El cazador furtivo la sacudió aún una vez más. Era un hombre robusto de facciones brutales, con una barba de varios días recubriéndole mentón y mandíbula.
—¡Debería matarte! —silbó entre dientes—. ¿Por qué has venido a meter las narices aquí a estas horas?
—Estamos practicando… ejercicios de… orientación —tartamudeó Puck—. Creía que…
—¡Creías!
La sacudió de nuevo. Después la soltó.
—¡No trates de escapar! —dijo amenazador—. Si lo intentas, te arrepentirás.
Puck le miró. Aun cuando ello significara correr un riesgo, trataría de huir. Después de todo se trataba de una cuestión de rapidez.
—Pero si no he hecho nada…
—¿Nada? ¿Y esa cajita de plata?
¡La cajita de plata! Había caído a sus pies, cuando el hombre la había puesto bruscamente de pie, y ahora brillaba al sol matinal.
Puck prefirió no responder, confiando en intentar una huida desesperada a través del bosque. Y así lo hizo. El cazador, gritando, salió en su persecución. «Todo depende ahora de mis piernas», pensaba Puck, mientras oía los rápidos pasos del hombre tras sus talones. Nunca en su vida había corrido tan rápidamente. Mentalmente bendecía las clases de gimnasia que habían entrenado sus músculos y le habían enseñado a correr con destreza. Pero el hombre no permitía aumentar la distancia entre ellos. Súbitamente Puck vio algo moverse ante sí y comprendió que su salvación estaba allí. ¡Ya era tiempo! El hombre estaba a punto de alcanzarla. Puck sabía que Navío estaba oculta tras un árbol y había tenido tiempo de ver cómo su amiga empuñaba una gruesa rama, en una mano. Así que pasó tan cerca del árbol en cuestión como le fue posible, a fin de que su perseguidor pasara también por el mismo lugar.
Entonces oyó un golpe, un violento juramento y el ruido de una pesada caída. Desde su escondite tras el árbol, Navío había golpeado al cazador con la rama, con todas sus fuerzas, en las piernas, y éste había caído cuan largo era, mientras las dos amigas escapaban desesperadamente hacia los matorrales para tratar de reunirse con Bang.
Detrás de ellas, el cazador se levantó y prosiguió su persecución, pero ahora las muchachitas estaban muy lejos de su alcance. Cuando llegaron al lugar de la trampa, vieron a Bang luchando con «Rasmus el Fuerte», con una violencia que daba pánico. En cierto momento, Rasmus quiso dar un puñetazo a Bang, pero no lo consiguió, mientras que el guardabosques aprovechó la incidencia para golpear el estómago de su adversario, con un directo que le hizo retorcerse y caer al suelo.
El hombre que había perseguido a las dos amiguitas llegó al lugar de la pelea a su vez y, al darse cuenta de cómo estaban las circunstancias, dio media vuelta y escapó hacia el bosque, en tanto Puck y Navío corrían hacia Bang, quien buscaba una cuerda para atar a «Rasmus el Fuerte».
—¡Vaya, aquí estáis! —dijo Bang con calma, respirando profundamente, después del gran esfuerzo realizado—. Ya me estaba preocupando por vosotras.
—Un hombre me ha sorprendido y perseguido, pero Navío le ha golpeado, salvándome. Ahora ha escapado a todo correr —dijo Puck, tratando de recobrar el ritmo de la respiración—. ¡Cielo Santo, qué emocionante ha sido todo! Hay una gruta al fondo del bosque llena, creo, de objetos robados. En todo caso allí he encontrado la cajita de plata de la señorita Fagerlund. ¿Querrá usted ir a verlo, cuando haya atado a ese hombre?
* * *
Profesores y alumnos estaban sentados para desayunar cuando se abrió la puerta y entró el guardabosques, seguido por Puck y Navío.
El director se levantó y se acercó a ellos.
—¡Qué contento estoy de volver a veros! —dijo calurosamente—. Después de vuestra partida, ayer noche, tuve remordimientos terribles por haber cedido a vuestros deseos, temiendo que algo pudiera ocurriros. ¿Cómo han ido las cosas?
—Extremadamente bien —dijo Navío.
—En todo caso, hemos cumplido nuestra misión —dijo Puck, guiñando un ojo—. ¡Pero hemos escapado de un buen peligro!
—Sí, lo suponía. Jamás debí permitiros partir —dijo el señor Frank, suspirando—. Soy demasiado condescendiente con vosotros, amiguitos, y creo que a partir de ahora deberá reinar más disciplina en Egeborg.
—¡Oh, no! —gritaron a coro chicos y chicas—. ¡No hay que cambiar nada! ¡Estamos muy contentos tal como están las cosas! ¡No, señor director…!
El guardabosques echó una ojeada a su alrededor.
—¡Qué muchachos más encantadores! —dijo con entusiasmo—. Y debo añadir, señor director, que esas dos jovencitas han demostrado una presencia de ánimo y un valor admirables. Tenemos al cazador furtivo encerrado y no tardaremos en dar con su cómplice. Según la descripción de Puck, se trata de un empleado de una granja vecina, que ya me ha dado algunos quebraderos de cabeza.
Miró por segunda vez a su entorno y elevando la voz, dijo:
—Dos de vuestras compañeras me han ayudado esta noche a reducir a un malhechor, y aprovecho la ocasión para deciros que la caza furtiva es odiosa, ya que tortura a los animales de modo horrible. He visto a veces a chicos, que por falta de reflexión sin duda, se entretenían en disparar contra pajaritos dormidos en los árboles; la mayor parte de las veces sólo conseguían herirles. ¡Jamás se recomendará bastante a los jóvenes amor y respeto por la vida de nuestros amigos los animales! Gracias una vez más a las dos chiquillas que esta noche me han ayudado a capturar a uno de esos horrendos cazadores furtivos.
Puck y Navío enrojecieron cuando Bang quiso estrecharles la mano. Puck dijo entonces:
—Nos sentimos contentas de haber atrapado a la vez al hombre que robó en la habitación de la señorita Fagerlund y de haber recuperado el objeto que le sustrajeron.
Todo el mundo retuvo la respiración cuando Puck con la cajita de plata en la mano, se acercó a la señorita Fagerlund. Pero, ante la sorpresa general, pasó de largo sin detenerse ante ella para dirigirse al señor Josiassen.
—Le pedimos perdón por haber enviado ayer un ramillete a la señorita Fagerlund usando una tarjeta con el nombre de usted —dijo—. ¿Quiere tener la amabilidad de entregarle ahora esta cajita en nuestro nombre?
El señor Josiassen miró con asombro a Puck. Frunció el entrecejo y por un momento pareció enojarse. Pero, después de haber mirado rápidamente en dirección del director, que sonreía con todas sus fuerzas, sonrió a su vez ante el regocijo general. Tomó la cajita, atravesó la sala y entregó el lindo objeto de plata a la señorita Fagerlund. Ésta, con una disimulada sonrisa, dijo:
—Mil gracias, querido señor Josiassen.
Navío se inclinó hacia Puck y murmuró:
—«Querido señor Josiassen». ¡Las paces han sido firmadas!
—Sí, tal como deseábamos —respondió Puck
* * *
—¿No es cierto Bente? ¿No te parece que tengo razón? La voz del señor Strandvold resonó fuertemente a través de la clase.
—¿Qué he dicho? —rugió.
Puck se sobresaltó y miró a su alrededor. Navío trató de murmurarle algo, pero ella no consiguió entenderle.
Solamente vio remover los labios de su amiga en lo que le parecieron estúpidas gesticulaciones.
—Tercera persona del singular del presente, ¿no? —rugió el profesor—. ¿Qué es lo que he dicho de la tercera persona del singular del presente?
—Ha dicho… Ha dicho…
Los ojos de Puck vacilaron. No había escuchado nada de lo que había dicho el profesor Strandvold sobre los verbos ingleses en la tercera persona del singular del presente.
—Señorita Bente, después de clase, copiará los verbos que en la tercera persona del singular del presente no toman una «s» —dijo el señor Strandvold un tanto humorísticamente— y los copiarás diez veces. ¿Entendido?
Puck bajó la cabeza. Se daba cuenta de que todos la miraban y la molestaba ser así el centro de la atención general.
—Y dime, ¿cuáles son estos verbos?
—Son… son…
Puck reflexionó intensamente, pero fue incapaz de descubrir a qué clase de verbos se refería el profesor, el cual se levantó de su tarima y se acercó a ella.
—¿Dónde se hallaban hace un momento los graciosos pensamientos de la señorita Winther, mientras este pobre pedagogo estaba hablando de los verbos shall, can, may, must y ought to?
—En ninguna parte —murmuró Puck.
—¡Hum!
El profesor observó a Puck un instante con mirada escrutadora. Su aire irónico había desaparecido. Pero comprendió que había perdido la partida al no usar un clásico tono severo desde el primer momento.
Volvió a su asiento y dijo:
—Prosigamos. ¡Hugo!
Alboroto se levantó, haciendo sonar sus tacones.
—¿Puedes decírmelo tú?
De nuevo los pensamientos de Puck huyeron lejos de la clase de inglés. Karen y Navío la observaban gravemente. Cuando Inger le dio un codazo, Puck pareció despertar de las nubes y estuvo a punto de tirar sus libros al suelo. Felizmente sonó la campana. La clase había concluido.
Puck recogió sus libros y salió con los demás. Annelise trató de tomarla de un brazo, pero Puck se desasió.
—¿Qué quieres?
—Hablar un rato contigo —dijo Annelise con tono desenfadado—. Tengo proyectos para el concurso hípico. Podemos organizarlo juntas. Quiero que papá establezca premios e invitaremos a los mejores jinetes de la comarca…
—Será divertido —dijo Puck, amablemente—. Pero ya me lo contarás en otra ocasión.
—¿Qué te sucede, Puck? —exclamó Annelise—. No eres la misma de siempre.
—No tengo nada…
—Pues nadie lo diría —continuó Annelise—. Durante la clase de inglés has estado en la luna y ahora…
—¡Annelise!
Era Inger quien la llamaba. Annelise volvió la cabeza.
—¿Qué ocurre?
—Ven. Tengo que hablarte. ¡Rápido!
—Voy…
Annelise partió corriendo hacia la escalera. Puck la siguió con la mirada y respiró con alivio. Sí, su amiga tenía razón. Algo le ocurría. Pero se trataba de algo de lo que no quería hablar. Por otra parte, si empezaba a hablar de ello se pondría a llorar en seguida… Así que decidió encaminarse al jardín, lejos de sus amigas. Una vez lejos de miradas curiosas, sacó una carta del bolsillo de sus pantalones. Había llegado aquella mañana de Valparaíso. Y Puck la había leído tantas veces que se la sabía de memoria.
… su padre ha sido trasladado al hospital y yo le he prometido escribirle a usted. Él había proyectado regresar para las vacaciones de este verano, pero parece ser que no va a ser posible. No puedo decirle gran cosa de su enfermedad, aunque creemos que es una fiebre debida al clima. Pero confiamos en que no será nada grave. De todos modos su padre necesitará algún tiempo para reponerse. La tendré al corriente…
El resto de la carta eran sólo palabras amables tratando de velar el hecho de que su padre estaba enfermo en un hospital de Valparaíso. Le había escrito uno de los ingenieros que trabajaba a sus órdenes. Hacía ya algún tiempo que el ingeniero Winther había anunciado a su hija que regresaría para pasar las vacaciones junto a ella. La noticia había causado a Puck una alegría indescriptible.
Por muy habituada que estuviera ya a la compañía de sus compañeras y a la vida del pensionado de Egeborg, que tanto le gustaba, echaba mucho de menos a su padre. La idea de pasar con él las vacaciones la había hecho tan feliz que había estado sonriendo sin cesar durante semanas. Sin embargo, nada había dicho de aquel maravilloso secreto a los demás habitantes del «Trébol de Cuatro Hojas», limitándose a soñar con el maravilloso momento en que su padre llegaría al aeropuerto de Copenhague, en un avión procedente de América del Sur…
Sí, sería algo maravilloso… Su padre y ella habían estado siempre muy unidos y tenía enormes deseos de volverle a ver. Desde la muerte de su madre, se habían sentido ambos más unidos que nunca y su vida había sido muy tierna hasta… Hasta que se produjo el gran cambio.
Nunca olvidaría Puck el momento en que su padre le había comunicado que debía partir para Valparaíso para dirigir una importante empresa. Nunca tampoco olvidaría su primer contacto con el pensionado de Egeborg.
Cierto que en seguida se había sentido feliz en el colegio y muy querida por sus compañeras. No tenía ninguna razón para quejarse.
Sin embargo, su padre le faltaba terriblemente, nada podía reemplazar su compañía y su afecto.
Por lo tanto, la carta con la noticia de la enfermedad del ingeniero Winther había significado una profundísima decepción.
Al ver el pequeño sobre con la dirección a máquina, Puck había tenido un negro presentimiento. Por eso había esperado estar sola para abrirlo. Sentada en un banco, con las mejillas mojadas por las lágrimas, volvía a leer…
… su padre ha sido trasladado al hospital de aquí.
Su mirada se perdió hacia el lago Ege, mientras dejaba brotar libremente sus lágrimas. Entonces sonó la campana que anunciaba la próxima clase, se secó los ojos, metió la carta en su bolsillo y regresó lentamente al edificio.
¡Si al menos la señora Frank hubiera estado allí! Puck se sentía siempre muy aliviada al confiar sus preocupaciones a la gentil esposa del director. Pero la señora Frank había partido para Sundkoebing para efectuar algunas compras y no regresaría hasta la noche.
Una vez, en el transcurso del día, Karen trató de atraer la atención de Puck.
—¿Has visto —le dijo mientras comían— que un circo va a venir a Oesterby? Tal vez ya haya llegado.
—No, no lo sabía —contestó Puck, amablemente, pero sin mostrar el menor interés.
—Han puesto un cartel en un árbol cerca de la entrada.
—Vaya…
—¡Es un circo formidable! Caballos, payasos… Acróbatas, fieras… El Circo Mascani. ¡Un nombre sonoro! ¿No crees?
—Sí, suena bien —dijo Puck con un esfuerzo.
¿Cómo podía ella interesarse por un circo cuando su padre estaba enfermo en un hospital a miles de kilómetros de allí?
Después de las clases, tomó la bicicleta y se dirigió a Oesterby. No iba a ninguna parte determinada, pero trataba de estar sola con sus pensamientos. Se sentía terriblemente inquieta por su padre. ¿Sería grave la enfermedad? Puck se sentía desamparada. No podía hacer otra cosa que esperar, cuando lo que hubiera deseado era partir al acto para reunirse con él…
Al acercarse a Oesterby, vio el circo de que Karen le había hablado. Estaban levantando una enorme tienda en el centro de una plaza, entre la vía férrea y la carretera de Oestergaard. Puck bajó de la bicicleta y miró a los obreros que efectuaban el trabajo, con una seguridad y una rapidez notables.
Dejó su bicicleta y se acercó. La gran tienda quedaba protegida por una barrera y una hilera de vehículos pintados de vivos colores, con la insignia de Circo Mascani.
Reinaba en la plaza gran animación, que a primera vista podía parecer algarabía, pero que en realidad era una actividad organizada y eficaz.
Ya habían levantado la tienda que serviría de caballeriza y podían escucharse los ruidos de los caballos en su interior. Puck sintió deseos de acercarse a contemplar esos animales, pero en aquel momento un hombre de cierta edad salió de la tienda para reñir a la chiquillería demasiado indiscreta.
—¡Fuera de aquí! —dijo en un acento medio danés, medio alemán—. Estáis molestando. Si queréis ver cosas, venid a la función de esta noche.
A pesar de su expresión severa y la dureza de su voz, había en sus ojillos un brillo de buen humor. Puck no se movió y entonces oyó una voz a sus espaldas:
—No hay por qué tener miedo de Untermeyer.
Puck se volvió y vio a una muchachita de negros cabellos y ojos maliciosos, con dos hileras de dientes blancos como perlas. Sonreía:
—Untermeyer es muy amable —prosiguió—, pero le gusta gritar con su vozarrón. ¿Cómo te llamas?
—Puck… Es decir, Bente Winther.
—Puck me gusta más. Yo me llamo Anita. ¿Vives en este pueblo?
—No. Soy alumna del pensionado que hay a orillas del lago. ¿Y tú…?
La muchachita afirmó con la cabeza, agitando sus largos y negros cabellos.
—Sí, pertenezco al circo, si es eso lo que quieres preguntar.
—¿Es divertido?
Anita se encogió de hombros.
—Algunas veces…
—¿Haces algún número?
—Sí. Mamá dice que yo sería formidable si me entrenara más.
—No eres danesa, ¿verdad? Eres demasiado morena para ello —dijo Puck mirándola con creciente interés.
—Mi abuelo era español. Por eso tengo el pelo negro Pero yo nací en Copenhague, te lo aseguro.