El matrimonio místico con la reina diosa del mundo representa el dominio total de la vida por el héroe; porque la mujer es la vida y el héroe es su conocedor y dueño. Las pruebas que sufre el héroe, preliminares a sus últimas experiencias y hechos, son el símbolo de esas crisis de realización por medio de las cuales su conciencia se amplifica y se capacita para resistir la posesión completa de la madre destructora, su inevitable desposada. De esa manera sabe que él y el padre son uno solo: él ocupa el lugar del padre.
Así expresado, en los términos más extremos, el problema puede parecer alejado de los asuntos de las creaturas humanas normales. Sin embargo, cada fracaso para enfrentarse a una situación vital debe ser referido, finalmente, a una restricción de la conciencia. Las guerras y los arranques de cólera son los recursos de la ignorancia; los arrepentimientos y las iluminaciones que llegan demasiado tarde. El contenido del mito ubicuo del camino del héroe es el de que ha de servir como modelo general a los hombres y a las mujeres, en cualquier punto de la escala en que se encuentren. Por lo tanto, está formulado en los términos más amplios. La función del individuo es descubrir su propia posición con referencia a esta fórmula humana general y permitir que lo ayude a traspasar los muros, que lo reprimen. ¿Quiénes son y dónde están sus ogros? Ésas son las reflexiones de los enigmas no resueltos de su propia humanidad. ¿Cuáles son sus ideales? Tales son los síntomas de su aferrarse a la vida.
En la oficina del psicoanalista moderno las etapas de la aventura del héroe salen a la luz de nuevo en los sueños y alucinaciones del paciente. Desaparece una profundidad tras otra de las ignorancias de sí mismo, con el analista representando el papel del ayudante, del sacerdote iniciador. Y siempre, después de las primeras emociones de la iniciación del camino, la aventura se convierte en una jornada de oscuridad, horror, repugnancia y temores fantasmagóricos.
El eje de la curiosa dificultad se encuentra en el hecho de que nuestros puntos de vista conscientes de lo que la vida debería ser, pocas veces corresponden a lo que la vida realmente es. Generalmente nos rehusamos a admitir dentro de nosotros mismos o dentro de nuestros amigos la plenitud de esa fiebre incitante, protegida en sí misma, maloliente, carnívora y lasciva que es la verdadera naturaleza de la célula orgánica. Más bien tendemos a perfumar, a blanquear y a reinterpretar imaginando mientras tanto que todas las moscas en el ungüento y todos los pelos en la sopa son los errores de algún otro ser, bien desagradable.
Pero cuando repentinamente se nos revela o se impone ante nuestra atención que cada una de las cosas que pensamos o hacemos participar necesariamente del olor de la carne, entonces no es poco común que se experimente un momento de repulsión: la vida, los actos de la vida, los órganos de la vida, la mujer en particular como el gran símbolo de la vida, se vuelven intolerables para la extremada pureza del alma. “¡Oh, que esta sólida, demasiado sólida carne pudiera derretirse, deshacerse y disolverse en rocío! ¡O qué no hubiese fijado el Eterno su ley contra el suicidio! ¡Oh, Dios! ¡Dios!” Así exclama el gran heraldo de este momento, Hamlet. Y agrega: “¡Qué fastidiosas, rancias, vanas e inútiles me parecen las prácticas todas de este mundo! ¡Vergüenza de ello! ¡Ah! ¡Vergüenza! Es un jardín de malas hierbas sin escardar, que crece para semilla; productos de naturaleza grosera y amarga lo ocupan únicamente… ¡Que se haya llegado a esto!”[38]
El inocente deleite de Edipo después de haber poseído a la reina por primera vez, se convierte en agonía de espíritu cuando descubre quién es ella. Como a Hamlet, lo persigue la imagen moral de su padre. Como Hamlet, se vuelve de las bellas formas del mundo para buscar la oscuridad de un reino más alto que éste poblado por el incesto y el adulterio de la madre lujuriosa e incorregible. El que busca la vida detrás de la vida debe ir más allá de ella, sobrepasar las tentaciones de su llamada y tender al éter inmaculado que ella esconde.
…voz profunda
del dios que repetía: “Edipo, Edipo,
¿qué tardamos en ir?, ¡ya mucho tiempo
retrasándote estás!”…[39]
Cuando este rechazo Edipo-Hamlet permanece para acosar al alma, el mundo, el cuerpo y la mujer sobre todo se convierten en los símbolos ya no de la victoria sino de la derrota. Un sistema ético monásticopuritano, negador del mundo transfigura inmediatamente todas las imágenes del mito. Ya no puede el héroe descansar inocentemente con la diosa de la carne; porque ella se ha convertido en la reina del pecado.
“En tanto que el hombre conserve algún afecto por este cuerpo que es como un cadáver —escribe el monje hindú Shankaracharya—, es impuro y sufre de sus enemigos, así como del nacimiento, la enfermedad y la muerte; pero cuando se piensa como un ser puro, como la esencia de Dios y lo Inamovible, se vuelve libre… Alejad de vosotros esta limitación del cuerpo que es inerte y sucio por naturaleza. No penséis más en ella. Porque una cosa que ha sido vomitada (como vosotros vomitaréis vuestro cuerpo) sólo puede excitar repugnancia cuando se la recuerda.”[40]
Éste es un punto de vista familiar al Occidente, por las vidas y escritos de los santos.
“Cuando San Pedro observó que su hija Petronila era tan hermosa, obtuvo de Dios el favor de que ella enfermara de una fiebre. Un día en que sus discípulos estaban cerca de él, Tito le dijo: ‘Tú curas todas las enfermedades, ¿por qué no haces que Petronila se levante de su lecho?’ Y Pedro le contestó: ‘Porque estoy satisfecho con su condición.’ Esto no significaba que no tuviera el poder de curarla, porque inmediatamente le dijo: ‘Levántate Petronila y apresúrate a servirnos.’ La muchacha, curada, se levantó y vino a servirlos. Pero cuando hubo terminado, su padre le dijo: ‘Petronila, vuelve a tu lecho.’ Ella regresó y de nuevo sufrió la fiebre. Más tarde, cuando ella comenzó a perfeccionarse en su amor por Dios, su padre la volvió a la perfecta salud.
En aquel tiempo, un noble caballero llamado Flaco, deslumbrado por su belleza, vino a pedir su mano. Ella contestó: ‘Si deseas casarte conmigo, manda un grupo de doncellas para conducirme a tu hogar’, pero cuando éstas hubieron llegado, Petronila se dedicó al ayuno y a la plegaria. Después de haber recibido la comunión, cayó en cama, y luego de tres días, entregó su alma a Dios.”[41]
“Cuando era niño, San Bernardo de Claraval sufría de dolores de cabeza. Una joven vino a visitarlo un día, para calmar sus sufrimientos con canciones. Pero el niño, indignado, la envió fuera del cuarto. Dios lo recompensó por su celo, pues se levantó del lecho inmediatamente; ya estaba curado.
El viejo enemigo del hombre, habiendo percibido que el pequeño Bernardo era de disposición tan íntegra, se dedicó a poner trampas a su castidad. Cuando el niño, sin embargo, instigado por el diablo, permaneció un día mirando por algún tiempo a una dama, se ruborizó repentinamente y se introdujo en el agua helada de una fuente como penitencia, hasta que se helaron sus huesos. Otra vez, cuando dormía, vino a su lecho una joven desnuda. Bernardo, al enterarse de su presencia, cedió en silencio la parte de la cama en que yacía y moviéndose hasta el otro lado volvió a dormirse. Habiéndolo tocado y acariciado por algún tiempo, la infeliz muchacha se sintió tan avergonzada, a pesar de su desvergüenza, que se levantó y huyó a toda prisa, llena de horror de sí misma y de admiración por el joven.
Otra vez, cuando Bernardo con algunos amigos había aceptado la hospitalidad del hogar de cierta rica dama, ella, observando su belleza, fue arrebatada por la pasión de dormir con él. Se levantó esa noche de su cama y vino a colocarse al lado de su huésped. Pero él, tan pronto sintió a alguien cerca, empezó a gritar: ‘¡Ladrón! ¡Ladrón!’ Inmediatamente la mujer huyó, todos en la casa despertaron, encendieron linternas, y todos empezaron a buscar al malhechor. Pero como a nadie se encontró, todos volvieron a sus camas y a dormirse, con la sola excepción de esta dama, que, incapaz de cerrar los ojos, de nuevo se levantó y se deslizó en el lecho de su huésped. Bernardo empezó a gritar: ’¡Ladrón!’, y de nuevo la alarma y las investigaciones. Después de aquello, se expuso la dama por tercera vez a ser humillada de la misma manera; de modo que finalmente abandonó su malvado proyecto, ya por temor o por desaliento. Al día siguiente, los compañeros de Bernardo le preguntaron en el camino por qué tenía tantos sueños con ladrones. Y él les contestó: ‘En verdad tuve que rechazar los ataques de un ladrón, porque mi anfitriona trataba de robarme un gran tesoro, y de haberlo perdido, nunca hubiera podido recobrarlo.’
Todo esto convenció a Bernardo de que era cosa riesgosa vivir cerca de la serpiente. Por lo cual decidió abandonar el mundo y entrar en la orden monástica de los cistercienses.”[42]
Ni siquiera los muros de los monasterios, ni la lejanía de los desiertos, pueden proteger contra las presencias femeninas. Porque en tanto que la carne del ermitaño se aferre a sus huesos y se sienta tibia, las imágenes de la vida están alerta para trastornar su mente. San Antonio, cuando practicaba sus austeridades en la Tebaida Egipcia, era perturbado por alucinaciones voluptuosas perpetradas por demonios femeninos atraídos por su soledad magnética. Apariciones de este orden, con flancos de atracción irresistible y pechos que anhelan caricias, son conocidas a todos los ermitaños de la historia. “Ah!, bel ermite! bel ermite!… Si tu posais ton doigt sur mon épaule, ce serait comme une traînée de feu dans tes veines. La possession de la moindre place de mon corps t’emplira d’une joie plus véhémente que la conquete d’un empire. Avance tes lèvres…”[43]
Escribe Cotton Mather, de Nueva Inglaterra, “El Desierto que atravesamos para llegar a la Tierra Prometida está todo lleno de feroces serpientes aladas. Pero, bendito sea Dios, ninguna de ellas se ha aferrado a nosotros hasta el punto de confundirnos totalmente. Nuestro camino al cielo pasa entre las Guaridas de los Leones y las Montañas de los Leopardos; hay increíbles manadas de demonios a nuestro paso… Somos pobres viajeros en un mundo que es tanto el Campo del Diablo como la Cárcel del Diablo; un mundo en donde el Diablo ha acampado en cada rincón con Bandas de Ladrones, para atacar a todos aquellos que tienen los rostros vueltos hacia Sión.”[44]