CIUDADANO. Señor, quiero felicitarle por haber salido, el 3 de abril, en defensa de la santidad de la vida humana, incluida la vida de los todavía no nacidos. Esto requería muchísimo valor, especialmente con vistas a los resultados de las elecciones de noviembre.
TRICKY[1]. Muchas gracias. Desde luego sé que hubiese podido adoptar la actitud popular y pronunciarme contra la santidad de la vida humana. Pero francamente, prefiero ser presidente un solo período y hacer lo que creo justo a ser reelegido mediante la adopción de la posición más fácil. A fin de cuentas, no sólo tengo que habérmelas con los electores, sino también con mi conciencia.
CIUDADANO. Su conciencia, señor, nos maravilla a todos.
TRICKY. Gracias.
CIUDADANO. ¿Me permite hacerle una pregunta sobre el teniente Calley y su condena por la matanza de veintidós paisanos vietnamitas en My Lai?
TRICKY. Desde luego. Supongo que se refiere usted a este tema como otro ejemplo de mí negativa a hacer lo que sería popular.
CIUDADANO. ¿Quiere explicarse, señor?
TRICKY. Verá usted, dado el clamor público contra aquella condena, lo popular (lo más popular, con mucho) habría sido que yo, como jefe supremo de las fuerzas armadas, hubiese acusado a los veintidós paisanos desarmados de conspiración para asesinar al teniente Calley. Pero si lee usted los periódicos, habrá visto que me negué a hacer tal cosa y preferí limitarme a revisar la cuestión de la culpabilidad del teniente y no la de ellos. Como le he dicho, no me importa ser presidente durante sólo un período. Y ya que hablamos de Vietnam, me interesa dejar perfectamente clara una cosa. No voy a intervenir en los asuntos internos de otro país. Si el presidente Thieu tiene pruebas suficientes y desea juzgar a título póstumo a los veintidós campesinos de My Lai, de acuerdo con alguna ley vietnamita referente al culto de los antepasados, a él incumbe decidirlo. En cuanto a mí, le aseguro que no pienso entremeterme en las actuaciones del sistema judicial vietnamita. Creo que el presidente Thieu y los funcionarios de Saigón debidamente elegidos pueden «zanjar» el asunto en su departamento de justicia y orden.
CIUDADANO. Hay una cuestión que me inquieta, señor. Precisamente porque comparto su creencia en la santidad de la vida humana.
TRICKY. Le felicito por ello. Apuesto a que es también un buen forofo del rugby.
CIUDADANO. Lo soy, señor. Gracias, señor. Pero precisamente porque siento lo mismo que usted por los no nacidos, me preocupa seriamente la posibilidad de que el teniente Calley perpetrase un aborto. Lamento decirlo, señor presidente, pero me inquieta mucho pensar que uno de los veintidós paisanos vietnamitas muertos por el teniente Calley pudo ser una mujer embarazada.
TRICKY. Espere un momento. Hay una tradición en los tribunales de este país según la cual todo el mundo es inocente mientras no se demuestre su culpabilidad. En aquella zanja de My Lai había niños, y sabemos que había mujeres de todas las edades, pero no he visto un solo documento que indique que la zanja de My Lai contenía una mujer encinta.
CIUDADANO. Pero ¿y si la hubiese contenido, señor si entre los veintidós hubiese habido una mujer embarazada? Supongamos que esto saliese a la luz en su revisión del juicio contra el teniente. Dada su creencia personal en la santidad de la vida humana, incluida la vida de los no nacidos, ¿no le predispondría seriamente contra el recurso de apelación del teniente Calley? Debo confesar que, como enemigo que soy del aborto, ello influiría profundamente en mí.
TRICKY. Bueno, esta confesión le honra. Pero yo, con mi experiencia de abogado, pienso que podría enfrentarme con el asunto de una manera menos emotiva. En primer lugar, tendría que preguntar si el teniente Calley sabía, antes de matarla, que la mujer en cuestión estaba embarazada. Naturalmente, si aún «no se notaba», creo que habría que sacar la conclusión de que el teniente no podía tener conocimiento de su preñez, y que, por consiguiente, no pudo cometer un delito de aborto, en el sentido propio de esta palabra.
CIUDADANO. ¿Y si ella le hubiese dicho que estaba embarazada?
TRICKY. Una buena pregunta. Ciertamente, es posible que ella tratase de decírselo. Pero dado que el teniente Calley es un americano que sólo habla inglés, y la campesina de My Lai era una vietnamita que sólo hablaba vietnamita, no habría habido la menor posibilidad de comunicación verbal. En cuanto a la mímica, no creo que podamos condenar a un hombre por no comprender los ademanes de una mujer que, sí no estaba perturbada, podía hallarse en un estado de histerismo.
CIUDADANO. No; eso no sería justo.
TRICKY. Resumiendo, si el estado de la mujer no «se notaba», no podría decirse que el teniente Calley hubiese practicado una forma inaceptable de control de la población, y yo podría encuadrar lo que hizo dentro de mi creencia personal en la santidad de la vida humana, incluida la vida de los todavía no nacidos.
CIUDADANO. Pero, señor, ¿y si «se notaba»?
TRICKY. Entonces, como buenos abogados, tendríamos que hacer otra pregunta. A saber: ¿creyó el teniente Calley que la mujer estaba embarazada, o bien, equívocamente, debido a la confusión del momento, presumió que sólo estaba gorda? Para nosotros, que dirigimos el juego desde lejos, no habría dificultad; pero allí están en plena guerra y no puede esperarse que un oficial que captura a un grupo de paisanos desarmados sea capaz de distinguir una vietnamita gorda de otra que se halla en estado medio o incluso avanzado de preñez. Desde luego, si las embarazadas llevasen ropas adecuadas, sería de gran ayuda para nuestros muchachos. Pero como no las llevan, como todas ellas parecen pasarse el día entero en pijama, es casi imposible distinguir las mujeres de los hombres y, sobre todo, las que están embarazadas de las que no lo están. Inevitablemente (y éste es precisamente uno de los infortunios de una guerra de esta clase) tiene que haber confusión al tratar de identificar a la gente allá abajo. Creo que hacemos todo lo posible para introducir en las aldeas ropas de estilo americano para las embarazadas, de manera que los soldados puedan distinguirlas en las matanzas, pero, como sabe usted muy bien, aquella gente tiene sus propios hábitos y no siempre consiente en hacer lo que realmente le interesa. Y naturalmente, no queremos obligarles. A fin de cuentas, ésta es la principal razón de nuestra presencia en Vietnam: dar a esa gente el derecho a elegir su propio sistema de vida, de acuerdo con sus creencias y sus costumbres.
CIUDADANO. Dicho de otra manera, señor, si el teniente Calley presumió que la mujer estaba simplemente gorda y la mató fundándose en esa presunción, ello no iría en contra de su creencia personal en la santidad de la vida humana, incluida la vida del que todavía no ha nacido.
TRICKY. En efecto. Si descubro que presumió que la mujer adolecía solamente de un exceso de peso, le aseguro rotundamente que no estaré predispuesto contra su apelación.
CIUDADANO. Pero supongamos, señor, y no es más que una suposición, que sabía que ella estaba embarazada.
TRICKY. Bueno, esto nos lleva al meollo del asunto, ¿verdad?
CIUDADANO. Temo que sí, señor.
TRICKY. Sí, nos hallamos ante el problema del «aborto voluntario» que, según he declarado, considero totalmente inaceptable, sobre la base de mis creencias personales y religiosas.
CIUDADANO. ¿Aborto voluntario?
TRICKY. Si aquella vietnamita se presentó al teniente Calley para que le practicase el aborto. Supongamos, a los solos efectos de la argumentación, que fuese una de esas chicas que sólo piensan en divertirse y no quieren pechar con las consecuencias; desgraciadamente, las hay aquí como las hay allí; son las inadaptadas, las vagabundas, las bribonas, las pocas que dan mala fama a muchas… Si aquella mujer se presentó al teniente Calley solicitando el aborto, digamos con una nota que alguien le habría escrito en inglés, y el teniente Calley, en la excitación y el agobio del momento, realizó el aborto, en el curso del cual murió la mujer.
CIUDADANO. Sí. Creo que hasta ahora le comprendo.
TRICKY. Bueno, entonces tendré que preguntarme si la mujer no fue tan culpable como el teniente o tal vez más. Tendré que preguntarme si, a fin de cuentas, no es un caso que compete a los tribunales de Saigón. Seamos francos: en primer lugar, no se puede morir a causa del aborto, si éste no ha sido buscado. Si la mujer no se ha situado en una condición abortiva. Está perfectamente claro.
CIUDADANO. Lo está, señor.
TRICKY. Por consiguiente, aunque el teniente Calley hubiese participado en un caso de «aborto», me parece, y recuerde que hablo estrictamente como abogado, que habría que tomar en consideración numerosas circunstancias atenuantes, entre las cuales no sería la menos importante la de realizar una operación quirúrgica en pleno campo de batalla. Yo diría que más de un médico militar ha sido condecorado con menos motivo.
CIUDADANO. Condecorado ¿por qué?
TRICKY. Por su valor, naturalmente.
CIUDADANO. Pero… pero señor presidente, ¿y si no fue un «aborto voluntario»? ¿Y si el teniente Calley practicó el aborto sin que ella lo pidiese, lo solicitase o incluso contra su voluntad?
TRICKY. ¿Quiere usted decir como una pura forma de control de la población?
CIUDADANO. Bueno, más bien pensaba en una pura forma de asesinato.
TRICKY (reflexionando). Bueno, ésta es, desde luego, una cuestión muy incierta, ¿no? Lo que los abogados llamamos un planteamiento hipotético, ¿no? Recuerde, en primer lugar, que sólo suponemos que hubo una mujer encinta en aquella zanja de My Lai. Supongamos ahora que no había ninguna mujer embarazada en aquella zanja, como parecen indicar realmente todas las pruebas de que disponemos. En tal caso, nuestra discusión sería absolutamente académica.
CIUDADANO. Sí, señor. Así sería, si tal fuese el caso.
TRICKY. Lo cual no significa que no le conceda un gran valor. En mi revisión del juicio contra el teniente Calley, tendré ahora muchísimo cuidado en averiguar si existe un solo indicio de que una de las veintidós personas de la zanja de My Lai era una mujer embarazada. Y si existe, si encuentro en las pruebas contra el teniente algo que no cuadre con mi creencia personal en la santidad de la vida humana, incluida la vida de los todavía no nacidos, me recusaré yo mismo como juez y transferiré todo el asunto al vicepresidente.
CIUDADANO. Gracias, señor presidente. Creo que, sabiendo esto, todos podremos dormir más tranquilos esta noche.