6. El héroe como redentor del mundo

Han de distinguirse dos grados de iniciación en la mansión del padre. Del primero, el hijo vuelve como emisario; del segundo, con el conocimiento de que “yo y mi padre somos uno.” Los héroes de esta segunda y más alta iluminación son los redentores del mundo, las así llamadas encarnaciones, en su más alto sentido. Sus mitos adquieren proporciones cósmicas. Sus palabras llevan una autoridad superior a todo lo dicho por los héroes del cetro y del libro.

“Observadme. No miréis a vuestro alrededor —dijo el héroe de los apaches Jicarilla, Matador de Enemigos—. Escuchad lo que digo. El mundo es del tamaño de mi cuerpo. El mundo es del tamaño de mi palabra. El mundo es del tamaño de mis plegarias. El cielo es del tamaño de mis palabras y de mis plegarias. Las estaciones son del tamaño de mi cuerpo, de mis palabras y de mis plegarias. Lo mismo pasa con las aguas; mi cuerpo, mis palabras y mis plegarias son más grandes que las aguas.

Quien me crea, quien escuche lo que yo digo, tendrá una larga vida. El que no escuche, el que piense de mala manera, tendrá una corta vida.

No penséis que estoy en el este, en el sur, en el oeste, o en el norte. La tierra es mi cuerpo. Estoy aquí. Estoy en todas partes. No penséis que estoy debajo de la tierra o en lo alto del cielo, o sólo en las estaciones, o del otro lado de las aguas. Todo eso es mi cuerpo. La verdad es que el mundo subterráneo, el cielo, las estaciones y las aguas son mi cuerpo. Estoy en todas partes.

Ya os he dado aquello con que podríais hacerme una ofrenda. Tenéis dos clases de pipas y el tabaco de la montaña.”[30]

El objeto de la encarnación es refutar con su presencia las pretensiones del ogro tirano. Este último ha cerrado la fuente de la gracia con la sombra de su personalidad limitada; la encarnación, completamente libre de tal conciencia del ego, es una manifestación directa de la ley. En una escala grandiosa, actúa la vida del héroe (lleva a cabo los actos del héroe, mata al monstruo), pero es todo con la libertad de un trabajo hecho con el objeto de hacer evidente al ojo aquello que podía haberse llevado a cabo igualmente con un mero pensamiento.

Kans, el cruel tío de Krishna, usurpador del trono de su propio padre en la ciudad de Mathura, oyó un día una voz que le dijo: “Tu enemigo ha nacido; tu muerte es segura.” Krishna y su hermano mayor, Balarama, habían pasado del vientre de su madre a unos pastores para protegerlos de este equivalente hindú de Nemrod. Y éste mandó demonios en su persecución —Putana la de la leche envenenada fue el primero—, pero todos fueron destruidos. Cuando todos sus recursos fallaron, Kans decidió atraer a los jóvenes a su ciudad. Un mensajero fue enviado a invitar a los pastores a un sacrificio y a un gran torneo. La invitación fue aceptada. Con los hermanos entre ellos, los pastores llegaron y acamparon fuera de la muralla de la ciudad.

Krishna y Balarama, su hermano, fueron a ver las maravillas que había en la ciudad. Había grandes jardines, palacios y bosquecillos. Se encontraron con un lavandero y le pidieron algunas ropas finas; pero él se rió y rehusó, y entonces ellos tomaron la ropa por la fuerza y se vistieron muy alegremente. Cuando una jorobada le pidió a Krishna que le permitiera frotarlo con pasta de sándalo, él se acercó, colocó los pies en los de ella, y poniéndole dos dedos debajo de la barba, la levantó y la dejó derecha y hermosa. Luego le dijo: “Cuando haya matado a Kans regresaré y estaré contigo.”

Los hermanos llegaron al estadio vacío. Allí se puso el arco del dios Shiva, del alto de tres palmeras, grande y pesado. Krishna avanzó hacia el arco, tiró de él, y el arco se rompió con un gran ruido. Kans oyó el sonido dentro de su palacio y se sobrecogió.

El tirano mandó sus tropas para que mataran a los hermanos dentro de la ciudad. Pero los jóvenes asesinaron a los soldados y volvieron a su campamento. Dijeron a los pastores que habían dado un paseo interesante, cenaron y se fueron a dormir.

Kans tuvo aquella noche sueños terribles. Cuando despertó, ordenó que prepararan el estadio para el torneo y tocaran las trompetas para reunir al pueblo. Krishna y Balarama llegaron vestidos de juglares, seguidos de los pastores, sus amigos. Cuando entraron por la puerta, había un elefante salvaje preparado para deshacerlos, poderoso como diez mil elefantes corrientes. El que lo guiaba lo encaminó directamente a Krishna. Balarama le dio un golpe tal con su puño, que se detuvo y comenzó a retroceder. El que lo guiaba lo hizo atacar de nuevo, pero los dos hermanos lo azotaron contra el suelo, y murió.

Los jóvenes marcharon por la arena. Todos vieron lo que sus propias naturalezas les revelaron: los luchadores pensaron que Krishna era un luchador, las mujeres que era un tesoro de belleza, los dioses lo reconocieron como su señor y Kans pensó que era Mara, la Muerte misma. Cuando hubo deshecho a todos los luchadores que enviaron en su contra, y al fin mató al más fuerte, brincó al palco real, arrastró al tirano por los cabellos y lo mató. Los hombres, los dioses y los santos mostraron su deleite, pero las mujeres del rey vinieron a llorarlo. Krishna, al ver su dolor, las consoló con su sabiduría primigenia: “Madre —dijo— no llores. Nadie puede vivir y no morir. Imaginarse a uno mismo como poseedor de algo es estar equivocado; nadie es padre, madre o hijo. Hay sólo el círculo continuo del nacimiento y de la muerte”.[31]

Las leyendas del redentor describen el período de la desolación como causado por una culpa moral de parte del hombre (Adán en el paraíso, Jemshid en el trono). Pero desde el punto de vista del ciclo cosmogónico, hay una alternancia regular de aciertos y errores, que es característica del espectáculo del tiempo. Como en la historia del universo sucede en la de las naciones; la emanación lleva a la disolución, la juventud a la vejez, el nacimiento a la muerte, la vitalidad creadora de formas al peso muerto de la inercia. La vida se agita, precipita formas, y luego se apaga dejando todo atrás. La edad de oro, el reinado del emperador del mundo, alternan, en el pulso de todos los momentos de la vida, con la tierra baldía, reino del tirano. El dios que es el creador, se convierte al fin en destructor.

Desde este punto de vista el ogro tirano no es menos representativo del padre que el anterior emperador del mundo cuya posición usurpó, o que el héroe brillante (el hijo) que ha de suplantarlo. Él representa lo estable, así como el héroe es el portador de los cambios. Y dado que cada momento del tiempo se libera de los grilletes del momento anterior, así este dragón, Soporte, es descrito como perteneciente a la generación inmediatamente precedente a la del salvador del mundo.

Para decirlo en términos directos: el trabajo del héroe es exterminar el aspecto tenaz del padre (el dragón, el que pone las pruebas, el rey ogro) y arrebatar de su poder las energías vitales que alimentarán el universo. “Esto puede hacerse de acuerdo con la voluntad del Padre o en su contra. Él [el Padre] puede ‘decidir su muerte, para el bien de sus hijos’ o bien pudiera ser que los Dioses impusieran la pasión sobre él, haciéndolo su víctima propiciatoria. Estas doctrinas no son contradictorias, sino diferentes maneras de decir una y la misma historia; en realidad, el matador y el dragón, el sacrificador y su víctima, son solamente una mente detrás de bambalinas, donde no hay polaridad de contrarios, pero mortales enemigos en la escena donde se presenta la eterna guerra entre los Dioses y los Titanes. En cualquier caso, el Padre Dragón es una Plenitud, que no merma por lo que le arrancan ni crece por lo que recobra. Él es la Muerte, de quien nuestra vida depende; y a la pregunta ‘¿la Muerte es una o muchas?’ se pronuncia la siguiente respuesta: “Es una, porque una está aquí, pero es muchas en cuanto está también en sus hijos.”[32]

El héroe de ayer se convierte en el tirano de mañana, a menos que se crucifique a sí mismo hoy.

Desde el punto de vista del presente hay tal indiferencia en la entrega del futuro, que aparece nihilista. Las palabras de Krishna, el salvador del mundo, a las esposas del muerto Kans, entrañan un armónico aterrador, y también las palabras de Jesús: “No penséis que he venido a poner paz en la tierra; no vine a poner paz, sino espada. Porque he venido a separar al hombre de su padre, y a la hija de su madre, y a la nuera de su suegra, y los enemigos del hombre serán los de su casa. El que ama al padre o a la madre más que a mí, no es digno de mí; y el que ama al hijo a la hija más que a mí, no es digno de mí.”[33] Para proteger a los impreparados, la mitología vela las últimas revelaciones en forma que las oscurece a medias, pero insiste en la forma gradualmente instructiva. La figura del salvador que elimina al padre tirano y después asume la corona se apodera (como Edipo) del sitial de su señor. Para suavizar el terrible parricidio, la leyenda representa al padre como un tío cruel o un Nemrod usurpador. Sin embargo, permanece el hecho escondido a medias. Una vez entrevisto, surge el espectáculo completo; el hijo mata al padre, pero el hijo y el padre son uno mismo. Las figuras enigmáticas se disuelven en el caos primario. Ésta es la sabiduría del fin (y el recomenzar) del mundo.