El giro de los acontecimientos fue desesperado, casi absurdo, pero
Mahnmut no podía haberse sentido más feliz.
La nave había descendido hasta dejar el sumergible La Dama Oscura en el océano, a unos quince kilómetros al norte de las coordenadas de la problemática singularidad crítica. Suma IV explicó que no quería que el impacto disparara los setecientos sesenta y ocho agujeros negros (presumiblemente instalados en cabezas nucleares dentro del antiguo submarino hundido que habían detectado también), y nadie le puso pegas.
Si Mahnmut hubiera tenido boca humana habría estado sonriendo como un idiota. La Dama Oscura estaba diseñada y construida para llevar a cabo misiones de exploración y salvamento bajo el hielo y la horrible presión de la luna Europa de Júpiter, donde todo era negro como el interior del vientre de Dios, pero funcionaba perfectamente en el océano Atlántico de la Tierra.
Mejor que bien.
—Ojalá pudieras ver esto —dijo Mahnmut por su conexión privada. Orphu de Io y él volvían a estar solos. Ninguno de los otros moravecs habían mostrado gran interés en acercarse a los setecientos sesenta y ocho nacientes pero casi críticos agujeros negros y la nave ya se había marchado para continuar con la exploración que dirigía Suma IV… a la costa este de América del Norte, esta vez.
—Puedo «ver» datos de radar, sonar, termales y otros —dijo Orphu.
—Sí, pero no es lo mismo. Hay tanta luz aquí, en el océano de la Tierra. Incluso a veinte metros de profundidad. Ni siquiera el brillo de Júpiter iluminó nunca mis océanos más de unos pocos metros.
—Estoy seguro de que es precioso.
—Sí que lo es —borboteó Mahnmut. No se daba cuenta de si su enorme amigo estaba siendo irónico ni le importaba—. La luz del sol cae, inundándolo todo de un verde resplandeciente. La Dama no está segura de cómo interpretarlo.
—¿Capta la luz?
—Por supuesto —dijo Mahnmut—. Su trabajo es informarme de todo, elegir los datos y canales sensoriales adecuados en el momento adecuado, y es lo bastante autoconsciente para advertir la diferencia en la luz, la gravedad y la belleza. A ella también le gusta.
—Bien —rezongó Orphu de Io—. Será mejor que no lo estropees diciéndole por qué estamos aquí y hacia qué estamos nadando.
—Lo sabe —dijo Mahnmut, sin dejar que el gran moravec estropeara su estado de ánimo. Vio cómo el sonar indicaba la presencia de una montaña por delante (la cordillera donde estaban los restos del naufragio) alzándose desde un fondo de arena a menos de ochenta metros bajo la superficie. Seguía sin poder creer lo poco profunda que era esa parte del océano. No había ningún lugar en los mares europanos que no tuviera menos de mil metros de profundidad y allí una elevación llevaba el fondo del océano Atlántico a poco más de sesenta metros bajo la superficie.
—He ejecutado el programa entero del protocolo de desarme que Suma IV y Cho Li nos descargaron —continuó Orphu—. ¿Has tenido tiempo ya de estudiar los detalles?
—En realidad, no —Mahnmut tenía el protocolo largo en su memoria activa, pero había estado ocupado supervisando la salida de La Dama Oscura de la nave de contacto y la adaptación del sumergible a aquel precioso y maravilloso entorno. Su amado submarino parecía nuevo… mejor que nuevo. Los mecánicos de los vecs de Fobos habían hecho un trabajo magnífico con su barco. Y todos los sistemas que funcionaban bien en Europa antes del devastador aterrizaje forzoso en el mar de Tetis marciano del año anterior funcionaban mejor que nunca en el amable mar terrestre.
—La buena noticia de desarmar cada cabeza de agujero negro es que es teóricamente factible —dijo Orphu de Io—. Tenemos las herramientas necesarias a bordo, incluso el soplete cortador de diez mil grados y los generadores de campo de fuerza concentrados, y en muchos de los pasos necesarios puedo ser tus brazos mientras tú eres mis ojos de espectro de luz visible. Tendremos que trabajar juntos en cada cabeza nuclear, pero son teóricamente desarmables.
—Eso es una buena noticia —dijo Mahnmut.
—La mala noticia es que si nos ponemos a trabajar ahora mismo, sin hacer pausas para el café ni para ir al baño, vamos a tardar poco más de nueve horas por agujero negro… no por cabeza, te lo advierto, sino por cada agujero negro casi-crítico.
—Con setecientos sesenta y ocho agujeros negros… —empezó a decir Mahnmut.
—Seis mil novecientas doce horas —terminó Orphu—. Y como estamos en la Tierra y el tiempo estándar moravec es tiempo planetario real aquí, son doscientos cuarenta y siete días y doce horas… eso si todo sale según lo planeado y no nos topamos con ningún problema…
—Bueno… —empezó a decir Mahnmut—. Supongo que estudiaremos ese factor cuando encontremos los restos del naufragio y veamos si podemos desarmar las cabezas.
—Es extraño recibir señal directa del sonar —dijo Orphu—. No es como oír mejor, es más bien como si mi piel de pronto se hubiera ampliado hasta…
—Ahí está —lo interrumpió Mahnmut—. Lo veo. El submarino naufragado.
Las perspectivas y los horizontes visuales eran diferentes, naturalmente, en la Tierra, mucho mayor que el Marte al que casi se había acostumbrado, aún más en comparación con las distancias percibidas en la diminuta Europa, donde se había pasado todos los otros años estándar de su existencia. Pero las lecturas del sonar, el radar profundo, los artilugios de detección de masa y sus propios ojos le decían a Mahnmut que la popa de aquel barco naufragado estaba a unos quinientos metros por delante, varada en el fondo de arena, un poco por debajo de los setenta metros de profundidad a los que avanzaba La Dama Oscura, y que el navío medía unos cincuenta y cinco metros de eslora.
—Santo Dios —susurró Mahnmut—. ¿Puedes verlo en el radar y el sonar?
—Sí.
El submarino yacía de costado, la proa hacia abajo pero invisible más allá del titilante campo de fuerza que contenía el océano Atlántico de la franja de tierra seca que se extendía desde Europa a América del Norte. Lo que hacía que Mahnmut mirara asombrado era la pared de luz de la Brecha en sí. Allí, a más de setenta metros de profundidad, donde incluso los océanos iluminados de la Tierra deberían haber sido negros como la tinta, la moteada luz del sol iluminaba el final del agua y el casco cubierto de moho del submarino hundido.
—Puedo ver qué le pasó —dijo Mahnmut—. ¿Captan tu radar y tu sonar ese trozo de quilla destrozada que debería ser la sala de máquinas, justo detrás de donde el casco se ensancha hacia el compartimento de misiles?
—Sí.
—Creo que algún tipo de torpedo o carga de profundidad o misil explotó allí —dijo Mahnmut—. Mira cómo las placas del casco se comban hacia dentro. Rompió la base de la vela y la dobló hacia delante también.
—¿Qué vela? —preguntó Orphu—. ¿Te refieres a una vela como esa triangular del falucho que nos llevó por el Valle Marineris?
—No. Me refiero a esa parte que se alza hacia delante, casi hasta la pared del campo de fuerza. En los primeros días de los submarinos, lo llamaban torreta. Después de que empezaran a construir submarinos nucleares como esta bañera en el siglo XX, empezaron a llamar vela a la torreta.
—¿Por qué? —preguntó Orphu de Io.
—No sé por qué —respondió Mahnmut—. O, más bien, lo tengo en mis bancos de memoria por alguna parte, pero no es importante. No quiero perder el tiempo investigando.
—¿Y por qué lo llamas bañera?
—Es el nombre que los humanos de principios de la Edad Perdida daban a los submarinos como éste que llevaban misiles balísticos —dijo Mahnmut.
—¿Le ponían apodos a máquinas construidas con el único objetivo de destruir ciudades, vidas humanas y el planeta?
—Sí —respondió Mahnmut—. Esta bañera fue construida probablemente un siglo antes de que se hundiera. Tal vez la construyó una de las grandes potencias que luego la vendió a un grupo más pequeño. Algo la hundió aquí antes de que se creara esta grieta en el océano Atlántico.
—¿Podemos llegar a las cabezas nucleares? —preguntó Orphu.
—Agárrate. Vamos a averiguarlo.
Mahnmut impulsó a La Dama Oscura hacia delante. No quería enfrentarse a la pared del campo de fuerza y el aire vacío que había más allá, así que no se acercó al compartimento de misiles del submarino naufragado. Hizo que los potentes reflectores de La Dama Oscura recorrieran todo el casco mientras sus instrumentos sondeaban el interior del antiguo submarino.
—Esto no está bien —murmuró en voz alta por la línea privada.
—¿Qué no está bien?
—El submarino está cubierto de anémonas y demás vida marina, el interior rebosa de vida, pero es como si se hubiera hundido aquí hace un siglo o cosa así, no los dos milenios y medio que han pasado.
—¿Podría haber estado navegando hace un siglo o cosa así? —preguntó Orphu.
—No. No a menos que todos nuestros datos de observación estén equivocados. Los humanos antiguos llevan casi dos mil años sin tecnología. Aunque alguien hubiera encontrado este submarino y hubiera conseguido ponerlo en marcha, ¿quién lo hubiese hundido?
—¿Los posthumanos?
—No lo creo —dijo Mahnmut—. Los posts nunca habrían utilizado algo tan burdo como un torpedo o una carga de profundidad. Y no habrían dejado las cabezas nucleares de agujero negro en funcionamiento.
—Pero las cabezas están aquí —dijo Orphu—. Puedo ver su parte superior en el radar, con los campos de contención críticos en su interior. Será mejor que nos pongamos a trabajar.
—Espera —dijo Mahnmut. Había enviado vehículos remotos no más grandes que su mano al submarino cuyos datos le llegaban a través de cordones microfinos. Uno de los remotos había conectado con la IA del centro de mando y control.
Mahnmut y Orphu escucharon las últimas palabras de los veintiséis miembros de la tripulación mientras se preparaban para lanzar los misiles balísticos que destruirían su planeta.
Cuando terminaron los testamentos y el fluir de datos, los dos moravecs permanecieron en silencio un buen rato.
—Oh, qué mundo —susurró Orphu por fin—, que tenía semejante gente.
—Voy a bajar y prepararte para que pases a AEV —dijo Mahnmut, la voz monótona—. Estudiaremos este problema de cerca.
—¿Podemos hacerlo en la zona seca? —preguntó Orphu—. ¿En la Brecha?
—No voy a acercarme. El campo de fuerza podría destruirnos: los instrumentos de La Dama ni siquiera pueden definir de qué está hecho el campo, y te prometo que este sumergible nuestro no es tan bueno en el aire y la tierra seca. No vamos a acercarnos a la Brecha.
—¿Has mirado las fotos aéreas de la proa de esta nave? —preguntó Orphu.
—Claro. Las tengo aquí delante, en pantalla —dijo Mahnmut—. Daños serios en la proa, pero eso no nos concierne. Podemos llegar a los misiles del fondo.
—No, me refiero a las otras cosas que hay en el terreno seco, ahí fuera —dijo Orphu—. Mis datos de radar puede que no sean tan buenos como tus imágenes ópticas, pero me parece que uno de esos bultos que hay allí tirados es un ser humano.
Mahnmut escrutó su pantalla. La nave de contacto había tomado una extensa serie de imágenes antes de marcharse, así que las repasó todas.
—Si era un ser humano —dijo—, lleva mucho tiempo muerto. Está aplastado, los miembros despatarrados, disecado. No creo que lo fuera… creo que nuestras mentes están intentando ver esa forma entre cosas aleatorias. Hay bastantes residuos por ahí.
—Muy bien —dijo Orphu, obviamente consciente de sus prioridades—. ¿Qué tengo que hacer para salir de aquí?
—Quédate donde estás —dijo Mahnmut—. Bajo por ti. Saldremos juntos.
La Dama Oscura estaba posada sobre sus rechonchas patas a escasos diez metros de la popa del submarino naufragado. Orphu se había preguntado cómo saldría por las puertas de la bodega de carga situada en el vientre del sumergible europano con la nave asentada en el fondo del océano, pero esa cuestión se solventó cuando Mahnmut extendió las patas de aterrizaje.
Mahnmut había entrado en la bodega de carga a través de una compuerta interior y entró en contacto directo con el gran ioniano mientras el piloto del sumergible cuidadosamente llenaba la bodega con agua del océano terrestre, igualaba presiones y luego abría la puerta de la bodega de carga. Habían desconectado a Orphu de sus diversos cordones umbilicales y los dos bajaron al fondo del océano.
Por resquebrajado y viejo que fuera el caparazón de Orphu, no tenía filtraciones. Cuando mostró curiosidad por las lecturas de presión que leían su concha y otras partes corporales, Mahnmut se lo explicó.
La presión atmosférica, arriba, en una teórica playa o justo sobre la superficie de ese océano era de un kilo por centímetro cuadrado. Cada diez metros (en realidad cada 33 pies, dijo Mahnmut, usando las antiguas medidas de la Edad Perdida con las que Orphu se sentía igualmente cómodo), la presión aumentaba una atmósfera. Así, a 33 pies de profundidad, cada centímetro cuadrado de la cobertura externa del moravec soportaba 2 kilos de presión. A 66 pies, tres atmósferas, y así sucesivamente. A la profundidad del barco naufragado (más de 230 pies), el mar ejercía una presión de unas ocho atmósferas por cada centímetro cuadrado sobre el casco de La Dama Oscura y los cuerpos de los moravecs.
Estaban construidos para soportar presiones mucho más grandes, aunque Orphu estaba acostumbrado a diferenciales de presión negativa mientras trabajaba en el espacio lleno de radiación y azufre alrededor de la luna Io.
Y radiación allí mismo había un montón. Ambos la registraron y la Dama la calculó y transmitió sus lecturas. No era peligrosa para moravecs de su diseño, pero la sensación de los rayos gamma y de neutrones derramándose sobre ellos les llamó la atención.
Mahnmut explicó que, bajo esta presión, si hubieran sido seres humanos y hubieran estado respirando aire estándar de la tierra embotellado (una mezcla del veintiuno por ciento de oxígeno con setenta y nueve por ciento de hidrógeno) las burbujas de nitrógeno que se expandirían y multiplicarían bajo ocho atmósferas los estarían volviendo locos, provocándoles narcosis de nitrógeno, distorsionando sus juicios y emociones, y no permitiéndoles llegar a la superficie con horas de lenta descompresión a profundidades diferentes. Pero los moravecs estaban respirando O-dos puro con sus sistemas de re-respiración compensando la presión añadida.
—¿Le echamos un vistazo a nuestros adversarios? —preguntó Orphu de Io.
Mahnmut abrió la marcha. Por mucho cuidado que tuviera al subir por el casco curvo del submarino hundido, el cieno se alzaba alrededor de ellos como una tormenta de polvo terrestre.
—¿Puedes ver todavía con el radar fino? —preguntó Mahnmut—. Esta mierda me está cegando en las frecuencias visuales. He leído al respecto en las antiguas historias de buzos terrestres. El primer buzo en un naufragio en el fondo o dentro del navío puede ver… todos los otros tienen visión cero, al menos hasta que la tierra y el cieno se asienten.
—Visión cero, ¿eh? —dijo Orphu—. Bueno, bienvenido al club, amigo. El radar detallado que uso en el vacío de azufre cerca de Io sirve para sondear a través de estas nubes de cieno. Veo el casco, el bulto del compartimento de misiles, el comosellame (la vela rota) treinta metros por delante. Si necesitas ayuda, pregunta y te llevaré de la manita.
Mahnmut gruñó y cambió su visión principal a frecuencias termales y de radar.
Se acercaron al compartimento de misiles, a cinco metros por encima de las cabezas nucleares, ambos usando sus impulsores, cuidando de no lanzar ningún chorro de impulsión en la dirección de las cabezas volcadas.
Y volcadas estaban. Había cuarenta y ocho tubos de misiles y cuarenta y ocho compuertas abiertas.
Esas compuertas parecen pesadas, dijo Mahnmut por tensorrayo. Todo lo que decían y veían, naturalmente, incluido el tensorrayo, estaba siendo trasmitido a la Reina Mab y la nave de contacto a través de una boya de relé de radio que Mahnmut había desplegado desde La Dama Oscura.
Orphu, que estaba agarrando una de las enormes compuertas (su diámetro era casi tan grande como el ioniano), dijo:
—Siete toneladas.
Incluso después de que la tripulación ordenara a la IA del submarino que abriera las cuarenta y ocho compuertas de los misiles, éstos seguían cubiertos de cúpulas azules de fibra de vidrio que contenían el mar. Mahnmut vio que los misiles (impulsados hacia la superficie por enormes cargas de gas nitrógeno, sus motores listos para entrar en ignición sólo después de que cada misil llegara al aire) se abrirían paso fácilmente a través de las coberturas de fibra de vidrio.
Pero los misiles no habían surgido de sus tubos impelidos por borboteantes burbujas de nitrógeno, ni los motores habían entrado en ignición. Las coberturas-cúpulas de fibra de vidrio se habían gastado hacía tiempo: sólo quedaban frágiles fragmentos azules.
—Qué caos —dijo Orphu.
Mahnmut asintió. Fuera lo que fuese que había golpeado la popa de La espada de Alá, rompiendo su espalda justo por encima de la sala de máquinas, cortando sus jets propulsores y permitiendo al océano entrar por todo el cascarón junto con la onda de choque, había quebrado los diversos compartimentos de misiles y había derribado los misiles mismos. Parecía un montón de antigua paja. En algunos casos las cabezas nucleares aún señalaban ligeramente hacia arriba, pero en otros los corroídos motores de los cohetes y su combustible sólido estaban a la vista y las cabezas enterradas en el limo.
Olvida esas seis mil novecientas doce horas de trabajo, tensorrayó Orphu. Tardaremos ese tiempo sólo en llegar a algunas de las cabezas nucleares. Y hay probabilidades abrumadoras de que algún corte con el soplete o el movimiento de una haga detonar otra.
Sí, dijo Mahnmut. Ya no había limo que lo cegara y contempló el destrozo principalmente con sus frecuencias ópticas.
—¿Tiene alguno de vosotros alguna sugerencia? —preguntó el Integrante Primero Asteague/Che.
Mahnmut casi dio un salto. Sabía que todos en la Mab los estaban siguiendo, pero estaba tan absorto estudiando el naufragio que la conexión casi se le había ido de la cabeza.
—Sí —dijo Orphu de Io, pasando a la banda común—. Esto es lo que vamos a hacer.
Describió el procedimiento de manera tan sucinta y poco técnica como pudo. En vez de intentar desarmar cada cabeza siguiendo el largo protocolo que los Integrantes Primeros habían descargado, el ioniano planeaba que Mahnmut y él lo hicieran de forma rápida y sucia. Mahnmut colocaría La Dama Oscura sobre el submarino naufragado y extendería sus patas de aterrizaje al máximo hasta quedar sobre el cascarón como una madre gallina sobre su nido. Luego usarían los reflectores de la panza de la nave para iluminar su trabajo. Orphu y Mahnmut usarían por separado los sopletes para separar cada cabeza de su misil, usando una simple cadena y un sistema de poleas para izar los morros cónicos hasta la bodega de carga de La Dama Oscura y colocarlos en los huecos de carga como los huevos de un cartón.
—¿No hay muchas posibilidades de que los agujeros negros se vuelvan críticos durante este burdo proceso? —preguntó Cho Li desde el puente de la Reina Mab.
—Sí —bramó Orphu por el comunicador—, pero tenemos un cien por cien de probabilidades de que uno de los agujeros negros se active si nos pasamos un año o más manipulándolos. Vamos a hacerlo de esta forma.
Mahnmut tocó uno de los manipuladores del ioniano y asintió, seguro de que el gesto sería detectado por el radar inmediato de Orphu.
La severa voz de Suma IV sonó por el intercomunicador.
—¿Y qué pensáis hacer con las cuarenta y ocho cabezas nucleares con sus setecientos sesenta y ocho agujeros negros cuando las hayáis cargado en vuestro sumergible?
—Tú nos recogerás —dijo Mahnmut—. La nave de contacto llevará a La Dama Oscura y su cargamento de muerte al espacio exterior y nos desharemos de los agujeros.
—La nave de contacto no está preparada para volar más allá de los anillos —replicó Suma IV—. Y los robots-leucocitos de ataque de los anillos e y p sin duda nos atacarán por el camino.
—Ese es tu problema —rugió Orphu—. Nosotros vamos a ponernos a trabajar ahora mismo. Tardaremos de diez a doce horas en soltar estas cabezas y cargarlas en La Dama Oscura. Cuando salgamos a la superficie, será mejor que tengas un plan. Sabemos que hay otras naves aparte de la Mab en esta misión… ocultas, invisibles más allá de los anillos, lo que sea. Será mejor que haya una preparada para encontrarse con la nave de contacto en la órbita baja de la Tierra y nos quite este jaleo de las manos. No estaría bien haber venido hasta la Tierra sólo para destruirla.
—Transmisión recibida —dijo Asteague/Che—. Por favor, comprended que tenemos un visitante aquí arriba. Una nave pequeña… un sonie, creo, está en ruta de encuentro con la isla orbital de Sycórax mientras hablo.