CAPÍTULO 25

EL CAMINO DEL SUFRIMIENTO

P

hage se tambaleó al cruzar un puente suspendido sobre un húmedo pantano. Las tablas se oscurecían bajo sus pies. No se atrevía a quedarse demasiado tiempo en un lugar, no fuera a caer en las aguas infestadas de cocodrilos.

Aun así, se detuvo para recuperar el aliento. Si al menos pudiera cogerse al áspero pasamanos, pero se pudriría… los músculos de su abdomen liso se tensaron. Una falsa contracción, se dijo, aunque no parecía tan falsa. La herida se había curado, y en su lugar sólo quedaba una delgada cicatriz roja que ardía con cada contracción. Cerró los ojos y aguantó la agonía.

El dolor y el peligro eran el precio del nacimiento, y Phage lo estaba pagando caro. Dar a luz a un bebé normal ya era bastante trauma, pero su hijo era un numen, uno de los tres grandes poderes. Sería un niño tanto de la antigüedad como del futuro, y su nacimiento devolvería al mundo veinte mil años atrás.

La contracción se calmó, pero los dolores que le recorrían el resto del cuerpo le devolvieron la consciencia. Sentía los pies como bolsas de huesos sueltos e inconexos. Las caderas le crujían cuando caminaba y los espasmos se le agarraban a la espalda. Quería sumergirse en un baño caliente mientras el niño, simplemente, flotaba fuera de ella, pero antes tenía que salir de ese largo camino boscoso.

Apretando los dientes, la mujer continuó andando por el puente oscilante. Alcanzó su punto bajo a unos tres metros y medio sobre el nivel de las aguas y comenzó a subir hacia el otro extremo, aún lejano. Allí, una torre aseguraba el puente, y en esa torre habría guardias de la Cábala. Ellos la ayudarían, le proporcionarían provisiones…

La torre, construida con maderos alineados, parecía un tronco gigante. Se levantaba por encima del bosquecillo de cipreses que llenaban la isla. Unas estrechas ventanas y unas saeteras en forma de X proporcionarían a cualquiera una buena visión de la penosa mujer.

Phage contó los pasos, ciento setenta y tres, hasta que llegó al suelo compacto. Se acercó lentamente a la puerta de la guarnición, construida de madera rugosa, y a través de las grietas pudo ver a un guardia. Lo llamó.

—Tienes el paso despejado —llegó su brusca voz—. Continúa.

Phage respiró profundamente.

—Soy Phage. Necesito ayuda.

—Lo siento. Nuestras órdenes son explícitas. Hemos de quedarnos en nuestra torre y no salir por ninguna razón. Estamos para dejar pasar a todos aquellos que se acerquen, sin suponer un obstáculo para ellos, pero sin ofrecerles ayuda.

—¿Quién dio esas órdenes? —la fatiga se apoderaba de ella.

—Vienen de lo más alto.

Virot. Era tan cobarde que no atacaría mientras hubiera una posibilidad de que Phage pudiera morir en el camino. Sólo podría vencerlo sobreviviendo al parto. Sin embargo, para eso necesitaba comida y bebida.

—¿Un mendrugo de pan?

—No podemos —respondió el guardia.

—¿Agua entonces?

El guardia contestó con una grosera carcajada.

—Es un pantano. Ayúdate tú sólita.

Phage rodeó la torre. Si se les había ordenado quedarse dentro, tendrían que tirar las sobras hacia el bosque. Pronto encontró el lugar, donde royó huesos y mendrugos de pan rancio que había cerca de los desperdicios acres de los cubos para excrementos. La reina del coliseo, la madre de un numen, arrodillada entre la porquería para encontrar comida.

Los hombres de la torre se rieron.

A Phage no le importó. Pronto daría a luz al pasado y al futuro, y esos entrometidos serían enviados a la guerra.

imagen1.png

Ceño de Piedra marchaba a través de Krosa, difícilmente reconocible. Resoplaba, ahogándose en el hedor de la podredumbre. Kamahl había detenido el crecimiento cada vez mayor del bosque, pero también había acabado con cualquier otro tipo de crecimiento. Ahora Krosa estaba descomponiéndose.

Kamahl se había convertido en lo mismo que su hermana: en un corruptor.

Era un pensamiento desalentador, y se preguntaba si su misión estaba condenada al fracaso. ¿Cogería Kamahl el hacha? De hacerlo, ¿la usaría para el bien o para el mal?

Resoplando para ahuyentar el olor, el gran centauro trepó por un fétido montón de ramas muertas. El enredo era mullido, recubierto de hongos. Un tronco hueco crujió bajo uno de sus cascos, y Ceño de Piedra luchó por liberarse. Apoyó sus otras tres patas y tiró. El casco se soltó, y de él cayeron montones de bichos. Meneó la pata para sacudírselos y saltó.

En otro tiempo, ese matorral había llegado a tener espinas de hasta tres metros de largo para proteger el monte Gorgona. Ahora sólo era un anillo de musgo. El corazón de Krosa se moría.

Una repentina punzada se apoderó de él. ¿Qué pasaría si Kamahl también hubiera muerto? ¿Quién portaría entonces el hacha para hacer lo que debía hacerse? Mientras subía por el borde redondeado del matorral, su corazón se detuvo.

Allí estaba Kamahl, sentado, tan gris como un cadáver.

imagen1.png

Phage jadeó, arrastrándose fuera del refugio que le proporcionaba un gran sauce. Había llovido sobre él toda la noche, y los zarcillos habían recogido la cálida lluvia que caía sobre el pantano vertiéndola gota a gota sobre el suelo. El amanecer se abrió paso con sus sonrosados dedos entre las hojas. La mujer se puso en pie. El barro le llegaba a las rodillas, y las hojas podridas se le pegaban a la piel. Se tambaleó hacia el camino principal que cruzaba la isla.

El viaje había sido una batalla. Puede que hubiera transcurrido un mes desde que la mujer, herida y embarazada, saliera tambaleándose de la Escarpadura de Coria hacia el coliseo. En todo ese tiempo no había encontrado resistencia ni recibido ayuda. Comiendo sobras y bebiendo agua del pantano, se había quedado escuálida. El bebé se alimentaba de sus músculos y huesos, y su peso era terrible. Aun así, seguía sin notarse. Era posible que, para cuando ese ser encarnado naciera, pesara más que ella… si alguna vez nacía. Ya era el undécimo mes de embarazo de Phage.

De todas formas, le debía la vida al niño. La había salvado de incontables muertes, y hasta que naciera, ella sería invencible.

Oh, si no fuera por el dolor. Virot tenía mucho de lo que responder. Por supuesto, pretendería que no conocía su difícil situación y tendría a mil guardias que serían cómplices de sus mentiras. Fingiría una profunda preocupación por su amada y su hijo, y puede que llegara a ejecutar a algunos soldados para demostrar su enfado. Phage dejaría que actuara. Esto había sido un lento asesinato, y ella lo sabía, pero, para escapar de las manos de cualquier asesino, una víctima tenía que esperar su momento.

La mujer salió de entre los árboles y encontró el camino. Lo siguió hasta el límite de la isla y hasta el siguiente puente. Se había acabado el dormir bajo los sauces y el comer porquería. El coliseo surgía en el horizonte.

Sonriendo forzadamente, se dirigió a la cabeza de puente.

Tan concentrada estaba en el coliseo que no vio una rama que había caído durante la tormenta de la noche anterior. Resbaló, sus manos golpearon el primer tablón del puente y ella cayó sobre el bebe.

La agonía… Había estado sufriendo un dolor constante desde que dejara Topos, pero nada tan insoportable como esto. Sintió como si se le hubiera reventado el vientre, roto la espalda y matado al niño, todo a la vez. Se quedó tumbada allí, incapaz de gritar siquiera.

La vista se le nubló. Dejó de pensar. Sería una bendición morir ahora, sólo para que terminase el horrible dolor. Afortunadamente, perdió el conocimiento.

imagen1.png

El pulso del centauro gigante se aceleraba mientras bajaba por el terraplén corrompido. Los cascos lanzaban pedazos de madera y terrones de barro por el aire mientras se apresuraba por llegar a la loma donde estaba sentado Kamahl.

Aunque el hombre estaba sentado erguido, con las piernas cruzadas delante de él y los codos descansando sobre las rodillas, no había signo alguno de vida. Su piel estaba gris y destrozada, cruzada con venas que parecían tallos de hiedra. El pelo le sobresalía de la cabeza en rizos sucios y sus ropas estaban harapientas. El cuero de su armadura se había podrido. Las placas de metal yacían tiradas en el suelo, con pequeños charcos de agua sucia encima. A pesar de su aparente fallecimiento, los ojos de Kamahl permanecían abiertos y daban la sensación de estar mirando.

Ceño de Piedra agradeció a los espíritus del bosque que los pájaros dejaran tranquilos esos ojos. Era lo único por lo que se podía dar gracias.

El centauro se arrodilló, estremeciendo el suelo, e inclinó la cabeza.

—¿Por qué, Kamahl? —preguntó—. ¿Por qué sencillamente te sentaste y moriste? Tus batallas no están acabadas, pues una guerra mayor se aproxima. Esta vez no es Phage contra Akroma, ya que ahora existen poderes más antiguos que las controlan: los númena. Han dividido Otaria. La mitad se concentra tras los duelistas de la Cábala y la otra mitad tras la trágica Visión de Íxidor. Sólo Eroshia y Krosa continúan siendo libres, pero no durará mucho…

El lamento del centauro se fue apagando. Sacó el hacha de su cinturón.

—Te traje esto. Es el arma de un dios, no fabricada para mí, sino para ti. —Con un bufido malhumorado, siguió—: ¡Cógela! —Ceño de Piedra estiró el arma y golpeó a Kamahl en el abdomen, pero el hombre no se movió—. ¡Maldición, Kamahl! ¡Tú sabes lo que hay que hacer! Por eso viniste aquí y te echaste a dormir y a rezar hasta que llegara la muerte. Sabes que tienes que matarlas… a tu hermana y a Akroma, a las dos. Sólo eso detendrá la guerra y romperá el hechizo. —Volvió a empujar el mango—. ¡Cógela!

Kamahl seguía pareciendo un simple tocón gris y podrido.

Rugiendo, Ceño de Piedra lo agarró por el brazo derecho y tiró para levantarlo del suelo. Los zarcillos chasquearon, pero su mano se aferraba a la tierra como una raíz nudosa. Con un fuerte tirón, el centauro lo liberó. La tierra cayó y el humus se quedó pegado a las blancas raíces que parecían ventosas y que salían de sus dedos. El centauro apretó la empuñadura de Segadora de Almas contra la mano de Kamahl y obligó a aquellos dedos leñosos a asirla con fuerza.

—¡Cógela!

La mano se cerró alrededor del arma forjada sólo para ella. Motas de poder latente en la empuñadura surgieron para envolver los nudillos de Kamahl. Su piel estaba blanca y arrugada después del largo contacto con el suelo húmedo, pero los tendones aún conservaban su fuerza.

Ceño de Piedra se tambaleó hacia atrás, cayendo de rodillas y mirando con asombro.

Una línea de vitalidad recorrió Segadora de Almas hasta el brazo de Kamahl. Arrancó las escamas parecidas a cortezas que habían recubierto su carne y revitalizó los músculos que había debajo. El codo se flexionó, los bíceps sobresalieron y el hombro crujió al levantar el hacha… El color y el movimiento se extendieron por la clavícula hasta el cuello, animando incluso el cansado rostro. Sus ojos chispearon y se giraron para mirar al centauro.

El hombre que una vez estuvo muerto habló.

—Matarla…

—Es la única forma —Ceño de Piedra le devolvió su fiera mirada—, y tú eres el único que puede.

Kamahl dejó que su voz se transformara en un aterrador murmullo.

—Lo sé. —Esas dos palabras significaban mucho. Kamahl se había retirado a ese lugar de felicidad porque la felicidad era ignorancia y la ignorancia podía salvarlo de la verdad. Tenía que matar a Phage—. Lo sé.

Por fin, la oleada de vida alcanzó a todas sus extremidades y el hombre se levantó. Las raíces que habían atravesado su piel por cientos de lugares fueron arrancadas con gran dolor de sus fundas de carne. Estremeciéndose, Kamahl se puso en pie, liberándose de los blancos ombligos. Mientras duró la metamorfosis, no soltó el hacha ni dejó de mirar a Ceño de Piedra a los ojos.

El centauro gigante volvió a arrodillarse, pero esta vez no por frustración, sino como signo de obediencia. En voz baja, murmuró una plegaria:

—Contemplad al hombre.

Sangrando sobre la tierra que una vez se lo había comido, Kamahl habló.

—Lo haré. La mataré. Las mataré a las dos, pero sólo si me llevas hasta ellas.

imagen1.png

Se despertó con el traqueteante ruido de ruedas bajo ella, ruedas sobre el suelo compacto. Era una carreta. Una tabla chirriaba cerca de su cabeza y un caballo relinchaba. Yacía tumbada sobre la espalda, que estaba fría y entumecida, y sus dedos sintieron los bordes de una losa de mármol.

¿Un funeral?

Phage luchó por abrir los ojos. Al principio los párpados no le respondían y, cuando por fin logró abrirlos un poco, el cielo del mediodía le dañó la vista, haciéndola estremecer de dolor.

El movimiento llamó la atención de alguien que caminaba al lado de la carreta.

—Oh, te estás despertando —dijo Virot Maglan. Ella sintió el aguijón de la mano del hombre apoyándose en su brazo—. Eso me hace sentir muy aliviado.

No fue capaz de responder, pues no podía respirar bien.

—Cuando los viajeros dijeron que te habías desmayado cerca de aquí, vine inmediatamente para llevarte a casa. Azoté a los guardias de la torre. ¡Mira que negarse a ayudarte! ¡Imagínate! He ordenado que un hombre de cada torre muera esta noche. Su estupidez casi acaba contigo.

Hablaba para que aquellos que rodeaban la carreta lo oyeran. Por eso todavía estaba viva. Virot estaba haciendo un espectáculo público de su compasión, preludio de su dolor público.

—¿Me oyes, querida? —preguntó Virot con ternura.

Volviendo la cabeza hacia él, Phage entreabrió un ojo. El rostro pétreo del hombre la miraba con ojos chispeantes, una expresión que algunos podrían confundir con aflicción, pero que Phage sabía que era codicia. Asintió levemente.

—¡Bien! He rezado por nuestro hijo. ¿Cómo pudo sobrevivir a esa caída? —Ella debió de sobresaltarse, pues él continuó—. Oh, no temas. He hecho llamar al mejor cirujano de los fosos. Dice que ni siquiera tendrás que soportar el parto. Te sacará al niño, te coserá y te dejará como estabas antes.

Una sombra posó su frío velo sobre Phage. La carreta había entrado por uno de los arqueados corredores del coliseo. Por fin podía abrir los ojos. Las bóvedas de arista pasaban sobre su cabeza, y una comitiva de siervos de la mano y de la mente, guardias de la Cábala y el círculo interno de miembros caminaban solemnemente al lado de la carreta. Sus ojos eran graves. Entre ellos iba el Primero, con la mirada fija en la lejana puerta.

—¿Dónde…? —empezó a decir Phage, pero la voz se le quebró en la garganta—. ¿Adónde vamos?

—Después de estar tan cerca de la derrota, quería que vieras esto: nuestra mayor victoria.

Phage cogió aire y olió el inconfundible hedor de la muerte.

—¿Nuestra mayor victoria…? —El coliseo estaba completamente en silencio—. ¿Dónde está todo el mundo?

—Oh, están dentro, esperándonos —contestó Virot—. Verás, la guerra está cerca. Akroma se ha adueñado de Santuario y la ha retorcido hasta convertirla en un enjambre de avispas gigantes. Tenemos que estar preparados. He estado reuniendo un ejército de muertos vivientes, desenterrándolos de los pantanos, pero necesitaba más, y pronto. Cien mil. Está completamente lleno.

—No. —Phage respiraba entrecortadamente—. No has podido…

Su rostro estaba pálido bajo las negras bóvedas.

—Todo el mundo está escogiendo un bando. Akroma ha tomado la mitad de Otaria, robando sus almas. Yo estoy tomando la otra mitad, robando sus cuerpos. El hecho de que esos cien mil vinieran a mi coliseo en estos tiempos de guerra significa que ya me pertenecían. Ahora serán mi ejército.

La carreta pasó bajo el último arco y salió al cielo deslumbrante.

Phage se estremeció y se protegió los ojos. De refilón vio las tribunas silenciosas llenas de cuerpos. Todo el mundo había caído desplomándose sobre su asiento. Ni una sola criatura se movía.

—¿Cómo? —preguntó con voz ronca, sintiéndose repentinamente enferma. Había matado a muchos en su vida, cierto, pero siempre habían sido enemigos, o rebeldes. Nunca había matado inocentes sistemáticamente—. ¿Cómo?

—Un simple veneno de contacto en todas las entradas. Un único toque mortal.

El olor a muerte era acre, no sólo el de la carne pudriéndose, también el apestoso hedor de los excrementos y la orina.

—¿Y hay de volver a revivirlos? ¿Cuándo los devolverás a la vida?

—¿Ves lo mucho que me preocupo por ti? —dijo el Primero con dulzura—. Estaba en medio del asesinato en masa cuando escuché lo de tu desmayo, y abandoné a mi nuevo ejército para acudir a tu lado. Veré tu operación de cirugía antes de volver a revivirlos.

Un escalofrío de terror recorrió a Phage. Si Virot era capaz de esto… ¿qué le haría a ella y a su hijo?

La carreta salió del coliseo para entrar en otro corredor, y Phage cerró los ojos y lloró.

imagen1.png

Trenzas se sentó en el lujoso palco del Primero. Había estado allí cuando todos esos espectadores murieron: cien mil personas desplomándose como si estuvieran en un acto de adoración. La verdad es que su maestro era grande para matar a tantos con tanta facilidad. Por supuesto, volverían a levantarse y demostrarían ser más grandes aún.

No obstante, primero estaba el asunto de Phage y su hijo. Trenzas iría vestida de comadrona. Su pelo todavía estaba corto y su rostro demacrado, así que su antigua discípula no la reconocería. Ella se quedaría allí, de pie, mientras el Primero mataba a su amante y a su hijo. Puede que también los devolviera a la vida para que pudieran adorarlo.

Trenzas sólo podía llorar al pensar en la grandeza de su amo.