5. Apoteosis

Uno de los más poderosos y amados entre los Bodhisattvas del budismo Mahayana del Tibet, de China y del Japón, es el Portador del Loto, Avalokiteshvara, “El Señor que mira desde arriba con Piedad”, así llamado porque mira con compasión a todas las creaturas sensibles que sufren los males de la existencia.[83] A él está dirigida la plegaria, repetida millones de veces, de las ruedas de oración y de los gongs de los templos del Tibet: Om mani padme hum, “La joya está en el loto”. A él van quizá más plegarias por minuto que a cualquier otra divinidad conocida por el hombre, pues durante su última existencia en la Tierra como ser humano, atravesó los límites del último umbral (en dicho momento se abrió para él la eternidad del vacío, más allá de los decepcionantes enigmas —espejismos del cosmos de los nombres y las formas); hizo una pausa y juró que antes de entrar en el vacío, traería la iluminación a todas las creaturas sin excepción; y desde entonces ha saturado toda la materia de la existencia con la gracia divina de su presencia generosa, de manera que escucha gentilmente la más pequeña petición que se le dirige, en todo el imperio de Buddha. Bajo formas diferentes atraviesa los diez mil mundos y aparece a la hora de la necesidad y de la plegaria. Se revela en forma humana con dos brazos, y en forma sobrehumana con cuatro, con seis, con doce o con mil brazos y lleva en una de sus manos izquierdas el loto del mundo.

Como el Buddha mismo, este ser divino es el modelo del estado divino al que llega el héroe humano que ha atravesado los últimos terrores de la ignorancia. “Cuando la envoltura de la conciencia ha sido aniquilada, se libera de todo temor, queda fuera del alcance de todo cambio.”[84] Ésta es la liberación potencial que está dentro de cada uno de nosotros, y que cualquiera puede obtener a través del heroísmo; así, leemos: “Todas las cosas son las cosas-Bud-dha”;[85] y también, otra forma de hacer la misma declaración: “Ninguno de los seres tiene ser.”

El mundo está lleno e iluminado por el Bodhisattva (“aquel cuyo ser es iluminación”), pero no lo sostiene; más bien es él quien sostiene al mundo: el loto. El dolor y el placer no lo circunda, él los circunda a ellos, con una profunda calma. Y ya que él es aquello que todos pueden ser, su presencia, su imagen y hasta su nombre, son promesas de ayuda. “Lleva una guirnalda de ocho mil rayos, en los cuales se refleja en forma completa el estado de la belleza perfecta. El color de su cuerpo es de oro purpúreo. Las palmas de sus manos tienen el color mezclado de quinientos lotos, mientras que cada una de las puntas de sus dedos tiene ochenta y cuatro mil marcas y cada una de ellas ochenta y cuatro mil colores, y cada color tiene ochenta y cuatro mil rayos que son suaves y tibios y brillan sobre todas las cosas que existen. Con estas manos enjoyadas protege y abarca todos los seres. El halo que rodea su cabeza está sostenido por quinientos Buddhas milagrosamente transformados y cada uno de ellos atendido por quinientos Bodhisattvas, atendidos, a su vez, por dioses innumerables. Y cuando él pone los pies en el suelo, las flores de diamantes y las joyas que deja caer cubren todas las cosas en todas direcciones. El color de su rostro es el del oro. Y en su más alta corona de gemas, hay un Buddha de pie, de doscientas cincuenta millas de alto.”[86]

En China y en Japón, este Bodhisattva gentilmente sublime no sólo está representado en forma masculina, sino también en forma femenina. Kwan Yin en China, Kwannon en Japón —la Madona del Lejano Oriente es precisamente este benévolo observador del mundo—. Se la encuentra en cada templo budista del Lejano Oriente. Sus bendiciones están abiertas a los simples y a los sabios, porque detrás de su palabra existe la más profunda intuición, redentora y sostenedora del mundo. La pausa ante el umbral del Nirvana, la resolución de seguir adelante hasta el final del tiempo (que no tiene final) antes de sumergirse en la plácida fuente de la eternidad, representa el darse cuenta de que la distinción entre la eternidad y el tiempo es sólo aparente, hecha por la mente racional, pero disuelta en el conocimiento perfecto de la mente que ha trascendido las parejas de contrarios. Lo que se comprende es que el tiempo y la eternidad son dos aspectos de la misma experiencia total; dos planos del mismo inefable no dual; es decir, la joya de la eternidad está en el loto del nacimiento y de la muerte: om moni padme hum.

La primera maravilla que debemos notar aquí es el carácter andrógino del Bodhisattva: masculino, Avalokiteshvara; femenino, Kwan Yin. Los dioses masculinos-femeninos son comunes en el mundo del mito. Siempre emergen con un cierto misterio, porque conducen la mente, más allá de la experiencia objetiva, a un reino simbólico donde la realidad se supera. Awonawilona, dios principal de los Pueblo Zuñi, creador y contenedor de todo, es a veces tratado como “él” pero en realidad es “él-ella”. La gran Original de las crónicas chinas, la santa T’ai Yuan, combina en su persona el masculino Yang y el femenino Yin.[87] Las enseñanzas cabalísticas de los judíos medievales, como también los escritos de los cristianos gnósticos del siglo II, representan el Verbo Encarnado como andrógino, que era por supuesto el estado de Adán cuando fue creado, antes de que al aspecto femenino, Eva, se le diera otra forma. Y entre los griegos, no sólo Hermafrodito (el hijo de Hermes y Afrodita),[88] sino también Eros, la divinidad del amor, (el primero de los dioses, de acuerdo con Platón[89]) tenía sexo masculino y sexo femenino.

“Y creó Dios al hombre a imagen suya, a imagen de Dios le creó y los creó macho y hembra.”[90] Puede surgir en la mente la cuestión relativa a la naturaleza de la imagen de Dios; pero la respuesta ya está dada en el texto y es suficientemente clara. “Cuando el Todopoderoso, bendito sea, creó el primer hombre, lo creó andrógino.”[91] El haber dado a lo femenino otra forma simboliza la caída de la perfección a la dualidad y a ello siguió naturalmente el descubrimiento de la dualidad del bien y del mal, el exilio del jardín donde Dios pasea sobre la tierra y de allí la construcción del muro del Paraíso, constituido de la “unión de los contrarios”,[92] por medio de la cual el Hombre (ahora hombre y mujer) se ha separado no sólo de la visión sino del recuerdo de la imagen de Dios.

Ésta es la versión bíblica de un mito conocido en muchos países. Representa una de las formas básicas de simbolizar el misterio de la creación: la eternidad que se convierte en tiempo, la división de uno en dos y luego en muchos, así como la generación de vida nueva a través de la conjunción de los dos. Esta imagen está al principio del ciclo cosmogónico,[93] y se encuentra con igual propiedad al terminar el héroe su jornada, en el momento en que la muralla del Paraíso se diluye, se encuentra y se recuerda la forma divina; y se recobra la sabiduría.[94]

Tiresias, el vidente ciego, era varón y hembra: sus ojos estaban cerrados a las formas rotas del mundo de la luz y las parejas de contrarios, y sin embargo, vio en su interior la tragedia del destino de Edipo.[95] Shiva aparece unido en un mismo cuerpo con Shakti, su esposa —él a la derecha, ella a la izquierda— en la manifestación conocida como Ardhanarisha, “El Señor Mitad Mujer”.[96] Las imágenes ancestrales de ciertas tribus africanas y melanesias, muestran en un solo ser los pechos de la madre y la barba y el pene del padre.[97] Y en Australia, un año después de la prueba de la circuncisión, el candidato a la virilidad sufre una segunda operación ritual, la de la subincisión (una abertura en la parte inferior del pene, con el objeto de formar un canal permanente a la uretra). A esta abertura se la llama el “vientre del pene”. Es una vagina masculina simbólica. El héroe se ha convertido, en virtud de dicha ceremonia, en algo más que un hombre.[98]

La sangre que se usa en la pintura ceremonial y para pegar plumón blanco sobre el cuerpo la derivan los padres australianos de sus propios canales de subincisión. Abren las viejas heridas y la dejan correr.[99] Simboliza al mismo tiempo la sangre menstrual de la vagina y el semen del varón, así como la orina, el agua y la leche masculina. Este flujo muestra que los hombres mayores poseen la fuente de la vida y del alimento dentro de sí mismos;[100] esto es, que ellos y la fuente inagotable del mundo son la misma cosa.[101]

La llamada del Gran Padre Serpiente fue motivo de alarma para el niño; la madre significaba la protección. Pero el padre vino. Fue el guía y el iniciador a los misterios de lo desconocido. Así como el padre es el intruso original en el paraíso del niño con su madre, es el enemigo arquetipo; de este momento en adelante, a través de toda la vida, todos los enemigos son símbolos (para el inconsciente), del padre. “Todo aquello que se mata se convierte en el padre.”[102] De aquí la veneración que se tiene en las comunidades de cazadores de cabezas (en Nueva Guinea, por ejemplo) a las cabezas humanas que producen las incursiones en busca de venganza.[103] De aquí la compulsión irresistible de hacer la guerra: el impulso de destruir al padre está continuamente transformándose en violencia pública. Los ancianos de la raza o de la comunidad inmediata, se protegen de sus hijos que crecen, por la magia psicológica de sus ceremoniales totémicos. Ellos representan al padre ogro, y luego se revelan también como la madre que alimenta. Un paraíso nuevo y más amplio queda así establecido. Pero este paraíso no incluye las tribus o razas enemigas tradicionales, contra quienes la agresión se proyecta todavía sistemáticamente. Todo el contenido del padre y de la madre “buenos”, queda en casa, mientras que lo “malo” permanece a su alrededor: porque “¿quién es ese filisteo, ese incircunciso para insultar así al ejército del Dios vivo?”[104] “Y no cejéis en la persecución del pueblo, que si os doléis, también ellos se duelen como os doléis, y esperáis de Alá lo que ellos no esperan…”[105]

Los cultos totémicos, tribales, raciales, y los agresivamente misioneros, representan sólo soluciones parciales al problema psicológico de vencer al odio por medio del amor; son sólo parcialmente iniciadores. El ego no está aniquilado en ellos, más bien está ampliado; en vez de pensar en sí mismo, el individuo se dedica al todo de su sociedad. El resto del mundo mientras tanto (o sea, con mucho, la porción mayor de la humanidad) queda fuera de la esfera de su simpatía y protección, porque está fuera de la esfera de la protección de su dios. Entonces toma lugar ese dramático divorcio de los dos principios del odio y del amor que las páginas de la historia ilustran abundantemente. En vez de limpiar su propio corazón, el fanático trata de limpiar el mundo. Las leyes de la Ciudad de Dios se aplican sólo a él y a su grupo (tribu, iglesia, nación, clase, o cualquier otra cosa); mientras tanto se aviva el fuego de una perpetua guerra religiosa (con buena conciencia y con el sentido de un servicio piadoso), contra aquella gente no circuncisa pagana, bárbara, extraña, “nativa”, que ocupa la posición de vecino.[106]

El mundo está lleno de los resultantes bandos mutuamente contendientes: los que rinden culto al tótem, a la bandera y al partido. También las llamadas naciones cristianas, quienes se supone han de seguir a un Redentor del “Mundo”, son mejor conocidas en la historia por su barbarie en las colonias y por sus guerras destructoras, que por cualquier demostración práctica de ese amor incondicional, sinónimo de la conquista efectiva del ego, del mundo del ego, del dios tribal del ego como les enseñó el Supremo Señor a quien veneran. “Pero yo os digo a vosotros que me escucháis: amad a nuestros enemigos, haced bien a los que os aborrecen, bendecid a los que os maldicen y orad por los que os calumnian. Al que te hiere en una mejilla ofrécele la otra, y a quien te tome el manto no le estorbes tomar la túnica: da a todo el que te pida y no reclames de quien toma lo tuyo. Tratad a los hombres de la manera en que vosotros queréis ser de ellos tratados. Si amáis a los que os aman, ¿qué gracia tendréis? Porque los pecadores aman también a quienes los aman. Y si hacéis bien a los que os lo hacen, ¿qué gracia tendréis? También los pecadores hacen lo mismo. Si prestáis a aquellos de quienes esperáis recibir, ¿qué gracia tendréis? También los pecadores prestan a los pecadores para recibir de ellos igual favor. Pero amad a vuestros enemigos, haced bien y prestad sin esperanza de remuneración, y será grande vuestra recompensa, y seréis hijos del Altísimo, porque es bondadoso para con los ingratos y los malos. Sed misericordiosos, como vuestro Padre es misericordioso.”[107]

Una vez superados los prejuicios de nuestra traducción —limitada en alcance a lo eclesiástico, lo tribal o lo nacional— de los arquetipos universales, se vuelve posible comprender que la iniciación suprema no es la de los padres maternalmente locales, quienes proyectan agresiones en sus vecinos para su propia defensa. Las buenas nuevas que trajo el Redentor del Mundo y que tantos han escuchado con júbilo y predicado con celo, y que sin embargo se han rehusado evidentemente a demostrar, enseñan que Dios es amor, que puede ser y es amado y que todos sin excepción son sus hijos.[108] Los detalles relativamente triviales como son el credo, las técnicas del culto y las formas de organización episcopal (que han absorbido el interés de los teólogos occidentales y que todavía son seriamente discutidas como los principales puntos de la religión)[109] son “ meramente entretenimientos pedantes, a menos que se les haga guardar una posición ancilar respecto a la enseñanza principal. Si esto no se consigue, tienen un efecto regresivo; reducen de nuevo la imagen del padre a las dimensiones del tótem. Es esto, por supuesto, lo que ha sucedido en el mundo cristiano. Parece que hemos sido llamados a decidir o a averiguar quién de nosotros es el que el Padre prefiere. Sin embargo, la palabra de la enseñanza es mucho menos halagadora: “No juzguéis y no seréis juzgados.”[110] La cruz del Salvador del mundo, a pesar de la conducta de sus sacerdotes profesos, es un símbolo mucho más democrático que la bandera nacional.[111]

La comprensión de las implicaciones finales y críticas de las palabras y símbolos redentores del mundo, de la tradición del reino cristiano, ha cambiado tanto de sentido durante los siglos tumultuosos que han pasado desde la declaración que hizo San Agustín de la guerra santa entre la Civitas Dei y la Civitas Diaboli, que el moderno pensador que quiera conocer el significado de una religión mundial (o sea de una doctrina del amor universal) debe volver su mente a la otra gran comunión universal y más antigua: la del Buddha, en que el mundo primario todavía es paz, paz para todos los seres.[112]

Los siguientes versos tibetanos, por ejemplo, del poeta y santo Milarepa, fueron compuestos en los tiempos en que el Papa Urbano II predicaba la Primera Cruzada:

Dentro de la Ciudad Ilusoria de los Seis Planos del Mundo

El factor principal es el pecado y la oscuridad nacida de las malas obras;

El Ser sigue los dictados de sus gustos y de sus repugnancias,

Y nunca halla el tiempo de conocer la Igualdad:

Huye, oh hijo mío, de los gustos y de las repugnancias.[113]

Si conocéis el vacío de todas las cosas, la Compasión

se producirá en vuestros corazones;

Si perdéis toda diferencia entre vosotros y vuestros semejantes,

estaréis preparados para servir a otros;

Y cuando al servirlos tengáis éxito, entonces me habréis encontrado.

Y si me encontráis, habréis llegado al estado de Buddha.”[114]

La paz está en el corazón de todos porque Avalokiteshvara-Kwannon, el poderoso Bodhisattva, el Amor sin límites, incluye, considera y habita en todos los seres sensibles sin excepción. Considera la perfección de las delicadas alas de un insecto, rota por el paso del tiempo, y él mismo es al mismo tiempo su perfección y su desintegración. La perenne agonía del hombre, sus torturas, sus equivocaciones, mezcladas en la red de su propio delirio; sus frustraciones, aun cuando tiene dentro de sí mismo, escondido y absolutamente inutilizado el secreto de su libertad: también esto lo mira él, y es él mismo. Los ángeles serenos están por encima del hombre; por debajo, los demonios y los que mueren infelices; a todos ellos los atrae el Bodhisattva con los rayos de sus manos enjoyadas, y ellos son él y él es ellos. Los atados y entorpecidos centros de la conciencia, doblados en millones de dobleces, en cada uno de los planos de la existencia (y no sólo de este universo presente, limitado por la Vía Láctea, sino más allá, en el reino del espacio), galaxia detrás de galaxia, mundo detrás de mundo de universos que nacen de la eterna fuente del vacío, que vienen a la vida y como una burbuja se desvanecen: una y otra vez: una multitud de vidas: todas sufren: todas ligadas en el tenue y apretado círculo de sí mismas, odiando, matando, engañando y deseando la paz después de la victoria: todos éstos son los hijos, las enloquecidas figuras del transitorio pero inagotable, largo sueño universal del que Todo lo Mira, cuya esencia es la esencia del Vacío: “El Señor que mira desde arriba con Piedad.”

Pero el nombre significa también: “El Señor que muestra su Interior”.[115] Todos somos reflejos de la imagen del Bodhisattva. El que sufre dentro de nosotros es ese ser divino. Nosotros y el padre protector somos uno sólo. Ésta es la visión interior que redime. Ese padre protector es cada hombre que encontramos. Así, debe saberse que aunque este cuerpo ignorante, limitado, que trata de defenderse, puede sentirse amenazado por algún otro —el enemigo—, ése también es Dios. El ogro nos destruye, pero el héroe, el candidato idóneo, pasa por la iniciación “como un hombre”; y he aquí que era el padre: nosotros en Él y Él en nosotros.[116] La madre querida y protectora de nuestro cuerpo no podría defendernos del Gran Padre Serpiente; el cuerpo mortal y tangible que ella nos da fue entregado al poder terrible de él. Pero la muerte no era el fin. La nueva vida, el nuevo nacimiento, el nuevo conocimiento de la existencia (de manera que no vivimos sólo en este cuerpo físico, sino en todos los cuerpos, en todos los cuerpos físicos del mundo, como el Bodhisattva) nos fueron entregados. El mismo padre ha sido el vientre, la madre, de un segundo nacimiento.[117]

Éste es el significado de la imagen del dios bisexual. Es el misterio del tema de la iniciación. Se nos aparta de la madre, se nos mastica en fragmentos y se nos asimila al cuerpo universalmente aniquilador del mundo del ogro para quien todos los seres y las formas preciosas son los elementos de un festín, pero entonces, milagrosamente renacidos, llegamos a ser más de lo que éramos. Si el Dios es un arquetipo racial, tribal, nacional o sectario, somos los guerreros de su causa; pero si es el señor del universo mismo, seguimos adelante como quien sabe que todos los hombres son sus hermanos. Y en cualquier caso, las imágenes infantiles de los padres y las ideas sobre el “bien” y el “mal”, se han superado. Ya no deseamos ni tememos, somos lo que se ha deseado y se ha temido. Todos los dioses, Bodhisattvas y Buddhas están implícitos en nosotros, como en el halo del poderoso portador del loto del mundo.

“Venid y volvamos a Yavé: Él desgarró. Él nos curará; Él hirió, Él nos vendará. Él nos dará vida a los dos días y al tercero nos levantará y viviremos ante Él. Conoceremos, nos esforzaremos por conocer a Yavé. Como aurora está aparejada su aparición, vendrá como la lluvia, como lluvia temprana que riega la tierra.”[118]

Éste es el sentido de la primera maravilla del Bodhisattva: el carácter andrógino de la presencia. Por lo tanto, se unen las dos aventuras mitológicas aparentemente opuestas: el Encuentro con la Diosa y la Reconciliación con el Padre. Pues en la primera, el iniciado aprende que el varón y la hembra son (como se expresa en el Brihadaranyaka Upanishad) “las dos mitades de un guisante partido.”[119] Y en la segunda, se descubre que el Padre es antecedente de la división del sexo: el pronombre “Él” era una forma de hablar, y el mito del estado de Hijo una línea guía que debe ser borrada. Y en ambos casos se descubre (o más bien, se recuerda) que el héroe en sí mismo es aquello que ha venido a encontrar.

La segunda maravilla del mito del Bodhisattva es su aniquilación de la distinción entre la vida y la liberación de la vida, que está simbolizada (como hemos observado) en la renunciación del Bodhisattva al Nirvana. En pocas palabras, el Nirvana significa: “La Extinción del Fuego Triple del Deseo, de la Hostilidad y del Engaño.”[120] Como el lector recordará, en la leyenda de la Tentación debajo del Árbol Bo (supra, pp. 36-37) el antagonista del Futuro Buddha era Kama-Mara, literalmente “Deseo-Hostilidad” o “Amor y Muerte”, el mago del Engaño. Era una personificación del Fuego Triple y de las dificultades de la última prueba, el último guardián del umbral que debe atravesar el héroe universal en su suprema aventura al Nirvana. Después de haberse sometido dentro de sí mismo hasta llegar al punto crítico del último rescoldo el Fuego Triple, que es la fuerza que mueve el universo, el Salvador miró reflejadas, como en un espejo a su alrededor, las últimas fantasías proyectadas de su primitiva voluntad física de vivir como otros seres humanos: la voluntad de vivir de acuerdo con los motivos normales de deseo y de hostilidad, en un ambiente engañoso de causas, fines y medios fenoménicos. Él fue asaltado, pues, por la última furia de la carne despreciada, en este momento del que todo dependía; de una sola brasa podría levantarse de nuevo todo el incendio completo.

Esta leyenda tan celebrada ofrece un ejemplo excelente de la estrecha relación mantenida en Oriente entre el mito, la psicología y la metafísica. Las vívidas personificaciones preparan al intelecto para la doctrina de la interdependencia de los mundos interno y externo. No cabe duda de que la atención del lector ha sido atraída por cierta semejanza entre esta antigua doctrina mitológica de la dinámica de la psique y las enseñanzas de la moderna escuela freudiana. De acuerdo con esta última, el deseo de vivir (eros o libido, correspondiente al kama budista, “deseo”) y el deseo de la muerte (thánatos o destrudo, que es idéntico al mara budista, “hostilidad o muerte”) son las dos tendencias que no sólo mueven al individuo desde su interior sino que animan para él el mundo que lo rodea.[121] Es más, los engaños basados en el inconsciente, de los que se levantan los deseos y hostilidades, están en ambos sistemas disipados por el análisis psicológico (sánscrito, viveka) e iluminación (sánscrito, vidyâ). Sin embargo, las nietas de las dos enseñanzas, la tradicional y la moderna, no coinciden exactamente.

El psicoanálisis es una técnica para curar a los individuos que sufren en forma excesiva a causa de sus deseos y hostilidades inconscientemente mal dirigidos que tejen a su alrededor sus privadas telarañas de terrores irreales y de atracciones ambivalentes; el paciente liberado de ellos se encuentra capacitado para participar con cierta satisfacción en los temores más reales, las hostilidades, las prácticas eróticas y religiosas, empresas comerciales, guerras, pasatiempos y tareas domésticas que le ofrece su cultura, particular. Pero para aquel que ha escogido deliberadamente la difícil y peligrosa jornada que sobrepasa el acervo de su pueblo, ha de considerarse también que estos intereses están basados en un error. Por lo tanto, la meta de la enseñanza religiosa no es curar al individuo para adaptarlo al engaño general, sino apartarlo del engaño; y esto no se logra reajustando el deseo (eros) y la hostilidad (thánatos) porque eso sólo origina un nuevo contexto de engaño, sino extinguiendo esos impulsos desde la raíz, de acuerdo con el método del celebrado Camino óctuple de los budistas:

Creencia Recta, Intención Recta,

Palabra Recta, Acción Recta,

Modo de Vida Recto, Esfuerzo Recto,

Pensamiento Recto, Concentración Recta.

Con la final “extirpación del engaño, del deseo y de la hostilidad” (Nirvana), la mente sabe que no es lo que había pensado: el pensamiento desaparece. La mente descansa en su verdadero estado. Y allí puede quedarse hasta que el cuerpo se desvanezca.

Estrellas, oscuridad, una lámpara, un fantasma, rocío, una burbuja,

Un sueño, un relámpago y una nube:

Así deberíamos mirar todo lo que se ha hecho.[122]

El Bodhisattva, sin embargo, no abandona la vida. Vuelve su mirada desde la esfera interior de la verdad que trasciende el pensamiento (que sólo puede ser descrita como “vacío”, ya que sobrepasa el lenguaje) de nuevo hacia el mundo de los fenómenos exteriores, lo percibe sin el mismo océano de ser que encontró adentro. “La forma es el vacío y el vacío es, sin dejar lugar a duda, la forma. El vacío no es diferente de la forma y la forma no es diferente del vacío. Lo que es forma es vacío, lo que es vacío es forma. Y lo mismo se aplica a la percepción, al nombre, a la concepción y al conocimiento.”[123] Habiendo sobrepasado los engaños de su ego anteriormente autoafirmativo, autodefensivo, preocupado por sí mismo, él siente afuera y adentro el mismo reposo. Lo que observa hacia afuera es el aspecto visual del inmenso vacío que trasciende al pensamiento sobre el cual cabalgan sus propias experiencias del ego, la forma, las percepciones, la palabra, las concepciones y el conocimiento. Y se siente lleno de compasión por los seres aterrorizados de sí mismos que viven en temor de su propia pesadilla. Se levanta, vuelve a ellos y con ellos habita como un centro sin ego, a través del cual el principio del vacío se manifiesta en su propia simplicidad. Éste es el gran “acto de compasión”, por medio del cual se revela una verdad: la de que en el entendimiento de aquel en quien ha muerto el Fuego Triple del Deseo, la Hostilidad y el Engaño, este mundo es el Nirvana. “Olas de dones” salen de ese ser para la liberación de todos nosotros. “Esta vida mundana de nosotros es una actividad del Nirvana mismo y no existe entre ambos ni la más ligera distinción.”[124]

De manera que puede decirse que la meta terapéutica moderna de la curación de regreso a la vida se obtiene, después de todo, a través de la antigua disciplina religiosa; sólo que el círculo seguido por el Bodhisattva es un círculo grande; y el apartamiento del mundo se ve no como una falla sino como el primer paso en ese doble camino que lleva a la curva más remota en el cual la iluminación ha de ganarse acerca del profundo vacío del universo que nos rodea. Este ideal es bien conocido también en el hinduísmo: aquel que ha sido libertado en vida (jivan mukta), desprovisto de deseos, compasivo y sabio, “con el corazón concentrado por el yoga, que considera todas las cosas de la misma manera, se ve a sí mismo en todos los seres y a todos los seres en sí mismo. De cualquier manera que lleve su vida, ese hombre vive en Dios”.[125]

Se cuenta la historia de un estudioso de Confucio que buscaba al vigésimo octavo patriarca budista, Bodhidharma, “para pacificar su alma”. Bodhidharma replicó: “Muéstramela y la pacificaré.” El hombre replicó: “Ése es mi problema, no la encuentro.” Bodhidharma dijo: “Tu deseo se ha concedido.” El hombre comprendió y partió en paz.[126]

Aquellos que saben no sólo que el Eterno vive en ellos, sino que lo que son verdaderamente ellos y todas las cosas es el Eterno, habitan en los sotos de los árboles que colman los deseos, beben el líquido de la inmortalidad y escuchan en todas partes la música silenciosa de la eterna armonía. Éstos son los inmortales. Los pintores de paisajes taoístas en China y en Japón describen en forma suprema lo celestial de este estado terrestre. Los cuatro animales benévolos, el fénix, el unicornio, la tortuga y el dragón, viven en los jardines de sauces, los bambúes y los ciruelos y entre la niebla de las montañas sagradas, cerca de las esferas divinas. Los sabios, de ásperos cuerpos pero de espíritus eternamente jóvenes, meditan en las montañas o viajan sobre las mareas inmortales montados en animales extraños y simbólicos, o tienen conversaciones deliciosas junto a las tazas de té al sonido de la flauta de Lan Ts’ai-ho.

La señora del paraíso terrenal de los chinos inmortales es la diosa de las hadas Hsi Wang Mu, “La Madre Dorada de la Tortuga”. Vive en un palacio sobre la montaña K’unlun, rodeada de flores fragantes, de murallas de joyas, y del muro de su jardín, que es de oro.[127] Está formada de la quintaesencia pura del aire del oeste. Los huéspedes que recibe en su periódica “Fiesta de los Duraznos” (que se celebra cuando los duraznos maduran, una vez cada seiscientos años) son servidos por las graciosas hijas de la Madre Dorada, en las glorietas y pabellones que rodean el Lago de las Gemas. Las aguas brotan de una fuente encantada. Se sirven médula de fénix, hígado de dragón y otras carnes; los duraznos y el vino dan la inmortalidad. Se escucha la música de invisibles instrumentos y canciones que no nacen de labios mortales, y las danzas de las damiselas visibles son las manifestaciones de júbilo de la eternidad en el tiempo.[128]

Las ceremonias del té en el Japón están concebidas dentro del espíritu taoísta del paraíso terrenal. La sala de té, llamada “residencia de la fantasía”, es una estructura efímera construida para encerrar un momento de intuición poética. Llamada también “residencia del vacío”, está desprovista de ornamentos. En forma temporal contiene un solo cuadro o un arreglo floral. La casa de té es llamada “residencia de lo asimétrico”: lo asimétrico sugiere movimiento; lo que intencionadamente no se ha terminado hace un vacío en el cual la imaginación del que lo contempla puede volcarse.

El invitado se aproxima por una vereda del jardín y debe inclinarse para pasar por la entrada, que es baja. Hace una reverencia al cuadro o al arreglo de flores, a la tetera que canta, y toma su lugar en el suelo. El objeto más sencillo, enmarcado en la controlada sencillez de la casa de té, sobresale con una misteriosa belleza; su silencio abarca el secreto de la existencia temporal. A cada huésped se le permite completar esa experiencia en relación consigo mismo. Los presentes contemplan así el universo en miniatura y llegan al conocimiento de su escondida relación con los inmortales.

Los grandes maestros del té se ocupaban de hacer del asombro divino un momento experimentado: fuera de la casa de té la influencia pasó al hogar y del hogar destiló a la nación entera.[129] Durante el largo y pacífico período Tokugawa (1603-1868), antes de la llegada del comodoro Perry en 1854, la estructura de la vida japonesa estaba tan imbuida de formalidades significativas, que la existencia, hasta en su más mínimo detalle, era una expresión consciente de la eternidad; el paisaje mismo era un santuario. En forma similar, en el Oriente, en el mundo antiguo y en las Américas precolombinas, la sociedad y la naturaleza representaban para la mente lo inexpresable. “Las plantas, las rocas, el fuego y el agua: todo está vivo. Nos observan y ven nuestras necesidades. Ven el momento en que nada nos protege —declara un viejo apache narrador de leyendas— y en ese momento se revelan y hablan con nosotros”.[130] Esto es lo que los budistas llaman “el sermón de lo inanimado”.

Cierto asceta hindú que se echó a descansar cerca del sagrado Ganges, colocó los pies sobre un símbolo de Shiva (un “lingam”, una vulva y un falo combinados que simbolizan la unión del Dios con su Esposa). Un sacerdote que pasaba vio al hombre y le hizo este reproche: “¿Cómo te atreves a profanar este símbolo de Dios poniendo los pies sobre él?”, preguntó el sacerdote; el asceta replicó: “Buen señor, lo siento. ¿Me harías el favor de tomar mis pies y colocarlos donde no se halle el lingam sagrado?” El sacerdote tomó los tobillos del asceta y los movió hacia la derecha, pero tan pronto los hubo dejado en el suelo, un falo brotó de él y los pies quedaron como antes. Los movió de nuevo y otro falo los recibió. “Ah, ya veo”, dijo el sacerdote con humildad, hizo una reverencia al santo que descansaba y siguió su camino.

La tercera maravilla del mito del Bodhisattva es que la primera maravilla (o sea, la forma bisexual) es el símbolo de la segunda (la identidad de la eternidad y del tiempo). Porque en el lenguaje de las figuras divinas, el mundo del tiempo es el vientre de la gran madre. Por lo tanto la vida, engendrada por el padre, está compuesta de la oscuridad de ella y de la luz de él.[131] Somos concebidos en ella y vivimos apartados del padre, pero cuando pasamos del vientre del tiempo a la muerte (que es nuestro nacimiento a la eternidad) quedamos en las manos de él. Los sabios comprenden que, aun dentro de este vientre, han venido del padre y regresan a él: pero los más sabios saben que ella y él son en sustancia uno.

Éste es el significado de esas imágenes tibetanas de la unión de los Buddhas y de los Bodhisattvas con sus propios aspectos femeninos, unión que ha parecido tan indecente a tantos críticos cristianos. De acuerdo con una de las maneras tradicionales de considerar a estos soportes de la meditación, la forma femenina (yum, en tibetano) ha de comprenderse como el tiempo, y el varón (yab) como la eternidad. La unión de los dos engendra el mundo, en el cual todas las cosas son eternas y temporales al mismo tiempo, creadas a la imagen de este Dios masculino-femenino, que se conoce a sí mismo. El iniciado, por medio de la meditación, es llevado al recuerdo de esta Forma de formas (yab-yum) dentro de sí mismo. O bien, por otra parte, la forma masculina puede entenderse como el símbolo del principio iniciador, el método, y en ese caso la forma femenina implica la finalidad a la que lleva la iniciación. Pero esta finalidad es el Nirvana (eternidad). Y es por ello por lo que el macho y la hembra han de verse, alternativamente, como el tiempo y la eternidad. O sea que los dos son el mismo, que cada uno es ambos, y que la forma dual (yab-ywn) es sólo un efecto de la ilusión que, sin embargo, no es diferente de la iluminación.[132]

Ésta es la declaración suprema de la gran paradoja con la cual desaparece la pared de las parejas de contrarios y el candidato es admitido a la visión de Dios quien, cuando creó el hombre a su imagen, lo creó a la vez femenino y masculino. La mano derecha del varón sostiene un rayo, que es la contraparte de sí mismo, mientras que en la izquierda sostiene una campana, que simboliza a la diosa. El rayo es al mismo tiempo el método y la eternidad y la campana es “la mente iluminada”; el sonido que produce es el hermoso sonido de la eternidad que escuchan las mentes puras a través de la creación y, por lo tanto, dentro de sí mismas.[133]

Precisamente se hace sonar esa misma campana en la Misa cristiana en el momento en que Dios, por medio de la fuerza de las palabras de la consagración, desciende al pan y al vino. Y las palabras cristianas son las mismas en su significado: Et Verbum caro factum est,[134] “la Joya está en el Loto”; Om moni padme hum.[135]