Capítulo 18

Conmigo nadie tuvo ese detalle. De mí, nadie se acordó, ni siquiera a la hora de matarme.

Me dejaron aquí completamente solo, abandonado, royendo como un perro mi propia soledad y mis recuerdos.

Me dejaron aquí como a un perro sarnoso al que la soledad y el hambre acaban condenando a roer sus propios huesos.

Si yo hubiera hecho lo mismo con la perra; si yo no hubiera conservado hasta el final un último cartucho y el valor suficiente para matarla, ella misma hubiera terminado por roer mis propios huesos. Ella misma hubiera aquí subido cualquier día para saciar su hambre en mi esqueleto.

Porque ni siquiera muerto me habría abandonado. Ni aun después de varios días de no verme ni de oír mis pisadas por la casa la perra se habría ido de Ainielle a buscar en otro pueblo otro dueño y otra casa. Se habría quedado ahí, sin moverse un solo instante del portal, vigilando de día las entradas del pueblo y aullándole a la luna por las noches. Y, un día, cuando todo acabase, cuando ya no pudiera sostenerse en pie siquiera y su boca y sus ojos comenzaran a nublarse, se tumbaría en un rincón, igual que yo esta noche, para esperar a solas la llegada de la muerte.

Fue lo mismo que hizo el perro de Gavín, aquel viejo ovejero que compartió con él los quince últimos años de su vida y que, a su muerte, quedó solo, igual que Adrián el Viejo, sin casa, sin dueño y sin ovejas. Durante varios días, el perro estuvo tumbado ante la puerta, sin apenas moverse de su sitio, aullando tristemente día y noche. Sabina y yo le llevábamos a veces un trozo de pan duro o los restos de los huesos que la perra, cachorra todavía, no quería. Pero él no tocaba la comida. Ni siquiera nos dejaba acercarnos a la casa cuando íbamos a dársela. Teníamos que dejársela en un plato, en la esquina de la calle, mientras él nos gruñía, amenazante, desde lejos. Una noche, no pude aguantar más sus gemidos lastimeros y salí con la escopeta dispuesto a rematarlo. Pero estaba muy oscuro y me falló la puntería. El perro huyó sangrando y aullando de dolor y, durante tres o cuatro días, seguimos escuchando sus aullidos en el monte hasta que, desangrado ya del todo o devorado por los lobos, se acallaron para siempre, una noche, de repente.

Es lo mismo que, dentro de muy poco, ocurrirá también conmigo. ¿O qué soy yo, sino ya más que un perro? ¿Qué he sido yo estos años, aquí solo, sino el perro más fiel de esta casa y de Ainielle?

Durante todos estos años, aquí solo, olvidado de todos, condenado a roer mi memoria y mis huesos, he guardado día y noche los caminos de Ainielle, sin permitir que nadie se acercase al pueblo. Durante todos estos años, aquí solo, igual que un perro, he visto transcurrir los días y los meses esperando que un día se acordase de mí el único que puede hacer conmigo lo que yo he hecho esta mañana con la perra.