Su bonita figura con un bañador azul no movía a pensar en ella interpretando un papel tan espiritual como el de la chica ciega[78].
Charlie Chaplin
La mayor parte de los testimonios sobre la relación entre Cary Grant y Virginia Cherrill muestran al actor como la víctima de una joven hermosa y fría a quien movía una feroz ambición, una calculadora aspirante a estrella de Hollywood que, gracias a un romance apasionado, aunque oportunista, con Chaplin, seguido de un breve y tormentoso matrimonio con Grant, consiguió escapar de la cómoda clase media. Sin embargo, los recuerdos personales de los amigos que la trataron durante casi toda su vida y los diarios íntimos que dejó[79] revelan una imagen muy distinta, y hasta ahora desconocida, de la mujer que se convertiría en la primera esposa de Cary Grant.
Nacida y criada en Carthage, Illinois, era ya una rubia deslumbrante de ojos azules y metro sesenta y siete de estatura cuando, con dieciocho años, llamó la atención del influyente agente de Hollywood Irving Adler. Este, siempre en busca de una joven bonita a la que pudiera representar, se fijó por primera vez en Cherrill durante un concurso de belleza local, al que ella se había presentado para divertirse y que ganó cuando estaba en segundo curso en la Universidad Northwestern. Adler consiguió que se la presentaran y, después de un año de noviazgo, le propuso matrimonio. Cherrill, aburrida de los estudios y en busca de una oportunidad para dejarlos, aceptó. Se casaron en Chicago y se fueron a vivir a la casa que él tenía en Beverly Hills.
Su relación no fue demasiado buena. La diferencia de edad y de estilo de vida planteó problemas insalvables y en menos de un año se divorciaron. Aunque a Cherrill no le interesaba en absoluto convertirse en actriz (por miedo a perderla Adler le había prohibido buscar trabajo en el cine, cosa que a ella le pareció muy bien), pensó que podía ser divertido conocer un poco mejor Hollywood mientras todavía era joven y felizmente libre.
Alquiló una casita en la playa de Venice y le propuso a su madre, que estaba divorciada, que se fuera a vivir con ella. Después, una noche de primavera de 1930, cuando contaba veintiún años, tuvo la oportunidad de conocer al actor más famoso del mundo, Charlie Chaplin, de cuarenta y tres años, encuentro que había de cambiar profundamente su vida.
Sucedió en el centro de Los Ángeles, en los combates de la Legión Americana (el mismo lugar donde Grant aseguraba haber visto por primera vez a Mae West). Chaplin se fijó en Cherrill, que estaba sentada junto al tío de su ex marido, de quien seguía siendo amiga y que estaba confinado a una silla de ruedas, razón por la cual ella solía acompañarle a los combates, que por otro lado no le interesaban en absoluto. Lo que llamó la atención a Chaplin fue la forma en que entrecerraba los ojos para ver la pelea (era muy miope y demasiado vanidosa para llevar gafas en público). Chaplin tenía problemas para encontrar a la protagonista de su nueva película, Luces de la ciudad, porque le parecía que ninguna de las actrices a las que había entrevistado era capaz de representar el papel de ciega, y pensó que aquella preciosa muchacha podía ser ciega de verdad.
Sin pensarlo dos veces se acercó y educadamente le preguntó si veía. Cuando ella se echó a reír y le dijo que por supuesto, él la invitó a hacer una prueba para la película.
Exactamente un mes después, Cherrill se encontraba frente a la cámara de Chaplin interpretando a la conmovedora y preciosa florista ciega. Louella Parsons visitó el plató ese día y en su siguiente columna describió entusiasmada a Cherrill como «la mayor belleza de Hollywood».
Pese a que casi todos aseguran que ya vivían un apasionado romance cuando las cámaras empezaron a filmar, Cherrill siempre insistió en que ella nunca tuvo ningún interés sentimental por Chaplin. De hecho, cuando se conocieron, estaba prometida al conocido millonario Rhinelander William (Willie) Stewart, que vivía en Nueva York, y durante todo el rodaje de Luces de la ciudad viajó regularmente al este para pasar con él los fines de semana. Sin embargo, Stewart, como Adler, no consideraba que la de actriz fuera una profesión apropiada para una mujer casada y, cuando ella se negó a dejar la película, él rompió el compromiso. El momento en que se produjo la ruptura dio pábulo entre los columnistas de cotilleos a la idea de que Cherrill y Stewart se habían separado porque ella tenía una aventura con Chaplin.
No es que Chaplin no quisiera, ni que no lo intentara. Sin embargo, cuando ella rechazó sus insinuaciones, él empezó a quejarse de sus limitaciones para la interpretación. Según Chaplin, ni siquiera sabía cómo sostener una flor ni decir la frase fundamental, «Una flor, caballero», que él quería rodar en primer plano. Según Cherrill, una vez que ella dejó de interesarle sexualmente, él ya no la quiso en su película. «La mayoría de las actrices que trabajaban para Chaplin se liaban con él —afirmó Cherrill más adelante—. De pronto pensó que yo era demasiado mayor. Al fin y al cabo, tenía veinte años y estaba divorciada»[80].
La situación empeoró hasta tal punto que Chaplin la despidió mediado el rodaje de Luces de la ciudad e intentó sustituirla por Georgia Hale[81], la estrella de su película de 1925 La quimera del oro, hasta que se dio cuenta de lo costoso que sería el cambio. Como principal inversor de sus propias producciones, se vio en un apuro económico cuando Cherrill insistió en que, para volver a la película, debían doblarle el salario, de setenta y cinco dólares a la semana a ciento cincuenta. Chaplin aceptó a regañadientes.
Pese al caos que rodeó al rodaje, las primeras impresiones sobre Luces de la ciudad fueron muy positivas, hasta el punto de que incluso antes de su estreno en 1931 Cherrill firmó un contrato con la Fox y a continuación protagonizó, junto a un joven actor contratado, todavía desconocido, cuyo nombre era John Wayne, la insustancial comedia estudiantil de Seymour Félix Girls Demand Excitement (1931).[82]
La noche en que Cary Grant la conoció[83], ella era una estrella más importante que él gracias a Luces de la ciudad. La reconoció al salir de Brown Derby y, en contra de su costumbre, se acercó a ella y se presentó. Mientras esperaban a sus respectivas parejas y coches, él le preguntó si podían comer juntos algún día. Encantada, Cherrill le dio al atractivo actor su número de teléfono. Ella y su madre se habían mudado a un pequeño apartamento en Hollywood, y fue allí donde a la mañana siguiente recibió una llamada telefónica de Grant, quien la invitó a comer algo en la cafetería de la Paramount aquella misma tarde. Mientras tomaban café, Grant le propuso cenar juntos y ella aceptó. Aquella noche, cuando se presentó en el apartamento de Cherrill, esta le dijo que esperaba que no le importara que hubiese invitado a su madre. En absoluto, dijo Grant; de hecho le pareció una buena idea.
Empezaron a salir juntos y siguieron viéndose durante el rodaje de Lady Lou, un acontecimiento que complació a Zukor, que consiguió que los periodistas y los fotógrafos siguieran a ambos siempre que aparecían en público. Si la atención mediática molestó a Grant, no lo demostró. De nuevo en contra de su costumbre, posó obediente y encantado para tantas fotografías como los paparazzi quisieron hacerle. Scott, entretanto, se quedaba en casa muerto de celos. En general encontraba divertidas a las mujeres que el estudio les proporcionaba, pero Cherrill no le hacía ninguna gracia. Le comentó a Grant que la joven no le caía bien, que era una oportunista, y se negó a salir con ambos. Grant le dijo tranquilamente que se equivocaba con respecto a Cherrill y dejó correr el tema.
Una vez terminada Lady Lou, Grant, tras unos pocos días libres que pasó con Cherrill, volvió al estudio ante la insistencia de Zukor para rodar La mujer acusada, su primera película de 1933. La mujer acusada estaba basada en una novela por entregas muy popular que la revista Liberty había encargado a diez escritores famosos del momento[84], que unieron sus talentos para escribir un relato criminal, siendo cada uno de ellos responsables de un capítulo.
Nada más terminar esta película Grant inició el rodaje de El águila y el halcón, de Stuart Walker, coprotagonizada por Fredric March, un melodrama ambientado en la Primera Guerra Mundial, en el que un heroico teniente (March) queda destrozado por los estragos de la guerra. Pese a que March y su compañero de división (Grant) al principio de la película no se caen bien, al final, gracias al humanitarismo moral de March, el personaje de Grant acaba por comprender el auténtico significado del heroísmo. Profundamente contraria a la guerra, la Paramount confiaba en sacar beneficio de los sentimientos de la llamada generación perdida.
Schulberg, contratado de nuevo por Zukor para producir la película, en un principio había querido a Gary Cooper y George Raft como protagonistas, pero ambos consideraron el final demasiado pesimista (el personaje de Raft se suicida) y rechazaron participar en ella. Entonces dieron a March el papel de Cooper y a Grant el de Raft, e incorporaron a Carole Lombard y una historia romántica a fin de que el personaje de March resultara más atractivo para las mujeres. El rodaje duró cuatro semanas.
Grant, pese a haber sufrido una lesión en la espalda durante una escena de efectos especiales muy complicada en la que explotaba una bomba[85], al día siguiente de terminar la última escena se incorporó a otra producción. Era Casino del mar, de Louis Gasnier y Max Marcin, un batiburrillo lamentable en el que se mezclaban tahúres, gángsteres y amantes, y donde Grant interpretaba a un personaje que era las tres cosas a la vez, junto a Glenda Farrell y Benita Hume. En la película apenas tenía que hacer otra cosa que aparecer atractivo en esmoquin, algo en lo que a esas alturas era ya un experto.
Su actividad profesional le dejaba poco tiempo para Cherrill, y aún menos para Scott. Sin embargo, a causa de la publicidad que el estudio promovía, Grant y Cherrill se convirtieron en la nueva pareja de moda en Hollywood y comenzaron a recibir numerosas invitaciones. Aunque no tenían más remedio que declinar la mayoría de ellas, un sitio al que Grant deseaba especialmente ir con ella era el castillo de Hearst en San Simeón, donde esperaba conocer por fin a Charlie Chaplin, pese a la historia que Cherrill había tenido con él. La primera vez que Grant y Cherrill hicieron el trayecto de tres horas por la carretera de la costa desde Los Ángeles hasta el castillo, la leyenda del cine mudo, a quien Hearst había invitado para que conociera a Grant, no apareció.
Tal como se presentó ante el público, la relación de Grant y Cherrill era la imagen del romance perfecto, y durante un tiempo lo fue. Cherrill sentía una fuerte atracción sexual por Grant desde la primera vez que lo vio y, cautivada de inmediato por su inteligencia, sus maneras refinadas y su asombroso atractivo físico, esperaba con ilusión pasar todos los fines de semana que pudiera con él.
Poco después, durante una cena de etiqueta en el Mocambo, apareció uno de los compañeros de acrobacias de los inicios profesionales de Grant con la troupe Pender. Grant lo reconoció, le llamó y le dio un efusivo abrazo. Su colega le preguntó cómo estaba, qué hacía y dónde vivía. En un momento dado le preguntó a Grant si aún se acordaba de cómo se hacía una voltereta hacia atrás.
—Por supuesto —dijo Grant.
—Me apuesto cincuenta dólares a que no puedes hacer una aquí y ahora.
Sin dudarlo, Grant se dirigió al director de la orquesta y le pidió un redoble de tambor. Se hizo un silencio y todo el mundo se volvió hacia el centro de la pista de baile, que Grant cruzó de un lado a otro dando seis rápidas volteretas, después de lo cual la sala prorrumpió en silbidos y aplausos. Sonriendo, Grant regresó a su mesa y tendió la mano para cobrar sus cincuenta dólares. Cherrill, que se desternillaba de risa, recordaría a menudo aquella noche como una de las más agradables y divertidas que pasó con Grant. Por su parte, durante el resto de su vida Grant diría a sus amigos que, de todas sus esposas, Virginia Cherrill era la que más sentido del humor tenía[86].
No obstante, según Teresa McWilliams, que durante muchos años fue amiga de Virginia Cherrill, no todo fueron volteretas y carcajadas entre ellos, ni mucho menos.
Desde el principio eran inseparables, aunque Scott estuviera siempre en medio. Inseparables y, casi desde el principio, sin dejar de pelearse. El problema fundamental eran los increíbles celos de Grant. Virginia tenía una risa encantadora y era coqueta por naturaleza, y él estaba completamente loco por ella, pero eran esas mismas cualidades las que también le volvían loco si cualquier hombre prestaba la más mínima atención a Virginia. Y algunos de los que lo hacían eran realmente formidables. En aquella época ella estaba siempre en el estudio de él o trabajando en alguna película, o pasaba el rato en la barra de la cafetería del estudio, donde hombres como Humphrey Bogart y Spencer Tracy andaban siempre tras ella. Cuando Grant se enteraba de esas idas y venidas, siempre encontraba tiempo, no importa lo que estuviera haciendo, incluso rodando una película, para visitar a Cherrill sin que ella lo supiera; si ella estaba trabajando, se quedaba a un lado del plató observándola, durante horas si hacía falta, para asegurarse de que nadie se acercaba a ella.
A menudo, por la noche, cuando Cary estaba ensayando o, lo que era más habitual, cuando no quería salir, ella se iba sola al Brown Derby, donde todos los hombres se apiñaban a su alrededor. Cherrill tomaba un par de copas, se reía, contaba chistes y se comportaba como la joven desenfada que era.
Es decir, todos los hombres salvo Randolph Scott. Cherrill no podía evitar darse cuenta de que, a pesar de que ella no le caía bien, Scott siempre estaba en medio. Cuando él comprendió que Cherrill no desaparecería tan fácilmente, cambió de táctica y decidió que era mejor hacerse notar como un elemento más en la relación de ella con Grant. Solía acompañarles siempre que salían a cenar y luego se quedaba en el coche hasta que Grant la llevaba a casa. Los ejecutivos del estudio también se dieron cuenta, en especial por las fotos publicitarias en las que por lo general aparecían los tres, y a menudo ofrecían a Scott una actriz joven para que le acompañara en esas «citas dobles», una sugerencia que el actor siempre rechazaba.
Los celos de Scott se atemperaron porque el estudio siguió presionándolo para que contrarrestara los crecientes rumores sobre su «extraña» relación con Grant, quien al menos tenía novia. Lo último que Scott quería era una mujer. Varios años mayor que su compañero, se sentía satisfecho con el estilo de vida que ambos llevaban, aunque estaba menos seguro de su éxito profesional en el cine, y deseaba pasar el resto de su vida con Grant.
Solo para recordárselo, en mitad del rodaje de Casino del mar el adinerado Scott le hizo a Grant un valioso regalo: una casa en la playa de Santa Mónica, situada una manzana al sur de Wilshire Boulevard, que les serviría para escapar de la sofocante publicidad de Hollywood (y de Virginia Cherrill).
La casa, junto a la mítica playa de Malibú, se hallaba en una exclusiva zona a orillas del mar conocida como Millionaire’s Row. Scott se la compró a Norma Talmadge, una estrella del cine mudo cuya carrera había acabado por su incapacidad de dar el salto al sonoro. La decoró con todos los lujos imaginables: gimnasio privado, piscina interior climatizada y una cocina suntuosamente equipada. Luego le entregó las llaves a Grant para demostrarle que él podía proporcionarle toda clase de comodidades que su novia actriz no podía. Aunque Scott le regaló la casa a Grant, hizo la escritura a nombre de los dos y su única condición fue que, si uno de los dos se casaba, el otro tenía derecho a comprar la mitad de la finca.
Grant se instaló enseguida en la casa y llevó sus muebles favoritos; de hecho, su único mueble, su cama, que instaló en una habitación independiente[87]. De dos metros y medio de ancho y metro ochenta de largo, la cama tenía una cabecera con estanterías, luces, radio, reloj, espejo, repisa para el teléfono e incluso un escritorio plegable. En una ocasión le comentó a un periodista que tuvo la fortuna de recorrer la casa de la playa que su objetivo era retirarse a los sesenta años y pasarse el resto de la vida en la cama, siempre que fuera esa cama.
Pese a que Grant intentó que ni Scott ni Cherrill se percataran, la creciente tensión causada por su difícil relación a tres bandas, además de su agotadora actividad profesional, empezaba a afectarle desde el punto de vista emocional. En lugar de un paquete de cigarrillos al día, fumaba dos. Empezó a beber más que nunca. Sufría insomnio y tomaba pastillas que le ayudaban a sumirse en un sueño siempre intermitente.
Tras varios meses de esta extraña relación triangular, en la prensa empezaron a aparecer comentarios sobre la inminente boda de Grant y Cherrill. Grant le pidió explicaciones a Zukor, quien aseguró no tener nada que ver con la noticia. Entonces le preguntó a Cherrill si ella era el origen del rumor, pero ella lo negó vehementemente y acusó a Scott, con el argumento de que su intención era meter cizaña entre ellos. (Se equivocaba. La fuente era de hecho Schulberg).
Las informaciones que recogía la prensa irritaron a Scott, que insistió en que Grant le prometiera que no estaba interesado en mantener una relación duradera con Cherrill. Para complacerle, Grant aseguró a todos y cada uno de los periodistas que le preguntaron que en aquel momento tenía una agenda de trabajo tan apretada que no podía permitirse un cambio de vida tan importante como el matrimonio.
Esos comentarios, a su vez, enfurecieron a Cherrill, que se vengó viéndose abiertamente con uno de sus anteriores amantes de Hollywood. En 1930, poco después de divorciarse de su marido y llegar a Los Ángeles, y antes de su segundo compromiso y de trabajar con Chaplin, Cherrill había tenido una aventura apasionada, aunque breve, con el pianista y actor Oscar Levant. Durante el rodaje de Luces de la ciudad, aun estando comprometida con Stewart, siguió viéndose en secreto con Levant. Después de conocer a Grant evitó cuidadosamente a Levant, que seguía enamorado de ella, hasta que se publicaron las declaraciones de Grant sobre que estaba demasiado ocupado para pensar en el matrimonio. Una noche, después de que Cherrill se marchara, Grant, que sospechaba que se veía con alguien, la siguió en su Packard hasta la casa de Hancock Park, donde ella seguía viviendo con su madre, y se puso furioso al ver que unos minutos después Levant aparcaba su Ford verde. Esperó hasta que este entró y entonces embistió varias veces la parte trasera de su coche con el Packard, que era mucho más fuerte. Años después, Levant recordaba con humor el curioso incidente: «Lo único que saqué [de mi aventura amorosa con Cherrill] fue una factura por los daños de mi coche. Me pareció una demostración de fuerza personal muy peculiar, aunque me hago cargo de los sentimientos de Grant»[88].
El fin de semana siguiente, mientras se dirigían a Santa Bárbara en coche, Cherrill intentó hablar con Grant de lo que había pasado, pero su negativa a reconocer que había actuado como un demente aún la enfureció más. Le pidió que parara en una estación de autobuses para ir al baño. Él lo hizo, Cherrill se apeó, fue al lavabo de señoras, escapó por una puerta lateral y subió al siguiente autobús con destino a Los Ángeles. Grant esperó durante casi una hora, hasta que se dio cuenta de lo que ella había hecho. Furioso, dio media vuelta y salió disparado con el Packard hacia su casa.
Otras veces, cuando se enfadaba con Grant, Cherrill se marchaba de Los Ángeles sin decirle adónde iba ni con quién. En más de una ocasión fue al aeropuerto y subió a un avión con destino a Nueva York para verse con Stewart. Siempre se aseguraba de que sus aventuras llegaran a los periódicos, de manera que Grant tuviera que enterarse por fuerza. Tales actos provocaban intensos conflictos emocionales al actor.
Grant empezó a rodar No soy ningún ángel, de Wesley Ruggles, el verano de 1933. Tenía sentimientos encontrados sobre volver a trabajar en una película esencialmente hecha para lucimiento de Mae West, en la que él apenas tenía que darle la entrada en los diálogos.
En No soy ningún ángel, West interpreta a Tira, una artista de circo especialista en domar leones, que además tiene aventuras con hombres ricos. Grant es Jack Clayton, un tipo adinerado y sexualmente cohibido, que enseguida sucumbe ante los calculados encantos de Tira. Él le pide matrimonio pero luego rompe con ella; la domadora le demanda por faltar a su promesa, él deja que gane el juicio y en la escena final el amor verdadero se impone entre ambos. Se reconcilian, al menos de momento, sin que ninguno de los dos haya cambiado en absoluto.
En la vida real, la relación entre Grant y West era todo menos cariñosa. A él le molestaba lo que consideraba zancadillas en escena de la estrella, que imponía desde el ángulo de la cámara hasta la iluminación, y que en aquella ocasión consiguió que el personaje de Grant, tal como ella insistió en que él lo interpretara, resultara tan excitante como una bayeta mojada. Sin el fuego interior ni la pasión necesaria para actuar uno frente al otro, el conflicto de la película perdía relieve.
West estaba tan descontenta con Grant que se negó a rodar las escenas de amor con él. Así pues, hizo que rodaran las tomas por separado y posteriormente se montaron para que pareciera que habían interpretado juntos la escena. Grant se sintió humillado y comunicó al estudio su intención de no volver a trabajar nunca más con Mae West.
Sin embargo, frente a la opinión pública se mostraba cortés. Cuando un periodista de Los Angeles Times le preguntó si la legendaria «magia» sexual de Mae West había surtido efecto en él, escogió cuidadosamente las palabras: «No puedo decir que esté enamorado de la señorita West, ni que ella esté enamorada de mí, pero no dudo en admitir que su sensualidad en pantalla no deja indiferente. Mae es una gran actriz porque es profundamente genuina»[89].
A pesar de todos los problemas que surgieron durante el rodaje, la pareja volvía a funcionar en taquilla y Schulberg, el productor, aun sabiendo lo mal que se llevaban, confió en convertirla en una pareja cinematográfica como Sternberg y Dietrich o Chevalier y MacDonald. La producción de No soy ningún ángel terminó en septiembre (costó doscientos veinticinco mil dólares) y llegó a las pantallas en noviembre, a tiempo para aprovechar la afluencia de público de las vacaciones navideñas, y resultó ser un éxito aún mayor que Lady Lou.
El público abarrotó las salas para ver las espectaculares escenas en las que West trataba perversamente a los leones, chasqueando el látigo de cuero como un ama profesional que los mantenía en su sitio, y para oír los famosos diálogos con doble sentido:
ELLA: Me gusta salir con hombres sofisticados.
ÉL: En realidad yo no soy sofisticado.
ELLA: En realidad tampoco has salido aún.
ÉL: No tienes ni una pizca de decencia.
ELLA: No suelo enseñar mis virtudes a los desconocidos.
ÉL: ¿Te importa si me convierto en algo personal?
ELLA: No me importa si te conviertes en algo familiar.
ÉL: Si al menos pudiera fiarme de ti.
ELLA: Centenares lo han hecho.
West escribió el guión y, por supuesto, se quedó con las mejores frases.
Durante las primeras ocho semanas de exhibición No soy ningún ángel recaudó más de cuatro millones de dólares. En Nueva York se estrenó en la Paramount y consiguió un nuevo récord de público: solo en la primera semana ciento ochenta mil personas compraron una entrada.
Mientras Grant rodaba No soy ningún ángel, Cherrill consiguió un papel en un modesto filme independiente de Lois Weber, White Heat, rodado en Hawai[90]. Según Cherrill, durante ese período de separación forzosa Grant contrató a detectives privados para que la espiaran. Para empeorar las cosas, mientras Grant pasaba cada vez más tiempo en el apartamento de Hollywood a fin de estar más cerca del estudio durante el rodaje, Scott prefirió quedarse en la casa de la playa con una nueva novia: Vivian Gaye, una joven actriz a sueldo del estudio. Grant intentó tomarse con calma la nueva relación de Scott. Sabía que no podía quejarse, puesto que Cherrill se había convertido en un elemento permanente de su relación con Scott, y que este no iba en serio con Gaye. En aquellos tiempos de incertidumbre económica para la Paramount, Zukor extremó la presión sobre Scott para que acabara de una vez por todas su relación con Grant. De lo contrario, le advirtió Zukor, el estudio estaba dispuesto a deshacerse de él antes que de su compañero, que era más popular. Poco después del ultimátum, Scott empezó a salir con Gaye.
Gaye, una belleza con antepasados suizos y rusos, se enamoró de verdad del alto y apuesto Scott, después de que el estudio la asignara como su acompañante en una velada en 1933 (reemplazó a Sari Maritza, que se había convertido en la pareja habitual de Scott para las salidas públicas de Grant y Cherrill, cuando aquella empezó a salir con otro actor).
Aunque de hecho Scott nunca le propuso matrimonio a Gaye, pensó que era buena idea dejar que ella creyera en la posibilidad de una boda y no protestó cuando ella le contó a sus amigos que iban a casarse, y tampoco cuando se convirtió en un rumor. Tal como Scott esperaba, Zukor se sintió satisfecho y al menos de momento él había evitado el peligro.
Entretanto Grant trabajaba en una nueva película, en la que interpretaba el papel de la Falsa Tortuga, el último y desesperado esfuerzo de Adolph Zukor por impedir que el estudio se hundiera: Alicia en el país de las maravillas, una producción musical plagada de estrellas. En aquel momento la quiebra parecía inevitable y Zukor, que había conseguido arrebatar el control del estudio al cofundador Jesse Lasky, puso todo y a todos cuantos tenía en esta película, con la esperanza de que el éxito les permitiera aguantar al menos un año más.
Schulberg, que de nuevo era el productor, escogió a Norman McLeod para dirigir el guión de Joseph L. Mankiewicz y William Cameron Menzies, basado en el clásico de Lewis Carroll. Además, proporcionó al realizador todas las estrellas disponibles de la Paramount, entre ellas a Gary Cooper como el Caballero Blanco; W. C. Fields como Humpty Dumpty; Sterling Holloway como la rana; Edward Everett Horton como el Sombrerero Loco; Roscoe Karns como Tweedledee; Jack Oakie como Tweedledum, y Baby LeRoy como el Joker. Grant, que no figuraba en el reparto original, se incorporó en el último momento en el papel de la Falsa Tortuga, después de que Bing Crosby lo hubiera rechazado indignado por considerarlo un insulto. La película se estrenó con críticas diversas y el público la recibió como lo que era: una novedad cargada de estrellas.
Poco después Grant, exhausto tras haber rodado cinco películas en 1933, trece en dos años, y aquejado de diversas molestias físicas que empeoraron sus nervios a flor de piel, decidió que era el momento ideal para que él y Cherrill, que había terminado su película y estaba de vuelta en Los Ángeles, disfrutaran de unas vacaciones. Pensó que era un momento tan bueno como cualquier otro para enseñar a la joven Inglaterra. Scott creyó que la elección del destino no era casual, y acertadamente supuso que Grant llevaba a Cherrill a su país para presentársela a su familia y casarse.
Para sorpresa de Grant, Cherrill no se mostró ilusionada por la larga travesía hasta Londres, no porque no quisiera hacer el viaje —sobre todo desde que Grant empezó a insinuar que el resultado final sería la boda—, sino porque él insistió en esperar a que Scott terminara la película en la que estaba trabajando, Billy, dos veces hijo, para que les acompañara. Cuando ella le preguntó por qué Scott tenía que ir con ellos, Grant respondió con una sonrisa que todos los hombres necesitan un padrino. A Cherrill no le hizo ninguna gracia.
Al día siguiente acompañó a Grant a los estudios Monogram, donde Scott estaba rodando, e intentó convencerlo de que dejara a su «amigo» en casa. Su desacuerdo acabó en una furiosa pelea que estalló en el plató y obligó a interrumpir el rodaje; una discusión que llegó a la prensa local.
Al día siguiente Scott anunció su compromiso con Vivían Gaye.
Un día después, Grant reservó tres pasajes en el transatlántico francés París, que zarpaba de Nueva York con destino a Southampton, Inglaterra.
Al día siguiente Cherrill, indignada, viajó sola a Nueva York, desde donde telegrafió a Grant para decirle que no pensaba ir a Inglaterra si Vivían Gaye no iba también. Grant contestó que Gaye no les acompañaría bajo ningún concepto. La reacción de Cherrill fue reservar un pasaje a Inglaterra en el siguiente transatlántico.
De modo que el 23 de noviembre Cary Grant, angustiado y muy sedado, voló con Randolph Scott a Nueva York, fue directamente al muelle para embarcar en el París y partió rumbo a Inglaterra, donde esperaba encontrarse con Cherrill y salvar su relación.
La salvación de la relación, sin embargo, solo sirvió como punto de partida, pues en su triunfal regreso a Inglaterra, tras trece años en América, a Cary Grant le esperaba nada menos que una resurrección milagrosa, mucho más inesperada y devastadora que nada de lo que hubiera imaginado o soñado.