6. La gracia última

Cuando el Príncipe de la Isla Solitaria hubo permanecido seis noches y seis días en el diván de oro con la Reina durmiente de Tubber Tintye, en el diván que descansaba en ruedas de oro que giraban continuamente —el diván giraba de día y de noche, sin detenerse nunca—, llegó la mañana séptima y dijo: ‘Es tiempo de que yo deje este lugar.’ De manera que descendió y llenó las tres botellas con agua de la fuente llameante. En la cámara de oro había una mesa de oro, y en la mesa una pierna de cordero con una rebanada de pan, y aunque todos los hombres de Erín comieran en esa mesa doce meses seguidos, el cordero y el pan tendrían la misma forma que antes.

El Príncipe se sentó, comió una parte del pan y de la pierna de cordero y los dejó como los había encontrado. Se levantó, tomó las tres botellas, las guardó en su bolso e iba a salir de la cámara cuando se dijo a sí mismo: ‘Sería vergonzoso partir sin dejar algo por medio de lo cual la Reina sepa quién estuvo aquí mientras ella dormía.’ Por lo tanto escribió una carta que decía que el hijo del Rey de Erín y de la Reina de la Isla Solitaria había pasado seis días y seis noches en la cámara dorada de Tubber Tintye, había tomado tres botellas de agua de la fuente flameante y había comido en la mesa de oro. Puso la carta debajo de la almohada de la reina, salió por la ventana abierta, montó en el caballito, flaco y feo y cruzó las arboledas y el río sin recibir daño alguno.”[136]

La facilidad con que esta aventura se lleva a cabo significa que el héroe es un hombre superior, un rey nato. Esa facilidad distingue numerosos cuentos de hadas y leyendas de los dioses encarnados. Donde el héroe común habría de afrontar una prueba, el elegido no encuentra obstáculo que lo retrase ni comete error alguno. La fuente es el Ombligo del Mundo, su agua flameante, la esencia indestructible de la existencia; la cama que gira continuamente es el Eje del mundo. El castillo dormido es el último abismo en el cual la conciencia se sumerge al descender en el sueño, donde la vida individual está a punto de disolverse en energía indiferenciada: disolverse significaría la muerte; sería la muerte también no encontrar el fuego. El motivo del plato inagotable (derivado de una fantasía infantil) simboliza los perpetuos poderes que conceden la vida y generan las formas derivadas de la fuente universal, y es el equivalente en el cuento de hadas de la imagen mitológica del banquete con la cornucopia de los dioses. El presentar juntos los dos grandes símbolos del encuentro con la diosa y el robo del fuego, revela con simplicidad y claridad el estado de las fuerzas antropomórficas en el reino del mito. No son fines en ellos mismos, sino guardianes, encarnaciones, o dadores del licor, la leche, el alimento, el fuego, la gracia de la vida indestructible.

Este grupo de imágenes puede ser interpretado fácilmente como psicológico en su forma primaria, pero tal vez no en su forma última; ya que es posible observar en las primeras fases del desarrollo del niño los síntomas de una incipiente “mitología” de un estado por encima de las vicisitudes del tiempo. Esto aparece como reacciones a las fantasías destructoras del cuerpo que asaltan al niño cuando se le ha separado del pecho materno y como espontáneas defensas contra ellas.[137] “El niño reacciona con una explosión de temperamento y la fantasía que acompaña a dicha explosión lo arranca todo del cuerpo de la madre… Entonces el niño teme que se le castigue por dichos impulsos, esto es, que todo se extraerá de su propio interior.”[138] Angustias por la integridad de su cuerpo, fantasías de restitución y un silencioso y hondo deseo de indestructibilidad y protección contra las fuerzas “malas” interiores y exteriores, comienzan a dirigir su psique en formación; y todos ellos permanecen como factores determinantes en las posteriores actividades de la vida, neuróticas o incluso normales, en sus esfuerzos espirituales, en sus creencias religiosas y en las prácticas rituales del adulto.

Por ejemplo, la profesión de hechicero, que es el núcleo de las sociedades primitivas, “se origina… en la base de las fantasías infantiles de la destrucción del cuerpo, por medio de una serie de mecanismos de defensa”.[139] En Austria un concepto básico es que los espíritus le han quitado los intestinos al hechicero y han puesto en su lugar piedras, cristales de cuarzo, un trozo de cordel, y a veces hasta una pequeña serpiente dotada de poder.[140] “La primera fórmula es una reacción directa en la fantasía (mis entrañas han sido destruidas), seguida por una formación reactiva (mis entrañas no son corruptibles no están llenas de heces, sino incorruptibles, llenas de cristales de cuarzo). La segunda fórmula es de proyección: ‘No soy yo quien trata de penetrar en el cuerpo, sino hechiceros extraños a mí que derraman dentro de la gente las sustancias de la enfermedad’. La tercera fórmula es de restitución: ‘No trato de destruir las entrañas de la gente, trato de curarlas.’ Al mismo tiempo, sin embargo, el elemento de la fantasía original según el cual los valiosos contenidos del cuerpo han sido arrancados de la madre, retorna en la técnica de curación: sacar algo del cuerpo del paciente chupando, tirando o frotando.”[141]

Otra imagen de indestructibilidad está representada en la idea popular del “doble” espiritual —un alma externa no afectada por las pérdidas y heridas del cuerpo presente, sino que existe a salvo en algún lugar apartado—.[142] “Mi muerte —dijo cierto brujo— está lejos de aquí y es difícil de encontrar en el ancho océano. En este mar hay una isla y en la isla crece un roble verde y bajo el roble hay un cofre de hierro, y dentro del cofre hay una cestita, y en la cestita una liebre, y en la liebre hay un pato y el pato tiene un huevo; el que encuentre el huevo y lo rompa, me matará al mismo tiempo.”[143] Comparemos esto con el sueño de una triunfante mujer de negocios moderna. “Había llegado a una isla desierta. Allí había también un sacerdote católico. Se había ocupado en poner puentes de una isla a la otra para que la gente pudiera pasar. Pasamos a otra isla y allí le pregunté a una mujer adonde había ido yo. Ella contestó que yo estaba buceando con otros buzos. Me dirigí al interior de la isla donde había un hermoso estanque lleno de gemas y de joyas y donde el otro ‘Yo’ estaba esperándome con un traje de buzo. Me quedé allí mirando y observándome a mí misma.”[144] Existe un encantador cuento hindú de la hija de un rey que sólo habría de casarse con el hombre que encontrara y despertara a su doble, en la Tierra del Loto del Sol, en el fondo del mar.[145] El australiano iniciado, después de su matrimonio, es conducido por su abuelo a una cueva sagrada y allí se le enseña una pequeña tabla de madera inscrita con dibujos alegóricos. “Ésto —se le dice— es tu cuerpo; esto y tú sois lo mismo. No lo lleves a otro lugar o has de sentir dolor.”[146] Los maniqueos y los gnósticos cristianos de los primeros siglos de nuestra era enseñaban que cuando el alma de los benditos llega al cielo es recibida por ángeles y santos que le llevan su “vestidura de luz”, que ha sido reservada para ellos.

La gracia suprema deseada para el Cuerpo Indestructible es la ininterrrumpida residencia en el Paraíso de la Leche que Nunca se Agota. “Regocíjate, Jerusalén. Vosotros, los que la amáis, sea ella vuestra gloria. Llenaos con ella de alegría los que con ella hicisteis duelo. Para mamar hasta saciaros la leche de sus consolaciones, para mamar con delicia a los pechos de su gloria. Porque así dice Yavé: ‘Voy a derramar sobre ella la paz como río, y la gloria de las naciones como torrente desbordado. Y sus niños serán llevados a la ladera, y acariciados sobre las rodillas.’”[147] Alimento del alma y del cuerpo, tranquilidad en el corazón es la dádiva del pezón inagotable, que “todo lo cura”. El Monte Olimpo se levanta hasta los cielos, los dioses y los héroes tienen en él banquetes de ambrosía (α, no; βροτοζ, mortal). En el salón de la montaña de Wotan, cuatrocientos treinta y dos mil héroes consumen la carne que no disminuye de Sachrimnir, el Jabalí Cósmico, y la toman con la leche que sale de las ubres de la cabra Heidrun, aumentada de las hojas de Yggdrasil, el Fresno del Mundo. En las colinas de las hadas de Erín, la inmortal Tuatha De Danaan consume los siempre renovados cerdos de Manannan y bebe copiosamente del licor de Guibne. En Persia, los dioses del jardín de la montaña en el monte Hara Berezaiti beben la inmortal haoma, destilada del Árbol Gaokerena, el árbol de la vida. Los dioses japoneses beben sake, los polinesios ave, los dioses aztecas beben la sangre de hombres y doncellas. A los redimidos de Yavé, en su jardín les es servida la carne deliciosa e inagotable de los monstruos Behemoth, Leviatán y Ziz, mientras que beben los licores de los cuatro ríos dulces del Paraíso.[148]

Es obvio que las fantasías infantiles que todavía acariciamos en el inconsciente, están continuamente en juego en el mito, en el cuento de hadas y en las enseñanzas de la Iglesia como símbolos del ser indestructible. Esto es útil, porque la mente se siente como en su casa con las imágenes y le parece recordar algo ya conocido. Pero esta circunstancia es también un obstáculo, porque los sentimientos se apoyan en los símbolos y resisten violentamente todo esfuerzo para sobrepasarlos. El golfo prodigioso entre esas multitudes infantilmente felices que llenan el mundo de piedad y los verdaderamente libres se abre en la línea donde los símbolos desaparecen y son trascendidos. “¡Oh vosotros —escribe Dante al salir del Paraíso Terrenal—, que, deseosos de escucharme, habéis seguido en una pequeña barca tras de mi bajel que navega cantando, virad para ver de nuevo vuestras playas! No os internéis en el piélago, porque quizá, perdiéndome yo, quedaríais perdidos. El agua por donde sigo no fue jamás recorrida; Minerva sopla en mi vela, Apolo me conduce y las nueve Musas me enseñan las Osas.”[149] Ésta es la línea que el pensamiento no trasciende; detrás de ella todos los sentimientos mueren verdaderamente: como la última estación en la vía que lleva a una montaña, donde empiezan a trepar los alpinistas y a la que a veces vuelven para conversar con aquellos que aman el aire de la montaña pero no pueden arriesgarse a las alturas. La inefable enseñanza de la beatitud que sobrepasa la imaginación viene a nosotros envuelta necesariamente en figuras que recuerdan la imaginada beatitud de la infancia; de aquí el engañoso infantilismo de los cuentos. De aquí también la inadecuación de las lecturas meramente psicológicas.[150]

La sofisticación del humor del conjunto de imágenes infantiles, cuando está imbuida de un idóneo traslado mitológico de doctrina metafísica, emerge con magnificencia en uno de los grandes mitos mejor conocidos del mundo oriental: la relación hindú de la batalla primordial entre los titanes y los dioses por el licor de la inmortalidad. Un antiguo ser de la tierra, Kashyapa, el “Hombre Tortuga”, se había casado con tres de las hijas de un patriarca demiúrgico todavía más antiguo, Daksha, “Señor de la Virtud”. Dos de estas hijas, de nombre Diti y Aditi, habían dado vida respectivamente a los titanes y a los dioses. En una interminable serie de batallas familiares, muchos de estos hijos de Kashyapa fueron muertos. Pero después el gran sacerdote de los titanes, por medio de grandes austeridades y meditaciones, ganó el favor de Shiva, Señor del Universo. Shiva le enseñó un conjuro para revivir a los muertos. Esto dio a los titanes una ventaja que los dioses notaron rápidamente en la siguiente batalla. Confundidos, se retiraron para celebrar una consulta y se dirigieron a las altas divinidades Brahma y Vishnú.[151] Se les aconsejó que pactaran con sus hermanos enemigos una paz temporal, durante la cual los titanes deberían ayudarlos a extraer la mantequilla del Océano de Leche de la vida inmortal: Amrita (a, no; mrita, mortal) “el néctar de la inmortalidad”. Halagados por la invitación, que vieron como una aceptación de su superioridad, los titanes participaron encantados y así empezó la trascendental aventura cooperativa al principio de las cuatro edades del ciclo del mundo. El monte Mandara fue seleccionado como batidora. Vasuki, el Rey de las Serpientes, consintió en convertirse en cuerda para moverla. Vishnú mismo, en forma de tortuga, se echó en el Océano de Leche para sostener con su espalda la base de la montaña. Los dioses tomaron una punta de la serpiente, después de haberla atado alrededor de la montaña, y los titanes la otra. Juntos batieron durante mil años.

Lo primero que se levantó de la superficie del mar fue un humo negro y ponzoñoso, llamado Kalakuta, “Cima Negra”, o sea la más alta concentración de la fuerza de la muerte. “Bebedme”, dijo Kalakuta, y la operación no pudo seguirse hasta encontrar a alguien capaz de hacerlo. Se dirigieron a Shiva que estaba sentado aparte y con expresión indiferente. Con magnificencia, dejó su posición de profunda meditación interior y se acercó a la escena donde se batía el Océano de Leche. Puso el líquido de la muerte en una taza, se lo tragó de un golpe y por medio de su fuerza yoga lo retuvo en su garganta. La garganta se le puso azul. Desde entonces, Shiva es llamado “Cuello Azul”, Nilakantha.

Entonces siguieron batiendo y empezaron a salir de las profundidades inagotables formas preciosas de fuerza concentrada. Aparecieron Apsarases (ninfas), Lakshmi, la diosa de la fortuna, el caballo blanco como la leche llamado Uchchaihshravas, “El que Relincha Fuerte”; la perla de las gemas, Kaustubha, y otros objetos hasta el número de trece. El último en aparecer fue el diestro médico de los dioses, Dhanvantari, llevando en su mano la luna, que es la taza del néctar de la vida.

De nuevo empezó una gran batalla por la posesión de la valiosa bebida. Uno de los titanes, Rahu, se las arregló para robar un trago, pero fue decapitado antes de que el licor pasara por su garganta; su cuerpo murió, pero su cabeza permaneció inmortal. Y esta cabeza va por los cielos en eterna persecución de la luna, tratando de alcanzarla. Cuando la alcanza, la taza entra por su boca y sale por su garganta; por esa razón tenemos eclipses de luna.

Pero Vishnú, temiendo que los dioses perdieran sus ventajas, se transformó en una hermosa doncella danzarina. Y mientras los titanes, que eran sensuales, quedaban enmudecidos de asombro ante los encantos de la joven, ella tomó la taza-luna de Amrita, jugó con ellos un momento y repentinamente se la entregó a los dioses. Vishnú se transformó en seguida en un poderoso héroe, se unió a los dioses en contra de los titanes y los ayudó a perseguir al enemigo hasta los abismos y oscuros cañones del mundo inferior. Ahora los dioses se alimentan de Amrita, dentro de sus hermosos palacios, en la cima de la montaña central del mundo, el monte Sumeru.[152]

El humor es la piedra de toque de lo verdaderamente mitológico comparado con el ambiente más literal y sentimental de lo teológico. Los dioses como iconos no son fines en ellos mismos. Sus divertidos mitos transportan la mente y el espíritu no hasta ellos, sino más allá de ellos, hasta el vacío que está detrás; desde esta perspectiva, los más pesados dogmas teológicos aparecen sólo como recursos pedagógicos y su función es enderezar el intelecto desencaminado por una acumulación concreta de hechos y de acontecimientos hacia una zona comparativamente rarificada, en donde, como una dádiva final, toda existencia —ya sea celestial, terrena o infernal— pueda por fin verse transmutada en la apariencia de un sueño pasajero, periódico e infantil de dicha y de temor. “Desde un punto de vista todas las divinidades existen —contestó recientemente un lama tibetano a la pregunta de un enterado visitante occidental—; desde otro, ninguna es real”.[153] Ésta es la enseñanza ortodoxa de los antiguos Tantras: “Todas las deidades visualizadas no son sino símbolos que representan los diferentes sucesos que ocurren en el Camino”;[154] del mismo modo que en la doctrina de las escuelas psicoanalíticas contemporáneas.[155] Y la misma penetración meta teológica parece ser lo que sugieren los versos finales de Dante, cuando el viajero iluminado alcanza finalmente a elevar sus ojos valerosos por encima de la beatífica visión del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, hasta la Luz Eterna.[156]

Los dioses y las diosas deben entenderse por lo tanto como encarnaciones y custodios del elixir del Ser Imperecedero, pero no como lo Último en su estado primario. Lo que el héroe busca en sus relaciones con ellos, no son ellos mismos, por lo tanto, sino su gracia, esto es, la fuerza de su sustancia sustentante. Esta milagrosa energía-sustancia y sólo ella es lo Imperecedero; los nombres y las formas de las deidades, que en todas partes la encarnan, la distribuyen y la representan, van y vienen. Ésta es la milagrosa energía de los rayos de Zeus, de Yavé y del Supremo Buddha, la fertilidad de la lluvia de Viracocha, la virtud anunciada por la campana que se hace sonar en la Misa en el momento de la consagración,[157] y la luz de la iluminación última del santo y del sabio. Sus guardianes se atreven a entregarla solamente a aquellos que han sido debidamente probados.

Pero los dioses pueden ser demasiado severos o demasiado cautelosos, y entonces el héroe tiene que apoderarse de su tesoro con engaños. Ése fue el problema de Prometeo. Cuando se comportan en esta forma, hasta los dioses más altos aparecen como ogros malignos que atesoran la vida, y el héroe que los engaña, los mata o los apacigua es honrado como el salvador del mundo.

Maui de Polinesia luchó contra Mahu-ika, el guardián del fuego, con la intención de despojarlo de su tesoro y de devolverlo a la especie humana. Maui se dirigió sin vacilaciones al gigante Mahu-ika y le dijo: “Limpia la maleza de este campo llano que poseemos para que podamos luchar juntos con una rivalidad amistosa.” Debe aclararse que Maui era un gran héroe y además un maestro en estratagemas.

“Mahu-ika preguntó: ‘¿Qué clase de proezas y emulaciones han de ser?’ ‘La hazaña de lanzamiento hacia arriba’, contestó Maui.

Mahu-ika estuvo de acuerdo; luego Maui preguntó: ‘¿Quién ha de empezar?’

Mahu-ika contestó: ‘Yo’.

Maui expresó su consentimiento, de manera que Mahu-ika tomó a Maui y lo lanzó al aire; Maui se levantó por los aires y cayó en las manos de Mahu-ika, quien de nuevo lo lanzó cantando: ‘¡Hacia arriba, hacia arriba, allá vas!’

Hacia arriba fue Maui y Mahu-ika cantó este encantamiento:

‘¡Arriba hasta el primer nivel,

Arriba hasta el segundo nivel,

Arriba hasta el tercer nivel.

Arriba hasta el cuarto nivel,

Arriba hasta el quinto nivel,

Arriba hasta el sexto nivel,

Arriba hasta el séptimo nivel,

Arriba hasta el octavo nivel,

Arriba hasta el noveno nivel,

Arriba hasta el décimo nivel!’

Maui se revolvió en los aires, empezó a bajar y cayó junto a Mahu-ika; entonces dijo: ‘Tú eres el único que se divierte’.

‘¡Por supuesto! —exclamó Mahu-ika—. ¿Te imaginas que eres capaz de lanzar al aire una ballena?’

‘Puedo probar’, contestó Maui.

Así pues, Maui tomó a Mahu-ika y lo lanzó cantando: ‘¡Hacia arriba, hacia arriba, allá vas!’

Mahu-ika salió volando y Maui cantó este hechizo:

‘¡Arriba hasta el primer nivel,

Arriba hasta el segundo nivel,

Arriba hasta el tercer nivel,

Arriba hasta el cuarto nivel,

Arriba hasta el quinto nivel,

Arriba hasta el sexto nivel,

Arriba hasta el séptimo nivel,

Arriba hasta el octavo nivel,

Arriba hasta el noveno nivel,

Arriba hasta lo más alto del aire!’

Mahu-ika se revolvió en el aire y empezó a caer; cuando casi había llegado al suelo Maui dijo estas palabras mágicas: ‘¡Que ese hombre de ahí arriba caiga de cabeza!’

Mahu-ika cayó, el cuello se le clavó completamente en el cuerpo; así Mahu-ika murió. Inmediatamente el héroe Maui, tomó la cabeza del gigante Mahu-ika y la cortó; entonces se hizo poseedor del tesoro de la llama, que entregó al mundo.[158]

La fábula más grandiosa de la búsqueda del elixir en Mesopotamia es la tradición prebíblica de Gilgamesh, un rey legendario de la ciudad sumeria de Erech, que fue a buscar la planta de la inmortalidad, llamada “Nunca Envejece”. Después de que hubo pasado por los leones que guardaban el pie de las colinas y los hombres escorpiones que vigilaban las montañas que sostienen el cielo, llegó, en medio de las montañas, a un jardín paradisíaco de flores, frutas y piedras preciosas. Avanzó y llegó al mar que rodea al mundo. En una cueva, junto a las aguas, habitaba una manifestación de la diosa Ishtar, Siduri-Sabitu, y esta mujer, cubierta con un espeso velo, le cerró las puertas. Pero cuando el rey le contó su historia, lo admitió a su presencia y le aconsejó que no siguiera buscando, sino que, aprendiera y se contentara con los goces mortales de la vida:

Gilgamesh ¿por qué seguiste este camino?

La vida que buscas no la encontrarás jamás.

Cuando los dioses crearon al hombre

Pusieron la muerte sobre él

y sostuvieron la vida en sus propias manos.

Llena tu vientre, Gilgamesh;

Disfruta día y noche;

Prepara para cada día un buen momento.

De día y noche sé ruidoso y alegre;

Deja que tus ropas sean hermosas,

Tus cabellos perfumados y tu cuerpo limpio.

Considera a la pequeña que toma tu mano,

Permite a tu esposa ser feliz sobre tu regazo.[159]

Pero Gilgamesh insistió y Siduri-Sabitu le dio permiso para pasar y le previno de los peligros del viaje.

La mujer le dijo que buscara al barquero Ursanapi, a quien encontró cortando madera en un bosque acompañado por un grupo de ayudantes. Gilgamesh hizo pedazos a los ayudantes (se les llamaba “los que se alegran de vivir”, “los de piedra”), y el barquero consintió en llevarlo a través de las aguas de la muerte. Fue un viaje de mes y medio. Se advirtió al pasajero que no tocara las aguas.

La tierra lejana a la que se aproximaban era la residencia de Utnapishtim, el héroe del diluvio primordial,[160] que allí habitaba con su esposa en la paz inmortal. Desde lejos Utnapishtim vio aproximarse la pequeña barca aislada en las aguas sin fin y su corazón reflexionó:

¿Por qué “los de piedra” no están en el bote,

y alguien que no es de mi servicio se acerca navegando?

Aquel que viene, ¿no es un hombre?

Gilgamesh, al bajar a tierra, tuvo que escuchar una larga relación de la historia del diluvio que le hizo el patriarca. Luego, Utnapishtim invitó a dormir a su visitante y éste durmió seis días. Utnapishtim ordenó a su esposa que cociera siete panes y los colocó cerca de la cabeza de Gilgamesh mientras éste dormía cerca de la barca. Utnapishtim tocó a Gilgamesh y cuando despertó ordenó al barquero Ursanapi que le diera un baño a su huésped en cierta fuente y ropa limpia. Después de eso, Utnapishtim anunció a Gilgamesh el secreto de la planta.

Gilgamesh, algo secreto te he de revelar,

y te daré la instrucción:

Esa planta es como una zarza del campo,

su espina, como la de una rosa, te pinchará la mano.

Pero si tu mano alcanza esa planta,

habrás de regresar a tu tierra natal.

La planta crecía en el fondo del mar cósmico.

Ursanapi condujo de nuevo al héroe hacia las aguas. Gilgamesh ató unas piedras a sus pies y se sumergió.[161] Se hundió en las aguas, más allá de todo sufrimiento, mientras el barquero permanecía en el bote. Cuando Gilgamesh hubo alcanzado el fondo del mar sin fondo, arrancó la planta aunque mutiló su mano, soltó las piedras y subió a la superficie. Cuando hubo llegado y el barquero lo ayudó a subir al bote, anunció triunfante:

Ursanapi, ésta es la planta única…

Con ella, el Hombre obtiene todo su vigor.

Volveré con ella a Erech, el país de los rebaños…

Su nombre es: “El hombre de edad rejuvenece.”

He de comerla para retornar a la condición de mi juventud.

Atravesaron el mar. Cuando llegaron a tierra, Gilgamesh se bañó en una poza de agua fresca y se acostó a descansar. Mientras dormía, una serpiente olfateó el maravilloso perfume de la planta, se acercó y se la llevó. En cuanto la hubo comido, la serpiente mudó de piel y por lo tanto renovó su juventud. Cuando Gilgamesh despertó, se sentó a llorar “y las lágrimas corrieron por las paredes de su nariz”.[162]

Hasta nuestros días, la posibilidad de la inmortalidad física fascina el corazón del hombre. La pieza utópica de Bernard Shaw, De vuelta a Matusalén, representada en 1921, convirtió este tema en una parábola moderna sociobiológica. Cuatrocientos años antes la mentalidad más literal de Juan Ponce de León descubrió la Florida en su búsqueda de la tierra de “Bimini”, donde esperaba encontrar la fuente de la juventud. Varios siglos antes y muy lejos de esa región, el filósofo chino Ko Hung pasó los últimos años de una larga vida preparando píldoras de inmortalidad. “Se toman tres libras de auténtico cinabrio —escribió Ko Hung— y una libra de miel blanca. Se mezclan y se pone a secar la mezcla bajo el sol. Luego se tuesta sobre el fuego hasta que se le pueda dar forma de píldoras. Cada mañana se toman diez píldoras del tamaño de un cañamón. En el curso de un año los cabellos blancos se volverán negros, los dientes destruidos volverán a crecer, el cuerpo se volverá lustroso y brillante. Si un viejo toma esta medicina por un largo período de tiempo, se convertirá en joven. Y aquel que la tome constantemente disfrutará de la vida eterna y no morirá”.[163] Un día, un amigo llegó a visitar al solitario investigador y filósofo, pero todo lo que encontró fueron las ropas vacías de Ko Hung. El viejo había desaparecido; había pasado al reino de los inmortales.[164]

La búsqueda de la inmortalidad física nace de un malentendimiento de las enseñanzas tradicionales. Por lo contrario, el problema básico es éste: ampliar la pupila del ojo, para que el cuerpo con la personalidad que lo acompaña no obstruya la vista. La inmortalidad se experimenta entonces como un hecho presente: “¡Está aquí! ¡Está aquí!”[165]

“Todas las cosas devienen, se elevan y regresan. Las plantas florecen, pero sólo para volver a la raíz. El volver a la raíz es como la búsqueda de la tranquilidad. La búsqueda de la tranquilidad es como un movimiento hacia el destino. Moverse hacia el destino es como la eternidad. Reconocer la eternidad es la iluminación y no reconocerla trae el desorden y el mal.

El conocimiento de la eternidad hace al hombre comprensivo y la comprensión amplía su mente; la amplitud de visión trae nobleza y la nobleza es como el cielo.

Lo celeste es Tao. Tao es lo Eterno. No ha de temerse la decadencia del cuerpo.”[166]

Los japoneses tienen un proverbio: “Los dioses sólo ríen cuando los hombres les piden riquezas.” La dádiva entregada al suplicante siempre está proporcionada a su propia estatura y a la naturaleza de sus deseos dominantes. La dádiva es sencillamente un símbolo de la energía vital reducida a las condiciones de cierto caso específico. La ironía, por supuesto, está en el hecho de que en tanto que el héroe que ha ganado el favor del dios puede pedir la dádiva de la iluminación perfecta, lo que generalmente busca son más años, de vida, armas para asesinar a su vecino y salud para su hijo.

Los griegos hablaban del rey Midas que tuvo la suerte de obtener de Baco la oferta de la dádiva que más deseara. Midas pidió que todo lo que tocara se convirtiera en oro. Cuando volvía a su casa, tocó, por vía de experimento, la rama de un encino que inmediatamente se convirtió en oro; tocó una piedra y se convirtió en oro; y una manzana en su mano fue una pepita de oro. Fascinado, ordenó que se preparara una magnífica fiesta para celebrar el milagro. Pero cuando se sentó y puso los dedos sobre el asado, éste se transfiguró, y el vino en sus labios se convirtió en oro líquido. Y cuando su hija pequeña, a quien él amaba más que nada en la tierra vino a consolarlo de sus sufrimientos, se convirtió, en el momento en que la abrazó, en una hermosa estatua de oro.

La agonía de romper las limitaciones personales, es la agonía del crecimiento espiritual. El arte, la literatura, el mito y el culto, la filosofía y las disciplinas ascéticas son instrumentos que ayudan al individuo a pasar de sus horizontes limitados a esferas de realización siempre creciente. Conforme cruza un umbral después de otro y somete a un dragón después de otro, aumenta la estatura de la divinidad a quien él implora su más alto deseo, hasta resumir el cosmos. Finalmente, la mente rompe la esfera limitadora del cosmos hacia una realización que trasciende todas las experiencias de la forma, todos los simbolismos, todas las divinidades: la apreciación del inevitable vacío.

Así, cuando Dante había dado el último paso en su aventura espiritual, y llegó a la última visión simbólica del Dios Uno y Trino en la Rosa Celestial, le quedaba por experimentar una iluminación más, por encima de las formas del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. “Bernardo sonriéndose me indicaba que mirase hacia arriba; pero yo había hecho ya por mí mismo lo que él quería: porque mi vista, adquiriendo más y más pureza y claridad, penetraba gradualmente en la alta luz que tiene en sí misma la verdad de su existencia. Desde aquel instante lo que vi excede a todo humano lenguaje, que es impotente para expresar tal visión, y la memoria se rinde a tanta grandeza.”[167]

“Allí no llega el ojo, ni la palabra, ni la mente: no lo conocemos, ni sabemos cómo enseñarlo. Es diferente de todo lo conocido, y está también más allá de lo desconocido.”[168]

Ésta es la última y la más alta crucifixión, no sólo del héroe sino también de su dios. Aquí tanto el Padre como el Hijo son aniquilados, como si fueran unas máscaras personales sobre lo que no tiene nombre. Porque así como los fragmentos de un sueño derivan de la energía vital del que lo sueña y representan partes fluidas y complicaciones de una sola fuerza, así todas las formas de todos los mundos, terrestres o divinos, reflejan la fuerza universal de un solo misterio inescrutable: la fuerza que construye el átomo y controla las órbitas de todas las estrellas.

Esa fuente de vida es el corazón del individuo y dentro de sí mismo ha de encontrarla, si puede romper las capas que la cubren. La divinidad germánica pagana Odín (Wotan) dio un ojo para abrir el velo de luz hasta el conocimiento de esta infinita oscuridad y luego sufrió por ella la pasión de una crucifixión:

Pensé que colgaba de un árbol en el viento,

que colgaba ahí por noches nueve;

Con una lanza estaba herido, y me había ofrecido

a Odín, mi persona a mí mismo,

En el árbol del que nadie sabrá

Por encima de qué raíz crece.[169]

La victoria del Buddha bajo el Árbol Bo es el clásico ejemplo oriental de este hecho. Con la espada de su mente rompió la burbuja del universo y la convirtió en nada. El mundo entero de la experiencia natural, así como los continentes, los cielos y los infiernos de las creencias tradicionales religiosas, estalló con sus dioses y sus demonios. Pero el milagro de los milagros fue que aunque todo reventó, todo fue sin embargo renovado, revivificado y glorificado con el brillo del verdadero ser. Los dioses de los cielos redimidos levantaron sus voces y aclamaron armoniosamente al hombre-héroe que había penetrado por encima de ellos al vacío que era su vida y su fuente: “Banderas y pendones fueron erigidos en el filo del este del mundo y flotaron hasta el borde del oeste del mundo; de la misma manera notaron los que estaban en el borde del oeste hasta el filo del este; y aquellos erigidos en el borde del norte del mundo flotaron hasta el filo del sur del mundo, mientras que aquellos que estaban en el borde del sur llegaron al filo del norte; mientras que aquellos que estaban al nivel de la tierra flotaron hasta alcanzar el mundo de Brahma, y los que estaban en el mundo de Brahma colgaron hasta llegar al nivel de la tierra. A través de los diez mil mundos los árboles florecieron; los árboles frutales se inclinaron bajo el peso de sus frutos; lotos florecieron en los troncos de los árboles; y lotos en las ramas de los árboles; lotos en las enredaderas; lotos colgaban de los cielos; y plantas de loto salieron de las rocas en grupos de siete. El sistema de los diez mil mundos era como un ramo de flores que giraba por el aire, o como una gruesa alfombra de flores; en los espacios entre los mundos, los infiernos de ocho mil leguas, que no habían podido ser iluminados antes ni siquiera por la luz de siete soles, estaban ahora inundados de fulgor; el océano de ochenta y cuatro mil leguas de profundidad se volvió dulce al gusto; los ríos detuvieron sus corrientes; los ciegos de nacimiento recibieron la vista; los sordos de nacimiento el don del oído; los inválidos de nacimiento el uso de sus miembros; y las cadenas y los grilletes de los cautivos se rompieron y cayeron al suelo.”[170]