4. El cruce del umbral del regreso

Los dos mundos, el divino y el humano, sólo pueden ser descritos como distintos uno del otro: distintos como la vida y la muerte, como el día de la noche. El héroe se aventura lejos de la tierra que conocemos para internarse en la oscuridad; allí realiza su aventura, o simplemente se nos pierde, o es aprisionado, o pasa peligros; y su regreso es descrito como un regreso de esa zona alejada. Sin embargo, y ésta es la gran clave para la comprensión del mito y del símbolo, los dos reinados son en realidad uno. El reino de los dioses es una dimensión olvidada del mundo que conocemos. Y la exploración de esa dimensión, ya sea en forma voluntaria o involuntaria, encierra todo el sentido de la hazaña del héroe. Los valores y las distinciones que en la vida normal parecen de importancia desaparecen con la tremenda asimilación del yo en lo que anteriormente era mera otredad. Como en las historias de las ogresas caníbales, el horror de esta falta de individuación personal puede ser la carga total de la experiencia trascendental para las almas no preparadas. Pero el alma del héroe avanza valientemente y descubre que las brujas se convierten en diosas y los dragones en los guardianes de los dioses.

Sin embargo, debe quedar siempre, desde el punto de vista de la conciencia normal despierta, cierta incongruencia desconcertante entre la sabiduría que se trae desde las profundidades y la prudencia que usualmente resulta efectiva en el mundo de la luz. De aquí la divergencia usual entre el oportunismo y la virtud y la resultante degeneración de la existencia humana. El martirio es para los santos, pero los seres comunes tienen sus instituciones y no puede permitirse que éstas crezcan como flores del campo; Pedro sigue blandiendo su espada, como en el huerto, para defender al creador y sostenedor del mundo.[18] El don traído de la profundidad trascendente, se racionaliza con rapidez y se convierte en una no-entidad y se aviva la necesidad de que exista otro héroe que renueve el mundo.

¿Cómo enseñar de nuevo, sin embargo, lo que ha sido enseñado correctamente y aprendido incorrectamente mil y mil veces a través de varios milenios de tontería prudente en la especie humana? Ésa es la última y difícil labor del héroe. ¿Cómo dar en el lenguaje del mundo de la luz, los mensajes que vienen de las profundidades y que desafían la palabra? ¿Cómo representar en una superficie de dos dimensiones una forma tridimensional, o en una imagen tridimensional un significado multidimensional? ¿Cómo transcribir en términos de “sí” y “no” revelaciones que convierten en contrasentido cualquier intento de definir las parejas de contrarios? ¿Cómo comunicarse con personas que insisten en encontrar en la exclusiva evidencia de sus sentidos el mensaje del vacío omnigenerador?

Muchos fracasos atestiguan las dificultades de este umbral afirmativo de la vida. El primer problema del héroe que regresa es aceptar como reales, después de la experiencia de la visión de plenitud que satisface el alma, las congojas y los júbilos pasajeros, las banalidades y las ruidosas obscenidades de la vida. ¿Por qué volver a entrar a un mundo así? ¿Por qué intentar hacer plausible, o por lo menos interesante la experiencia de la felicidad trascendental a hombres y mujeres consumidos por las pasiones? Así como los sueños que parecen importantes durante la noche pueden parecer tontos a la luz del día, así el poeta y el profeta pueden sorprenderse haciendo el papel de idiota ante un jurado de ojos graves. Lo más sencillo es mandar al diablo a toda la comunidad y retirarse de nuevo a la pétrea morada celeste, cerrar la puerta y asegurarla. Pero si entre tanto un partero espiritual ha puesto la shimenawa enfrente del refugio, ya no puede evitarse el trabajo de representar la eternidad en el tiempo y de percibir en el tiempo la eternidad.

La historia de Rip van Winkle es un ejemplo del delicado caso del héroe que regresa. Rip fue al reino de la aventura inconscientemente, como lo hacemos todos cada noche cuando nos disponemos a dormir. En el sueño profundo, declaran los hindúes, el yo está unificado y dichoso; por lo tanto, al sueño profundo se le llama el estado cognoscitivo.[19] Pero aunque nos renovamos y nos sostenemos por estas visitas nocturnas a la fuente de la oscuridad, nuestras vidas no son reformadas por ellas; regresamos, como Rip, sin nada que muestre nuestra experiencia, como no sean nuestras barbas.

“Rip buscó su rifle, pero en el lugar de su arma, limpia y bien aceitada, encontró una vieja carabina con el cañón lleno de herrumbre, el gatillo flojo y la caja carcomida por los gusanos… Cuando se levantó para caminar se encontró con las articulaciones duras, y desposeído de su actividad usual… Cuando se aproximó al pueblo encontró a varias personas, pero a ninguna que conociera, lo que le sorprendió, porque siempre había pensado que conocía a todos los que vivían en esa parte del campo. Sus ropas también eran de estilo diferente al que él estaba acostumbrado. Todos lo miraban con las mismas señales de sorpresa y cuando ponían los ojos en él invariablemente se acariciaban la barba. La constante repetición de este gesto indujo a Rip a hacer lo mismo involuntariamente y entonces, para su sorpresa, descubrió que su barba había crecido un pie… Empezó a dudar de si él y el mundo que lo rodeaba no habrían sido hechizados…

La aparición de Rip con su larga y canosa barba, con su arma herrumbrosa, su vestidura singular, y un batallón de mujeres y niños que se había reunido a sus espaldas, atrajo pronto la atención de los políticos de cantina. Lo rodearon mirándolo de la cabeza a los pies con gran curiosidad. El orador se le acercó y llevándolo aparte le preguntó por quién votaba. Rip lo miró estúpidamente. Otro personaje pequeño y activo lo tomó del brazo y poniéndose de puntillas le preguntó al oído si era federal o demócrata. Rip tampoco pudo entender la pregunta; entonces, un caballero viejo, pomposo y seguro de sí mismo, con sombrero puntiagudo e inclinado, se abrió paso a través de la multitud, empujando con los codos a derecha e izquierda para abrirse paso y, colocándose ante van Winkle, con una mano en la cintura y otra sobre su bastón, y mientras penetraba con el sombrero puntiagudo y los ojos afilados en el mismo fondo de su alma, le preguntó con severo tono qué lo había traído a la elección con una escopeta al hombro y un grupo de gente a sus espaldas, y si intentaba iniciar una revuelta en el pueblo. ‘¡Oh, caballero! —gritó Rip, bastante acongojado— soy un hombre pobre y tranquilo nacido en el lugar y fiel súbdito del Rey. ¡Dios lo bendiga!’

Aquí surgió un grito de los espectadores: ‘¡Es un tory, un tory, un espía, un refugiado! ¡Échenlo! ¡Fuera con él!’. Con gran dificultad el hombre pomposo del sombrero puntiagudo pudo restaurar el orden.”[20]

Más decepcionante que el destino de Rip es lo que aconteció al héroe irlandés Oisin cuando regresó de una larga jornada con la hija del Rey de la Tierra de la Juventud. Oisin había tenido una mejor actuación que el pobre Rip, pues había conservado los ojos bien abiertos en el reino de la aventura. Había descendido conscientemente (despierto) al reino del inconsciente (sueño profundo) y había incorporado los valores de su experiencia subliminal a su personalidad despierta. La trasmutación se había efectuado. Pero precisamente por esa circunstancia tan deseable, los peligros de su regreso eran mayores. Puesto que su personalidad completa estaba de acuerdo con las fuerzas y las formas de la eternidad, todo lo que quedaba de su ser debía ser rechazado y deshecho por el choque con las formas y las fuerza del tiempo.

Un día Oisin, el hijo de Finn MacCool, salió de caza con sus hombres por los bosques de Erín y se le presentó la hija del Rey de la Tierra de la Juventud. Los hombres de Oisin habían terminado la caza del día y dejaron solo a su amo con sus tres perros. El ser misterioso se le había aparecido con un bello cuerpo de mujer, pero con cabeza de puerco. Ella declaró que la cabeza era un hechizo de los druidas y le prometió que desaparecería desde el mismo momento en que él se casara con ella. “Bueno, si ése es tu estado —dijo él— y si el matrimonio conmigo te ha de liberar del hechizo, no permitiré que pases mucho tiempo con cabeza de puerco”.

La cabeza de puerco desapareció prontamente y ellos partieron a Tir na n-Og, la tierra de la Juventud. Oisin reinó allí muchos años felices. Pero un día se volvió y le dijo a su desposada sobrenatural: “ ‘Hoy quisiera estar en Erín para ver a mi padre y a sus hombres.’

‘Si te vas —le dijo su esposa— y pones los pies en la tierra de Erín, nunca regresarás a mí, y te convertirás en un hombre viejo y ciego. ¿Cuánto tiempo crees que ha pasado desde que estás aquí?’ ‘Cerca de tres años’, dijo Oisin.

‘Han pasado trescientos años —dijo ella— desde que llegaste a este reino conmigo. Si tienes que ir a Erín, te daré este corcel blanco para que te lleve, pero si bajas del corcel o tocas el suelo de Erín con el pie, el corcel regresará en ese mismo momento y tú permanecerás en el lugar donde te dejó, convertido en un pobre viejo.’

‘Regresaré, no temas —dijo Oisin—. ¿Es que no tengo buenas razones para volver? Pero debo ver a mi padre y a mi hijo y a mis amigos de Erín una vez más; tengo que mirarlos siquiera.’

Ella preparó el corcel para Oisin y dijo: ‘Este corcel ha de llevarte dondequiera que desees ir.’

Oisin no se detuvo hasta que el corcel tocó tierra de Erín, y siguió adelante hasta que llegó a Knock Patrick en Munster, donde vio un hombre pastoreando vacas. En el campo donde las vacas pastaban había una gran piedra plana.

‘¿Quieres venir —le dijo Oisin al pastor— y dar la vuelta a esta piedra?’ ‘Por supuesto que no —dijo el pastor—, pues no podría levantarla ni con la ayuda de veinte hombres más’

Oisin se acercó a la piedra, e inclinándose la cogió con la mano y la volteó. Debajo de la piedra estaba el gran cuerno de los fenianos (borabu), que daba vueltas como un caracol y era de ley que cuando uno de los fenianos de Erín hiciera sonar el borabu, los otros acudirían inmediatamente desde cualquier parte del país donde se encontraran en ese momento.[21]

‘¿Me quieres dar ese cuerno?’ —le preguntó Oisin al pastor—. ‘No —dijo el pastor—, porque ni yo ni muchos como yo podrían levantarlo del suelo.’

Después de esto Oisin se acercó al cuerno e inclinándose lo tomó con la mano; pero en su apresuramiento de tocarlo olvidó todo y se dejó resbalar al inclinarse hasta que uno de sus pies tocó tierra. En un momento desapareció el corcel y Oisin yacía en el suelo convertido en un hombre ciego y viejo.”[22]

La equivalencia de un solo año en el Paraíso a cien años de existencia terrestre es un motivo bien conocido para el mito. El número redondo de cien significa totalidad. En forma similar significan totalidad los trescientos sesenta grados del círculo; de acuerdo con esto, las Puranas hindúes representan un año de los dioses como equivalente a trescientos sesenta años de los hombres. Desde el punto de vista de los Olímpicos, pasa eón tras eón de historia terrestre y revela siempre la armoniosa forma de la redondez total, de modo que donde los hombres ven sólo cambio y muerte, los elegidos contemplan la forma inmutable, el mundo sin fin. Pero ahora el problema es mantener este punto de vista cósmico ante el rostro del gozo o el dolor terrestre e inmediato. El sabor de los frutos del conocimiento temporal aparta la concentración del espíritu del centro del eón y la dispersa hacia la crisis periférica del momento. El equilibrio de la perfección se pierde, el espíritu vacila y el héroe fracasa.

La idea del caballo aislador que evita el contacto inmediato del héroe con la tierra y sin embargo le permite pasearse entre los pueblos del mundo, es un ejemplo vívido de la precaución básica que generalmente toman los portadores de la fuerza supernormal. Moctezuma, emperador de México, nunca ponía los pies en el suelo, sino que era llevado en hombros de los nobles, y dondequiera que lo bajaban ponían una rica alfombra para que él caminara. Dentro de su palacio, el rey de Persia caminaba en alfombras que nadie más podía pisar; fuera de él, nunca se le veía a pie, sino en carroza o a caballo. Anteriormente, ni los reyes de Uganda, ni sus madres, ni las reinas podían andar a pie fuera de las espaciosas habitaciones en que vivían. Cuando salían eran llevados en los hombros de los individuos pertenecientes al clan del búfalo, un grupo de los cuales acompañaba a estos personajes reales en sus viajes y los cargaba por turno. El rey se montaba en el cuello del que lo llevaba, con una pierna sobre cada hombro y los pies enganchados en los brazos. Cuando uno de estos cargadores reales se cansaba, el rey pasaba a los hombros del segundo cargador sin que los pies reales tocaran el suelo.[23]

Sir James George Frazer, en la siguiente forma gráfica, consigna el hecho de que en todos los países de la Tierra el personaje divino no haya de tocar el suelo con su pie. “Aparentemente la santidad, virtud mágica, tabú, cualquier otro apelativo que pudiéramos dar a esta misteriosa cualidad que se supone impregna a las personas sagradas o tabuadas, la concibe el filósofo primitivo como una sustancia o fluido físico de la que están cargadas, igual que una botella de Leyden lo está de electricidad; y exactamente como la electricidad de la botella puede descargarse por contacto con un buen conductor, así la santidad o virtud mágica del hombre puede descargarse y disiparse por contacto con la tierra, la que en esta teoría sirve como un buen conductor para el fluido mágico. Por esta razón, con objeto de preservar la carga de este desgaste despilfarrador, el personaje sagrado o tabuado deberá ser cuidadoso y prevenido, no tocando el suelo; en lenguaje de electricidad, debe estar ‘aislado’ o se vaciará de la preciosa sustancia o fluido de la que, como una redoma, está lleno hasta el borde. Y ciertamente que en muchos casos se recomienda el aislamiento de la persona tabuada no sólo como precaución para su propia seguridad, sino por la seguridad de las demás personas, puesto que la virtud de la santidad o tabú es, por decirlo así, un explosivo poderoso que al choque más ligero puede estallar y en interés de la seguridad general es necesario tenerle estrechamente sujeto, temiendo que si se le suelta, detonará, atizonará y destruirá todo lo que se ponga en contacto con él.”[24]

Sin duda alguna existe una justificación psicológica para dicha precaución. Los ingleses que se visten para la comida en las selvas de Nigeria sienten que hay una razón en este acto. El joven artista que pasea sus patillas por el vestíbulo del Ritz podría explicar de buena gana tal peculiaridad. El cuello alto distingue al hombre de púlpito. Las monjas usan vestiduras de la Edad Media en el siglo veinte. La esposa está más o menos aislada por su anillo.

Los cuentos de W. Somerset Maugham describen las metamorfosis que sobrevienen a los que llevan sobre sí las obligaciones del hombre blanco y descuidan el tabú de ponerse el traje apropiado para comer. Muchas canciones populares dan testimonio del peligro de romper un anillo. Y los mitos (por ejemplo los reunidos por Ovidio en su gran compendio, las Metamorfosis) narran una y otra vez las extraordinarias transformaciones que toman lugar cuando el aislamiento entre un centro de fuerza altamente concentrada y el campo inferior de fuerzas del mundo circundante es suprimido repentinamente sin tomar las precauciones del caso. De acuerdo con el acervo de cuentos de hadas celtas y germánicos, los gnomos y los elfos sorprendidos fuera por la luz del sol se convierten inmediatamente en piedras o pedazos de madera.

El héroe que regresa, para completar su aventura debe sobrevivir al impacto del mundo. Rip van Winkle nunca supo lo que había experimentado; su regreso fue una broma. Oisin lo sabía, pero perdió su centro y sucumbió. Kamaru-s-Semán fue el que tuvo más suerte de todos. Experimentó despierto la bendición del sueño profundo y volvió a la luz del día con un talismán tan convincente de su increíble aventura, que pudo conservar la seguridad en sí mismo y enfrentarse a toda desilusión posible.

Mientras dormía en su torre, los dos genios, Dahnasch y Maimuna, transportaron desde la distante China a la hija del señor de las Islas y de los Mares y de los Siete Palacios. Su nombre era princesa Budur. Y colocaron a la joven dormida junto al príncipe persa, en su misma cama. Los genios descubrieron las dos caras y se vio que eran como gemelos. Hasta que al fin dijo Dahnasch: “Mi novia, sin duda, le gana en hermosura.” Pero Maimuna, espíritu femenino que amaba a Kamaru-s-Semán, replicó: “Quita de ahí, que es mi novio el más bello, sin lugar a duda.” Discutieron y se enredaron en palabras, hasta que Dahnasch propuso que buscaran un juez imparcial.

Maimuna dio una patada en el suelo y apareció un efrit tuerto y sarnoso, con los ojos atravesados a lo largo del rostro y siete cuernos en la frente y cuatro rabos peludos que le llegaban hasta el suelo, y unas manazas disformes con unas garras como las de los leones, y unos pies como patas de elefante, con unas pezuñas borricales. El monstruo hizo una reverencia a Maimuna y le preguntó qué quería. Supo que debía hacer de árbitro y decidir entre los dos jóvenes que yacían en el lecho mutuamente abrazados. Quedóse atónito y embelesado y, volviéndose hacia Dahnasch y Maimuna, dio su veredicto:

“Por Alá que de los dos no es posible decir cuál sea el más bello, que son entre sí tan semejantes como nunca lo fueran dos mortales, en cuanto a hermosura y perfección y gracia y distinción, sin que haya entre ellos otra diferencia que la de ser el uno macho y la otra hembra; por lo cual, se me ocurre a mí otra idea y es que los despertemos a los dos, primero al uno y luego al otro y aquel que de muestras de enamorarse de su pareja, será el que quede por debajo en cuanto a belleza.”

Así se acordó. Dahnasch se convirtió en pulga y picó a Kamaru-s-Semán en el cuello. El joven despertó y se frotó la picadura por el escozor, y advirtió que a su lado había alguien cuyo aliento era más dulce que el almizcle y cuya piel era más suave que la crema. Se maravilló. Se sentó, miró con más cuidado a lo que estaba a su lado y comprobó que era una joven como una perla, como la luna o cual torre eminente.

Kamaru-s-Semán intentó despertarla, pero Dahnasch había intensificado su sueño. El joven la sacudió. “¡Ye amada mía, despierta, abre los ojos y mira a quien te ruega!”, dijo. Pero ella no se movió. Kamaru-s-Semán imaginó que Budur era la mujer con quien su padre deseaba que se casara y se llenó de alegría. Pero temió que su señor estuviera escondido en alguna parte del cuarto, observándolo, de manera que se contuvo y se contentó con tomarle el anillo del dedo meñique y deslizarlo en el suyo. Los efrits, entonces, lo volvieron a su sueño.

Contraria a la actuación de Kamaru-s-Semán fue la de Budur. Ella no pensó ni temió que alguien la observara. Y lo que es más, Maimuna, que la despertó, se le subió pierna arriba y con malicia femenina, la picó fuertemente en un lugar que ardía. La bella, la noble, la gloriosa Budur, descubriendo a su lado su afín masculino y apercibiéndose de que él ya había tomado su anillo, incapaz de despertarlo y de imaginar lo que él le había hecho, encendida de amor, asaltada por la abierta presencia de su carne, perdió todo dominio, y se entregó a un clímax de desenfrenada pasión, “inflamósele el corazón y diéronle un vuelco las entrañas, porque el deseo en la mujer es más poderoso que en el hombre; y así Budur no pudo contenerse, aunque el rubor arreboló sus mejillas y su frente… y advirtiendo que el joven llevaba un anillo, quitóselo y se lo puso ella en lugar del suyo. Después de lo cual besólo en la frente y en el cuello y, en fin, que no hubo lugar de su cuerpo en que no estampara ella un beso; y a continuación… se abrazó a él y puso una de sus manos debajo de su cuello y la otra debajo de su sobaco y de esa guisa quedóse, finalmente, a su lado dormida”.

Dahnasch, por lo tanto, perdió la contienda. Budur regresó a China. A la mañana siguiente, cuando los jóvenes despertaron con toda el Asia entre ellos, se volvieron a derecha e izquierda, pero no descubrieron a nadie a su lado. Reprendieron a sus respectivas servidumbres, maltrataron y mataron a quienes los rodeaban, y se volvieron completamente locos. Kamaru-s-Semán se postró y languideció, y el rey su padre se sentó a su cabecera llorando y lamentándose por él, y sin abandonarlo ni de día ni de noche. Pero la princesa Budur debió ser maniatada; con una cadena de hierro alrededor del cuello, se la aseguró a la reja de su aposento.[25]

El encuentro y la separación, con toda su crueldad, es típico de los sufrimientos de amor. Pues cuando un corazón insiste en su destino, resistiendo a las lisonjas exteriores, la agonía es mayor, así como el peligro. Las fuerzas, sin embargo, se habrán puesto en movimiento por encima del alcance de los sentidos. Secuencias de eventos desde los rincones del mundo han de acercarse gradualmente, y milagros de coincidencia harán que suceda lo inevitable. El anillo talismán del encuentro del alma con su otra porción en lugar debido, prueba que el corazón estuvo allí, consciente de lo que Rip van Winkle pasó por alto; y prueba también una convicción de la mente despierta: que la realidad de las profundidades no ha de ser opacada por la luz del día. Ésta es la señal que existe en el héroe, de entretejer sus dos mundos.

Lo que sigue en la larga historia de Kamaru-s-Semán es el relato de la lenta y maravillosa operación de un destino que ha sido conjurado a la vida. No todos tienen un destino: sólo el héroe que se ha sumergido hasta tocarlo y ha vuelto a la superficie… con un anillo.