El último acto de la biografía del héroe es el de su muerte o partida. Aquí se sintetiza todo el sentido de la vida. No es necesario decir que el héroe no sería héroe si la muerte lo aterrorizara; la primera condición es la reconciliación con la tumba.
“Mientras estaba sentado bajo la encina de Mamre, Abraham percibió un relámpago y olfateó un dulce olor, y volviéndose vio a la Muerte que llegaba hacia él en gran gloria y belleza. Y la Muerte le dijo a Abraham: ‘No pienses, Abraham, que esta belleza es mía o que así llego a todos los hombres. Mas si alguien es justo como tú, tomo una corona y vengo a él, y si es pecador, llego entre gran corrupción, y con sus pecados hago una corona para mi cabeza, y los sacudo con un gran temor y ellos quedan sobrecogidos’. Y Abraham le dijo: ‘¿Y eres tú el que se llama Muerte?’ Y contestó y dijo: ‘Yo soy el amargo nombre’, pero Abraham contestó: ‘No iré contigo.’ Y Abraham le dijo a la Muerte: ‘Muéstranos tu corrupción.’ Y la Muerte reveló su corrupción, y mostró dos cabezas; una tenía la faz de una serpiente y la otra era como una espada. Todos los sirvientes de Abraham murieron al mirar la faz terrible de la Muerte, pero Abraham oró al Señor y él los resucitó. Como los rostros de la Muerte no consiguieron que el alma de Abraham le abandonara, Dios tomó el alma de Abraham como en un sueño y el arcángel Miguel la llevó al cielo. Después, grandes loas y alabanzas fueron dadas al Señor por los ángeles que trajeron el alma de Abraham, y después de que Abraham se inclinó a adorarlo, se oyó la voz de Dios, que dijo así: ‘Lleva a Mi amigo Abraham al Paraíso, donde están los tabernáculos de los justos, y las mansiones de mis santos Isaac y Jacob en su regazo, donde no hay dificultades, ni congojas, ni suspiros, sino paz y regocijo y vida eterna’.”[36]
Comparemos con el siguiente sueño: “Estaba en un puente y encontré un violinista ciego. Todos echaban monedas en su sombrero. Me acerqué y vi que el violinista no estaba ciego. Era bizco y me miraba de reojo. Repentinamente apareció una ancianita sentada a un lado del camino. Estaba oscuro y yo tuve miedo. ’¿Adónde lleva este camino?’, pensé. Un joven campesino se acercó y me tomó de la mano. ‘¿Quieres venir a casa —me dijo— y tomar café?’ ‘¡Suéltame! ¡Aprietas demasiado!’, grité, y desperté.”[37]
El héroe, que en su vida representa la perspectiva dual, después de su muerte es todavía una imagen sintetizadora: como Carlomagno, duerme y sólo se levantará a la hora del destino, o sea, está entre nosotros bajo otra forma.
Los aztecas hablaban de la serpiente emplumada, Quetzalcóatl, monarca de la antigua ciudad de Tollan en la edad de oro de su prosperidad. Era maestro de las artes, inventor del calendario y les había dado el maíz. Él y su gente fueron derrotados al terminar su época por la magia más poderosa de la raza invasora, la de los aztecas. Tezcatlipoca, el héroe guerrero de la gente joven y de su era, arrasó la ciudad de Tollan; y la serpiente emplumada, rey de la edad de oro, quemó sus habitaciones, enterró sus tesoros en las montañas, convirtió sus plantas de cacao en mezquites y ordenó a los pájaros multicolores, sus sirvientes, que huyeran delante de él, y partió con gran congoja. Cuando llegó a la ciudad llamada Cuautitlán, donde había un árbol alto y grande, se acercó al árbol, se sentó debajo de él y se miró en un espejo que le trajeron. “Soy viejo”, dijo, y el lugar fue llamado “Cuautitlán el Viejo”. En otro lugar del camino se detuvo a descansar y al mirar en dirección a Tollan, lloró y sus lágrimas atravesaron una roca. Dejó en ese lugar la marca de las palmas de sus manos y de su cuerpo. Más tarde se encontró con un grupo de nigromantes que lo retaron y le prohibieron que avanzara hasta que les hubiera dejado el arte de trabajar la plata, la madera y las plumas y el arte de la pintura. Cuando cruzó las montañas, todos sus sirvientes, que eran enanos y jorobados, murieron de frío. En otro lugar se encontró con su antagonista, Tezcatlipoca, que lo derrotó en el juego de pelota. En otro lugar apuntó con su flecha a un gran árbol de póchotl; como la flecha también era un árbol de póchotl completo, cuando la disparó y atravesó el árbol, los dos formaron una cruz. Así pasó, dejando muchas señales y nombres de lugares detrás de él, hasta que al llegar al mar, partió en una balsa de serpientes. No se sabe cómo llegó a su destino, Tlapallán, su lugar de origen.[38]
De acuerdo con otra tradición, al llegar a la playa se inmoló a sí mismo en una pira funeraria, y de sus cenizas se levantaron pájaros de plumas multicolores. Su alma se convirtió en la Estrella de la Mañana.[39]
El héroe ansioso de vivir, puede resistir a la muerte, y posponer su destino por cierto tiempo. Se ha escrito que Cuchulainn oyó un grito en sus sueños “tan espantoso y terrible, que cayó de su cama al suelo, como un saco, en el ala oriental de su casa”. Se levantó sin armas, seguido por Emer, su esposa, que llevaba sus armas y vestidos. Y descubrió un carro enganchado a un caballo castaño que tenía sólo una pata y la vara atravesaba su cuerpo y le salía por la frente. Adentro estaba sentada una mujer con las cejas rojas y envuelta en un manto escarlata. Un hombre muy alto caminaba a un lado, también con una capa escarlata, portando un bidente de avellano y conduciendo una vaca.
Cuchulainn reclamó la vaca como suya y la mujer se opuso y Cuchulainn preguntó por qué hablaba ella en vez del hombre grande. Ella contestó que el hombre era Uargaeth-sceo Luachair-sceo. “Por lo menos —dijo Cuchulainn— el largo del nombre es asombroso.” “La mujer con quien hablas —dijo el hombre grande— se llama Faebor beg-beoil cuimdiuir folt sceub-gairit sceo uath.” “Estás burlándote de mí”, dijo Cuchulainn; brincó a la carroza, puso los dos pies en los hombros de ella y su lanza en medio de sus cabellos. “No uses en mí tus armas afiladas”, dijo ella. “Entonces dime tu verdadero nombre”, dijo Cuchulainn. “Pues retírate de mí. Soy una poetisa festiva y llevo esta vaca como recompensa por un poema.” “Dime tu poema”, dijo Cuchulainn. “Quítate de donde estás —dijo la mujer—; con sacudirte sobre mi cabeza no ganas nada.”
Cuchulainn se apartó hasta colocarse en medio de las dos ruedas del carro. La mujer le cantó una canción de reto y de insultos. Él se preparó para saltar sobre ella, pero, en un instante, el caballo, la mujer, la carroza, el hombre y la vaca desaparecieron y en la rama de un árbol había un pájaro negro.
“Tú eres una peligrosa mujer encantada”, le dijo Cuchulainn al pájaro, porque cayó en la cuenta de que ella era la diosa de las batallas, Badb o Morrigan. “Si hubiera sabido que eras tú, no nos hubiéramos separado así.” “Lo que has hecho —contestó el pájaro— ha de traerte mala suerte.” “No puedes hacerme daño”, dijo Cuchulainn. “Ciertamente que sí —dijo la mujer—, soy el guardián de tu lecho de muerte y estaré guardándolo de hoy en adelante.”
Entonces la encantadora le dijo que llevaba a la vaca desde la colina de las hadas de Cruachan para que fuera fecundada por el toro del hombre grande, que era Cualigne, y que cuando el becerro tuviera un año de edad, Cuchulainn habría de morir. Ella misma vendría a buscarlo cuando estuviera luchando con un hombre “tan fuerte, tan victorioso, tan diestro, tan terrible, tan incansable, tan noble, tan bravo, tan grande” como él mismo. “Me convertiré en anguila —dijo ella— y me enlazaré en tus pies durante la batalla”. Cuchulainn cambió amenazas con ella y ella desapareció en el suelo. Pero al año siguiente, cuando se llevó a cabo la lucha predicha en el vado, él la venció y vivió para morir otro día.[40]
Un curioso y quizá juguetón eco del simbolismo de la salvación en el más allá resuena vagamente en el pasaje final del cuento popular Pueblo del niño Cántaro de Agua. “Mucha gente vivía dentro del manantial, mujeres y niñas. Todas corrieron al joven y lo abrazaron, porque estaban contentas de que el hijo hubiera vuelto a casa. Así encontró el joven a su padre y a sus tías. El joven permaneció allí una noche y al día siguiente volvió a su casa y le dijo a su madre que había encontrado a su padre. Pero su madre enfermó y murió. El joven se dijo a sí mismo: ‘No tengo por qué seguir viviendo con esta gente,’ De manera que los dejó y fue al manantial. Y allí estaba su madre. Ésa fue la manera en que él y su madre fueron a vivir con su padre. Su padre era Avaiyo’ pi’i (serpiente roja del agua). Les dijo que no hubiera podido vivir con ellos en Sikyat’ki. Por eso enfermó a la madre del muchacho, para que muriera y ‘viniera a vivir conmigo —dijo el padre—: ahora viviremos todos juntos’, le dijo Avaiyo’ a su hijo. Así fue como el joven y su madre fueron a vivir allí.”[41]
Este cuento, como el de la mujer almeja, repite punto por punto la narrativa mítica. Las dos historias son encantadoras dentro de la aparente inocencia de su fuerza. El extremo opuesto es la narración de la muerte del Buddha; llena de humor, como todos los grandes mitos, pero consciente hasta un grado máximo.
“El Bendito, acompañado por una gran congregación de sacerdotes, se acercó al banco más alejado del río Hirannavati, y a la ciudad de Kusinara, y al soto Upavattana de los Mallas, y habiendo llegado, se dirigió al venerable Ananda:
‘Ten la bondad, Ananda, de tenderme una cama con la cabecera al norte en medio de dos árboles gemelos. Estoy cansado, Ananda, y quisiera recostarme.’
‘Sí, Reverendo Señor’, dijo el venerable Ananda al Bendito y tendió la cama con la cabecera al norte en medio de dos árboles gemelos. Cuando el Bendito yació en su lado derecho, como lo hacen los leones, y colocó un pie encima del otro, permaneció alerta y consciente.
En ese momento, los dos árboles gemelos habían florecido completamente, aunque no era estación de flores, y los capullos cayeron sobre el cuerpo del Tathagata, y se derramaron y esparcieron sobre su cuerpo en adoración al Tathagata.[42] También cayó del cielo polvo de madera de sándalo y cayó sobre el cuerpo del Tathagata y se esparció sobre él en adoración al Tathagata. Y música sonó en el cielo en adoración al Tathagata y coros celestes cantaron en adoración al Tathagata.”
Durante las conversaciones que entonces tuvieron lugar, mientras el Tathagata yacía sobre su costado como un león, un gran sacerdote, el venerable Upavana, estaba de pie frente a él, abanicándolo. El Bendito le ordenó que se hiciera a un lado; y el asistente del Bendito, Ananda, se quejó con el Bendito. ‘Reverendo Señor —dijo— ¿cuál fue la razón y cuál la causa, de que el Bendito fuera duro con el venerable Upavana y le dijera: hazte a un lado, sacerdote, no te pares frente a mí?’ ”
El Bendito replicó: “Ananda, casi todas las deidades de diez mundos han venido juntas a contemplar al Tathagata. A una distancia, Ananda, de doce leguas a la redonda, alrededor de la ciudad de Kusinara y del soto de Upavattana de los Mallas, no hay un pedazo de tierra libre ni para meter la punta de un cabello, todo está ocupado por las poderosas deidades. Estas deidades, Ananda, están indignadas y dicen. ‘De lejos hemos venido a contemplar al Tathagata, pues raras veces un Tathagata, un santo y Supremo Buddha se ha levantado en el mundo; y esta noche, en la última vela, el Tathagata pasará al Nirvana; pero ese poderoso sacerdote está de pie frente al Bendito y lo oculta, y no tenemos oportunidad de ver al Tathagata aunque sus últimos momentos se acercan’. Por eso, Ananda, están indignadas las deidades.”
“¿Qué hacen las deidades, Reverendo Señor, a quienes el Bendito percibe?”
“Algunas de las deidades, Ananda, están en el aire, con las mentes colmadas de cosas terrestres, y dejan flotar sus cabellos y gritan alto y tienden los brazos y gritan más y caen de cabeza al suelo y ruedan de un lado para otro diciendo: ‘Demasiado pronto ha de pasar el Bendito al Nirvana; muy pronto desaparecerá de nuestra vista la Luz del Mundo.’ Algunas deidades, Ananda, están en tierra, con sus mentes colmadas de cosas terrestres, y dejan flotar sus cabellos y gritan alto, y tienden los brazos y gritan más y caen de cabeza al suelo y ruedan de un lado para otro diciendo: ‘Demasiado pronto ha de pasar el Bendito al Nirvana; muy pronto desaparecerá de nuestra vista la Luz del Mundo.’ Pero las deidades que están libres de pasiones, que piensan y son conscientes, lo soportan con paciencia, diciendo: ‘Transitorias son todas las cosas. ¿Cómo es posible que aquello que ha nacido, que ha llegado a ser, que está organizado y es perecedero, no haya de perecer? Esa condición no es posible.’”
Las últimas conversaciones continuaron por algún tiempo y durante su curso el Bendito consoló a sus sacerdotes. Luego se dirigió a ellos:
“Y ahora, oh sacerdotes, me aparto de vosotros; todos los constituyentes del ser son transitorios; trabajad con diligencia en vuestra salvación.”
Y éstas fueron las últimas palabras del Tathagata.
“Entonces el Bendito entró en el primer trance; y al levantarse del primer trance entró en el segundo trance; y al levantarse del segundo trance entró en el tercer trance; y al levantarse del tercer trance entró en el cuarto trance; y al levantarse del cuarto trance entró en el reino de la infinitud del espacio; y al levantarse del reino de la infinitud del espacio entró en el reino de la infinitud de la conciencia; y al levantarse del reino de la infinitud de la conciencia entró en el reino de la nada; y al levantarse del reino de la nada entró en el reino que no es ni de la percepción ni de la no-percepción; y al levantarse del reino que no es de la percepción ni de la no-percepción llegó adonde cesan la percepción y la sensación.
Luego el venerable Ananda habló al venerable Anuruddha como sigue:
‘Reverendo Anuruddha, el Bendito ha pasado al Nirvana.’
‘No, hermano Ananda, el Bendito no ha pasado al Nirvana, sólo ha llegado adonde se detienen la percepción y la sensación.’
Entonces el Bendito se levantó de donde cesan la sensación y la percepción y entró en el reino que no es de la percepción ni de la no-percepción; y al levantarse del reino que no es de la percepción ni de la no-percepción entró en el reino de la nada; y al levantarse del reino de la nada entró en el reino de la infinitud de la conciencia; y al levantarse del reino de la infinitud de la conciencia entró en el reino de la infinitud del espacio; y al levantarse del reino de la infinitud del espacio entró al cuarto trance; y al levantarse del cuarto trance entró en el tercer trance; y al levantarse del tercer trance entró en el segundo trance; y al levantarse del segundo trance entró en el primer trance; y al levantarse del primer trance entró en el segundo trance; y al levantarse del segundo trance entró en el tercer trance; y al levantarse del tercer trance entró en el cuarto trance; y al levantarse del cuarto trance, el Bendito pasó inmediatamente al Nirvana.”[43]