajó el educado galanteo de Grant, sino que lo usó para obtener lo que realmente deseaba, un anillo de boda de Ponti, que solo podría conseguir si el Vaticano concedía la nulidad al productor. Loren empezaba a pensar que Ponti utilizaba su primer matrimonio como una excusa perfecta y quiso ponerlo entre la espada y la pared con un supuesto amor por Grant.

Durante el rodaje de Tú y yo, un cámara que tomaba un primer plano de Grant se fijó en que tenía un bulto en la frente. El actor afirmó que lo tenía desde que había colaborado con la United Service Organization, cuando tuvo que llevar un casco de acero que no le iba bien. El estudio insistió en que se lo examinara un médico, y después de realizarle varias pruebas le diagnosticaron un tumor benigno. Grant lo organizó todo para que se lo extirparan después de terminar el rodaje y antes de empezar su nueva película, Bésalas por mí, un nuevo proyecto de Ward, que dirigiría Stanley Donen.

Dos días antes de la operación, Grant acudió por sorpresa, por primera vez desde hacía dieciséis años, a los premios de la Academia de marzo de 1957. La razón era que su buena amiga Ingrid Bergman, nominada como mejor actriz de 1956 por su interpretación en Anastasia, le pidió que aceptara el Oscar en su nombre si se lo concedían. Bergman seguía «exiliada» en Europa por haber cometido el crimen de enamorarse del director italiano Roberto Rossellini, que estaba casado, durante el rodaje de Stromboli, en 1949, y tener un hijo con él fuera del matrimonio. Cuando el escándalo llegó a los titulares de la prensa estadounidense, la actriz sueca, que seguía casada con su marido y tan solo dos años antes había alcanzado una gran popularidad, tras protagonizar varios éxitos de Hollywood (entre ellos Casablanca, de Michael Curtiz, y Encadenados, de Alfred Hitchcock), no pudo encontrar trabajo. El boicot duró ocho años, hasta 1957, cuando su larga relación con Rossellini llegó a su fin. Ese mismo año la Academia la «perdonó» y nominó por Anastasia, una producción británica de Anatole Litvak. Grant, que fue una de las pocas estrellas que apoyaron a Bergman durante su calvario, anunció públicamente que consideraba un honor representarla en la ceremonia de los Oscars.

Grant aprovechó la oportunidad para avergonzar esa noche a la vieja guardia de la Academia. Cuando se pronunció el nombre de Bergman, avanzó orgulloso hacia el escenario del teatro Pantages y dijo ante el micrófono, con tono amable pero firme: «Querida Ingrid, estés donde estés, nosotros, tus amigos, queremos felicitarte, y esperamos que estés tan contenta como nosotros lo estamos por ti».

Grant ingresó en el hospital Cedars of Lebanon al día siguiente. Le aterrorizaban las intervenciones quirúrgicas y temía que el bisturí de los médicos desfigurara su rostro. Drake se ofreció a hipnotizarlo para calmarle antes del difícil trance y, para su sorpresa, él aceptó. Poco después, Grant explicó la operación: «Una vez consulté por el tumor a sir Archibald Maclndoe, el gran cirujano británico. Me dijo que para extirparlo tendría que estar un mes sin trabajar. Yo no podía permitirme tanto tiempo. Pedí a Betsy que me hipnotizara antes de la operación. Ella me dijo que debía estar tranquilo e incluso disfrutar con la intervención. Y eso es lo que hice. El cirujano usó anestesia local. Por lo que mí respecta, fue como si me cortaran el pelo. No quedó cicatriz»[259].

Drake atribuyó la rápida recuperación a la hipnosis y, animada, instó a Grant a que una vez más siguiera su consejo y se sometiera a psicoanálisis. A la relativamente avanzada edad de cincuenta y tres años, Grant, en un intento por salvar su matrimonio, aceptó ir al psiquiatra por primera vez en su vida.

Mientras Grant terminaba de rodar su siguiente película, Bésalas por mí, se estrenaron Orgullo y pasión y Tú y yo. La primera fue un fracaso comercial, lo que representó una gran decepción para Grant; pero la segunda cosechó uno de los mayores éxitos de 1957. El mensaje del público parecía claro: prefería al Grant moderno, refinado y romántico antes que al Grant vestido de época, exótico y rural.

Una vez concluida la tercera película del año, el actor estaba listo para empezar la cuarta, Cintia, dirigida por Melville Shavelson, una comedia ligera que transcurre en la casa flotante del adinerado viudo Tom Winter (Grant). Allí, rodeados de una pandilla de crios, surge el amor entre la criada Cintia Zaccardi (Sophia Loren) y el patrón. Grant se había comprometido a hacer la película antes de Orgullo y pasión, con Betsy Drake como coprotagonista. Sin embargo, mientras estuvo en España, consiguió en secreto la autorización de Ponti para que Sophia Loren reemplazara a Drake en el papel principal.

Con la producción a punto de empezar, Grant creyó que había llegado el momento de dar el paso definitivo hacia la diosa del sexo italiana. Desdichadamente, no funcionó como él esperaba. De modo que descargó su frustración y su ira sobre Shavelson, que tuvo que soportar que el actor criticara hasta el mínimo detalle. En realidad, lo que enfureció a Grant fue que Loren se presentara todos los días del brazo de Ponti, sobre todo cuando se enteró por la columna de Louella Parsons de que un fin de semana, durante la filmación, Ponti se escabulló con Loren, consiguió un divorcio rápido en México y se casó con ella.

Cuando regresaron los recién casados, Grant, al finalizar la jornada de rodaje, besó en la mejilla a la radiante Loren, estrechó la mano del sonriente Ponti y les deseó toda la salud y felicidad del mundo. Al día siguiente, con un maravilloso esmoquin confeccionado a medida, Grant «se casó» con una luminosa Loren en la escena cumbre de la boda, mientras Ponti, junto a la cámara, observaba con atención sus movimientos.

Ese día, por la noche, Grant, solo y algo bebido, se sentó en su compartimento favorito del Chasen’s, al fondo del local, lamentándose por haber «perdido a Sophia para siempre». Al menos para uno de sus amigos, el productor Bill Frye, la pérdida, al igual que el romance, solo había tenido lugar en la torturada imaginación de Grant. «No fue más que una especie de larga fantasía que él se inventó —contó Frye—. Sophia Loren nunca había sido suya, de modo que no podía perderla. No fue más que otra de sus locas fantasías románticas, que no podían acabar de otra manera»[260].

Al día siguiente Grant recurrió de nuevo al tratamiento especial y experimental que le había aconsejado su esposa; y recibió su trigésima dosis consecutiva de LSD de esa semana.