El primer día que Cary, el perfeccionista, entró en mi casa, inmediatamente se puso a trabajar. Apretó los labios, empezó a chasquear la lengua y se puso a enderezar los cuadros. Durante los años siguientes se esforzó con generosidad en enderezar mi vida privada advirtiéndome sobre las rarezas y las particularidades de varias damas… El entusiasmo era un ingrediente fundamental de la personalidad de Cary y destacaba en esa faceta de su carácter que mostraba a sus amigos; el otro lado era tan misterioso como la cara oculta de la luna[91].
David Niven
Cary Grant estaba triste porque Virginia Cherrill no viajaba a Inglaterra con él, y Scott estaba triste porque Grant lo estaba. De modo que se encerraron en su camarote de primera clase y se pasaron todo el viaje borrachos[92]. Ni siquiera se tomaban la molestia de vestirse, sino que preferían llevar pijamas de seda, batas de franela y pañuelos de cuello mientras comían, bebían y fumaban sin parar. Durante todo el día Grant tocaba desconsoladamente un piano que el capitán tuvo la cortesía de instalar en el camarote.
Grant se ensañaba con Bach mientras estrujaba su mente enamorada para urdir un plan de rescate. Si lograba localizar a Cherrill, le pediría inmediatamente que se casara con él, ya que en aquel momento creía que eso le permitiría recuperarla.
En cuanto a Scott, ya había hecho público su compromiso con Gaye y le había prometido que se casarían a tiempo para pasar juntos las navidades como marido y mujer. Sin embargo, cuando le informó de que no podía viajar a Inglaterra, Gaye se enfadó como nunca hasta entonces y mucho más de lo que él imaginaba que podía enfadarse. Aunque ninguno de los dos lo anunció públicamente, ella rompió el compromiso. Antes de que Scott volviera de Inglaterra, empezó a salir con el director Ernst Lubitsch, con el que al cabo de un tiempo se casaría.
Tras desembarcar en Southampton los dos actores se dirigieron al Savoy de Londres y subieron en el ascensor privado hasta la suite del último piso que Paramount Publix había reservado para Grant. (El estudio costeó todos los gastos de su estancia en Inglaterra, como muestra de agradecimiento por haber aceptado aparecer una sola vez en público, durante la fiesta del estreno londinense de Lady Lou).
Antes de deshacer el equipaje Grant se puso a buscar a Virginia. Pasó la mayor parte de su primer día en Londres en la suite, telefoneando a todos los hoteles de la ciudad hasta que la encontró. Hablaron por teléfono, él fue a su hotel y la esperó en el vestíbulo, ella bajó, se besaron y se reconciliaron, y ella dejó su suite para instalarse en la de Cary. En aquel momento Scott, harto, decidió volver a Estados Unidos. No quería interponerse entre ellos una vez más.
Grant pasó aquella noche y el día siguiente en la suite con Virginia, y no asistió al estreno londinense de Lady Lou. Un representante del estudio, desesperado al ver que la hora se acercaba y Grant no aparecía, llamó al hotel, consiguió que se pusiera al teléfono y le recordó sus obligaciones. El actor replicó enfadado que no tenía ninguna obligación porque aún no le habían pagado los honorarios por aparecer en público, una cantidad aparte de los gastos del viaje. Cuando el angustiado representante de la Paramount le explicó que esos «honorarios» eran la suma de todos sus gastos, Grant insistió en que estaba equivocado y colgó. Lo que quería en realidad era que le dejaran a solas con Cherrill para arreglar su relación, y no estaba dispuesto a dejarla sola otra vez para ir al estreno de una película de Mae West.
Cuando por fin salieron del hotel al cabo de unos días, Grant estaba mucho más tranquilo e impaciente por enseñarle a Cherrill su país natal. Viajaron en limusina de Londres a Bristol para visitar todos los lugares de su juventud: el colegio Fairfield, los locales de music-hall y los teatros donde él empezó su carrera. Para su sorpresa y satisfacción, le recibió una vibrante multitud de admiradores que llevaban días esperando para dar la bienvenida al hijo más famoso de la ciudad.
A cargo de todas las celebraciones previstas estaban varios Kingdon, su familia materna, entre ellos la tía May y el primo Ernest, que habían cuidado de él cuando su padre se mudó a Southampton. Organizaron una recepción privada en Picton Street, donde Ernest Kingdon había colgado fotografías del joven Archie por todas las paredes. A la fiesta asistió su hermanastro Eric, el hijo de Elias y Mabel, su amante de Southampton. Durante las celebraciones Eric informó a Grant de que su padre quería verle a solas, cuando le viniera bien, para hablar de un tema muy importante.
Grant sabía que no sería fácil. No se veían desde hacía quince años, cuando Elias le vio partir hacia América, tras lo cual se dedicó por entero a su nueva vida en Southampton. Desde entonces no habían mantenido contacto alguno. Grant confiaba en que su padre y él pudieran reanudar de algún modo su relación.
La noche del encuentro, Grant se puso su mejor traje azul oscuro, perfectamente planchado para impresionar a su padre, y se llevó a Cherrill. Hizo las presentaciones de rigor y cenaron todos juntos. Después dejó a Cherrill con Mabel y Eric, mientras Elias y él se iban a un pub para hablar. Encontraron uno del gusto de Elias, se sentaron a una mesa del fondo y se dispusieron a hablar de algo para lo que Grant no estaba preparado. Pese a que sus parientes le habían advertido de que su padre era un alcohólico, a Grant le había impresionado ver su rostro, antaño atractivo, apergaminado por el sol y el whisky, la mandíbula flácida, y los ojos mortecinos. Esperó a ver si aquello era un acercamiento real o, lo más probable, un sablazo. Estaba preparado para seguir adelante tanto si se trataba de lo uno como de lo otro.
No podía estar más equivocado.
Después de beber dos pintas de cerveza Elias clavó la vista en la tercera y murmuró:
—Bueno, hijo, ¿te gustaría ver a tu madre?
—¿Qué?
Elias respiró hondo, sorbió ruidosamente la espuma de la cerveza y empezó a explicarle con calma la verdad sobre la «muerte» de Elsie. Recordó el día en que el joven Archie llegó a casa del colegio y vio que su madre no estaba. Le explicó que en realidad Elsie no había muerto, que durante todo ese tiempo había estado a unos pocos kilómetros, encerrada contra su voluntad en Fishponds[93], el hogar para deficientes mentales del condado, en las afueras de Bristol, por haber sufrido lo que él denominó una grave «crisis nerviosa»[94].
Elias creía que Elsie pasaría en Fishponds el resto de su vida, razón por la cual había considerado que lo mejor para Archie era decirle que había muerto.
Grant quedó destrozado[95]. Cuando salió del pub para volver a su hotel, se había sumido en una bruma depresiva, de la que ni siquiera pudo sacarle Virginia Cherrill, que se asustó al ver su extraño comportamiento.
En lo más profundo de su mente Grant se preguntaba cómo su padre había podido hacerle eso a su madre. A él. Durante todos aquellos años que él la creía muerta, ella había estado sola, encerrada, marginada. Para Grant saber la verdad significaba que, después de todo, él no había sido abandonado, al menos no por su madre. Era Elias quien le había abandonado; el padre a quien tanto adoraba le había mentido y engañado.
Grant pasó una noche muy agitada, durante la cual se vio acosado por terribles imágenes en las que su madre sufría a causa de los pecados de su padre. Cherrill no lograba consolarle con su voz y sus abrazos, mientras él se debatía hasta el amanecer con los demonios de su resucitada juventud.
Se durmió cuando ya clareaba. Al día siguiente se levantó tarde y parecía relativamente sereno. Desayunó con Cherrill y telefoneó a Elias para pedirle que le ayudara a concertar una visita a su madre en Fishponds. Elias le dijo que se ocuparía de todo.
Al día siguiente Cary Grant subió solo a un taxi y realizó el trayecto de quince minutos hasta el manicomio. En cuanto llegó, cruzó la verja y el administrador y la enfermera jefe lo condujeron a una sala de visitas donde Elsie le esperaba sentada. Grant quedó conmocionado al ver a su madre. Allí estaba, viva y… sonriente.
El actor de treinta años y su madre de cincuenta y seis se sentaron juntos en un austero salón. Ella le mimaba como si aún fuera un niño pequeño, su hijito, mientras él sonreía y se secaba alguna lágrima. Grant observaba a una mujer a quien apenas reconocía: su potente voz se había vuelto más aguda y fina; su espesa y hermosa cabellera era ahora rala y cana, y sus huesos se le marcaban en la piel.
Enseguida se dio cuenta de que Elsie vivía en su propio mundo. Al parecer, no tenía ni idea del tiempo que había transcurrido, de que él se había ido a América y se había convertido en una estrella de cine. Para ella seguía siendo su precioso y pequeño Archie. Hablaron durante mucho rato, y antes de irse Grant le prometió a su madre que cuando celebrara su próximo cumpleaños, en febrero, él ya la habría sacado de allí y que lo festejarían juntos «fuera». Luego la rodeó con sus brazos y la estrechó. Notó que ella dejaba escapar unas risitas, mientras él contenía las lágrimas.
Hasta el final de su vida Grant nunca habló con nadie, excepto con Virginia, de aquel conmovedor reencuentro con su madre, y apenas contó nada de sus primeros años en Bristol ni del interesado engaño perpetrado por su padre, aparte de los pocos recuerdos novelescos que incluyó en sus memorias[96].
Con el paso de los días, Cherrill se daba cuenta de que el estado de ánimo de Grant seguía ensombreciéndose. La joven a la que había perseguido de forma tan desesperada en Hollywood, luego por todo Estados Unidos y hasta el otro lado del Atlántico poco a poco comprendió que ya no era la única mujer merecedora de sus sentimientos más profundos. No obstante, Cherrill estaba decidida a no dejar que nada desbaratara sus planes de boda. Ante los cronistas de sociedad de Londres continuaba refiriéndose a sí misma como la «prometida» de Cary Grant.
El único problema era que él aún no le había propuesto matrimonio. Entre toda aquella confusión y agitación emocionales, las fuerzas opuestas de sus sentimientos eran como descargas de electricidad estática. Grant se encerró de nuevo en la habitación del hotel y buscó el refugio que necesitaba en el whisky.
Bebía muchísimo y pronto empezó a quejarse a Cherrill, que hacía todo lo posible por mantenerse alejada de la línea de fuego, de continuos dolores físicos, entre ellos sus antiguos problemas de espalda, fruto de la explosión durante el rodaje de El águila y el halcón.
Después de que Cherrill hablara con la prensa y comentara alegremente la posibilidad de una boda por Navidad en Londres, el estado físico de Grant empeoró. Se imaginaba víctima de todos los males posibles, como si fuera un imán y las partículas metálicas que flotaban en el aire fueran gérmenes de una enfermedad dispuestos a atacarle. Psicosomático o no, empezó a presentar síntomas físicos reales. Cuando sangró profusamente por el recto, Cherrill insistió en que viera a un médico.
El diagnóstico inicial fue de hemorroides, agravadas por la fragilidad emocional de Grant, una conclusión que el hipocondríaco actor rechazó a favor de otra más trágica: tenía un cáncer de recto terminal. Sus temores se acrecentaron al día siguiente, cuando los síntomas físicos se agudizaron. Mientras se cepillaba los dientes, empezó a salirle sangre por la parte superior de la boca. Aquello bastó para convencerlo de que debía ingresar en una clínica de Fulham Road y prepararse para una intervención quirúrgica.
Pese a que más adelante Grant (y otros) insistieron en que tuvo un cáncer o una enfermedad precancerosa, no existe ningún historial médico en el que conste tal enfermedad. Lo mismo puede decirse de la «radioterapia». Según Grant, la recibió durante las semanas siguientes. La radiación contra el cáncer era aún básicamente experimental en aquella época, y es poco probable que la clínica privada donde ingresó dispusiera del equipo necesario para administrar un tratamiento. Además, no hay ninguna prueba documental, historial médico ni fotografías, nada que revele los efectos secundarios de la radiación: alopecia temporal (casi siempre), vómitos, pérdida de peso, debilidad y constantes cuidados hospitalarios. Tampoco hay ningún informe médico que demuestre que recibió algún tipo de quimioterapia.
Por otro lado, es bastante probable, a juzgar por las fotos de Grant anteriores y posteriores a la visita a la clínica, que lo hospitalizaran para, entre otras cosas, retocarle la nariz, que ya se había operado en Estados Unidos. Igualmente es posible que, debido a lo mucho que bebía, aprovechara el ingreso para seguir un tratamiento de desintoxicación alcohólica, o incluso que nunca estuviera en el hospital, sino en una clínica de rehabilitación. Sea lo que fuere lo que sucedió en realidad, lo cierto es que los «planes de boda» de Grant y Cherrill se pospusieron indefinidamente.
Para ella eso era casi tan malo como pensar en atender a Grant durante las cuatro semanas o más de reposo hospitalario que le prescribieron. Cherrill, que ya estaba a punto de estallar, sufrió una fuerte laringitis, que Grant estaba convencido era un cáncer de garganta. Ella siguió haciendo planes para la boda y fijó una fecha para enero, hasta que descubrió que la sentencia de su divorcio (de Irving Adler) seguía en Hollywood y que sin ella no podría casarse. Al menos tardaría un par de semanas en llegar a Londres. Entonces escogió el 9 de febrero de 1934 como fecha de su boda (la víspera, la madre de Grant cumpliría cincuenta y siete años). Grant, demasiado débil para discutir, aceptó.
Cuando la noticia llegó a los periódicos, Grant intentó telefonear varias veces a Scott y finalmente lo localizó en la casa de la playa. Pese a sus súplicas, Scott se negó a volver a Inglaterra y ser el padrino. Grant no pidió a nadie más, ni siquiera a su padre, que desempeñara ese cometido.
El 9 de febrero, el día de la boda, la multitud frente al hotel era tal que Grant de algún modo se separó de Cherrill, con la que debía ir en coche hasta la oficina del Registro Civil de Caxton Hall, en Londres[97].
Llegaron por separado, a tiempo para la ceremonia, en general poco alegre. A continuación fueron en una limusina a la estación, desde donde viajaron en tren hasta Southampton para embarcar en el lujoso transatlántico Berengaria, con destino a Estados Unidos, con pasajes de primera clase, nuevamente a cargo del estudio. Grant no tuvo más remedio que renunciar a la luna de miel, volver a casa con Cherrill y reanudar su actividad profesional, sabiendo todo el tiempo que le esperaba un contrariado Scott.
Peor aún, Elsie había rechazado sus apasionadas súplicas de que se fuera a América con él, y Grant ni siquiera pudo quedarse en Inglaterra el tiempo suficiente para cumplir la promesa de celebrar su cumpleaños juntos fuera del manicomio. No fue hasta que el actor y su nueva esposa estaban ya en el mar cuando Elsie Leach, gracias a los esfuerzos de Grant, fue declarada oficialmente «sana» y salió de Fishponds tras diecinueve años de confinamiento. Volvió discretamente a la misma casa de Bristol de donde la habían sacado a la fuerza. Su hermana May y otros miembros de la familia Kingdon la esperaban allí para recibirla y cuidarla.
Durante el viaje a Londres Grant se había sentido triste sin Cherrill. En el viaje de vuelta a América se sentía triste por haberse casado con ella. Cherrill, que hasta el último momento confió en disfrutar de una romántica luna de miel en el mar, se sintió amargamente decepcionada al ver que su marido no le hacía el menor caso durante la travesía.