Capítulo 19

Nunca le tuve miedo. Ni siquiera de niño. Ni siquiera la noche en que la lluvia amarilla me enseñó su secreto.

Nunca le tuve miedo porque siempre supe que él también es un pobre y solitario cazador de perros viejos.

Incluso, alguna vez, al ver que no llegaba, pensando que, quizá, también él se había olvidado de que yo seguía viviendo, yo mismo estuve a punto de intentar lo que Sabina y él debían haber hecho hace ya tiempo. Pero no tuve fuerzas. Ni siquiera llegué a llevar mi intención más allá del puro y simple pensamiento. Siempre, en el último instante, me faltó la entereza que habría necesitado para apretar el cañón de la escopeta entre los dientes y sentir cómo el cartucho me volaba la cabeza.

Pero a él nunca le tuve miedo. A él, al cazador de perros, le he llamado muchas veces en la noche, a lo largo de todos estos años, pidiéndole que hiciera conmigo de una vez lo que yo he hecho esta mañana con la perra.

Ha tardado mucho tiempo, sin embargo, en escucharme. Mucho más del que yo mismo creía que sería capaz de soportar. Tanto tiempo le he esperado que, ahora incluso, tengo miedo de que todo sea un sueño del que, dentro de muy poco, nuevamente me sacará el amanecer.

Pero no. No es un sueño. Es él el que me llama por mi nombre en el silencio de la noche. Es él el que ya viene subiendo la escalera lentamente. El que atraviesa el pasillo. El que se acerca a esa puerta que está frente a mis ojos, pero que yo no puedo ya siquiera ver.