PRÓLOGO

LA HERIDA INCURABLE

J

eska se aferró la herida que tenía en el vientre y se acurrucó en el mullido lecho del suelo. Siglos de humus acumulado lo habían convertido en un lugar acogedor para yacer, en un lugar muy apropiado para morir.

Pero Jeska no quería morir.

No estaba en su hogar. No estaba con su gente, de piel rojiza y ojos dorados, sino entre los mantis. No la atendía Kamahl, su hermano, que la había llevado por todo el continente para curarla, sino un hombre caballo de cara simiesca.

—Todo va bien, todo va bien —le susurró Seton—. Éste es un lugar con un antiguo poder. Te curará, si es que algún lugar puede hacerlo… —Los mantis ya le habían dicho que la mujer no sobreviviría—. La infección se te ha metido debajo de la piel, nada más. Sólo está debajo de la piel.

Jeska sacudió la cabeza, en un gesto de negación y dolor, y los helechos se le enmarañaron en el maltrecho cabello. A su alrededor los árboles se retorcían hacia el cielo. Pájaros, lémures y otros seres miraban desde las frondas verdes y proferían extraños chillidos de regocijo.

Kamahl le había dicho que la curarían allí, no que iba a morir allí.

Y moriría.

Jeska apartó las manos de la herida incurable y aferró los brazos del centauro. Con los dedos, le manchó de rojo y negro la carne.

—Dime qué debo hacer. Eres un druida, un curandero. ¿Qué he de hacer para vivir?

Seton levantó la mirada en busca de la ayuda de los mantis; se habían ido. Miró con anhelo el bosque, como si quisiera seguirlos.

—Debería traer a tu hermano de vuelta.

—No, no me dejes. Ya es malo morir entre extraños, pero morir sola…

—Todo irá bien…

—¡Será para ti! Oh, lo que daría por estar en tu piel en vez de en la mía. Dime lo que he de hacer para vivir.

El rostro simiesco estaba preso de la congoja cuando bajó la mirada hacia ella. Y entonces reflejó algo más: un dolor terrible. Seton se estremeció y se arqueó hacia atrás. Exhaló un suspiro y la sangre le manó de la boca. Con los ojos blancos de terror, se derrumbó y cayó de bruces encima de ella.

—¡Seton! —Jeska le empujó—. ¿Qué sucede? Pero ¿qué haces?

—Te ha salvado la vida —respondió una nueva voz, una voz de mujer— si es que tienes bastante fuerza de voluntad para agarrarte a ella. ¿La tienes, Jeska? ¿Abrazarías una pesadilla para poder vivir?

Jeska miró por encima del hombro inerte de Seton, pero no pudo ver quién le hablaba. Débilmente, se limitó a decir:

—¿Qué debo hacer?