Recuerdo un consejo que me dio mi padre sobre los zapatos; me ha sido muy útil siempre que he andado mal de dinero. Me dijo: es mejor comprar un par de zapatos buenos que cuatro pares baratos. Un par fabricado con piel buena durará más que cuatro pares de inferior calidad y, si lo cuidamos bien, seguirá siendo una muestra de buen juicio y gusto, por muy viejo que sea. Es como la bolsa. Es mucho mejor comprar una sola acción de una inversión segura que ciento cincuenta acciones de un dólar[17].
Cary Grant
Bristol es la séptima ciudad en extensión y el tercer puerto de Inglaterra[18]. Está situada al sur de Cardiff (Gales), al oeste de Bath y al sudoeste de Gloucestershire. En 1497 John Cabot, el descubridor de Terranova, partió hacia el Nuevo Mundo desde Bristol. Entre las celebridades nacidas en esta ciudad, figuran el laureado poeta del siglo XVII Robert Southey; William Penn, de quien procede el nombre de Pensilvania, y el famoso actor shakespeariano sir Henry Irving. Durante los primeros años del siglo XX, Bristol era el puerto de partida obligado de aquellos que deseaban viajar en transatlánticos de lujo desde Gran Bretaña a Estados Unidos. En el resto del mundo se la aprecia por su popular jerez dulce, el Bristol Cream.
Bristol es también una de las ciudades con mayor tradición teatral de Inglaterra, sede del famoso teatro Royal de King Street, que se inauguró en 1766 y sigue en funcionamiento en la actualidad. Los otros locales que formaban parte del circuito de vodevil británico a principios del siglo XX, eran el Bristol Empire y el Hippodrome. Esos tres lugares fueron las primeras señales del camino hacia el país de los sueños para un chico cuyo destino era convertirse en el hijo predilecto de Bristol: el joven Archibald (Arch-iii-bald) Alec (Alexander) Leach[19].
Archie, como todos le llamaban, era el segundo hijo de Elsie Maria Kingdon, hija de un calafate episcopaliano, y Elias Leach, hijo de un alfarero episcopaliano. Aunque Elias soñaba con convertirse un día en un famoso artista de variedades, se ganaba la vida planchando trajes en la fábrica textil Todd. Los Kingdon en general pensaban, en los días en que empezaba a declinar la rigidez victoriana, que por desgracia su prudente hija se había casado con alguien de clase inferior. No consideraban a Elias (de treinta y tres años, doce más que su hija) aceptable desde el punto de vista social ni lo suficientemente bien situado para un hombre de su edad.
No obstante Elsie, una joven muy tímida, menuda y atractiva, con un hoyuelo en la barbilla, no le rechazó cuando él se declaró. ¿Cómo iba a hacerlo? Era alto, delgado, apuesto y encantador; el bigotudo hombre de sus sueños. Ella creía firmemente en Elias, aunque sus padres no, y estaba segura de que era sincero cuando le prometió que algún día tendría la clase de abrigos y trajes de moda que planchaba en la fábrica y que su trabajo en esta, un edificio sin ventanas y atestado de vapor, donde se deslomaba seis días a la semana, no era más que un breve escalón hacia una vida mejor para ambos.
Elias soñaba con lo mejor, y también sabía cómo hacer realidad al menos parte de esos sueños. Cuando acompañó al altar a la joven de veintiún años, ya le había tirado los tejos a la mayoría de las mujeres más atractivas (y menos recomendables) de Bristol, aprovechando su apostura para meterse en sus camas, aunque no en sus vidas. Cuando conoció a Elsie, intuyó que su padre aportaría una buena dote y, más adelante, una respetable herencia. Eso bastó para que renunciara a su desenfreno y pidiera la mano de Elsie.
Se instalaron en una de las viviendas apareadas para trabajadores recién construidas en Hughenden Road, cerca de Gloucester. La casa era demasiado fría y húmeda en invierno, con el aire cargado por el humo pestilente de la calefacción de carbón mal aireada, y demasiado calurosa en los días bochornosos del verano. Necesitado de nuevos estímulos, Elias reanudó enseguida sus juergas. Al menos uno de sus problemas era la frustración sexual. Cuando aún no llevaba un año casado, descubrió que ya no era capaz de subir la temperatura de Elsie, fuera cual fuese la temperatura exterior. La concepción victoriana que ella tenía del amor establecía que la procreación era la única justificación del acto sexual. Hacerlo por placer era improductivo, una forma sacrílega de desperdiciar el tiempo, al menos en lo referente a ella.
Llena de espléndidas iglesias y animados espectáculos musicales, Bristol proporcionaba numerosas oportunidades para que Elsie rindiera culto a Dios, al menos tantas como los innumerables bares y teatros de variedades que satisfacían las aficiones más profanas de su marido. En efecto, cuando Elias volvió a las andadas, no le resultó difícil encontrar donde elegir entre las compañías ambulantes de vodevil que actuaban continuamente en los teatros locales, cuyos espectáculos Elsie y los demás beatos consideraban nada más (y nada menos) que obra del mismo diablo.
La sociedad victoriana creía que ningún delito quedaba impune. Si las autoridades estatales no arrestaban y procesaban a los que incumplían la ley, una autoridad superior se vengaría con toda seguridad de quienes quebrantaban la ley moral. Ésa fue la única explicación que Elsie encontró a la inesperada muerte de su primogénito, John William Elias Leach[20].
Había dado a luz en su casa el 9 de febrero de 1899, y desde el momento en que el pequeño John exhaló su primer aliento Elsie se dedicó en cuerpo y alma a atender todas sus necesidades. Le colmó del amor y el cariño que negaba a su esposo, que consideraba la había engañado. Él fue con toda seguridad la causa por la que Dios castigó su hogar cuando, con ocho meses, el bebé empezó a tener tos, seguida de violentas convulsiones y continuos accesos de fiebre. John murió de meningitis tuberculosa el 6 de febrero de 1900, cuando faltaban dos días para que cumpliera su primer año y un día antes del vigésimo tercer cumpleaños de la joven madre.
Elsie no se permitió llorar en el funeral del pequeño John. Durante todo el servicio fúnebre no derramó ni una lágrima y permaneció sentada, vestida de negro, mirando fijamente al frente, al universo privado de su inconsolable pena. En efecto, Dios había castigado a Elias por sus innumerables pecados y al hacerlo había arrojado Su ira sobre ella también, arrebatándole el fruto de su corrompido matrimonio. Tras el entierro ni Elias ni Elsie volvieron a pronunciar el nombre del pequeño John.
En la primavera de 1903 Elsie estaba de nuevo embarazada, una señal, pensó ella, de la misericordia divina. Mandó a Elias acondicionar la habitación que había sido de su primogénito y aislar un poco mejor las paredes y el techo, para evitar que las perniciosas corrientes de aire afectaran a su nuevo bebé.
Archibald Leach nació el 18 de enero de 1904[21]. Desde el principio, para asegurar su buena salud y rectitud moral, Elsie le impuso una disciplina obsesiva, una educación severa que le acompañaría todos los días de su vida. «De pequeño —recordaba el actor casi ochenta años después—, me multaban por derramar algo sobre el mantel. Tres peniques por mancha. Pero no era tan horrible. Me daban una paga semanal de un chelín, así que podía hacer cuatro manchas, y solo poníamos el mantel los domingos[22]».
A Elsie le gustaba que el pequeño Archie llevara el pelo largo y rizado, y le vestía con trajes de volantes que se parecían mucho a los vestidos de las niñas[23]. Se ha dado mucha importancia a este hecho como posible origen de la posterior bisexualidad de Grant. Aunque desde luego pudo ser un factor, lo cierto es que era una forma muy común de tratar a los niños en la Inglaterra victoriana, anterior a Freud. Se creía que los críos carecían de sexualidad y que la costumbre de travestir a los chicos tenía tanto de provocativo como el deseo inocente de una madre de «jugar a las muñecas» con su bebé, sin tener en cuenta el género. Sin embargo, los vínculos son los vínculos, y Freud dejó claro que los niños tienen impulsos sexuales y que las relaciones emocionales de la preadolescencia marcan, de una forma u otra, para toda la vida. Cuando tenía treinta y tantos años, Cary Grant y su compañero de piso y amante Randolph Scott a menudo se presentaban en las fiestas de disfraces vestidos de mujer, y ya entrado en la cincuentena Grant sorprendió al periodista Joe Hyams al admitir que, cuando viajaba, con frecuencia prefería llevar bragas de nailon debajo de la ropa porque eran más fáciles de empaquetar que las prendas íntimas masculinas, y porque podía lavarlas él mismo, con lo que se ahorraba la factura de la lavandería del hotel[24].
Tanto como el excesivo apego físico a su madre, en la psique del joven Grant debió de influir la frecuente ausencia de Elias, lo que le privó de la presencia normalizada del padre. En realidad a Elsie ya no le preocupaba que su marido pasara la noche fuera. Por el contrario, lo consideraba una oportunidad para dedicar más tiempo a su pequeño y perfecto Archie.
Pese a que el chico creció más unido a su madre y a su actitud posesiva, en cierta manera se sentía muy identificado con su padre. Si Archie se había convertido en el sustituto del marido para su madre, objeto de su sofocante cariño y quizá de cierta dosis de la rabia que alimentaba contra Elias, de algún modo primario o instintivo él sabía por qué papá no estaba siempre con ellos. Las pocas noches que Elias se quedaba en casa, Elsie y él discutían a voces por dinero (o por su falta), lo que solo contribuía a ahondar la fractura emocional del chico, cuya lealtad se veía dividida entre ambos, y sentaba las bases de la famosa tacañería que le acompañaría hasta la muerte y, más adelante, de su conflictiva visión del amor adulto, de la difícil aceptación de la adulación del público, en ocasiones demasiado entusiasta, del casto cortejo a las mujeres de quienes creía estar genuinamente enamorado, de los fracasos matrimoniales, de su preferencia por la compañía masculina sobre la femenina o de su decisión de estar solo. «Mis padres se esforzaron muchísimo y lo hicieron lo mejor que pudieron —diría Grant más adelante—. El problema es que ellos no eran felices. La falta de dinero para los sueños de mi madre se convirtió en una excusa para continuas sesiones de reproches, de los que mi padre aprendió que era inútil defenderse. Pero eso no quiere decir que uno tuviera “razón” o estuviera “equivocado”. Probablemente ambos tenían razón[25]».
En cualquier caso Elias (Jim para sus amigos) se sintió aliviado de que le exoneraran de las responsabilidades paternales hacia su hijo. Prefería el aroma del humo del puro y la cerveza derramada sobre la madera del pub local a la col caliente y la mujer fría que le esperaban en casa. Cada vez que Elias pasaba un rato a solas con su hijo, ambos se divertían muchísimo. Cuando Archie tenía solo cinco años su padre empezó a llevarlo los sábados a la fábrica, donde al chico le encantaba estar entre la ruidosa maquinaria hasta la hora de cerrar y después pasear por la ciudad, cogido de la enorme mano de su padre, con el brazo bien estirado para llegar a ella, mientras Elias hacía la ronda por los pubs locales y los tugurios ambulantes de juego. Archie siempre recibía dos recompensas por «ayudar» a su padre en el trabajo. La primera era un caramelo envuelto, que su padre le animaba a buscar con los dedos en el bolsillo de los pantalones perfectamente planchados que se ponía para sus actividades a la salida del trabajo. La segunda era el consejo de un hombre a quien le gustaba la ropa de calidad, que creía que la imagen personal, a pesar de la posición social, era la mejor forma de prosperar[26]. Una tarde, Elias, tras fijarse en la mala calidad de los zapatos de Archie, le soltó un duro pero cariñoso discurso sobre la importancia de llevar un calzado adecuado. Elsie, siempre ahorradora y práctica, le había comprado a Archie cuatro pares de zapatos baratos. Era la clase de economía con la que Elias no estaba de acuerdo. En su opinión, los zapatos de vestir de su hijo parecían «baratos» y «no durarían». Era mejor tener un solo par bueno, le dijo al muchacho, que varios que no valieran nada. «Comprar menos de mejor calidad» fue una lección que Archie recordaría toda su vida[27].
Los sábados por la noche, uno de los pasatiempos favoritos de Archie y Elias era ir a salas de teatro de variedades o de vodevil de Bristol para ver pantomimas —un espectáculo bastante popular y especialmente estridente, en el que los hombres interpretaban tanto los papeles masculinos como los femeninos y el protagonista masculino siempre lo representaba una mujer joven y por lo general atractiva— y los números de canción y baile de los artistas de moda.
En 1909, cuando solo tenía cinco años, el joven Archie vio por primera vez al actor que le obsesionaría durante gran parte de su vida. Charlie Chaplin era miembro de Karno Players, una compañía de vodevil ambulante que regularmente realizaba giras por las salas de teatro de variedades, entre ellas las de Bristol. Un año después, Karno se llevó a Chaplin y a los demás a América, un viaje del que Chaplin no volvió. Su actuación en solitario causó sensación primero en los locales de vodevil neoyorquinos de la calle Cuarenta y dos, luego en cortometrajes cómicos, hasta que triunfó en Hollywood cuando hizo al mundo, y a Archie, el regalo de Charlot.
Elias también tocaba un poco el piano, y pronto el joven Archie pudo aporrear algunas canciones de moda en el piano vertical manchado de cerveza del pub. Cuando Elsie supo del talento musical de su hijo, en un gesto de amabilidad quizá teñida de competitividad entre progenitores, hizo que su padre comprara un flamante y lujoso piano vertical para el salón familiar. La llegada del piano irritó a Elias, no porque no le gustara que el chico tocara, sino porque no lo había pagado él, y sus sonoras pero huecas afirmaciones de que no quería vivir de la caridad de su suegro motivaron una nueva pelea por dinero, que fue todo menos música para los oídos del joven Archie.
Ante la insistencia de Elsie, Archie empezó a estudiar piano clásico, mientras su padre le animaba a seguir desarrollando el estilo propio de los espectáculos de variedades. El conflicto sobre la orientación de sus cualidades musicales confundió al chico, sobre todo porque se convirtió en un foco más de polarización entre sus padres, hasta el punto de que, aunque le encantaba tocar, casi nunca lo hacía para ninguno de los dos.
Pronto Elsie, siempre práctica puritana, decidió que los talentos que Dios había otorgado a su hijo (ayudados por una poderosa mano izquierda, cuyo uso él primaba de forma natural) lo capacitaban para su inmediata admisión en una de las mejores escuelas de la zona, la Bishop Road de Bishopston. Cuando las habilidades musicales de Archie convencieron a la dirección del colegio de que era apto para ocupar una de las pocas plazas disponibles, se sintió legítimamente orgullosa. Lo único que le preocupaba era la zurdera de Archie, que temía impidiera su admisión[28].
Archie entró en la escuela con cinco años y a partir de entonces tocó menos el piano y jugó más al fútbol, y con su insólita destreza natural en el campo se ganó la amistad y la admiración de los demás chicos de su edad y de los mayores. Gracias a la buena alimentación y a la práctica de ejercicio, creció mucho, y antes de cumplir los trece años ya medía más de metro ochenta. A esas alturas todos en la escuela, tanto profesores como alumnos, se habían fijado en la extraordinaria apostura del joven Archie, alto, fuerte y agraciado con un rostro en el que destacaban el hoyuelo en la barbilla y los grandes ojos marrones que había heredado de su madre, junto con la espesa cabellera morena y ondulada y la espontánea sonrisa de su padre.
Si la vida parecía más fácil para él en Bishop Road, en casa su ausencia solo sirvió para empeorar la relación entre Elsie y Elias. Sin Archie para amortiguar las tensiones, las discusiones arreciaron, siempre por la afición a las faldas de Elias y su incapacidad para ganar un buen salario. En más de una ocasión llegaron a las manos. Para Elias, la única manera de tratar a su tozuda esposa era pegarle hasta que cedía.
Cuando las cosas se ponían demasiado feas entre ambos, Elsie sencillamente esperaba a que se calmaran. Al final Elias vio claro que la situación no tenía salida y que lo mejor era irse. No podía pagar un divorcio, así que consideró que la única forma de conseguir la libertad era aceptar un trabajo en una fábrica de Southampton, cien kilómetros al sudeste de Bristol, cerca de la costa sur, donde se confeccionaban los uniformes de las dos naciones enfrentadas en la guerra italo-turca.
Años después, Grant recordaría en una reveladora descripción del traumático episodio cómo vivió el abandono paterno y su propio sentimiento de culpa por contribuir a que se marchara: «Es raro, pero no me acuerdo de cuando mi padre se fue de Bristol. Quizá me sentí culpable por desearlo en secreto, pero así tenía a mi madre para mí solo… da igual, no recuerdo la marcha de mi padre, pero le extrañé mucho a pesar de sus, y por lo tanto mis, defectos» (la cursiva es mía).
En Southampton, Elias encontró enseguida una joven amante, llamada Mabel Alice Johnson, y creó un segundo hogar. Pronto tuvieron un hijo, mientras Elsie y Archie se veían obligados a trasladarse a una casa aún más pequeña.
Archie visitaba de vez en cuando a su padre en Southampton y Elias, que no ocultaba su nueva vida familiar, celebraba su llegada con una salida al cine local para ver los últimos cortometrajes de Chaplin y Mack Sennett. Archie siempre se reía a carcajadas con el maltratado personaje de Chaplin, cuyas desesperadas miradas a través de la cámara —¡directas hacia él!— llenaban de una luz y una alegría especiales su vida, por lo demás solitaria.
Aquella alegría duró poco. Un día de 1914, cuando Archie tenía diez años, regresó a casa del colegio y no encontró a su madre. Con la inminencia de la guerra, las familias habían empezado a reunirse bajo un mismo techo para compartir las cartillas de racionamiento. Pese a que su casa era más pequeña, Elsie había acogido, a los dos hijos de su hermano, ambos mayores que Archie. En aquel momento ambos observaban en silencio cómo su primo corría de una habitación a otra buscando a su mamá. Cuando por fin les preguntó dónde estaba, le dijeron que se había marchado a una población turística de la costa para pasar una temporada. ¿Por qué había hecho eso sin llevarle a él, sin siquiera decírselo?, se preguntó Archie. ¿Y quién se ocuparía de él mientras ella estuviera fuera?
La repentina desaparición de Elsie acentuó los crecientes y torturados sentimientos de abandono, culpa y desesperación que, de una forma u otra, le acompañarían el resto de su vida. Años después, Grant declararía lo siguiente sobre sus múltiples fracasos matrimoniales: «Cometí el error de pensar que cada una de mis esposas era mi madre, que no habría forma de reemplazarla una vez que se fuera. Me atraían las [mujeres] que se parecían a mi madre, que tenía la tez aceitunada, por ejemplo. Por supuesto, al mismo tiempo [a menudo escogía] a alguien con sus características emocionales, y eso no era lo que yo necesitaba[29]».
¿Qué había sido de Elsie? ¿Adonde había ido? No a un pueblecito de la costa, y tampoco por una temporada, como le dijeron al principio sus familiares. Aquella versión fue rápidamente sustituida por otra: su madre había muerto de un ataque al corazón.
La noticia destrozó al chico, que enseguida empezó a actuar movido tanto por la rabia de ser abandonado de nuevo, esta vez por su madre, como por el sentimiento de culpa de haber obligado de algún modo a sus padres a dejarle. Pronto se convirtió en un ladronzuelo, y siguió siéndolo incluso cuando, básicamente por lástima, la comunidad le concedió una beca para la prestigiosa escuela de enseñanza secundaria Fairfield. Fue allí donde conoció a su primera novia, a quien recordaría décadas después como «regordeta, bonita y descaradamente coqueta», pero a todas luces inalcanzable para él. Hija de un carnicero local, la chica lo trastornó de tal modo que un día se quedó tan embobado mirándola mientras caminaba que se dio contra una farola y estuvo a punto de perder los dientes.
Aquel verano Archie se instaló solo en Southampton. Habría querido ir a vivir con su padre, pero Elias se negó con la excusa de que, con su nueva mujer y el bebé, el hermanastro de Archie, no había sitio en la casa para él. Archie se ofreció para trabajar de recadero en los muelles militares y, si no ganaba lo suficiente para pagarse un camastro en el albergue para indigentes, con frecuencia dormía en los callejones. Eran tiempos de guerra, y una de sus obligaciones diarias era entregar a cada soldado un chaleco salvavidas antes de que cruzaran el canal de la Mancha en una barcaza del ejército, que a menudo hundían los submarinos alemanes a pocas millas de la costa. Archie se negaba, por patriotismo, a aceptar propinas de los soldados para quienes realizaba los encargos. Aceptaba en su lugar un botón militar o una insignia del regimiento. Codiciaba esos objetos como si fueran el símbolo de su valía personal y lucía tantos como cupieran en su cinturón.
Archie volvió aquel otoño a la escuela de Bristol de mala gana, consumido aún por el dolor a causa de la muerte de su madre. Solía pasarse las noches solo en su habitación contemplando una foto de Elsie, sollozando en silencio mientras rogaba a Dios por su alma. Los fines de semana iba a los muelles para ver las goletas y barcos de vapor que, como más tarde recordaría, «subían por el río Avon hasta el centro de la ciudad[30]». Durante esa época se acentuó su determinación de marcharse de Bristol para siempre: «Mientras la mayoría de mis amigos de la escuela jugaban al criquet, yo me pasaba las horas sentado a solas mirando los barcos ir y venir, navegando con ellos a lugares remotos con la marea de mi imaginación, intentando liberarme de las tensiones emocionales que trastornaban mis pensamientos».
En muchos sentidos su ansia por «liberarse» no se diferenciaba demasiado —y en cierta forma emulaba— de la forma de marcharse de Bristol que había encontrado Elias. Archie también deseaba huir, pero no solo hasta Southampton; ahora sus sueños lo llevaban aún más lejos. Como su héroe (y el de todos los británicos) Charlie Chaplin, quería viajar al mundo de la magia y los sueños: América, ese era el lugar adonde ansiaba ir.
La siguiente sucesión de acontecimientos se ha descrito a menudo como una «feliz coincidencia», «el decisivo encuentro de un muchacho con su mentor» o, como el propio Grant diría más adelante, «una casualidad del destino que encauzaría mi futuro». A los trece años Archie, pese a ser todo lo más un estudiante mediocre con cierta aptitud para la química, entabló amistad con el ayudante a tiempo parcial del profesor de ciencias, que un día lo llevó a clase para realizar un experimento.
El ayudante era un buen amigo del profesor, y trabajaba de electricista en el recién reconstruido Bristol Hippodrome (que sustituyó al viejo Empire). Archie le pidió ilusionado que le llevara a las bambalinas para ver el moderno sistema de conmutadores e iluminación del teatro. Su amigo aceptó con mucho gusto la petición y Archie aprendió rápidamente los aspectos técnicos de la puesta en escena de un espectáculo; tuvo el privilegio de contemplar a los actores desde bastidores, desde donde veía las caras de pasmo de los chicos de las primeras filas a la luz de los focos del escenario, que ellos hacían subir y bajar para divertirse. Según afirmó Grant: «Entonces lo supe[31]». Como Charlie Chaplin, ¡él también se dedicaría al teatro y vería mundo!
El amigo electricista de Archie lo llevó luego a la oficina del encargado del Hippodrome, que también le tomó cariño al chico. Solía invitar al joven Archie a sentarse con la gente que trabajaba entre bastidores, les ayudaba a subir el telón y los cables de la iluminación y a cambiar el escenario en el entreacto. Archie lo hizo tan bien que al final lo ascendieron a ayudante de técnico encargado del manejo de un par de focos de calcio, llamados limelights en Gran Bretaña, que se colgaban del techo a ambos lados del escenario y tenían que dirigirse manualmente, para que las estrellas permanecieran bajo el foco del doble haz de luz.
Finalmente permitieron a Archie manejar uno de esos focos, y lo hizo tan bien que le dijeron que se encargara de los importantísimos focos del fondo de la sala. Todo fue bien hasta que una vez, durante una actuación, enfocó por error un par de espejos ocultos que revelaban el mejor truco del mago. Por insistencia de este, Archie no pudo volver a trabajar jamás en el Bristol Hippodrome.
Quedó desolado y juró que nunca más pisaría un teatro, pero pronto volvió a merodear por los muchos locales de variedades de Bristol y a pasar el tiempo con los actores que había conocido durante su breve carrera de iluminador. En alguna que otra ocasión consiguió incluso trabajar de traspunte en el Hippodrome a la salida de clase, por diez chelines a la semana. Así oyó hablar por primera vez de la bulliciosa troupe de cómicos de Bob Pender[32]. La especialidad de Pender era una serie de números cortos en los que los actores hacían acrobacias y payasadas, se paseaban con zancos y hacían complicadas pantomimas con vestidos a juego y máscaras enormes. Pender, cuyo verdadero nombre era Bob Lomas, había conseguido cierta fama como artista de la escuela de payasos del gran teatro Drury Lane antes de formar su propia compañía, cuyo objetivo era seguir la senda de los legendarios espectáculos ambulantes de Fred Karno.
La compañía de Lomas era un negocio básicamente familiar. Su mujer, Margaret, antigua profesora de ballet del Folies-Bergère de París, instruía a la troupe en todo lo relacionado con los movimientos y el equilibrio. Entre los actores principales estaban la hija de Lomas, Doris, sus hermanos Tom y Bill, su cuñada viuda y su hijo.
Como todas las compañías formadas básicamente por cómicos jóvenes, la de Pender necesitaba siempre nuevos artistas con talento para sustituir a los que crecían demasiado deprisa, se cansaban y se iban, se enamoraban, se casaban o se enrolaban en el ejército. Después de conocer al joven Archie, Lomas lo invitó a probar suerte en la compañía ambulante. ¡Archie estaba loco de alegría! Después de merodear entre bambalinas durante lo que parecía una eternidad, por fin tendría la oportunidad de actuar.
Archie preparó una serie de ejercicios gimnásticos que había aprendido de los futbolistas mayores en la escuela, además de un par de piruetas que sabía hacer desde siempre, y demostró que también podía andar con las manos, una habilidad que le había enseñado su padre. A Lomas le gustó lo que vio y le ofreció trabajo en la compañía, siempre que Elias diera su aprobación por escrito. Archie aceptó de inmediato, se fue a casa, falsificó una carta de autorización de su padre y se la llevó a Lomas, que le envió a Norwich para que se preparara con la troupe.
Por desgracia la primera gira de Archie acabó bruscamente diez días después, cuando la compañía aún estaba en Norwich, con la repentina e inesperada aparición de Elias. Los familiares de Bristol de Archie le habían dicho que el chico se había escapado. No tardó en localizar a su hijo, se encaró con Lomas y le informó de que Archie aún no tenía catorce años, la edad legal para trabajar en Inglaterra en aquella época. Elias exigió que el muchacho volviera a la escuela enseguida y amenazó con denunciar a Lomas por raptar a un menor. Archie empaquetó de mala gana sus escasas pertenencias, se despidió de todo el mundo y volvió a Bristol sin siquiera haber aparecido en escena.
De vuelta en casa, Archie ansiaba regresar a la vida teatral y se le ocurrió un ingenioso plan para conseguirlo. Grant explicaría años después que «investigó» el lavabo de chicas de la escuela, refiriéndose a que hizo un agujerito en la pared para ver a las alumnas que iban al retrete. Según otras fuentes, volvió a las andadas y le pillaron robando. Fuera cual fuese la razón, en marzo de 1918, justo dos meses después de cumplir catorce años, le expulsaron oficialmente por «falta de atención, irresponsabilidad y contumancia». La decisión de la escuela le dio la libertad necesaria para unirse de nuevo a la troupe Pender.
Aquel agosto, Grant firmó muy ilusionado un contrato por tres años, esa vez con la verdadera firma de Elias, que oficialmente le dio permiso para incorporarse a la compañía Pender, con un salario semanal de diez chelines, con manutención y alojamiento incluidos, y preparación técnica a cargo de Lomas[33]. A esas alturas Elias estaba más que encantado de entregar su hijo a Lomas, por motivos que tenían menos que ver con el talento artístico en ciernes de Archie que con sus propias necesidades del momento. Cuando el chico creó problemas en la escuela, las autoridades locales habían investigado por qué vivía con sus parientes en Bristol, en lugar de con su padre en Southampton. Lo último que Elias quería era que las autoridades de Bristol metieran la nariz en su vida privada. Finalmente, cuando Elias descubrió que Lomas era un compañero masón y un hombre de familia, dio su consentimiento, confiado de que su hijo estaría bien cuidado.
Archie demostró que si quería podía ser un buen alumno, sobre todo en la faceta física de los espectáculos de variedades británicos. Sus especialidades eran andar sobre zancos, dar volteretas y caer de culo, para lo que utilizaba su agilidad natural y el mismo sentido innato del ritmo que había demostrado al piano. Por insistencia de Lomas, empezó a trabajar también su dicción para perder el pronunciado acento de la región sudoccidental del Reino Unido. Incapaz de conseguir «un inglés culto»[34], desarrolló una mezcla vocal muy personal de cadencia, voz áspera y entonación dubitativa, cuyo sonido llegaría a ser reconocible al instante para los aficionados al cine de todo el mundo.
Durante los dos años siguientes Archie y la troupe actuaron en las salas de music-hall británicas, con alguna que otra gira por el continente europeo y los grandes teatros de Oriente Próximo.
Con dieciséis años y casi un metro noventa de estatura, su atractivo rostro, su fantástica sonrisa, su risa fácil y su natural agilidad, Archie Leach, se había convertido en una presencia carismática en el escenario, y en una de las primeras figuras de la compañía Pender. Y entonces sucedió. En 1920 el famoso empresario de Nueva York Charles Dillingham, el principal competidor de Oscar Hammerstein, invitó a la troupe de Lomas a viajar a Estados Unidos para actuar en el teatro Globe de la calle Cuarenta y dos como teloneros del actor Fred Stone, una de las grandes estrellas del vodevil. Lomas solo podía llevar a ocho de los doce actores fijos de la compañía. Archie apenas pudo contenerse cuando vio su nombre junto a los demás principiantes que superaron la criba.
El 21 de julio, el día de la partida de la troupe, se levantó de madrugada y fue el primero en llegar a los muelles de Southampton, acompañado de Elias, que quería estar allí para desearle buen viaje. Después de despedirse de su padre con un beso embarcó en el lujoso transatlántico RMS Olympic (barco gemelo del Titanic) con destino a América.
A bordo también iban dos de las estrellas más famosas de Hollywood: Douglas Fairbanks y su esposa, Mary Pickford, cuyo matrimonio había provocado el frenesí de la prensa y los noticiarios cinematográficos de todo el mundo; la pareja regresaba a Estados Unidos en un crucero de lujo tras haber disfrutado de seis semanas de luna de miel en Europa. Justo antes de abandonar el continente, Fairbanks y Pickford habían firmado un acuerdo histórico junto con Charlie Chaplin y D. W. Griffith para crear su propio estudio, United Artists, con el objetivo de conseguir la libertad artística e independencia económica frente a los demás estudios.
Cuando corrió la noticia de que Fairbanks y Pickford viajaban en el Olympic, los demás pasajeros se mostraron entusiasmados, pero ninguno tanto como Archie. Todos los días contemplaba la riada de gente que entraba y salía del salón comedor, hasta que por fin reunió el valor suficiente para acercarse a la glamourosa pareja y pedirles un autógrafo. Fairbanks y Pickford resultaron ser muy amables y, cuando Archie les pidió permiso para hacerse una foto con ellos, aceptaron encantados. Archie les dijo cuánto admiraba sus películas y que esperaba ser algún día un actor tan ágil como Fairbanks, famoso por sus sorprendentes acrobacias, que a menudo se rodaban en una sola secuencia. Fairbanks le dio las gracias y a continuación, para sorpresa de Archie, le preguntó si le gustaría acompañarle en sus ejercicios matutinos en cubierta. ¡Si le gustaría! Saltar al lado del bronceado, inmaculadamente vestido y bien peinado actor emocionó a Archie y le llevó a «esforzarse tenazmente»[35] para mantenerse tan en forma y pulcro como su primer amigo famoso de Hollywood.
A primera hora de la tarde, mientras el Olympic navegaba hacia el este y los demás pasajeros dormían su siesta diaria, jugaban a cartas o se escabullían para una pausa romántica, Archie Leach se quedaba en cubierta, inclinado sobre la barandilla, intentando ver la fisonomía de su futuro. Libre por fin de la prisión del provincialismo británico, juró que, una vez en América, jamás recordaría la tristeza y la soledad del ayer, que había dejado enterradas en algún lugar junto a Elsie, en su tumba de Bristol.