Tricky viste el uniforme de rugby que llevó durante los cuatro años que pasó en Prissien College. Está todavía tan nuevo como el día que se lo entregaron, hace unos cuarenta años a pesar de que, cuando se siente por la noche tan perplejo y angustiado por las cargas de la Presidencia que no puede dormir, suele levantarse de la cama y deslizarse a través de la Casa Blanca hasta el vestuario a prueba de bomba del sótano (construido bajo su dirección, según los proyectos facilitados por los Baltimore Colts y la Comisión de Energía Atómica) y «vestirse» como para «el gran partido» contra el «rival tradicional» de Prissier. E invariablemente, como durante la incursión camboyana y las matanzas de Kent State, el simple hecho de calarse el casco y sujetarse las hombreras, ponerse los cómodos pantalones sobre los suspensorios deportivos de cuero, volver la espalda al espejo y mirar por encima de los anuncios el número de la espalda de la camiseta, es suficiente para devolverle su fe en la acción que ha emprendido en favor de doscientos millones de americanos. Ciertamente, incluso en medio de los más increíbles fiascos internacionales y catástrofes domésticas, ha conseguido hasta ahora, con ayuda de su uniforme de rugby y una buena película de guerra, vivir de conformidad con su propia descripción del verdadero líder en Seiscientas Crisis, «frío, confiado y resuelto». «Lo esencial en tales situaciones», escribió entonces, resumiendo lo que había aprendido sobre liderazgo a raíz de las algaradas provocadas en 1958 durante su visita a Caracas en calidad de vicepresidente, «más que la “bravura” ante el peligro, es la capacidad de pensar "desinteresadamente", de borrar toda idea de miedo personal al concentrar se enteramente en la manera de hacer frente al peligro».

Pero esta noche, ni siquiera vociferando instrucciones al espejo de cuerpo entero y simulando retroceder, con el brazo doblado, para descubrir un jugador a quien hacer el pase (mientras era cargado por los adversarios), ha conseguido borrar la impresión de miedo personal; y en cuanto a pensar «desinteresadamente», tampoco ha adelantado mucho en este aspecto. Después de hacer comedia ante el espejo durante dos horas enteras, y de realizar con éxito ochenta y siete de los cien pases adelante intentados, con un total de dos mil seiscientas diez yardas ganadas en el aire en una noche (récord de la Casa Blanca), sigue siendo incapaz de concentrarse en la manera de evitar el peligro que le amenaza, y ha resuelto despertar a sus más íntimos consejeros y llamarles al vestuario del sótano para lo que, en la jerga deportiva, se llama una «sesión de entrenamiento».

En la puerta de la Casa Blanca, cada uno de ellos ha recibido un uniforme de manos de un agente del Servicio Secreto, disfrazado, salvo por una pistola colgada del hombro, de empleado corriente de los vestuarios, con sus pantalones deportivos, zapatillas y camiseta sin mangas pero con el rótulo estampado de «Propiedad de la Casa Blanca». Ahora, sentados en los bancos, delante de la gran pizarra, los «entrenadores» escuchan atentamente mientras Tricky, con el casco entre las manos, les explica la crisis que tanto le cuesta considerar con absoluto desinterés personal.

Tricky. No lo comprendo. ¿Cómo pueden esos mozalbetes decir lo que dicen acerca de mí? ¿Cómo pueden cantar esas consignas y agitar esas pancartas acerca de mí? Caballeros, según todos los informes, se vuelven más groseros y audaces por momentos. Mañana por la mañana, quizás nos enfrentemos con el levantamiento más increíble de la historia: ¡una revolución de los boy scouts de América! (se pone el casco en un intento de calmarse y recobrar la confianza y la resolución).

Otra cosa fue cuando aquellos cabezotas de Vietnam vinieron al Capitolio para devolver sus medallas. Todo el mundo sabía que no eran más que un puñado de descontentos que había perdido brazos, piernas y otras cosas, y que, por consiguiente, no tenían mejor manera de emplear el tiempo que andar rondando por ahí, compadeciéndose de sí mismos. Desde luego, no podían ser objetivos acerca de la guerra; la mitad de ellos iban en sillas de ruedas a causa de ella. Pero ahora no se trata de una pandilla de ingratos. ¡Son los boy scouts!

Y no crean ni un instante que el pueblo americano va a quedarse tranquilamente sentado cuando un boy scout, un eagle scout[2] sube la escalinata del Capitolio y llama «viejo cerdo» al presidente de los Estados Unidos. No nos engañemos; si no nos enfrentamos con esos irritados scouts tan fría, confiada y resueltamente como me enfrenté con Kruschev en aquella cocina, mañana seré el primer presidente en la historia de América todavía más odiado y despreciado que Lyin' B. Johnson[3]. Caballeros, se puede hacer la guerra sin la aprobación del Congreso, se puede arruinar al país y pisotear los derechos civiles, ¡pero no se puede violar el código moral de los boy scouts de América y esperar que le reelijan a uno para el cargo más alto de la nación!

Y sin embargo, cuando pronuncié aquel discurso en San Demente, todo parecía absolutamente y, si me permiten decirlo, brillantemente innocuo. Cinco minutos más tarde, no recordaba siquiera lo que había defendido. ¡Y que mis adversarios políticos puedan estar ahora tan ansiosos de echarme del poder, mostrar tanta falta de respeto, no simplemente hacia la augusta función de la Presidencia, tomar aquellas pocas palabras, absolutamente inofensivas y totalmente insignificantes, que pronuncié aquel día, y convertirlas en este monstruoso embuste!

Caballeros, no soy novato en el feo juego de la política. He visto toda clase de trampas y de engaños en mis tiempos: falsificación, cita errónea, deformación, embellecimiento y, desde luego, descarada eliminación de la verdad. Ni soy lo que podrían llamar ustedes un niño perdido en el bosque en lo tocante a las técnicas de asesinato de un personaje. Hace años, observé con asco y horror cómo crucificaban al señor Joseph McCatástrofe, sólo porque cambiaba continuamente de idea sobre el número de comunistas que había en el Departamento de Estado. Vi lo que le hicieron, recientemente, al juez Carswell. Vi lo que le hicieron al juez Haynsworth. Bueno, fíjense en lo que trataron de hacerle el mes pasado al secretario Manteca, cuando mostró aquel falso pedazo de tubo al Comité de Relaciones Exteriores del Senado y dijo que era de Laos, en vez de Vietnam. Una distancia de cinco millas ¡y le colgarían por ello!

Pero debo confesar que nunca, en mi larga carrera de enfrentamiento con las falsedades, tropecé con una mentira tan traidora y maquiavélica como la que mis enemigos tratan ahora de propalar acerca de mí… ¿Qué dije yo? Veamos la transcripción. ¡No dije nada! ¡Absolutamente nada! Defendí «los derechos de los no nacidos». Quiero decir que ha sido una deformación. ¡Un puro truco! Por si no estaba bastante clara mi intención incluso añadí «como ha sido reconocido en principios defendidos por las Naciones Unidas». Por las Naciones Unidas. Bueno, ¿qué otra cosa podía decir para que todo aquello fuese inofensivo? Tal vez querían que les dijese «como ha sido reconocido en principios defendidos por la Asociación Americana del Automóvil». Tal vez hubiese debido pronunciar todo el discurso en caló, y poner caras raras mientras hablaba. ¡Tal vez hubiese tenido que ponerme un traje de payaso para hacer la declaración! Pero no lo hice… porque me niego a hablarle al público americano como si se tratase de un atajo de ignorantes. Me niego a dar puñetazos. Me niego a creer que la gente de esta gran nación es incapaz de reconocer la clase más ultrajante de hipocresía o de detectar las contradicciones más manifiestas que quepa imaginar… Y sin embargo, ésta es la recompensa de mi fe en América. Los boy scouts de América gritando ante las cámaras de televisión que Trick E. Dixon fomenta las relaciones sexuales. Fomenta la fornicación ¡entre la gente!

Entrenador Político. Desde luego, hasta ahora, sólo se trata de los boy scouts, señor presidente.

Tricky. Hoy son los boy scouts (se derrumba sobre el banco, delante de la pizarra, conteniendo a duras penas un sollozo), ¡mañana será el mundo…! ¿Y qué me dicen de mi esposa? ¿Qué va a pensar? ¿Y si empieza a creerlo? ¿Y mis hijos? ¿Y LOS ELECTORES?

Entrenador Espiritual. Vamos, vamos, señor presidente. Comprendo su desazón, principalmente en lo tocante a su excelente familia. Pero, francamente, no creo que el pueblo americano que lo ve por televisión, ni los que lo conocen bien, se dejen engañar por una invención tan manifiesta. Si ha habido jamás un hombre que, por sus palabras y sus hechos, sus gestos y ademanes, su mirada, su risa y su sonrisa diese un rotundo mentís a tan calumniosa acusación, ese hombre es usted.

Tricky (visiblemente conmovido). Le doy las gracias por este tributo, reverendo. Ciertamente, he procurado no dar a la gente de este país la menor señal de que sé siquiera lo que es la fornicación. Además, he dado instrucciones a mi familia para que bajo ninguna circunstancia den a entender que alguno de nosotros se ha sentido afectado por el deseo o la lujuria a lo largo de su vida o, ya que hablamos de esto, por ninguna clase de apetito, salvo el del poder político. Esto puede parecer inmodesto por mi parte, pero me enorgullezco de que, si no fuese porque sudo cuando aparezco en la televisión, el pueblo americano podría probablemente asegurar que no hay carne debajo de mi ropa. Y, desde luego, todos ustedes saben que, como resultado de una decisión que tomé durante una vigilia solitaria en este vestuario, hace unas pocas noches, aquel defecto será en breve plazo corregido cuando ingrese en el Walter Reed Hospital para someterme a una operación quirúrgica consistente en la extirpación de las glándulas sudoríparas de mi labio superior. Ya ven ustedes, caballeros, cual es mi empeño en desligarme de todo aquello que me dé, incluso remotamente, la apariencia de un cuerpo humano.

¡Pero acusarme ahora de esto! Como si pronunciarme a favor de los derechos de los no nacidos fuese una prueba fehaciente, es decir, una prueba suficiente para demostrar un hecho…, esto es lo que damos a entender los abogados con aquel término, pues ya saben ustedes que ejercí de abogado antes de entrar en la Casa Blanca, y conozco por tanto esta terminología, como si fuese, digo, una prueba fehaciente de que defiendo el proceso mediante el cual los no nacidos han llegado a la existencia. ¡Acusarme, por una declaración tan absolutamente inocua, de animar a la gente a fornicar para que pueda haber niños no nacidos, para que éstos no nacidos puedan tener unos derechos, que ni siquiera existen! Aquí me tienen, presidente de los Estados Unidos y caudillo del Mundo Libre, trabajando como un esclavo con todas las fibras de mi ser, de día y de noche, durante trescientos sesenta y cinco días al año, con el único fin de ser reelegido; ¿cómo voy a encontrar tiempo de preocuparme por nada? ¡Todo es completamente absurdo! Y, sin embargo, ahí están esos boy scouts, desfilando uniformados por las calles de la capital de la nación y enarbolando esas pancartas:

VUELVE A CALIFORNIA, SENSUALISTA; ES DONDE TE CORRESPONDE ESTAR

¿PODER PARA EL PENE? ¡NUNCA!

REPRESIÓN — ¡TÓMALO O DÉJALO!

Entrenador espiritual (solemnemente, asiendo de un brazo al conmovido presidente). Perdónelos, señor presidente, pues no saben lo que dicen sus pancartas.

Tricky. ¡Oh, reverendo, reverendo! Le aseguro que, en circunstancias ordinarias, me doblegaría para perdonarles. Me gusta pensar que soy un hombre capaz de hallar en mi corazón motivos para perdonar a mi peor enemigo. Mire, no sólo perdoné a Alger Hiss, sino que, cuando fui elegido presidente, le envié un telegrama anónimo expresándole mi gratitud por todo lo que había hecho por mí. ¡Y aquel hombre era un perjuro! Escuche bien, incluso habría perdonado al propio Khruschev, en aquella cocina, si hubiese sido políticamente oportuno hacerlo. Y fíjese en lo que me propongo hacer ahora: estoy buscando la manera de perdonar a Mao Tse Tung, que, si no yerro en mis cálculos, ¡ha esclavizado a seiscientos millones de personas! Pero temo, reverendo, que, en lo que atañe a esos boy scouts, estamos luchando por un principio tan fundamental de la vida civilizada, que incluso un hombre tan magnánimo como yo debe levantarse y decir: «No; esta vez habéis ido demasiado lejos». Reverendo, ¡están tratando de evitar que gane la reelección!

Entrenador espiritual. Comprendo…, comprendo… Debo confesar que no lo había pensado de esta manera.

Tricky. No es agradable tener que pensar en esto. Todos nosotros preferiríamos mirar con caridad y respeto a nuestros hermanos humanos, sean cuales fueren su raza, credo, color o edad, y tratarles según los principios de nuestras creencias religiosas. Ciertamente, nadie en este país desea más que yo parecer un hombre religioso. Pero a veces, reverendo, la gente hace imposible la religiosidad, incluso para alguien como yo, que tanto tiene que ganar con ella.

Entrenador espiritual. Pero si éste es el caso, si esos boy scouts, por alguna razón incomprensible, se proponen destruir su carrera política sembrando dudas sobre su moralidad de escuela dominical, tal vez sería mejor que apareciese usted en la televisión y expusiese los hechos tal como son en realidad. Como cuando le acusaron, en las elecciones de 1952, de haber recibido una subvención política ilegal. El discurso de Checkers[4].

Tricky (intrigado). ¿Quiere decir repetirlo?

Entrenador espiritual. Bueno, tal vez no el mismo discurso.

Tricky. ¿Por qué no? Dio resultado.

Entrenador espiritual. Cierto. Pero me pregunto, señor presidente, si tiene algo que ver con el problema actual.

Tricky. Tal vez no. Pero ya sabe usted, reverendo, que cuando se tienen que combatir acusaciones tan furiosas y desaforadas como éstas, cuando uno se halla en medio de una crisis como ésta, que puede engordar como una bola de nieve y llevar de la noche a la mañana a un desastre político, a veces hay que hacer lo que se sabe que funciona y dejar para más tarde los problemas. De no hacerlo así, temo que podría no haber un «más tarde».

Entrenador espiritual. Bueno, yo no soy político, señor presidente, y debo confesar que quizá soy irremediablemente ingenuo al creer que La Verdad Os Hará Libres. Pero pienso que si, en vez de repetir el discurso de Checkers, en vez de detallar sus ganancias a lo largo de los años y decir cuánto dinero debe a sus padres y todo lo demás, pronunciase ahora un discurso parecido, ofreciendo a la nación un relato detallado de sus experiencias sexuales, dando las fechas exactas de su agenda, cuándo, dónde y con quién, podría sentirse seguro al dejar que fuese el pueblo americano quien juzgase si es o no es usted partidario de la fornicación.

Tricky. Quiere usted decir que vaya a la televisión con mi agenda…

Entrenador espiritual. Sí, y que la hojee página a página, hasta que llegue al fin a una anotación que pueda leer en voz alta. Pienso que los largos silencios serían, en sí mismos, la parte más elocuente de la emisión.

Tricky. ¿Y qué me dice de los diagramas? ¿Qué me dice de un gráfico? Mire, no sé si la gente estaría sentada toda la noche delante de sus televisores esperando a que yo dijese algo. Pero si tuviésemos un gráfico que indicase las horas que he dedicado a las actividades humanas ordinarias de proyectar, intrigar, vilipendiar, etcétera, contra las que he pasado copulando, bueno, creo que podría ser bastante impresionante.

¡Y podría emplear un puntero! Aun a riesgo de parecer inmodesto, pienso que puedo competir con cualquier maestro de escuela del país en eso de emplear el puntero y los gráficos, aunque, naturalmente, mi profesión es la de abogado, como sabe usted muy bien. ¡Y pediría prestado un perro!

Bueno, ¿qué les parece a los demás?

Entrenador Político. Hablando con franqueza, señor presidente, creo que estamos ladrando a la luna con toda esa idea de emplear la verdad o el perro. Desde luego, hemos empleado este último, con algún éxito, y aunque no traigo encima mi fichero, estoy seguro de que, también empleamos la verdad alguna vez en el pasado. No puedo recordar exactamente cuándo, pero, si usted quiere, haré que mi secretaria lo busque mañana por la mañana. Sin embargo, me parece que ahora, dado el histerismo de esos boy scouts y la atención que se les presta, si apareciese usted en la televisión y dijese que había practicado el coito una sola vez en toda su vida, quizá como un rito de iniciación cuando estaba en la Marina, tal vez al cruzar el ecuador, y que la cosa había durado menos de sesenta segundos, que no le había gustado en absoluto, que tuvieron que sujetarle hasta el fin, etcétera, incluso eso bastaría para que apareciese culpable de la falta que le imputan los boy scouts.

Tricky (reflexionando). Desde luego, si prescindimos del perro y de la verdad y de todo lo demás, quizá lo mejor que puedo hacer es hablar por televisión y negarlo todo. Decir que nunca he cohabitado.

Entrenador Político (sacudiendo la cabeza). ¿Ha visto usted a esa gentuza, señor presidente? No le creerían, hasta ese punto.

Tricky. Supongamos que hablase desde el HEW[5] [Department of Health, Education and Welfare], con el director general de Sanidad a mi lado, y éste leyese un dictamen médico afirmando que, ni ahora ni nunca, he sido capaz de realizar el coito.

Entrenador espiritual. Señor presidente, aun a riesgo de volver a ser políticamente ingenuo, usted es padre de dos hijos…, es decir, si eso significa algo en este contexto…

Entrenador Político. Políticamente ingenuo. ¡Caray! Ha sido una buena idea, reverendo.

Tricky. Pero ¿por qué no podemos decir que los adopté?

Entrenador Político. No, no; eso no resuelve de veras el problema. Aunque pudiésemos establecer que usted no es solamente estéril, sino impotente en un ciento por ciento, aunque pudiésemos hacer que el público americano creyese que esos hijos que se le parecen tanto fuesen adoptivos, y creo que podríamos lograr ambas cosas, si fuese necesario, yo diría que aún seguiría comprometido por haber traído a su casa el fruto de las relaciones sexuales de otros. Todavía estaría atrapado en este problema de fornicación.

Entrenador jurídico. Absolutamente cierto. Un caso claro de culpa por complicidad. Si yo fuese el juez, me lo cargaría. Y otra objeción. Si aparece en la televisión y dice que es impotente, la mayoría de la gente no sabrá siquiera de qué le está hablando. Estoy seguro de que la mitad pensarán que quiere decir que es de la acera de enfrente.

Entrenador político. ¡Un momento! ¡Un momento! ¿Qué le parece a usted, señor presidente?

Tricky. Que me parece, ¿qué?

Entrenador político. Aparecer en la televisión y decir que es usted gay. ¿Lo haría?

Tricky. ¡Oh! Claro que lo haría, si piensan ustedes que puede dar resultado.

Entrenador espiritual. Sin duda alguna, señor presidente…

Tricky. Reverendo, ¡estamos hablando de mi carrera política! Con el debido respeto, estamos escuchando a un hombre cuyo oficio es la política, como el de usted es la religión, y si él dice que, en una situación como ésta, la verdad, el perro y todo lo demás no nos llevan a ninguna parte, debemos presumir que sabe lo que dice. A fin de cuentas, una de las cualidades de un gran líder es querer escuchar todos los pros y los contras del problema, sin dejarse cegar por sus propios prejuicios e ideas preconcebidas. Ahora bien, yo soy cuáquero, como saben ustedes muy bien, y en consecuencia es natural que me sienta predispuesto en favor del consejo dado por una persona espiritual como es usted. Pero no puedo apartarme de los hechos, sólo para parecer un cuáquero mejor a sus ojos y a los míos. Nos las habernos con una multitud de mozalbetes cuyas mentes han sido envenenadas con una terrible mentira, Tenemos que encontrar la manera de hacer que recobren la cordura y, al mismo tiempo, devolver a la Presidencia su dignidad y su prestigio. Y si para lograr estos dos importantes objetivos tengo que aparecer en la televisión y decir que soy homosexual, tenga la seguridad de que lo haré. Tuve el valor de llamar comunista a Alger Hiss. Tuve el valor de llamar bruto a Khruschev. ¡Le aseguro que tengo valor para llamarme marica!

Pero el problema no es si tengo valor para decir esto o aquello; nunca lo ha sido. El problema es, como siempre, de credibilidad. ¿Me creerán? ¿Se lo tragarán en el Pentágono, general? Sería una buena prueba.

Entrenador militar (reflexionando). Es posible, señor. Es muy posible.

Tricky. ¿Convendría que pestañease más cuando hablo?

Entrenador militar. No, no; considero que ya pestañea usted bastante, señor. Si lo exagerase, podría no parecerles bien a algunos de los viejos.

Tricky. Deduzco de lo que dice que proscribiría usted rotundamente que llevara un vestido de mujer. Algo sencillo. Negro, por ejemplo.

Entrenador militar. No necesariamente, señor.

Tricky. ¿Qué me dice de unos pendientes?

Entrenador militar. No, creo que está usted bien así, señor.

Tricky. La cuestión es que no quiero aparecer como un simple travestí. Sombreado de ojos y todo lo demás; tengo que andar con cuidado a este respecto.

Entrenador espiritual. Señor presidente, si me lo permite, me parece que, en su interés por hacer lo mejor para la nación, quizá olvida un pequeño detalle técnico. Los homosexuales tienen también relaciones sexuales.

Tricky (pasmado). ¿De veras? ¿Cómo? (el Entrenador espiritual ase a Tricky de la mano, como haría para consolar a un afligido, e, inclinándose hacia delante, murmura discretamente la respuesta al oído del presidente).

Tricky (echándose atrás). ¿Qué? ¡Es horrible! ¡Es asqueroso! ¡Lo inventa usted!

Entrenador espiritual. Ojalá fuese así, señor presidente.

Tricky. Pero…, pero… (ahora es él quien se inclina hacia delante para murmurar al oído del reverendo).

Entrenador espiritual. Supongo que esto no les importa, señor presidente.

Tricky (escandalizado). ¡Pero es bestial! ¡Es monstruoso! ¡Y esto es América! ¡Y yo soy el presidente de América! Y… y… (volviéndose asombrado, a los otros entrenadores) escuchen, ¿se dan ustedes cuenta de lo que pasa en este país? ¿Saben lo que acaba de decirme el reverendo?

Entrenador político. Creo que sí, señor presidente.

Tricky. ¡Pero esto es grotesco! ¡Uuuuy! ¡Me tiemblan los labios!

Entrenador político. Es natural, señor presidente. Sin embargo, ello no afecta al problema con el que nos enfrentamos. Lo importante es esto: los homosexuales, hagan lo que hagan, no realizan en modo alguno la clase de actividad sexual productora de fetos, que es precisamente la que ha provocado la belicosidad de los boy scouts. En consecuencia, si apareciese usted en la televisión y dijese que es homosexual, la mayoría de los americanos le absolverían de la acusación de los boy scouts de que es usted un activista heterosexual. Quedaría libre de toda sospecha.

Tricky. Comprendo…, comprendo. Está bien, ¡lo haré! Así es como hay que comportarse en una crisis: ¡resueltamente! Como escribí en mi libro, resumiendo lo que aprendí durante los ataques cardíacos del general Poppapower: «La acción decisiva alivia la tensión que se produce en una crisis. Cuando la situación requiere que un individuo se abstenga de actuar decisivamente durante un largo período de tiempo, puede convertirla en la más agotadora de las crisis».

Como ven, no se trata siquiera de lo que uno decida, sino de que decida. De lo contrario, se origina esa maldita tensión, y les aseguro que, si es demasiado fuerte, lo más probable es que el afectado pierda la chaveta. Y yo no la perderé mientras sea presidente de los Estados Unidos. Quiero que esto quede perfectamente claro. Sí leen ustedes mi libro, verán que toda mi carrera ha estado dedicada a no volverme loco, tanto como a cualquier otro objetivo. Y no voy a empezar ahora. Frío, confiado y resuelto. Lo haré: ¡diré que soy gay!

Entrenador jurídico. Yo no lo haría si estuviese en su lugar, señor presidente.

Tricky. Entonces, ¿qué sugiere?

Entrenador jurídico. Señor presidente, como presidente de los Estados Unidos. ¿Por qué tiene usted que hacerlo? En los tiempos del discurso de Checker, cuando sólo era candidato a la vicepresidencia, naturalmente tenía que explicar y disculparse y ser humilde, y decirles que debía mucho dinero a papá y a mamá, y que tenía un perrito, etcétera, etcétera. Mire usted, entonces yo no habría tenido nada que objetar a que se pusiese de rodillas en la televisión y se rebajase y degradase de la manera que creyese más natural, con el fin de alcanzar el poder. Pero ahora está usted en el poder. Ahora es el presidente. ¿Y quiénes son esos chiquillos callejeros que formulan contra usted estas ridículas acusaciones? Son eso: chiquillos de la calle. No me importa el uniforme que lleven; todavía no son seres adultos. Y esto es muy diferente.

Tricky. ¿No lo haría?

Entrenador jurídico. No. No lo haría si fuese cualquier otro ciudadano de este país, puede usted recurrir a la ley. Yo le digo: úsela. Yo le digo: deténgalos, métalos en chirona, y tire la llave a la basura.

Entrenador militar. ¡Protesto! Basta ya de contemplaciones con el enemigo. Acabemos de una vez para siempre. ¡Fusílelos!

Tricky (reflexionando). Interesante idea. Quiero decir que es todo lo decisiva que cabe imaginar, ¿no? Pero ¿puedo preguntarle, general, si hemos de fusilarlos después o antes de detenerlos? Desde luego, siempre nos enfrentamos al mismo problema, ¿no?

Entrenador militar. Si lo hacemos después, señor, correremos el riesgo de siempre.

Entrenador jurídico. Por otra parte, general, no crea que, si lo hace antes, se librará de todo riesgo. Hágalo antes, y puedo afirmar, tan seguro como que estamos sentados aquí, que todos esos chalados de los derechos civiles se le echarán encima, y le digo que son un incordio para todos los implicados y que no darán a mi personal ni un momento de reposo.

Entrenador militar. Reconozco que son muy molestos. Pero hágalo después y se hallará en un atolladero con esos boy scouts, como nos hallamos en un atolladero en el sur de Asia. Hágalo después, y sacrificará algo que es fundamental para el éxito de cualquier ataque: el elemento sorpresa. El sentido común nos dice que el enemigo no es tan estúpido como para quedarse esperando a que le maten; si recibe algún aviso de que está en peligro de muerte, adoptará alguna medida, cobarde y probablemente cruel, para proteger su vida; por ejemplo, contraatacar. Yo, naturalmente, aborrezco como el que más esta clase de tortuosidad; pero debemos enfrentarnos con ella: esa gente no tiene el menor sentido del juego limpio, y muchos no se estarán quietos esperando a que les metan en la cárcel, y menos a que les maten.

¿Y qué decir del problema moral? Tengo una conciencia que me acompañará mientras viva, caballeros; tengo una tradición que mantener; soy responsable de algo más importante que los dólares y los centavos. Y les digo que no voy a andarme con contemplaciones con el enemigo, poniendo en peligro vidas americanas, a menos, naturalmente, de que se me ordene hacerlo. Señor presidente, debo hablar con el corazón en la mano; no sería un buen general del Ejército de los Estados Unidos si no lo hiciese. Señor presidente, si el día que tomó usted posesión de su cargo hubiésemos, con su permiso, detenido y fusilado a todos los vietnamitas que hubiésemos encontrado, habríamos salvado con ello quince mil vidas americanas. En cambio, señor, al seguir el curso de acción ordenado por usted como jefe supremo del Ejército, y haberlos matado poco a poco, como cuando se presentaba una ocasión, diez aquí y veinte allá, sufrimos graves pérdidas, tanto en hombres como en material.

Cierto que, al seguir tercamente su estrategia, empezamos ahora a ver alguna luz al final del túnel. Y tenemos grandes esperanzas de poder ayudarle a cumplir su promesa al pueblo americano de que, el día de las elecciones de 1972, según su agenda secreta, habrá conseguido la completa retirada del pueblo vietnamita de Vietnam.

En mi opinión, señor, tenemos medios de conseguir estas retiradas en cuestión de horas. Por favor, señor presidente, no repitamos los errores de Vietnam en nuestra propia casa.

Entrenador jurídico. Desde luego, señor presidente, no puedo censurar al general por su sabiduría táctica, y créame si le digo que no me importa en absoluto cargarme a esos chiflados de los derechos civiles. Sólo que, si liquidamos a esos scouts en la calle, antes de detenerlos y encarcelarlos, esto creará, como decía, una enorme cantidad de trabajo innecesario pura mi personal, compuesto en su mayor parte por jóvenes de primera clase a los que puedo emplear en tareas más útiles y valiosas.

Sin embargo, señor presidente, sea antes o después, como usted prefiera, puede contar con mi apoyo. Pero que salga usted en la televisión y confiese algo, o se disculpe, o dé cualquier clase de explicación sobre usted mismo, bueno, a mi modo de ver, nada podría corroer tan gravemente su autoridad política y moral, ni constituir una mayor amenaza contra la causa de la ley y el orden. Incluso me atreveré a decir que, si parece usted ceder de la manera que sea en esta cuestión, o en cualquier cuestión, dicho sea de paso, abrirá las compuertas a la anarquía, al socialismo, al comunismo, a la asistencia social, al derrotismo, al pacifismo, a la perversión, a la pornografía, a la prostitución, al gobierno de la chusma, a las drogas, al amor libre, al alcoholismo y a la profanación de la bandera. Verá usted un auge de la irresponsabilidad capaz de superar todo lo imaginable. Bueno, no pretendo asustar a nadie, pero lo cierto es que un gran elemento criminal de este país está esperando un signo de debilidad por parte de nuestro líder para iniciar su maniobra; cualquier cosa que indique que Trick E. Dixon ha perdido el control total, de sí mismo y de la nación… Y no quiero decirle lo que pasaría.

Tricky (interrumpiéndole). Precisamente por eso voy a hacerme extirpar las glándulas sudoríparas; para mostrarles que conservo el control.

Entrenador jurídico (prosiguiendo). Bueno como usted sabe, tendrá que haber algún derramamiento de sangre cuando nos decidamos a matar a esos jóvenes, sea antes o después. Parece que siempre nos encontramos con sangre cuando matamos a alguien; una de esa circunstancias inherentes a la muerte que tenemos que aguantar. Veo que menea usted la cabeza reverendo. ¿Sugiere que se puede matar a alguien, aunque sea a unos jóvenes como ésos, sin verter sangre? Si es así, quisiera que me dijese cómo.

Entrenador espiritual (angustiado). Bueno ¿qué me dice del gas, gas venenoso o algo por el estilo? Creo que ya se ha derramado bastante sangre en este siglo.

Entrenador militar. El único inconveniente del gas, reverendo, y hablo fundándome en mi experiencia de primera mano, el único inconveniente del gas es que, desgraciadamente, no tenemos a esos scouts en un espacio abierto. Si estuviesen, por ejemplo, en medio de un desierto en alguna parte, bastaría una rociada para acabar con ellos.

Entrenador espiritual. ¿Y no los podríamos llevar a un desierto?

Entrenador jurídico. ¿Cómo? (astutamente). ¿Sugiere usted que sean enviados allí en autobús?

Entrenador espiritual. Pues, sí; supongo que los autobuses servirían.

Tricky. No; temo que es imposible, reverendo. He pensado profundamente en esto y he tomado mi decisión: esta administración no enviará en autobús a unos chiquillos, desde Washington, D.C. hasta el estado de Arizona, para envenenarles. Es una cuestión en la que el gobierno federal no puede intervenir. Este es un país libre, y una de sus libertades fundamentales es poder elegir el sitio donde quiere que se mate a sus hijos.

Entrenador espiritual. ¿Y no hay manera de envenenarles aquí?

Entrenador militar. Demasiado peligroso, reverendo. Empiece a gasear a esos chiquillos y, si sopla un poco de viento, envenenará a algunos adultos totalmente inocentes a muchas millas de distancia.

Entrenador jurídico. Bueno, si el gas se extendiese lo suficiente, serían también liquidados algunos adultos culpables.

Entrenador espiritual. ¡Por favor, caballeros! Me opongo rotundamente a cualquier acción que pueda amenazar, aunque sea remotamente, la seguridad de un solo adulto inocente. Por muchos culpables que cayesen en la Operación.

Entrenador militar. Estoy de acuerdo, reverendo. Yo preferiría fusilarlos. Siempre he sostenido que el soldado adquiere un mayor sentido de participación y de realización si aprieta el gatillo y ve los resultados con sus propios ojos.

Entrenador espiritual (al entrenador jurídico). ¿Y usted?

Entrenador jurídico. Me parece bien. Con tal de que todos nos demos cuenta de antemano de que habrá derramamiento de sangre, y de que los medios de difusión lo explotarán al máximo. No me cabe la menor duda, dada la gente que maneja los resortes de la prensa y de la televisión, de que hincharán desmesuradamente este asunto y, por ejemplo, no dirán una palabra sobre nuestra moderación al no emplear gases venenosos ni autobuses. Quiero decir que podríamos obligar a esos muchachos a realizar lo que es virtualmente una excursión a campo traviesa en autobús, un largo, caluroso y espantoso viaje a Arizona, sin comida, ni agua, ni papel higiénico, etcétera, antes de matarlos, y sin embargo, como todos sabemos, ni un solo miembro de la administración, a excepción del reverendo aquí presente, ha hablado en favor de esta solución. Pero ¿lo dirían en la televisión? Creo que no.

Tricky. ¡Oh, no! Nunca contarían este aspecto de la historia. No es bastante sensacional para ellos, ni bastante lúgubre. No hay bastante violencia para su gusto. No; nunca dicen lo que dejamos de hacer; siempre dicen lo que hacemos. Desgraciadamente, es lo que ellos consideran noticia.

Entrenador jurídico. Afortunadamente, señor presidente, el pueblo de este país es en su gran mayoría lo bastante pasivo e indiferente para no dejarse conmover por esta clase de sensacionalismo irresponsable de los medios de difusión.

Tricky. Oh, no me interprete mal. Nunca he perdido la fe en la maravillosa indiferencia del pueblo americano. Sólo porque vean un poco de sangre de boy scout en la televisión. ¿Sangre de Boy Scout en la televisión? (su labio se humedece de pronto con el sudor). ¡Me inculparía! ¡Me…!

Entrenador jurídico. Nada de eso, señor presidente, nada de eso. No es más que otra crisis, no tiene de qué preocuparse. Sea frío, confiado, resuelto. Vamos, repita conmigo que sabe cómo que ser ante una crisis: frío, confiado y resuelto.

Tricky. Frío, confiado y resuelto. Frío, confiado y resuelto. Frío, confiado y resuelto. Frío, confiado y resuelto.

Entrenador jurídico. ¿Se encuentra mejor? ¿Ha pasado la crisis?

Tricky. Sí, creo que sí.

Entrenador jurídico. Ya ve, señor presidente no deben asustarle los boy scouts. Desde luego, sangrarán un poco y es posible que la televisión ponga el grito en el cielo por ello; pero cuando el país vea la pancarta enarbolada por uno de ellos antes de empezar la sangría (saca de su cartera un rótulo que dice DIXON A FAVOR DEL COITO. El reverendo jadea), pienso que habrán terminado todas nuestras preocupaciones. Que publiquen los periódicos todas las fotos que quieran de los cadáveres de los boy scouts; nosotros publicaremos una foto de este rótulo y de las cinco mil copias que he encargado para mañana por la mañana a la imprenta del Gobierno, y entonces veremos a quién apoya la nación.

Tricky. ¡Miren! ¡He dejado de sudar!

Entrenador jurídico. ¿Lo ve? Ha superado otra crisis, señor presidente.

Tricky. ¡Uy! ¡Con ésta son seiscientas una! (todos le felicitan, salvo el entrenador altanero, que habla ahora por primera vez).

Entrenador altanero. Caballeros, me pregunto si puedo abordar de un modo un tanto diferente el problema para cuya solución nos hemos reunido. Mientras escuchaba sus sugerencias, he dedicado al problema, simultáneamente, toda mi fuerza mental, mi sabiduría, mis credenciales académicas, mi astucia, mi oportunismo, mi amor al poder, etcétera, y resultado de ello es esta lista que tengo en la mano, con los nombres de cinco individuos y/u organizaciones a quienes creo que, sin peligro, y para usar una expresión vernácula, podemos cargarles el mochuelo.

Entrenador jurídico (con un interés repentino, después de su recelo inicial contra «el Profesor»). ¿El mochuelo?

Entrenador altanero. «El mochuelo».

Entrenador jurídico. ¿Qué mochuelo?

Entrenador altanero. El que usted quiera, Incitar a la rebelión. Torcer la moral de unos menores. O, si lo prefiere, corromper a la juventud de la nación.

Entrenador político. «Corromper a la juventud». ¡Vaya! ¡Esto tiene un verdadero tono de campaña electoral!

Entrenador altanero. Y cierta resonancia histórica, diría yo.

Entrenador espiritual. Aun a riesgo de parecer «conservador», ¿puedo pronunciarme a favor de lo de «torcer la moral de los menores»? Siempre me ha parecido una expresión de lo más atractiva. Parece que la palabra «torcer» tiene algo que enfurece particularmente a la gente.

Entrenador jurídico. Puede que sí, reverendo, pero creo que no puede competir con la «incitación a la rebelión» para espantar al público.

Tricky. ¿Y usted qué dice, general? De nuevo parece afligido.

Entrenador militar. ¡Y lo estoy! ¡Me siento afligido cada vez que el Profesor abre la boca! ¿A qué viene esto de acusar a alguien? Bueno, conste que las acusaciones son buenas y nada digo personalmente contra ellas, pero creo que estábamos hablando de fusilar a los bastardos.

Entrenador altanero. General, a pesar de su menosprecio por los intelectuales, yo siento el mayor respeto por los oficiales del ejército como usted, en particular por su lealtad a sus hombres y a su país. Me pregunto si, cuando haya leído mi lista, no estará de acuerdo en que, acusando del delito a uno de estos enemigos confesos de América, atribuyéndole la responsabilidad del levantamiento de los boy scouts, absolveremos a éstos de toda culpa real y rebatiremos, al mismo tiempo, sus acusaciones contra el presidente. Los scouts se echarán atrás, aterrorizados…

Entrenador militar. ¡Pero sin que nosotros disparemos un tiro!

Entrenador altanero. El país no sufrirá por ello, general.

Tricky. Parece interesante, Profesor. Pero ¿por qué sólo uno de los cinco? Esto me parece fuera de lo normal.

Entrenador altanero. Quizá, pero pienso que va hemos abusado bastante de las conspiraciones.

Tricky. ¡Oh! Pero considero que es mucho más divertido cuando se eligen dos o tres. Cada cual escoge a sus favoritos, y todos discutimos y damos vueltas al asunto, hasta que damos con una conspiración que satisface a todo el mundo.

Entrenador jurídico. Y, señor presidente, si me permite decir una palabra en pro de la causa de la justicia, cuantas más opciones pueda tener cada cual, mayor será la probabilidad de dar con el verdadero culpable. Pienso que, para no correr riesgos, cada uno de nosotros debería elegir un mínimo de tres nombres.

Entrenador espiritual. Sé que esto escapa de nuevo a mis funciones, pero, si ha de ser en beneficio de la justicia, ¿por qué no podemos elegir a los cinco?

Entrenador militar. Señor presidente, mi impaciencia crece por momentos. Aquí estamos, sentados en la comodidad y el esplendor de este bien abastecido vestuario subterráneo, con nuestro atuendo de rugby, deliberando sobre las lindezas de la justicia, mientras, a cada momento que pasa, esos boy scouts se aperciben para luchar contra mis hombres. Pienso que ya es hora de que recordemos al Profesor que no está en su torre de marfil, en la que puede desgañitarse hasta ponerse morado, hablando de los derechos de éste y los derechos de aquél, y de los derechos que caben en la cabeza de un alfiler. Ahí fuera hay una turba alborotada de boy scouts, algunos de ellos eagle scouts, que se vuelven más violentos y amenazadores por momentos. ¡Yo digo que hay que fusilarlos ahora mismo!

Tricky. General, es usted un bravo soldado y un americano fiel. Pero debo decir que percibo en sus observaciones cierto olvido de las libertades constitucionales fundamentales que me obligué a defender al jurar mi cargo.

Entrenador militar. Señor presidente, siento el mayor respeto por la Constitución. Si no fuese así, no habría consagrado mi vida a luchar por defenderla. Pero la verdad es que estamos jugando con una bomba de relojería. Mañana por la mañana, puedo garantizárselo, sus filas se verán incrementadas por disolutas brownies y por cub scouts[6] en busca de aventuras. Ahora bien, una cosa es pedir a mis hombres que liquiden a los eagle scouts, y otra que tengan que habérselas con niños y niñas pequeños. Estos chiquillos pueden correr como liebres, y son pequeños. Como resultado de ello, lo que ahora no sería más que una vulgar matanza callejera, se convertiría en una peligrosa lucha casa por casa, en la que sin duda sufriríamos graves pérdidas, al disparar equivocadamente unos soldados contra otros.

Tricky. Creo que ya sabe usted, general, que nadie desea más que yo ahorrar vidas de nuestros muchachos, bueno, quiero decir de nuestros hombres. Pero repito: no lo haré saltándome a la torera la Constitución. Realicé mi campaña electoral presentándome como estricto defensor de la Constitución de este país, y si ahora siguiese el rumbo que usted sugiere e impidiese que este grupo votase, libre y honradamente, los nombres de la lista del Profesor, el pueblo americano estaría en su derecho si mañana me echase de mi cargo.

Y permítanme que deje bien clara una cosa: nadie volverá a hacerlo. ¡Ya me han dado bastantes patadas en mi vida! No quiero asumir el papel de perdedor de una guerra o de lo que sea, y si esto significa descargar todo el peso de nuestras Fuerzas Armadas sobre la última brownie o cub scout de América, lo haremos. Porque el presidente de los Estados Unidos y caudillo del Mundo Libre no puede tolerar que nadie le humille, y menos unos colegiales que no tienen nada mejor que hacer que incitar al Ejército de los Estados Unidos a un combate casa por casa. No me importa que tengamos que meternos en los parvularios. No me importa que nuestros hombres tengan que abrirse paso a través de barricadas construidas con combas, hula hoops y goma de mascar, bajo un fuego de juguetes mal empleados como armas… Yo, como jefe militar supremo, no rehuiré el combate. ¡Y menos estando en juego mi prestigio! Si tengo que ordenar ataques aéreos contra los patios de recreo, ¡lo haré! ¡Y que traten de derribar a los B-52 con sus bates de béisbol y sus pelotas! ¡Que traten de huir de mis helicópteros con sus triciclos! No; esta nación poderosa y gigantesca, de la que soy por añadidura gigantesco presidente, no tolerará que un puñado de mocosos turbulentos, que deberían estar en casa haciendo sus deberes, le tiren de las orejas (todos aplauden).

Ahora, hablemos de la votación. Como soy un hombre decidido, según habrán podido ver en mi libro Seiscientas crisis, voy a decidir cuántos de esos cinco enemigos de América podrá elegir cada uno de ustedes para cargarles el mochuelo. Desde luego, todavía tenemos que decidir de cuál de los tres delitos mencionados por el Profesor serán acusados; pero, como se está haciendo tarde, podríamos dejar esto para otro día. De momento, decidiremos quién es culpable (sonríe maliciosamente). A fin de cuentas, ¡eso es lo que interesa!

Ahora (serio de nuevo) procederemos de la manera siguiente: el Profesor leerá su lista, y cada uno de los presentes elegirá los nombres que quiera, hasta un máximo de tres… No, de dos… No, de tres… ¡Uy! Me suda el labio de nuevo. Creo que voy a tener otra crisis. ¡Dos! ¡Dos! ¡Digo que dos!

Entrenador político. Le felicito, señor presidente… ¡Ha superado la crisis!

Tricky. ¡Uy! ¡Con ésta son seiscientas dos! ¡Esperen a que les diga a las niñas lo que hizo papá!

Entrenador jurídico. Señor presidente, ya que sólo se nos permite elegir a dos de los candidatos de la lista del Profesor, ¿no podría cada uno de nosotros añadir dos nombres por su cuenta, si pensamos que puede haber otros dos sospechosos?

Tricky. Bueno, déjeme hacerle una pregunta. ¿Quiere usted hacer un trato?

Entrenador jurídico. Si usted quiere considerarlo así, por mí no hay inconveniente.

Tricky. Lo prefiero. En otro caso, podría parecer que cambio de idea por indecisión. Pero, si sólo es una manera de retribuirles por algo que puedan hacer en el futuro, creo que todos los presentes lo comprenderán.

Entrenador jurídico Por mí, de acuerdo.

Tricky. Muy bien. Dos de la lista del Profesor y dos de su propia elección.

Entrenador altanero. La lista es ésta, caballeros: 1: Hanoi. 2: Los Berrigan. 3: Los Panteras Negras. 4: Jane Fonda. 5: Curt Flood.

Todos. ¿Curt Flood?

Entrenador altanero. Curt… Flood.

Entrenador espiritual. Pero ¿no es un jugador de béisbol?

Tricky. Era un jugador de béisbol. Cualquier duda que tenga sobre jugadores de béisbol, pregúntemela a mí, reverendo. Fue fielder central de los Washington Senators. Pero de repente se escapó. Se largó del país.

Entrenador altanero. Así fue, señor presidente. Curt Flood, nacido el 18 de enero de 1938, en Houston, Texas, buen bateador y buen lanzador, empezó a jugar en la liga de béisbol en 1956 con Cincinatti, jugó desde el 58 hasta el 69 con los St. Louis Cardinals, y está actualmente contratado por los Washington Senators, con un salario de 110 000 dólares al año; pero, en la mañana del 27 de abril de 1971, tomó un avión de la Pan Am en Nueva York, con destino a Barcelona, sin dar más explicación de su repentina marcha que la necesidad de resolver «problemas personales». Aunque se sabe que Flood compró un billete para Barcelona, por lo visto desembarcó en Lisboa, vestido con una chaqueta de cuero marrón, pantalón acampanado y gafas de sol, para conectar con un vuelo hacia su definitivo destino en Europa. La pregunta, caballeros, salta a la vista: ¿Por qué exactamente una semana antes del levantamiento de los boy scouts en Washington, D C, sintió mister Curt Flood, del equipo de béisbol de Washington, la necesidad de abandonar el país de un modo tan dramático y precipitado?

Tricky. Oh, creo que puedo contestar a esto, Profesor, pues por algo conozco todos los entresijos del deporte. El pobre Flood estaba en muy baja forma. En las veinte veces que bateó este año, sólo le dio tres a la pelota, y flojamente en dos de ellas. Lo cierto es que Williams lo retuvo en el banquillo. Le tuvo sentado seis veces seguidas sin batear. Bueno, yo puedo detentar el cargo oficial más importante del país, pero no voy a poner en duda las razones de Ted Williams cuando sienta en el banco a un jugador. No, señores. Por otra parte, pueden imaginarse el efecto que esto le produjo a un jugador como Flood, a un astro que cobra cien mil dólares al año.

Entrenador altanero. Con el debido respeto, señor, a su conocimiento del juego, muy superior al mío, ¿no pudo ser esa «baja forma», como usted la llama, una «excusa», una hábil coartada, para un jugador de béisbol que proyecta salir precipitadamente del país?

Entrenador jurídico. No sé si he captado bien su intención, Profesor, pero ¿sugiere usted que Ted Williams, el entrenador de los Senators, está también implicado en esto? ¿Que el hecho de sentar a Flood en el banquillo fue parte de un plan preconcebido?

Entrenador político. Un momento. Antes de seguir adelante, quisiera decir que me parece que estamos patinando sobre una capa de hielo muy delgada al mezclar en esto a una figura del béisbol tan eminente como Ted Williams. Aunque denigrado por muchos cronistas deportivos de su tiempo, y estoy seguro de que podríamos recabar su ayuda, en caso necesario, mi reacción instintiva es que interesa a esta administración no meterse con los famosos.

Tricky. ¡Y menudo famoso! Me pregunto cuántos de ustedes conocen el historial de Ted Williams. Es, ciertamente, un historial del que deberían enorgullecerse todos los americanos, y quiero comunicárselo. Escuchen y digan si no están de acuerdo conmigo. Promedio de bateo en toda su vida: 344. Esto le coloca en quinto lugar en la historia de este deporte. Promedio de slugging: 634. Esto le coloca en segundo lugar, ¡sólo después de Babe Ruth! En dobles, en el catorce, con 525; en home runs, el quinto, con 521; en extra base hits, el séptimo, con 1117; y en las importantes RBI, y no me cansaré de insistir en la importancia de las RBI para el deporte nacional, también el séptimo, con 1839. Y esto no es todo. En 1941, fue el primero de la liga con, fíjense bien, ¡406 hits! También en 1942, con 356; en 1947, con 343; en 1948, con 369… (Súbitamente irritado). ¡Y decían que Jack Carisma era el único que tenía memoria para los hechos! ¡Decían que Carisma era el único que sabía resolver los problemas! ¡Oh, cuánto les gustaba degradar a Dixon! ¡No es extraño que yo sufriese una crisis en aquella campaña! ¡Siempre se metían conmigo! ¡Con mi barba! ¡Con mi nariz! ¡Con mi táctica! Bueno, voy a decirles una cosa referente a mí llamada «táctica»: si en cualquiera de los promedios que acabo de citarles me he equivocado en una centésima por ciento, mañana mismo presentaré la dimisión ante el Congreso. Sería un acto sin precedentes en la historia americana, pero lo haría, si hubiese osado hacer política de partido ante el público americano en un asunto tan serio como éste (todos aplauden).

Entrenador político. Señor presidente, su relación de hechos ha sido impresionante, y ha reforzado mi convicción de que sería una locura acusar a un jugador como Williams de un delito federal.

Tricky. Es un buen razonamiento. Un sagaz razonamiento político. Desde luego, el caso de Flood es muy diferente. Desde luego, bateó más de 300 para los Cards en 1961, 1963, 1964, 1965, 1967 y 1968, pero ni una sola vez fue el primero de la liga en hitting o en home runs, como lo fue Williams, y su promedio de slugging es casi la mitad del de Williams al final de su carrera.

Desde luego, en 1964, Flood ocupó el primer lugar en la Liga Nacional en base hits, con 211, y estas cosas pueden despertar bastante simpatía. Ahora permítanme que deje una cosa perfectamente clara: no digo que sea equiparable al campeón de todos los tiempos en este aspecto, George Sisler, que hizo 257 hits en el año 1920, pero un hecho es un hecho, y tenemos que enfrentarnos con él. Aquellos 211 base hits podrían traer dificultades.

Entrenador altanero. Señor presidente, en circunstancias ordinarias, también yo me mostraría reacio a formular una acusación tan grave como la que más, contra un hombre que, como acaba usted de recordarnos acertadamente, fue en cabeza de la Liga Nacional con 211 base hits. Pero Curt Flood es algo más que su estrella de segunda magnitud de antaño en el arte de batear: es un alborotador de buena fe y estaba con el agua al cuello incluso antes de que yo lo pusiese en mi lista. Y por esta razón lo puse en ella pues no sólo ha roto un contrato de cien mil dólares y ha escapado del país al cabo de un mes de empezar la temporada, sino que es el hombre que, en 1970, se negó a ser traspasado por el St. Louis Cardinals al Philadelphia Prillies, sosteniendo que el traspaso le privaba de sus derechos fundamentales a negociar un contrato por sus servicios en el mercado libre. Por consiguiente, tomó como abogado nada menos que a la persona designada por Lyin' B. Johnson para el Tribunal Supremo…

Entrenador político (esperanzado). ¡Abe Fortas!

Entrenador altanero. No, no, pero casi tan bueno. Arthur Goldberg. G-o-l-d-b-e-r-g. Y estos dos pusieron pleito contra el béisbol por motivos constitucionales, alegando que el béisbol organizado violaba las leyes antimonopolio, y que los propietarios, al traspasar jugadores de un equipo a otro sin su autorización, los trataban como a objetos de su propiedad, lo cual era ilegal e inmoral.

Ahora bien, el hecho de poner en tela de juicio sagrado el nombre del béisbol de este modo no sentó muy bien a muchos americanos fieles, incluido el propio Comisario de Béisbol, y a los ojos de muchos, cronistas deportivos y compañeros de juego, así como de hinchas de todo el país, Flood, y su portavoz Goldberg, pareció que estaba empeñado en destruir el deporte adorado por millones. Flood, en un libro que ha escrito sobre el tema, refiere incluso que dijo en una conversación: «Es preciso que alguien se alce contra el sistema. Y estoy dispuesto a hacerlo». Y, caballeros, ésta es sólo una de las declaraciones inculpatorias de que está lleno aquel alegato. Desde luego, si todo lo que ha dicho y hecho no es bastante comprometedor, incluido el haber contratado al señor Goldberg para representarlo en su ataque contra el más americano de los deportes americanos, Flood es negro.

Entrenador jurídico. ¿Dónde está ahora? ¿En Argelia? Si estuviese en Argelia, sería una buena solución para nosotros.

Entrenador altanero. Al contrario, si hubiese volado a Argelia, cosa que no ha hecho, estarían ya vendiendo pósters suyos con bate y gorra, y aparecerían diariamente anuncios de «Flood en Libertad» en el The New York Times, firmados por estrellas de cine y por Jean-Paul Sartre. Habría desfiles y piquetes y, probablemente, una de esas comitivas de mulas acampando en el jardín de la Casa Blanca.

Tricky. ¡Oh, esas comitivas de mulas! ¡Esos desfiles! Realmente, no soporto esas cosas. Nunca falla: cada vez que empiezan a marchar sobre Washington, soy yo quien tiene que marcharse de la ciudad. ¿Les parece que esto tiene sentido? Yo soy el presidente, yo vivo aquí, y sin embargo soy yo quien tiene que recoger los bártulos, subir a un helicóptero y largarse, cuando esos manifestantes empiezan a llegar desde todo el país. Sinceramente, tengo esta grande y hermosa casa, y tengo que pasarme la mitad de la vida corriendo de un lado a otro con las maletas. ¿Se imaginan lo que es para un presidente tener que meter todo lo que necesita en una cartera, prácticamente en cinco minutos, mientras giran las hélices al otro lado de la ventana y todo el mundo chilla: «de prisa, de prisa, salgamos de aquí antes de que se vuelvan locos y nos manden una delegación»? ¡Oh, es horrible! Una vez olvidé la camiseta, otra vez olvidé los zapatos deportivos, otra vez olvidé incluso coger la pelota, y el fin de semana fue un desastre. ¡Y a esos manifestantes les tiene sin cuidado!

Entrenador altanero. Bueno, esta vez no tendrá usted que abandonar la ciudad, señor presidente. Porque este fugitivo no ha volado a Argelia para erigirse en una especie de sucedáneo de líder revolucionario en el exilio; ni ha volado a África para vivir entre los suyos, como habría hecho si buscase la formación de un grupo de seguidores. No, puedo asegurarles que no habrá mucha simpatía en este país para un guapo y musculoso joven negro como Curt Flood, que, según todos los indicios, ha resuelto establecer su hogar (no podría haber elegido mejor, caballeros) en Copenhague.

Entrenador espiritual. ¡No!

Entrenador altanero. Sí, reverendo, Copenhague. La Meca hacia la cual se arrastran de día y de noche los buhoneros mundiales de la basura. La capital pornográfica del mundo.

Entrenador político. ¡Uy! (extático). Y esto no es todo lo que hay en Dinamarca para comprometer al señor Flood, ¿verdad?

Entrenador altanero. Muy bien dicho joven. El término correspondiente es cohabitación entre blancos y negros. Pero esto no quiere decir que tengamos que declararlo lisa y llanamente, como podríamos decir que es un conocido partidario del material pornográfico.

Entrenador espiritual. No, por favor, no lo hagan. Tratándose de un astro del béisbol, tendríamos que habérnoslas inevitablemente con mentes jóvenes e impresionables, muchachos de ocho, nueve, o diez años de edad, que si oyesen estas cosas…

Entrenador político. Estoy de acuerdo, reverendo. Será mucho mejor hacerlo por «implicación».

Entrenador jurídico. Me parece bien. ¿Qué dice usted, señor presidente? ¿Piensa que podrá arreglarlo? ¿Una insinuación aquí, una sugerencia allí, en vez de hablar a las claras?

Tricky. Bueno, si se trata de hacer que el reverendo se sienta tranquilo sobre los maravillosos jóvenes de la Liga Juvenil de este país, seguro que voy a intentarlo.

Entrenador espiritual. Gracias, señor presidente. Gracias, caballeros.

Tricky. Ya ve usted, reverendo, que vuelvo a dar muestras de aquella mesura, de aquel sentido de las proporciones y de la moderación que, según los periódicos, no poseo. A fin de cuentas, tenemos a un negro realizando el acto más indigno que puede imaginar un americano, y con las mujeres de Dinamarca, que son las más blancas de todo el mundo, y sin embargo, en vez de proclamarlo claramente, exponiendo así a nuestros chicos de la Liga Juvenil a ideas sumamente peligrosas y tentadoras, vamos a desacreditarlo con insinuaciones e indirectas.

Entrenador espiritual. Se lo agradezco profundamente, señor presidente.

Entrenador político. Pensábamos que esto se daba por sabido, reverendo.

Entrenador altanero. Muy bien, caballeros. Ahora procederé a leer la lista una vez más, para que puedan decidir ustedes sus votos. 1: Hanoi. 2: Los Berrigan…

Entrenador político. ¿Puedo interrumpir? Desearía hablar un momento en favor de la inocencia de los hermanos Berrigan.

Entrenador jurídico (indignado). ¿La inocencia de los hermanos Berrigan?

Entrenador político (haciendo marcha atrás). ¡De esta acusación! ¡De esta acusación!

Entrenador jurídico. Pero, si aún no hemos decidido cuál es la naturaleza exacta de la acusación, ¿cómo puede ser inocente? ¿Dónde están sus indicios? ¿Dónde están sus pruebas?

Entrenador político. Bueno, no tengo ninguna.

Entrenador jurídico. Entonces, joven, quizás no debería usted proclamar la inocencia de la gente antes de tenerlas.

Entrenador político. De acuerdo, pero temo una cosa si tratamos de cargarles otro delito a esos clérigos, vamos a producir una reacción de simpatía en su favor de esas que en general sólo se producen después de un asesinato. Puedo decirles que, en este mismo instante se está proyectando en Hollywood una película en la que los padres Phil y Dan Berrigan serán interpretados por Bing Crosby y un actor, todavía no designado, pero que debería parecerse al difunto y eminente Barry Fitzgerald. Ahora bien, caballeros, esos productores de Hollywood, con independencia de cómo se vistan o corten el pelo, no son hippies o fanáticos de extrema izquierda por mucho que forcemos la imaginación. A pesar de sus patillas revolucionarias, son tercos hombres de negocios que tienen un producto que vender y un público al que explotar, y son capaces de detectar cualquier tendencia que se desarrolle a gran distancia. Según mis informes, la película proyectada trata con simpatía de dos sacerdotes que resuelven volar West Point, después de que el Ejército derrota a Notre Dame ante setenta millones de hinchas televidentes en el más grande partido de rugby del año. Habrá monjas, canciones, etcétera, y quién sabe qué más, pero una película como ésta podría hacer que todo el maldito país se volviese comunista de la noche a la mañana.

Entrenador militar. ¿Doscientos millones de rojos en suelo americano? Yo no lo consentiría nunca.

Entrenador político. Es más fácil decirlo que hacerlo, general. Fusile a doscientos millones de americanos, si es eso lo que tiene en mente; fusile a cien millones de americanos, y dará a los demócratas precisamente un tema a explotar políticamente en las elecciones de 1972.

Entrenador militar. ¡A qué nivel tan bajo ha caído la política en este país! Si los militares dirigiésemos esta función.

Entrenador político. De acuerdo, de acuerdo. Pero no se construye una sociedad utópica de la noche a la mañana, general. Y por esto quiero aconsejarles a todos y cada uno de ustedes que no voten a los Berrigan. Sé que es muy tentador, sobre todo después de lo que nos ha costado seguirles la pista, pero temo que éste será uno de los casos en que tendremos que poner de manifiesto nuestra característica moderación. Ciertamente, no queremos en modo alguno ver a Bing Crosby con cuello de clérigo murmurando al oído de Debbie Reynolds, vestida de monja, planes para hacer volar cosas por los aires. Ni siquiera Lenin habría podido inventar un método más eficaz para convertir a la clase obrera americana en revolucionarios lanzadores de bombas.

Entrenador altanero. Un análisis muy ingenioso. Sin embargo, creo que ha interpretado usted mal las intenciones de Hollywood. Si los Berrigan fuesen a parar a la silla eléctrica, seguro que Hollywood iniciaría inmediatamente la producción en gran escala de un musical acerca de ellos, al estilo de Going My Way (Siguiendo mi camino). Pero esto no es más que un argumento contra la idea de matarles. Métanlos en la cárcel, y les sorprenderá la rapidez con que el público y los magnates del cine se olvidarán de que existen.

Entrenador jurídico. De acuerdo. Entiérrenlos vivos. Siempre será mejor.

Entrenador espiritual. Y también más caritativo. De esta manera, compréndalo, no será la pena capital.

Entrenador altanero. Sigamos adelante. Los Berrigan eran el número dos.

Entrenador espiritual. ¿Cuál ha dicho que era el uno? ¿Harvard?

Entrenador altanero. Hanoi.

Entrenador espiritual. Ah, sí. Sabía que era algo que empezaba por hache.

Entrenador militar (furioso). ¿Y qué me dicen de otra cosa que también empieza por hache? ¿Qué me dicen de Haiphong? No se puede hablar de Hanoi sin Haiphong. ¿Sería como hablar de Quemoy sin Matsu?

Tricky. ¿Quemoy y Matsu? ¡Esto me recuerda algo! ¡Quemoy y Matsu! ¿Qué les pasó?

Entrenador político. Oh, todavía están allí señor presidente, si alguna vez les necesitamos.

Tricky. Bueno, esto es maravilloso. ¿Dónde estaban, exactamente? Espere, déjeme adivinarlo; veamos si puedo recordar… ¡Indonesia!

Entrenador político. No, señor.

Tricky. ¿Caliente? ¡Las Filipinas! ¿No? ¿Cerca de Hawai? ¿No? ¡Oh, me rindo!

Entrenador político. En el estrecho de Formosa, señor presidente. Entre Taiwan y la China continental.

Tricky. Sin bromas. ¡Eh! ¿Qué le ocurrió a ese fulano? Me refiero al chino.

Entrenador político. ¿Qué chino, señor presidente? Hay seiscientos millones de chinos.

Tricky. Ya lo sé, esclavizados, etcétera. Pero estoy pensando en aquel que tenía una esposa. Uno de esos nombres raros que tienen ellos.

Entrenador altanero. Chang Kai Chek, señor presidente.

Tricky. ¡Exacto, Profesor! Chek. El pequeño Chek, con sus gafas (afectuosamente). El viejo Dixon (ríe entre dientes). ¡Bueno! Basta de escrutar en la memoria. Discúlpenme caballeros. ¿Dónde estábamos? Hasta ahora, tenemos a Moscú y a los Berrigan.

Entrenador altanero. Hanoi y los Berrigan, señor presidente.

Tricky. ¡Claro! ¿Ven lo que han hecho con eso de Quemoy y Matsu? Me encontré de nuevo en los años cincuenta. Mírenme, tengo el labio de piel de gallina.

Entrenador altanero. Prosigamos. Número 3: los Panteras Negras. En esto no hay discusión. Bien. Número 4: Jane Fonda, la actriz de cine y activista contra la guerra. Número 5: Curt Flood, el jugador de béisbol. ¿Alguna pregunta antes de que procedamos a la votación? ¿Reverendo?

Entrenador espiritual. Jane Fonda. ¿Ha aparecido alguna vez desnuda en una película?

Entrenador altanero. Honradamente, no puedo decir que recuerde haber visto sus partes pudendas en la pantalla, reverendo, pero pienso que no puedo decir lo mismo de sus senos.

Entrenador espiritual. ¿Con pezones o sin ellos?

Entrenador altanero. Creo que con ellos.

Entrenador espiritual. ¿Y las nalgas?

Entrenador altanero. Sí, creo que he visto sus nalgas. Ciertamente constituyen uno de sus mayores atractivos.

Entrenador espiritual. Gracias.

Entrenador altanero. ¿Alguna otra pregunta?

Entrenador político. Bueno, los Panteras Negras, ¿piensan ustedes realmente que el pueblo americano creerá que los Panteras Negras están detrás de los boy scouts? Esto requiere realmente mucha imaginación.

Tricky. Tengo que hacer una objeción. No quiero influir en la votación, pero quiero decirles una cosa: no menospreciemos la imaginación del pueblo americano. Esto puede sonar a patriotismo anticuado que ahora ya no está de moda, pero tengo aquella imaginación en alta estima, y la he tenido siempre. Bueno, pienso realmente que al pueblo americano se le puede hacer creer cualquier cosa. A fin de cuentas, tiene sus fantasías, sus miedos y sus supersticiones, como cualquier hijo de vecino, y no va usted a apartarles de su camino planteándoles simplemente los verdaderos problemas y pretendiendo que los otros no existen porque son imaginarios.

Entrenador altanero. Estoy completamente de acuerdo señor presidente ¿Podemos proceder a la votación?

Tricky. En efecto… Desde luego, caballeros, van a ser unas elecciones libres. Quiero dejar perfectamente claro que no las permitiría de otro modo, a menos que hubiese razones para creer que el voto podría ser desacertado. Me enorgullece decir que esto lo creo imposible en este vestuario con hombres de su categoría. Pueden votar a dos candidatos cualesquiera de la lista, y pueden, en interés de la justicia, añadir otros dos nombres de su propia elección. Anotaré los votos emitidos en favor de cada candidato y los sumaré en esta hoja de papel. Verán ustedes que es una hoja ordinaria de papel rayado amarillo, como las que podrían encontrar en cualquier cuaderno de los que usan los abogados. Ya saben que fui abogado antes de llegar a presidente; por consiguiente pueden estar seguros de que conozco la manera correcta de emplear esta clase de papel. En realidad, quisiera que ustedes examinasen ahora el papel para asegurarse de que no hay nada escrito en él y de que no contiene marcas o anotaciones secretas, salvo la acostumbrada marca de fábrica.

Entrenador alterno. Estoy seguro de que podremos confiar en su descripción de la hoja de papel, señor presidente.

Tricky. Agradezco su confianza, Profesor, pero preferiría que cuatro de ustedes examinasen minuciosamente el papel, a fin de que no pueda caber la menor duda sobre la absoluta legalidad de este procedimiento electoral (muestra el papel a cada uno de los presentes). ¡Muy bien! ¡Procedamos a las elecciones libres! Podríamos empezar por usted, reverendo.

Entrenador espiritual. En realidad, estoy un poco confuso. Quiero decir que estoy firmemente resuelto a votar por Jane Fonda; pero aparte de ella, no acabo de resolverme. Curt Flood es muy tentador.

Entrenador altanero. Vote a los dos.

Tricky. Mejor que lo piense un poco más y volvamos después a usted. ¿General?

Entrenador militar (en tono belicoso): Hanoi y Haiphong.

Tricky. Interpreto que Haiphong es el candidato introducido por usted.

Entrenador militar. Por mí y por todos los americanos fieles, señor presidente.

Tricky. Está bien (anota el voto). El siguiente.

Entrenador político. Yo voto también por Hanoi.

Tricky. ¿Con o sin Haiphong?

Entrenador político. Creo que solo.

Tricky. ¿Algo más?

Entrenador político. No, gracias, señor presidente; me basta con esto.

Tricky. Muy bien, oigamos ahora la voz de la justicia.

Entrenador jurídico. Los Berrigan, los Panteras, Curt Flood.

Tricky. Despacio, por favor, despacio. Quiero estar seguro de anotarlo bien. Los Berrigan. Los Panteras. Curt Flood. Pero veo que son tres, y sólo puede votar a dos.

Entrenador jurídico. Lo comprendo, señor presidente. Pero como mis predecesores han votado cada uno de ellos sólo un nombre de la lista de cinco del Profesor, me parece que no vulnero el espíritu de la ley si aprovecho alguno de los sobrantes. Soy un gran creyente, señor, y creo que también usted lo es, en el espíritu de la ley, más que en su letra.

Tricky. Me parece bien, si es ésta la razón. ¿Quiere añadir algún nombre por su cuenta?

Entrenador jurídico. Pues sí, señor presidente.

Tricky. ¿Uno o dos?

Entrenador jurídico. En realidad, cinco, señor presidente.

Tricky. ¿Cinco? Pero usted fue quien propuso que sólo fuesen dos.

Entrenador jurídico. Y lo mantengo, señor presidente, o mejor dicho, lo mantendría si persistiesen las mismas circunstancias que existían en el momento en que lo sugerí. Pero en este instante me enfrento con lo que sólo puedo calificar de «peligro claro e inminente». Temo, señor presidente, que si sólo votase dos de los cinco nombres en los que acabo de pensar, esta administración correría el gravísimo, claro e inminente peligro de que pareciese que había perdido la cabeza. En cambio, si se presentan juntos los cinco nombres, sugiriendo de este modo una especie de complot, algo que habría podido parecer, en el mejor de los casos, un ataque oportunista y cruel contra dos individuos que nos son antipáticos, tomará un aire de plausibilidad a los ojos de la nación. Espero, señor presidente, que al menos me permita leer los nombres de los cinco. A fin de cuentas, estamos en un país libre donde cada hombre de la calle puede decir lo que piensa, siempre que no sea suficientemente provocativo para inducir a alguien de otro estado, que quizás no lo ha oído siquiera, a sublevarse. Ciertamente, sería una triste ironía que la persona que es baluarte de la nación contra las algaradas que la libertad de palabra tiende a provocar, se viese privado de los derechos contemplados por la Primera Enmienda.

Tricky. Lo sería, lo sería. Y puede estar usted seguro de que, mientras yo sea presidente, esta triste ironía, si he comprendido correctamente, no se producirá.

Entrenador jurídico. Gracias, señor presidente. Ahora trate usted de no pensar en las cinco personas individuales, sino más bien como una especie de banda secreta, protegida, sobre todo, por la aparente diferencia de personalidad individual y de profesión. Uno: la cantante folk Joan Baez. Dos: el alcalde de Nueva York, John Lancelot. Tres: el difunto músico de rock Jimi Hendrix. Cuatro: la estrella de televisión Johnny Carson.

Todos. ¿Johnny Carson?

Entrenador jurídico (sonriendo). ¿Quién mejor para ser absuelto? Siempre conviene absolver a alguien, sobre todo si resulta que ha sido injustamente acusado. Proporciona un medio al jurado de canalizar toda su incertidumbre en una dirección; hace que sienta que ha actuado con justicia en todo el caso. Hace que las condenas parezcan mejores. Y desde luego, al absolver a Johnny Carson, absolverán ustedes al hombre más popular de América (aparte de usted, señor presidente). Bueno, incluso podríamos, en mitad del juicio, hacer que interviniese el presidente e hiciese una declaración en favor de Carson. Exactamente como hizo con Manson, pero al revés. Imagínense a todo el país gritando «¡Libertad a Johnny!» y que el presidente aparezca en la televisión y manifieste serias dudas sobre las acusaciones presentadas contra el gran presentador.

Tricky. Y cuando haya sido liberado, ¡yo podría celebrar una conferencia de prensa! ¿No sería estupendo? Podría decir: «A-a-a-aquí está Johnny», y él podría salir de detrás del telón y dar su lindo golpecito de golf. Podría hacer chistes sobre el hecho de haber estado en la cárcel con los conspiradores. Quizás podría llevar incluso una bola y una cadena de hierro, y un traje a rayas.

Entrenador político. ¡Fantástico! Y podríamos hacerlo a primeras horas de la noche anterior a las elecciones. Mientras Musty se desgañitase sobre las excelencias de los pinos de Maine, ¡nosotros estaríamos en la televisión con Johnny Carson!

Entrenador jurídico. Y esto no es todo, caballeros. Todavía no han oído el nombre del quinto conspirador.

Entrenador político. ¡Mery Griffin! Entrenador, jurídico. No, Mery Griffin no. Jacqueline Carisma Coloso (silencio pasmado). Audaz, sí. ¿Absurdo? Creo que no. Consideren ante todo, caballeros, que lo mismo que en los otros cuatro conspiradores, su nombre de pila empieza por «J». No pueden ustedes imaginarse todo el provecho que puede sacarse de un hecho aparentemente tan insignificante romo éste. Los periódicos y los comentaristas de televisión empezarán en seguida a llamarles «Los Cinco J», uniéndolos así en la mente pública tan estrechamente como si fuesen las quintillizas Dionne o los New York Knicks. Sólo con este ardid, estaríamos ya a mitad de camino de la condena. Inevitablemente, habrá especulaciones (nosotros cuidaremos de que las haya) sobre la relación existente entre la señora Coloso y el alcalde Lancelot. ¿No es hora en que seamos nosotros y no él, quienes saquemos provecho de su guapeza? También hay que tener en cuenta el desprecio de la exprimera dama por su país, como demostró con su decisión de casarse con un extranjero y vivir en un país extranjero.

Entrenador político. Bueno, no es exactamente como si viviese en Pekín o en Hanoi.

Entrenador jurídico. Ya he pensado en esto, y creo que lo más prudente es no mencionar el nombre del país. Sólo diremos en el extranjero, sugiriendo intriga, despotismo y operaciones turbias, y esperaremos que nadie recuerde que sólo se trata de Grecia.

Entrenador político. Jackie y Lancelot; debo confesar que esto acaparará los titulares. Pero ¿por qué Jimi Hendrix, si está muerto?

Entrenador político. Porque no tenemos ningún otro músico de rock. Y creo, personalmente, que los padres del país tienen ganas de ahorcar a uno de esos bastardos. Sin embargo, empezaremos con prudencia, con un muerto. Y si esto sale bien, encontraremos otro vivo antes de las elecciones. Desde luego y no es lo menos importante, su nombre empieza también por «J».

Tricky. Debo decir, por lo que oigo, que parece usted haber pensado esto, con todas sus consecuencias, en sólo cinco minutos. Las ventajas políticas de asociar a Lancelot y el apellido Carisma con cantantes de rock y de folk me parecen incalculables. Y la acusación y posterior absolución de Johnny Carson es probablemente la más fantástica oportunidad que he tenido desde lo de Hiss para aumentar mi prestigio.

Entrenador jurídico. Gracias, señor presidente.

Tricky. Pero, y es un pero muy gordo, existe una norma propuesta por usted mismo y que todos hemos aceptado anteriormente. Sí, sé que usted considera esto como «un claro e inminente peligro» para el partido; pero yo veo en ello enormes ventajas. En consecuencia, no voy a permitir que elijan entre estos cinco nombres; pero, y este pero es aún más gordo, dado que los cinco están inexplicablemente unidos por su inicial, voy a pedirles que los consideren como si fuesen uno solo. Y para indicar que hay que contarlos como uno y no como cinco, voy a poner una llave grande aquí en el margen. Así, ¿lo ven? Quiero que todos lo vean. He hecho solamente lo que he dicho que haría. Por favor, mírenlo bien, a fin de que después no se pueda discutir la legalidad de este procedimiento (todos examinan la llave y convienen en que es una llave, tal como ha dicho el presidente). Empiece usted, Profesor. Su voto.

Entrenador altanero. Yo voto por Curt Flood y sólo por él. No sólo es un nombre nuevo en un país que ya se está hartando de los Berrigan y de los Panteras, y, con el debido respeto, está hasta las narices de Jacqueline Carisma, sino que es, como he dicho antes, alguien a quien podemos calumniar y vilipendiar sin el menor peligro de convertirle en un héroe o en un mártir. No es más que un segundón.

Tricky. Muy bien (anota el voto). Reverendo, ¿ha tomado usted su decisión? No puede decir que no le haya dado tiempo para pensarlo bien.

Entrenador espiritual. No, no puedo decirlo. Sólo que, después de oír todo lo que se ha dicho, he de confesar que estoy más confuso que cuando empezamos. Quiero decir que todavía estoy en favor de Jane Fonda. Sigue siendo con mucho mi preferida. Pero después de ella…, bueno, no acabo de decidirme. ¿No sería terrible equivocarse, dada la gravedad y la seriedad de lo que se discute? (Al general). Discúlpeme, pero ¿a quién ha votado usted?

Entrenador militar. Hanoi y Haiphong.

Entrenador espiritual (al entrenador político). ¿Y usted?

Entrenador político. Hanoi, sin Haiphong.

Entrenador espiritual (al entrenador jurídico). Usted ha votado al cinco-en-uno. ¿A quién más?

Entrenador jurídico. A los Berrigan, los Panteras y Flood.

Entrenador espiritual (levantando las manos). ¡Oh, esto es imposible! ¡Las candidaturas parecen a cual mejor! ¡Oh, al cuerno! Pito, pito, colorito. Ya está ¡Jane Fonda y Curt Flood!

Tricky (anota el voto del reverendo). Ahora que han votado todos, caballeros, voy a pasarles de nuevo la hoja de papel para que puedan asegurarse de que sus votos han sido correctamente anotados. Incluso el presidente de los Estados Unidos puede cometer un error de pluma y, si lo ha cometido, confía en tener capacidad necesaria para confesarlo (les muestra la hoja de papel).

Entrenador jurídico. Jimi Hendrix, señor presidente, se escribe J-i-m-i, no J-i-m-m-y, tal como ha escrito usted.

Tricky. Bueno, vamos a corregirlo, ya que es precisamente de esos errores que, cometidos involuntariamente, tienden a ser totalmente mal interpretados por la prensa. Nunca he presumido de saber escribir bien los nombres de todas las personas de color de este país; pero les diré una cosa: toda persona, sea o no sea de color, tiene el derecho constitucional de que su nombre se escriba correctamente en cualquier acusación que se le imputa, por muy absurdos o ultrajantes que sean los cargos. Mientras yo sea presidente, no regatearé esfuerzos para que esto se cumpla. Bueno, J-i-m, ¿qué más?

Entrenador jurídico. I.

Tricky. J-i-m-i. Así. Y pondré mi inicial para que quede bien claro quién ha sido el responsable del error y de la corrección. ¡Ya está! Ahora sólo quisiera que la maravillosa gente de color de este país hubiese podido ver la escrupulosidad con que he tratado una cuestión al parecer tan nimia como ésta. Naturalmente, pueden ustedes apostar a que los medios de difusión encontrarán algo censurable en esto. Pero estoy seguro, si conozco bien a la gran mayoría de la buena y laboriosa gente de color de este país, de que el tiempo que acabo de emplear, sustrayéndolo de mis deberes de presidente de los Estados Unidos y caudillo del Mundo Libre, para corregir una sola letra en uno de sus nombres, no pasará inadvertido ni será desdeñado. Llámenme soñador; digan que creo en la humanidad; llámenme optimista bizco, como dice la canción; y no dejen de llamarme también grande, por reconocer mi error; pero estoy seguro que ellos comprenderán que éste es un problema muy difícil de resolver para nosotros, dadas las muchas maneras con que ellos escriben sus nombres, y pienso que tendrán esa maravillosa cordura propia de la gente que trabaja en ocupaciones manuales, de darse cuenta de que una labor de estas proporciones no puede realizarse de la noche a la mañana, y de que, en consecuencia, no vamos a dejar que nos apremien para escribir correctamente sus nombres, con desfiles, manifestaciones o comitivas de mulas en el jardín de la Casa Blanca. Los escribiremos bien pero sin prisas, de acuerdo con nuestro horario secreto, así en la tierra como en el cielo.

Entrenador espiritual. Amén.

Tricky. Y, amigos míos, después de esta piadosa cita, voy a levantar la sesión. Volveremos a reunimos a las diez de la mañana para determinar la naturaleza exacta del delito. Mientras tanto, permaneceré aquí, en el vestuario, con mi uniforme…

Entrenador espiritual. Señor presidente, está a punto de amanecer. Tiene usted que descansar un poco. Tiene que quitarse el casco y meterse en la cama.

Tricky. Ahora no podría dormir, reverendo, aunque quisiera, ante una campaña de difamación de esta magnitud.

Entrenador espiritual. Pero un hombre tiene sus limitaciones…

Tricky. Tratándose de un asunto de esta índole, debo decir, reverendo, aunque parezca inmodesto, que soy incansable. No, seguiré con mi uniforme, con el casco y todo lo demás, y con la ayuda de los votos depositados por ustedes en esta elección libre, forjaré, en mi solitaria vigilia nocturna, una conspiración que me parece muy beneficiosa para mi carrera. Sólo pido y espero estar a la altura de la tarea. Caballeros, buenas noches y muchas gracias.

Todos. Buenas noches, señor presidente (se levantan, disponiéndose a salir).

Tricky. Y no se olviden de dejar sus uniformes en la puerta. No mencionaré nombres, pero tengo entendido que la última vez uno de ustedes trató de sacar el uniforme, debajo de su traje de calle, para poder mostrarlo en casa a su esposa y a sus hijos. Desde luego, comprendo la tentación. ¡Cuántas veces he deseado dirigirme a la nación con mis hombreras protectoras! Nunca se lo había dicho a nadie, pero estrictamente entre nosotros les diré que, cuando la incursión en Camboya, aparecí en un programa de televisión para todo el país, naturalmente sin que nadie lo supiese, llevando mis suspensorios de reglamento de la Liga Nacional de Rugby. Fue algo superior a mi voluntad. Había visto Patton y había invadido Camboya, sospecho que todo esto se me subió a la cabeza. Desde luego, ni una palabra fuera de estas cuatro paredes: si uno de mis críticos se enterase, bueno, ya saben cómo les gustaría echarse sobre Dixon. Bastaría con que llevase unos suspensorios de jugador de rugby al pronunciar ante la televisión un discurso sobre política extranjera, para que todos los periódicos de la mañana me calificasen de psicópata. Aquí, en el vestuario secreto subterráneo, es una cosa, allá arriba, en el mundo real, ¡es algo muy distinto!

Todos. Puede confiar en nuestra discreción, señor presidente.

Tricky (conmovido). Lo sé. Está bien. Sólo resta que cada uno de ustedes, al salir de esta estancia, me dé una palmada en el trasero, tal como hacen los profesionales al salir de una melé. Y no olviden decir: «Adelante, Tricky D, ¡adelante!».