Hermanos Caídos:

Permitidme decir ante todo que, desde luego, estoy de acuerdo con muchas de las cosas que ha dicho Satanás al declarar esta noche abierta la sesión. Sé que Satanás siente tan profundamente como yo lo que hay que hacer para que el Mal ocupe el lugar que le corresponde en la creación. Que nadie se equivoque sobre esto: estamos empeñados en una lucha a muerte con el Reino de la Justicia. No tengo la menor duda de que el Dios de la Paz está resuelto, como dijo Él mismo, a «aplastarnos bajo Sus pies», y de que Él y Su banda de ángeles no se detendrán ante nada para cumplir su objetivo. Estoy completamente de acuerdo con Satanás cuando dice que nuestro fin no es conservar el Mal para nosotros mismos, sino extenderlo a toda la creación, porque éste es el destino del Infierno. Extenderlo a toda la creación, porque el fin de los Justos no es sólo conservarse como tales, sino extender la Justicia. Pero no podemos triunfar sobre la Justicia con una estrategia que consista en mantener simplemente nuestras posiciones. Mi desacuerdo con Satanás no se refiere a los objetivos del Infierno, sino a los medios de alcanzarlos.

Ahora bien, Satanás ha dicho que vamos en cabeza en esta competición con la Justicia. No puedo estar de acuerdo con esta valoración de la situación. Al contemplar hoy el Infierno, creo que estamos siguiendo programas de un liderazgo anticuado. Creo que estamos siguiendo unos programas muchos de los cuales no funcionaron en el pasado ni funcionarán en el futuro. Digo que los programas y el liderazgo que fracasaron bajo la administración de Satanás no son los que el Infierno necesita ahora. Digo que los condenados y los malditos no quieren volver a la política del Jardín de Edén. Digo que los Hijos y las Hijas de la Desobediencia se merecen un Demonio de depravación cabal, un Demonio que se consagre, no a viejas y gastadas iniquidades, sino a nuevos y audaces programas de Maldad que derriben el reino de Dios y suman a los hombres en la muerte eterna. Lo que necesitamos aquí no es sólo grandes esperanzas. Necesitamos ardides bien montados y un celo infatigable. En el campo de la jefatura ejecutiva, creo que es esencial que el Diablo no sólo marque la pauta, sino que dirija; debe actuar según sus palabras.

Francamente, no creo que tengamos esta clase de jefatura. Desde que llegué, he viajado hasta los mismos confines de la obscuridad exterior. He llegado al fondo del pozo sin fondo. He ardido en el fuego inextinguible y me he reunido con vosotros en la incómoda penumbra. He hablado con pecadores de todos los estilos. He comido con degenerados y he blasfemado con los impíos. He mirado a los ojos de los depravados y los ruines. Me he familiarizado con toda clase de vicios y bajezas. Y una de las cosas que he observado mientras viajaba de un extremo a otro del Infierno ha sido la maravillosa fe en el Mal de nuestro pueblo. Os digo, con orgullo, que jamás había visto nada que pueda compararse a nuestra corrupción. Y por esta razón pienso que no debemos conformarnos con alguien que no sea el primero, con un Demonio que no sea la encarnación misma del Mal. Y humildemente declaro, ciudadanos de la más grande región infernal de toda la creación, que, si me elegís, yo seré esta clase de Demonio.

He tenido la suerte de oír, en mi viaje alrededor del Infierno, una horrible cantidad de llanto y de crujir de dientes, y pienso que lo que me causó más impresión fue esto: que vosotras, almas perdidas, estáis tan hartas y asqueadas como yo dé ver al Demonio degradado y al Infierno despreciado como una «antigualla pasada de moda». Bueno, tal vez esté «pasado de moda» en algunos círculos, pero, para los que moramos aquí, el Infierno es nuestro hogar. Y, como se remonta a los principios de los tiempos, resulta ser también hogar de algunos de los nombres más ilustres de la historia. Y pienso que con esta clase de historia y esta clase de historial, ya es hora de que el Infierno vuelva a tener un lugar en el mapa y de que el Demonio recobre su prestigio.

Ahora sólo puedo deciros, a este respecto, que tal vez Satanás se sienta satisfecho de que al menos la mitad de la gente que mora actualmente en la tierra, y lo sé porque acabo de venir de allí, al menos la mitad de esta gente ya no cree en la existencia del Infierno, por no hablar de su influencia en los asuntos del mundo. Y tal vez Satanás se sienta satisfecho de que el Demonio, el más alto funcionario del mundo subterráneo, antaño símbolo por excelencia de la maldad para millones de personas, sea considerado en las regiones superiores ajeno a las decisiones tomadas por los hombres. Y tal vez Satanás se sienta satisfecho cuando al menos dos tercios de los niños del mundo se acuestan por la noche sin tenerle miedo al fuego o al azufre, o a un gusano inmortal que roe los corazones. Diré de paso, a este respecto, que ni siquiera le tienen miedo a la horca. Y quizás también esto le parezca bien a Satanás. Sin embargo, permitid que deje bien clara mi posición. A mí no me parece bien. Tal vez le satisfaga a Satanás el statu quo; pero a mí no. Yo afirmo que cuando el Infierno no es más que una palabra fea en boca de la mayoría de la gente que vive en la actualidad, es que algo anda mal y hay que hacer algo para remediarlo.

¿Qué ha sido de «las redes del Demonio» de las que tanto oíamos hablar? Hermanos Caídos, están llenas de agujeros.

¿Qué ha sido del «poder del Demonio» que solía sembrar el terror en los corazones de los hombres? Hermanos Caídos, se le ha acabado el combustible.

¿Y cuándo oísteis por última vez la expresión «obra de Satanás»? ¿Podéis siquiera recordarlo? Quizás todo esto es porque, después de tantos milenios en el ejercicio de su cargo, Satanás se contenta con el statu quo.

Pero yo no. Yo digo que la obra del Demonio no acaba nunca. Yo digo que tiene el deber de plantarse entre los vivos y hacer la guerra a las fuerzas de la Justicia. Yo digo que tiene una responsabilidad para con los moradores del Infierno y para con todas las almas que aspiran al mal, la responsabilidad de oponer la mentira a la verdad. Yo digo que tiene el deber de convertir la luz en obscuridad. Yo digo que tiene el deber de despertar el odio, de fomentar las contiendas y las guerras. Y digo que Demonio que no haga todo esto no es merecedor del título de «Príncipe de las Tinieblas» y causa un grave daño al poder y al prestigio del Infierno y a la seguridad de los Malvados, dondequiera que estén.

Ahora podéis responder: «Todo esto está muy bien, señor presidente, pero ¿qué méritos tiene usted que le acrediten para el cargo de Demonio responsable?».

Sé tan bien como vosotros que mi adversario alega, en su favor, su experiencia en el oficio. Sé lo que se ha escrito a regañadientes en su honor, nada menos que por nuestros enemigos del Cielo. «Cuando miente Satanás, dicen, habla según su propia naturaleza, pues es un embustero y el padre de la mentira». Y que nadie se equivoque sobre mi posición a este respecto: siento el mayor respeto por un largo y brillante historial de embustero. Sé que yo, como muchos de los que estáis ahí afuera en el fuego y ahí abajo en el pozo, tengo una enorme deuda de gratitud para con su sempiterno espíritu, en lo tocante a la mentira.

Si me permitís un detalle personal, sabéis que nací oportunista, en California, y que, durante mis años de vida pública, tuve el privilegio de tratar y de negociar con otros oportunistas. Y pienso que hablo en nombre de todos los oportunistas si digo que Satanás ha sido una fuente constante de inspiración para nosotros desde tiempo inmemorial, tanto en las buenas como en las malas épocas. Quisiera que quedase bien entendido, durante esta campaña, que respeto no sólo la tenacidad con que miente, sino también su sinceridad en la mentira. Y desde luego, confío en que él reconozca que soy tan sincero en mi mentira como lo es él en la suya.

Pero permitidme que deje una cosa perfectamente clara. Por mucho que respete y admire sus mentiras, no creo que sean éstas algo que haya que conservar. Pienso que son más bien algo que hay que seguir edificando. Creo que nadie, hombre o demonio, puede confiar siquiera en las mentiras que ha dicho en el pasado, por atrevidas y audaces que fuesen en su tiempo, para deformar las realidades actuales. Vivimos en una era de cambio rápido y dramático. Mi propia experiencia ha demostrado que las mentiras de ayer no pueden confundir los problemas de hoy. No se puede engañar a la gente el año que viene de la misma manera que se la engañó el año pasado y, mucho menos, hace un millón de años. Y por esta razón, con el debido respeto a la experiencia de mi adversario, digo que necesitamos una nueva administración en el Infierno, una administración con nuevos cuernos, con nuevas medias verdades, con nuevos horrores y nueva hipocresía. Digo que necesitamos contraer un nuevo compromiso con el Mal, nuevas estratagemas y nuevos planes para que nuestro sueño de un mundo totalmente caído se convierta en realidad.

Y ahora permitidme decir unas palabras a aquellos que esgrimen mi historial como presidente de los Estados Unidos para decir que es menos meritorio de lo que habría podido ser, en cuanto a sufrimiento y angustia del pueblo, sin distinción de raza, de credo o de color. Permitidme recordar a estos críticos que desempeñé mi alto cargo durante menos tiempo del de mi mandato, antes de ser asesinado. Pienso que ni siquiera Satanás, con el apoyo de todas sus legiones, podría alardear de haber sumido en la ruina a un país de fuerte tradición democrática y poseedora del nivel de vida más alto del mundo, en sólo un millar de días. Ciertamente, a pesar de mi breve estancia en la Casa «Blanca», creo firmemente que pude mantener y perpetuar todo cuanto había de malo en la vida americana cuando subí al poder. Además, pienso que puedo decir, sin temor a equivocarme, que asenté los cimientos de nuevas opresiones e injusticias y sembré la semilla del rencor y el odio entre las razas, las generaciones y las clases sociales, que afortunadamente infectarán al pueblo americano durante muchos años venideros. Está claro que nada hice para reducir la eventualidad de un holocausto nuclear, sino que seguí avanzando en esta dirección gracias a mi política de beligerancia, de agresión y de subversión en todo el mundo. Pienso que puedo citar con particular orgullo el Sudeste asiático, donde fui capaz de aumentar la miseria humana en unas proporciones que ni siquiera las iracundas y vengadoras almas de nuestro gran Infierno habrían deseado para toda la humanidad.

Desde luego, no reivindico para mí la única responsabilidad de la devastación y la miseria impuestas por mi país a los vietnamitas, a los laosianos y a los camboyanos. En realidad, sé que en años venideros tendréis el privilegio de conocer a muchos hombres tan abnegados como yo y que trabajaron de firme durante largas horas, igual que yo, para convertir la vida de aquella región en una pesadilla para aquellos seres humanos asiáticos. Sé que cuando lleguen prestarán una gran ayuda al Infierno, y permitidme decir a este respecto que, si soy elegido Demonio, no vacilaré en pedir su opinión y su consejo, como se los pedí en el mundo.

Pero si es verdad que no fui el único autor, director y arquitecto del gran programa de sufrimiento emprendido por mi país en el Sudeste asiático, debo decir también que, cuando se me presentó la oportunidad de encargarme de aquel programa, no anduve más remiso que mis predecesores en lo tocante a mortandad y carnicería. Porque sé, igual que vosotros, que no hay que andar remiso en estas cuestiones. No podemos hacerlo por la razón de que, como yo he indicado, estamos en una carrera. No podemos andar remisos porque es esencial, para el conflicto que conmueve el mundo, que no nos limitemos a sufrir nosotros, sino que extendamos el sufrimiento hasta el último hombre, hasta la última mujer y hasta el último niño. Y confío en que, si repasáis mi historial, veréis que es precisamente esto lo que fui capaz de realizar en toda el Asia sudoriental. Creo que estaréis de acuerdo en que, durante el breve tiempo de que dispuse, supe aprovechar la oportunidad que me habían dado mis predecesores y, con la ayuda de las Fuerzas Aéreas de los Estados Unidos, convertí aquella parte del globo en un verdadero Infierno en la tierra.

Pero, como vosotros, me doy cuenta de que, a pesar de mi historial en el Sudeste asiático, existe todavía quien trata de mancillar mi fama señalando ciertas acciones llamadas «humanitarias» o «benévolas» que emprendí cuando era presidente de los Estados Unidos. Bueno, dejad que os diga, con referencia a estos totalmente infundados ataques contra mi mal nombre, que, después de esta emisión, pienso publicar un Libro Negro que demostrará que, en todos los casos en que dicen que fui «humano» o «benévolo», sólo me dejé guiar por mis intereses políticos y actué con absoluta indiferencia, si no con total desprecio y cinismo, por el bienestar de cualquier persona distinta de mí mismo. Si hubo alguna cosa buena que no redundase en mi favor o en el de mi carrera, fue, y confío en que el Libro Negro lo deje perfectamente claro, absolutamente casual y accidental.

No quiero decir con esto que la ignorancia de las consecuencias favorables constituya una excusa para un diablo que aspira a ser vuestro Demonio. Sólo os confieso que no fui en el mundo tan odioso como hubiese podido ser. Pero estoy seguro de que la inmensa mayoría de los diablos del Infierno tampoco lo fueron y compartirán mi aflicción por las oportunidades perdidas y por los remordimientos de conciencia. Pero que quede esto bien claro: ya no soy un hombre cargado con las limitaciones y las flaquezas de la condición humana, tales como la conciencia, la prudencia y el respeto humano. Y ya no soy el presidente de los Estados Unidos, con todas las barreras y los obstáculos que se interponen entre el que ostenta tan alto cargo y su capacidad para el mal. Al fin soy ciudadano del Infierno, y permitid que os diga que es un gran desafío y una gran oportunidad. Y por ello puedo aseguraros, hermanos Caídos, que aquí abajo, donde no hay barreras y nada es sagrado, vais a ver a un Nuevo Dixon, un Dixon con el que yo sólo podía soñar cuando era todavía un ser humano americano, un Dixon que, humildemente, no perdonará esfuerzo, ni experiencia, ni energía, para ser la clase de Demonio que merecen vuestras almas perdidas.

Ahora, para que los cuatro diablos que intervienen en el programa de esta noche puedan interrogarnos a Satanás y a mí, y permitid que os diga que recibiré de buen grado sus preguntas, voy a poner punto final a mi exordio. Pero antes quiero dejar bien clara una cosa para los moradores del Infierno. Es ésta: en términos de eternidad, soy relativamente un recién llegado en el Reino del Mal. Pero soy también un estudioso de la historia, y debo decir que, al leer el expediente de la actual administración, y en particular lo referente a sus relaciones con el Reino de la Justicia, me he sentido profundamente impresionado por un elocuente ejemplo de la que sólo puedo llamar actitud de apaciguamiento; una actitud, lamento tener que decirlo, de abyecta sumisión y rendición. Me refiero, naturalmente, al famoso caso de Job.

Sé que, en defensa de sus acciones en aquel caso, Satanás os ha descrito con minuciosos detalles todos los sufrimientos que impuso al bueno de Job. Y no voy a deciros que no lo atormentase hasta el máximo. No trataré de menospreciar en mi favor todo lo que les hizo a las ovejas y a los servidores de Job, ni las horribles llagas con que lo cubrió desde la cabeza hasta los pies. Es indudable que el programa de dolor y de castigo ideado por Satanás fue el adecuado en aquellas circunstancias.

Sin embargo, cuando han pasado miles de años desde aquellos sucesos, queda todavía una pregunta en el aire: ¿Bajo qué auspicios y en beneficio de quién se ideó aquel programa? ¿Bajo los auspicios del Infierno? ¿En beneficio de la causa del Mal?

Hermanos Caídos, la respuesta es: No. Lamento decir que, si leéis el relato como yo lo he leído, descubriréis que fue bajo los auspicios del Cielo y en beneficio de la Justicia como vuestro Demonio concibió y ejecutó el programa de pérdidas sin ganancias de Job, un programa, dicho sea de paso, que ocasionó cuantiosos gastos. Lamento decir que, si leéis el relato, veréis que vuestro propio Demonio recibió órdenes nada menos que del propio Señor Dios. Lamento decir que os encontraréis con que vuestro Demonio no realizó un solo acto malvado sin obtener previamente el permiso de Dios. Lamento decir que descubriréis que, si puso a prueba la paciencia de Job, no fue para apartarle de la obediencia y destruirle, sino para servir a la justicia de Dios y, lo que es peor, para que la justicia de Dios resplandeciese más.

Ahora bien, Satanás ha indicado en varias ocasiones, durante esta campaña, que yo he interpretado mal su papel en el caso de Job. Con el fin de poner la cosa en claro, de una vez para siempre, voy a emplear los pocos minutos que aún me quedan para leeros, textualmente, unos fragmentos del acta de la reunión que celebraron Dios y Satanás en aquella ocasión. Y dejaré que vosotros, los degenerados y los corrompidos, los disolutos y los depravados, juzguéis si los cargos que he formulado durante la campaña y que repito aquí esta noche, en esta emisión, constituyen «una precipitada deformación y una deliberada tergiversación de la historia». Juzgad vosotros mismos si Satanás obró, según sostiene, «diabólicamente» y «maliciosamente» en pro de la causa del Mal, o si, por el contrario, y para emplear un lenguaje que todos podáis comprender, actuó de acuerdo con la Voluntad Divina.

Este documento que tengo en mis garras recibe el nombre de Sagrada Escritura. No miente. Por eso es nada menos que la Biblia de nuestros enemigos. Es el número uno de sus best sellers de todos los tiempos. Es el libro con que lavan el cerebro a sus hijos. En él se contienen todas las verdades con las que pretenden conquistar el mundo. Podéis abrirlo en cualquier página y encontraréis en ella sabiduría y belleza suficientes para asquear e indignar a cualquier ciudadano leal y esforzado del Infierno.

Permitid que os lea un fragmento de la conversación secreta entre Dios y Satanás, tal como figura en la Biblia:

El señor. ¿De dónde vienes?

Satanás. Vengo de dar una vuelta por la tierra y de pasearme por ella.

El señor. ¿Y has reparado en mi siervo Job, que no hay otro como él en la tierra, varón integro y justo, temeroso de Dios y apartado del mal?

Satanás. ¿Acaso teme Job a Dios en balde? ¿No le has rodeado de un vallado protector, a él y a su casa y a todo cuanto tiene? Has bendecido el trabajo de sus manos y ha crecido así su hacienda sobre la tierra (y sigo citando a Satanás), pero extiende tu mano y toca todo lo que tiene, a ver si no te maldice en plena cara.

El señor. Mira, todo cuanto tiene lo dejo en tu mano, pero a él no lo toques.

Estas fueron las instrucciones que dio Dios a Satanás. ¿Y qué hizo Satanás? Exactamente lo que Dios le había dicho. Sí, hermanos Caídos, vuestro propio Demonio se convirtió en instrumento de la cólera de Dios.

Dejad que os lea un fragmento del acta del segundo encuentro secreto entre el Emperador del Mal y el Dios de la Paz, celebrado en un lugar no especificado. Por mor de la brevedad, leeré solamente las frases más significativas.

El señor (hablando de Job). Todavía sigue aferrado a su integridad.

Satanás. Extiende ahora tu mano y toca su hueso y su carne, y te maldecirá a la cara

El señor. Mira, está en tu poder; respeta sólo su vida.

Y después de recibir esta segunda serie de instrucciones, ¿qué hizo Satanás? Dejad que os lo lea, tal como está escrito aquí en su Biblia. «Así se alejó Satanás de la presencia del Señor, y llenó a Job de repugnantes llagas desde las plantas de los pies hasta la coronilla».

¿Respetó Satanás la vida de Job, tal como Dios le había ordenado? Lamento deciros que la respuesta es sí; también lo hizo.

Estoy seguro de que todos recordamos el desdichado final de esta historia. La fe de Job no se rompió, sino que aumentó y se fortaleció. Y el Señor, según consta en el acta, «dio a Job el doble de lo que tenía antes».

(Tricky cierra la Biblia. Se enjuaga rápidamente el sudor de las escamas con el dorso de la garra).

Hermanos Caídos, desafío a Satanás a refutar las acusaciones que he hecho aquí esta noche. Desafío a Satanás a negar el papel que representó en el caso de Job. Le desafío a negar que actuó voluntaria y conscientemente en favor de los mortales enemigos del Infierno. Le desafío a negar que, si esto no fue un acto flagrante de traición, lo fue de negligencia contra los intereses del Mal, hasta el punto de que Satanás podía haber estado a sueldo de los Justos.

Es posible que Satanás prefiera decir que estos actos fueron «malignos» y «diabólicos». Pero yo los llamo actos de sumisión, y dejad que os diga que creo que los líderes del Cielo los llaman también así. Porque tened esto bien claro: conozco el otro bando. Me he tropezado con sus representantes. Sé lo implacables y fanáticos que son, y puedo aseguraros que, si os sometéis a su voluntad, si pensáis que con esto impediréis que sometan a una sola alma a su Justicia, estáis lamentablemente equivocados. Ello sólo despertará más su apetito. Porque este Dios de la Paz no quiere únicamente a Job. Quiere a todos los Jobs. Y si no impedimos que se salga con la suya cada vez, llegará un día, amigos míos, en que vendrá a aporrear las mismas Puertas del Infierno.

Y por eso os digo que ha llegado el momento de dejar de apaciguar al Dios de la Paz. Por eso digo que ha llegado la hora de acrecentar nuestras actividades y lanzar una nueva ofensiva en esta guerra por las mentes y los corazones y las almas de los hombres. Pues se trata nada menos que de una guerra ideológica, y por eso necesitamos un Demonio dispuesto y capaz de permanecer firme en sus ideales. No es el tamaño o la edad de los cuernos lo que cuenta, sino lo que vamos a hacer con ellos. Esta noche debéis decidir sobre nuestras propias vidas. Sobre lo que defendemos, sobre lo que creemos. Lo que trato de indicaros esta noche es que la marea de la historia está a nuestro favor, y que podemos hacer que siga estándolo, porque luchamos por la causa legítima, que es la causa del Mal Podéis estar seguros de esto: si soy elegido Demonio, haré que el Mal triunfe al fin, y que nuestros hijos y los hijos de nuestros hijos no conozcan nunca la terrible plaga de la Justicia y de la Paz.

Muchas gracias.

* * *

ENTONCES VI UN ÁNGEL QUE BAJABA DEL CIELO, LLEVANDO EN SU MANO LA LLAVE DEL POZO SIN FONDO Y UNA GRAN CADENA. Y AGARRO AL DRAGÓN, LA VIEJA SERPIENTE, QUE ES EL DIABLO… Y LO ATO POR MIL AÑOS Y LO ARROJO AL POZO, Y CERRO ESTE Y LOS SELLO SOBRE ÉL, DE MODO QUE YA NO PUDIESE SEGUIR ENGAÑANDO A LAS NACIONES…

APOCALIPSIS