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Quien no haya visto a Cary Grant, Jean Arthur y Rita Hayworth en Solo los ángeles tienen alas, de Howard Hughes, drama de aviación romántico y emocionante de 1939 ambientado en Latinoamérica, no ha gozado de una de las películas más vibrantes, memorables y francamente entretenidas que se han hecho nunca[165].

Peter Bogdanovich

Una tarde, mientras cruzaba el Atlántico a bordo del Normandie, Cary Grant recibió una invitación para cenar en la mesa del capitán, donde le presentaron formalmente a la condesa Haugwitz-Reventlow, también conocida como Barbara Hutton, heredera de la inmensa fortuna Woolworth, que la había convertido en una de las mujeres más ricas del mundo. Grant se sintió complacido cuando Hutton lo felicitó por su interpretación en Vivir para gozar, película que acababa de ver en el Festival de Cine de Venecia. Él sonrió educadamente, le dio las gracias, terminó de cenar y se ausentó de la mesa.

Justo antes de acostarse hizo una llamada telefónica nada menos que a Phyllis Brooks, a quien pidió que fuera a Nueva York para encontrarse con él en el muelle cuando desembarcara. A ella le sorprendió y alegró tener noticias suyas. Grant le dijo que quería verla una vez más, antes de tener que viajar a Washington para testificar en el caso del fraude de los bonos filipinos.

Grant reanudó su relación con la Brooks y siguió mostrándose contradictorio respecto a sus intenciones. Una semana quería romper por el bien de ambos, y a la siguiente estaba redactando documentos prematrimoniales y preguntándole qué anillo le gustaría llevar como señora de Grant. Como es lógico, su actitud destrozó los nervios de Brooks, hasta el punto de que al menos en una ocasión ingresó en un hospital para estar «en observación». Poco después de recibir el alta, Brooks concedió una extensa e incoherente entrevista a Louella Parsons, en la que detalló las dificultades que suponía intentar mantener una relación amorosa con Grant. Luego Parsons escribió una serie de columnas abiertamente hostiles dirigidas al actor, en las que dejaba caer las sospechas que desde hacía tiempo abrigaba sobre su homosexualidad, rematada con lo que ella consideraba el trato «sumamente injusto» que dispensaba a Brooks.

Como represalia, Grant hizo algo que muchos actores hubieran temido hacer (o que su contrato con el estudio les prohibía hacer): demandó a Parsons por calumnias. De ese modo atajó, al menos por el momento, los constantes y cada vez más desenfrenados ataques de la periodista contra su persona[166].

Gunga Din se estrenó el 17 de febrero de 1939 y fue un gran éxito de taquilla desde el primer día. Llegó a ser la película más rentable de las que la RKO había estrenado hasta el momento. Pauline Kael, que describiría más adelante la clave de su atractivo, la definió como «una de las películas de aventuras absurdas más entretenidas de todos los tiempos». Incluso con un mercado extranjero muy reducido debido al estallido de la guerra, consiguió unos ingresos brutos de 3,8 millones de dólares, el doble del coste total de la producción. Superó la recaudación de las otras grandes producciones de Hollywood, excepto una, estrenadas en 1939, un año que muchos críticos e historiadores consideran el más importante en la historia del cine. Entre las películas estrenadas en 1939 figuran: dos de Víctor Fleming, Lo que el viento se llevó y El mago de Oz; Ninotchka, de Ernst Lubitsch; la producción británica Adiós, Mr. Chips, de Sam Wood; Caballero sin espada, de Frank Capra; Amarga victoria, de Edmund Goulding; Cita de amor, de Leo McCarey; la versión de Lewis Milestone de De ratones y hombres, de John Steinbeck; La diligencia, de John Ford, y Cumbres borrascosas, de William Wyler[167].

La única película que obtuvo más beneficios que Gunga Din aquel año fue Tierra de audaces, de Henry King, con Henry Fonda en el papel del hermano de Jesse James y Randolph Scott como el marshal Will Wright.

Poco después Grant empezó a rodar Solo los ángeles tienen alas, dirigida por Hawks, en la que su pareja era Jean Arthur, que acababa de recibir muy buenas críticas por su interpretación en Caballero sin espada, de Frank Capra. Grant hubiera preferido protagonizar el segundo filme estadounidense de Hitchcock, Enviado especial, una película independiente producida por Walter Wanger[168]. Hitchcock también quiso contar con él, pero no consiguió que Cohn pospusiera la producción de Solo los ángeles tienen alas[169].

En Solo los ángeles tienen alas el personaje de Grant es una mezcla de Lindbergh y un aviador que Hawks conoció: en una ocasión saltó en paracaídas desde un avión en llamas y su copiloto murió en el accidente, tras lo cual sus compañeros le rehuyeron durante el resto de su vida. Hawks ambientó la película en los Andes e hizo que sus héroes fueran pilotos temerarios encargados del transporte aéreo de mercancías. Geoff Carter (Grant), responsable de una de esas peligrosísimas operaciones, que tiene una relación amorosa con la corista Bonnie Lee (Jean Arthur), se ve sorprendido por la inesperada aparición de su ex esposa Judy (Rita Hayworth, en el papel que la convirtió en una estrella), casada en aquel momento con Bat MacPherson (Richard Barthelmess).

Una vez más, la consigna personal de Grant de no perseguir a las mujeres se convirtió en una parte esencial de su personaje, ya que Hawks y él transformaron el «estoicismo» de Cárter en una metáfora del heroísmo viril, discreto y sin ostentación que los jóvenes militares estadounidenses iban a necesitar en cuanto Estados Unidos entrara, como era de esperar, en la Segunda Guerra Mundial, hasta el punto de que la famosa frase «Dónde está Joe» llegó a ser un latiguillo para las madres y esposas de una generación de soldados. Tal como Peter Bogdanovich acertadamente señala[170], gracias a esa película Grant pasó de la comedia ligera a la primera fila de los galanes viriles de Hollywood; fue el primer filme de acción de éxito en el que consiguió a la chica (o, mejor dicho, la chica le consiguió a él).

El rodaje terminó el 29 de abril de 1939 y Cohn, que necesitaba dinero, consiguió que solo dos semanas después la película llegara a las salas de cine. Fue un nuevo triunfo para Grant y ayudó a consolidar su reputación de estrella que merecía estrenos «a lo grande». En esta ocasión tuvo lugar en el Radio City Music Hall de Nueva York, la misma semana que se inauguraba la Exposición Universal; aun así consiguió una recaudación colosal de ciento cuarenta y tres mil dólares solo en los diez primeros días.

Finalmente, Solo los ángeles tienen alas se recordará por el lugar que ocupa en la cultura popular como la película que dio a los imitadores la famosa palabra polisilábica, pronunciada en tono cada vez más alto: «¡Jee-u-dee, Yii-u-dii, Yii-u-dii!», que hoy día sigue siendo obligada en toda imitación de Cary Grant. El actor señalaría con muy buen humor hasta el final de sus días que de hecho jamás dijo: «¡Jee-u-dee, Yii-u-dii, Yii-u-dii!»[171].

Sin tomarse apenas un respiro, Grant volvió a los estudios de la RKO para empezar Dos mujeres y un amor, una película en la que en un principio Katharine Hepburn sería su pareja por cuarta vez. Pero la actriz ya había roto sus ataduras con el estudio y se había trasladado a Nueva York para representar Historias de Filadelfia en Broadway. Al final el papel fue para Carole Lombard, que había trabajado con Grant en Pecadores sin careta, en 1932, antes de que ambos se convirtieran en grandes estrellas.

Lombard estaba en aquel momento en la cima de su popularidad, después de una intervención en una serie de películas de éxito que la habían dejado agotada. No tenía demasiadas ganas de rodar Dos mujeres y un amor, pues acababa de casarse con Clark Gable y le había prometido pasar tanto tiempo a su lado como pudiera. Finalmente accedió por fin cuando Pandro Berman le ofreció un contrato por cuatro películas, por cada una de las cuales cobraría ciento cincuenta mil dólares, una cifra exorbitante para la época, además de un porcentaje de los beneficios y el lugar de honor en los títulos de crédito y los carteles de la película. Cuando Grant se enteró, juró enfurecido que no participaría en la película. Berman, a través de Frank Vincent, acordó entonces aumentar su tarifa a cien mil dólares, pero se negó a dar más porcentajes de los beneficios y no logró que Lombard cediera sobre el lugar que ocuparía su nombre en los carteles. Tras muchas conversaciones Grant, por insistencia de Vincent, aceptó de mala gana seguir en el proyecto.

El director de Dos mujeres y un amor fue John Cromwell, que acababa de obtener un gran éxito con Lazo sagrado, que había dirigido ese mismo año para Selznick International Pictures, con Lombard y James Stewart en los papeles protagonistas. Era un realizador veterano y polivalente, con una docena de años de experiencia, cuyo mayor éxito había sido Cautivo del deseo (1934), con Bette Davis. A Lombard le gustaba Cromwell, y a fin de complacerla Berman lo contrató para que dirigiera Dos mujeres y un amor, un tipo de melodrama conocido en la época como «película para mujeres».

Con tres estrellas en el reparto (Lombard, Grant y Kay Francis) y un triángulo amoroso como tema, la película sorprendió y decepcionó al público, que esperaba algo menos denso de Grant y Lombard, quienes habían trabajado en algunos de los filmes más ágiles y divertidos de la década de 1930. No obstante, obtuvo suficiente éxito comercial para satisfacer a la RKO. En cuanto a Grant, se mostró indiferente a todo lo relacionado con aquel proyecto, excepto su generoso cheque.

Aquel otoño Gran Bretaña entró en guerra y Grant solicitó de nuevo una prórroga de su permiso de residencia en Estados Unidos. Iba a trabajar en tres películas seguidas y estaba dispuesto a entrar en una batalla más personal y llegar a un acuerdo con Randolph Scott.

Paradójicamente, fue Scott quien realizó el primer movimiento hacia la fase final del juego. Telefoneó a Grant desde el plató donde estaba rodando y con tono serio le pidió una reunión. Unos días después tomó un avión para cenar con él en el Brown Derby y hablar de su relación. Fue una velada larga, difícil y emotiva, durante la cual se abrazaron, lloraron, rieron y acordaron que había llegado el momento de pasar página. Después fueron a la playa, cada uno en un coche, pasearon juntos y descalzos sobre la arena húmeda, recordaron los buenos tiempos y juraron que siempre serían amigos.

«Siempre» resultó ser una semana. El viernes siguiente, Grant y Scott tuvieron su peor pelea, que, según sus amigos, significó la ruptura definitiva. Al final, pese a sus declaraciones de amistad y lealtad, todo se redujo a un asunto de propiedad. «Ambos querían la casa de la playa; eso fue lo que hizo que rompieran para siempre»[172], aseguró alguien que vivió de cerca la situación. Según el acuerdo al que habían llegado cuando se instalaron allí, el que se casara primero (Grant) debía ceder la propiedad. Scott insistía ahora en que Grant cumpliera su promesa. Por otro lado, decía que fue él quien había descubierto la casa y que la mayoría de los muebles eran suyos. A Grant eso le traía sin cuidado y dejó muy claro que no iba a marcharse. Para evitar ir a los tribunales, como Grant amenazó, Scott, que temía que su carrera se resintiera por un juicio público en mayor medida que la de su antiguo amante, aceptó a regañadientes abandonar la casa.

Las primeras semanas solo en la playa fueron difíciles para Grant. Con Brooks lejos en otro rodaje, daba vueltas y vueltas por la casa, pasaba largos ratos sentado en la única silla que Scott había dejado en el salón, iba a nadar por las mañanas, tomaba una taza de té a última hora de la tarde. Se sentía solo y absolutamente desgraciado. No sabía que extrañaría a Scott hasta ese punto, y en más de una ocasión pensó en llamarle y suplicarle que volviera, hasta que Vincent le telefoneó para pedirle, como un favor personal, que permitiera alojarse en la casa de la playa a Frederick Brisson, el representante de la agencia en Londres, que estaba de visita en Los Ángeles.

Al principio Grant creyó que Vincent intentaba buscarle una pareja y, cuando le preguntó si era así, este le dijo que no se preocupara, que Brisson no era gay. En realidad, Vincent sí intentaba hacer de Cupido, pero emparejando a Brisson no con Grant, sino con Rosalind Russell, que trabajaba con el actor en su siguiente película, Luna nueva, la versión de Howard Hawks de Primera plana, el gran éxito teatral de Ben Hecht y Charles MacArthur en 1928, sobre los entresijos de una redacción en una gran ciudad. Brisson había visto a Russell en la versión cinematográfica de Mujeres y quedó fascinado por ella. Cuando Vincent se enteró de que iba a ser la pareja protagonista de Grant, puso en marcha su plan.

Mientras esperaba que empezara la producción de Luna nueva, Grant fue convocado en Washington junto con sir Cedric Hardwicke y Laurence Olivier. Cuando recibió la notificación, se echó a temblar. Como miembro de la colonia de actores británicos en Hollywood, había firmado recientemente, junto a unas decenas de compañeros, una declaración pública para expresar su apoyo a los Aliados y denunciar a los nazis. La idea había partido de Hardwicke, cuando desde el gobierno británico llegaron a Beverly Hills rumores cada vez más insistentes de que podría considerarse desertores a todos aquellos británicos de Hollywood que no regresaran al país para contribuir al esfuerzo bélico.

En Washington, en una reunión con el embajador británico, lord Lothian, se advirtió severamente a los tres actores que su declaración era prácticamente una violación del Acta de Neutralidad de Estados Unidos, y que debían dejar de tomar partido político. Grant estuvo de acuerdo, y también Hardwicke, pero Olivier, que percibió un sentido oculto en el mensaje del embajador, abandonó la reunión y telefoneó a su esposa, Vivien Leigh, para decirle que tuviera las maletas preparadas cuando él volviera a Los Angeles. Al cabo de una semana ambos se hallaban en Londres. Poco después Noël Coward, otro artista británico que vivía en Los Angeles, regresó a su país. Uno tras otro, los británicos más famosos de Hollywood anunciaron su retorno voluntario a la patria, declarando públicamente que lo hacían por un inquebrantable sentido del deber. Muchos de los que se quedaron siguieron tomando partido. Charlie Chaplin, cuya película El gran dictador, de 1940, violaba a todas luces el Acta de Neutralidad al atacar a Hitler, se enfrentó a la posibilidad de que se presentaran cargos contra él en dos países.

Grant, a diferencia de su ídolo, no quiso saber nada más de declaraciones políticas y estaba impaciente por empezar a trabajar en Luna nueva, convencido de que una inocente comedia no podía crearle problemas. De vuelta en la playa, durante una reunión de preproducción con Russell se enteró de que, mientras él estaba en Washington, ella había roto con su novio, el actor Jimmy Stewart, y había empezado a salir con Brisson.

Al cabo de un año, en octubre de 1941, sería el padrino de su boda.