NOTA HISTÓRICA

El bagaje de Napoleón se perdió, pero no en Burdeos. La pérdida de ese bagaje fue sólo una pequeña parte del caos en el que se sumió Francia tras la rendición del emperador. La batalla de Toulouse tuvo lugar después de esa rendición, pero la rapidez en los desplazamientos era tal que la noticia no llegó a oídos de Wellington hasta dos días después de que hubiera derrotado a Soult de forma aplastante.

La batalla tuvo lugar de manera muy parecida a como se describe en la novela. Hoy en día se recuerda principalmente por el trágico ataque español, que, emprendido antes de tiempo y sin apoyo, fue repelido de forma sangrienta. En la actualidad el campo de batalla se halla completamente cubierto de edificios y no es más que una parte anónima de la expansión de la ciudad.

En el norte y el sur de Francia se disolvieron los ejércitos imperiales, lo que arrojó a los caminos de Europa un alarmante número de vagabundos y salteadores de caminos. La época de los soldados, según parecía, se había terminado, puesto que la larguísima guerra había acabado. El ejército de Wellington, quizás el mejor que haya poseído nunca Gran Bretaña, había ganado la campaña peninsular y en aquellos momentos, en la primavera de 1814, ya no era necesario. Sus soldados se dispersaron por el globo mientras que sus mujeres, que con tanta lealtad habían apoyado a sus hombres, fueron cruelmente enviadas de vuelta a sus casas en España o Portugal. Del destino de esas mujeres abandonadas se deja fiel constancia en esta novela. En los libros de historia desaparecen y su angustia sólo se puede suponer. Hubo algunos soldados británicos que consiguieron eludir a la policía militar para volver a España con sus esposas, pero fueron muy pocos.

Wellington, antes de ir al Congreso de Viena, fue nombrado embajador británico en París, donde, en nombre del Gobierno, compró la casa de la hermana de Napoleón, Pauline. Hoy en día sigue siendo la Embajada británica. Hubo muchos otros oficiales británicos que renunciaron a sus cargos. Sin duda, al igual que Sharpe, creyeron que podrían colgar sus espadas ninguno de ellos, seguramente, podía haber previsto que la inquieta ambición de Napoleón pronto conduciría a un valle poco profundo en la carretera que llevaba a Bruselas, un valle donde Wellington echaría muchísimo de menos a sus veteranos de la península.

Pero Waterloo es otra historia.