CAPÍTULO ONCE

HASTA LA MUERTE

U

n gran coliseo se levantaba entre las neblinas palúdicas. El muro curvo alzaba almenas irregulares por encima de la bruma. La luz del sol bañaba a los albañiles enanos que ponían piedras allá arriba y la turbia niebla amortajaba a las cuadrillas que trabajaban incansables allí abajo.

Rinocerontes descornados tiraban sin descanso de correas de cuero, arrastrando bloques desmesurados por encima de leños rodantes. Simios gigantopitecos subían sacos de cemento por largas escalerillas. Los trasgos rezongaban mientras accionaban las bombas, mezclaban el mortero, gateaban escaleras arriba o se sentaban sobre los materiales. Los capataces vigilaban, haciendo que la gigantesca maquinaria avanzara a golpes de látigo de magia negra.

El dolor era la moneda del reino… el dolor y no poco miedo. Le gustara o no, Zagorka se había convertido en la usurera de esa moneda.

Ella y Chester se abrían paso, cansinos, entre las cuadrillas de obreros. Ver a aquella anciana y su terco mulo metía el miedo hasta en el corazón de los capataces más brutales. La desaprobación de aquella mujer suponía la desaprobación de Phage, y la desaprobación de Phage comportaba el dolor o la muerte. La anciana prefería el miedo. Si podía hacer que las cuadrillas temieran las consecuencias de su fracaso, no tendrían que sufrir tales consecuencias.

Chester resopló irritado cuando vio a otra mula, más joven y pequeña que él, trajinar bajo una carga aplastante de gravilla. Pese a su tamaño, la principal función de Chester era ser la montura de Zagorka.

—No falta mucho —le murmuró la mujer al animal.

Éste rebuznó como respuesta, y los trasgos se agazaparon como si fueran a recibir un golpe. El otro papel de Chester era el de matón, porque podía tumbara un rinoceronte a coces.

Zagorka y su camarada se acercaron a un capataz especialmente ominoso. Un incauto lo habría confundido con un demonio auténtico, pues tenía cabeza de cabra, alas de murciélago y cuerpo de lagarto, y antaño se había escondido en una cueva. En verdad era un desecho de la guerra… pero, para variar, quién no lo era allí. La Cábala había dado caza y atrapado a ese monstruo, le había lavado el cerebro para obligarle a luchar en los fosos y, para terminar, le había dado el cargo de capataz. Hasta el momento, no había demostrado ser muy bueno en este último menester.

Zagorka desmontó y tiró de la correosa ala de la bestia.

—Perdón, ¿eres Gorgoth?

—¿Y a ti qué te…? —empezó éste, dándose la vuelta con los dientes encajados. Tan pronto como vio a Zagorka, el fuego rojo de aquellos ojos se convirtió en verdor. Bajó la garra, pese al sortilegio de azote que había conjurado e hincó las rodillas en el suelo—. ¡Zagorka! Mis más humildes disculpas. —Inclinó los cuernos curvos y la cabeza velluda tocó el suelo—. Sí, soy Gorgoth.

—¿Cómo llevamos el trabajo? —La anciana sonrió, con los ojos ausentes, una mirada que sabía que inspiraba terror.

—Bien, muy bien —respondió Gorgoth—. Hemos cumplido los plazos durante dos semanas seguidas y vamos según el calendario marcado.

—Eso está muy mal. —Zagorka frunció el entrecejo.

—¿Muy mal? —Las pupilas rectangulares del demonio se contrajeron hasta convertirse en rendijas.

—Las demás cuadrillas van tres días por delante.

—Pero si estamos cumpliendo los plazos…

—… y cuando su trabajo se solape con el tuyo, tendrán que esperarse.

—Pero el calendario…

—Estás retrasando todo el proyecto.

—Pero…

—¿Por qué no ser el primero, en vez del último? ¿Por qué no vivir en vez de…?

Gorgoth no planteó más objeciones. Se había hundido más y más con cada respuesta, y ya se encontraba postrado ante la anciana.

—Has sobrevivido desde la guerra. —Zagorka mesó las crines de Chester—. Está claro que sabes cuidarte, pero la vieja manera de sobrevivir, esconderse y escurrir el bulto, ya no funciona. No puedes esconderte de Phage.

El demonio soltó un gemido.

—Tendrás que dar caña a esos obreros.

—Los machacaré hasta convertirlos en papilla…

—No, no lo harás. Los obreros mutilados no trabajan, los obreros muertos no trabajan. No puedes machacarlos hasta hacerlos papilla, pero debes hacerles creer que lo harás.

—¿No es eso lo que haces tú? —La bestia levantó su cabeza cornuda y un destello burlón le asomó a los ojos—. ¿Amenazar sin ganas de llevarlo a cabo?

—No —le cortó Zagorka—. Yo no amenazo, aconsejo. Yo no lo llevo a cabo, Phage sí. Ella planea la muerte de todos vosotros, ya sea construyendo este coliseo o luchando en él. Yo te aconsejo acerca de cómo evitar la muerte. —Tiró de las riendas de Chester y lo hizo girar lentamente—. Hazme caso y vivirás. Pasa de mí y morirás. Es tan sencillo como eso.

—Sí —respondió Gorgoth, con la frente otra vez apoyada en el suelo. Se quedó así hasta que la mujer subió al mulo y se alejó.

Aunque por fuera el demonio estaba tan inmóvil como una piedra, por dentro su mente trabajaba deprisa. Las palabras de Zagorka eran más que un aviso; eran toda una lección en sí mismas. Se ganaba la atención de los capataces actuando como su valedora. Phage los castigaría, sí, eternamente… a menos que uno escuchara a su valedora. Gorgoth iba a trabajar como le había dicho Zagorka.

Se levantó del suelo y rugió hacia las nieblas, la señal para que sus obreros se congregaran. Enanos y trasgos de los campos de tallado respondieron de inmediato.

—Hay una nueva regla —dijo Gorgoth—. Cada noche azotarán a la cuadrilla más lenta. Y nosotros somos los más lentos.

—Pero si estamos cumpliendo los plazos…

—Somos los más lentos.

—Pero si ya trabajamos doce horas…

—Somos los más lentos.

—Pero…

—¡Silencio! —gruñó—. Trabajaréis más rápido y más duro. Cada noche, yo mismo azotaré al que sea más lento de vosotros, a quien retrase a los demás. Y ahora, ¡a trabajar!

La bruma se disipó a media mañana, pero volvió a levantarse en el ocaso. A la luz mortecina, la niebla parecía hebras de oro. Era una metáfora muy apropiada. Phage estaba convirtiendo ese fétido pantano en oro, oro para la Cábala, oro para el Primero.

Phage estaba de pie encima del muro del coliseo. A través de los jirones calinosos vislumbraba a los obreros que tenía a los pies. Muchos seguían trabajando pese a lo entrado de la noche. Algunos dormían al lado de su puesto de trabajo, pues habían caído exhaustos. La mujer los dejó dormir a la sombra de las piedras a medio tallar o al calor de las fraguas humeantes. Hasta en sueños estarían trabajando. Sólo se les permitían campamentos de verdad a las cuadrillas de los puentes, en los islotes cercanos. Ya habían perdido demasiados obreros por culpa de los cocodrilos y las panceras. Los arqueros e infantes ya los protegían contra estas embestidas masivas, pero nada podía derrotar a las nubes de mosquitos.

Nada excepto la piel de Phage.

Las estrellas fogueaban sobre el desierto. Jeska estaba en el suelo, encadenada, y las miraba. Trenzas se agazapaba cerca, haciendo algo. Siempre estaba haciendo algo. Le había curado la herida a Jeska y la llevaba, cargada de cadenas, a la Cábala. Y ella había accedido. Era su vida. La alternativa era la muerte.

Phage se sacudió el ensueño. Una hilera de antorchas se deslizaba por el horizonte y se adentraba por el pantano. Una gabarra, iluminada por antorchas situadas en cada regala, remaba hacia la gran isla. Las gabarras no debían atracar después del ocaso debido a los continuos cambios en los lugares de anclaje. Tampoco debían gastar madera en antorchas. ¿Qué carga necesitaría de una llegada tan tardía y costosa?

Recortada contra las estrellas del desierto, Trenzas se afanaba con las cadenas de Jeska.

—El Primero está ansioso por verte.

Un escalofrío recorrió a Phage. Giró sobre los talones y bajó la escalera. Saltaba los peldaños de tres en tres, casi iba corriendo. A su paso, los guardias se sobresaltaban, se volvían y se apartaban de su temible señora. La mujer no les prestó atención. Atravesó la entrada principal y se perdió en la niebla.

Una figura enorme surgió en lo alto y rebuznó.

Phage apartó la mano. Había estado a punto de matar al mulo de su segunda. Aun así, no aflojó el paso.

—Perdónanos. —Zagorka caminó despacio detrás de su señora—. Estábamos esperando por aquí, por si necesitabas algo —carraspeó—. Parece que necesitas algo.

—Ve a mis dependencias. Dobla la guardia. Diles que lo limpien todo. Que busquen el jergón más mullido y limpio y lo pongan en la cama de hierro. Llama a los cocineros y que preparen un festín. Luego ve a informarme a la gabarra, allá abajo. —Las órdenes brotaron de sus labios como virotes de una ballesta.

—¿Qué sucede?

—El Primero está a punto de llegar. —Fue todo lo que Phage dijo antes de adelantar a su segunda.

Era todo lo que tenía que decir. Zagorka profirió un grito ahogado y montó en Chester. Los cascos del mulo repiquetearon en la niebla, dirigiéndose a las dependencias de Phage.

Ésta no les dedicó ni una mirada. Si era Zagorka quien se encargaba de preparar las habitaciones y la comida para el Primero, con seguridad que todo iría bien. Phage tan sólo esperaba que los muelles contaran con su aprobación… Sólo esperaba que la isla, los obreros, el coliseo, el avance de las obras, le complacieran. Vivir o morir estaba en sus manos.

—¡Levantaos! —gritó en el brumoso campamento—. ¡Preparaos para una inspección a fondo! —Su voz, aunque poco oída, era conocida hasta por el último obrero.

Se corrió la voz. Los látigos chasquearon para reforzar las órdenes. Los soldados debían estar listos, despiertos, firmes y dispuestos en filas. El que no pasara la inspección no llegaría a ver el alba.

Phage tragó saliva. Delante de ella, entre las neblinas que se apartaban, vio las antorchas de la gabarra que se acercaba. No eran simples antorchas, sino esqueletos que ardían. El Primero había perfeccionado su técnica de ejecución: anestesiaba a los traidores, los envolvía con gasa de yesca, los sumergía en un producto acelerante y les prendía fuego. Así producían una llama intensa y lenta que iluminaba el camino del Primero. Era un aforismo bien conocido que el sebo de los traidores era luz de la Cábala.

Sin embargo, ninguna luz penetraba en el pabellón negro que había en el centro de la embarcación.

Phage llegó hasta la orilla y aguardó. El cráneo que estaba más adelante la miró lascivamente, sacando fuego por ojos y boca. ¿Se estaba burlando de su fidelidad o la saludaba como compañera en la traición?

Las aguas negras se rizaron ante la gabarra. Ésta se meció hacia delante y los remos se clavaron en la turba para frenarla. Con un suave golpecito, la nave tocó tierra. Los hombres se apoyaron en los remos y el ancla se hundió con un chapoteo. Los ayudantes sacaron una pasarela por la proa y la pusieron en su sitio.

Phage esperó a que las cortinas se apartaran, a que el hombre desembarcara.

Phage, cuyo verdadero nombre es Jeska, adelántate, exclamó una voz desde su interior.

La mujer subió por la pasarela lentamente. La madera le siseaba bajo las plantas de los pies, marcando su paso para siempre. Mientras avanzaba entre los esqueletos humeantes, el olor del sebo quemado dio paso al aura del Primero. Mucha gente tenía arcadas ante su presencia, pero a Phage la renovaba. Los afines se atraían, la piel le temblaba al tocar su carne gemela. Se acercó al pabellón encortinado de seda negra, como su propia malla. Estaba en casa.

Entra, Jeska, volvió a exclamar una voz interior. Se vislumbraba la mirada del Primero entre la tela que los separaba. Los servidores del mandatario apartaron los pliegues. El aire invadió a Phage, frío y seco, oliendo a muerte. Entró y la tela cayó tras ella. Las tinieblas llenaban el sitio y el encortinado sólo dejaba ver una tenues columnas grises allá donde ardían los cadáveres.

Phage hincó las rodillas, se postró y así se quedó. Bajo ella, la alfombra de lana se corrompió.

—Levántate —dijo el Primero. Estaba sentado en una gran silla, al otro extremo de aquel espacio, y apenas se le veía en la penumbra—. Ya está aquí la Cábala.

—La Cábala está en todas partes —respondió Phage, recostándose sobre las rodillas.

—He dicho que te levantes, que te pongas de pie. —Unos ojos la repasaron.

Se puso en pie y una silueta negra se quedó grabada en lo que quedaba de la alfombra.

—Perdóname, señor.

—No es necesario que te perdone, Jeska —le susurró—. Estoy muy complacido con los informes que has enviado. Vas por delante del calendario y por debajo del presupuesto, has levantado puentes y dragado canales, pavimentando el nuevo camino del mundo. ¿Dices que incluso has descubierto una manera de dejar estériles los pantanos?

—Sí —asintió la mujer con la cabeza—. La cal envenenará hasta la última planta y animal y se asentará en un poso grueso en el fondo que más tarde se endurecerá. En el radio de un kilómetro y medio del coliseo, todas las vías de agua serán de un color azul celeste y estarán contorneadas con argamasa.

—Es perfecto, desde luego. —El Primero soltó una risita.

—También ordené a las invocadoras de demencia que diseñasen algunas bestias bastante sorprendentes. Son criaturas de los pantanos que comen arena y devuelven agua. En este mismo momento están extendiendo el alcance del pantano hasta el insondable desierto. Sólo cuando lleguen a la Escarpadura de Coria tendremos que parar.

—Estoy orgulloso de ti.

Más allá de la gabarra hubo un pequeño revuelo. Alguien había llegado, y los guardias del Primero lo acribillaban a preguntas. Entre las respuestas se oía un rebuzno familiar.

—Ahora mismo están limpiando y adaptando mis dependencias para que puedas disponer de ellas, y he hecho preparar un festín —dijo Phage.

—¡Me ordenó que informara! —La protesta de Zagorka se pudo oír con toda claridad en el interludio.

—No son tus avances o tus preparativos lo que me preocupa —continuó el Primero, ajeno a lo que pasaba—. Es el recibimiento que he tenido.

Phage sintió un vuelco de pánico en el pecho. Fue hasta un servidor de la mano, se arrodilló ante él y le besó los dedos. El contacto con los labios le dejó al ayudante una necrosis burbujeante en los nudillos.

—Te honro con mi vida.

—Sí, sé que lo haces —respondió el Primero mientras se frotaba sus propias manos. Le hizo un gesto al servidor para que se apartara de Phage—, pero ¿y tu gente? Te tratan como a una diosa: te temen, reverencian y admiran.

—¿Ah, sí? —preguntó, incrédula.

—Juran por ti, Phage —respondió—. Y han de jurar por mí, no por ti.

—S-se lo diré.

—Se lo dirás esta misma noche.

—Con tu permiso, se lo diré ahora mismo.

—Adelante.

Phage se levantó y se dirigió a las cortinas. Los servidores de la mano las apartaron. La mujer emergió de la fría sequedad al húmedo corazón del pantano. Bajó decidida por la pasarela.

Al pie de ésta se apiñaba la guardia personal del Primero, discutiendo con una mujer anciana y un mulo muy grande.

—… No aquí, él no. —La voz de Zagorka se levantaba entre el tumulto—. Phage es la ley aquí, y dijo que me encontrara con ella…

—¿Así que estabas aquí? —interrumpió Phage mientras se metía en medio del gentío. Todos los reunidos se echaron atrás instintivamente, apartándose de su peligroso contacto putrefactivo—. ¿Cuál es mi mejor cuadrilla?

—Esta semana ha sido la de Gorgoth y sus talladores.

—Tráelos aquí. Y ordena al resto que vengan a ver lo que ocurre.

—Sí —dijo Zagorka, volviendo a subir a la grupa del mulo. Clavó los talones en los ijares de la bestia y Chester saltó adelante, rebuznando.

La mujer y el animal pasaron al trote entre las tropas formadas. Estaban plantados como hileras de trigo que se perdían en la Isla del Coliseo. Zagorka iba a encontrar a Gorgoth y su cuadrilla rápidamente y los traería. Phage planeaba una demostración de lealtad. Los obreros pronto se enterarían de quién era su verdadero amo. El Primero también.

Jeska vomitó en el suelo cuando llegó ante la presencia del Primero. Él estaba allí, de pie, con los brazas abiertos. No había escapatoria. Ella se sumió en aquel abrazo mortal.

Una brisa fría toqueteó en el hombro a Phage, y supo que el Primero ya había salido. Con los servidores de la mano a cada lado y los de la calavera detrás, el mandatario bajaba por la pasarela. Fuera, bajo la luna creciente, las innumerables túnicas del hombre y su imponente mitra hacían que pareciese un ser enorme.

En verdad era enorme. Era el sol negro en torno al cual todos ellos giraban, lo quisieran o no. Muy pronto se enterarían de ello.

Mientras el Primero esquivaba los agujeros de podredumbre que había en la pasarela, Phage se arrodilló. Nadie de su gente la había visto antes así.

Zagorka regresó. Botaba sobre el lomo de Chester e iba soltando una arenga:

—¡Mirad a Phage! Volved los ojos a la orilla. ¡Mirad a Phage o morid!

Tras ella venía una variopinta colección de enanos y trasgos, gigantopitecos y hasta un rinoceronte descornado, todos alentados por el flagelante azote del demonio Gorgoth. Huían del capataz y corrían hacia su ama, arrodillada.

Nada de esto ayudó a Phage. Sólo sirvió para probar las sospechas del Primero.

Zagorka cabalgó hacia un lado, abriendo camino para que la cuadrilla se desplegara ante Phage. Así lo hicieron, hincando las rodillas y el rostro en el suelo. Gorgoth los azotó hasta que estuvieron con la cara postrada por completo y quietos. Luego él también se arrodilló… ante Phage.

Hasta el último siervo se arrodillaba ante ella.

—Diles que no se han de inclinar ante mí —gruñó Phage—, sino ante el Primero.

Zagorka se llevó a los labios la vieja mano a modo de bocina y gritó:

—¡Postraos ante el Primero!

Sin saber muy bien qué hacer, enanos y trasgos cerraron los ojos y se quedaron donde estaban.

—Todos vosotros debéis postraros ante el Primero, todo el campamento.

—¡Arrodillaos! ¡Todos! ¡Arrodillaos ante el Primero!

Con un retumbar como el de un trueno, centenares de criaturas se arrodillaron.

—Le servimos hasta la muerte —dijo Phage.

—¡Servidle hasta la muerte! —gritó Zagorka.

Inclinaron la cabeza, pero Phage notaba las miradas ardorosas de éstos en la espalda con tanta seguridad como notaba la gélida mirada del Primero en el rostro. Se levantó. Era el momento de demostrar su lealtad y la de sus obreros. Se acercó a la cuadrilla. Todos estaban postrados. Ninguno había cambiado de posición hacia el mandatario.

—¡Ante mí, no! ¡Ante el Primero! —gritó Phage.

Miradas de terror llenaron todas las facciones. Enanos y trasgos volvieron la cara, dirigiéndola al Primero. Tocaron el suelo con la frente y cerraron los ojos con fuerza.

—Sois la mejor cuadrilla de trabajo. Los más rápidos, los más eficientes, los más habilidosos. Sois mis mejores hombres. Debéis ser los mejores del Primero. —Avanzó hacia ellos con grandes zancadas, se detuvo y se subió a la espalda del primer enano.

El algodón se quemó y esfumó, la piel se ajó, el músculo se desprendió, podrido, y el hueso se convirtió en yeso. El poder de la vida ascendió del cuerpo como un fantasma y revoloteó alrededor de Phage. Ésta movió las manos a un lado. Telarañas de fuerza vital se desenroscaron de la punta de sus dedos para extenderse por las tinieblas y envolver al Primero. Éste pareció que inhalara el poder. Casi de inmediato, la figura del mandatario se puso a brillar mientras Phage permanecía de pie en la requemada mitad del cuerpo.

Con un chillido, el trasgo que estaba tirado en el suelo al lado del enano intentó levantarse y escabullirse.

Phage volvió a pisar, esta vez inmovilizando a la criatura contra el suelo.

Mientras el trasgo moría, los demás obreros hicieron ademán de ponerse de pie, pero Gorgoth los azotó, solícito. Negros restallidos de magia negra hendían y mordían, enervándolos.

—Soy fiel al Primero hasta la muerte. —Las palabras de Phage también los laceraban—. Ahora, vosotros también.

Pese a las puntas garfiadas que abrían heridas justo por encima de ella, siguió avanzando. El azote llevaba la agonía. Phage llevaba la muerte. Uno a uno, mató a todos los obreros de su mejor cuadrilla.

Hasta el último par de ojos de la isla contempló esas ejecuciones sumarias, y hasta la última mente lo comprendió: había que rendir pleitesía al Primero o morir. Phage no era su líder suprema, sólo era un puñal en manos del mandatario.

Gorgoth lo contempló con más atención que ningún otro. Aunque el azote del demonio había zurrado con crueldad, sus ojos reflejaban una piedad morbosa. Él había disciplinado a aquellos obreros, y en aquel momento todos ellos agonizaban. Pese a todo, Gorgoth sabía lo que era la supervivencia: era lo que había tenido que hacer para sobrevivir.

—Hombres… mujeres… niños… animales… —gritaba Phage. Agarró la cabeza del rinoceronte y la pudrió hasta convertirla en un cráneo pelado. El cuerpo vaciado profirió una especie de gruñido y se derrumbó—. Todos debéis servir al Primero hasta la muerte.

Casi con cariño, envolvió con los brazos a un gigantopiteco. Éste intentó zafarse, pero no consiguió más que deshacerse en una viscosidad grisácea allá donde lo tocaba. Pereció en el abrazo de la mujer. Los obreros más fuertes de la cuadrilla yacían en un montón de desechos. Phage se plantó delante del capataz.

—L-los he azotado —Gorgoth se arrodilló—. T-te he sido fiel hasta la muerte.

—Me has sido fiel a mí —remarcó Phage, negando con la cabeza. Agarró la cabeza de cabra y la besó, el beso de la muerte. Deslizó la mano por el cuello y lo estrujó. El cráneo cayó de su mano. Mientras las alas se convulsionaban, el cuerpo se derrumbó. Phage le llevó los frágiles huesos al Primero. Los puso a los pies de éste y se postró allí mismo.

El patriarca pasó la mirada por ella, luego por el cráneo y finalmente por toda la isla, cubierta de figuras postradas. Hasta la anciana estaba postrada del todo y el mulo detrás de ella.

—Os habéis portado bien, servidores míos. —Habló suavemente, pero la magia llevó sus palabras a todos los que allí estaban—. Ya está aquí la Cábala.

—La Cábala está en todas partes. —La respuesta brotó al unísono de millares de gargantas.

—Estoy especialmente complacido con mi hija, Phage. Ha construido con acierto el coliseo. Habla con acierto a través de esa vieja. Ahora también hablará a través de otra persona. —La sonrisa del Primero titilaba entre las tinieblas—. Phage, te he traído a la persona que te dio la vida, que una vez mandó sobre ti. Ahora tú mandarás sobre ella. Así como la vieja es tu voz entre los obreros, esta persona será tu voz en el mundo. —Hizo un gesto hacia atrás.

Las cortinas de la gabarra se abrieron. De ellas emergió Trenzas, con una amplia sonrisa en la cara.

—Hola, hermanita mayor.

—Es un honor —dijo Phage, todavía postrada.

—Levantaos, Phage, Zagorka y Trenzas. Acercaos.

Mientras Phage se ponía en pie, Trenzas bajó a saltitos la pasarela y se puso a su lado. Zagorka dejó al mulo, que se levantó entumecido junto con los demás.

La sonrisa del Primero se ensanchó y alzó las manos hacia los cielos estrellados.

—Vosotras tres convertiréis este coliseo en el centro de Otaria, en el centro de Dominaria.

Y en aquel abrazo asesino, Jeska vivió. En temblorosa agonía se convirtió en Phage.