2. La negativa al llamado

A menudo en la vida actual y no poco frecuentemente en los mitos y cuentos populares, encontramos el triste caso de la llamada que no se responde; porque siempre es posible volver el oído a otros intereses. La llamada no atendida convierte la aventura en una negativa. Encerrado en el fastidio, en el trabajo duro, o en la “cultura”, el individuo pierde el poder de la significante acción afirmativa y se convierte en una víctima que debe ser salvada. Su mundo floreciente se convierte en un desierto de piedras resecas y su vida pierde todo significado, aun cuando, como el rey Minos, pueda tener éxito a través de un esfuerzo titánico en la formación de un imperio de renombre. Pero toda casa que construya será la casa de la muerte, un laberinto de paredes ciclópeas para esconder a su vista su propio Minotauro. Todo lo que puede hacer es crear nuevos problemas para sí mismo y esperar la aproximación gradual de su desintegración.

“Pues os he llamado y no habéis escuchado… También yo me reiré de vuestra ruina y me burlaré cuando venga sobre vosotros el terror; cuando sobrevenga como huracán el terror, y como torbellino os sorprenda la ruina, cuando sobrevenga la adversidad y la angustia… Porque ese desvío llevará a los simples a la muerte y la prosperidad de los necios los perderá.”[11]

Time Jesum transeuntem et non revertentem: “Teme el paso de Jesús, porque Él no vuelve.”[12]

Los mitos y cuentos populares de todo el mundo ponen en claro que la negativa es esencialmente una negativa a renunciar lo que cada quien considera como su propio interés. El futuro se ve no en los términos de una serie inevitable de muertes y nacimientos, sino como un sistema concreto de ideales, virtudes y finalidades de uno y como si se establecieran y se aseguraran ventajas. El rey Minos retuvo al toro divino cuando el sacrificio hubiera significado sumisión a la voluntad del dios de su sociedad; porque prefirió aquello que concibió era su provecho económico. Por eso fracasó en el papel vital que había asumido, ya hemos visto con qué terribles efectos. La divinidad misma se convirtió en objeto de su terror, porque obviamente, si uno es el dios de sí mismo, entonces Dios mismo, la voluntad de Dios, la fuerza que ha de destruir nuestro sistema egocéntrico, se convierte en un monstruo.

Huí de Él bajo las noches y los días,

Huí de Él bajo los arcos de los años;

Huí de Él por el dédalo

De mi propia mente; y en la niebla de lágrimas

Me oculté de Él, y bajo un fluir de risas.[13]

El individuo es hostigado, de día y de noche, por el ser divino que es la imagen del yo vivo dentro del laberinto cerrado de nuestra propia psique desorientada. Los senderos que llevan a las puertas se han perdido; no hay salida. El individuo sólo puede aferrarse a sí mismo furiosamente, como Satán, y estar en el infierno. O doblegarse, dejarse aniquilar por fin, en Dios.

¡Ah, el más tierno, el más ciego, el más débil!

Yo soy Él a quien has buscado;

Tomas de Ti el amor y a mí me tomas.[14]

La misma voz perturbadora y misteriosa iba a ser escuchada en la llamada del dios griego Apolo a la fugitiva doncella Dafne, hija del río Peneo, cuando la perseguía sobre la llanura. “¡Oh ninfa, oh hija de Peneo, espera!”, la deidad la llamaba como la rana a la princesa del cuento de hadas. “Yo que te persigo no soy tu enemigo. No sabes de quién huyes, por esa razón huyes. Corre más lentamente, te lo suplico, y detén tu fuga. Yo también te seguiré más lentamente. Ahora detente y pregunta quién te ama.”

“Hubiera dicho más —dice la historia—, pero la doncella continuó su fuga aterrorizada y lo dejó con las palabras en los labios, y aún en su carrera parecía hermosa. Los vientos desnudaron sus miembros, las brisas contrarias hicieron volar sus ropas mientras corría y un aire ligero mantenía sus cabellos flotando detrás de ella. Su belleza fue acrecentada por la fuga. Pero la caza llegó a su fin, porque el joven dios no quiso perder el tiempo en palabras mimosas y urgido por el amor la persiguió velozmente. Así como el sabueso de las Galias que ha visto un ciervo en la llanura y busca su presa con pies alados, y el ciervo su salvación; así él, a punto de apresarla, pensaba que la tenía y rozaba sus talones con las fauces abiertas; pero ella que no sabía si ya había sido capturada, apenas escapaba de las afiladas garras y dejaba atrás las fauces que casi se cerraban sobre ella; así corrían el dios y la doncella, el uno empujado por la esperanza y la otra por el temor. Pero él corría más rápidamente, llevado por las alas del amor, no le daba descanso, colgado sobre sus hombros esquivos y respirando sobre el pelo que flotaba sobre su cuello. Ya no tenía fuerza y pálida de terror y completamente deshecha por el cansancio de su rápida fuga, viendo cerca las aguas del río, su padre, gritó: ‘¡Oh, Padre, ayúdame! Si tus aguas aposentan la divinidad, cambia y destruye esta belleza con la cual he atraído demasiado.’ Apenas había hablado cuando un entumecimiento se apoderó de sus miembros y sus costados suaves se cubrieron con una delgada corteza. Su cabello se convirtió en hojas y sus brazos en ramas. Sus pies, hasta ahora tan suaves, se convirtieron en nudosas raíces, y su cabeza no era ya sino la copa de un árbol Sólo quedó su fulgurante belleza.”[15]

Éste es, sin duda, un final triste y sin recompensa. Apolo, el sol, el dios del tiempo y de la madurez, abandonó su persecución y en cambio denominó al laurel su árbol favorito y recomendó irónicamente sus hojas a los que confeccionaban las coronas de la victoria. La joven se había refugiado en la imagen de su padre y allí había encontrado protección, como el marido fracasado cuyo sueño de amor maternal lo preservaba del estado que entrañaba el unirse a una esposa.[16]

La literatura del psicoanálisis abunda en ejemplos de esas fijaciones desesperadas. Lo que representan es la impotencia de prescindir del ego infantil con su esfera de relaciones y de ideales emotivos. El individuo se encierra en las paredes de su infancia, el padre y la madre son los guardianes del umbral y el alma débil, temerosa de algún castigo,[17] fracasa en su intento de atravesar la puerta y renacer en el mundo exterior.

El doctor Jung habla de un sueño que se asemeja muy estrechamente a la imagen del mito de Dafne. El sueño es del mismo joven que se encontró (supra, p. 58) en la tierra de las ovejas, es decir, en la tierra de la dependencia. Una voz dentro de él decía: “Tengo que alejarme del padre”, luego, unas cuantas noches después: “Una serpiente traza un círculo alrededor del que sueña y él permanece como un árbol, inmóvil en la tierra.”[18] Ésta es una imagen del círculo mágico dibujado alrededor de la personalidad por la fuerza del padre que sustenta la fijación, que equivale al dragón.[19] Brunilda, de la misma manera, permaneció en su estado de hija durante años, con la virginidad protegida por el círculo de fuego del padre de todos, Wotan. Durmió en la intemporalidad hasta el arribo de Sigfrido. La Bella Durmiente fue obligada a dormir por una bruja celosa (imagen inconsciente de la madre malvada). Y no sólo la joven, sino todo su mundo permaneció dormido, hasta que al fin, después de “muchos, muchos años”, vino un príncipe a despertarla: “El rey y la reina (imágenes conscientes de los buenos padres), que volvían a casa y entraban al vestíbulo, se quedaron dormidos, y con ellos el reino entero. Todos los caballos dormían en los establos, los perros en el patio, las palomas en el techo, las moscas en las paredes, el fuego del hogar se quedó quieto y adormilado y el asado dejó de hervir. Y el cocinero, que iba a tirar de los cabellos al pinche porque había olvidado algo, lo dejó ir y cayó en profundo sueño. Y el viento se calmó y ni una sola hoja se movía en los árboles. Alrededor del castillo empezó a crecer una muralla de espinas que cada año era más alta y que finalmente encerró todo el feudo. Creció más alta que el castillo, de manera que nada podía verse, ni siquiera el gallo de la veleta.”[20]

Una ciudad persa fue una vez “petrificada en piedras”, el rey y la reina, los soldados, los habitantes y todo, porque el pueblo no quiso escuchar la llamada de Alá.[21] La mujer de Lot se convirtió en estatua de sal por haber vuelto la cabeza cuando había recibido la llamada de Yavé.[22] Y ahí está la fábula del Judío Errante, condenado a permanecer en la tierra hasta el día del juicio porque cuando Cristo pasó a su lado llevando la cruz, este hombre, que estaba entre la gente que bordeaba el camino, gritó: “¡Más rápido! ¡Date un poco de prisa!” El Salvador, desconocido e insultado, se volvió y le dijo: “Voy, pero tú permanecerás aquí esperando hasta mi regreso.”[23]

Algunas de las víctimas permanecen hechizadas para siempre (por lo menos, eso se dice), pero otras están destinadas a ser salvadas. Brunilda fue preservada para el héroe que le correspondía y la Bella Durmiente fue rescatada por un príncipe. También el joven que había sido transformado en árbol soñó posteriormente en una mujer desconocida que le señalaba el camino, como una misteriosa guía, a desconocidos senderos.[24] No todos los que vacilan están perdidos. La psique tiene muchos secretos en reserva. Y no se descubren a menos que sea necesario. De manera que algunas veces el predicamento que sigue a una negativa obstinada a la llamada, demuestra ser la ocasión de una revelación providencial de algún insospechado principio de liberación.

La introversión voluntaria, de hecho, es uno de los recursos clásicos del genio creador y puede emplearse como un recurso deliberado. Lleva las energías psíquicas a lo profundo y activa el continente perdido de las imágenes infantiles inconscientes y arquetípicas. El resultado, por supuesto, puede ser una desintegración más o menos completa de la conciencia (neurosis, psicosis; la fuga de la hechizada Dafne), pero por otra, si la personalidad es capaz de absorber e integrar las nuevas fuerzas se habrá experimentado un grado casi sobrehumano de autoconciencia y de control dominante. Éste es un principio básico de las disciplinas hindúes del yoga. Ha sido también el camino de muchos espíritus creadores de Occidente.[25] No puede describirse cabalmente como una respuesta a una llamada específica. Es más bien una negativa deliberada y aterradora a dar otra respuesta que no sea la más honda, la más alta y la más rica a la demanda todavía desconocida de un vacío interior en espera; una especie de golpe total, o rechazo a los términos que ofrece la vida, como resultado de lo cual una fuerza transformadora lleva el problema a un plano de nuevas magnitudes, donde repentina y finalmente se resuelve.

Éste es el aspecto del problema del héroe ilustrado en la maravillosa aventura de las Mil y una noches del príncipe Kamaru-s-Semán y la princesa Budur. El príncipe, joven y hermoso, el único hijo del rey Shahramán de Persia, rechazaba persistentemente las repetidas sugestiones, peticiones, demandas y finalmente mandatos de su padre, de que actuara en forma normal y tomara una esposa. La primera vez que se le planteó la cuestión el joven respondió: “Has de saber ¡ye padre mío! que a mí el matrimonio no me ofrece ningún atractivo. Pues sobre sus engaños y perfidias muchos libros he leído y muchos dichos he oído. Como el poeta dijo:

Si deseáis saber cómo las hembras son,

preguntádmelo a mí, que en ello soy doctor.

Y yo os digo que, en cuanto al hombre le blanquea

el pelo y en su bolso se acaban las monedas,

huyen de él las mujeres cual de la peste negra.

Y dijo también otro poeta:

Déjate de mujeres y conságrate a Alá;

el mozo que a las hembras sin freno se abandona,

prepárase una vida llena de malestar.

Que son tales las hembras, que al más pintado engañan

por más listo que sea; pues ellas lo son más.

Y luego en prosa llana, díjole el joven a su padre: ‘Desde ahora te digo, padre mío, que jamás consentiré en casarme y a ello nunca me avendré, aunque la copa de la muerte me dieran a beber’.”

Cuando el sultán Shahramán oyó estas palabras de su hijo la luz se convirtió en tinieblas ante sus ojos y se llenó de desconsuelo; pero por el gran amor que le tenía no quiso repetir sus deseos ni se indignó, sino que le mostró toda clase de bondades.

Después de un año, el padre repitió su pregunta, pero el joven persistió en su negativa con otros versos de los poetas. Entonces el rey consultó a su visir. “¡Ye monarca glorioso! —respondióle el visir—. Lo que yo creo ahora deber aconsejarte es que aguardes a que pase otro año, en el cual no has de insistir sobre el tema matrimonial; y cuando ese año sea cumplido y pienses hablarle otra vez de casorio a tu hijo, no lo hagas a solas con él, sino en presencia de toda la corte regia, delante de toda la asamblea de emires y visires, y no en secreto como hasta aquí hiciste.”

Cuando llegó el momento, sin embargo, y el rey Shahramán dio su mandato en presencia de la corte, el príncipe inclinó la cabeza un momento, luego la levantó en dirección

a su padre y movido por locura juvenil y por ignorancia infantil, replicó: “Ya te he dicho, padre mío, que estoy decidido a no casarme jamás, aunque el cáliz de la muerte hubiera de apurar. Y he de decirte con franqueza que eres hombre de muchos años y de juicio escaso, pues ya antes de ahora me pediste dos veces que accediese a tomar esposa y ambas te respondí lo mismo que hoy te acabo de decir. ¡Así que, por lo visto, chocheas y no vales ni para gobernar una piara de ovejas!” Así diciendo, Kamaru-s-Semán descruzó las manos de detrás de su espalda y se levantó las mangas hasta arriba de los codos ante su padre, porque estaba furioso y dijo muchas otras palabras a su señor, sin saber lo que decía en la confusión de su espíritu.

El rey se sintió confundido y avergonzado, pues esto sucedió en presencia de la asamblea de los grandes y de los oficiales del reino, en ocasión de una gran ceremonia del Estado. Pero después, la majestad del reinado tomó posesión de él, le habló a gritos a su hijo y lo hizo temblar. Luego llamó a los guardas que estaban a su lado y ordenó: “¡Apresadlo!” Ellos se adelantaron y le echaron mano y atándolo lo trajeron ante su señor, que les ordenó que le sujetaran los codos a la espalda y de esta manera lo presentaran ante él. El príncipe inclinó la cabeza lleno de temor y de aprensión, con la frente y la cara empapadas de sudor; la vergüenza y la confusión lo atormentaban vivamente. Entonces su padre lo insultó y lo envileció gritando: “¡Guay de ti, ye mi hijo, hijo bastardo y mal educado! ¿Cómo tienes la insolencia de contestarme así, delante de esta asamblea, en presencia de mis chambelanes y mis generales? ¡En verdad careces de la educación más elemental! ¿Por ventura no comprendes que si lo que acabas de hacer, lo hubiera hecho uno de mis vasallos, no habría salido tan bien librado?” El rey ordenó a sus soldados que soltaran sus codos y que lo aprisionaran en una torre de los castillos que guarnecían las fronteras.

Tomaron al príncipe y lo encerraron en una vieja torre, donde había una sala destruida y en el medio una fuente derribada; después de haberla limpiado trajeron un lecho y lo cubrieron con tapices y colocaron a su cabecera una almohada. Luego trajeron un mosquitero grande y encendieron candelas, porque aquel lugar estaba oscuro aun durante el día. Finalmente, los soldados hicieron entrar a Kamaru-s-Semán y pusieron un eunuco en la puerta, y cuando todo estuvo hecho, el príncipe se dejó caer en el sofá con el espíritu triste y acongojado, culpándose y arrepintiéndose de la injuriosa conducta que había tenido con su padre.

Mientras tanto, en el distante imperio de la China, la hija del rey Gayur, señor de las Islas, de los Mares y de los Siete Palacios, se hallaba en un caso parecido. Cuando se conoció su belleza y su fama y su nombre se extendieron a los países vecinos, todos los reyes la pidieron en matrimonio a su padre y él lo había consultado con ella, pero a la princesa le disgustaba hasta la palabra misma de matrimonio. “Ye padre mío, no tengo la menor intención de casarme y no me casaré en la vida; porque siendo yo señora y reina, que sobre las gentes impera, no voy a querer un marido que sobre mí mande a su albedrío” Y mientras más pretendientes rechazaba, más crecía el interés de los solicitantes y toda la realeza de las islas de la China mandaba regalos y rarezas a su padre con cartas en que la pedían en matrimonio. Él insistía una y otra vez, aconsejándola con respecto a sus esponsales, y ella siempre rehusaba. Y él se llenó de perplejidad en lo que concernía a su actitud y a los reyes sus pretendientes. De manera que le dijo: “Está bien. Si realmente estás decidida a no casarte en tu vida, yo nada en contra he de decir, pero abstente en adelante de entrar y salir.” Acto seguido la internó en su cámara y encomendó su guarda a diez ancianas y le prohibió ir a los Siete Palacios. Además, aparentó estar indignado con ella y envió cartas a todos los reyes, haciéndoles saber que los genios le habían producido un ataque de locura.[26]

Con un héroe y una heroína que siguen la senda negativa y entre ellos todo el continente de Asia, ha de requerirse un milagro para consumar la unión de esta pareja eternamente predestinada. ¿Podrá dicha fuerza romper el hechizo de negación a la vida y aplacar la cólera de los dos padres infantiles?

La respuesta a esta pregunta es la misma a través de todas las mitologías del mundo. Porque como se escribió frecuentemente en las sagradas páginas del Corán: “Bien puede Alá salvaros.” El único problema es saber cuál será el mecanismo del milagro. Y ése es un secreto que sólo se revelará en las páginas posteriores de este cuento de Las mil y una noches.