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Encadenados retoma las claves visuales de Sospecha, con la presencia de Cary Grant en ambas películas, al igual que el tema del envenenamiento en casa… Al estudio de una paranoia injustificada [en Sospecha], Encadenados ofrece el contrapunto de un injustificado desdén[216].

Raymond Durgnat

Esa vez «para siempre» duró solo dos semanas, hasta que Grant aceptó encantado intervenir en Encadenados, la película que volvería a unirle con Alfred Hitchcock. El director tuvo que guardar cola para tener una nueva oportunidad de trabajar con él. Habría querido que interpretara al asesino Charlie en La sombra de una duda (1943), que al final protagonizó Joseph Cotten, y al psicótico John Ballantine de Recuerda (1945), personaje que acabó encarnando Gregory Peck, papeles que no contaron con la aprobación del público.

Hitchcock empezó a pensar en Encadenados en 1943, cuando tuvo la idea de hacer una película sobre una mujer «a quien entrenan y preparan meticulosamente para una gigantesca trama secreta en la que podría verse obligada a casarse con un hombre… el entrenamiento de esa mujer sería tan complejo como el de una Mata Hari»[217]. La idea cristalizaría en una película acerca de un hombre cuyo control sobre una mujer también lo convierte en víctima de ella, hasta el punto de que para poner a prueba su lealtad la fuerza a casarse con su rival, y sufre lo indecible cuando ella obedece… maná cinematográfico tanto para Hitchcock como para Grant.

A principios de 1945 Hitchcock tenía desarrollado y claro el tema del filme. Durante una comida en Chasen’s le explicó a William Dozier, productor de la RKO, que versaría sobre la esclavitud sexual. Tras escuchar un resumen de la trama, Dozier se lo contó a Selznick, que se alegró de que el director volviera al trabajo, aunque él estuviera demasiado ocupado para supervisar el rodaje. En aquella época Selznick estaba en plena preproducción de Duelo al sol, un western erótico-épico («Lujuria en el polvo») con Gregory Peck, a quien se había ensalzado como el «nuevo» Cary Grant tras su espectacular interpretación en Recuerda, de Hitchcock. Selznick estaba además bastante ocupado con la protagonista femenina de Duelo al sol, la atractiva Jennifer Jones, que era su amante y se convertiría en la segunda señora Selznick. (Grant se sintió aliviado al saber que Selznick no aparecería demasiado por el rodaje, pues no quería verse atrapado entre sus obligaciones profesionales con el productor y su amistad personal con su esposa, que en aquel momento pasaba un mal trago porque se había hecho pública la relación de su marido con Jones, una mujer mucho más joven y guapa que ella).

La dedicación de Selznick a Duelo al sol retrasó el inicio de la producción de Encadenados, lo que a Hitchcock no le importó demasiado. Recogía feliz su cheque semanal de siete mil dólares y aprovechaba el tiempo trabajando en el guión, cuyo primer borrador, obra de Ben Hecht, el guionista de Recuerda no cumplió sus expectativas. Por consejo de Grant, llamó a Clifford Odets para que reescribiera el texto, pero este abandonó la tarea enseguida, cuando Hitchcock insistió en que añadiera un diálogo de «escena romántica» entre Devlin y Alicia mientras ella yace en la cama, a punto de morir envenenada.

Para resolver su conflicto de lealtades (con sus dos películas, no con sus dos mujeres), Selznick vendió Encadenados a la RKO por ochocientos mil dólares más el cincuenta por ciento de las ganancias netas, lo que después de restar todos los gastos de la preproducción (salarios incluidos) le supuso un beneficio inmediato de quinientos mil dólares. Para él no fue una elección difícil; Duelo al sol era su obsesiva carta de amor a Jones, mientras que sus discrepancias con Hitchcock habían hecho que no tuviera ganas de volver a trabajar con él. Para asegurarse de que el director no se sintiera ofendido por el nuevo acuerdo ni intentara desbaratarlo, Selznick le ofreció una posición destacada en los títulos de crédito: «Una producción de Alfred Hitchcock. Dirigida por Alfred Hitchcock»[218]. En la jerga y el sistema de valores de Hollywood eso significaba el control creativo que el realizador ansiaba, pero en realidad Selznick se las arregló para intervenir en prácticamente cada paso de Encadenados, sobre todo en el guión todavía inacabado, insistiendo en que Hitchcock diera mayor protagonismo al personaje interpretado por Grant. Según las primeras versiones del guión, en la escena culminante Alicia baja a la bodega sola y descubre el «secreto» de su marido; así pues, Devlin estaba ausente en uno de los momentos más importantes de la película. En varias de esas primeras versiones Alicia muere en brazos de Devlin, mientras su marido, Sebastian, planea extender su maligna influencia con sus camaradas nazis. El tozudo empeño de Selznick en que el filme tuviera un «final feliz» obligó a Hitchcock a reestructurar toda la historia[219].

Selznick también impuso que la madre de Sebastian, madame Sebastian, tuviera un papel central en el aspecto sexual de la doble batalla entre Devlin y Sebastian, cuando la amarga ira de Devlin hacia Alicia se transforma gradualmente en amor, e incluso cuando el amor de Sebastian por ella se transforma en ira asesina. En ese sentido, gracias a Selznick, el triángulo que forman Devlin, Alicia y Sebastian se convierte en algo infinitamente más complejo debido a la creciente presencia de madame Sebastian, el cuarto miembro de ese extraño intercambio de parejas. Por lo visto el instinto narrativo de Selznick desencadenó la rica fantasía edípica de Hitchcock, que se intensifica a lo largo de la película, hasta que los feroces celos que madame Sebastian siente de Alicia inspiran su sádico plan para matarla, y obliga a su hijo a que la ayude a hacerlo.

Encadenados empieza en Miami, en los últimos meses de la Segunda Guerra Mundial. Alice (Ingrid Bergman), cuyo padre acaba de ser condenado por espía nazi, se divierte por la noche emborrachándose en una fiesta, a la que también asiste de incógnito el agente T. R. Devlin (Cary Grant), con la misión de seducirla y a la vez reclutarla. Devlin se siente inmediatamente atraído por Alicia y ha de librar una batalla interior porque es consciente del pasado familiar y la fama de alcohólica y disoluta de la mujer.

En las cuatro películas que Hitchcock hizo con Cary Grant, hay un peligroso viaje en coche que hace avanzar la trama de forma muy inteligente. En Encadenados sucede al principio, cuando, pese a que Alicia está borracha, Devlin le cede el volante. Ella conduce rápida e imprudentemente (la vida no vale nada para ambos). Él le advierte que va demasiado deprisa. Alicia sigue pisando el acelerador, aumenta la velocidad y acelera aún más hasta que un policía motorizado la obliga a detenerse. Justo cuando está a punto de ser arrestada, Devlin consigue controlar la situación; se identifica como agente y el policía se retira. Pese a haber escapado por los pelos de una situación complicada, Alicia quiere permanecer en el asiento del conductor. Devlin la abofetea para que obedezca, la empuja al asiento del copiloto y luego coge el volante. Durante el resto de la película ambos pelearán para determinar cuál de ellos ocupa el asiento del conductor.

Por orden del FBI, Devlin asigna a Alicia la misión de espiar a Alex Sebastian (Claude Rains), jefe de una célula del Partido Nazi con sede en Brasil, y descubrir el arma secreta que dicho grupo posee. Alicia hace su trabajo demasiado bien. Desoyendo el consejo de su madre (Leopoldine Konstantin), una mujer sádica, posesiva y celosa, Sebastian le propone matrimonio, y en un impulso que sorprende, enfurece y amarga a Devlin (por ese orden), pero al cual no está en posición de oponerse, ella acepta. Después de la boda Devlin acude a una recepción, invitado por Alicia, y bajan juntos a la bodega de Sebastian, donde descubren un alijo secreto de uranio (o algo así) en unas botellas de champán marcadas. Cuando Devlin se da cuenta de que Sebastian les vigila, coge repentinamente a Alicia y la besa para confundir a su marido, sin conseguirlo. Sebastian descubre horrorizado que está casado con una agente estadounidense. Profundamente humillado, sigue el consejo de su madre y ambos deciden matar a Alicia envenenándola poco a poco. Cuando Alicia está a punto de morir, Devlin, presintiendo que corre un grave peligro, se presenta con gran arrojo en casa de Sebastian y la rescata, con lo que condena a Sebastian y a su madre a una muerte segura a manos de sus crueles camaradas nazis.

Pese a estar llena de intriga, espionaje, asesinatos, sexo y traición, para Hitchcock la película era esencialmente una historia de amor. Devlin, personaje mefistofélico, está furioso con Alicia por ser una borracha y una puta, y consigo mismo por sentirse atraído por ella. Para castigarla y al mismo tiempo protegerse, se convierte en su proxeneta al hacer de ella una prostituta, todo en nombre del deber a la patria. Alicia decide casarse con Sebastian en parte movida por la ira; desea que Devlin lo impida y él no lo hace. Luego se mofa de él demostrándole la intensidad de su propia tendencia sádica: su habilidad para seducir a hombres poderosos, aunque malvados, y disfrutar con ello. A partir de ese momento el tiovivo sexual gira a toda velocidad: Devlin ama a Alicia, pero se la entrega a Sebastian; Alicia ama a Devlin, pero se entrega a Sebastian; Sebastian es esclavo de un amor infantil y prohibido hacia su madre, y al mismo tiempo está celoso de Devlin.

Por lo visto ese enloquecido carrusel se trasladó a la vida real. Quienes vivieron el rodaje de cerca creían que Hitchcock se había enamorado profunda y desesperadamente de Ingrid Bergman. El realizador escenificó y controló a través de los actos de sus personajes aquello que no se atrevía a intentar en la vida real. Así como Hitchcock dirigía a Grant, Devlin dirigía a Alicia.

Hay momentos en los que resulta difícil decir si Grant interpreta a Devlin o Devlin está interpretando a Grant, especialmente cuando buena parte del comportamiento de Devlin en la película refleja la vida real de Grant. Hay al menos ciertos aspectos que Hitchcock debía de conocer y que pudo querer aprovechar como un medio para conectar a Grant con su lado más oscuro y en beneficio del personaje. Devlin trabaja para una organización de seguridad nacional; Grant tuvo relaciones con el FBI. Devlin abofetea a la mujer que ama; Grant fue acusado por Virginia Cherrill de haberla abofeteado. Devlin se enamora de una mujer que tiene fuertes vínculos emocionales y familiares con los nazis; la segunda esposa de Grant era sospechosa de tener un buen número de amigos nazis.

Encadenados está plagado de escenas que se cuentan entre las más famosas de la filmografía tanto de Grant como de Hitchcock: la famosa escena del beso de Devlin y Alicia, interrumpida, y por lo tanto prolongada, por un diálogo banal e incluso por una llamada telefónica (el crítico Andrew Sarris la describió como «una secuencia de un beso que provocó el grito sofocado del público del Radio City Music Hall de 1946»[220]; la secuencia (filmada con un ritmo magnífico y afilada precisión por el director de fotografía Ted Tetzlaff) que empieza en lo alto de la escalera y mediante continuos zooms ofrece un primer plano del puño de Alicia, en el que fugazmente se ve la importantísima llave de la bodega, que ha robado a su marido; la rápida sucesión de primeros planos de Sebastian y de su madre en el momento en que Alicia se da cuenta de que están matándola; el fantástico beso que, sin rozarse los labios, Devlin y Alicia «fingen» en la bodega, para intentar despistar a Sebastian.

Finalmente, la película se apoya en interpretaciones cinematográficas que deben considerarse entre las mejores de la década: Claude Rains como el torturado niño enmadrado; Leopoldine Konstantin como la madre malvada y asesina; Ingrid Bergman como la sensual ninfómana de largas piernas, y Cary Grant como un ídolo del público, entre héroe y diablo.

Encadenados no solo consiguió un enorme éxito comercial, sino que además representó un salto crucial en la carrera de Grant. Su interpretación de Devlin demostró de una vez por todas que podía encarnar con éxito personajes encantadores, heroicos y románticos que fueran a la vez oscuros y profundos, aun cuando vistiera el esmoquin de rigor (como en la escena de la fiesta). Antes de esta película sus interpretaciones cómicas en La pícara puritana, La fiera de mi niña e Historias de Filadelfia habían consolidado su reputación como un buen actor de comedia, pero los críticos tendían a tachar sus papeles más serios de extravagantes, como el de Ernie Mott en Un corazón en peligro, o de impostados, como el del capitán Cassidy de Destino: Tokio. Al permitir que Hitchcock le diera un papel que era emocionalmente más auténtico que los que había interpretado hasta entonces, logró que todos lo ensalzaran por su capacidad de «actuar» interpretando un personaje atípico. Como en Sospecha, Hitchcock comprendió que la mejor forma de «dirigir» a Grant era llevar los focos hacia su lado oscuro.

Poco después de terminar la película, Grant decidió tomarse una semana de vacaciones y viajar a Gran Bretaña. La guerra había acabado y por fin podía reunirse con Elsie, que parecía haber recobrado en cierta medida la cordura. Poco después de su llegada, su madre lo llevó de compras por todo Bristol (donde no dejaron de acosarle) y al regresar a casa le reprendió por haberse divorciado de Hutton. Entretanto, Grant intentó una vez más convencerla de que se fuera a Los Ángeles con él, y Elsie volvió a negarse.

De vuelta en Estados Unidos, Grant llenó su agenda de compromisos sociales, uno de los cuales era una fiesta de celebración del Cuatro de Julio, donde se encontró con Jimmy Stewart, que acababa de regresar tras casi cuatro años de servicio activo durante la guerra. Stewart, que fue el primer astro del cine estadounidense en alistarse, se había enrolado en las fuerzas aéreas ocho meses antes de que los japoneses bombardearan Pearl Harbour. Grant le felicitó por sus heroicas hazañas y le deseó suerte en su «reaparición» en la pantalla con la nueva película de Frank Capra ¡Qué bello es vivir! (originariamente concebida por Capra y adquirida por la RKO para Grant). Al día siguiente viajó a Nueva York con Ingrid Bergman y Alfred Hitchcock para un acto de promoción del esperadísimo estreno mundial de Encadenados, que tendría lugar en el Radio City Music Hall el 22 de julio de 1946. La RKO había decidido inaugurar la temporada de verano con un estreno de gala, y aquella noche Grant y Bergman brillaron merecidamente bajo los focos.

Durante la primera semana la película batió el récord de taquilla del Radio City (que el año anterior había batido Noche y día). El público se quedó boquiabierto y los críticos se mostraron entusiasmados con la última película de suspense, sexo y espionaje de Hitchcock. The New York Times la calificó de «emocionante como pocas, con una calidez emocional cautivadora». Herman Rich Isaacs alabó a Grant en la revista Theater Arts por «aportar glamour y vitalidad sensual al protagonista». Pero fue James Agee, crítico de cine de The Nation, quien mejor captó el sentido de aquella triste reflexión de Hitchcock, al destacar la «brutalidad perfectamente cultivada y moldeada por un idealismo confundido» de Grant.

Encadenados reportó más de un millón de dólares a la RKO en su paso por las salas de Estados Unidos y fue uno de los mayores éxitos del año. Fue la segunda película consecutiva de Grant con una recaudación millonada y le devolvió al lugar que más le gustaba ocupar en Hollywood: la cumbre.

Al día siguiente del estreno Grant recibió en su suite del hotel Warwick, que costeaba el estudio, una llamada de Howard Hughes, que estaba en la ciudad, listo para volar de vuelta a Los Ángeles. Hughes le preguntó si a él, a Hitchcock y, por supuesto, a Ingrid Bergman les gustaría viajar con él en su avión privado. Bergman aceptó; Hitchcock, no. El director sabía muy bien que Hughes era un piloto temerario y tenía miedo de volar con él. Siempre cauto y muy supersticioso, canceló al igual que Grant y Bergman su reserva en un vuelo comercial y compró billetes de tren para él, su esposa Alma y su hija Pat.

Hughes se vio obligado a posponer el despegue varias veces por problemas mecánicos. Durante las dos noches siguientes, mientras los técnicos trabajaban en el motor del avión, Grant y Hughes bebieron hasta quedar aturdidos bajo la tenue luz del bar del Warwick. Cuando por fin despegaron, Hughes decidió cambiar el plan de vuelo y durante el viaje hubo varias «escalas» no previstas. El vuelo duró dos días, de modo de Hitchcock, que había elegido un medio de transporte mucho más lento, llegó a Los Ángeles antes que Hughes, Grant y Bergman.

Pocos días después, mientras probaba el prototipo de su avión militar XF-11, unos problemas en el motor obligaron a Hughes a realizar un aterrizaje de emergencia en Beverly Hills y a punto estuvo de estrellarse en una zona residencial de lujo. Le trasladaron inmediatamente al hospital, donde los médicos lucharon para salvarle la vida. La única persona que no formaba parte de su personal a quien se permitió entrar en su habitación fue Grant, que pasó días enteros a su lado, apoyándolo en silencio.

Poco después de que Hughes se recuperara, Grant empezó a trabajar en su siguiente película para Selznick, El solterón y la menor, una comedia ligera dirigida por Irving Reis, producida por Dore Schary y escrita por Sidney Sheldon, un guionista desconocido en aquella época. Como si quisiera destacar que se acercaba a la mediana edad, Grant accedió a dar la réplica a la repentinamente voluptuosa Shirley Temple, que había provocado sudores fríos a toda una generación de hombres maduros cuando aún era una niña y ahora reaparecía luciendo a la mínima oportunidad su generoso busto frente al profesor de instituto con gafas interpretado por Grant. En la película, las emergentes hormonas adolescentes de Shirley se ven estimuladas por la rivalidad (en gran medida imaginaria) con su hermana mayor (Myrna Loy) por conseguir a Grant. Pese a que este doblaba la edad a Temple, en la pantalla quedaba mejor con ella que con Loy, que tenía solo un año menos que él pero aparentaba cinco más.

El filme traduce la conciencia de Hollywood de la emergencia de un mercado adolescente que estaba modificando el perfil del público que acudía a las salas de cine en la posguerra. Los nuevos espectadores se sentían atraídos por un estilo interpretativo distinto, que combinaba el orgullo de haber ganado la Segunda Guerra Mundial con la corrosiva paranoia del avance del superpoderoso comunismo, reflejado en los nuevos rostros tiernos pero atormentados de Marlon Brando y Montgomery Clift. Brando había conmovido Broadway con su incendiaria interpretación de Stanley Kowalski en la producción teatral de Elia Kazan de Un tranvía llamado deseo, de Tennessee Williams, en 1947; con la película Hombres, de Fred Zinnemann, en 1950, y con la versión cinematográfica de Un tranvía llamado deseo que dirigió Kazan en 1951. Clift, otro actor de formación teatral, debutó en el cine en 1948 con Los ángeles perdidos, de Zinnemann, pero fue un año más tarde cuando su presencia neurótica se dejó sentir en Río Rojo, de Howard Hawks, en la que interpreta al hijo «adoptivo» de John Wayne y que simboliza el relevo de actores que se produjo en Hollywood durante la posguerra.

Por su parte, el «viejo Cary Grant», que consideraba que después de la contienda el país necesitaba un poco de evasión con comedias como El solterón y la menor, apenas entendía en qué consistía ese estilo interpretativo. La nueva hornada de promesas del cine le parecía un grupo de jóvenes desaliñados, indistinguibles entre sí y con una dicción pésima. Como si le hubiera leído el pensamiento, Hitchcock le propuso entonces hacer una nueva versión cinematográfica de Hamlet, de Shakespeare. El actor sopesó el proyecto durante bastante tiempo antes de rechazarlo, por miedo a no poder conseguir el acento inglés adecuado. Además, le dijo a Hitchcock que, dado el actual predominio de los jóvenes en la industria de Hollywood, era demasiado mayor para interpretar al príncipe danés.

Entonces una tragedia paralizó toda actividad en la vida de Grant. Frank Vincent, que acababa de cumplir sesenta y un años, murió de un infarto fulminante. Grant quedó conmocionado cuando se enteró, desapareció durante una semana y ahogó las penas en una borrachera que no tenía visos de acabar. Sus amigos, preocupados, intentaron intervenir, pero la única persona a la que veía era Hughes, que le propuso que se marcharan juntos de Hollywood durante una temporada. Hughes acababa de convertir Constellation, un bombardero B-23 de la Segunda Guerra Mundial, en un prototipo comercial para su nueva línea aérea TWA. Se disponía a viajar con él a Nueva York y convenció a Grant de que lo acompañara.

Llegaron a la ciudad el 8 de enero y un par de días después partieron de vuelta a Los Ángeles. Durante la noche del 11 de enero de 1947, mientras sobrevolaban las montañas Rocosas, se perdió el contacto por radio con el avión y este desapareció de las pantallas del radar. Al ver que no hacía la escala prevista en Amarillo (Texas), pronto corrió el rumor de que se había estrellado en las Rocosas y que tanto Hughes como Grant habían perecido en el accidente.