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Tuve una serie de éxitos teatrales tanto en Nueva York como en las giras. Después… pensé que visitar Hollywood podía ser una buena idea, e hice todo el viaje en coche desde Nueva York.[41]

Cary Grant

En la primavera de 1927, desesperadamente necesitado de dinero, Archie se tragó el orgullo y fue a ver a Orry-Kelly, con quien no hablaba desde hacía dos años y que durante ese tiempo se había convertido en un escenógrafo responsable de vestuario muy solicitado en Broadway. Orry-Kelly se alegró de saber de él, pero seguía sin querer acogerlo en su casa. Sin embargo, accedió a pagar un pequeño estudio para Archie en la calle Ochenta Este, en el barrio de Yorkville de Manhattan. Archie se sentía perdido en el nuevo vecindario, que parecía hallarse a años luz de Times Square, con un enorme flujo de inmigrantes alemanes y numerosos restaurantes abarrotados, que estaban especializados en la pesada gastronomía de aquel país. Prefería los alrededores, más frecuentados por la gente del espectáculo, del Rudley’s, el bar y grill de la calle Cuarenta y uno con Broadway, donde ya era una cara conocida y unos cuantos compañeros de copas le apodaban Canguro por su acento y sus divertidos andares. Entre ellos estaban algunas de las mayores promesas del mundo del espectáculo: guionistas como Preston Sturges; dramaturgos como Moss Hart y Edward Chodorov; artistas que cantaban y bailaban en los escenarios de Broadway como George Murphy, y un actor teatral con el nombre poco común de Humphrey Bogart. Aunque Archie se ganó el aprecio del animado grupo y tenía el privilegio de sentarse a su gran mesa al estilo Algonquin, se sentía un poco intimidado y tendía a hablar poco. Según afirmó Chodorov: «Nunca fue un tipo muy abierto, pero era formal y nos caía bien»[42].

Orry-Kelly formaba parte, además, de la élite gay del mundillo teatral de Broadway. Una noche, durante una fiesta, el productor Reginald Hammerstein, hermano menor de Oscar Hammerstein II (nieto del legendario empresario de Broadway), le contó que estaban eligiendo el reparto para un nuevo gran musical, Golden Dawn. Orry-Kelly le dijo que debía hacerle una prueba a Archie Leach, un actor que en su opinión sería perfecto para el espectáculo.

Al día siguiente Reggie citó a Archie para la prueba, durante la cual se sintió inmediata e intensamente atraído por él. Archie, a pesar de que más adelante recordaría a Reggie únicamente como un «conocido muy oportuno»[43], empezó una relación amorosa con el joven productor. Se les veía juntos en la mayoría de los mejores clubes nocturnos de la ciudad, mucho antes de que Reggie le dijera a Archie que el papel en Golden Dawn era suyo. Además, Reggie convenció a su tío Arthur Hammerstein, responsable en aquel momento del negocio de la dinastía teatral, para que le hiciera a Archie un contrato personal de un año, válido para la temporada teatral de 1927-1928. El acuerdo cedía a la organización Hammerstein derechos exclusivos sobre los servicios de Archie, a cambio de un salario inicial de setenta y cinco dólares semanales, podía renovarse hasta 1933 y establecía un tope máximo de ochocientos dólares a la semana. Archie firmó encantado sobre la línea punteada y aquel otoño el espectáculo se estrenó en Broadway.

Golden Dawn es la historia de una diosa blanca que gobierna una tribu africana, un argumento endeble que permitía escenografías extravagantes y muchos números musicales con toques de bufonada, música jazzy pop y un vistoso final que consistía fundamentalmente en que el coro de bailarinas de Broadway de primera fila iba con los pechos al aire[44]. Su atracción principal (aparte del torso desnudo de las preciosas coristas) era la aparición de la estrella de la Metropolitan Opera, Louise Hunter.

La obra se estrenó el 30 de noviembre de 1927; las críticas que mereció fueron en su mayor parte negativas (la más destacada fue la de Walter Winchell, del New York Daily Mirror, que rebautizó el espectáculo como The Golden Yawn, «El bostezo dorado») y pronto se retiró de cartel.

Archie, que representaba un papel secundario, el de un joven prisionero de guerra australiano, con una canción y una sola frase, fue irónicamente el único que sacó partido de su actuación en Golden Dawn. Su aparición, pese a ser breve, bastó para que lo contratara Billy Grady apodado Trato Justo, un joven cazatalentos de la agencia William Morris. Grady estaba convencido de que Archie podía ser una gran estrella y trabajó estrechamente con los Hammerstein, que seguían teniendo los derechos de exclusividad sobre los servicios de Archie en Broadway, para que interviniera en Polly, estreno que estaba programado ese mismo año en Broadway.

Polly, una adaptación musical de la comedia Polly with a Past, estrenada en 1917[45], estaba protagonizada por June Howard-Tripp, una estrella del music-hall inglés que causaba sensación, el actor de vodevil Fred Alien y la actriz cómica Inez Courtney. Archie representaba a un playboy de la alta sociedad y daba la réplica a Howard-Tripp, que encarnaba a una chica pobre que se hacía pasar por rica.

Desgraciadamente, a June le cayó mal Archie desde el principio[46] y, a pesar (o quizá debido a) las buenas críticas que él recibió durante la gira previa al estreno en Broadway, se quejó a los productores de que no era adecuado para trabajar con ella. Debido a su acento inglés de clase baja, dijo, el personaje del conquistador rico resultaba ridículo, y en su opinión no solo no sabía actuar, sino tampoco bailar y cantar.

Para contentar a su estrella los productores despidieron de mala gana a Archie, que sin embargo seguía en el espectáculo cuando se representó en Filadelfia, donde el gran Florenz Ziegfeld lo vio y decidió que quería que protagonizara el éxito de Broadway Rosalie[47] durante la gira nacional[48].

Las mundialmente famosas Follies Ziegfeld tenían en aquella época su sede permanente en el teatro New Amsterdam de la calle Cuarenta y dos, construido a principios de siglo por el principal competidor de Oscar Hammerstein, la agencia de contratación Klaw y Erlanger. En 1910, las diferencias profesionales de Marc Klaw y Abraham Erlanger con los Hammerstein habían llegado al terreno personal (lo que al final contribuía a la decadencia del imperio Hammerstein). Los Hammerstein odiaban a Ziegfeld, que estaba claramente del lado de Klaw y Erlanger, porque creían que había copiado para sus Follies gran parte del concepto original de Hammerstein en lo relativo al estilo, la brillantez y el relumbrón.

Cuando Ziegfeld le ofreció a Archie interpretar al protagonista romántico durante la gira de uno de los mayores éxitos de la prestigiosa compañía, creyó que no tendría ningún problema. Pese a que el contrato de Archie con los Hammerstein no finalizaría hasta al cabo de varios meses, estaba seguro de que su aparición en dos fracasos consecutivos sería la excusa que los hermanos necesitaban para rescindírselo antes de que expirara. Con lo que Ziegfeld y Archie no contaron fue con la intervención de la Shubert Organization, liderada por J.J. y su hermano Lee. Enterados del interés de Ziegfeld por Archie, compraron en secreto el resto del contrato a los avariciosos Hammerstein, que prefirieron vender a Archie a los Shubert para impedir que trabajara en el odiado Ziegfeld.

Todas esas negociaciones bajo cuerda indignaron a Archie, que se sintió dolido por ser el peón de un juego en el que él no obtenía ningún provecho económico y que, en su opinión, le privaba de la oportunidad de triunfar como protagonista de la ya enormemente popular Rosalie.

Los Shubert le dieron inmediatamente un papel junto a Jeanette MacDonald en su nueva comedia musical, Boom Boom, que se estrenaría en su nuevo y maravilloso Broadway Casino Theater el 28 de enero de 1929. Archie tenía un papel pequeño pero importante, en el que debía cantar un poco y hacer sobre todo lo que mejor se le daba: estar guapo.

Boom Boom se estrenó con críticas tibias, que dedicaron sus mayores elogios a Jeanette MacDonald, cuyo vestuario había diseñado Orry-Kelly[49]. Mientras el espectáculo estuvo en cartel, Archie y Orry-Kelly reavivaron su amistad romántica, pero si Archie se hizo alguna ilusión sobre convertirla en permanente esta desapareció cuando Orry-Kelly aceptó un trabajo fijo en San Luis como diseñador del vestuario de la compañía de ópera municipal.

Boom Boom terminó tras setenta y dos funciones; otro espectáculo destinado a conseguir la fama que enseguida cayó en el olvido. Sin embargo, gracias a la obra tanto MacDonald como Archie recibieron sendas propuestas de los estudios cinematográficos Paramount Publix. Oscar Serlin, el principal buscador de talentos de la Paramount afincado en Nueva York, había visto una representación de Boom Boom y pensó que MacDonald podía hacer buena pareja en el cine con Maurice Chevalier, el astro del cabaret francés recién contratado por los estudios. También le gustó cómo se desenvolvía Archie en el escenario y decidió invitar a ambos a hacer una prueba cinematográfica en la sede de los estudios en el Astoria. La Paramount se contaba entre las últimas grandes productoras que seguían teniendo una base en la costa Este, debido a la insistencia de Adolph Zukor, que creía que Broadway era un terreno abonado de nuevos talentos y una importante plataforma cultural desde la que mantener el nivel de sofisticación de sus estudios cinematográficos.

Archie y Jeanette pasaron sendas tardes en Queens frente a las cámaras, pero ninguno de los dos recibió una oferta de Hollywood, aunque MacDonald obtuvo mejores calificaciones. El veredicto unánime sobre Archie fue que su cuello de cuarenta y cuatro con cinco centímetros era demasiado ancho, sus largas piernas demasiado arqueadas y su atractiva cara demasiado mofletuda[50]. En su evaluación no se mencionaban en ningún lugar las cualidades interpretativas de Archie.

El desplome de la bolsa de 1929 golpeó con especial dureza a la industria teatral de Nueva York, de modo que prácticamente todos los actores que tenían trabajo acabaron en el paro. De pronto el contrato de Archie con los Shubert, que al principio le había indignado tanto, se convirtió en su salvavidas. Durante los tres años siguientes participó obedientemente en varios espectáculos cortados por el mismo patrón, agradecido de tener un trabajo estable. Gastaba lo menos posible y ahorraba todo cuanto podía. Al parecer, durante esa época no hay pruebas de que tuviera ninguna relación, ni con un hombre ni con una mujer. Era joven, estaba soltero, disfrutaba de cierto desahogo económico, era muy apreciado entre sus amistades y estaba bastante solo. Años después, hablando de aquellos tiempos Grant comentó: «Sin la capacidad de amar locamente o de ser amados con locura, para muchos de nosotros conseguir dinero era una forma de procurarnos autoestima y felicidad»[51]. En otras palabras, el dinero se había convertido para Archie en la única medida tangible de su valía, y actuar era el medio para conseguir ambas cosas. Siempre que recibía una mala crítica o un espectáculo se cancelaba antes de lo previsto enseguida aparecía el miedo a volver a ser pobre, junto con el consabido bajón de su autoestima.

Una vez, durante un período especialmente difícil, se encontró con Fred Alien, de quien se había hecho amigo cuando actuaron juntos en Polly. Archie abrió su corazón a Alien, quien a modo de respuesta le invitó a acompañarle al mirador situado en lo alto del edificio Woolworth, en el Lower Manhattan. Era un día lluvioso y una espesa niebla gris cubría la ciudad. Alien le indicó a Archie que mirara tan lejos como pudiera, lo que no era muy lejos. Aun así, dijo Alien, había todo un mundo allí fuera. El hecho de que en ese momento no pudieran verlo no significaba que no existiera. Fe, le dijo a Archie, es creer en la existencia del mundo y de un lugar para uno en ese mundo. Puede que el individuo sea pequeño y relativamente insignificante en comparación, pero existe, y su importancia no siempre puede medirse por las circunstancias inmediatas o el entorno. Archie, que no era una persona espiritual ni intelectual, concedió muchísimo valor a las palabras de Alien y le agradeció profundamente que se hubiera tomado la molestia de explicarle su forma de ver la vida. La filosofía de Alien era lo más sensato que había oído jamás; estaba viviendo entre la niebla, y la niebla tarde o temprano se disiparía.

Tal vez no fuera eso lo que Alien quiso decir, pero para Archie se parecía bastante. Durante años recordaría las palabras de su amigo y, siempre que se deprimía, se veía a sí mismo envuelto en una niebla metafórica, a través de la cual se abría camino gracias a su fe en que pronto desaparecería. El hecho de que en ese momento no fuera feliz no significaba que nunca volvería a serlo. Aquella tarde con Fred Alien se convirtió en un importante primer paso en el viaje de Archie hacia el conocimiento de sí mismo, viaje que le llevaría toda la vida.

El siguiente espectáculo de los Shubert en el que Archie trabajó fue A Wonderful Night, una reinterpretación de Die Fledermaus, de Johann Strauss. La obra recibió críticas diversas y en febrero de 1930 se retiró del cartel tras solo ciento veinticinco funciones. Este último fracaso obligó a los Shubert a reducir el número de actores con contrato estable. Querían quedarse con Archie, pero con la condición de que aceptara trabajar aquel verano en un musical al aire libre en nada menos que la ópera municipal de San Luis[52]. Archie aceptó encantado. Era la excusa que necesitaba para reencontrarse con su antiguo amante, Orry-Kelly. Estaba tan contento que se compró un flamante Packard amarillo chillón para el viaje hasta el Medio Oeste. Una vez allí, reanudó enseguida su relación con Orry-Kelly y, aunque los Shubert le habían reservado una habitación individual en el hotel, pasó casi todas las noches de aquel verano con Orry-Kelly en su apartamento.

Cuando acabó la temporada, Archie convenció a Orry-Kelly de que regresara con él a Nueva York, donde se instalaron en un apartamento y compraron un bar clandestino que quedaba cerca. Las noches en las que ninguno de los dos trabajaba, atendían juntos el local.

Aquel otoño Billy Grady, el agente de Archie, consiguió que los Shubert lo cedieran al productor William Friedlander, que buscaba un protagonista masculino para actuar con Fay Wray en Nikki, una obra escrita expresamente para Broadway por el marido de Wray, el guionista de Hollywood John Monk Saunders. Friedlander había encargado a Saunders que la escribiera después de que este recibiera un Oscar de la Academia por su trabajo en La escuadrilla del amanecer, una película que había tenido mucho éxito en taquilla. Saunders aceptó a condición de que Friedlander le diera el papel de protagonista femenina a Wray. Luego adaptó para la escena una de sus novelas por entregas, The Last Flight, y le puso el título de Nikki. La obra narraba las aventuras románticas de tres soldados estadounidenses en París durante la Primera Guerra Mundial. A fin de que su esposa pudiera trabajar en ella, Saunders convirtió uno de los tres personajes masculinos en una mujer y transformó la historia en un triángulo amoroso. Entonces Friedlander contrató los servicios de Phil Charig, un prometedor compositor de comedias musicales de Broadway (y cliente de Grady) para que convirtiera la obra en un musical, con espectaculares números de baile y coristas de largas piernas.

Archie interpretaba a Cary Lockwood, uno de los dos soldados que se disputaban el amor de Nikki. Cobraba trescientos setenta y cinco dólares a la semana, setenta y cinco menos que el salario que le pagaban los Shubert, que se quedaban con esa cantidad como pago por haberlo cedido. Si el espectáculo se mantenía en cartel más de cinco semanas, su sueldo ascendería a quinientos dólares semanales y Friedlander debía pagar su parte a los Shubert.

Por desgracia Nikki no duró tanto. Dejó de representarse en noviembre de 1931, tras solo treinta y nueve funciones. En la fiesta de despedida, celebrada en el Waldorf, Archie le confió a Irene Mayer Selznick, hija del legendario magnate de Hollywood Louis B. Mayer y amiga de Fay Wray y de su marido, que «amaba» a Wray y se estaba planteando seriamente seguirla hasta Hollywood solo para estar cerca de ella. Era un comentario que resultaba extraño, por cuanto iba dirigido a una completa desconocida, y que presagiaba los castos enamoramientos y las estrambóticas confesiones de que el actor haría destinatarias a las mujeres durante el resto de su vida profesional en el cine y el teatro.

A pesar de su breve vida, Nikki proporcionó a Archie Leach una crítica crucial que cambiaría el curso de su vida. En su influyente columna sobre el mundo del espectáculo del New York Daily News, Ed Sullivan destacó su actuación y predijo un gran futuro en el cine para el «joven muchacho de Inglaterra». Dicha mención bastó para que uno de los directores de reparto de los estudios Paramount Astoria le ofreciera un breve papel de marinero en Singapore Sue, un cortometraje de diez minutos que el estudio preparaba para presentar a su última adquisición, Anna Chang. Entretanto Orry-Kelly había recibido una invitación de Jack Warner para ir a Hollywood y trabajar de diseñador de vestuario contratado por el estudio. Era la gran oportunidad que estaba esperando. Cuando le comunicó la noticia a Archie, este le prometió que en cuanto terminara Singapore Sue se reuniría con él en Los Ángeles.

El momento no pudo ser más oportuno. Con Nikki acababa la obligación contractual de Archie con los Shubert, que tras una serie de fracasos se habían visto obligados a suspender pagos, de modo que no podían plantearle la renovación del contrato. Cuando terminó su único día de rodaje de Singapore Sue, Archie, que pronto cumpliría veintiocho años, hizo el equipaje, organizó la venta del bar y se despidió de sus pocos amigos. Entre ellos se contaban el compositor Phil Charig, que también quería irse al Oeste y se ofreció a viajar con él, y su primera mentora, Jean Dalrymple, con quien almorzó en el Algonquin. Cuando Jean vio que no podía convencerle de que se quedara en Nueva York en busca de lo que ella creía sería una prometedora carrera en los escenarios, le advirtió de que no se dejara atrapar por el falso glamour de Hollywood y le hizo prometer que algún día volvería a la «pureza» del mundo del teatro.

Sus palabras hicieron reír a Archie.

Al día siguiente Archie y Phil se acomodaron en los asientos delanteros del Packard amarillo. Archie encendió el motor, pisó el acelerador y enfiló las ruedas delanteras hacia su futuro.

Archie y Phil llegaron a Hollywood la primera semana de enero de 1932 y se instalaron juntos en un pequeño apartamento de Sweetzer, justo al norte de Melrose Avenue, que Orry-Kelly les había ayudado a conseguir. Era uno de los llamados «pisos DeMille», que la Paramount había construido a principios de los años veinte para sus empleados. Lo siguiente que hizo Archie fue concertar una cita con los responsables de reparto de la Paramount, que, siguiendo las instrucciones de Adolph Zukor, esperaban impacientes su llegada.

Tenían buenos motivos. El estudio necesitaba un nuevo actor principal que infundiera vigor en sus producciones, cuyos ingresos en las taquillas habían empezado a disminuir incluso antes de la Depresión, con la inesperada marcha, seguida de su prematura muerte en 1926, de su mayor estrella del cine mudo: Rodolfo Valentino. Las películas mudas del «Caíd» protagonizadas por Valentino causaron sensación y la pérdida del actor dejó un hueco en la ya escasa lista de protagonistas masculinos rentables de la Paramount. Zukor, a quien sus empleados apodaban Creepy «escalofriante» y Creepy Jesús por sus autoproclamadas dotes de visionario para reconocer a futuras estrellas, además de descubrir a Valentino, se había llevado todo el mérito del descubrimiento de la sensación alemana Marlene Dietrich (que era la respuesta de la Paramount a Greta Garbo, de la MGM), que de la noche a la mañana se había convertido en una estrella tras aparecer en El ángel azul, de Josef von Sternberg (sin atribuir mérito alguno al director, que fue quien de hecho descubrió a Dietrich). El otro único actor masculino rentable que tenían, Gary Cooper, había visto aumentar espectacularmente su fama tras actuar junto a Dietrich en Marruecos (1930), la siguiente película de Sternberg después de El ángel azul. Sin embargo, Zukor pensaba que a la larga sería demasiado rebelde y extravagante. Cooper, hijo de inmigrantes ingleses, había sido descubierto por Clara Bow, que ayudó a lanzar al apuesto y larguirucho actor a la primera fila de los protagonistas masculinos de Hollywood. Marruecos lo catapultó al universo de las superestrellas, pero tras trabajar con Sternberg, que estaba perdidamente enamorado de Dietrich y no le hizo el menor caso durante el rodaje, se sentía molesto y frustrado. Primero se vengó teniendo una aventura con su coprotagonista y luego tomándose un año de vacaciones en África, desde donde hizo saber al estudio que estaba pensando en retirarse definitivamente del mundo del cine. Zukor, que necesitaba encontrar a otro actor que disputara a Cooper el puesto de protagonista masculino más importante del estudio, pensaba que el atractivo actor de Broadway Archibald Leach podría lograrlo.

Aunque en opinión de muchos la Paramount hacía en aquella época las mejores películas de Hollywood, la MGM se consideraba en general más glamourosa por su rutilante lista de actores, que reflejaban a la perfección, idealizados, los iconos de la cultura popular de la época: la llaneza de Teddy Roosevelt representada por Clark Gable; la elegancia y la sensibilidad de la generación perdida de John Gilbert; la brillantez de los felices años veinte de Norma Shearer, la Primera Dama de la Pantalla (que además estaba casada con Irving Thalberg, el jefe de los estudios), y la majestad y el misterio del exótico Viejo Mundo que encarnaba Greta Garbo, la mujer a quien el estudio llamaba astutamente «la europea». Mientras que la MGM y la Warner Bros habían superado el cambio del cine mudo al sonoro con mínimas complicaciones, la Paramount se sumió en un desbarajuste económico y la consiguiente bancarrota, debido fundamentalmente a la negativa de sus fundadores, Zukor y Jesse Lasky, del director general Benjamín Percival (B. P). Schulberg, y del jefe de producción Walter Wanger a pasarse enseguida a las películas sonoras. Todavía peor para el estudio fue el hecho de que los inicios del cine sonoro coincidieran con el desplome de la bolsa de 1929. El dinero de los bancos se evaporó enseguida, lo que dificultó aún más que el rezagado estudio reforzara su nómina de estrellas caras con actores que tuvieran no solo una imagen atractiva, sino una voz que además sonara bien.

Lasky esperaba impaciente la llegada de Archie Leach desde que el director de Singapore Sue, Casey Robinson, le avisara desde Nueva York de que el estudio debía conseguir al actor inmediatamente, antes de que la MGM lo viera. Zukor ordenó a Schulberg que hiciera todo lo necesario para contratarlo. Schulberg invitó al director Marion Gering, a la mujer de este y a Archie a cenar en su casa, un honor que normalmente se reservaba para las grandes estrellas del estudio. Mientras tomaban el café, Gering le explicó a Archie que Schulberg haría una prueba a su esposa al día siguiente. En ese momento Schulberg le interrumpió, rodeó con el brazo los hombros de Archie y, como si hubiera tenido una súbita revelación, le preguntó: «¿Por qué no haces la prueba con ella?».

Archie supo que la había superado cuando al día siguiente Schulberg le pidió que fuera a su despacho y le propuso que se cambiara el nombre por otro que sonara más americano, algo como, digamos, Gary Cooper. Aquella noche, Archie cenó con Fay Wray y su marido, John Saunders, y ella le contó que estaba a punto de firmar un contrato con la RKO para protagonizar, en el papel del amor no correspondido de un simio gigante, la siguiente película de Merian C. Cooper: King Kong. Entonces salió el tema del inminente cambio de nombre de Archie.

Él le preguntó si tenía alguna propuesta. Ella sonrió y sin dudarlo dijo que debía utilizar Cary Lockwood, el personaje que había interpretado en Nikki. Al día siguiente Archie se lo comentó a Schulberg, a quien le encantó la primera parte porque rimaba con Gary, pero Lockwood le gustó menos. Para empezar, en el estudio ya había un actor contratado con aquel apellido. Además, los apellidos cortos eran mejores porque aparecían con letras de mayor tamaño en los carteles y el público los recordaba más fácilmente. Le entregó a Archie una lista de nombres que había encargado al departamento de publicidad del estudio y le dijo que escogiera uno. Archie le echó una ojeada y sin darle más vueltas eligió Grant.

«Me gusta —dijo Schulberg—. Utilizaremos ese».

Archie sonrió y no dijo nada.

Al día siguiente Schulberg envió a Bill Grady, el agente de Archie, un contrato por los servicios de la última adquisición de la Paramount: Cary Grant.