69

¡Mami! ¡Mamiiiii! Tengo mucho miedo. Está tan oscuro y hace tanto frío aquí abajo. ¡Mami! Ven a ayudarme a salir. ¡Mami, por favor!

Ada despertó justo media hora después de quedarse dormida en las frías horas de la oscura madrugada de invierno. La voz infantil de su mente se agitaba como una mano fría y pequeña dentro de su ropa.

Mami, por favor. No me gusta estar aquí. Hace frío y está oscuro y no puedo salir. La roca es demasiado dura. Tengo hambre. Mami, por favor, ayúdame a salir de aquí. Mamiiiii.

Pese a lo agotada que estaba, Ada se obligó a levantarse del petate y salir al frío exterior. Los supervivientes (eran cuarenta y ocho una semana y cinco días después de su regreso a las ruinas de Ardis) habían montado tiendas con la lona recuperada y Ada compartía una con otras cuatro mujeres. El puñado de tiendas y el cobertizo original junto al pozo formaban el centro de una nueva empalizada, con las afiladas picas colocadas sólo a unas decenas de metros del centro de la tienda y las ruinas calcinadas del original Ardis Hall.

Mamiiii… por favor, mami…

La voz estaba allí gran parte del tiempo ahora y Ada había aprendido a ignorarla durante casi todos los momentos en que permanecía despierta, pues le impedía dormir. Esa noche (esta oscura madrugada previa al amanecer) era mucho peor que de costumbre.

Ada se puso los pantalones, las botas y un grueso jersey y salió de la tienda, moviéndose lo más silenciosamente que pudo para no despertar a Elle y sus otras compañeras. Había unas cuantas personas despiertas junto a la hoguera central del campamento (siempre las había, toda la noche), y centinelas en las nuevas murallas, pero la zona entre Ada y el pozo estaba vacía y oscura.

Estaba muy oscuro: gruesas nubes habían bloqueado la luz de las estrellas y los anillos y parecía que iba a nevar. Ada avanzó con cuidado hacia el pozo: algunos preferían dormir al aire libre ahora que habían conseguido reparar y coser mejores petates y sacos de dormir. No quería pisar a nadie. En su quinto mes de embarazo, Ada ya se sentía gorda y torpe.

¡Mamiiii!

Odiaba esa maldita voz. Con un hijo real creciendo en su interior, no podía tolerar aquella voz aguda y gimoteante que procedía de aquella cosa del pozo, aunque sólo fuera un eco mental. Se preguntó si el sistema neural en desarrollo de su propio bebé podría detectar aquella invasión telepática. Deseó que no.

Mami, por favor, déjame salir. Está oscuro aquí abajo.

Habían decidido que una persona montara guardia en el pozo en todo momento, y esa noche le tocaba a Daemon. Ella reconoció la fina y musculosa silueta con su rifle de flechitas al hombro incluso antes de distinguir su rostro. Él se volvió cuando se acercaba al borde del pozo.

—¿No puedes dormir? —susurró.

—No me deja —respondió ella, también entre susurros.

—Lo sé —dijo Daeman—. Siempre oigo cuando te dedica sus súplicas. Débil, pero audible… una especie de cosquilleo en el fondo del cerebro. Oigo a esa cosa decir «mami» y me entran ganas de descargarle todos estos dardos.

—Probablemente sea buena idea —dijo Ada, mirando la jaula de metal soldada y atornillada a la roca sobre el pozo. La reja era grande, pesada y de entramado fino (la habían sacado de la antigua cisterna cercana a las ruinas de Ardis Hall) y el bebé Setebos ya había crecido hasta el punto de que podía meter sus manos de tallos bamboleantes por los huecos. El Pozo en sí sólo tenía quince metros de profundidad, pero lo habían cavado en roca sólida. Por fuerte que fuera aquel ser monstruoso de allí abajo (la parte de muchos ojos y muchas manos tenía ahora más de metro y veinte de largo y sus manos eran más fuertes cada día) no era lo bastante fuerte para soltar los tornillos de la reja y las barras soldadas de la roca. Todavía no.

—Buena idea si no fuera porque tendríamos a veinte mil voynix encima cinco minutos después de matar a ese bicho —susurró Daeman.

A Ada no le hacía falta que se lo recordaran, pero oírlo decir en voz alta hundió la frialdad y el escalofrío de la náusea más profundamente en su interior. El sonie había despegado ya y hacía su lento reconocimiento del oscuro terreno. La noticia era la misma cada día: los voynix se mantenían apartados, en un círculo casi perfecto en un radio de menos de cuatro kilómetros de lo que podía ser el último campamento humano en la Tierra, pero su número seguía creciendo. Greogi había calculado que había al menos entre veinte mil y veinticinco mil seres plateados en los bosques sin árboles la tarde anterior. Habría más por la mañana al amanecer. Había más cada día. Era tan seguro como que el débil sol salía. Era tan seguro como el hecho de que la suplicante e insinuante voz mental que surgía del pozo no se callaría hasta que quedara libre.

«¿Y entonces qué?», se preguntó Ada.

Podía imaginarlo. Sólo la presencia de la cosa había arrojado un velo sobre los supervivientes de Ardis. Ya era bastante difícil ir tirando: construir y ampliar sus pequeñas tiendas y barracones, recuperar lo que podían de las ruinas, mejorar su débil fortín de troncos, por no mencionar conseguir comida suficiente, sin los malignos gemidos del bebé Setebos en sus mentes.

La comida era un asunto serio. Todo el ganado había escapado durante la masacre y las expediciones con el sonie sólo habían encontrado cadáveres pudriéndose en los campos lejanos y en el suelo del bosque invernal. Los voynix los habían matado también. Y con el suelo congelado e incluso la esperanza de huertos o cosechas o la posibilidad de plantar a meses de distancia, y con la comida enlatada y conservada que había en el sótano de Ardis Hall convertida ahora en montones derretidos bajo la basura calcinada, los cuarenta y ocho supervivientes de Ardis dependían de los cazadores que salían cada día con el sonie. No había animales dentro del círculo de seis kilómetros del ejército de voynix, así que cada día dos hombres o mujeres con rifles de flechitas se arriesgaban a viajar más allá de los voynix (un viaje más largo cada día, ya que los ciervos y gamos huían de la zona) y cada noche, si tenían suerte, un ciervo macho o un cerdo salvaje giraban sobre la hoguera central. Pero no habían tenido mucha suerte recientemente: no tenían comida fresca a diario, y cada vez conseguían menos presas dentro de un radio progresivamente mayor de vuelo, así que conservaban lo que podían ahumándolo y con los restos de la preciosa sal recuperada de los almacenes, y masticaban el tasajo y su monótono mal gusto, y veían cómo los voynix continuaban congregándose, y cada día y noche su humor se ensombrecía con el bebé Setebos enviando constantemente sus blancas y pegajosas manos y tentáculos de telepatía a sus cerebros. Incluso mientras dormían. Y como los animales que cazaban desde el sonie, el sueño era cada vez más difícil de encontrar.

—Unos cuantos días más —dijo Daeman en voz baja— y creo que podrá salir de la jaula.

Sacó la antorcha encendida de su hueco y la alzó sobre el pozo. Del tamaño de un ternero pequeño, la superficie de su cerebro brillando de mucosidad húmeda y gris, el bebé de Setebos colgaba de la reja. Media docena de manos tentaculares agarraban el oscuro entramado de hierro. Ocho o diez ojos amarillos bizquearon, parpadearon y se cerraron ante la súbita llamarada de luz. Dos de sus bocas se abrieron y Ada contempló fascinada las filas de pequeños dientes blancos de cada una.

—Mami —chirrió. Hablaba desde hacía una semana, pero su voz real no era tan humana ni tan infantil como su voz telepática.

—Sí —dijo Ada—. Celebraremos una reunión general hoy. Que todos voten para decidir el momento. Pero tenemos que hacer los preparativos finales para marcharnos pronto.

El plan no gustaba a casi ninguno, pero era lo mejor que se les había ocurrido. Mientras Daeman y unos cuantos más guardaban al bebé, empezarían a evacuar materiales y personas a una isla que habían descubierto a unos cincuenta kilómetros río abajo desde Ardis. No era la isla paradisíaca a la que Daeman quiso faxear en el otro extremo del mundo, pero aquel islote rocoso estaba en el centro del río, donde la corriente era veloz y, lo más importante, el terreno era defendible.

Todos habían supuesto que los voynix faxeaban de algún modo, desde alguna parte, aunque las comprobaciones diarias del faxnódulo de Ardis mostraban que seguía sin funcionar. Eso significaba que los voynix podrían seguirlos fácilmente, quizá incluso faxear hasta la isla. Pero los cuarenta y ocho supervivientes podían congregarse y emplazar su campamento en una depresión en el centro del islote, cazas y traer su comida en el sonie, como ya hacían, y la isla era tan pequeña que los voynix tendrían problemas para faxear más de unos pocos cientos cada vez. Podrían matar y expulsar a ese número.

Los últimos hombres y mujeres en dejar Ardis (y Ada pretendía ser la última mujer) matarían al engendro de Setebos. Y entonces los voynix arrasarían aquel lugar vacío como saltamontes frenéticos, pero el resto de los supervivientes estarían en la isla y a salvo. A salvo unas cuantas horas, suponía Ada.

¿Podían nadar los voynix? Ada y los otros habían rebuscado en sus recuerdos por si habían visto a uno de sus voynix esclavos nadar en la historia antigua antes de que el cielo se cayera hacía diez meses, antes de que Harman y la difunta Savi y Daeman destruyeran la fermería y la isla de Próspero. Antes del final de su alocado mundo de fiestas e interminables faxeos y seguridad. Nadie estaba seguro de haber visto un voynix nadar.

Pero en el fondo de su corazón Ada estaba segura. Los voynix podían nadar. Podían caminar por el lecho del río, bajo el agua y con toda aquella corriente si era necesario. Alcanzarían a los humanos en su islita en cuanto el bebé Setebos estuviera muerto.

Y entonces los supervivientes, si quedaba alguno, tendrían que huir otra vez… ¿pero adónde? Ada estaba a favor de ir a la Puerta Dorada de Machu Picchu, ya que recordaba bien la descripción de Petyr de los voynix agrupados allí, incapaces de entrar en las burbujas verdes medioambientales de las torres del puente y los cables de suspensión. Pero casi ninguno de los demás quería ir a un Puente que no habían visto nunca: estaba demasiado lejos, de todas formas, tardarían demasiado tiempo en llegar, quedarían atrapados dentro de las estructuras de cristal sobre la nada, rodeados de voynix.

Ada les había contado cómo Harman, Petyr, Hannah y Nadie/Odiseo habían llegado al puente en menos de una hora, lanzándose a las inmediaciones del espacio y luego cayendo por la atmósfera sobre el continente sur. Explicó cómo el sonie todavía tenía ese plan de vuelto en su memoria, cómo un viaje a la Puerta Dorada de Machu Picchu sólo tardaría unos cuantos minutos más que el del ferry que los llevaría río abajo hasta la isla rocosa.

Pero siguieron sin querer intentarlo. Todavía no.

Sin embargo, Ada y Daeman continuaron haciendo planes para esa larga evacuación.

De repente se oyó un sonido en la oscura línea de árboles, al suroeste: un ruido sibilante.

Daeman echó mano a su rifle de flechitas y lo sujetó con fuerza tras quitar el seguro.

—¡Voynix! —gritó.

Ada se mordió los labios, la cosa Setebos a sus pies olvidada por un momento, sus urgencias mentales ahogadas por ruido de verdad. Alguien junto a la hoguera central hacía sonar la campana de alarma. La gente salía del gran cobertizo y las tiendas y gritaba para despertar a los demás.

—No lo creo —dijo Ada, casi gritando para que Daeman pudiera oírla por encima del estrépito—. No suena igual.

Cuando la campana dejó de tañer y los gritos se apagaron, lo oyó con más claridad: un sonido metálico, rasposo, mecánico, no como el silencioso saltar y moverse de mil voynix al ataque.

Entonces apareció una luz, un reflector que los apuñalaba desde el cielo, a sólo unas pocas docenas de metros de altura, y la lanzada y el círculo de luz iluminaban las ramas peladas, la hierba congelada y ennegrecida por las hogueras, las murallas de la empalizada y los asombrados centinelas en los burdos parapetos.

El sonie no tenía reflector.

—¡Coged los rifles! —gritó Ada al grupo que se encontraba cerca de la hoguera. Algunas personas empuñaban ya sus armas. Otras las prepararon.

—¡Desplegaos! —gritó Daeman, corriendo hacia el grupo y agitando los brazos—. ¡A cubierto!

Ada estuvo de acuerdo. Fuera lo que fuese esa cosa, si tenía intenciones hostiles, no había ninguna necesidad de ayudarla agrupándose como blancos gordos y felices.

El zumbido se hizo tan fuerte que ahogó incluso la campana de advertencia que alguien había vuelto redundantemente a hacer sonar.

Ada vio algo mecánico que volaba, mucho más grande que su sonie pero mucho más lento y más torpe. No era el estilizado óvalo de su sonie sino dos círculos abultados con el reflector sobresaliendo del círculo central. La cosa flotaba y se agitaba como si estuviera a punto de estrellarse, pero rebasó las bajas murallas de la empalizada (un centinela tuvo que tirarse al suelo para evitar las protuberancias de la máquina voladora) y resbaló por la hierba congelada hasta llegar no muy lejos del pozo, volvió a alzarse en el aire y luego se posó pesadamente.

Daeman y Ada corrieron hacia allí, Ada lo mejor que sus cinco meses de embarazo le permitían y con una antorcha, y Daeman con el rifle automático alzado y apuntando a las formas oscuras que salían de la máquina que había aterrizado.

Las formas oscuras eran personas… ocho según contó Ada rápidamente. Vio rostros que no reconoció, pero los dos últimos de la máquina, los dos que habían estado en los controles cerca de la parte delantera del círculo de metal, eran Hannah y Odiseo… o Nadie, como había pedido que lo llamaran los últimos meses antes de que fuera herido y lo llevaran al Puente.

Y entonces Ada y Hannah se abrazaron, y ambas lloraron pero Hannah sollozaba casi histérica. Cuando se detuvieron a mirarse una a la otra, Hannah jadeó:

—¿Ardis Hall? ¿Dónde está? ¿Dónde está todo el mundo? ¿Qué ha pasado? ¿Está bien Petyr?

—Petyr ha muerto —dijo Ada, sintiendo la falta de énfasis en su propia reacción emocional a las palabras. Demasiado horror había sucedido en un periodo de tiempo demasiado corto: sentía el alma magullada—. Los voynix lanzaron una ofensiva poco después de que os marcharais. Rebasaron las murallas, usaron piedras como proyectiles. La casa ardió. Emme ha muerto. Raman ha muerto. Peaen ha muerto… —Repasó la lista de aquellos viejos amigos que habían muerto durante el ataque y después.

Hannah (que siempre había sido delgada pero parecía mucho más delgada a la luz de las antorchas) se cubrió la boca, horrorizada.

—Venid —dijo Ada, tocando la muñeca de Nadie y rodeando de nuevo a Hannah con el brazo—. Parecéis hambrientos. Venid junto al fuego… pronto amanecerá. Podéis presentarnos a vuestros amigos y os conseguiremos algo de comida. Quiero que me lo contéis todo.

Se sentaron junto a la hoguera hasta que el sol salió, intercambiando información tan faltos de emociones como podían dadas las circunstancias. Laman cocinó un rico guiso y lo comieron junto con tazas de lata de lo último que quedaba del rico café que habían encontrado en uno de los almacenes parcialmente quemados.

Las cinco nuevas personas, tres hombres y dos mujeres, se llamaban Beman, Elian, Stefe, Iyayi y Susan. Elian era el líder, un hombre completamente calvo con la autoridad de la edad, tal vez casi tan viejo como Harman. Todos estaban vendados o habían resultado levemente heridos y, mientras los demás hablaban, Tom y Siris atendieron sus heridas con los suministros médicos que les quedaban.

Ada contó rápidamente a su joven amiga Hannah (quien de algún modo ya no parecía tan joven) y al silencioso Nadie la Masacre de Ardis, los días y noches en la Roca Hambrienta, la caída del funcionamiento del faxnódulo, la acumulación de voynix, y la eclosión y el aprisionamiento del bebé Setebos.

—Sentí esa cosa en mi mente incluso antes de que aterrizáramos —dijo Nadie en voz baja. Mientras Hannah empezaba su relato, el fornido griego de la barba gris, vestido solamente con su burda túnica a pesar del frío clima, se acercó al pozo y contempló a su cautivo.

—Odiseo salió de su nicho recuperador una semana después de que Ariel se llevara a Harman —dijo la joven morena de ojos brillantes—. Los voynix continuaron intentando entrar, pero Odiseo me aseguró que no podrían mientras el campo de fricción cero estuviera conectado. Comimos, dormimos… —Hannah bajó los ojos un instante y Ada supo que los dos habían hecho algo más que dormir—. Esperábamos que Petyr regresara a por nosotros como había prometido, pero al cabo de una semana Odiseo empezó a trabajar intentando unir los fragmentos de sonies y otras máquinas voladoras que habíamos visto en el garaje… el hangar, o como demonios se llame. Yo me encargué de las soldaduras. Odiseo hizo que el sistema de propulsión y los tableros de circuitos funcionaran. Cuando nos quedamos sin componentes, busqué el resto en las burbujas y salas secretas de la Puerta Dorada.

»Él consiguió que el aparato flotara y volara un poquito dentro del hangar. Está compuesto principalmente por dos máquinas voladoras tipo servidor llamadas balsas volantes, no es para viajes largos y tuvimos problemas con los sistemas de guía y control. Finalmente Odiseo logró desmantelar parte de una IA inferior que manejaba parte de la cocina del Puente, dejando la parte de la cocina y las recetas pero lobotomizándola para que se encargara de la navegación y la altura de la balsa. No ha sido un vuelo fácil con esta máquina torpe… sigue queriendo prepararnos el desayuno y nos sugiere recetas.

Ada y algunos otros se rieron. Había más de una docena de personas escuchando, incluidos Greogi, el manco Laman, Ella, Eddie, Boman y los dos médicos. Los cinco recién llegados heridos estaban comiendo guiso caliente y escuchando en silencio. La nieve que Ada había olido horas antes caía liviana, pero no se aferraba al suelo. La luz del sol asomaba entre los grupos de nubes.

—Finalmente, cuando estuvimos seguros de que Ariel no iba a traer a Harman de vuelta y que ni Petyr ni ninguno de vosotros ibais a regresar a recogernos, llenamos la balsa con suministros (trajimos más armas que encontré en otra de las salas secretas), abrimos las puertas del hangar y nos dirigimos al norte, esperando que los repulsores nos mantuvieran en el aire y el burdo sistema de navegación nos trajera a las inmediaciones de Ardis.

—¿Eso fue ayer? —preguntó Ada.

—Eso fue hace nueve días —contestó Hannah.

Al ver la sorpresa de Ada, la mujer más joven continuó:

—Esta cosa vuela despacio, Ada, a noventa o cien kilómetros por hora como máximo. Y hemos tenido problemas. Perdimos la mayoría de la comida cuando nos posamos en el lugar donde Odiseo dice que estaba el istmo de Panamá. Por suerte, habíamos añadido las bolsas de flotación a la balsa de modo que pudo actuar como una balsa de verdad durante unas cuantas horas mientras aligerábamos peso y Odiseo toqueteaba los sistemas de vuelo para que volvieran a funcionar.

—¿Elian y los demás ya estaban entonces con vosotros? —preguntó Boman.

Harman negó con la cabeza, bebió más café y se acurrucó sobre su taza de latón como si eso le diera el calor necesario.

—Tuvimos que detenernos en la costa cuando cruzamos el mar del istmo —dijo—. Allí había una comunidad de faxnódulos… creo que has estado ahí, Ada: Hughes Town. Había un alto rascacielos de plastimigón con toda la enredadera.

—Fui una vez a una fiesta de Tres Veintes —dijo Ada, recordando la vista del mar desde una terraza en lo alto de aquella torre. Era joven, aún no había cumplido los quince años. Fue por aquella época cuando conoció por primera vez a su regordete «primo» Daeman y recordaba la sensación de sensualidad a la que despertaba en aquellos días.

Elian se aclaró la garganta. El hombre tenía cicatrices lívidas en la cara, los antebrazos y las manos, y su ropa era más bien una masa de harapos rasgados, pero se comportaba con mucha autoridad.

—Éramos más de doscientos en la comunidad nódulo cuando los voynix atacaron, hace un mes —dijo con voz suave pero grave—. No teníamos armas. Pero la torre principal de Hughes Town era demasiado alta para que llegaran saltando, y había algo en la superficie exterior que les impedía escalar y colgarse, y las terrazas salientes hacían más fácil la defensa que ningún otro lugar al que pudiéramos retirarnos. Colocamos barricadas en las escaleras (la energía de los ascensores se había desconectado durante la Caída de los Cielos, naturalmente), y usamos todo lo que pudimos encontrar como arma: herramientas de servidores, barras de hierro, burdos arcos y flechas hechos con cables de metal y tornillos de los carricoches y droshkies… cualquier cosa. Los voynix acabaron con casi todos nosotros, media docena o así llegaron al faxpabellón y escaparon en busca de ayuda antes de que el fax dejara de funcionar; los otros cinco y yo estábamos en el ático de la torre de Hughes Town con quinientos voynix ocupándolo todo. Llevábamos cinco días sin comida y dos sin agua cuando vimos la balsa aérea de Nadie y Hannah cruzando el golfo.

—Tuvimos que tirar por la borda más comida y suministros médicos e incluso la mayoría de las armas y las municiones para dejar espacio para el peso extra —dijo Hannah mansamente—. Y tuvimos que aterrizar otras tres veces más para hacer reparaciones. Pero finalmente hemos llegado.

—¿Cómo supo el sistema de navegación cómo encontrar Ardis? —preguntó Casman. Al delgado y barbudo superviviente de Ardis le había interesado siempre la maquinaria.

Hannah se echó a reír.

—No lo hizo. Apenas pudo encontrar lo que Odiseo llama América del Norte. Odiseo nos guió hasta aquí siguiendo el río grande que llama Misisipí, y luego nuestro propio río Ardis, que llamó Lenaoka u Ohio. Y entonces vimos vuestro fuego.

—¿Volasteis de noche? —preguntó Ada.

—Tuvimos que hacerlo. Hay demasiados dinosaurios y dientes de sable en los bosques al sur de aquí para arriesgarnos a aterrizar demasiado tiempo. Todos nos turnamos para ayudar a pilotar el aparato mientras Odiseo daba alguna cabezada. Pero lleva despierto más de setenta y dos horas.

—Parece… bien de nuevo —dijo Ada. Hannah asintió.

—El nido de recuperación curó la mayoría de las heridas que le infligieron los voynix. Hicimos bien al llevarlo al Puente. De otro modo, hubiese muerto.

Ada guardó silencio un momento, pensando en cómo esa decisión había apartado a Harman de ella.

Como si leyera la mente de su amiga, Hannah dijo:

—Buscamos a Harman, Ada. Aunque Odiseo estaba seguro de que Ariel lo había teletransportado cuánticamente a alguna parte… eso es como faxear, sólo que más poderoso, es como hacían los dioses en el drama turín… aunque Odiseo estaba seguro de que ese ser, Ariel, lo había TCeado muy lejos, sobrevolamos y buscamos en las viejas ruinas de Machu Picchu bajo la Puerta Dorada e incluso en los ríos y cascadas y valles cercanos. No había ni rastro de Harman.

—Todavía está vivo —dijo Ada simplemente. Se tocó el hinchado vientre mientras lo decía. Siempre lo hacía: era no sólo parte de su conexión con Harman, sino que parecía confirmar que su intuición era acertada. Era como si el hijo no nacido de Ada supiera que Harman aún vivía… en alguna parte.

—Sí —dijo Hannah.

—¿Visteis alguna otra comunidad de faxnódulos? —preguntó Lodes—. ¿Algún otro superviviente?

Hannah negó con la cabeza. Ada advirtió que el pelo de su joven amiga, siempre corto, había crecido un poco.

—Nos detuvimos en otros dos nódulos, entre Hughes Town y Ardis —dijo Hannah—. Nódulos con poca población… Live Oak y Hulmanica. Ambos habían sido atacados por los voynix: había carcasas de voynix y huesos humanos, nada más.

—¿Cuántas personas crees que murieron allí? —preguntó Ada en voz baja.

Harman se encogió de hombros y terminó de beber su café.

—No más cuarenta o cincuenta en total —dijo con la falta de emoción común a los supervivientes de Ardis—. No como en el desastre de aquí.

Hannah miró en derredor.

—Puedo sentir algo tirando de mi memoria como un mal recuerdo.

—Eso es el pequeño Setebos —dijo Ada—. Quiere meterse en nuestras mentes y salir del Pozo. —Siempre pensaba en el agujero de la cosa como «el Pozo», con «P» mayúscula.

—¿No tenéis miedo de que su madre, su padre o lo que sea esa cosa de Cráter París que vio Daeman venga a recogerlo?

Ada miró hacia el Pozo, donde Daeman hablaba con Nadie.

—El Setebos grande no ha aparecido todavía —dijo—. Nos preocupa más lo que vaya a hacer el pequeño.

Les describió cómo el ser de muchas manos parecía sorber energía de la tierra donde alguien había muerto de manera horrible.

Hannah se estremeció aunque la luz del sol ya era más fuerte.

—Vimos a los voynix en el bosque con nuestro reflector —dijo en voz baja—. Un número incontable. Fila tras fila. Allí de pie bajo los árboles y en los peñascos, los más cercanos a unos tres kilómetros, creo. ¿Qué vais a hacer?

Ada le contó el plan de encaminarse a la isla. Elian se aclaró de nuevo la garganta.

—Discúlpame —dijo—. No es asunto mío y sé que no tengo voto aquí, pero me parece que una isla rocosa como ésa os dejaría en la misma posición que nosotros en la torre. Los voynix seguirían viniendo, y tenéis muchos más alrededor aquí, y moriríais uno a uno. Ir a un lugar como el Puente del que nos ha hablado Hannah parece más sensato.

Ada asintió. No quería discutir estrategias todavía: demasiados supervivientes de Ardis que estaban sentados en aquel círculo votarían por la isla.

—Tienes voto aquí, Elian —dijo en cambio—. Cada uno de vosotros lo tiene. Ahora sois parte de nuestra comunidad… cualquier refugiado que encontremos lo será… y tendréis tanto derecho al voto como yo. Gracias por tu opinión. Todos vamos a discutir este tema al mediodía e incluso los centinelas votarán por delegación. Creo que deberíais dormir un poco hasta entonces.

Elian, Beman, la rubia Iyayi (que había conservado su belleza a pesar de sus arañazos y harapos), la mujer bajita y silenciosa llamada Susan y el grandullón barbudo llamado Stefe asintieron y se marcharon con Tom y Siris en busca de petates libres bajo alguna lona.

—Tú también deberías dormir —dijo Ada, tocando a Hannah en el antebrazo.

—¿Qué te ha pasado en la muñeca, Ada?

Ada se miró el burdo cabestrillo y el sucio vendaje.

—Me la rompí durante la lucha. No es nada. Me interesa eso de que los voynix desaparecieron de la Puerta Dorada de Machu Picchu. Me hace pensar que luchamos contra un número finito de seres… si tienen que replegarse, quiero decir.

—Un número finito —coincidió Hannah—. Pero Odiseo piensa que hay más de un millón de voynix y menos de cien mil humanos. —Pensó un segundo y añadió—: Cien mil humanos antes de que empezaran las matanzas.

—¿Tiene Nadie idea de por qué nos están matando los voynix? —preguntó Ada, agarrando la fuerte mano de Hannah.

—Creo que sí, pero no me lo ha dicho. Hay muchas cosas que se guarda para sí.

«Eso pasa por subestimar los Veinte», pensó Ada. En voz alta, dijo:

—Pareces agotada, querida. Deberías descansar un poco.

—Cuando lo haga Odiseo —dijo Hannah, mirando a Ada a los ojos con la arrogancia, el desafío y el orgullo de una joven amante.

Ada volvió a asentir.

Daeman se acercó a la hoguera.

—Ada, ¿podríamos hablar un momento?

Tocando el hombro de Hannah, Ada se levantó torpemente y siguió a Daeman hasta el Pozo donde se encontraba Nadie. El hombre a quien antes llamaban Odiseo no era mucho más alto que Ada, pero era tan sólido y musculoso que daba la sensación de un gran poder. Ada vio los grises rizos de su pecho por la túnica abierta.

—¿Admirando nuestra mascota? —preguntó Ada.

Nadie no sonrió. Se rascó la barba, contempló dentro del pozo al bebé extrañamente tranquilo y luego posó su oscura mirada en Ada.

—Tendréis que matarlo —dijo.

—Eso planeamos hacer.

—Quiero decir rápidamente. Estas cosas no son tanto bebés del verdadero Setebos como piojos.

—¿Piojos? —dijo Ada—. Puedo oír sus pensamientos…

—Y los oirás cada vez más fuerte hasta que la cosa salga de ahí (probablemente podría hacerlo ya si quisiera) y sorba la energía y las almas de vuestros cuerpos.

Ada parpadeó y miró el interior del Pozo. El cerebro dividido en dos hemisferios del bebé era un brillo gris al fondo, donde se encontraba con los tentáculos replegados, sus manos móviles recogidas bajo su cuerpo mucoso, sus muchos ojos cerrados.

—Los huevos eclosionan y salen estas cosas —continuó Nadie—. Son como exploradores del verdadero Setebos. Estas cosas sólo crecen unos seis metros de largo. Encuentran… comida… en el suelo y luego vuelven con el Setebos original, no sé cómo viajan hasta tan lejos, por Agujeros Brana probablemente… Este no es lo bastante mayor para convocar un Agujero. Cuando han informado, el Setebos grande les da las gracias por la información y se los come, absorbiendo todo el mal y el terror que estos… bebés han absorbido del mundo.

—¿Cómo sabes tanto de Setebos y sus… piojos? —preguntó Ada. Nadie sacudió la cabeza como si ese tema no fuera importante en aquel momento.

«¿Y cuándo vas a empezar a tratar a la dulce Hannah con el amor y la atención que se merece, cerdo machista?», pensó Ada.

—Nadie tenía algo importante que decirnos… que pedirnos —dijo Daeman. El amigo de Ada parecía preocupado.

—Necesito llevarme el sonie —dijo Nadie. Ada volvió a parpadear.

—¿Llevártelo adónde?

—A los anillos —dijo Nadie.

—¿Durante cuánto tiempo? —preguntó Ada. Estaba pensando: «¡No puedes llevarte el sonie!», y sabía que Daeman pensaba lo mismo.

—No lo sé —respondió Odiseo con aquel extraño acento suyo.

—Bueno —dijo Ada—, está fuera de discusión que te lleves el sonie. Lo necesitamos para escapar de este lugar. Lo necesitamos para cazar. Lo necesitaremos para…

—Tengo que llevarme el sonie —repitió Nadie—. Es la única máquina de este continente que puede llevarme allí arriba, y no tengo tiempo para volar a China o alguna parte para encontrar otro. Y los calibani habrán vuelto inabordable la Cuenca Mediterránea a estas alturas.

—Bueno —repitió Ada, oyendo el tono de dura tozudez que sólo de vez en cuando salpicaba su voz—, no puedes llevarte el sonie. Moriremos todos.

—Eso no es lo importante, ahora —dijo el barbudo guerrero.

Ada iba a reírse pero acabó sólo mirando a Odiseo, la boca medio abierta de sorpresa.

—Es lo importante para nosotros, Nadie. Queremos vivir.

Él sacudió la cabeza como si Ada no lo hubiera comprendido.

—Nadie de este planeta va a sobrevivir a menos que yo pueda llegar a los anillos… y hoy —dijo—. Necesito el sonie. Si puedo, lo devolveré o lo enviaré de vuelta. Si no… bueno, no importará.

Ada deseó tener un rifle de flechitas. Miró el que llevaba Daeman: todavía en las manos, lo llevaba casualmente. Nadie parecía desarmado, pero Ada había visto lo fuerte que era aquel hombre.

—Necesito el sonie —repitió Nadie—. Hoy. Ahora.

—No.

En el Pozo, el huérfano de muchas manos de repente empezó a emitir un sonido que era gemido, bufido y tos y acabó en algo que se parecía mucho a una risa humana.