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Pregunta a Randolph Scott: ¿Les presionaron a usted o a Cary Grant para que se casaran en los años treinta… cuando usted y Cary ya llevaban juntos un tiempo?

Randolph Scott: Cuando personas conocidas como las mencionadas progresan con los años, hay presión, más si se trata de una estrella nacida en otro país[72].

Entrevista de Boze Hadleigh, 1996

Al principio la decisión de vivir juntos parecía de lo más normal. Sobre todo por razones económicas, los actores (y las actrices) solteros compartían vivienda en todo Hollywood. Era lógico, dado que no necesitaban más que un sitio donde descansar durante unas horas, pues pasaban los días trabajando en los estudios y las noches en el Strip, que se extendía a lo largo de tres kilómetros de tierra de nadie, donde se entregaban hasta la madrugada al sexo, las drogas, el alcohol y cualquier otra diversión ilegal que se les ocurriera.

Sin embargo, el caso de Cary Grant y Randolph Scott fue distinto[73]. Entre ellos había nacido algo que se parecía al enamoramiento convencional y no les importó en absoluto que se supiera. Randy (así le llamaban todos) conoció a Cary Grant en el plató de Hot Saturday. Seis años mayor que él, había nacido en 1898 en el seno de una familia de Virginia que había ganado mucho dinero en el sector textil. Cuando era muy pequeño, la familia se trasladó a Durham, en Carolina del Norte, donde se crió en un ambiente de refinamiento sureño. Cuando llegó a la adolescencia, Scott medía casi dos metros, era delgado, musculoso y fuerte, y tenía las suficientes aptitudes para el deporte y los contactos sociales necesarios para entrar en la escuela politécnica de Georgia. Allí se convirtió en la estrella del equipo de rugby, con un brillante porvenir, pero una lesión le obligó a abandonar su sueño de ser jugador profesional. Entonces ingresó en la Universidad de Carolina del Norte, donde se graduó en ingeniería y manufactura textil, con la intención de seguir los pasos de su padre. Sin embargo, participó en una obra de la universidad, le picó el gusanillo del teatro y decidió, pese a las enérgicas objeciones de sus padres, que después de licenciarse se iría al Oeste para probar suerte en el cine.

Llegó a Hollywood en 1927, con treinta años, una edad relativamente madura para iniciar una carrera de actor, y enseguida buscó al hijo de uno de los viejos amigos de su padre, que estaba en situación de ayudarlo. Howard Hughes procedía de una familia sureña mucho más pudiente incluso que los Scott. Nacido y criado en Houston, se había trasladado a California cuando aún era un adolescente para estudiar ingeniería en el Instituto Tecnológico de California, hasta que la repentina muerte de su padre en 1923 lo convirtió en el único heredero de un imperio familiar que manejaba una fortuna de mil millones de dólares. Mientras dirigía la fábrica de maquinaria industrial propiedad de la familia, Hughes, con la ayuda de su tío Rupert, guionista de éxito de Hollywood, se estableció como productor de cine independiente.

En su primer encuentro, Scott le entregó al joven multimillonario una carta formal de presentación escrita por su padre. Hughes simpatizó inmediatamente con el actor y decidió brindarle su protección; se encargó de que estudiara interpretación en el Pasadena Playhouse, y usó su influencia para conseguirle algún trabajo de figurante en la Fox. Poco tiempo después, telefoneó personalmente a Adolph Zukor y logró que la Paramount le hiciera una prueba a Scott para la siguiente producción de Cecil B. DeMille, Dinamita (1929). Pese a que el papel protagonista lo consiguió Joel McCrea, el estudio lo contrató como profesor de dicción de Gary Cooper, que aún arrastraba cierto acento británico que había heredado de sus padres. Querían que Cooper tuviera un deje sureño, como Scott, para su papel en el western épico de Victor Flemming, The Virginian. Scott logró que le dieran un pequeño papel en esa película y lo hizo lo bastante bien para que le premiaran con un contrato por cinco años, similar al que Grant firmaría dos años después.

Cuando Grant y Scott se conocieron en el rodaje de Hot Saturday, la atracción física entre ambos fue inmediata e intensa. Pese a los seis años que se llevaban, guardaban un parecido asombroso. Al cabo de poco tiempo, cuando Charig anunció su marcha, Grant se apresuró a pedirle a Scott que se fuera a vivir con él, una oferta que este aceptó sin vacilar.

A Cary le gustaba tener a Randy en casa, más aún cuando descubrió hasta qué punto les gustaban las mismas cosas: beber, fumar y la ropa cara. Además, compartían un sentido del humor socarrón que hacía que Scott captara y se riera a carcajadas de todos los chistes que Grant soltaba.

También hacían buena pareja desde el punto de vista sexual. Las necesidades y deseos físicos de Grant, como los de Scott, no eran especialmente tórridos. El sexo era casi algo accesorio, un elemento más de la camaradería íntima, como de compañeros de internado británico, que los unía.

No fue simplemente el hecho de que Grant y Scott vivieran juntos lo que alimentó los rumores que empezaron a perseguir a Grant, sino sobre todo la forma en que lo hacían. Mientras Grant se caracterizaba por una parquedad material en lo referente a los muebles y la decoración, en lo que nunca estaba dispuesto a gastar dinero, a Scott le gustaban las cortinas, las alfombras y los muebles de madera labrada, que le recordaban el ornado entorno de su infancia. Él era el responsable de la decoración de la casa, en tanto que Grant se encargaba de la ropa de ambos y de mantener la bodega bien provista de vino y licores.

Cary y Randy pronto fueron conocidos en Hollywood como el Damón y el Pitias de Tinseltown por su falta de comedimiento a la hora de manifestar su afecto en público. A menudo asistían a fiestas ataviados con disfraces de arlequín muy parecidos y en una celebración de Halloween aparecieron, para hilaridad de los presentes, vestidos de mujer. Cuando la noticia de su falta de contención en público llegó por primera vez a los estudios y las insinuaciones de los artículos subieron de tono, Schulberg empezó a imponerles el estilo de vida que marcaba el departamento de prensa del estudio, lo que significaba un flujo incesante de jóvenes actrices de Hollywood fotografiadas con uno o ambos en o cerca de su «mansión de solteros»[74].

No obstante, al estudio a menudo le resultaba imposible ocultar la realidad de la «unión» que ninguno de ellos se sentía inclinado a ocultar. Cuando el periodista Ben Maddox recibió el encargo de escribir un artículo sobre dos de los «solteros más codiciados de Hollywood», describió lo que vio de la siguiente forma: «Cary es el alegre, el impetuoso. Randy es serio, prudente. Cary es temperamental, en el sentido de que es muy apasionado. Randy es tranquilo y callado. ¿Necesito añadir que todas las solteras deseables (y algunas de las no deseables) de Hollywood se mueren por tener una cita con esos atractivos muchachos?»[75].

Tampoco ayudó otro comentario que el estudio atribuyó a Carole Lombard y que tuvo una gran difusión. De hecho, lo escribió un relaciones públicas del estudio y apareció en todas las revistas. Sostenía que Lombard era una asidua visitante de la «mansión de solteros» (no era así) y que estaba «maravillada» por cómo los dos hombres se dividían las tareas: «Cary abría las facturas, Randy escribía los cheques y, si Cary podía mandar a alguien a comprar el sello, entonces los enviaba». A Grant no le hizo ninguna gracia el comentario. Moss Hart, huésped frecuente en la casa, era otra fuente que se citaba a menudo. Recordaba la mezquina hospitalidad de Grant señalando que, cuando se quedaba más de dos días, le presentaba una factura detallada de la lavandería, las llamadas telefónicas y otros gastos. Grant tampoco lo encontró gracioso.

Tampoco mejoró la situación el hecho de que algunas fotografías de los dos hombres en casa y con delantal llegaran a los periódicos, lo que hizo que el gacetillero de Hollywood Jimmie Fiddler hiciera caso omiso de la petición personal de Schulberg de pasar por alto el lado gay del asunto y se preguntara abiertamente, por escrito y en su programa de radio, si los dos actores no estaban «llevando su camaradería un poco demasiado lejos»[76].

Grant y Scott aceptaron a regañadientes ante la insistencia del estudio lo que este denominaba «publicidad protectora», siempre y cuando no interfiriera en su vida privada. Cuando le preguntaban a Grant qué hacía para estar en forma, el actor respondía que nada en especial, que su cuerpo era así de manera natural, pero en realidad tanto él como Scott estaban obsesionados por la forma física. Para mantenerse en una forma óptima se impusieron un reto: si alguno de ellos sobrepasaba alguna vez su peso ideal, tendría que pagar cien dólares al otro (luego se convirtieron en mil, que donarían a la beneficencia). Resultó que ninguno de los dos tuvo que pagar nunca. Grant se mantuvo siempre en setenta y dos kilos y Scott en setenta y seis. Cuando estaban juntos en casa, cada mañana antes de desayunar hacían gimnasia durante dos horas. Su ejercicio favorito era levantar pesas, tras lo cual se daban un chapuzón en el océano. Cuando ambos tenían la tarde libre, montaban a caballo, el deporte favorito de Scott[77].

A la atracción que Grant sentía por los atributos varoniles de Scott y sus maneras sureñas se añadía la cualidad que más envidiaba en su compañero y que consideraba indispensable en cualquiera con quien tuviera relaciones: la seguridad económica. Le interesaban en especial los vínculos de la familia de Scott con Howard Hughes y a menudo expresaba su deseo de conocer al famoso multimillonario. Scott, por motivos personales, los mantenía a distancia. Una cosa era divertirse poniéndose ropas estrafalarias en Hollywood y dejarse ver con jóvenes actrices como concesión a la galería, y otra muy distinta que un amigo de la familia se acercara demasiado a la realidad. La prudencia, columna vertebral de la educación sureña, era el lema de Scott, que lo aplicaba rigurosamente a su relación con Grant.

La noche del 16 de septiembre de 1932, cuando Grant y Scott asistían juntos a la gala del estreno en Hollywood de La Venus rubia, la relación de ambos se complicó bastante.

El estudio le había pedido a Grant que acudiera al estreno en compañía de una de sus actrices jóvenes y él aceptó. Luego cometió el desliz de decir ante un reportero que su «pareja» en la gala era Scott, frase que llegó a la prensa. Schulberg se puso hecho una furia, pero en realidad no podía hacer nada. Grant se negó a ir con la actriz si Scott no asistía también.

El estreno fue la típica velada de trajes de etiqueta y focos, con todas las celebridades y los paparazzi presentes para la ocasión. Schulberg contuvo la respiración cuando Grant, su acompañante femenina y Randy salieron de la limusina y avanzaron por la alfombra roja entre los incesantes chasquidos de los flashes de pólvora. En cuanto acabó la proyección, Grant abandonó discretamente a la chica y fue con Scott al Brown Derby de Wilshire Boulevard para tomar un ligero resopón a base de entremeses y champán helado. A medianoche, después de despedirse con apretones de manos y besos en la mejilla, salieron a la cálida noche de septiembre para esperar su limusina. Grant encendió un cigarrillo, dio una profunda calada, volvió la cabeza para expulsar el humo y reparó en la atractiva mujer que había a su lado.

La reconoció inmediatamente. Era Virginia Cherrill, la protagonista de Luces de la ciudad, a quien había descubierto Charlie Chaplin, que la convirtió en una estrella y, según se rumoreaba, la cortejó.