Fue justamente una hora antes de ir a acostarse, aquella misma noche.
Los habitantes del «Trébol de Cuatro Hojas», acompañados por Annelise, estaban absorbidos por sus proyectos.
—¡Qué historia! —dijo Inger—. A decir verdad, me parece que hemos ido demasiado lejos. Sería mejor que…
—¡Bah! —respondió Karen—. Tú tienes miedo a todo.
—No —protestó Inger—, no a todo, pero de todos modos debemos poner un límite a los riesgos que corremos.
—Deja que Puck exponga su plan una vez más —dijo Navío—, y a continuación reflexionaremos acerca de lo que debemos hacer.
—Ya os lo he explicado todo —dijo Puck—. Parto del hecho de que el ladrón de la señorita Fagerlund es el cazador furtivo, «Rasmus el Fuerte». Annelise también le vio y nuestro encuentro en la plantación fue muy desagradable. Creedme, no es precisamente un buen muchacho. Mi proyecto consiste en que vigilemos la trampa que tiene colocada en el bosque del Oeste. Cuando vaya a inspeccionarla le seguiremos para descubrir su escondite. Entonces nos dividiremos en dos grupos: uno de ellos irá tras «Rasmus el Fuerte» y el otro tratará de recobrar la cajita de plata y devolverla a la escuela…
—Sí —dijo Karen—, es una excelente idea el tratar de devolver la cajita a la señorita Fagerlund. La pobre estará loca de alegría…
—Pero ¿cómo saldremos de aquí para todo esto? —preguntó Inger un poco inquieta.
—Deberíamos irnos esta noche, de modo para poder estar espiando a Rasmus desde mañana temprano —dijo Puck.
—Sí, pero no estamos autorizadas a salir del pensionado.
—Sí, es cierto. Por eso pienso pedir permiso.
—Jamás nos lo darán —dijo Inger—. El director se negará.
—¿Por qué, si el guardabosques Bang viene con nosotras? —preguntó Puck—. Le rogaré que venga en cuanto haya hablado con el director, lo que voy a hacer ahora mismo.
Las demás la miraban con la boca abierta.
—Desde luego, Puck, hay que admitir que tienes agallas. ¿Vas ahora, pues?
—Sí —dijo Puck—. También debo hablarle de otra cosa…
Dijo adiós con un gesto a sus asombradas amiguitas y salió del cuarto. Una vez llegada al vestíbulo, llamó a la puerta del despacho del director. Desde el interior le respondieron:
—Entre…
Puck entró.
El director estaba instalado en un sillón, a la luz de una lámpara. Leía. La señora Frank estaba cosiendo. Ambos levantaron la vista cuando la puerta se abrió.
—Buenas noches, Puck, pasa, pasa…
—Gracias.
Dudó un momento en el umbral. El director se quitó la pipa de la boca y la miró, mostrándole una silla.
—Siéntate. ¿Deseas verme?
—Sí.
Ella se sentó y hubo un instante de silencio. La señora Frank sonrió a Puck. La atmósfera era tan agradable, que la muchachita no sabía por dónde empezar.
—Le debo una explicación, señor —dijo—. Es a propósito de lo ocurrido hoy…
El director parecía muy ocupado mirando su pipa. La golpeó contra la otra mano y dirigió una amistosa sonrisa a Puck.
—Bien, bien… Lo que vienes a decirme es que, cuando viste al ladrón, no te hallabas en el exterior del edificio, sino en el interior, en las habitaciones de los profesores.
Puck se quedó paralizada.
—Usted… ¿lo sabía?
—Desde luego —respondió el señor Frank, con desenvoltura—. Lo he sabido desde el principio, pero estoy contento de que hayas venido a contármelo. Supongo que no es necesario preguntarte qué hacías allí ya que debe de tratarse de un caso de fuerza mayor. ¿No?
—En efecto —repuso gravemente Puck—. Y si no se lo he dicho en el acto es porque la razón que me tenía allí es tan extraña que he pensado que a usted le resultaría difícil creerme.
Hubo un corto silencio. Después el director dejó su pipa, se inclinó hacia delante y preguntó en tono confidencial:
—¿Fuiste allí para quitar las flores amarillas?
Aquella vez Puck se quedó helada. ¿Acaso aquel hombre lo sabía todo? En silencio, Puck asintió, mirándole admirada.
—Vamos, no se hable más de esto —dijo él, disimulando una sonrisa—. Ya me lo contarás en detalle otro día, aun cuando ya empiezo a verlo claro. Debo decirte que me he sentido agradablemente sorprendido de vuestras buenas intenciones… aunque los resultados hayan sido… tan malos. Pero dime sólo una cosa: ¿dónde encontrasteis la tarjeta?
—La… la encontré delante de esta puerta, en el suelo —respondió Puck.
No sabía si reír o llorar. De súbito se asustó a la mera idea de que la señorita Fagerlund y el señor Josiassen pudiesen ser puestos al corriente de todos sus tejemanejes.
El director sacudió la cabeza:
—No, no tienen por qué enterarse. Desde luego yo no se lo diré. Hasta nueva orden os veréis forzados a considerarme cómplice. No habrá inconveniente, espero.
—No, desde luego —dijo Puck con radiante sonrisa. Pero en seguida su expresión volvió a ser grave—: Tengo algo que pedirle.
Y en breves palabras expuso su plan, con gran precisión. El director la escuchó muy seriamente y repetidas veces sacudió la cabeza. Cuando Puck hubo acabado, dijo:
—Esto me parece fantástico, aunque bien combinado. Pero no puedo asumir la responsabilidad de dejaros ir a semejante expedición. Se lo contaremos todo al guardabosques y que él espíe al ladrón. ¿No es ésa una mejor idea?
—No —contestó francamente Puck—. Bang no sería capaz de seguir al cazador furtivo sin ser descubierto.
—¡Muy lamentable! Pero de todos modos el hombre será arrestado. No me parece que «Rasmus el Fuerte» pueda defenderse contra Bang.
—Pero en tal caso no se descubrirá su escondite y la cajita de plata de la señorita Fagerlund no será recuperada jamás —dijo Puck—. Si Bang viniera a vigilarnos y fuéramos varios, podríamos deslizarnos tras las huellas de Rasmus y todos los problemas quedarían resueltos de golpe. Estamos habituadas a andar por el bosque y creo haber probado que sé cómo salir airosa de situaciones difíciles.
Dirigió al director una sonrisa que ella creía irresistible. La señora Frank se levantó, recogió su costura e hizo un pequeño gesto amistoso en dirección a la chiquilla.
—Esto parece un poco alocado, hijita. Pero la idea no es mala. Si pudiéramos estar seguros de que no correríais ningún peligro…
—No lo correremos. Permaneceremos siempre a distancia del hombre, y además nos acompañará el guardabosques. El director se levantó.
—De acuerdo —dijo—. Voy a hablar con Bang y, si él promete velar por ti y tus amigas, os permitiré salir. Pero no hay que exponerse a ningún peligro. Simplemente permanecer ocultas donde visteis la trampa y tratar de averiguar dónde se esconde Rasmus. Pensad que se trata de un criminal sin escrúpulos, y si Bang duda aunque sea un poco, no iréis. ¿De acuerdo?
—Sí, gracias —contestó Puck.
* * *
Ya era noche cerrada cuando la expedición se puso en marcha.
Y como fuera que, al cabo, Puck sólo obtuvo permiso para llevarse a una sola amiga, Navío había sido la feliz elegida. Las muchachitas se vistieron convenientemente con pantalón de lana y gruesos suéteres. Para dar con los atuendos más cálidos y de colores más oscuros, los habían pedido prestados entre las compañeras: se trataba de camuflarse lo mejor posible.
Se encaminaron a la casa del guardabosques Bang, donde durmieron unas horas en un diván de su saloncito. Él las despertó luego y les sirvió una taza de caliente café, para ayudarlas a espabilarse.
—¡Hay que ponerse en marcha ahora mismo, jovencitas! ¡Es tarde!
Atravesaron en silencio el oscuro bosque, con el temor de ser descubiertos. Después de haber estado bordeando el lago Ege, penetraron bajo los árboles. La noche era tranquila, pero a aquellas horas los bosques están llenos de mil ruidos. Las ramas se rompen, las hojas crujen suavemente… Pero las dos chiquillas no tenían miedo alguno. Aquella expedición nocturna las apasionaba, y se sentían tranquilas y seguras bajo la protección del guardabosques Bang.
Avanzaban lentamente hasta el lugar donde Annelise había sido herida. Aun cuando todo estaba oscuro, Puck conocía bien el lugar, y Bang conocía también el pasadizo en zig-zag abierto por las bestezuelas. Una vez en el lugar de la trampa, buscaron escondites. Bang se apostó en un hueco a cierta distancia, mientras las dos jovencitas se deslizaban bajo las aserradas ramas de un árbol vecino. En primer lugar se agacharon, pero pronto les dolieron las piernas, de modo que se tendieron de costado a fin de poder levantarse rápidamente en caso de necesidad.
Sin querer confesarlo, se sentían fatigadas y tenían grandes dificultades en permanecer despiertas.
Sin darse cuenta del tiempo transcurrido, vieron aparecer las primeras luces del alba, empujando la oscuridad lenta pero progresivamente. Aquella evolución pausada encerraba una gran belleza, pero pronto su atención fue reclamada por otras preocupaciones.
¡Se acercaban pasos!
Pasos lentos, prudentes, que hollaban la tierra…
Puck dio con el codo a Navío y ambas amigas se miraron en la penumbra.
Después se pegaron contra el suelo, reteniendo el aliento.
Hubo un momento de silencio. Una rama crujió. Poco después unos arbustos se agitaron. Puck trató de mirar a través de la oscuridad. Súbitamente la luz de una linterna iluminó un corzo, que deslumbrado se quedó inmóvil. En el mismo instante sonó un disparo y la bestia se derrumbó. La linterna fue apagada.
Todo había sucedido en unos segundos.
De nuevo se escucharon pasos y un ruido como si el cazador furtivo estuviera arrastrando la bestia muerta. ¡Aquélla era la ocasión que Puck había esperado! Murmuró al oído de Navío:
—Paso delante. Sígueme tú, pero de lejos para no ser descubiertas. ¿Entendido?
Navío asintió con un gesto. Puck se adentró en la oscuridad, tratando de ver entre el follaje las huellas del hombre. En cuanto hubo entrevisto una negra silueta, se puso a gatas y avanzó prudentemente en su dirección.
El cazador había arrastrado el corzo hasta un matorral y se disponía entonces a recubrirlo de hojas muertas. Con seguridad esperaba regresar después con un medio de transporte adecuado.
Se encaminó hacia el centro del bosque, mientras Puck le seguía a buena distancia, sin acordarse ya de Navío, que tenía la misión de seguirla a ella.
Súbitamente el hombre ojeó a su alrededor. El alba estaba ya avanzada y era fácil orientarse. Puck estaba tan excitada que olvidó la recomendación del director de permanecer oculta y avanzó sonriente.
«Rasmus el Fuerte» tenía, sin duda, su escondite en medio de una zona de espesos arbustos, donde era fácil vivir durante semanas sin ser descubierto. Si se había habilitado una pequeña gruta, con hierba seca y ramitas secas, podía muy bien permanecer allí con bastante comodidad hasta el día en que la justicia se hubiera olvidado de él, dividiendo su tiempo entre el robo y la caza furtiva.
Oculta tras un tronco derribado, Puck no dejaba de mirar los arbustos tras los cuales el hombre acababa de desaparecer. Unas ramas crujieron de nuevo y el hombre reapareció.
Por primera vez, ella le vio el rostro. Sí, era el mismo hombre con quien se había topado ya dos veces. No había duda alguna. «Rasmus el Fuerte» había instalado su cuartel general en aquel lugar. Sacó de allí una bastante estropeada bicicleta y se alejó en dirección este, por el camino mismo por el que había llegado. Probablemente regresaba en busca de la pieza cobrada.
Puck esperó a que él hubiera desaparecido y entonces se arriesgó a salir de su escondite. Si Bang se apresuraba, conseguiría reducir a Rasmus en el momento en que éste estuviera ocupado atando el corzo muerto a la bicicleta. Entretanto, ella exploraría la gruta y trataría de recobrar la cajita de plata dé la señorita Fagerlund.
Con precaución, atravesó el claro y penetró entre los arbustos. Allí se encontró rodeada de pequeños troncos aserrados.
Durante varios minutos estuvo tratando de localizar la gruta y al fin la halló.
Tal como esperaba, estaba construida con hierbas secas y ramitas, de modo tan hábil que los árboles de los alrededores la ocultaban totalmente a la vista.
La vivienda del cazador furtivo no era grande y había que penetrar en ella arrastrándose. Puck se agachó y entró sin titubeos. En el interior se veían varios objetos que no le era posible distinguir bien. Pasó una mano por encima de algunos y creyó comprender que se trataba de latas de alimentos. De pronto tocó algo liso y frío. Lo tomó.
¡Era la cajita de plata!
Y puesto que ya había cumplido con la parte que se había asignado de la misión empezó a arrastrarse en sentido inverso para salir de la gruta. Pero, repentinamente, gritó asustada. Alguien, desde el exterior, le había agarrado ambas piernas y tiraba de ellas tan fuertemente que la nariz de la chiquilla dio bruscamente contra el suelo. Un instante después, dos manos vigorosas la asían con fuerza. Una de ellas se puso contra su boca para impedirle gritar. Una voz maligna le murmuró al oído:
—Te creías muy lista, ¿eh?
Puck fue brutalmente sacudida. Trató de removerse para librarse, pero se sentía aprisionada como en una trampa. Su mente buscaba con desesperación una salida para aquella imprevista circunstancia. El hombre la puso de pie en el suelo.
—Si gritas, te golpearé —le dijo con su voz ronca, levantando amenazadoramente un puño.
Puck le miró. No se trataba del hombre visto antes. Por lo tanto, el cazador furtivo tenía un cómplice.
En aquel instante, comprendió algo que hubiera podido pensar mucho antes. El día en que Annelise había sido herida, habían oído tres disparos muy próximos. Una escopeta de caza corriente tiene sólo dos cañones. Por lo tanto, era precisa por lo menos la presencia de dos cazadores. ¿Cómo no había caído en la cuenta de esto antes? ¡Ahora era ya demasiado tarde! Había caído en una trampa y no tenía la menor idea de cómo iba a acabar aquella historia.