5. El héroe como emperador y como tirano

El héroe de acción es el agente del ciclo, y prolonga en el movimiento vivo el impulso que movió al mundo por primera vez. Porque nuestros ojos están cerrados a la paradoja del enfoque doble, vemos el hecho como realizado en medio del peligro y de grandes dolores, llevado a cabo por un vigoroso brazo; mientras que la otra perspectiva es, como la muerte arquetípica del dragón, de Tiamat por Marduk, sólo la realización de lo inevitable.

El héroe supremo, sin embargo, no es meramente el que continúa la dinámica del ciclo cosmogónico, sino quien reabre los ojos, de manera que a pesar de todas las idas y venidas, los deleites y las agonías del panorama del mundo, la Presencia Única será vista de nuevo. Esto requiere una sabiduría más profunda que lo otro, y resulta no en un modelo de acción, sino de representación significativa. El símbolo de lo primero es la espada de la virtud; el de lo segundo, el cetro del dominio o el libro de la ley. La aventura característica de lo primero, es ganar a la desposada —la desposada es la vida—. La aventura del segundo caso es el viaje hacia el padre —el padre que es lo desconocido invisible.

Las aventuras del segundo tipo se acomodan directamente en los patrones de la iconografía religiosa. Aún en los cuentos populares sencillos, resuena una repentina profundidad cuando el hijo de la virgen pregunta a su madre: “¿Quién es mi padre?” La pregunta toca el problema del hombre y lo invisible. Los familiares motivos míticos de la reconciliación siguen inevitablemente.

El héroe Pueblo, el niño Cántaro de Agua, preguntó esto a su madre: ‘“¿Quién es mi padre?, dijo. ‘No lo sé’, dijo ella. Él preguntó de nuevo: ‘¿Quién es mi padre?’, pero ella lloró y no contestó. ‘¿Dónde está la casa de mi padre?’, preguntó él. Ella no pudo decírselo. ‘Mañana voy a buscar a mi padre.’ ‘No podrás encontrar a tu padre’, le dijo ella. ‘Yo no salgo con ningún hombre, de manera que no hay lugar donde puedas encontrar a tu padre.’ Pero el muchacho dijo: ‘Tengo un padre, sé dónde vive y voy a verlo.’ La madre no quería que fuera, pero él quiso ir. A la siguiente mañana, muy temprano, ella le preparó comida y él fue hacia el sureste, donde había un manantial llamado Waiyu powidi, mesa del caballo. Cuando estaba cerca del manantial vio que alguien pasaba cerca. Era un hombre. El hombre preguntó: ‘¿Adónde vas?’ ‘Voy a ver a mi padre’, contestó. ‘¿Quién es tu padre?’, dijo el hombre. ‘Mi padre vive en este manantial.’ ‘Nunca encontrarás a tu padre.’ ‘Bien; quiero entrar al manantial; mi padre vive dentro.’ ‘¿Quién es tu padre?’, dijo el hombre de nuevo. ‘Bueno, yo creo que tú eres mi padre’, dijo el muchacho. ‘¿Cómo sabes que soy tu padre?’, dijo el hombre. ‘Bueno, yo sé que eres mi padre.’ Entonces el hombre lo miró, para asustarlo. El muchacho siguió diciendo: ‘Tú eres mi padre.’ Hasta que el hombre dijo: ‘Sí, yo soy tu padre, salí del agua para recibirte’, y puso el brazo alrededor del cuello del muchacho. El padre se alegró de que su hijo hubiera venido y lo llevó al interior del manantial.”[28]

Cuando la meta del esfuerzo del héroe es el descubrimiento del padre desconocido, el simbolismo básico sigue siendo el de las pruebas y el camino que se revela a sí mismo. En el ejemplo de arriba la prueba queda reducida a las preguntas persistentes y a la mirada aterrorizadora. En el cuento anterior de la mujer almeja, se probó a los hijos con el cuchillo de bambú. Hemos visto, al revisar la aventura del héroe, hasta qué grado puede llegar la severidad del padre. Para la congregación de Jonathan Edwards, se convertía en un verdadero ogro.

El héroe bendecido por el padre vuelve para representar al padre entre los hombres. Como maestro (Moisés) o como emperador (Huang Ti) su palabra es ley. Puesto que el héroe se ha centrado en la fuente, hace visible el reposo y la armonía del lugar central. Es un reflejo del Eje del Mundo, de donde se extienden los círculos concéntricos —la Montaña del Mundo, el Árbol del Mundo—; él es el perfecto espejo microcósmico del macrocosmos. Verlo es percibir el significado de la existencia. De su presencia nacen los dones, su palabra es el viento de la vida.

Pero en el carácter representativo del padre puede haber un deterioro. Esa crisis queda descrita en la leyenda persa zoroástrica sobre el Emperador de la Edad de Oro, Jemshid.

Todos miraron al trono y no oyeron ni vieron

A nadie más que a Jemshid, él solo era Rey,

Absorbía todos los pensamientos, y en sus alabanzas

Y adoración por ese hombre mortal

Olvidaron la adoración por el gran Creador.

Y orgullosamente a sus nobles habló,

Embriagado con sus fuertes aplausos,

“Soy inigualable, pues a mí la tierra

Me debe toda su ciencia y nunca existió

Una soberanía como la mía, benéfica

Y gloriosa, que borró de la tierra poblada

La enfermedad y la necesidad. La alegría doméstica

Y el descanso proceden de mí, todo lo que es bueno y grande

Espera mi orden; la voz universal

Declara el esplendor de mi gobierno,

Que está por encima de lo concebido por el corazón humano

Y me hace el único monarca del mundo.”

—En cuanto estas palabras salieron de sus labios,

Palabras impías e insultantes al alto cielo,

Su grandeza terrestre se deshizo —todas las lenguas

Se volvieron clamorosas y atrevidas. El día de Jemshid

Quedó en las tinieblas, toda su brillantez se oscureció.

¿Qué dijo el Moralista? “Cuando eras rey

Tus súbditos eran obedientes, pero quien sea

Que descuide orgullosamente la adoración de su Dios

Trae desolación a su casa y a su hogar.”

—Y cuando notó la insolencia de su pueblo

Supo que había provocado la ira del cielo

Y el terror lo sobrecogió.[29]

Cuando el emperador ya no relaciona los dones de su reinado con su fuente trascendental, rompe la visión estereóptica que está en su papel sostener. Ya no es el mediador entre dos mundos. La perspectiva del hombre se achata e incluye sólo el término humano de la ecuación y en el acto cae la experiencia de la fuerza sobrenatural. La idea que sostiene a la comunidad se ha perdido. La fuerza es todo lo que la sostiene. El emperador se convierte en el ogro-tirano (Herodes-Nemrod), el usurpador de quien debe salvarse el mundo.