25

El resultado de vivir en la realidad es mucho más satisfactorio que el de vivir en la irrealidad. Larry Olivier dijo: «Un actor se pasa la vida siendo alguien que no es. No somos nosotros mismos. Somos el producto de guionistas, directores y productores». A mí me parece mucho más interesante la realidad[245].

Cary Grant

Durante los meses siguientes, Cary Grant y su esposa, Betsy Drake, viajaron con plácida sencillez alrededor del mundo, hicieron turismo y buscaron a las personalidades de las diversas religiones, la mística y la psicología, que para ellos eran mucho más importantes que cualquier jefe de Estado. Si de Grant hubiera dependido, habrían vivido así el resto de su vida.

En Extremo Oriente, recorrieron Hong Kong y Tokio, donde, sin agentes publicitarios, representantes, prensa, patrocinadores ni equipos de televisión, pasaron varios días visitando a los soldados estadounidenses heridos en la guerra de Corea y hospitalizados en Japón. Tras hacer lo mismo en Singapur, Grant escogió Tánger como su siguiente destino porque, según le contó a Drake, quería visitar a su ex esposa, Barbara Hutton; añoraba a Lance, el hijo de ella, con quien esperaba pasar unos días. A Drake le pareció bien.

Durante la visita Hutton, que se mostró sorprendentemente amable, se ofreció a financiar una película independiente para Grant, cuyo tema podría elegir él, siempre y cuando se rodara por completo en Tánger. Era una oferta muy tentadora, pero el actor la rechazó. Luego Hutton le anunció que pensaba casarse con el playboy internacional Porfirio Rubirosa, y el buen ánimo de Grant se vino abajo[246].

Grant y Drake dejaron Tánger y, mientras atravesaban Francia en dirección a Bristol, Grant recibió un telegrama de Dore Schary, que le preguntaba sobre la posibilidad de que volviera inmediatamente a Hollywood para filmar una secuela de La mujer soñada, aún sin estrenar. En aquel momento Grant, todavía deprimido por la visita a Hutton, estaba más que dispuesto a cancelar el resto de su «eterna luna de miel» y el prometido y largamente pospuesto encuentro entre su mujer y su madre. En el telegrama de respuesta le informó a Schary de que el 20 de marzo Drake y él estarían de vuelta en Los Ángeles, y que estaría encantado de hablar del nuevo proyecto.

La película que le llevó de regreso a Estados Unidos y lo sacó de su retiro tenía el sugerente título de The Honeymoon is Over.

En cuanto la pareja llegó a Hollywood, el siempre voluble Grant ya quería marcharse, incluso antes de reunirse con Schary. Compró una espaciosa villa de estilo mexicano en Palm Springs con la intención de que fuera su residencia permanente[247]. En el patio se encontraba lo que él denominaba «mesa de negociación», una amplia zona con un gran taray en el centro, donde Grant se sentaba a leer guiones y Drake a leer, escribir y pintar. La vida que llevaban en el desierto (lo que Drake llamaba su incursión en el arte de vivir con sencillez) consistía en levantarse temprano, cabalgar hasta ver la salida del sol y volver a la casa para preparar el café y los huevos con beicon que tomaban para desayunar. Casi todos los días Grant nadaba al menos una hora. Desde que había compartido con Randolph Scott la casa de la playa, no hacía tantos largos de piscina con regularidad, y ahora notaba cómo su cuerpo recuperaba la agilidad y la soberbia forma física que había mantenido durante tantos años. A menudo la pareja realizaba largas cabalgadas para ver la puesta del sol, cocinaban carne y verduras bajo la luna del desierto y daban cuenta de los pasteles o las tartas que para esas ocasiones les preparaba su cocinera, una de las dos únicas personas que tenían a su servicio a media jornada. Drake a veces tocaba la guitarra y cantaba para Grant, y cuando estaba sola continuaba con sus estudios espirituales. Por las noches, cuando Grant no podía dormir, dejaba que practicara la hipnosis con él; y al menos una vez cada quince días conducía durante tres horas hasta Las Vegas, acompañado de Drake, no para apostar, cosa que no le interesaba, sino para ver espectáculos. (Era Hughes quien programaba su itinerario y corría con los gastos de la suite del hotel). A Grant le encantaban los espectáculos de los clubes nocturnos de la ciudad, que le recordaban sus inicios en el mundo del vodevil.

Por fin empezó a leer el guión de Schary, que le había entregado un mensajero y que estuvo varias semanas en el salón sin que siquiera lo abriera. Cuando iba por la mitad, decidió rechazar la secuela de Una mujer soñada. La razón, según le dijo a Schary, era que no tenía gracia.

Pasaban los meses y a Grant continuaban ofreciéndole películas importantes que, por un motivo u otro, rechazaba, para gran satisfacción de Drake, que prefería que se quedara en casa con ella y explorara la aventura de su vida en común. Entre los proyectos que rechazó en ese período estaba Vacaciones en Roma (1953), de William Wyler, junto a Audrey Hepburn. El papel se lo dieron a Gregory Peck y la película ganó tres Oscar. Por otro lado, Selznick quería que protagonizara la versión cinematográfica de la popular novela de Scott Fitzgerald Suave es la noche, junto a Jennifer Jones. De hecho a Grant le apetecía hacerla, pero declinó la oferta por lealtad hacia Irene Mayer; sabía que no se sentiría cómodo trabajando con Jones. El proyecto se archivó y diez años después la Fox hizo la película, dirigida por Henry King, con Jason Robards en el papel de Dick Diver y Jennifer Jones en el de su mujer, Nicole.

Warner le propuso trabajar en la nueva versión de Don Quijote que durante tanto tiempo había querido interpretar, con Cantinflas, el astro de la comedia mexicana, en el papel de Sancho Panza. Grant lo pensó durante un tiempo y luego dijo que no. David Lean lo quería para El puente sobre el río Kwai (1957). William Holden interpretó el papel que Grant rechazó y el filme ganó varios premios de la Academia, entre ellos el de mejor película. Tampoco aceptó ser el protagonista de Sabrina (1954), de Billy Wilder, que hizo Humphrey Bogart (con Audrey Hepburn y William Holden), ni el papel de Sky Masterson en Ellos y ellas (1954), de Joseph L. Mankiewicz, que acabó interpretando Marlon Brando.

Entretanto, hubo un proyecto que Grant quiso que la MCA comprara para él. Cuando estaba en Nueva York, vio en Broadway Bell, Book and Candle, una comedia ligera sobre un hombre que se enamora de una hermosa bruja. Grant pensó que era ideal para Drake y para él. Sin embargo, cuando fue a ver a Jules Stein para hablar del tema, descubrió que la MCA lo había comprado para James Stewart, quien, según le dijo Stein, era el cliente favorito de Lew Wasserman. Grant se enfadó tanto que pensó en echar a Wasserman de su equipo de agentes.

El único director capaz de conseguir que Grant abandonara su retiro fue el hombre cuyos métodos y películas seguían estimulándole e intrigándole, y para quien creía haber hecho las mejores interpretaciones de su carrera. Cuando Alfred Hitchcock le preguntó si podía visitarle en Palm Springs para ofrecerle un guión, Grant, pese al mudo consejo de Drake de que dijera que no antes de que fuera demasiado tarde, afirmó que tanto él como Drake estarían encantados de tener como invitados al cineasta y a su esposa.

Aunque no dijo nada, Drake estaba en contra de que Grant volviera al cine. Su vida en el desierto era, desde su punto de vista, poco menos que idílica. Se preguntaba por qué quería él abandonarla. Ella, desde luego, no quería. Además, habían acordado mantenerse al margen del cine para pasar juntos el máximo tiempo posible. ¿Acaso eso no era suficiente para él?

La respuesta era no. Aunque había habido al menos dos proyectos que tentaron mucho a Grant (Vacaciones en Roma, de Wyler, y El puente sobre el río Kwai, de Lean), rechazó ambos por el bien de su matrimonio. Sin embargo, la situación estaba a punto de cambiar con la llegada de Alfred Hitchcock, que se presentó en el tórrido desierto con su habitual traje azul, camisa blanca y corbata, y un guión bajo el brazo que resultó irresistible para Grant.

Como Grant, Hitchcock había tenido una serie de altibajos después de Encadenados, con la que había conseguido un éxito indiscutible. En cambio, su siguiente película, El proceso Paradine (1947), que protagonizó Gregory Peck y fue el último proyecto conjunto de Selznick y Hitchcock, no fue tan bien. Luego el público le dio la espalda cuando hizo La soga (realizada en 1948 por Transatlantic Pictures, una compañía cinematográfica independiente anglo-estadounidense), protagonizada por Jimmy Stewart y Farley Granger, y rodada en un único plano-secuencia, cuyo argumento se basa libremente en el caso de los asesinos de Leopold y Loeb. Atormentada (1949), la siguiente película, fue otra decepción. Luego vino Pánico en la escena (1950, Warner-First National), que fue una victoria a medias: los críticos la aprobaron, pero el público la rechazó. No fue hasta Extraños en un tren (1951, Warner-First National) cuando Hitchcock recuperó su toque mágico. Fue un éxito espectacular en todos los sentidos, gracias al guión (primer borrador) del gran Raymond Chandler y al trabajo de Farley Granger y Robert Walker Jr. en las mejores interpretaciones de sus respectivas filmografías. Fue la película que devolvió el lustre perdido a la carrera de Hitchcock.

El director volvió a tropezar con Yo confieso (1953, Warner-First National), que interpretó Montgomery Clift en un papel que no era apropiado para él: el de un sacerdote que conoce la identidad de un asesino. Luego llegó de nuevo a lo más alto con su popularísima versión del gran éxito de Londres y Broadway Crimen perfecto (1954, Warner-First National), rodada originalmente en tres dimensiones, pero que se proyectó casi siempre en pantalla plana, en cuanto aquella moda efímera pasó. Al público le encantó Crimen perfecto, sobre todo la cautivadora presencia de la actriz protagonista, Grace Kelly[248]. Hitchcock rodó su primera película con la Paramount, la magnífica La ventana indiscreta (1954), que le situó definitivamente entre los directores de primera fila. Hitchcock quería hacer una película igual de impactante, un producto que lo mantuviera en la estratosfera crítica y financiera. Esa película, en su opinión, sería Atrapa a un ladrón, y para él solo Cary Grant podía estar a la altura del papel del ladrón de joyas apuesto, felino y reformado que roba a Grace Kelly el corazón.

Para satisfacción de Hitchcock, a Grant le encantó el brillante guión de John Michael Hayes, adaptación de la novela de David Dodge. Hitchcock lo había encontrado en los archivos de los proyectos no realizados de la Paramount, adonde fue a parar después de que el estudio lo considerara inviable. Antes de abandonar el desierto Hitchcock consiguió que Grant se comprometiera a protagonizarla.

Poco después Hitchcock anunció que había contratado a la hermosísima Grace Kelly como protagonista femenina. Desde Solo ante el peligro, Crimen perfecto y La ventana indiscreta era una de las actrices más solicitadas de Hollywood. Durante el rodaje de La ventana indiscreta, Hitchcock, siempre reprimido, se había enamorado perdidamente de ella, como por otra parte le sucedía con la mayoría de las rubias que protagonizaban sus películas, y estaba impaciente por emparejarla con su álter ego cinematográfico favorito, Cary Grant. El hecho de que cuando empezó el rodaje Grant acabara de cumplir cincuenta años, mientras Kelly solo tenía veinticinco, exacerbó el deseo de Hitchcock de verlos unidos sentimentalmente en la pantalla.

En Atrapa a un ladrón, John Robie (Grant) es un ladrón de joyas particularmente ágil, que tenía fama de ser uno de los mejores cacos del mundo antes de que se retirara del negocio y se reformara. Por lo visto Robie tiene la habilidad de retroceder en el tiempo y recobrar la pasión de su añorada juventud cuando conoce a la atractiva heredera Frances Stevens (Grace Kelly), que, mientras pasa las vacaciones en la Riviera con su tía Jessie Stevens (Jessie Royce Landis)[249], se ofrece voluntaria como cebo para ayudar a «atrapar» al ladrón, y de paso atrapa sentimentalmente a Robie.

En una escena Frances, para alardear de su collar, alza hacia la boca de Grant su espléndido y tierno busto, que se muestra desde abajo (tan cerca como permitían los censores), mientras murmura con los labios húmedos y la mirada penetrante: «Si realmente desea ver los fuegos artificiales, es mejor con las luces apagadas… Tengo la impresión de que esta noche va a disfrutar usted de una de las vistas más fascinantes de la Riviera… mire… tóquelo… ¿alguna vez le han ofrecido un manjar mejor?».

Robie responde: «Usted sabe tan bien como yo que este collar es una imitación».

Frances replica: «¡Bien, pero yo no!».

Robie no puede resistirse. Ambos se adentran en la oscuridad para besarse y la cámara pasa a mostrar los fuegos artificiales. Desde el punto de vista de Hitchcock, el mayor atraco de Robie es la piedra preciosa que representa la juventud de Frances, una conquista soñada que consuma por poderes, a través del Robie de Grant. Es un robo en el que en última instancia Frances «atrapa» a Robie con el lazo hitchcockiano del amor peligroso, hermoso y un tanto masoquista.

Aunque Robie —¿robber («ladrón»)?— insiste en que está retirado y ha pagado sus delitos colaborando con la Resistencia francesa durante la Segunda Guerra Mundial, se convierte en el principal sospechoso cuando se produce una serie de robos de joyas. Todos los miembros de las fuerzas del orden creen que él es el ladrón. Cuando lo niega, las autoridades le emplazan a atrapar al verdadero delincuente. A fin de probar su inocencia Robie debe «convertirse» en el ladrón para atraparle. La atracción que siente por Frances le lleva de vuelta al mundo de su apasionada juventud, carente de normas y sexualmente libre. Al final Robie atrapa al verdadero ladrón, que resulta ser una joven, hija de uno de sus antiguos colegas.

Mientras Grant se entregaba entusiasmado a su papel, Drake no estaba nada contenta de que su marido rodara escenas de amor con Grace Kelly, quien, según tenía entendido, acostumbraba a acostarse con sus compañeros de reparto. Cuando le comentó a Grant dicha preocupación, antes de que él se fuera de Estados Unidos, él se echó a reír y dijo que eso era algo que no debía preocuparle. Drake probablemente no comprendió del todo lo que quería decir y por lo tanto no aceptó esa respuesta. De ese modo empezó una discusión entre ambos que se prolongaría durante la filmación de la película. Cuando en mayo de 1954 embarcaron hacia la Costa Azul, donde tendría lugar el rodaje, apenas se dirigían la palabra.

De hecho, la incómoda presencia de Drake en Francia pudo ayudar a Grant a dar a su actuación el enfoque de realidad que necesitaba para interpretar a Robie. En la película el ladrón insiste en que está retirado, cosa que a las autoridades les cuesta creer. En la vida real Grant había anunciado en dos ocasiones su retirada del cine, a pesar de lo cual volvía a rodar una película. En la película Robie se siente atraído por Frances, una preciosa rubia a la que dobla la edad. En la vida real Grant estaba casado con una rubia preciosa a quien doblaba la edad. En la película Robie, a fin de demostrar su inocencia, ha de volver a participar en un último robo para atrapar al verdadero ladrón. En la vida real Grant abandonó su retiro para hacer una última película que demostrara que seguía siendo una estrella de primer orden. En la pantalla, el resultado de todos esos paralelismos fue el éxito. En la realidad, las consecuencias de ese éxito resultaron desastrosas.

La ya obligada escena del coche de Hitchcock y Grant se produce cuando Kelly (resulta sobrecogedor pensar que fue en la misma carretera en la que años después Kelly encontraría la muerte) conduce, con Grant a su lado, por las largas y serpenteantes corniches de la Costa Azul, en dirección al lugar donde van a hacer un picnic (durante el cual ella le dará a escoger el muslo o la pechuga de su cesta de viandas). Es la joven Francés, en cierta forma temeraria y sexualmente agresiva, quien conduce (gobierna, seduce) a Robie. Él se conforma con dejarle llevar el timón de momento, pero acertadamente intuimos que será Grant quien ocupe el asiento del conductor al final de la película. En una escena que recuerda otra con Hepburn en La fiera de mi niña, y anticipa una con Eva Marie Saint en Con la muerte en los talones, Grant agarra al «verdadero» ladrón por las muñecas, mientras la balancea en el vacío desde el tejado, para obligarla a confesar.

Durante el rodaje Grant y Drake se alojaron en el famoso hotel du Cap, y el resto del reparto y el equipo, en el Carlton de Cannes (excepto Kelly, que se quedó con su amante, Oleg Cassini, en una villa privada). Muchas noches, Grant y Drake salían con Kelly, Cassini y los Hitchcock para cenar a la luz de las velas en alguno de los pequeños restaurantes que salpicaban las laderas de las montañas del sur de Francia. Los fines de semana navegaban juntos. Grant confiaba en que Drake y Kelly se hicieran amigas para que se desvanecieran los temores de su celosa esposa.

No fue así. Al contrario, el descontento de Drake aumentó debido a lo que ella percibía como una actitud cada vez más cariñosa de su esposo no hacia ella, sino hacia Kelly. Ya se debiera al típico enamoramiento de Grant por sus compañeras de reparto —el único «método» interpretativo en el que confiaba (y una obsesión que compartía con Hitchcock)— o simplemente al hecho de que se sentía más a gusto, más real, más al mando y, por lo tanto, más cómodo con Kelly (una versión idealizada de Drake), lo cierto era que la pasión que exudaba a su lado en la pantalla era innegable, lo bastante palpable para que Drake se sumara a la neurótica confusión de realidad y ficción en la que se basaba en gran parte la colaboración de Hitchcock y Grant.

Cuando acabó la película y Drake y Grant regresaron al idílico paisaje del desierto, ambos sabían que las cosas habían cambiado irrevocablemente entre ellos. Por lo que a Drake se refería, había perdido parte de su marido a manos de Kelly, Hitchcock y el único amante al que nunca conseguiría vencer: «Cary Grant». Por su parte, él consideraba que ya no tenía nada que decir o enseñar a Drake o, peor aún nada que aprender de ella. Sabía que su momento juntos había pasado. Cuando estaban a solas, él era una especie de figura paternal para Drake. Ella era la hija que nunca tuvo. Pero Drake, cumplidos ya los treinta, era demasiado mayor para sentarse en las rodillas de papá, y Grant, en la cincuentena, se sentía por primera vez demasiado viejo para desear seguir llevándola a caballito.