Nunca pensé en él como en un chico de clase baja. Quiero decir… no quisiera parecer esnob, pero nunca tuvo acento de Bristol. Desde la primera vez que lo vi siempre me produjo la impresión de ser un modelo de caballerosidad. Pensaba que era Cary Grant fuera de la pantalla, en la vida real. Pero eso es lo que hacía de él un gran actor.[36]
Peter Cadbury
Los sueños de Archie sobre su futuro se expandieron a través del océano como los tubos extensibles de un telescopio, hasta que el 28 de julio el extremo sur de Manhattan surgió por fin en el horizonte. Mientras el Olympic entraba lentamente en el muelle de Nueva York y el río Hudson, Archie estuvo de pie en cubierta junto a centenares de pasajeros. Las rociadas salinas le refrescaban la cara bajo el cálido sol, ante la mirada de bienvenida de la estatua de la Libertad. Mientras remolcaban el enorme buque hasta el muelle White Star de la calle Cuarenta y seis, volvió la cabeza en la otra dirección y vio por primera vez los magníficos rascacielos de Manhattan.
Cuando los señores Fairbanks y el resto de pasajeros de primera clase desembarcaron, fueron recibidos por fuegos artificiales y una banda de metal, mientras cientos de fotógrafos, cámaras de los noticiarios cinematográficos y hordas de admiradores celebraban el retorno de los divinos astros de la pantalla. Cuando la troupe de Pender desembarcó, gran parte de la pompa, la prensa y la multitud habían desaparecido. Archie y los demás se perdieron aquel alborozo porque quedaron empantanados en la insufrible espera que en aduanas se reservaba para los pasajeros de tercera clase. Con sus primeros pasos en suelo americano pisó las serpentinas rotas y los globos reventados que cubrían el muelle de madera, mientras se dirigía junto con sus compañeros a los taxis que Lomas había contratado para que los llevaran al hotel. La troupe tenía habitaciones reservadas en uno de los hoteles que «ofrecían sus servicios a la gente de teatro»; se hallaba en la calle Cincuenta y ocho, justo al oeste de la Octava Avenida, a unos quinientos metros de donde habían desembarcado.
Tras subir con sus maletas los cuatro pisos hasta su pequeña habitación, Archie apenas tuvo tiempo de deshacer el equipaje, porque por debajo de la puerta le pasaron una nota donde se le informaba de que la compañía debía asistir aquella noche a una recepción organizada personalmente por Charles Dillingham, que tendría lugar en su famoso teatro Globe de Broadway. Una hora antes del momento previsto para salir Archie ya estaba preparado.
Con la fiesta de bienvenida Dillingham pretendía presentar formalmente la compañía a Fred Stone, la estrella de la que serían teloneros. La velada fue bastante bien y la relación de Stone con la troupe fue cordial, aunque no cálida. Al día siguiente se enfrió aún más cuando Stone asistió a los ensayos del grupo. No le gustó lo que vio, no porque fueran muy malos, sino porque eran demasiado buenos. Temía no estar a la altura de las espectaculares proezas físicas de los Pender, mucho mejores de lo que había oído, en especial el número de los zancos, e insistió en que los retiraran del cartel.
Aquello fue un duro golpe para los Pender y también para Dillingham. Había invertido mucho dinero en aquel contrato, pues incluso había financiado personalmente el viaje desde Inglaterra, y necesitaba encontrar la forma de rentabilizarlo. Al día siguiente entregó a la prensa un comunicado en el que informaba de que, debido a las limitaciones de espacio del Globe, los «gigantes» sobre zancos de Pender, como aparecían en los reclamos publicitarios, finalmente no actuarían, y que había decidido contratarles para otro de sus locales de espectáculos, el cavernoso Hippodrome de Nueva York, que el empresario anunciaba como «El teatro más grande del mundo» (el telón principal tenía la altura de un bloque de edificios de la ciudad). El Hippodrome era la sede permanente de su revista Good Times, que pretendía competir con el Ziegfeld Follies, que se representaba en el teatro New Amsterdam y había causado sensación en la ciudad.
Good Times era un gran espectáculo destinado a un público de clase trabajadora, con elefantes, cebras, monos, acróbatas, fuegos artificiales, pasmosos espectáculos de luces, cantantes solistas, ciclistas, bailarines, coros, músicos, magos y un espectáculo con docenas de nadadoras y nadadores en una piscina de 3.628.800 litros de agua sobre el escenario. Dillingham confiaba en que el número con zancos de los Pender diera al espectáculo un toque de los antiguos music-hall. En un número que el productor colocó entre el de los elefantes y el de las cebras, y que tituló «The Toy Store», los acróbatas sobre zancos aparecían caracterizados de juguetes que cobraban vida por la noche, cuando todo el mundo se había ido a casa.
El 9 de agosto, apenas una semana después de su llegada a Nueva York, Archie debutó en Estados Unidos como uno de los artistas sobre zancos de la revista Good Times de Dillingham. La actuación recibió excelentes críticas en la prensa y el grupo firmó por una larga temporada. Entre las funciones, Pender y los demás se lavaban su propia ropa y cocinaban en hornillos en sus habitaciones, que, para evitar la añoranza, compartían varios chicos.
En un momento determinado Archie se enamoró perdidamente de una corista de Good Times, una hermosa rubia de largas piernas llamada Gladys Kincaid, su primer episodio de amor no correspondido con una compañera de profesión. Grant recordaría más adelante: «Allí estaba yo, a los diecisiete años, incapaz de avanzar lo más mínimo para poner a prueba esa teoría de las abejas y las flores». Grant, que, según confesión propia, todavía era virgen, nunca consiguió hacer manitas con Gladys. Se pasó toda una tarde en Macy’s en busca de un regalo para ella, pero en lugar de comprar algo sugerente (ropa interior de moda o un perfume importado) escogió un conjunto de jersey y bufanda de lana multicolor, con el que lo único que consiguió fue que Gladys se quedara estupefacta y le diera una palmadita maternal en su atractiva mejilla. (El único consuelo físico de Archie en aquella época era cuando, de vuelta en el hotel, se dedicaba a ese tipo de juegos de exploración y experimentación sexual adolescente que practican todos los alumnos de los internados ingleses).
La revista se representó en Broadway durante nueve meses más, antes de iniciar una gira de un año por el famoso circuito de vodevil B. F. Keith[37], que les llevó a las principales ciudades del este del Mississippi. El circuito Keith cubría la misma ruta que el equipo de béisbol de los New York Giants y, como todos los partidos se jugaban de día, Archie tuvo la oportunidad de asistir a muchos de ellos. Aunque nunca había oído hablar de béisbol antes de llegar a Estados Unidos, los entresijos de ese deporte le fascinaron y fue un gran aficionado durante toda su vida.
También conoció a varios actores famosos durante esa gira (y a varios desconocidos, la mayoría suplentes, entre ellos un joven bailarín llamado James Cagney), pero ninguno le divirtió e impresionó tanto como los hermanos Marx, cuyos números de vodevil se convertirían más adelante en la base de muchas de sus disparatadas películas. Mientras el resto del país prefería a Groucho, el favorito de Archie era Zeppo, el galán serio y protagonista romántico, cuya habilidad para servir de contrapunto era en su opinión la clave del éxito de su interpretación. Archie no tardaría en acentuar sus modales sofisticados al estilo Fairbanks, que ya entonces tenía bien aprendidos, lucir elegantes pajaritas como Zeppo (llamadas jazz-bow, o jazzbo, durante los felices años veinte) e imitar su peinado engominado, para lo cual aplicaba una generosa capa de Dixie Peach, la pomada favorita de los artistas negros y las estrellas del espectáculo estadounidense, a su espesa y morena cabellera para darle la forma y el brillo negro azulado de la de Zeppo.
La gira por el circuito Keith terminó en enero de 1922, unos pocos días antes del decimoctavo cumpleaños de Archie, que coincidió más o menos con el fin de su contrato original. Tras cuatro años en América, Lomas estaba agotado de tanto viajar, sobre todo porque las enormes distancias entre los destinos hacían que las giras fueran mucho más arduas en Estados Unidos que en Inglaterra. Estaba dispuesto a llevarse a los chicos a su país y dio por sentado que Archie y los demás también tenían ganas de irse. Para su sorpresa, Archie y la mayor parte de sus compañeros prefirieron quedarse en Estados Unidos. Lomas lo aceptó y, tras darles el equivalente al precio del pasaje y una cantidad adicional para ayudarles a establecerse, se despidió de todos con afecto. Luego embarcó con su familia hacia Inglaterra y el olvido, pues nunca volvió a conseguir el grado de popularidad de que gozaba antes de viajar a Estados Unidos. Durante su ausencia el mundo del music-hall inglés se había desvanecido; y sus teatros se habían reformado para albergar la última forma de entretenimiento de la clase trabajadora: los largometrajes cinematográficos.
Archie, que enseguida se separó del resto de sus compañeros, estaba por primera vez solo en Nueva York, y le encantó. Liberado de la interminable disciplina y el ritmo agotador de los viajes y las actuaciones, tenía la intención de descansar y disfrutar de la ciudad. Le entusiasmaba bajar por la Quinta Avenida hasta Greenwich Village en autobuses descubiertos, para luego subir en los cubiertos que recorrían todo Broadway hasta llegar a Harlem. Le maravillaban los edificios altos de apartamentos del West Side, tan distintos de las casas unifamiliares o con pared medianera de Bristol. También le gustaba viajar en el metro de IRT hasta el Bronx y luego de vuelta hacia el Battery. En los días soleados paseaba por Central Park, visitaba la tumba de Grant o subía en un ferry para ver de cerca la estatua de la Libertad.
Sin embargo, pronto se le acabó el poco dinero que tenía y en el otoño de 1922 se encontró sin blanca y sin trabajo. De mala gana dejó su habitación individual del hotel para mudarse al apartamento de otro artista que intentaba abrirse camino, George (Jack) Orry-Kelly, que vivía en una pequeña buhardilla de Barrow Street, en el Village, detrás de una sala de teatro de autor.
Orry-Kelly, nacido en el sur de Gales y cuya madre eligió para él el nombre de su flor preferida, era uno de los pocos amigos que Archie había hecho en Estados Unidos, aunque no se sabe exactamente cuándo ni cómo (Grant no menciona a Orry-Kelly en su «autobiografía»). Cuando Archie le habló de su situación, el escenógrafo le ofreció compartir su vivienda y el actor en paro aceptó enseguida, agradecido. No es difícil entender por qué Archie simpatizó con él. Orry-Kelly tenía veinticuatro años, siete más que él, era inteligente, sofisticado, alto y atractivo, y conocía bien la ciudad. Vestía de manera impecable, transmitía seguridad en sí mismo y sacaba provecho de su ingenio y rapidez verbal. Al igual que Archie, era hijo de un sastre (el padre de Archie era sobre todo planchador, pero ocasionalmente trabajó como sastre para el ejército cuando vivía en Southampton). Al igual que Archie, Orry-Kelly emigró muy joven a América para encontrar trabajo en el teatro. Sin embargo, a diferencia de Archie, era muy afeminado y abierta y descaradamente homosexual. Mientras vivieron juntos, Archie intentó escoger las cualidades que más admiraba de Orry-Kelly, al tiempo que luchaba contra la innegable atracción física que sentía por su nuevo y carismàtico compañero de piso.
Como disponía de mucho tiempo libre, Archie empezó a frecuentar el club del National Vaudeville Artists (NVA) de la calle Cuarenta y seis, un lugar de reunión para actores que, como él, buscaban un papel en una nueva obra o una compañía ambulante de paso que necesitara un actor suplente. La mayoría de las veces lo único que conseguía era una silla cómoda y una taza de té.
Archie se presentó a varias pruebas para espectáculos de Broadway, pero la ventaja que representaba su atractivo rostro y su alta y atlètica figura se veía empañada por el todavía perceptible acento de clase trabajadora de Bristol, que disuadía a los directores de contratarle. Empezó a sentirse cada vez más intimidado durante las pruebas, un temor que, como recordaría más adelante, se manifestaba en forma de un sueño recurrente. De pie en el centro de un escenario iluminado, Archie, rodeado de un numeroso grupo de actores, era incapaz de recordar el texto. El resultado era siempre el mismo: la humillación pública por no ser capaz de actuar. Aquel sueño, con todas sus implicaciones sociales y sexuales, empezó, según todas las fuentes (incluido el propio Grant), más o menos en la misma época en que se fue a vivir con Orry-Kelly.
También por esa época consiguió ganar algo de dinero como acompañante de mujeres con cierto prestigio social de la ciudad. Acabó en ese trabajo tras entablar amistad con un joven a quien más adelante identificaría solo como Marks, un simpático gigoló de los que solían moverse alrededor de la comunidad teatral de Nueva York. Una noche Marks le propuso que acompañara a Lucrezia Bori, la mundialmente famosa soprano de la Metropolitan Opera, a una fiesta de relumbrón en Park Avenue.
La idea de «interpretar» el papel de acompañante vestido de gala atrajo a Archie, y a Marks no le costó convencerlo de que con su buen aspecto estaba más que preparado para representarlo. La velada con Bori resultó ser el triunfal debut de un personaje que llegaría a ser conocido en todo el mundo: el libertino atractivo y encantador, ataviado con un elegantísimo esmoquin, con maneras seductoras, un hoyuelo en la barbilla y sonrisa irresistible.
Aquella noche, mezclado entre la gente de clase alta, Archie conoció a un tal George Tilyou hijo. Mientras tomaban coñac y charlaban, Archie, relajado, le reveló su «secreto»: que él era, de hecho, menos de lo que aparentaba ser. Detrás de todo el glamour, el frac y el lustre, le contó a su nuevo amigo, él no era más que otro actor en paro, que se ganaba unos dólares actuando de «pareja» de Bori. A Tilyou le hizo gracia aquello, y cuando Archie le contó que más que darse aires lo suyo era andar sobre zancos, se echó a reír y le dijo que quizá podría ayudarle a encontrar un trabajo de verdad. Su difunto padre había creado el famoso parque de atracciones Steeplechase de Coney Island, que su familia seguía poseyendo y explotando[38].
Se dieron sus respectivos números de teléfono y, cuando Archie llamó al día siguiente a Tilyou, este demostró ser un hombre de palabra. Le había conseguido nada menos que un empleo de zancudo en el parque. Al cabo de pocas horas, Archie vestía una chaqueta verde chillón, una gorra de jinete y largos pantalones negros. Tilyou le indicó que debía caminar por el paseo marítimo con los zancos y carteles sobre el pecho y la espalda en los que se anunciaba que el parque de atracciones estaba abierto. Sin duda era un paso atrás y Archie lo sabía, pero el trabajo de acompañante no era estable y necesitaba desesperadamente el dinero para poder prolongar su estancia en Estados Unidos. Los cuarenta dólares semanales que le pagaba Tilyou, por un empleo que le valió el apodo de Piernas de Goma, casi le bastaban para llegar a fin de mes.
Para conseguir el resto, aparte de actuar alguna que otra vez como acompañante, vendía corbatas que Orry-Kelly pintaba a mano en su apartamento de Greenwich Village, que últimamente se había quedado un tanto pequeño, porque Orry-Kelly había llevado a un nuevo compañero de piso, un australiano llamado Charlie Phelps, cuya contribución económica era muy necesaria. Se ignora cómo y cuándo apareció Phelps en la vida de Orry-Kelly, aunque de hecho bien pudo ser que Archie le conociera primero, en su viaje a través del Atlántico a bordo del Olympic, donde Phelps, que tenía algo de vagabundo, había trabajado de camarero para pagarse el pasaje a Estados Unidos.
Durante el día Archie vendía las corbatas de Orry-Kelly por las esquinas y por la noche era el cocinero de la casa. Su especialidad era el lenguado de Dover rebozado, acompañado de patatas fritas, que a los tres les gustaba mucho desde pequeños. En los muelles cercanos se vendía diariamente lenguado fresco, y después de pasarse varias horas ofreciendo su mercancía Archie paseaba hasta allí y escogía un par de piezas recién pescadas. Luego compraba en las numerosas tiendas exóticas que poblaban las calles del West Village el resto de ingredientes para preparar la «cena familiar» de aquella noche.
Unos meses después Dillingham anunció las pruebas de selección para el espectáculo Better Times, la secuela de Good Times, que se representaría aquel verano en el Hippodrome. Archie se puso enseguida en contacto con los otros miembros de la troupe Pender que seguían en Estados Unidos y les propuso reunirse para ensayar y crear un número propio para el espectáculo. Cuando creyeron que estaban preparados, se presentaron a la prueba de Dillingham, que contrató inmediatamente su número de los zancos como una de las actuaciones más destacadas de su nuevo espectáculo de variedades.
Better Times se estrenó el fin de semana de la Fiesta del Trabajo (31 de agosto) de 1922 y Archie, tras siete meses en paro que le habían parecido toda una vida, volvía a trabajar en Broadway. El espectáculo estuvo seis meses en cartel y, cuando terminó, Archie convenció a los demás de que permanecieran juntos y formaran su propia compañía, la Lomas Troupe, en honor al hombre que les había reunido por primera vez. Archie resultó ser un representante eficiente y pronto consiguió para el grupo un contrato en el circuito de vodevil Pantages, que cubría todo el país, además de algunas funciones en Canadá, antes de ir a Los Ángeles para actuar en el teatro homónimo del circuito, situado en Hollywood Boulevard y el equivalente en la costa Oeste del famoso Palace de Nueva York.
Durante su primer día libre en Los Ángeles, Archie exploró Hollywood del mismo modo que había recorrido Nueva York: solo, sin un plan previo y sin prisas. Se desplazó en autobús, en los numerosos tranvías que cruzaban la ciudad y sobre todo, como hacía casi todo el mundo en aquellos días, a pie. Paseó por el rutilante pavimento de Hollywood Boulevard, admirando las palmeras que flanqueaban la avenida, las primeras de verdad que veía en su vida, e intentó mantener la cabeza echada hacia atrás para sentir en la cara el magnífico sol, que enseguida le proporcionó un bronceado muy favorecedor.
Durante una función de noche en el teatro Pantages del Hollywood Boulevard, Douglas Fairbanks le visitó entre bambalinas. Se había enterado del espectáculo por la prensa y acordado del nombre del jovenzuelo a quien había conocido durante su viaje a América a bordo del Olympic. Archie se sintió complacido, tanto por la visita como por la invitación de Fairbanks a acudir al plató donde rodaba su última película, El ladrón de Bagdad. Archie se presentó allí la tarde del día siguiente. Como si estuviera en el ojo de un huracán, se quedó inmóvil a un lado del gigantesco escenario cinematográfico, mientras docenas de técnicos se afanaban alrededor preparando las escenas. De pronto oyó que le llamaban y vio a Fairbanks, que con una amplia sonrisa le indicaba por gestos que se acercara a charlar un minuto antes de filmar la siguiente escena. Fue un día que el joven Archie Leach no olvidaría nunca.
Cuando terminó el contrato de la troupe con el Pantages, Archie volvió de mala gana a Nueva York, soñando con el día en que podría regresar a Hollywood y trabajar en sus propias películas.
Una vez en Manhattan, Archie volvió a sus actividades de acompañante y vendedor callejero de corbatas, a compartir casa con Orry-Kelly y Charlie y a pasar muchas tardes en el club del NVA. Como siempre, encontrar trabajo de actor era muy difícil y Archie aceptaba cualquier migaja que cayera en sus manos. Dado que sabía moverse, consiguió algún que otro contrato para cantar y bailar formando parte de un «dúo», cuya compañera femenina era cualquier actriz en paro que estuviera disponible. Por la tarifa sindical de 62,50 dólares la noche, él y su pareja de turno se presentaban en alguno de los muchos cinematógrafos que habían aparecido en los suburbios del otro lado del río, en Nueva Jersey, y bailaban entre película y película al son de discos rayados, mientras el público, indiferente, entraba y ocupaba sus butacas.
Entre los jóvenes directores de las pruebas teatrales a las que solía presentarse estaba Jean Dalrymple, que finalmente le consiguió un papel en un vodevil titulado The Woman Pays, que se representó durante varios meses en el circuito juvenil del Orpheum. Su actuación en dicha obra es importante, porque fue su primer papel con diálogo. La comedia, escrita por Dalrymple, giraba alrededor de Archie, «el hombre más guapo de la ciudad», por cuyo afecto competían, sin él saberlo, dos mujeres muy apasionadas.
Cuando acabó la gira, Archie había trabado una buena amistad con Dalrymple y poco a poco, guiado por ella, se labró una sólida reputación como un «galán serio» digno de confianza, que estaba dispuesto a trabajar con cualquier actor de vodevil que llegara a la ciudad para actuar una sola noche. El de galán serio era un personaje que despreciaban los actores con carreras más consolidadas, que tampoco deseaban interpretar los papeles de bobo, antagonista o ingenuo, que daban pie a las frases cómicas de los graciosos, de modo que eran estos, y solo estos, los que se lucían. Archie, sin embargo, estaba más que dispuesto a hacer ese trabajo, pero pronto se encontró con problemas que nadie, ni siquiera Dalrymple, había previsto. Cómicos como Milton Berle se mostraban reacios a actuar con él porque su atractivo físico hacía muy difícil que el público le tomara por el «bobo». A Berle, que tenía el aspecto de los payasos que acaban con una tarta estampada en la cara y, como muchos bufones, se creía una especie de conquistador, no le gustaba verse eclipsado en el escenario por alguien tan atractivo para las mujeres como Archie.
En la fiesta del estreno de uno de esos espectáculos, Archie se encontró con muchas estrellas del vodevil neoyorquino, entre ellas, los cómicos George Burns y Gracie Alien. Burns, que había oído hablar de él, quería conocerle.
Archie invitó a Orry-Kelly a acompañarle a la fiesta. Las cosas no iban bien entre los tres compañeros de piso y Archie pensó que era una oportunidad para que ambos salieran del apartamento y se divirtieran juntos. Mientras Archie estuvo de gira, Orry-Kelly había conseguido un trabajo estable en Broadway como diseñador de vestuario de figuras tan rutilantes como Ethel Barrymore. Archie hubiera querido que se quedara en casa y ocuparse él de ganar un salario, pero para Orry-Kelly su profesión era no solo la primera sino la única prioridad.
Desgraciadamente las cosas llegaron a un punto crítico durante la fiesta, cuando Archie y Orry-Kelly se enzarzaron en una discusión a gritos que escandalizó a los demás invitados. Burns en particular se mostró consternado por aquella exhibición pública y preguntó a sus amigos por qué todo el mundo tenía que ser testigo de su «homosexualidad»[39].
Convencido de que la situación entre Orry-Kelly y él no tenía solución, Archie empezó a salir más a menudo con Lester Sweyd, una estrella del vodevil diez años mayor que él, a quien había conocido cuando ambos actuaban en el Hippodrome. Sweyd se había labrado un nombre con el papel de Fonzo, el Prodigioso Chico con Faldas, antes de retirarse de la escena para dedicarse por completo a las tareas de representante. Poco después de la pelea con Orry-Kelly en la fiesta, Archie comenzó a quedarse a pasar la noche en el apartamento de Sweyd.
También empezó a aceptar a menudo las ofertas que constantemente le hacía Marks para que trabajara de acompañante. Con su atractivo físico había conseguido bastante fama entre las mujeres ricas de la ciudad, para quienes era un secreto a voces que se podían contratar los «servicios sociales» de aquel guapo y joven actor por toda una velada a un precio bastante razonable.
Hacer vida social vestido de esmoquin permitió a Archie observar de cerca el amaneramiento gestual de los ricos y le ayudó a suplir las muchas carencias culturales que aún arrastraba debido a su limitada educación. Escuchaba con atención cómo hablaba aquella gente y se esforzaba incansablemente en modular el monótono acento de Bristol para adoptar una entonación más americana. Asimismo mejoró su forma de andar, eliminando el movimiento ondulante que propiciaban sus «piernas de goma», ligeramente arqueadas y ágiles por naturaleza.
Tras pulir todos esos aspectos resultó aún más atractivo para las mujeres que lo contrataban. Aunque su creciente presencia entre las clases altas de la sociedad neoyorquina debía de ser casi siempre decorosa, a Orry-Kelly le molestó que Archie se hiciera tan rápido un nombre como el mejor gigoló de la ciudad, ya que tal reputación podía perjudicar la carrera profesional de ambos. Una noche, durante la cena, Orry-Kelly anunció oficialmente que su relación había terminado y que Archie debía abandonar el apartamento para siempre.
Con su vida amorosa desbaratada, la reputación mancillada y sin un centavo, Archie se marchó. Durante el año y medio siguiente alquiló una habitación en el club del NVA de Times Square. Temiendo que el trabajo de acompañante le privara de toda posibilidad de ganarse la vida en Broadway, aceptó una serie de trabajos eventuales de camarero u hombre anuncio para un restaurante chino situado frente a los grandes almacenes Macy’s.
Años después, para ocultar el fracaso y la humillación de aquella época, Grant sostendría que en 1925, a los veintiún años, volvió a Inglaterra para actuar en la compañía de repertorio Nightingale Players[40]. De hecho nunca salió de Estados Unidos, sino que se quedó en Nueva York, vagabundeando, perdido y solo, hasta 1927, el año en que, según diría más adelante, dejó el escenario teatral inglés para regresar a Estados Unidos y a la ciudad de Nueva York.
Una cosa es cierta: el año 1927 marcaría el renacimiento artístico de Archie Leach.