El primer efecto de las emanaciones cosmogónicas es el de limitar el escenario del mundo en el espacio; el segundo es la producción de vida dentro de ese marco: la vida polarizada para la producción de sí misma bajo la forma dual de lo masculino y lo femenino. Es posible representar en términos sexuales el proceso completo, como embarazo y parto. Esta idea se encuentra representada en forma soberbia en otra genealogía metafísica de los maoríes:
De la concepción el incremento,
Del incremento el pensamiento,
Del pensamiento el recuerdo,
Del recuerdo la conciencia,
De la conciencia el deseo.
El mundo se volvió fructífero;
Se llenó de delicados brillos;
Engendró una noche:
La gran noche, la larga noche.
La noche más baja, la noche más alta,
La noche más espesa, para sentirla,
La noche para ser tocada,
La noche para no ser vista,
La noche que termina en muerte.
De la nada la concepción,
De la nada el incremento.
De la nada la abundancia,
La capacidad de aumentar,
El aliento vivo
Residió en el espacio vado y produjo
la atmósfera que está sobre nosotros.
La atmósfera que flota por encima de la tierra,
El gran firmamento sobre nosotros,
residió en el primer albor,
Y la luna surgió;
La atmósfera por encima de nosotros
residió en el firmamento resplandeciente,
Y entonces siguió el sol;
La luna y el sol fueron lanzados arriba,
como los principales ojos del cielo:
Entonces los Cielos se alumbraron;
el temprano amanecer, el temprano día,
El mediodía: el relámpago de día que cruza el cielo.
Y el cielo arriba estaba con Hawaiki
y produjo la tierra.[27]
A mediados del siglo XIX, Paiore, un gran jefe de la isla polinesia de Anaa, hizo un dibujo del principio de la creación. El primer detalle de esta ilustración era un pequeño círculo que contenía dos elementos, Te Tumu, “Fundamento” (un macho) y Te Papa “Roca Estrato” (una hembra).[28]
“El Universo —dijo Paiore— era un huevo, que contenía a Te Tumu y a Te Papa. Finalmente estalló y produjo tres capas superpuestas, la de abajo sostenía a las dos de arriba. En la capa más baja permanecieron Te Tumu y Te Papa, quienes crearon a los hombres, a los animales y a las plantas.
El primer hombre fue Matata, producido sin brazos y quien murió poco después de llegar al mundo. El segundo hombre fue Aitu, que vino con un brazo pero sin piernas; y también murió como su hermano mayor. Finalmente, el tercer hombre fue Hoatea (Espacio del Cielo) y estaba perfectamente formado. Después de él vino una mujer llamada Hoatu (Fructuosidad de la Tierra). Se convirtió en la mujer de Hoatea y de ellos descendió la raza humana.
Cuando la más baja capa de tierra se llenó de creación, el pueblo hizo una abertura, en medio de la capa superior, para poder subir a ella y allí se establecieron llevando con ellos las plantas y los animales de abajo. Luego levantaron la tercera capa (para que formara un techo a la segunda)… y por último allí también se establecieron, de modo que los seres humanos pudieron disponer de tres superficies.
Por encima de la tierra estaban los cielos, también superpuestos, llegando hasta abajo y sostenidos por sus respectivos horizontes, algunos de ellos confundidos con los de la tierra; y la gente siguió trabajando expandiendo de esta manera un cielo por encima del otro, hasta que todos estuvieron en orden.”[29]
La porción principal de la ilustración de Paiore muestra a la gente haciendo crecer el mundo, de pie unos en los hombros de los otros para elevar los cielos. En el plano más bajo de este mundo, aparecen los dos elementos originales Te Tumu y Te Papa. A su izquierda están las plantas y los animales originados por ellos. Arriba a su derecha se ve el primer hombre, mal formado, y los primeros hombres y mujeres completos. En el cielo superior aparece un fuego rodeado por cuatro figuras, que representan un temprano suceso en la historia del mundo: “La creación del universo estaba apenas terminada cuando Tangaroa, que se deleitaba en hacer el mal, prendió fuego al cielo más alto, tratando así de destruirlo todo. Pero afortunadamente el fuego fue visto por Tamatua, Oru y Ruanuku, que ascendieron rápidamente de la tierra y extinguieron las llamas.”[30]
La imagen del huevo cósmico se conoce en muchas mitologías; aparece en la griega órfica, en la egipcia, en la finlandesa, en la budista y en la japonesa. “Al principio, este mundo era puro no ser —leemos en uno de los libros sagrados de los hindúes—; luego existió, se desarrolló, se convirtió en un huevo. Así estuvo por un periodo de un año. Se rompió en dos. Una de las dos partes del cascarón se volvió de plata y la otra de oro. La que era de plata es la tierra, la que era de oro es el cielo. Lo que era la membrana exterior son las montañas. Lo que eran las venas son los ríos. Lo que era el fluido interior es el océano. Y lo que nació de allí es el sol.”[31] El cascarón del huevo cósmico es el marco del mundo en el espacio, mientras que el fértil poder seminal interior tipifica el dinamismo inagotable de la vida de la naturaleza.
“El espacio no tiene límites porque su forma se cierra sobre sí misma, no por su gran extensión. Aquello que es es un cascarón que flota en la infinitud de aquello que no es.” Esta formulación sucinta de un físico moderno, ilustra la imagen del mundo como la vio en 1928[32] y da precisamente el sentido del huevo cósmico mitológico. Además, la evolución de la vida, descrita en nuestra ciencia moderna de la biología es el tema de las primeras etapas del ciclo cosmogónico. Finalmente, la destrucción del mundo, que los físicos nos dicen debe venir cuando nuestro sol esté extinto y se registre una última decadencia de todo el cosmos,[33] se presagia en la cicatriz dejada por el fuego de Tangaroa: los efectos destructivos del mundo del creador-destructor aumentarán gradualmente hasta que al fin, en el segundo curso del ciclo cosmogónico, todo retorne al mar de bienaventuranza.
No es poco común que el huevo cósmico se rompa para descubrir, ensanchándose desde adentro, una pavorosa figura en forma humana. Ésta es la personificación antropomórfica de la fuerza de generación. El Poderoso Ser Vivo, como se le llama en la cábala: “El Poderoso Ta’aroa cuya maldición fue la muerte, es el creador del mundo.” Eso es lo que se dice en Tahití, otra de las islas del Mar del Sur.[34] “Estaba solo. No tenía ni padre ni madre. Ta’aroa simplemente vivía en el vacío. No había cielo, ni tierra, ni mar. La tierra era nebulosa, no tenía base. Ta’aroa dijo entonces:
Oh espacio de la tierra, oh espacio del cielo,
Mundo inútil de abajo que existe en un estado nebuloso
Persistiendo y persistiendo desde tiempo inmemorial,
Inútil mundo de abajo ¡extiéndete!
El rostro de Ta’aroa asomó. El cascarón de Ta’aroa cayó y se convirtió en tierra. Ta’aroa miró: la tierra había llegado al estado de existencia, el mar existía ya, el cielo también existía. Ta’aroa vivió como un dios, en contemplación de su obra.”[35]
Un mito egipcio revela al demiurgo creando el mundo por medio de un acto de masturbación.[36] Un mito hindú lo muestra en meditación yoga, con las formas de su visión interna naciendo ante él (para su asombro) y rodeándolo como un panteón de dioses brillantes.[37] En otra relación de la India el padre de todo, está representado dividiéndose primero en masculino y femenino, luego procreando a todas las creaturas de acuerdo con su clase:
“En el principio, este universo era sólo el Yo en forma humana. Miró a su alrededor y no vio a nadie fuera de sí mismo. Entonces, al principio, gritó: ‘Yo soy él.’ De allí vino el pronombre Yo. Por eso hasta ahora, cuando se habla a una persona, ella contesta: ‘¡Soy yo!’ y luego anuncia el otro nombre que tiene.
Tuvo miedo. Por eso la gente tiene miedo de estar sola. Pensó: ‘Pero ¿de qué tengo miedo? No hay nada más que yo mismo.’ Y por lo tanto su miedo desapareció.
Se sintió infeliz. Por eso la gente no se siente feliz cuando está sola. Quiso un compañero. Se agrandó hasta ser del tamaño de un hombre y de una mujer abrazándose. Dividió su cuerpo, que era él mismo, en dos partes. De allí salieron un esposo y una esposa… Por eso este cuerpo humano (antes de tener esposa) es como una de las mitades de un guisante partido… Se unió con ella; y de allí nacieron los hombres.
Ella pensó: ‘¿Cómo puede él unirse conmigo después de haberme sacado de su mismo cuerpo? Bien, entonces, me esconderé.’ Ella se convirtió en vaca; pero él se convirtió en toro y se unió con ella; de allí nació el ganado. Ella se convirtió en yegua, él en garañón; ella se convirtió en burra, y él se unió a ella convertido en asno; y de allí nacieron los animales de casco. Ella se convirtió en cabra, él en macho cabrío; ella se convirtió en oveja, él en carnero y se unió con ella; de allí nacieron las cabras y los carneros. Y así crearon todo lo que existe en parejas, hasta las hormigas.
Entonces él supo: ‘Es verdad que soy la creación, porque he generado el mundo enteró.’ Por lo tanto, fue llamado Creación…”[38]
El sustrato duradero del individuo y del progenitor del universo son uno y el mismo, de acuerdo con estas mitologías; por eso es por lo que al demiurgo de este mito se le llama el Yo. El místico oriental descubre su presencia profundamente reposada e imperecedera en su estado andrógino original cuando cae durante la meditación en su propio interior.
Aquel en quien el cielo, la tierra y la atmósfera
Están entretejidos, junto con la mente, y todos los alientos de la vida.
Aquel que se conoce como el Alma única.
Desdeñad las otras palabras. Él es el puente a la inmortalidad.[39]
Así, parece que aunque estos mitos de la creación narran el pasado más remoto, hablan, al mismo tiempo, del presente origen del individuo. “Cada alma y cada espíritu —leemos en el Zohar hebreo— con anterioridad a su entrada en este mundo consiste en un ser masculino y uno femenino unidos en un solo ser. Cuando desciende a esta tierra, las dos partes se separan y animan dos cuerpos diferentes. En el momento del matrimonio, el Sagrado, Bendito Sea, que conoce todas las almas y los espíritus, los une como antes estuvieron y de nuevo constituyen un cuerpo y un alma, formando, por así decirlo, la derecha y la izquierda de un solo individuo… Esta unión, sin embargo, está influida por los hechos del hombre y por los caminos que escoge. Si el hombre es puro y su conducta agrada a la vista de Dios, quedará unido con la parte femenina de su alma que fue su parte componente antes de su nacimiento.”[40]
Este texto cabalístico es un comentario a la escena del Génesis en que Adán da nacimiento a Eva. Una concepción similar aparece en el Banquete de Platón. De acuerdo con este misticismo del amor sexual, la experiencia última del amor es el entendimiento de que por encima de la ilusión de la dualidad está la identidad: “cada uno es ambos”. Este darse cuenta puede agrandarse hasta llegar al descubrimiento de que por encima de las múltiples individualidades de todo el universo que nos rodea, humano, animal, vegetal y hasta mineral, está la identidad; por lo tanto, la experiencia amorosa se convierte en experiencia cósmica, y el amado que abrió por vez primera esta visión se magnifica como espejo de la creación. El hombre o la mujer que conocen esta experiencia poseen lo que Schopenhauer llamó “la ciencia de la belleza en todas partes.” El “recorre hacia arriba y hacia abajo estos mundos; come lo que desea, toma las formas que desea”, y se sienta a cantar la canción de la unidad universal que empieza así: “¡Oh maravilla! ¡Oh maravilla! ¡Oh maravilla![41]