Señor Lameculos. Señor, con referencia a su declaración del 3 de abril en San Demente, La discusión que provocó parece haberse centrado ahora en la inequívoca afirmación de su firme creencia en los derechos de los que todavía no han nacido. Muchos parecen creer que está usted destinado a ser, para los fetos, lo que fue Martin Luther King para los negros de América, y el difunto Robert F. Carisma para los infelices chicanos y puertorriqueños del país. Hay quien dice que su declaración de San Demente pasará a los libros de Historia junto con el famoso discurso «Tengo un sueño» del doctor King. ¿Considera usted acertadas estas comparaciones?
TRICKY. Desde luego, señor Lameculos, Martin Luther King fue un hombre muy eminente, como sin duda tenemos todos que reconocer ahora que está muerto. Fue un gran caudillo en la lucha por la igualdad de derechos de su gente, y creo, sí, que tendrá un sitio en la Historia. Pero desde luego no debemos olvidar que él no fue presidente de los Estados Unidos, como yo, y que no recibió, como yo, su poder de la Constitución; y ésta es una distinción importante que debemos tener siempre presente. Considero que, trabajando dentro de la Constitución, yo podré hacer por los no nacidos de toda la nación mucho más de lo que, trabajando fuera de la Constitución, hizo el doctor King por los nacidos de una sola raza. Con esto no pretendo criticar al doctor King, sino, simplemente, constatar un hecho. Desde luego, todos sabemos muy bien que el doctor King murió trágicamente como un mártir; por consiguiente, quiero dejar bien clara una cosa, para que la entiendan mis enemigos y los enemigos de los seres por nacer: sepan que lo que le hicieron a Martin Luther King y lo que le hicieron a Robert F. Carisma, y antes a John F. Carisma, grandes americanos todos ellos, no me impedirá un solo instante emprender la lucha que se avecina. No me dejaré intimidar por los extremistas, militantes ni fanáticos violentos, en mi empeño de traer justicia e igualdad a los que viven en el seno materno. Y quiero dejar otra cosa todavía más clara: no hablo solamente de los derechos del feto; me refiero también a los embriones microscópicos. Si ha habido en este país un grupo «marginado», en el sentido de carecer de representación y de voto en nuestro gobierno nacional, no es el de los negros o los puertorriqueños o los hippies u otros por el estilo, todos los cuales tienen sus portavoces, sino el de esas criaturas infinitesimales que moran en las placentas.
Sí, todos miramos la televisión y vemos las manifestaciones y los actos de violencia, porque, desgraciadamente, estas cosas son noticia. Pero ¿cuántos de nosotros nos damos cuenta de que en nuestro gran país hay millones y millones de embriones que pasan por los más complejos y difíciles cambios de forma y de estructura, y de que todo esto se realiza sin que hagan señales a la cámara, ni interrumpan el tráfico, ni hagan pintadas, ni empleen palabras soeces, ni se vistan con ropas exóticas?
Señor Osado. Pero ¿qué nos dice, señor, de esos fetos a quienes el vicepresidente calificó de «alborotadores»? Creo que se refería concretamente a los que empiezan a patalear al quinto mes, aproximadamente. ¿Está usted de acuerdo en que son «díscolos» e «ingratos»? Y si es así, ¿qué medidas piensa tomar para controlarlos?
TRICKY. Ante todo, señor Osado, creo que debemos hacer aquí algunas sutiles distinciones de índole legal. Afortunadamente (aquí una sonrisa traviesa y seductora) yo soy abogado y poseo la clase de instrucción que me permite hacer estas sutiles distinciones (de nuevo con seriedad). Pienso que debemos tener mucho, muchísimo cuidado (y estoy seguro de que el vicepresidente estaría de acuerdo conmigo) en distinguir entre dos clases de actividad: patalear en la matriz, que es precisamente aquello a lo que se refería el vicepresidente, y moverse en la matriz. Fíjense bien: el vicepresidente no dijo, a pesar de cuanto hayan podido oír ustedes en la televisión, que todos los fetos que se muestran activos en el útero son alborotadores. Ninguno de los miembros de esta administración lo cree así. Precisamente hoy he hablado con el fiscal general Malicioso y con el señor Rebuzno del FBI, y todos estamos de acuerdo en que un poco de movimiento en el útero, después del quinto mes, no sólo es inevitable sino incluso deseable en un embarazo normal. En cuanto al otro supuesto, les aseguro que esta administración no piensa permanecer tranquilamente sentada, sin hacer nada, mientras haya mujeres americanas pateadas en el vientre por un puñado de fetos violentos de cinco meses. Los fetos americanos, nunca lo recalcaré bastante, son con mucho los más maravillosos del mundo, pero existen esos pocos, violentos que el vicepresidente ha calificado (y creo que justamente, con su apasionada retórica) de «alborotadores» y «díscolos», y le he dado instrucciones al fiscal general para que tome las medidas pertinentes contra ellos.
Señor Osado. Si me permite, señor, ¿qué clase de medidas serán éstas? ¿Se efectuarán detenciones de fetos violentos? Y si es así, ¿cómo se realizarán exactamente?
TRICKY. Creo poder decir sin miedo a equivocarme, señor Osado, que tenemos los mejores organismos del mundo para hacer cumplir la ley. Estoy absolutamente seguro de que el fiscal general Malicioso puede resolver todos los problemas de procedimiento que se presenten, Señor Respetuoso.
Señor Respetuoso. Señor presidente, con todos los graves problemas nacionales e internacionales que gravitan continuamente sobre usted, ¿puede decirnos por qué ha decidido consagrarse a esta cuestión, hasta ahora olvidada, de los derechos del feto? Parece haberla tomado muy a pecho, señor. ¿Por qué?
TRICKY. Porque no toleraré injusticias, señor Respetuoso, en ningún sector de nuestra vida nacional. Porque nuestra sociedad es justa, no sólo para los ricos y los privilegiados, sino también para los más desprovistos de poder. Actualmente se habla mucho del Poder Negro y del Poder Femenino, de toda clase de poderes. ¿Por qué no se habla de Poder Prenatal? ¿Acaso no tienen también ellos derechos, aunque no sean más que membranas? Yo creo que los tienen, y lucharé por ellos. ¿Señor Astuto?
Señor Astuto. Como debe usted saber, señor presidente, hay quien afirma que, en esta cuestión, se guía usted solamente por consideraciones políticas. ¿Puede comentar esto?
TRICKY. Bueno, señor Astuto, supongo que ésta es la manera cínica que tienen de describir mi propósito de introducir una enmienda constitucional por lo que se extendería a los no nacidos el derecho de sufragio para las elecciones de 1972.
Señor Astuto. Creo que eso es lo que piensan, señor. Afirman que, al extender el derecho de sufragio a los no nacidos, pretende usted neutralizar los votos que ha ganado el partido demócrata con la reducción a dieciocho años de la edad para votar. Dicen que sus estrategas han llegado a la conclusión de que, aun perdiendo los votos de los jóvenes de edades comprendidas entre los dieciocho y los veintiún años, podría usted lograr la reelección si consiguiera hacerse con el sur, el estado de California, y los embriones y fetos de costa a costa. ¿Hay algo de verdad en este análisis «político» de su súbito interés por el Poder Prenatal?
TRICKY. Señor Astuto, voy a contestar su pregunta en términos un tanto personales; después, usted y los telespectadores juzgarán. Le aseguro que estoy al tanto de las opiniones de los expertos. Muchos de ellos son hombres que merecen mi respeto, y sin duda tienen derecho a decir lo que quieran, aunque desde luego hay que esperar que lo hagan en interés de la nación… Pero permita que le recuerde, así como a todos los americanos, un hecho que, en cierto modo, parece haber sido pasado por alto en todo este debate: no soy un novato en el problema de los derechos de los no nacidos. Y esto por la simple circunstancia, que todos pueden comprobar, de que yo fui también antaño un hombre por nacer, en el gran estado de California. Desde luego, quizás no lo sabrían por lo que ven en la televisión o leen en los periódicos (sonrisa traviesa y seductora) para los que escriben algunos de ustedes; pero es la pura verdad. (De nuevo con seriedad). En realidad, fui un cuáquero por nacer. Y permita que le recuerde (pues lo creo necesario, en vista de los crueles e insensatos ataques de que ha sido víctima) que el vicepresidente Como-se-llame también estuvo antaño por nacer, fue un griego-americano no nacido, y está orgulloso de ello. Precisamente esta mañana hemos hablado de esto, de lo mucho que ha significado para él el haber sido un día un feto griego-americano. Y también fueron fetos el secretario Manteca y el secretario Chiflado y el fiscal general…, bueno, podría repasar la lista de mi gabinete y citar uno tras otro a muchos hombres distinguidos que antaño estuvieron por nacer. Incluso el secretario Veleidoso, con quien tuve diferencias de opinión, según sabe usted muy bien, era no nacido cuando estaba con nosotros en el equipo. Y si se fija en los líderes del partido republicano en la Cámara y en el Senado, encontrará hombres que, mucho antes de su elección para el cargo, estuvieron por nacer en casi todas las regiones de este país, en casas de campo, en ciudades industriales, en pequeñas poblaciones a lo largo y a lo ancho de esta gran República. Mi propia esposa fue antaño no nacida. Y como recordarán tal vez, mis dos hijos estuvieron por nacer.
Así, cuando dicen que Dixon ha planteado la cuestión de los no nacidos pensando sólo en los votos, bueno, solamente le pido que considere la lista de los antaño no nacidos con quienes sostengo relación en la vida pública y en la vida privada, y decida usted mismo. En realidad, señor Astuto, pienso que, cada día que pase, descubrirá más gente en este país que comprende que esta administración se ha convertido al fin en portavoz de los fetos y embriones de América. Señorita Encantadora, creo que ha arqueado usted las cejas.
Señorita Encantadora. Iba a decir, señor, que el presidente Lyin' B. Johnson fue también feto antes de llegar a la Casa Blanca, y era demócrata. ¿Podría comentar esto?
TRICKY. Señorita Encantadora, yo sería el primero en aplaudir a mi predecesor en este alto cargo por haber sido no nacido. No me cabe duda de que fue un feto eminente en Texas antes de entrar en la vida pública. No pretendo que mi administración sea la primera en la historia que presta atención al problema de los derechos fetales. Sólo digo que vamos a hacer algo acerca de ello. ¿Señor Práctico?
Señor Práctico. Señor presidente, quisiera pedirle que comente los problemas científicos inherentes al otorgamiento del derecho de sufragio a los no nacidos.
TRICKY. Desde luego, señor Práctico, ha dado usted en el clavo al pronunciar la palabra «científicos». Éste es un problema científico de asombrosas proporciones; no nos engañemos. Además, estoy convencido de que alguien dirá en los periódicos de mañana que esto es imposible, inverosímil, que es un sueño utópico, etcétera. Pero, como usted recordará, cuando el presidente Carisma se presentó ante el Congreso en 1961 y anunció que este país pondría un hombre en la Luna antes de que terminase la década, muchos le tildaron también de soñador de imposibles. Pero lo hicimos. Con el saber y el trabajo en equipo americanos, lo conseguimos. De la misma manera, confío absolutamente en que nuestros científicos y técnicos pondrán todo su esfuerzo en conseguir que los fetos puedan votar y no antes de que termine la década, sino antes de noviembre de 1972.
Señor Práctico. ¿Puede darnos alguna idea, señor, de lo que va a costar un programa tan audaz?
TRICKY. Señor Práctico, dentro de los próximos diez días someteré el presupuesto a la aprobación del Congreso; pero permita que le diga una cosa: no se puede alcanzar la grandeza sin sacrificio. El programa de investigación y desarrollo, tal como lo han concebido mis consejeros científicos, no puede ser «barato». A fin de cuentas, estaba hablando nada menos que del principio fundamental de la democracia: el voto. No creo que los miembros del Congreso de los Estados Unidos vayan a hacer política de partido cuando se trata de dar un paso como éste, que no sólo beneficiará a nuestra nación, sino a toda la humanidad.
No puede usted imaginarse, por ejemplo, el impacto que esto va a causar en los pueblos de los países subdesarrollados. Ahí están los rusos y los chinos, que ni siquiera permiten votar a los adultos, mientras que, en los Estados Unidos, invertiremos miles y miles de millones de dólares de los contribuyentes en un proyecto científico encaminado a extender aquel derecho a gente que no puede ver, hablar ni oír, ni siquiera pensar, en el sentido corriente de la palabra. Ciertamente, sería una trágica ironía y el mayor signo imaginable de confusión, e incluso de hipocresía nacional, si enviásemos a nuestros muchachos a luchar y a morir en tierras lejanas para que pueblos indefensos pudiesen ejercer el derecho a elegir la clase de gobierno que quieran en unas elecciones libres, y cerrásemos los ojos en nuestra propia patria y siguiésemos negando el mismo derecho a todo un sector de nuestra población, sólo porque da la casualidad de que vive en la placenta o en el útero, en vez de hacerlo en la ciudad de Nueva York. ¿Señor Píllame en Contradicción?
Señor Píllame en Contradicción. Señor presidente, lo que me sorprende es que, hasta hoy, ha sido usted considerado, sin que esto le afectase según creo, una persona que, si no completamente ajena al estilo y a las ideas de los jóvenes, se ha mostrado ciertamente escéptica en cuanto a su sensatez. ¿No constituye, con perdón, un cambio de camisa radical que salga ahora en defensa de los derechos, no de los simplemente «jóvenes», sino de los que están en período de gestación?
TRICKY. Bueno, celebro que haya planteado esta cuestión, pues creo que demuestra, de una vez para siempre, mi gran flexibilidad y lo dispuesto que estoy siempre a escuchar y a responder a los llamamientos de cualquier grupo minoritario, por muy débil que sea, con tal de que se muestre razonable y no recurra a la violencia, al lenguaje obsceno ni a las pintadas. Si ha existido alguna vez una prueba de que no hace falta acampar en los jardines de la Casa Blanca para distraer la atención del presidente de un partido de rugby, creo que la tenemos en el ejemplo de estos pequeños organismos. Le diré que me han impresionado de veras con su muda dignidad y su cortesía. Sólo espero que todos los americanos se sientan tan orgullosos de ellos como yo.
Señor Fascinado. Señor presidente, me fascina el aspecto tecnológico de la cuestión. ¿Puede usted indicarnos algo sobre la manera exacta en que los fetos emitirán su voto? Me fascinan particularmente los embriones que están en la placenta y carecen todavía de sistema nervioso, por no hablar de los miembros que solemos emplear en una votación normal.
TRICKY. Bueno, permita que le recuerde, antes que nada, que ningún artículo de nuestra Constitución priva a un hombre del derecho de sufragio por estar físicamente impedido. Esto sería impropio de nuestro país. Tenemos en él muchas personas impedidas que son maravillosas, aunque, desde luego, no llamen tanto la «atención» como los manifestantes.
Señor Fascinado. No quería decir, señor, que por el mero hecho de que los embriones carezcan de sistema nervioso central haya que privarles del derecho de sufragio; pensaba solamente en la fantástica mecánica del asunto. Por ejemplo, ¿cómo podrán los embriones sopesar los problemas y elegir con sensatez entre los candidatos, si no pueden leer los periódicos ni ver las noticias de la televisión?
TRICKY. Bueno, me parece que ha tocado usted el principal motivo de la emancipación de los no nacidos, y la razón de que sea un crimen tan horrendo haberles privado durante tanto tiempo del derecho de sufragio. Por fin tenemos en ellos un gran bloque de votantes que no serán influidos por las tendenciosas y deforma das versiones de la verdad que se ofrecen al público americano a través de los diversos me dios de comunicación. ¿Señor Razonable?
Señor Razonable. Pero ¿cómo van a funcionar sus mentes, o sus yemas, o sus núcleos, o como se llame lo que tienen, señor presidente? A algunos les parecerá que lo que está en juego en las elecciones no les afecta en absoluto.
TRICKY. Serán inocentes, señor Razonable, pero deje que le haga una pregunta, así como a los telespectadores: ¿qué hay de malo en un poco de inocencia? Hemos tenido lenguaje obsceno, hemos tenido cinismo, hemos tenido masoquismo y golpes en el pecho. Quizás una gran dosis de inocencia es lo que necesita este país para volver a ser grande.
Señor Razonable. ¿Más inocencia, señor presidente?
TRICKY. Señor Razonable, si tengo que elegir entre las algaradas y los disturbios y las refriegas y las protestas, de una parte, y más inocencia, de la otra, creo que elegiré la inocencia. ¿Señor Narizotas?
Señor Narizotas. En el supuesto, señor presidente, de que todo esto esté en vigor en las elecciones de 1972, ¿qué le induce a creer que los embriones y los fetos emancipados votarán a su favor y en contra de su adversario demócrata? ¿Qué me dice del gobernador Revuelco? ¿Piensa que si volviese a presentarse le restaría una parte importante de los fetos, particularmente en el sur?
TRICKY. Permita que le diga una cosa, Señor Narizotas. Siento el máximo respeto por el gobernador George Revuelco, de Alabama, así como por el senador Hubert Hueco, de Minnesota. Ambos son hombres capaces y hablan con gran convicción en pro de la extrema derecha y de la extrema izquierda. Pero jamás he oído decir que ninguno de estos caballeros haya alzado la voz, a pesar de su extremismo, a favor del grupo más infeliz de América: los no nacidos. Por consiguiente, sería menos que cándido si no dijese que, cuando llegue el momento de la elección, los embriones y fetos del país recordarán sin duda a la persona que luchó en su favor, mientras los otros apelaban a los problemas más populares y atractivos del momento. Creo que recordarán al hombre que consagró su esfuerzo, en medio de una guerra en el extranjero y de una crisis racial en casa, a hacer de este país un lugar adecuado en el que puedan morar dignamente los no nacidos. Sólo espero que todo cuanto pueda hacer en su favor mientras ocupe este despacho contribuya un día a construir un mundo en el que todos, sin distinción de raza, creencias o color, sean fetos. Creo que éste es mi sueño más grande. Damas y caballeros, muchas gracias.
Señor Lameculos. Gracias a usted, señor presidente.