Yo llevaba mucho más tiempo volando que él. No me gustaba demasiado ir de pasajero en un avión pilotado por Hughes, porque en mi opinión no era un gran aviador[221].
Howard Hawks
La mañana del 12 de enero, las primeras planas de todos los periódicos del país anunciaron la terrible noticia en grandes titulares:
¡CARY GRANT Y HOWARD HUGHES
MUEREN EN UN ACCIDENTE DE AVIÓN!
Mientras el mundo esperaba a que se localizaran los restos del aparato, Hollywood se ponía sus mejores galas para el mayor funeral público de todos los tiempos; más multitudinario que el de Carole Lombard, que el de Will Rogers e incluso que el de Valentino en Nueva York.
Entretanto, Grant y Hughes se despertaron bien entrada la mañana en un hotel de Guadalajara, sin saber que el mundo lloraba su desaparición. Mandaron que les subieran el desayuno a la habitación, se asearon y se dirigieron al aeropuerto, donde se enteraron de que se les daba por muertos. En lugar de ir a México D.F., como tenían pensado, regresaron a Los Ángeles.
En cuanto aterrizaron, se vieron rodeados de centenares de periodistas llegados de todo el planeta, que les trataron como a dos héroes fantasmales que de algún modo habían conseguido encontrar el camino de vuelta desde la otra orilla de la laguna Estigia. Tras negarse a hacer declaraciones, Grant finalmente aclaró un poco el misterio explicando a Hedda Hopper:
Lo único que hicimos fue cambiar de planes en pleno vuelo. A Howard no le gustan las multitudes, y a mí tampoco. Así que aterrizamos en El Paso, Howard llevó el aparato a una zona retirada del aeródromo y nos quedamos sentados en él bebiendo café, a la espera de la autorización para seguir hasta México D. F. Cuando nos enteramos de que el tiempo allí era muy malo, decidimos ir a Guadalajara. Al día siguiente alguien nos reconoció y nos dijo: «Amigos, ¿no saben que aparecen en los titulares de los periódicos? Dicen que han desaparecido». Howard y yo nos echamos a reír. Estar desaparecidos nos gustaba mucho. Pensamos que si nadie sabía dónde estábamos podríamos vivir en paz[222].
Aunque Grant jamás lo admitió delante de su amigo, surcar el cielo en compañía del varonil y temerario Hughes siempre le había asustado y entusiasmado a la vez. En aquel momento, después del fallecimiento de Vincent, pensar que ambos podrían haber muerto fue lo que por fin logró que dejara de beber. Su propia «muerte» resucitó su deseo de vivir.
Al cabo de unas semanas Grant anunció que a partir de entonces sería su propio representante en las negociaciones profesionales, para lo cual contaría con el asesoramiento de Stanley Fox, su abogado y buen amigo, y que había vendido todas sus acciones de la agencia artística de Frank Vincent[223].
El anuncio llamó la atención de Jules Stein, que estaba reconvirtiendo Music Corporation of America, una pequeña agencia especializada en bandas de música locales, en la MCA Universal-International, la empresa del espectáculo más poderosa de Hollywood, que aún hoy se conoce como «el pulpo» o «la General Motors de Hollywood». Stein convenció enseguida a Grant de que le iría mucho mejor si contaba con un agente profesional y, para garantizarle que continuaría disfrutando de su independencia, le ofreció un acuerdo que el actor no pudo rechazar. Le prometió que en la negociación de sus futuras películas se aseguraría de que los derechos de los negativos revirtieran en él pasados siete años[224]. Stein, con una gran clarividencia, creía que la televisión era el futuro de Hollywood y que las necesidades de programación harían que las cadenas televisivas fueran a las filmotecas de los estudios de cine. Con el tiempo la genialidad de Stein convertiría a Grant en uno de los hombres más ricos de Hollywood.
Pero aquello aún no era suficiente para Grant, que no estaba dispuesto a ceder la exclusiva de su representación a Stein. Quería que todos los contratos que este consiguiera se sometieran a su aprobación y a la de Stanley Fox, que debía participar en todas las fases de las negociaciones y recibir por ello la mitad del 10 por ciento de comisión que se llevaba la agencia. Fue la única vez que Stein accedió a no ser el representante exclusivo de un artista. A continuación encargó al prometedor agente Lew Wasserman que se ocupara personalmente de los asuntos de Grant, cuyo primer contrato bajo la dirección de la MCA fue el de personaje principal de una película de Samuel Goldwyn largamente esperada: The Bishop’s Wife.
La idea de protagonizar una película pseudorreligiosa en la que aparecía un ángel atrajo a Grant, que pensaba que ese género era especialmente conveniente para los actores, sobre todo durante la lucrativa temporada navideña, que precedía al anuncio de las nominaciones a los Oscars, de modo que los filmes que se habían proyectado en vacaciones aún estaban frescos en la mente de los votantes. Robert Montgomery había conseguido una nominación al Oscar por su papel de fantasma prematuro en la comedia El difunto protesta (1941); Jennifer Jones había ganado un Oscar por interpretar a Bernadette en La canción de Bernadette (1943); Lubitsch fue candidato al Oscar al mejor director por El cielo puede esperar (1943), con Laird Cregar como el diablo, y Bing Crosby se llevó la estatuilla por su interpretación del divino sacerdote de Siguiendo mi camino (1944), al igual que su director, Leo McCarey (el año que Grant fue nominado por segunda vez por Un corazón en peligro). Henry Travers, aunque no optó al Oscar, triunfó en su papel de ángel en ¡Qué bello es vivir! (1946), de Frank Capra, y el propio Grant consiguió uno de sus primeros éxitos interpretando a un despreocupado fantasma en Una pareja invisible.
En un principio Grant quería que su siguiente película fuera Doble vida, de George Cukor y Garson Kanin, sobre la torturada existencia de un actor famoso. Sin embargo, debido a la insistencia de Wasserman, y una vez que Goldwyn dejó claro que estaba dispuesto a pagar lo que fuera para conseguirle, Grant cambió de opinión en el último minuto y se decantó por The Bishop’s Wife, de Henry Koster. Antes de que Wasserman diera por terminada la negociación, Goldwyn había aceptado pagar la increíble cifra de quinientos mil dólares, más de lo que Grant había cobrado hasta entonces por una sola película.
Eso compensó a Grant por un papel y un guión que no le entusiasmaban. Escrita por Leonardo Bercovici, The Bishop’s Wife trata de los problemas del clérigo Henry Brougham (David Niven) y sus singulares intentos, cada vez más desesperados, por conseguir dinero de sus ricos feligreses para construir una catedral nueva, sin prestar atención a nada ni a nadie más, ni siquiera a su encantadora esposa, Julia (Loretta Young). Sus oraciones son atendidas y Dudley (Grant), un ángel, baja del cielo para reordenar las prioridades vitales de todo el mundo, incluidas las de Henry, flirteando con la desatendida Julia. Cuando la relación con esta amenaza con llegar a algo más, Dudley realiza rápidamente el resto de milagros para que Henry consiga su catedral. A continuación lamentándolo mucho, desaparece llevándose consigo el recuerdo de su breve visita.
Niven fue el primer seleccionado para la película y dio por sentado que interpretaría el papel de Dudley, un seductor apuesto, encantador y decididamente angelical. Por el contrario, Henry carece de sentido del humor, es severo, nada romántico y antipático; su paso de la santurronería al autoconocimiento es el tema esencial de la película. Cuando Niven, cuya carrera aún no había recuperado el esplendor que tenía antes de la guerra, se quejó del papel que le habían asignado, Goldwyn amenazó con despedirle.
Las cosas se complicaron aún más cuando Grant expresó su insatisfacción con su papel y le dijo a Goldwyn que, en su opinión, Dudley era «una especie de mago prepotente, insolente y vanidoso»[225], y que no sabía qué hacer con él. Tampoco le satisfacía la elección de Henry Koster, el director a quien Goldwyn había contratado tras despedir a William Seiter y no conseguir convencer a William Wyler de que dirigiera la película. El despido de Seiter hizo que el rodaje se interrumpiera durante seis semanas, hasta que Koster, famoso sobre todo por una serie de películas de Deanna Durbin, estuvo en su puesto. La debacle Wyler/Seiter/Koster molestó a Grant, así como la elección de Loretta Young, con quien había trabajado en 1934 en Born to be Bad. Siempre la había considerado demasiado vanidosa, y el incidente de los bonos falsos no había contribuido a mejorar su opinión acerca de ella.
La frustración de Grant por la lentitud de la producción se tradujo en discusiones diarias con Koster. Le desagradaba todo lo que hacía el director, desde el emplazamiento de la cámara hasta el ritmo de las secuencias cómicas. La tensión en el plató fue en aumento cuando Grant y Young se enfrentaron por las posiciones que debían ocupar en las escenas de amor y ella se negó a que la filmaran desde la izquierda. Entonces Grant se hartó definitivamente y se negó a que le filmaran desde su izquierda. En consecuencia, Koster tuvo que rodar la escena con los actores hablando entre ellos mientras miraban por una ventana, de modo que se viera el perfil derecho de ambos.
Goldwyn, cada vez más frustrado y decepcionado, enseñó el copión final de Koster a Billy Wilder y le ofreció veinticinco mil dólares por «arreglar» la película, lo cual enfureció a Grant, a quien tampoco le gustaba ese director. Wilder hizo algunas propuestas y Koster volvió a rodar unas pocas escenas, pero todo el mundo tenía muy claro que el filme fallaba. Sin embargo, debido fundamentalmente al gancho de Grant, The Bishop’s Wife recibió buenas críticas y fue candidata al Oscar a la mejor película[226].
El rodaje de la siguiente película de Grant, Los Blandings ya tienen casa, no estaba previsto hasta otoño. Grant, que había cumplido cuarenta y tres años en enero, decidió pasar el verano en Inglaterra y citarse con Alexander Korda para hablar de la posibilidad de protagonizar una película titulada The Devil’s Delight, que dirigiría Carol Reed. Estaba interesado en el personaje del título, el diablo, que consideraba sería un cambio positivo después de Dudley, el ángel. También deseaba viajar por la campiña inglesa en coche con su nuevo mejor amigo, Freddie Lonsdale, un británico excéntrico de sesenta y seis años, guionista ocasional (autor de The Last of Mrs. Cheyney), que había conocido a Grant durante su visita a Hollywood.
En Londres, Korda y su esposa, la actriz Merle Oberon, que estaban oficialmente separados pero mantenían una buena amistad, llevaron a Grant a ver todos los espectáculos nuevos que se representaban en el West End. Uno de ellos, Deep Are the Roots, venía de Estados Unidos. Durante la función a Grant le llamó la atención una actriz. Se llamaba Betsy Drake y era una joven rubia y bonita de veintitrés años, que debutaba en Inglaterra con aquella obra. Grant se dijo que averiguaría más cosas sobre ella cuando volviera a Estados Unidos.
Al final no tuvo que esperar tanto. La última semana de septiembre, Grant y Lonsdale partieron de Southampton en el Queen Elizabeth rumbo a América. En los años posteriores a la guerra, entre las estrellas de Hollywood nacidas en Gran Bretaña se puso de moda pasar el verano en Inglaterra y varias de ellas habían comprado pasajes para volver a Estados Unidos en el Queen Elizabeth. Aparte de Grant y Lonsdale, entre los pesos pesados del mundo del espectáculo que tenían camarotes de primera clase se encontraban Elizabeth Taylor, la joven estrella de quince años, y su madre; Oberon; el financiero y coleccionista de arte Jock Whitney, y Betsy Drake, que viajaba con un lujo inusitado para una actriz que todavía era prácticamente desconocida.
Drake era hija del hotelero Carlos Drake, un escritor cuya familia había construido los hoteles Drake y Blackstone de Chicago. Había nacido en París en 1923, mientras su padre vivía su sueño literario de la generación perdida, y a los seis años se trasladó a Estados Unidos con sus padres, después de que el desplome de la bolsa de 1929 obligara a Carlos Drake a regresar a Chicago para hacerse cargo de los negocios familiares. A los diecisiete años Betty dejó el colegio y se fue a vivir a Nueva York para convertirse en actriz. Debido a su imponente belleza, pronto consiguió un contrato como modelo para Conover. Más tarde trabajó en una serie de obras de Broadway y en 1946 Hal Wallis le ofreció un contrato para una película, de modo que fue a Los Angeles para realizar una prueba, que no pasó. Entonces volvió a Nueva York, se presentó a una prueba para la producción británica Deep Are the Roots y obtuvo el papel.
Cuando Drake viajaba en el Queen Elizabeth, se acercó a ella Merle Oberon, a quien había enviado Grant para conseguir que les presentaran formalmente. Oberon la invitó a comer a la mesa del capitán y fue allí donde conoció a Grant. Ambos pasaron el resto del día y gran parte de la noche charlando en cubierta; al día siguiente se vieron de nuevo y continuaron su maratón verbal. A esas alturas Grant ya estaba locamente enamorado. Le gustaba todo de ella: desde su original forma de hablar, con un ligerísimo acento francés y un ceceo más que perceptible, que Grant encontraba adorable, hasta su manera de vestir (jerseicitos de cuello alto, abrigos de talle estrecho, faldas acampanadas, puños y guantes blancos). También le fascinó su pasión por la filosofía taoísta y el hipnotismo.
Cuando el barco atracó en el puerto de Nueva York, Grant tenía la certeza de estar enamorado de Drake, veintiún años más joven que él. Tras pasar una semana con ella en Nueva York, tuvo que dejarla de mala gana, no sin arrancarle la promesa de que le visitaría en Los Angeles, donde tenía que empezar a rodar Los Blandings ya tienen casa, de H. C. Potter.
Era una comedia ligera y sofisticada, en la que Grant interpretaba a un ejecutivo de Manhattan que abandona con su familia la populosa ciudad para irse a vivir a la «casa de sus sueños», en una zona residencial. David O. Selznick había comprado los derechos de la novela de Eric Hodgins, que había conseguido un gran éxito de ventas, para que Cary Grant y Myrna Loy protagonizaran la adaptación cinematográfica, una especie de secuela de El solterón y la menor. Confiaba en que la pareja Grant y Loy funcionara para producir una serie de películas, como ya había hecho Loy en la serie de El hombre delgado junto al afable William Powell, que había terminado recientemente, tras doce lucrativos años, con el rodaje de la quinta.
Aunque a Grant seguía resultándole incómodo trabajar con Selznick por su aireada relación con Jennifer Jones, siguió adelante con la película, al menos en parte para promocionar la carrera de Drake como actriz. En enero de 1948, cuando terminó la producción de Los Blandings, Drake llegó a Los Ángeles para celebrar el cuarenta y cuatro cumpleaños de Grant. Para la ocasión, él se trasladó a la casa del 9966 de Beverly Grove, más amplia, a fin de que Drake tuviera su propia habitación. No obstante, a efectos prácticos, aunque no se había comunicado nada oficialmente, en aquel momento ya vivían juntos.
Grant empezó a conseguir citas profesionales para Drake, la primera con Ray Stark, un ávido agente que aceptó a la actriz como cliente[227]. También habló con Selznick y Dore Schary, nuevo jefe de producción de la RKO, para convencerlos, como había hecho con Stark, de que les convenía mucho contratar a su joven «protegida». Entonces Selznick llegó a un inusitado acuerdo con Stark para «compartir» a Drake. Ayudó bastante el hecho de que Howard Hughes hubiera conseguido por fin el control de las acciones de la RKO y fuera, a efectos prácticos, el jefe de Schary.
Poco después Schary puso en marcha la producción de En busca de marido, protagonizada por Cary Grant en el papel del doctor Madison Brown, un pediatra solterón, que sufre el incesante acoso de Anabel Sims, la dependienta del departamento de ropa infantil de unos grandes almacenes. Brown se resiste, pero al final, cuando ya no puede mantenerla a raya, sucumbe a los «encantos» de Anabel y emprenden juntos el viaje hacia el ocaso matrimonial. Supuestamente era una comedia.
Schary quería que Barbara Bel Geddes interpretara a Anabel, pero Hughes se le adelantó y dio el papel a la última adquisición del estudio: Betsy Drake. Grant sabía que actuar en la pantalla junto a Drake era una idea arriesgada. La gente diría que ella había conseguido el papel únicamente porque era su novia, y tendrían razón. Drake, no obstante, opinaba justo lo contrario, y así se lo dijo a Hedda Hopper. Si alguien creía que había logrado esa gran oportunidad gracias a Grant, contó en una entrevista que concedió a la columnista, estaba muy equivocado acerca de ella y Cary. Según ella, era mejor verlo de otra forma: Grant sencillamente había hecho posible que compartieran una experiencia creativa que permitiría al público ver la química que existía entre ellos en la vida real.
La película resultó ser una experiencia positiva tanto para Grant como para Drake; el único problema fue que Hughes se empeñó en intervenir en todos los detalles de la producción y, como consecuencia, Schary abandonó repentinamente la RKO. Entonces Hughes dejó que Grant reescribiera gran parte del guión, e incluso que indicara al director Don Hartman cómo debía rodar varias escenas, de modo que el personaje de Drake tuviera más relieve que el suyo.
Cuando acabó el rodaje, Grant creyó que había llegado la hora de que su madre conociera a su nuevo amor.