Santo Tomás de Aquino declara: “El nombre de sabio está reservado exclusivamente para aquel cuya consideración versa sobre el final del universo, final que también es el principio del universo”.[20] El principio básico de toda mitología es éste del principio en el fin. Los mitos de la creación están saturados de un sentido del destino que continuamente llama a todas las formas creadas al imperecedero del cual emergieron por primera vez. Las formas avanzan poderosamente, pero inevitablemente alcanzan su apogeo, se derrumban y retornan. La mitología, en este sentido, tiene una actitud trágica. Pero en el sentido de que coloca nuestro verdadero ser no en las formas que ceden, sino en el imperecedero del cual inmediatamente surgen de nuevo, es eminentemente no trágica.[21] Ciertamente, en donde prevalece el modo mitológico la tragedia es imposible. Prevalece más bien una cualidad de sueño. El verdadero ser, entretanto, no está en las formas, sino en quien sueña.
Como en el sueño, las imágenes van de lo sublime a lo ridículo. No se permite descansar a la mente con sus evaluaciones normales, sino que continuamente se la insulta y se la arranca de la seguridad de que ahora, al fin, ha comprendido. La mitología está derrotada cuando la mente descansa solemnemente en sus imágenes favoritas o tradicionales, y las defiende como si ellas mismas fueran el mensaje que comunican. Estas imágenes han de considerarse como meras sombras de lo insondable, donde el ojo no llega, donde la palabra no llega, ni la mente, ni siquiera la piedad. Como las trivialidades del sueño, las del mito están cargadas de significado.
La primera fase del ciclo cosmogónico describe el paso de lo informe a la forma, como en el siguiente canto de la creación de los maoríes de Nueva Zelanda:
Te Kore (El Vacío)
Te Kore-tua-tahi (El Primer Vacío)
Te Kore-tua-rua (El Segundo Vacío)
Te Kore-nui (El Vasto Vacío)
Te Kore-roa (El Vacío que se extiende a lo Lejos)
Te Kore-para (El Vacío Marchito)
Te Kore-whiwhia (El Vacío que no Posee)
Te Kore-rawea (El Vacío Delicioso)
Te Kore-te-temaua (El Vacío Limitado)
Te Po (La Noche)
Te Po-teki (La Noche que se acerca)
Te Po-terea (La Noche que se aleja)
Te Po-whawha (La Noche que se queja)
Hine-make-moe (La Hija del Sueño Inquieto)
Te Ata (El Amanecer)
Te Au-tu-roa (El Día Durable)
Te Ao-marama (El Día Brillante)
Whai-Tua (Espacio)
En el espacio evolucionaron dos existencias sin forma:
Maku (Humedad [un macho])
Mahora-nui-a-rangi (Gran Extensión del Cielo [una hembra])
De éstas surgen:
Rangi-potiki (Cielos [un macho])
Papa (Tierra [una hembra])
Rangi-potiki y Papa fueron los padres de los dioses.[22] Desde el vacío que está por encima de todos los vacíos surgen las emanaciones que sostienen al mundo, como plantas, misteriosas. La décima de la serie anterior es la noche; la número dieciocho, el espacio o éter, que es el marco del mundo visible; el número diecinueve es la polaridad masculina-femenina; el número veinte es el universo que vemos. Esta serie sugiere una profundidad más allá de la profundidad del misterio del ser. Los niveles corresponden a las profundidades que ha sondeado el héroe en su aventura por la hondura del mundo; comprenden los estratos espirituales conocidos a la mente que se introvierte en la meditación. Representan la profundidad sin fondo de la noche oscura del alma.[23]
La cábala hebrea representa el proceso de creación como una serie de emanaciones que surgen del yo soy del Gran Rostro. La primera es la cabeza misma, de perfil, y de ésta proceden “nueve luces espléndidas”. Las emanaciones también están representadas como las ramas de un árbol cósmico que está cabeza abajo, enraizado en la “inescrutable altura”. El mundo que vemos es la imagen invertida de ese árbol.
De acuerdo con los filósofos Samkhya hindúes del siglo VIII a.C., el vacío se condensa en el elemento éter o espacio. De allí el aire se precipita. Del aire viene el fuego, del fuego el agua y del agua el elemento tierra. Con cada elemento evoluciona una función de los sentidos capaz de percibirlo: el oído, el tacto, la vista, el gusto y el olfato respectivamente.[24]
Un divertido mito chino personifica estos elementos que emanan como cinco sabios venerables, que surgen de una esfera de caos, suspendida en el vacío:
“Antes de que el cielo y la tierra se separaran uno del otro, todo era una gran bola de neblina, llamada caos. En ese tiempo, los espíritus de los cinco elementos tomaron forma y luego se convirtieron en cinco ancianos. El primero fue llamado Anciano Amarillo, y era el amo de la tierra; el segundo fue llamado Anciano Rojo y era el amo del fuego. El tercero fue llamado Anciano Oscuro, y era el amo del agua. El cuarto fue llamado el Príncipe Madera y era el amo de la madera. El quinto fue llamado la Madre Metal y era la señora de los metales.[25]
Cada uno de estos cinco ancianos puso en movimiento el espíritu primordial del que procedía; de manera que el agua y la tierra cayeron hacia el fondo; los cielos quedaron solos y la tierra se asentó en las profundidades. Entonces el agua se reunió en ríos y lagos, aparecieron montañas y llanuras. Los cielos se aclararon y la tierra se dividió, allí estaban el sol, la luna, las estrellas, la arena, las nubes, la lluvia y el rocío. El Anciano Amarillo puso en movimiento la fuerza más pura de la tierra y a la suya se añadieron las operaciones del fuego y del agua. Entonces surgieron las hierbas y los árboles, los pájaros y los animales, y las generaciones de serpientes y de insectos, de peces y de tortugas. El Príncipe Madera y la Madre Metal reunieron luz y oscuridad y así crearon la raza humana, el hombre y la mujer. Y así gradualmente apareció el mundo… “[26]