Lo selecto se asocia siempre al arte y, en el caso de las contadas estrellas que alcanzan la magnitud de Cary Grant, a un arte sutil y superior. En efecto, tanto la evidencia de lo que nuestros ojos han visto como el testimonio que el propio actor ha ofrecido indican que Grant fue más lejos que la mayoría con el personaje que creó en la pantalla. Desde que empezó a mediados de los años treinta sin recurrir apenas a su biografía, construyó sus personajes a partir casi exclusivamente de sus fantasías sobre lo que le hubiera gustado ser desde el principio, sobre lo que ansiaba ser al final[232].
Richard Schickel
Cary Grant se sentía joven y benevolente. Su tercer matrimonio había revitalizado su espíritu y hecho que recuperara la sensación de controlar de nuevo su carrera y su vida, y la de Betsy también. Hacían juntos todo lo que podían y parecían disfrutar de su mutua compañía más que de la de ninguna otra persona. A principios de 1950, dado que ninguno de los dos tenía compromisos profesionales, Drake propuso que dieran la vuelta al mundo en un crucero. Grant rechazó el plan, pues tras su última travesía desde Inglaterra ya no abrigaba ninguna idea romántica sobre los viajes por mar. En lugar de eso, introdujo a Drake en uno de sus pasatiempos favoritos: las carreras de caballos matinales de Hollywood Park. A Grant le encantaban los caballos, cuyos movimientos solía describir como un acto de pura elegancia.
Y le gustaba apostar, aunque durante toda su vida no pasó nunca de los dos dólares. Lo que le apasionaba de las carreras era la acción, el olor a establo de los caballos, sentir el calor del sol entre la multitud, donde siempre había alguna de las grandes estrellas de Hollywood, que se reunían a diario en una zona del parque reservada para hablar, beber, comer, coquetear, citarse, negociar y alguna vez incluso apostar por algún caballo.
Aquella primavera, Grant accedió a intervenir en un par de películas con el único propósito de ayudar a las personas a las que más quería, incluida Drake. Después de eso tenía pensado anunciar oficialmente su retirada y hacer por fin con su mujer el viaje a Bristol que le debía. Aceptó interpretar a un neurocirujano en Crisis, que sería la primera película de Dore Schary para la MGM, adonde el escritor y director fue a parar cuando Hughes le despidió de la RKO. Grant sabía que su aparición en el filme aseguraría el éxito que Schary necesitaba para revitalizar su carrera desde el punto de vista comercial, aunque el guión no fuera nada espectacular.
En Crisis, debut de Richard Brooks como director[233], el neurocirujano Eugene Ferguson (Grant) y su esposa Helen (Paula Raymond) son secuestrados durante una visita a un país indeterminado de Sudamérica. Sus raptores le obligan a operar al dictador Raoul Farrago (José Ferrer) y le advierten que, si su líder muere, él y su esposa correrán la misma suerte. El buen doctor opera a Farrago y le salva la vida; entonces estalla una revolución, asesinan a Farrago y los rebeldes rescatan y liberan a los Ferguson.
Pese a las buenas intenciones de Grant, Crisis fue una mala elección para inaugurar la década de 1950. Realizada con un bajo presupuesto, tanto las deficiencias de producción como la mediocridad de la fotografía en blanco y negro hicieron que, más que una película para la pantalla grande, pareciera un episodio de una serie de aventuras de los primeros tiempos de la televisión. Grant, que no había recuperado el peso que perdió durante su enfermedad, parecía demacrado y más envejecido que en La novia era él. Por primera vez permitió que se vieran las abundantes canas de sus sienes. Aun así, su aspecto desmejorado cuadra en general con el personaje. Con su nombre sobre el título de la película en los carteles, Crisis tuvo suficiente éxito para satisfacer las expectativas del actor: consolidar a Schary en la MGM. El filme supuso también el primer éxito de Brooks, que se sintió agradecido con Grant. Ambos se hicieron buenos amigos durante el rodaje y siguieron siéndolo hasta la muerte del actor. En numerosas ocasiones Brooks le pidió su opinión sobre los guiones. Es poco conocido el hecho de que Grant era uno de los mejores analistas de guiones de Hollywood, capaz de desglosar las partes integrantes de una película y analizar a los personajes, así como el estilo personal de cualquier productor o director con el que hubiera trabajado.
Adelantándose a su tiempo, Grant insistió en que Schary procurara que todos los personajes sudamericanos de la película estuvieran interpretados por actores latinos. De ahí la incorporación de José Ferrer, Ramón Novarro (el Ben-Hur de las películas mudas), Gilbert Roland y Vicente Gómez, entre otros. La toma de conciencia de Grant sobre este asunto se debió al menos en parte a Drake, que asumió la tarea de educar a su esposo, que ya era liberal, respecto a los injustos criterios de reparto que imperaban en Hollywood. En una época en que en Hollywood se acentuaba la polarización política y se exigía saber de qué lado estaba cada cual, Grant, con el apoyo que con orgullo le brindó Drake, se decantó públicamente por la izquierda.
Mientras Grant protagonizaba Crisis, Drake trabajaba en Pretty Baby, para la Warner Bros, donde consiguió un papel gracias a que su esposo insistió discretamente a Jack Warner para que la incluyera en el reparto. Pretty Baby era una anodina comedia protagonizada por Dennis Morgan y Zachary Scott, dos intérpretes cuyo contrato procedía de los años de la guerra, cuando en Hollywood escaseaban los actores y se consideraba un galán potencial a cualquiera que llevara pantalones, midiera más de metro setenta y dispusiera de una prórroga militar.
Seguidamente Grant aceptó trabajar en People Will Talk, de Joseph L. Mankiewicz, una película de la Fox producida por Darryl F. Zanuck.
Era el primer filme de Mankiewicz tras la deslumbrante Eva al desnudo (1950), por la que consiguió dos Oscar, al mejor director y a la mejor película (había ganado otros dos el año anterior por Carta a tres esposas)[234]. Basada en una obra teatral alemana de Curt Goetz que Mankiewicz adaptó, People Will Talk reproduce la creciente paranoia de la era McCarthy. Grant interpreta nuevamente a un médico, Noah Praetorius, con un pasado «misterioso», que da clases en la universidad. Praetorius es objeto de una investigación administrativa dirigida por el profesor Elwell (Hume Cronyn), durante la cual se casa con Deborah Higgins (Jeanne Crain), una joven soltera embarazada, para evitar que se suicide. Más adelante lo exculpan de fuera cual fuese el cargo que el comité pudiera tener contra él.
El guión funcionaba mejor de lo que parece y reflejaba el estilo de líneas arguméntales superpuestas que caracteriza a Mankiewicz. Pese a la magnífica interpretación de Grant, memorable sobre todo en el último plano, cuando dirige extasiado una orquesta sinfónica, la película no interesó al público. Tras una tibia acogida, pronto desapareció de las salas (y apenas se ha proyectado desde entonces). Pretty Baby se estrenó por la misma época y también fue un fracaso comercial. Entonces Grant y Drake decidieron alejarse de Hollywood y pasar una temporada en Palm Springs. Durante su estancia allí, Grant recibió la visita de un viejo amigo que atravesaba una mala racha y necesitaba su ayuda para resucitar su carrera profesional.
Pese a que desde que empezó la década de 1950, Grant no había conseguido ningún éxito arrollador, seguía recibiendo decenas de guiones. Uno en particular se lo entregó en mano su vecino George Cukor cuando fue a visitarle, y era una película que el director consideraba perfecta para el actor. Grant ya había oído hablar del guión, pues durante semanas Sid Luft lo había llevado día tras día para tratar de convencerlo de que al menos lo leyese, a lo que el actor se negó en redondo.
El guión, obra del dramaturgo Moss Hart, un viejo amigo de Cukor, era una adaptación musical actualizada del guión original de William Wellman y Robert Carson de Ha nacido una estrella, que habían protagonizado Fredric March y Janet Gaynor en 1937[235]. Esta fábula sobre la cara oscura de la industria cinematográfica era una versión moderna del Pigmalión, de Shaw. El filme original se basaba en la vida del actor John Gilbert, uno de los grandes del cine mudo, cuya carrera acabó con el paso al sonoro, pues su voz no era adecuada. Cuando estaba en la cumbre, Gilbert se casó con una joven actriz, Virginia Bruce, cuya estrella comenzó a brillar cuando la del actor se apagaba. La película contenía también referencias a los conflictos de B. P. Schulberg en la Paramount, la muerte prematura de Irving Thalberg y Rodolfo Valentino, y el alcoholismo y la trágica decadencia de John Barrymore. Ha nacido una estrella fue uno de los grandes éxitos de taquilla de 1937 y consiguió el Oscar por el texto de Wellman y Carson, nominaciones de la Academia para March, Gaynor, Wellman (director) y David O. Selznick (productor) y un premio honorífico para W. Howard Greene por su innovador uso de la fotografía en color.
Selznick siempre había querido hacer un remake de la película, pero cuando la Selznick International Pictures, asfixiada por las deudas, se disolvió en 1951, el proyecto parecía inalcanzable. Al final vendió los derechos a la Warner Bros, a cambio de veinticinco mil dólares y los derechos cinematográficos de Adiós a las armas, de Hemingway. Jack Warner, que se había mostrado impaciente por conseguir el proyecto para convertirlo en un musical protagonizado por Judy Garland, contrató a Hart para que reescribiera el guión y a Cukor como director.
Cukor consiguió convencer a Grant de que accediera al menos a leer el guión; si después seguía rechazándolo, él no volvería a insistir. Con esa condición, la noche siguiente, en la vecina residencia del director, Grant leyó en voz alta el papel de Norman Maine y Cukor, todos los demás. Tardaron varias horas y, cuando terminaron, Cukor sonrió y le dijo a Grant: «¡Has nacido para interpretar este papel!».
«Desde luego —admitió Grant—. Por eso no lo haré»[236].
La razón fundamental por la que rechazó Ha nacido una estrella era la evidente similitud entre el guión y su propia vida, algo que siempre había procurado evitar. Al igual que Grant, el personaje de Norman Maine es un actor maduro. Maine se casa con una actriz de talento mucho más joven, que es una desconocida en el momento de la boda pero una gran estrella al final de la película. Grant estaba casado con Betsy Drake, mucho más joven que él, y la guiaba en su carrera, al tiempo que se sentía cada vez más cerca del retiro. Maine es un actor egocéntrico, narcisista y frío, que tiene un grave problema con la bebida. En Hollywood muchos consideraban a Grant demasiado distante y narcisista, y aunque no era un alcohólico, al menos no según los patrones de la época, desde luego bebía demasiado.
Así pues, el guión establecía vínculos directos con la intimidad de Grant, sin la esencial redención final que Hitchcock había proporcionado a los personajes que el actor interpretó tanto en Sospecha como en Encadenados. En ambas películas Hitchcock arrastraba a él y al público hasta el límite para, en el último minuto, llevarles de vuelta a la seguridad de un asidero firme y la redención moral. En Ha nacido una estrella Maine se suicida.
Una vez dicho lo que tenía que decir, la velada terminó y Grant se fue. Cukor nunca le perdonó aquel rechazo. Pensaba que como mínimo Grant se lo debía por haber contado con él para La gran aventura de Silvia primero y Vivir para gozar e Historias de Filadelfia después. (Finalmente dieron el papel de Norman Maine a James Mason, que protagonizó la película junto a Judy Garland. Ambos fueron nominados a los Oscar por sus interpretaciones y la película fue uno de los mayores éxitos de 1954)[237].
Grant decidió trabajar en una versión del Don Quijote de Cervantes para la Warner, pero el proyecto nunca llegó siquiera a tener un guión. Un antiguo ejecutivo del estudio lo describió como «uno de esos episodios recurrentes después de casarse con Drake en los que Grant disfrutaba pensando en perseguir molinos de viento»[238]. Cuando el proyecto no fructificó, Jack Warner lo convenció de que protagonizara con Betsy Drake algo llamado Hogar, dulce hogar, una de esas inevitables comedias domésticas, con la que por otro lado finalizaría el contrato por dos películas que la actriz tenía con el estudio.
Dirigida por Norman Taurog, Hogar, dulce hogar describe la difícil situación de Poppy Rose (Grant), un funcionario luchador, y la inverosímil generosidad de su tontorrona esposa Anna (Drake), que se dedica a llevar a casa animales abandonados y niños inadaptados a quienes no quieren ni sus propias familias. Inevitablemente, cuando el airado Grant se queja de que no pueden permitirse ser tan generosos, se da cuenta de lo equivocado de su postura y no solo salva la vida de los niños (uno de ellos consigue la insignia de Eagle Scout), sino que además descubre lo mejor de sí mismo. El estreno de Hogar, dulce hogar se retrasó hasta enero de 1952, después de la temporada navideña, un indicio claro de lo poco que esperaba de ella la Warner en términos de recaudación. Pese a que Drake recibió las mejores críticas de toda su carrera por una interpretación encantadora y divertida —el Hollywood Reporter dijo que estaba soberbia—, tardó cinco años en hacer otra película.
Al parecer ni a Grant ni a Drake les afectó el fracaso del filme. Grant en particular dejó claro a todo el mundo lo poquísimo que le importaba. El único papel que le interesaba en aquel momento era el de alumno de Betsy Drake en las clases particulares que ella le daba sobre el arte de la autohipnosis, que esperaba le ayudara a dejar de fumar. Llegaron al extremo de «decretar» fines de semana sin tabaco. En cuanto al cine, Grant aseguraba que se había retirado para siempre. Según declaró a un periodista de Star Weekly, una revista sobre Hollywood, el motivo era el siguiente: «Las películas románticas deben interpretarlas los jóvenes, no los actores de mediana edad»[239].
En cuanto Grant consiguió convencer a todo el mundo de que sus días en el cine habían terminado, se comprometió con Howard Hawks a interpretar el papel protagonista de Me siento rejuvenecer, una comedia sobre la fuente de la juventud, con un magnífico guión del grupo de veteranos Ben Hecht, I. A. L. Diamond y Charles Lederer, dos de los cuales ya habían trabajado con Grant o Hawks[240].
Lo que atrajo a Grant de la película fue precisamente lo que le había llevado a rechazar Ha nacido una estrella. Ambas abordan el mismo tema, los «peligros» de envejecer, pero con estilos opuestos. En Me siento rejuvenecer, el achacoso químico Barnaby Fulton (Grant), que se dedica a hacer experimentos, da con la fórmula de la eterna juventud. El elixir hace que se sienta sexualmente atraído por su secretaria, Lois Laurel (la emergente Marilyn Monroe), para consternación de la señora Fulton (Ginger Rogers, en una de sus interpretaciones más brillantes y desinhibidas).
El filme es el precursor de comedias sobre conflictos juveniles como Big (1988), de Penny Marshall, protagonizada por Tom Hanks (un actor que muchos vieron como el Cary Grant de su generación). La interpretación de Grant es una auténtica delicia; sus habilidades atléticas le resultan muy útiles cuando el elixir actúa en él y se convierte en un adolescente desgarbado y demasiado cariñoso. Bajo la inteligente y trepidante dirección de Hawks, la película es una especie de homenaje a la mediana edad y al amor maduro, indudablemente preferible a la vacua energía de la pasión adolescente. Además, parodia la permanente negativa de Grant a perseguir a las mujeres en sus películas. Solo persigue a Monroe cuando está bajo los efectos de la droga. Cuando se recupera, vuelve a ser un hombre maduro, es decir, pasivo, casado y feliz.
La película también sirvió para que Hollywood supiera que su futura diosa del sexo tenía tantos problemas como talento. En sus breves apariciones, Monroe reveló su encantador personaje de rubia preciosa pero boba, capaz de levantar a un muerto de la tumba. Además, le robó el protagonismo femenino a Ginger Rogers, madura, seria e igualmente rubia teñida. Sin embargo, por perfecta que Monroe apareciera en pantalla, en el plató las cosas fueron muy distintas.
Durante el rodaje, los titulares de las primeras páginas de los periódicos informaron de que cuando era adolescente Monroe había posado desnuda para un calendario con el fin de ganar dinero, después de que ingresaran a su madre en un manicomio. Cuando se publicó la noticia, Monroe estuvo a punto de sufrir una crisis. Mientras que a los demás miembros del equipo de la película les indignó su comportamiento imprevisible, Grant se mostró comprensivo con ella. Ambas noticias se referían a experiencias que Grant conocía bien: durante una época había trabajado como acompañante masculino (algo de lo que nunca quiso hablar) y también había sufrido a causa de la tragedia vivida por su propia madre. Cuando Monroe ingresó en un hospital debido a «problemas nerviosos», la productora informó a la prensa de que había sufrido un repentino ataque de apendicitis. Entretanto, Hawks quiso despedirla por el retraso que su «enfermedad» estaba provocando, pero Grant le disuadió. El futuro de Monroe en el cine se debió a la compasión de Cary Grant, en un momento en que se la consideraba una rubia boba más en una industria que las compraba a docenas por diez centavos. Si la hubieran despedido entonces, cuando daba sus primeros pasos en el cine, Hollywood seguramente no le habría brindado otra oportunidad.
Aun así, no todo el mundo apreciaba la preocupación de Grant por la joven aspirante a actriz. Joe DiMaggio, bateador de los Yankee, empezaba a salir con Monroe, que una vez lo invitó a acudir al plató para verla trabajar. En cuanto él apareció, encargaron al fotógrafo de prensa del estudio Roy Craft que le hiciera una foto con Monroe y el protagonista de la película, Cary Grant. Al día siguiente casi todos los periódicos del país publicaron una copia ligeramente retocada de la foto. En la original, Monroe exhibe una sonrisa tan amplia como la autopista de Hollywood, y Grant enseñaba bastante dentadura también; solo DiMagio parece incómodo. En la copia que se publicó Grant había desaparecido, a instancias de DiMaggio[241].
Me siento rejuvenecer se estrenó el 15 de septiembre de 1952 y sorprendentemente recibió buenas críticas. John L. Scott, de Los Angeles Times, la consideró hilarante: «¿Han visto alguna vez una película que les hace desternillarse de risa, cuando saben que es boba, absurda e incluso ridícula? Es un placer comunicarles que Me siento rejuvenecer, con Cary Grant y Charles Coburn, es esa clase de película». Sin embargo, pese a las críticas positivas, la película no fue bien y Grant sintió la necesidad de hacer una más. La tres últimas (People Will Talk, Hogar, dulce hogar y Me siento rejuvenecer) habían fracasado en taquilla y no quería retirarse con tres malas notas.
En busca de una película que fuera un bombazo, Grant recurrió una vez más a Dore Schary (para entonces bien asentado en la MGM) y al guionista Sidney Sheldon (que había escrito El solterón y la menor y en aquel momento compaginaba las labores de guionista y director) para que crearan una comedia. Le presentaron algo titulado La mujer soñada, sobre un hombre de negocios, Clemson Reade (Grant), casado con una funcionaria del Departamento de Estado, Effie (Deborah Kerr), que está demasiado ocupada con su cargo para prestarle atención a él. El marido decide abandonarla por una mujer buquistaní que conoce, educada en el arte de «complacer a los hombres». La princesa Tarji (Betta St. John) llega a Estados Unidos y aprende qué es la emancipación femenina (tal como era a principios de los años cincuenta), nada menos que de Effie. Al final todo se soluciona: Clem vuelve con su esposa y todos viven felices para siempre.
Excepto por introducir a Kerr en el universo de las actrices protagonistas de Grant, la película supuso un nuevo fracaso creativo, económico y de crítica, y Grant creyó que era un sino del que nunca lograría escapar. En una industria y un arte que reverenciaban la juventud, ya no podía seguir pretendiendo ser el chico guapo de Hollywood. Le preocupaba que su larga batalla contra la hepatitis hubiera acabado para siempre con su plenitud física de tan solo seis años antes, cuando su estrella había brillado con tanta intensidad en Encadenados. Su piel había perdido tersura y las venas se le marcaban en el cuello. Su cabello, antaño negro y brillante, había adquirido un tono canoso. Sospechaba que la industria le consideraba una reliquia del pasado y que muchos de la vieja guardia estaban impacientes por celebrar su defunción profesional con un «¡ya era hora!».
No iba del todo desencaminado. Pese a su prolongada fama de eterno niño bonito de Hollywood con algo de rey Midas, a principios de la década de 1950 Grant no estaba demasiado solicitado. Su magnífica trayectoria había quedado arrumbada por la inevitable trivialización que acompaña al crimen de envejecer en Los Angeles. El único premio del que se le consideró merecedor en aquel momento fue el que le otorgó Igor Cassini (Cholly Knickerbocker para los lectores de su columna periodística) como actor mejor vestido de 1952 (Irene Dunne ganó el de actriz mejor vestida). Siempre caballeroso, cuando le preguntaron por el tema, sonrió para disimular la humillación y explicó con amabilidad que el secreto de su apostura, residía en la ropa (trajes y camisas confeccionados a medida), y aconsejó a los hombres que quisieran imitarle que no usaran nunca tirantes ni cinturones, sino presillas ocultas en la cinturilla para mantener los pantalones en su sitio. No era exactamente el discurso de aceptación que desde hacía tanto tiempo esperaba pronunciar la noche de los Oscar.
Entrado 1952, Grant y Drake empezaron a salir de Palm Springs para dejarse ver en Hollywood. Habían trabajado en un serial radiofónico basado en Los Blandings ya tienen casa, y una noche invitaron al productor del programa, William Frye, a una cena de gala en Perino’s, para muchos el mejor restaurante de Los Angeles. Aquella noche, a Grant le recordaron la diferencia de edad que había entre él y Drake, algo que suponía que a nadie le importaba. Según recordaba Frye:
Cary estuvo muy misterioso, y tan solo me dijo que me informaría a su debido tiempo de lo que íbamos a hacer. Bueno, había una larga lista de invitados: Cary, Betsy, Leslie Carón y el actor Richard Anderson; mi pareja era la hija de Sharman Douglas, el embajador en Gran Bretaña. Llegué a casa de Cary y fuimos todos al restaurante en una limusina. Cary se sentó delante; Richard y yo, en los asientos plegables, y las mujeres en la parte de atrás.
La cena fue fabulosa, con todos los platós ya encargados, como solía hacer Cary. Después volvimos a la limusina y fuimos al pequeño teatro Biltmore para ver uno de los «regresos» a las tablas más importantes de la historia del mundo del espectáculo: la última función del espectáculo en solitario de Mae West. Qué puedo decir. Mae se movía como si tuviera un motor acoplado al cuerpo, giraba bajo los focos, etcétera. Al terminar Cary nos llevó a los camerinos para saludarla.
Y allí estaba ella, en su camerino, todavía con el traje, los diamantes de imitación, las plumas, un sombrero enorme y un bastón en la mano. Estaba cerca de un ventilador eléctrico, de modo que las plumas se movían. Parecía que estuviera posando. «¡Cary, cariño —le dijo con una enorme sonrisa—, ven a saludar a mamá!»
«Quiero que conozcas a mi esposa, Betsy», dijo Grant. Mae la miró durante unos segundos y dijo: «Vaya, ¿dónde la has encontrado?»[242].
Al cabo de unas semanas Cary abandonó el serial radiofónico cuando dos guionistas pusieron una demanda para recuperar los 25.250 dólares que consideraban se les debían por los guiones escritos que no se habían producido. Cary, que había trabajado en treinta y nueve episodios, estaba aburrido y quiso dejar el programa. Enseguida llegaron a un acuerdo y el serial dejó de emitirse.
La mayoría de las películas que se produjeron después de la guerra en Hollywood —desgarrado por su propia paranoia política, que alimentaba el vengativo Comité de Actividades Antiamericanas, y obligado a someterse mediante la autoflagelación— eran ejercicios de reflexión tristes y fatalistas, torturadas visiones con antihéroes guapos y jóvenes que parecían zombis, Brandos de hombros caídos, Clifts con mirada de demente. Comenzaba a imponerse el método interpretativo de Kazan, un universo en el que Grant se sentía muy incómodo. Por fin decidió anunciar oficialmente al mundo que se retiraba para siempre del cine.
«Era la época de los pantalones vaqueros, los drogadictos, el método —diría más adelante—, y a nadie le interesaba la comedia»[243].
A principios de febrero de 1953, un mes antes de su cuarenta y nueve cumpleaños, Grant convocó una conferencia de prensa para anunciar formalmente su retirada y aprovechó la oportunidad para defender a Charlie Chaplin. Mientras el genial cómico estaba de vacaciones al otro lado del océano, el Departamento de Estado había anulado su visado por considerársele sospechoso de intervenir en actividades comunistas. Poco antes, Howard Hughes se había negado por razones políticas a distribuir Candilejas, la última película de Chaplin, pese a que seguía en vigor el acuerdo entre la leyenda de la pantalla y la RKO, firmado antes de que Hughes comprara el estudio. Grant estaba indignado por esos hechos y quería que el mundo supiera que apoyaba a Chaplin y que estaba en contra de la lista negra, aunque eso significara denunciar a Howard Hughes.
En una declaración de extraordinaria valentía, una demostración de coraje muy poco común en Hollywood a principios de los años cincuenta, Grant, tras anunciar que no haría más películas y que su esposa y él se disponían a tomarse unas largas vacaciones, dijo a los reporteros: «[Chaplin] ha proporcionado enorme placer a millones de personas y espero que vuelva a Hollywood. Personalmente no creo que sea comunista, pero, sea cual sea su filiación política, es algo secundario frente a su grandeza como estrella del espectáculo. —Tras una pausa añadió en voz baja pero firme—: No deberíamos pasarnos de la raya»[244]. Se hizo un largo y denso silencio mientras los periodistas anotaban las palabras de aquella estrella de primera magnitud, que hasta ese día había sobrevivido en Hollywood manteniéndose al margen (en público al menos) de la crispación política.
Una vez pronunciada su declaración, Grant se despidió de los periodistas, después de lo cual Drake y él embarcaron hacia China.