CAPÍTULO 17

ESTAMPAS

A

sí que —dijo Phage—, ¿vosotros tres sois los mejores espías que el Primero pudo encontrar? —Miró a las cucarachas del tamaño de un perro que caminaban a su lado.

—Los mejores que pudo encontrar, sí —contestó el que se llamaba a sí mismo Fajín—. Los mejores son tan buenos que no se les puede encontrar.

Phage se permitió sonreír. Sabía que esos «ayudantes» eran asesinos. Aun así, eran divertidos y listos, los compañeros más graciosos que había tenido en años. Bajo sus caparazones negros, sus corazones no eran negros en absoluto. Phage miró al frente, hacia donde se levantaba la Escarpadura de Coria.

—¿Cuáles son vuestras especialidades?

—Yo soy bueno hundiéndome —contestó el llamado Chaleco.

—Quiere decir con el movimiento encubierto —corrigió Fajín—. Mi especialidad es la inteligencia.

—También soy atractivo —añadió Chaleco.

Phage rió.

—¿Y qué hay de ti, Umbra?

—Soy un cuidador. Mantengo a raya a estos dos.

—No me lo trago —contestó Phage—. Creo que eres un asesino.

Umbra no se sobresaltó, y sus patas negras y filamentosas continuaron su incesante movimiento.

—¿Por qué dices eso?

—Ésta es una misión para matar a Akroma. ¿No es lógico que el Primero mande a un asesino?

Umbra apresuró el paso en silencio.

—Y los asesinos nunca hablan de su verdadero trabajo —insistió Phage.

—Ya te lo he dicho, mantengo a raya a esos dos.

—Acabas de confirmarlo —dijo Phage tranquilamente mirando con recelo a los otros dos—. Así que Chaleco se me aparecerá de repente, Fajín aprenderá todo lo que yo sé y Umbra me matará.

—¡No! ¡No! —contestaron a coro.

—Estamos de tu parte —dijo Umbra.

—Quiero decir si yo fuera Akroma.

—Oh, sí —afirmó Umbra.

No eran los mejores espías, revelando sus papeles, su misión, sus órdenes. No, no tenían alma de asesinos, pero no hacía falta tener alma para asesinar.

—¿Cuál es tu plan para atravesar el sitio de Santuario? —preguntó Fajín.

—Pensé que tu especialidad era la inteligencia —respondió Phage—. El sitio de Santuario es un chiste. El ejército enviado para capturar la ciudad ha sido capturado por ella. El campamento se ha convertido en un nuevo distrito. Lo atravesaremos.

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Ceño de Piedra, el sacerdote Aioue y la iniciada Trenzas prepararon el equipaje para viajar a la sitiada Santuario, situación que era motivo de chiste en todo el mundo. En lugar de obtener una colonia, Topos había perdido un ejército. Había llegado el momento de dar por terminado el sitio para recuperar a la gente perdida por culpa de la seducción de Santuario y buscar una alianza con ese asentamiento crucial.

Ceño de Piedra llevaba al hombro su propio equipaje, pues, aunque soberano, seguía siendo ante todo un orgulloso centauro. Sus ojos recorrieron el séquito de carretas y la gran tienda donde él, Aioue y Trenzas se alojarían, y bendijo el alma de Íxidor.

Ceño de Piedra estaba poniendo las cosas en su sitio. En dos meses ya había rectificado mucha de la herejía de Akroma. En dos meses más, convertiría en realidad la Visión de Íxidor.

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Zagorka estaba sentada en su balcón, con los pies apoyados en la barandilla de piedra, cuando un fuerte golpe sonó en la puerta. Bajó las piernas, se dio cuenta de que se había quedado dormida y se dirigió despacio al interior de sus aposentos. Las salas olían a ella, a limpio y a tierra, con montones de lana y piedra. Ahora el lugar era realmente suyo, pero se preguntaba cuánto tiempo duraría eso.

El golpe en la puerta volvió a sonar, metálico, como si hubieran llamado con unos nudillos de bronce.

—Amenazas en todas partes —refunfuñó para sí misma—. ¡Ya voy!

Descendió las escaleras de piedra hasta el nivel de la calle, abrió la puerta y contuvo la respiración.

Allí, delante de ella, había una serie de nudillos de cobre sujetos por un puño negro, aunque más ominoso todavía era el pálido rostro que había tras los nudillos, y los ojos penetrantes que la miraban.

—Hola, Zagorka.

—Hola, Phage.

Phage bajó el puño, se quitó los nudillos de bronce y los guardó en un bolsillo junto al pecho.

—No quería estropearte la puerta.

—Te lo agradezco —respondió Zagorka. Sólo entonces advirtió a las tres enormes cucarachas que estaban de pie junto a la mujer—. ¿Son tuyas?

—Son amigas mías, sí —dijo Phage—. Son más limpias de lo que la mayoría de la gente piensa. También más divertidas. Se comportarán, quiero decir… si nos invitas a entrar.

Zagorka observó a su antigua jefa, la mujer que había transformado Santuario en la imagen de la Cábala y después lo había abandonado a los ejércitos de Topos.

—Todavía estoy furiosa contigo. Viste el ejército de Akroma, y habría estado bien recibir algo de ayuda contra él.

—Parece que tú lo has hecho muy bien —fue la respuesta de Phage.

Zagorka arqueó una ceja.

—Juraste que habías abandonado la Cábala, pero luego organizaste una arena y al final nos diste la espalda. ¿En qué lado estás, Phage?

—Exactamente aquí, Zagorka.

—Eso no basta.

La joven ensanchó su sonrisa.

—Si quieres saberlo, me dirijo a Topos para matar a Akroma, y eso nos beneficia a las dos.

—¿No te quedas?

—Una noche, tal vez una semana, pero luego debo continuar. Tengo exactamente cuatro meses para hacerlo y volver al coliseo.

—¿A qué viene tanta prisa?

Phage se acarició el vientre.

—Todavía no se nota, pero estoy embarazada.

Algo se rompió en el interior de la anciana. Su propio hijo, nacido sesenta años antes, descansaba ya en su tumba, y cada día se acordaba de él. Cuando dio a luz, su corazón había emigrado fuera de su cuerpo para colocarse a medio camino entre ella misma y su hijo. Nunca regresó.

—Pasa —invitó Zagorka—. Pasa. ¿De cuánto estás?

Phage sonrió mientras cruzaba el umbral. Llevaba zapatos de suela de acero, de manera que no podía descomponer la madera sobre la que andaba.

—Según mis cuentas, de cinco meses.

Tras ella entraron las cucarachas, lamiendo la entrada de la puerta con las antenas.

Zagorka les lanzó una mirada de desconfianza.

—¿Estás segura de que no comerán cosas y, bueno… harán sus necesidades?

Antes de que Phage pudiera contestar, lo hizo uno de los bichos con un grito controlado.

—Le aseguro, señora, que somos bastante civilizados en lo que se refiere a las deposiciones. Comemos exactamente igual que usted, en una mesa, con platos y cubiertos.

—Lo siento —se disculpó Zagorka—. No me había dado cuenta.

—Para ser una colonia que se enorgullece de su tolerancia, Santuario tiene verdaderos prejuicios contra las cucarachas —dijo la criatura.

Phage rió con un sonido inusual.

—El guardia de la puerta las persiguió con una vara.

—Un solo golpe, y nosotras lo hubiéramos perseguido a él —replicó otro de los bichos negros.

—¿Has pensado ya algún nombre? —preguntó Zagorka, cambiando de tema mientras el grupo llegaba a lo alto de las escaleras y entraba en la sala principal.

Phage suspiró.

—No he tenido tiempo. Aunque debería, ¿verdad?

—Ojalá mi madre hubiera pasado más tiempo pensando nombres —dijo Zagorka, y ambas mujeres se echaron a reír—. ¿Cuánto tiempo crees que te quedarás?

—He pensado que tal vez un par de días, aunque estoy más cansada de lo que esperaba.

—Que sean dos semanas. Necesitas tomártelo con calma. Tengo una habitación de sobra que no utilizo. Quiero saber quién es el padre. Quiero saberlo todo… —Zagorka condujo a Phage al balcón. Ésta se sentó en la barandilla de piedra y la anciana volvió la cabeza hacia dentro—. Vosotros, chicos, quedaos ahí dentro. Nosotras tenemos cosas de qué hablar.

Mientras tanto, las tres cucarachas se hundieron en las sillas, estirando las patas.

—No os preocupéis por nosotras. Nos gustan las historias.

—Sois un extraño grupo de cucarachas —dijo Zagorka.

—Vaya si lo somos.

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Akroma luchaba a través de la garganta sin fin de la bestia. La oscuridad era absoluta, llena de organismos que la manoseaban. Deseó tener su hacha, o su lanza de rayos. Sus alas se habían convertido en escudos y se derretían con los jugos gástricos.

Algo brilló delante de ella, una criatura enterrada en la pared de la garganta. Era un enano, todavía vivo. Sus extremidades habían sido absorbidas, pero el resto de su cuerpo permanecía dentro de la envoltura digestiva. El enano miró a Akroma. Sus ojos empañados de lágrimas ya no esperaban ningún rescate. Seguramente había observado a muchos recorrer ese mismo camino, había gritado con el primer centenar de ellos, y había sido testigo de su lenta y torturadora absorción.

Aun así, Akroma le preguntó, como ya había hecho con los demás.

—¿Dónde está Íxidor? ¿Y Nivea?

Los ojos del enano se pusieron en blanco y habló con voz flemática.

—Se fueron… se fueron…

—Pero ¿dónde? Tienen que estar aquí.

Él se esforzó mientras las membranas se espesaban a su alrededor.

—Todo el mundo está aquí. Todo el mundo muere, pero la sierpe nunca.

Akroma rechinó los dientes y continuó su camino. Sus pies se escurrían en la resbaladiza barriga.

—¡Todo el mundo! —gritó el enano detrás de ella.

Intentó enganchar sus garras en la pared intestinal, pero no lo consiguió. Una mirada le mostró que las garras habían desaparecido, disueltas en pálidos nudos. Las almohadillas habían crecido débiles, años de gruesas callosidades echados a perder. Pronto, los jugos corroerían la carne viva.

—¡Todo el mundo!

Akroma flexionó las alas, impulsándose con pequeños tirones. Su corazón temblaba de pánico. ¿Qué ocurriría si no encontraba a Íxidor? ¿Qué pasaría si sus alas se fundían con la pared? ¿Si permaneciera colgando allí, en lenta agonía, como el resto de los que habían sido engullidos?

No podía pensar en tales cosas. Sólo podía sumergirse de la luz de un alma a la siguiente y esperar que Íxidor todavía brillara.

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Phage y sus amigas cucarachas se agacharon tras una gran roca al borde de las tierras baldías de Coria. No llevaban más que un día de camino al norte de Santuario y ya se habían metido en problemas.

—Es un contingente de Topos —dijo Phage, estudiando a los guardias y las tiendas que se extendían en el desierto. El sol peinaba el campamento, arrojando sombras gigantes tras cada criatura. Pronto se haría de noche—. Un contingente real. ¿Veis esos estandartes con la torre blanca? Es el emblema de Akroma. Debe de estar dentro de la tienda central, la grande.

A su lado, Umbra alzó las antenas segmentadas para probar el aire.

—No huele a ella. Huele como a odio.

—¿Y cómo huele el odio? —preguntó Phage en tono socarrón.

—A rayos. Está paranoica, vengativa —la cucaracha se detuvo, con los ojos negros volviéndose para mirarla—. Hum, bueno, eso es lo que he oído.

A Phage le gustaban cada vez más esos bichos.

—¿Qué más has oído?

Umbra volvió a mirar hacia el campamento.

—Bueno, ah, dicen que Akroma no viaja así. Que no duerme en tiendas. Ella vuela, ataca y regresa a su nido.

La criatura tenía razón.

—¿No dormiría Akroma en una tienda si estuviera en misión diplomática?

—Chckkch chckkch —rió Chaleco. Las otras dos cucarachas también se sumaron a la risa—. ¿Akroma diplomática? Chckkch chckkch.

La mujer también se echó a reír.

—Entonces ¿quién está ahí, bajo su bandera, con guardias a su alrededor y tanta ceremonia de estado?

—Veámoslo —sugirió Chaleco, y se lanzó desde la piedra hacia el desierto.

—Espera —le ordenó Phage, pero era demasiado tarde.

El bicho atravesó los yermos, con su negra forma fácilmente visible en la arena manchada por el sol.

Un guardia del perímetro lo descubrió y gritó. El hombre desenvainó su espada y corrió hacia Chaleco.

—Pensé que habías dicho que era un experto en movimiento encubierto —gruñó Phage.

—Yo no dije eso. Lo dijo él —se defendió Fajín—. También es experto en mentir.

Las patas negras de Chaleco volaban, llevándolo directamente a una colisión contra el guardia.

Espada en mano, el hombre evaluó la situación y clavó el acero en una estocada penetrante. Sin embargo, lo único que penetró fue arena apisonada.

Chaleco saltó a un lado y salió disparado hacia la tienda grande. Se deslizó bajo ella y desapareció de la vista.

Alguien que había dentro soltó un bramido, y alguien más se le sumó con un penetrante grito.

—Chckkch chckkch —se oyó añadir a Chaleco. Un enorme puño golpeó el lateral de la tienda, mostrando brevemente el relieve de unos nudillos. Algo se rompió y se derramó un gran volumen de líquido.

Gritando y con las espadas desenvainadas, los guardias llegaron a la tienda. Empujaron la puerta sólo para tropezarse con una cucaracha gigante que salía disparada. La mayoría de los guerreros se echaron a un lado, pero uno de ellos tuvo un breve y accidentado viaje sobre la espalda de Chaleco antes de caer. Los hombres rodaron y se pusieron en pie justo a tiempo para volver a ser arrojados al suelo por una enorme figura que salía a toda prisa de la tienda.

—¿El general Ceño de Piedra? —se preguntó Phage en voz alta mientras el centauro galopaba en persecución de la lanzada cucaracha—. ¿Qué está haciendo trabajando para Akroma? —Tras la polvorienta estela del general corrían los hombres de armas y un sacerdote cuyo rostro se veía blanco como el papel—. Una magnífica diversión. Vosotros dos id a reuniros con Chaleco. Hacedlos correr en círculos por la parte más alejada del campamento. Necesito echar un vistazo a los planes de Ceño de Piedra.

Las cucarachas miraron con recelo cómo su compañero se lanzaba a través de un guantelete de acero, y una espada llegó incluso a rebotar en su espalda con un sonido metálico.

—¿Qué pasa si nos cogen?

—¿Qué clase de espías sois vosotros? —les regañó Phage—. Venga, adelante.

Umbra fue el primero en moverse, no corriendo por la arena, sino quitándose su manto, extendiendo las alas iridiscentes y gritando mientras volaba camino al cielo. Fajín lo siguió, con las alas produciendo un sonido metálico.

Phage miró maravillada un momento a esos bichos locos mientras volaban por el aire, sin rumbo. Parecían máquinas, con sus caparazones recortados contra el cielo. En unos momentos, Fajín y Umbra habían cruzado los yermos y se lanzaban directos a la cabeza de Ceño de Piedra.

El centauro los golpeó instintivamente y gritó, confundido. Los hombres de armas se volvieron y corrieron hacia él, con las espadas en alto.

Viendo que ése era el momento, Phage se deslizó furtivamente por la arena. Se protegía en las sombras cada vez más profundas y se movía rápidamente hacia la tienda. Se apresuró por la pequeña abertura que Chaleco había utilizado para entrar y se metió dentro.

El interior era un espacio de sedas en desorden. Una mesa derribada había golpeado, al caer, un barril de vino y el líquido rojo salía a borbotones, manchando el suelo, donde también yacían desparramados los platos y, al lado, la comida que habían servido. Ceño de Piedra debía de estar cenando cuando Chaleco irrumpió, un escenario típico de cucarachas. No era de extrañar que el centauro y su amigo albino lo persiguieran con tal furia. Phage hizo un registro visual de los restos, pero no vio órdenes o planes de batalla, así que, atravesando una cortina, se metió en la siguiente cámara, una capilla en honor de Íxidor.

Se detuvo en seco. Había salido de detrás de un altar de conchas y piedras azules, y frente a ella se arrodillaba una mujer que rezaba. Vestía una sencilla capa de andar por casa sobre los hombros inclinados, llevaba afeitada la cabeza como penitencia y sus manos temblaban con la profundidad de su devoción. Unas oraciones finales salieron de sus labios y a continuación se puso en pie, mirando a Phage directamente a los ojos.

Era Trenzas. De alguna manera, Akroma la había capturado y lavado el cerebro para que adorara a Íxidor. Sus ojos estaban vidriosos y sus mejillas llenas de lágrimas. Abrió la boca, dispuesta a gritar.

Phage empujó el altar y éste cayó, igual que los pesados caparazones que había sobre él y que golpearon en la cabeza a Trenzas, arrojándola al suelo. Sólo lanzó un gemido antes de desplomarse. Rodeó el desorden formado, levantó a su presa y arrancó la cortina de seda que separaba las habitaciones. Puso en pie el altar y utilizó una caracola para hacer rodar a la inconsciente mujer sobre la cortina. Algunos nudos rápidos convirtieron la seda en un saco, y Phage arrastró a su vieja amiga a través de la tienda y la sacó al exterior.

Las cucarachas estaban realizando su trabajo maravillosamente bien, y el sol se había puesto, sumiendo al campamento en la oscuridad. Arrastró la bolsa a través de terrenos pantanosos, por lo que no encontrarían su rastro hasta la mañana y, para entonces, ya sería demasiado tarde.

—No te preocupes, dulce hermana. Te sacaré de esta secta. Tengo amigos, pequeños amigos con forma de insecto. Te devolverán a casa, con el Primero. Él quiere matarme a mí, pero desea salvarte a ti. Te devolverá el puesto que te correspondió una vez.

Phage arrastró el saco de seda hacia las tierras baldías. Sus subordinados se encontrarían allí con ella, y les daría sus nuevas órdenes: llevar a Trenzas de vuelta al coliseo. Así, libre tanto de camaradas como de asesinos, continuaría su viaje a Topos sola.

La mujer sonrió. Sería triste ver partir a las cucarachas.

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—¿Que quieres que hagamos qué? —preguntó Chaleco, aún jadeando después de salvarse por los pelos. Había perdido una pata por culpa de un casco de Ceño de Piedra, pero, de alguna manera, había corrido más deprisa con sólo cinco.

Phage miró a los tres bichos, su figura era una oscura mancha contra el cielo estrellado.

—No quiero que hagáis nada. Os estoy diciendo que llevéis a Trenzas con el Primero.

Umbra se sacudió la arena de las antenas.

—Nuestra misión en Topos tiene prioridad. El Primero en persona nos la encomendó.

—Tendréis tiempo de alcanzarme. Llevad a Trenzas al coliseo y luego volad directamente a Topos —dijo Phage.

—¡Ten piedad! —gruñó Chaleco—. ¡Sólo tengo cinco patas!

—Os arrancaré el resto aquí mismo a no ser que os llevéis a Trenzas —dijo rotundamente Phage—. Podéis completar ambas misiones o ninguna de las dos. Vosotros decidís.

—Lo ha dejado bien clarito —apuntó Fajín.

—Sí, os mataré si me falláis —aseguró la mujer—. Y el Primero os matará si le falláis a él. Estáis atrapados entre una muerte y otra. Un asunto peliagudo. —Se detuvo para hacer una consideración—. Veámoslo de este modo: ¿a quién preferís ayudar, a mí o al Primero?

—A ti —anunció Umbra para sorpresa de las otras dos cucarachas. Le lanzaron miradas de preocupación, pero él respondió—. Mi especialidad es ocuparme de estos dos. Llevaremos a Trenzas de vuelta y regresaremos con las cabezas sobre el tórax para encontrarnos contigo en Topos.

En la oscuridad, Phage sonrió.

—Adelante.