Una vez atravesado el umbral, el héroe se mueve en un paisaje de sueño poblado de formas curiosamente fluidas y ambiguas, en donde debe pasar por una serie de pruebas. Ésta es la fase favorita de la aventura mítica. Ha producido una literatura mundial de pruebas y experiencias milagrosas. El héroe es solapadamente ayudado por el consejo, los amuletos y los agentes secretos del ayudante sobrenatural que encontró antes de su entrada a esta región. O pudiera ser que por primera vez descubra aquí la existencia de la fuerza benigna que ha de sostenerlo en este paso sobrehumano.
Uno de los ejemplos más encantadores y mejor conocidos es el de las “tareas difíciles” que Psique tuvo que desarrollar para recobrar a su perdido amante, Cupido.[1] Aquí los papeles principales están invertidos: en vez de que el amante trate de ganar a su desposada, la desposada trata de ganar al amante, y en vez de que un padre cruel retenga a su hija, es la madre celosa, Venus, quien esconde a su hijo, Cupido, de su amada. Cuando Psique se presentó suplicante ante Venus, la diosa la tomó violentamente por los cabellos y le estrelló la cabeza en el suelo, luego tomó una gran cantidad de trigo, cebada, mijo, semillas de adormidera, guisantes, lentejas y frijoles, los mezcló y ordenó a la joven que los separara antes del anochecer. Psique recibió la ayuda de un ejército de hormigas. Venus le dijo después que cortara la lana de oro de cierto peligroso ganado salvaje, de cuerno agudo y mordedura venenosa, que habitaba en un valle inaccesible dentro de un bosque peligroso. Pero una caña verde la instruyó acerca de cómo recoger de las cañas del valle los mechones de oro que dejaba el ganado a su paso. La diosa le pidió después una botella de agua de una fuente helada que estaba en una roca alta como una torre y cuidada por dragones insomnes. Un águila se acercó y llevó a cabo la maravillosa hazaña. Finalmente se le ordenó a Psique que trajera del abismo del mundo subterráneo una caja llena de la belleza sobrenatural. Una alta torre le dijo cómo bajar a ese mundo, le dio dinero para Caronte y comida para el Cancerbero y la puso en camino.
El viaje de Psique al mundo subterráneo es una de las innumerables aventuras iguales que emprendieron los héroes del cuento de hadas y del mito. Entre las más peligrosas están las de los shamanes de los pueblos que viven más al norte (lapones, siberianos, esquimales y ciertas tribus indias americanas) cuando van a buscar o a recobrar las almas perdidas o desviadas de los enfermos. El shamán de los siberianos se viste para la aventura con un atavío mágico que representa un pájaro o un reno, el principio de la sombra del mismo shamán, la forma de su alma. Su tambor es un animal, su águila, reno o caballo; se dice que vuela o cabalga en él. El bastón que lleva es otro de sus ayudantes. Y lo ayuda una multitud de familiares invisibles.
Un antiguo viajero que se aventuró entre los lapones nos ha dejado una descripción vívida de la terrorífica acción de uno de estos extraños emisarios del reino de la muerte.[2] Ya que el otro mundo es el lugar de la noche eterna, el ceremonial del shamán debe tener lugar después del anochecer. Los amigos y vecinos se reúnen en la choza sombría y débilmente alumbrada del paciente y siguen atentamente las gesticulaciones del hechicero. Primero conjura a los espíritus ayudantes; éstos llegan, invisibles para todos menos para él. Dos mujeres, vestidas para el ceremonial pero sin cinturones y llevando tocas de lino, un hombre sin toca y sin cinturón, y una joven no adulta, son sus asistentes. El shamán se descubre la cabeza, se suelta el cinturón y los cordones de los zapatos; se cubre la cara con las manos y empieza a girar en variados círculos. Repentinamente, con gestos muy violentos, grita: “¡Equipad al reno! ¡Listo para embarcarse!” Toma un hacha y empieza a golpearse con ella cerca de las rodillas y la mueve en dirección a las tres mujeres. Saca del fuego leños ardiendo con sus manos desnudas, pasa tres veces alrededor de cada una de las mujeres y finalmente cae, “como un muerto”. Durante todo ese tiempo a nadie se le permite tocarlo. Mientras reposa en trance, debe ser vigilado tan estrechamente que ni una mosca debe posarse encima de él. Su espíritu ha partido y ve las montañas sagradas, con los dioses que las habitan. Las mujeres que lo atienden cuchichean una con la otra tratando de adivinar en qué parte del otro mundo se encuentra ahora.[3] Si mencionan la montaña en que se encuentra, el shamán mueve una mano o un pie. Por fin empieza a volver en sí. Con voz baja y débil dice las palabras que ha escuchado en el otro mundo. Las mujeres empiezan a cantar. El shamán despierta lentamente, declarando la causa de la enfermedad y la forma de sacrificio que debe hacerse. Entonces anuncia la cantidad de tiempo que tomará el paciente para sanar.
“En su laboriosa jornada —dice otro observador—, el shamán tiene que encontrar y que vencer cierto número de obstáculos diferentes (pudak) que no son siempre fáciles de superar. Después de haber avanzado por bosques oscuros y ásperas masas de montañas, en donde de vez en cuando encuentra los huesos de otros shamanes y de los animales en que han montado y que se supone han muerto en el camino, llega a una abertura en el suelo. Los estados más difíciles de la aventura empiezan ahora, cuando las profundidades del mundo subterráneo y sus manifestaciones extraordinarias se abren ante él… Después de haber tranquilizado a los guardianes del reino de los muertos y de haber pasado sus numerosos peligros, llega al fin ante el Señor del Otro Mundo, Erlik en persona. Los últimos ataques al shamán son horriblemente difíciles, pero si él es suficientemente hábil puede calmar a los monstruos con promesas de lujosas ofrendas. Este momento del diálogo con Erlik es la crisis del ceremonial. El shamán pasa al éxtasis.”[4]
“En cada tribu primitiva —escribe el Dr. Géza Róheim— encontramos que el curandero es el centro de la sociedad y es fácil demostrar que este hombre es un neurótico o un psicótico o cuando menos que su arte está basado en los mismos mecanismos que una neurosis o una psicosis. Los grupos humanos son movidos por sus ideas de grupo, y éstas siempre están basadas en la situación infantil.”[5] “La situación de infancia es modificada o invertida por el proceso de la madurez modificado de nuevo por el necesario ajuste a la realidad, pero sigue existiendo y aporta esas invisibles ligas de la libido sin las cuales no puede existir ningún grupo humano.”[6] Los curanderos, por lo tanto, hacen visibles y públicos los sistemas de fantasía simbólica que están presentes en la psique de cada miembro adulto de su sociedad. “Son los jefes de este juego infantil y los conductores iluminados de la angustia común. Ellos luchan con los demonios para que los otros puedan alcanzar la presa y en general luchar con la realidad.”[7]
Y así sucede que si alguien, en cualquier sociedad, escoge para sí la peligrosa jornada a la oscuridad y desciende, intencionalmente o no, a las torcidas curvas de su propio laberinto espiritual, pronto se encuentra en un paisaje de figuras simbólicas (cualquiera de ellas puede tragarlo), que es no menos maravilloso que el salvaje mundo siberiano del pudak y las montañas sagradas. En el vocabulario de los místicos, ésta es la segunda etapa del Camino, la de “purificación del yo”, cuando los sentidos están “humillados y limpios”, y las energías e intereses “concentrados en cosas trascendentales”;[8] o en un vocabulario más moderno: éste es el proceso de disolución, de trascendencia, o de trasmutación de las imágenes infantiles de nuestro pasado personal. En nuestros sueños encontramos todavía los eternos peligros, las quimeras, las pruebas, los ayudantes secretos y las figuras instructoras, y en sus formas podemos ver reflejado no sólo el cuadro de nuestro presente caso sino también la clave de lo que debemos hacer para salvarnos.
“Estaba frente a una cueva oscura y quería entrar —fue el sueño de un paciente al empezar su análisis—, y temblaba al pensar que pudiera no hallar el camino de regreso.”[9] “Vi una bestia detrás de otra —escribió Emanuel Swedenborg en su libro de sueños, en la noche del 19 de octubre de 1744—, abrían sus alas y eran dragones. Yo volaba sobre ellos, pero uno de ellos me sostenía.”[10] El dramaturgo Friedrich Hebbel escribió, un siglo después (13 de abril de 1844): “En mi sueño, era arrastrado con gran fuerza por encima del mar; había abismos aterradores, y aquí y allá, una roca en la que era posible sostenerse.”[11] Temístocles soñó que una serpiente se le enredaba al cuerpo, luego se le subía al cuello y cuando llegaba a su rostro, se convertía en un águila que lo tomaba con sus garras y se lo llevaba, volaba una distancia larga y lo ponía en el báculo de un heraldo dorado que aparecía repentinamente; se sintió tan a salvo que perdió en seguida su gran angustia y temor.[12]
Las dificultades psicológicas específicas del individuo que sueña son reveladas con una fuerza y una simplicidad conmovedoras:
“Tuve que subir a una montaña. Había toda clase de obstáculos en el camino. Tuve que brincar sobre una zanja, pasar sobre una cerca, y finalmente me quedé quieto porque había perdido el aliento.” Éste es el sueño de un tartamudo.[13]
“Estaba junto a un lago que aparentaba completa quietud, una tempestad vino de pronto y se levantaron altas olas, de modo que mi cara quedó toda salpicada de agua”; éste es el sueño de una joven que temía ruborizarse (ereutofobia) y cuyo rostro, cuando se sonrojaba, se humedecía de sudor.[14]
“Estaba siguiendo a una muchacha que caminaba delante de mí, por una calle oscura. Podía verla sólo por detrás y admiraba su bella figura. Un poderoso deseo se apoderó de mí y empecé a correr detrás de ella. Repentinamente una viga, como disparada por un resorte, atravesó la calle y me impidió el paso. Cuando desperté, el corazón me latía fuertemente.” El paciente era un homosexual, la viga que se atravesó, un símbolo fálico.[15]
“Me subí a un coche, pero no sabía manejar. Un hombre que se sentó detrás de mí me dio instrucciones. Finalmente todo iba bien y llegamos a una plaza donde esperaba un grupo de mujeres. La madre de mi prometida me recibió con gran júbilo.” El hombre era impotente, pero había encontrado un instructor en el psicoanalista.[16]
“Una piedra había roto mi parabrisas. Ahora estaba abierta a la tempestad y a la lluvia. Se me llenaron los ojos de lágrimas. ¿Podría llegar a mi destino en ese coche?” La que soñaba era una joven que había perdido su virginidad y no podía dejar de tomarlo en cuenta.[17]
“Vi la mitad de un caballo que yacía en el suelo. Tenía una sola ala y trataba de levantarse, pero no podía.” El paciente era un poeta que tenía que ganar su pan de cada día trabajando como periodista.[18]
“Un niño me mordía.” El paciente que soñaba sufría de infantilismo psicosexual.[19]
“Estaba encerrado con mi hermano en un cuarto oscuro. Él tenía en la mano un gran cuchillo y yo le tenía miedo. ‘Me vas a volver loco y me mandarás al manicomio’, le dije. Se rió, con malicioso placer y contestó: ‘Siempre estarás atrapado conmigo. Estamos unidos con una cadena.’ Me miré las piernas y vi por primera vez una gruesa cadena de hierro que nos unía a mi hermano y a mí.” El hermano, comenta el Dr. Stekel, era la enfermedad del paciente.[20]
“Voy a pasar un puente muy angosto —sueña una joven de dieciséis años—. Repentinamente se rompe bajo mi peso y yo caigo en el agua. Un policía se echa detrás de mí y me trae con sus fuertes brazos, a la orilla. De repente me parece que soy un cuerpo muerto. El oficial también es muy pálido, como un cadáver.”[21]
“La persona que sueña está absolutamente abandonada y sola en el profundo agujero de un sótano. Las paredes de su cuarto van volviéndose cada vez más estrechas, hasta que ya no puede moverse.” En esta imagen están combinadas las ideas del vientre materno, de la prisión, de la celda y de la tumba.[22]
“Sueño que tengo que atravesar unos corredores interminables. Luego permanezco por largo tiempo en un cuartito que se parece a las bañeras de los baños públicos. Después me obligan a dejarlo, y tengo que atravesar un pasillo húmedo y resbaladizo, hasta que llego a una pequeña puerta enrejada por donde salgo. Me siento como quien acaba de nacer y pienso: ‘Esto significa para mí un renacimiento espiritual, logrado por medio de mi análisis.’”[23]
No cabe la menor duda de que los peligros psicológicos, a través de los cuales eran guiadas las generaciones anteriores por medio de los símbolos y ejercicios espirituales de su herencia mitológica y religiosa, ahora (si no somos creyentes o, si lo somos, en la medida en que nuestras creencias heredadas no representan los problemas reales de la vida contemporánea) debemos enfrentarlos solos, o en el mejor de los casos con una tentativa, impromptu, y a menudo sin una guía efectiva. Éste es nuestro problema como individuos modernos, “ilustrados”, para quienes todos los dioses y los demonios han sido racionalizados como inexistentes.[24] Sin embargo, en la multitud de mitos y leyendas que se han conservado o reunido de diferentes partes de la Tierra, podemos ver delineado algo de nuestro tránsito todavía humano. Para saberlo y beneficiarse con ello, sin embargo, debe el hombre someterse de alguna manera a la purgación y a la renuncia. Y eso es parte de nuestro problema: cómo hacerlo. “¿O creéis que entraréis en el alchenna, y no os llegó el ejemplo de los que pasaron antes que vosotros, a los que cogió el mal y el daño, y se tambalearon…?”[25]
La narración más antigua que se conoce del paso por las puertas de la metamorfosis es el mito sumerio del descenso de la diosa Inanna al mundo inferior
Desde la “gran altura” ella dirigió su pensamiento
a la “gran profundidad”,
La diosa, desde la “gran altura” dirigió su pensamiento
a la “gran profundidad”,
Inanna, desde la “gran altura” dirigió su pensamiento
a la “gran profundidad”.
Mi señora abandonó el cielo, abandonó la tierra,
descendió al mundo inferior,
Inanna abandonó el cielo, abandonó la tierra,
al mundo inferior descendió.
Abandonó el dominio, abandonó el señorío,
al mundo inferior descendió.
Se adornó con vestiduras y joyas reales. Ató a su cinturón los siete divinos decretos. Estaba preparada para entrar a “la tierra de donde no se vuelve”, el mundo inferior de la muerte y de la oscuridad, gobernado por su hermana y enemiga la diosa Ereshkigal. Temerosa de que su hermana la matara, Inanna instruyó a Ninshubur, su mensajero, para que fuera al cielo y alzara un clamor y hablara por ella en el salón de asamblea de los dioses si después de tres días no regresaba.
Inanna descendió. Se aproximó al templo de lapislázuli y en la puerta encontró al jefe guardián quien le preguntó quién era y por qué había venido. “Soy la reina del cielo, el lugar donde sale el sol”, contestó. “Si eres la reina del cielo —dijo él—, el lugar donde sale el sol, ¿por qué has venido a la tierra de donde no se vuelve? Al camino de donde los viajeros no regresan ¿cómo ha podido guiarte tu corazón?” Inanna declaró que había venido a asistir a los ritos funerarios del esposo de su hermana, el señor Gugalanna; por lo cual Neti, el guardián, le dijo que esperara mientras él iba a avisar a Ereshkigal. Neti recibió instrucciones de abrir las siete puertas a la reina del cielo, y de actuar conforme la costumbre quitándole en cada puerta una parte de su atavío.
Y le dijo a Inanna, la pura:
“Ven, Inanna, entra.”
Cuando pasó por la primera puerta
la shugurra, “corona de la sencillez”,
le fue quitada de la cabeza.
“Dime ¿qué es esto?”
“Extraordinariamente, oh Inanna, han sido
perfeccionados los decretos del mundo inferior,
oh Inanna, no investigues los ritos
del mundo inferior.”
Cuando pasó por la segunda puerta,
le fue quitado el cetro de lapislázuli.
“Dime ¿qué es esto?”
“Extraordinariamente, oh Inanna, han sido
perfeccionados los decretos del mundo inferior,
oh Inanna, no investigues los ritos
del mundo inferior.”
Cuando pasó por la tercera puerta,
le fueron quitadas del cuello las cuentas de lapislázuli.
“Dime ¿qué es esto?”
“Extraordinariamente, oh Inanna, han sido
perfeccionados los decretos del mundo inferior,
oh Inanna, no investigues los ritos
del mundo inferior.”
Cuando pasó por la cuarta puerta
le fueron quitadas las piedras brillantes de su pecho.
“Dime, ¿qué es esto?”
“Extraordinariamente, oh Inanna, han sido
perfeccionados los decretos del mundo inferior,
oh Inanna, no investigues los ritos
del mundo inferior.”
Cuando pasó por la quinta puerta
le fue quitado el anillo de oro de su mano.
“Dime, ¿qué es esto?”
“Extraordinariamente, oh Inanna, han sido
perfeccionados los decretos del mundo inferior,
oh Inanna, no investigues los ritos
del mundo inferior.”
Cuando pasó por la sexta puerta
el pectoral le fue quitado de su pecho.
“Dime, ¿qué es esto?”
“Extraordinariamente, oh Inanna, han sido
perfeccionados los decretos del mundo inferior,
oh Inanna, no investigues los ritos
del mundo inferior.”
Al pasar por la séptima puerta
todos los atavíos de señorío de su cuerpo
fueron quitados.
“Dime, ¿qué es esto?”
“Extraordinariamente, oh Inanna, han sido
perfeccionados los decretos del mundo inferior,
oh Inanna, no investigues los ritos
del mundo inferior.”
Desnuda, fue llevada ante el trono. Hizo una profunda inclinación. Los siete jueces del mundo inferior, los Anunnaki, estaban sentados ante el trono de Ereshkigal y clavaron sus ojos sobre Inanna, los ojos de la muerte.
A su palabra, la palabra que tortura el espíritu,
la mujer enferma se convirtió en cadáver
y el cadáver fue colgado de una estaca.[26]
Inanna y Ereshkigal, las dos hermanas, luz y oscuridad, respectivamente, representan juntas, de acuerdo con la antigua forma de simbolismo, una sola diosa con dos aspectos y su confrontación comprendía el sentido íntegro del difícil camino de las pruebas. El héroe, ya sea dios o diosa, hombre o mujer, la figura en el mito o la persona que sueña, descubre y asimila su opuesto (su propio ser insospechado) ya sea tragándoselo o siendo tragado por él. Una por una van rompiéndose las resistencias. El héroe debe hacer a un lado el orgullo, la virtud, la belleza y la vida e inclinarse o someterse a lo absolutamente intolerable. Entonces descubre que él y su opuesto no son diferentes especies, sino una sola carne.[27]
La prueba es una profundización del problema del primer umbral y la pregunta está todavía en tela de juicio: ¿Puede el ego exponerse a la muerte? Porque muchas cabezas tiene esta Hidra que nos rodea; si se corta una, aparecen dos más, a menos que un cáustico adecuado se aplique a la parte mutilada. La partida original a la tierra de las pruebas representa solamente el principio del sendero largo y verdaderamente peligroso de las conquistas iniciadoras y los momentos de iluminación. Habrá que matar los dragones y que traspasar sorprendentes barreras, una, otra y otra vez. Mientras tanto se registrará una multitud de victorias preliminares, de éxtasis pasajeros y reflejos momentáneos de la tierra maravillosa.