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El primer día tras la partida de Marte y Fobos.

La nave atómica construida por los moravec, la Reina Mab, con sus trescientos metros de largo, escapa de la gravedad de Marte con una serie de brillantes explosiones que literalmente le dan patadas en el culo.

La velocidad de escape de la luna Fobos es de sólo diez centímetros por segundo, pero la Reina Mab rápidamente se impulsa a veinte kilómetros por segundo para iniciar el proceso que le permita escapar de la gravedad de Marte. Aunque la nave podría viajar a la Tierra a esa velocidad, es demasiado impaciente para hacerlo; la Reina Mab planea acelerar hasta que sus treinta y ocho mil toneladas de masa se muevan a setecientos kilómetros por segundo. En las cubiertas de almacenamiento de unidades pulsátiles, las cadenas y cintas bien engrasadas guían las bombas de cuarenta y cinco kilotones del tamaño de latas de refresco hasta el mecanismo eyector que corre por el centro de la placa situada al fondo de la nave. Durante esta parte del viaje, una bomba-lata es expulsada cada veinticinco segundos y detonada a seiscientos metros tras la Reina Mab. Con cada eyección de unidad pulsátil, la boca del tubo de eyección es rociada con aceite que también cubre la placa después de cada detonación. La pesada placa se integra de nuevo en la nave con los absorbedores de choque de treinta y tres metros y luego sus enormes pistones la vuelven a colocar en su sitio para el siguiente destello de plasma. La Reina Mab no tarda en dirigirse a la Tierra a un cómodo ritmo de 1,28-g, aumentando su aceleración con cada explosión. Los moravecs, naturalmente, podrían soportar cientos o incluso miles de veces esa fuerza-g durante períodos cortos, pero hay un humano a bordo (el secuestrado Odiseo) y los moravecs han decidido por unanimidad que no quieren que termine convertido en mermelada.

Orphu de Io y otros moravecs técnicos vigilan la presión del vapor y los indicadores del nivel de aceite. También controlan los niveles de voltaje y refrigerante. Al tener bombas atómicas estallando por detrás cada treinta segundos, la nave necesita mucho lubricante, así que las reservas de aceite del tamaño de pequeños tanques de la Edad Perdida llenan las diez últimas cubiertas. La sala de máquinas con su profusión de tubos, válvulas, medidores, pistones recíprocos y enormes calibradores de presión parece salida de un barco de vapor del siglo XIX.

Incluso con su suave carga de 1,28-g, la Reina Mab acelerará lo bastante rápido, durante el tiempo suficiente, y luego reducirá su velocidad tan rápido que planea llegar al sistema Tierra-Luna dentro de poco más de treinta y tres días estándar.

Mahnmut está ocupado este primer día comprobando los sistemas de su sumergible, La Dama Oscura. El submarino no sólo está bien ubicado en una de las bodegas de la Reina Mab, sino equipado con alas, motores y cobertura de reentrada para ser lanzado a la atmósfera de la Tierra dentro de un mes, y Mahnmut se está asegurando de que los controles e interfaces de estos nuevos componentes funcionen correctamente. Aunque separados por una docena de cubiertas mientras trabajan, Mahnmut y Orphu charlan por tensorrayo privado mientras ven por enlaces de vídeo y radar distintos cómo Marte va quedando cada vez más atrás. Las cámaras que muestran a Mahnmut la panorámica de popa requieren sofisticados filtros computarizados para que pueda verse a través del casi continuo destello-estallido de las «unidades pulsátiles», o sea, las bombas que explotan una tras otra. Orphu, aunque ciego al espectro de luz visible, «ve» Marte quedarse atrás a través de una serie de tramas de radar.

Se me hace extraño dejar Marte después de todos los problemas que tuvimos para llegar allí, envía Mahnmut por tensorrayo.

Desde luego, responde Orphu de Io. Sobre todo ahora que los dioses del Olimpo luchan tan fieramente entre sí. Para ilustrar este punto, el moravec de espacio profundo hace un zoom en el vídeo de Mahnmut del planeta que queda atrás y enfoca las heladas pendientes y la verde cima del monte Olympus. Orphu de Io ve la actividad como una serie de columnas de datos infrarrojos, pero Mahnmut la distingue con bastante claridad. Brillantes explosiones destellan aquí y allá, y la caldera, que era un lago hace sólo veinticuatro horas, brilla roja y amarilla en el espectro infrarrojo: está llena de lava una vez más.

Asteague/Che, el retrógrado Sinopessen, ChoLi, el general Beh bin Adee y los otros Integrantes Primeros parecían bastante asustados, envía Mahnmut mientras comprueba los sistemas de energía del sumergible. La explicación que le dieron a Hockenberry de que la gravedad de Marte no era la debida, que alguien o algo la cambió para que fuera casi la de la Tierra, también me asustó a mí. Esta es la primera ocasión que Orphu y él han tenido para hablar en privado desde el lanzamiento de la Reina Mab y Mahnmut agradece la oportunidad de compartir su ansiedad.

Eso no es ni siquiera la punta del iceberg «de merde», envía Orphu.

¿A qué te refieres? Un escalofrío recorre las partes orgánicas de Mahnmut.

Claro, murmura Orphu, estabas tan ocupado viajando de Marte a Ilión, que no te has enterado de todos los hallazgos de la comisión de los Integrantes Primeros, ¿no?

Cuéntame.

Serás más feliz sin saberlo, amigo mío.

Cállate y cuéntamelo… ya sabes a qué me refiero. Habla.

Orphu suspira, un extraño sonido a través del tensorrayo, como si de pronto los trescientos metros de la Reina Mab se hubieran despresurizado. En primer lugar, tenemos la terraformación

¿Y? En las muchas semanas en que habían recorrido Marte en sumergible, falucho y globo, Mahnmut se había acostumbrado al cielo azul, el mar azul, los líquenes, los árboles y el aire abundante.

Toda esa agua y la vida y el aire no estaban hace apenas un siglo y cuarto, envía Orphu.

Lo sé. Asteague/Che lo explicó durante nuestra primera reunión en Europa, hace casi un año estándar. Parecía imposible que el planeta hubiera sido terraformado tan rápidamente. ¿Y?

Pues que era imposible, envía Orphu de Io. Mientras tú te divertías con tus griegos y troyanos, nuestros vecs científicos, tanto de las Cinco Lunas como del Cinturón, han estado estudiando el Marte terraformado. No ha sido cosa de magia, ¿sabes? Usaron asteroides para derretir los casquetes polares y liberar el CO2; más asteroides se concentraron en los grandes depósitos de agua congelada subterránea y se estrellaron en la corteza marciana para enviar H2O a la superficie después de millones de años, y líquenes, algas y gusanos de tierra se sembraron para preparar el suelo para las plantas más grandes, y todo eso sólo pudo suceder después de que plantas generadoras de oxígeno y nitrógeno por fusión hubieran espesado diez veces más la atmósfera marciana.

En su nido de control en el sumergible, Mahnmut deja de conectar con su pantalla. Se desconecta de los puertos visuales y deja que los esquemas e imágenes del sumergible y su capa de reentrada se difuminen. Eso significaría…, envía, vacilante.

Sí. Eso significa que harían falta casi ocho mil años estándar para terraformar Marte hasta su estado actual.

Pero… pero… Mahnmut está tartamudeando en la línea de tensorrayo, pero no puede evitarlo. Asteague/Che les ha enseñado fotos anatómicas del antiguo Marte, el Marte frío, sin aire ni vida, tomadas desde Júpiter y Saturno sólo siglo y medio estándar antes. Y los mismos moravecs fueron esparcidos por el Sistema Exterior por los seres humanos hace menos de tres mil años. Marte, desde luego, no ha sido terraformado antes… a excepción de por la presencia de unas cuantas colonias chinas en Fobos y la superficie era exactamente tal como lo habían fotografiado las primeras sondas terrestres en el siglo XX o el XIX o cuando fuera.

Pero…, vuelve a enviar Mahnmut.

Me encanta cuando te quedas sin habla, envía Orphu, pero sus palabras no vienen acompañadas del rumor que suele dar a entender que el moravec de durovac se está divirtiendo.

Estás diciendo que, o bien estamos hablando de magia o de dioses de verdad… un dios tipo Dios… o bien… A Mahnmut en el tensorrayo se le oye enfadado.

¿O bien?

Eso no es el verdadero Marte.

Exactamente, envía Orphu. O, más bien, es el verdadero Marte, pero no nuestro Marte. Ni el Marte que lleva en el sistema solar todos estos miles de millones de años.

¿Alguien… algo… cambió… nuestro Marte… por otro?

Eso parece, envía Orphu. Los Integrantes Primeros y sus principales vecs científicos no querían creerlo tampoco, pero ésa es la única respuesta que concuerda con los hechos. El asunto del día-sol lo forzó.

Mahnmut advierte que le tiemblan las manos. Las cierra, desconecta su visión y sus vídeos para concentrarse, y envía: ¿Asuntos del día-sol?

Un asunto pequeño, pero importante, envía Orphu. ¿Te diste cuenta durante tus viajes a través del Agujero Brana entre Marte y la Tierra de Ilión de que los días y las noches duraban lo mismo?

Supongo que sí, pero… Mahnmut se calla. No tiene que acceder a sus bancos de memoria nanorgánica para saber que la Tierra gira una vez cada veintitrés horas y cincuenta y seis minutos, y Marte cada veinticuatro horas y treinta y siete minutos. Una pequeña diferencia, pero esa disparidad se habría acumulado durante sus meses de estancia tanto en Marte como en la Tierra conectada por el Agujero donde los griegos luchan contra los troyanos. Pero no ha sido así. Los días y las noches de ambos mundos han estado sincronizados.

Jesucristo, susurra Mahnmut por tensorrayo. Jesucristo.

Tal vez, envía Orphu, y esta vez el rumor acompaña las palabras. O tal vez alguien con poderes divinos similares.

Alguien o algo de la Tierra abrió agujeros en el Espacio Calabi-Yau multidimensional, conectó por Brana universos diferentes, cambió nuestro Marte por el suyo… quienquiera o lo que quiera que sea… y dejó ese otro Marte, el Marte terraformado con dioses en la cima del Olimpo todavía conectado a la Tierra-Ilión con agujeros cuánticos Brana. Y por si fuera poco cambió la gravedad y la duración de la rotación de Marte. ¡Jesús, María, José y la santa mierda!

, envía Orphu. Y los Integrantes Primeros ahora creen que quien hizo este truquito está en la Tierra o cerca de la órbita de la Tierra. ¿Todavía quieres participar en este viaje?

Yo… yo… sí… yo…, empieza a decir Mahnmut, y guarda silencio. ¿Se habría ofrecido voluntario para este viaje si hubiese sabido todo esto? Después de todo, ya sabía lo peligroso que era, lo sabe desde que se ofreció voluntario para ir a Marte después de la reunión en Europa. Sean lo que sean esos seres (esos humanos postevolucionados o criaturas de algún otro universo o dimensión) ya han demostrado que son capaces de controlar y jugar con el mismísimo tejido cuántico del universo. ¿Qué son un par de planetas y rotaciones cambiados y de campos gravitacionales alterados en comparación con eso? ¿Y qué demonios está haciendo él en la Reina Mab, corriendo hacia la Tierra y los dioses-monstruos que en ella aguardan a una velocidad de 180 kilómetros por segundo y acelerando? El control que el desconocido enemigo tiene de los mecanismos cuánticos del universo (de todos los universos) hace que las débiles armas de esta nave y los mil soldados rocavec que duermen a bordo parezcan una broma.

Esto lo deja a uno helado, le envía finalmente a Orphu.

Amén, envía su amigo.

En ese momento las sirenas de alarma empiezan a sonar por toda la nave, mientras las luces y los cláxones se imponen a los tensorrayos y destellan y resuenan por todos los demás canales virtuales y de comunicación.

—¡Intruso! ¡Intruso!

¿Es una broma?, envía Mahnmut.

No, responde Orphu. Tu amigo Thomas Hockenberry acaba de… aparecer aquí, en la cubierta de la sala de máquinas. Debe de haberse teletransportado cuánticamente.

¿Se encuentra bien?

No. Sangra profusamente… ya hay sangre por toda la cubierta. Me parece que está muerto, Mahnmut. Lo sostengo en mis manipuladores y me dirijo al hospital humano a toda la velocidad que me permiten mis impulsores.

La nave es enorme y él nunca se ha movido sometido a tanta gravedad. Mahnmut tarda varios minutos en salir del sumergible y de la bodega, y en subir a las cubiertas en las que piensa como «niveles humanos». Además de habitáculos para dormir y cocinar y cuartos de baño y camas de aceleración para acomodar a quinientos seres humanos, y aparte de una atmósfera de oxígeno-nitrógeno fija a la presión del nivel del mar para que les resulte agradable a los humanos, la Cubierta 17 tiene una enfermería en funcionamiento equipada con el material quirúrgico y de diagnóstico más completo de principios del siglo XXII: antiguo, pero basado en los esquemas más actualizados de que disponen los moravecs de las Cinco Lunas.

Odiseo (su reacio y furioso pasajero humano) ha sido el único ocupante de la Cubierta 17 desde el día que salieron de Fobos, pero cuando Mahnmut llega, ve que se han reunido un puñado de moravecs. Orphu llena el pasillo, al igual que el Integrante Primero Suma IV de Ganímedes, el calistano Cho Li, el general rocavec Beh bin Adee y dos de los técnicos pilotos del puente. La puerta del quirófano de laboratorio médico está cerrada, pero a través del cristal claro Mahnmut ve al Integrante Primero Asteague/Che que mira al arácnido amalteano Integrante Primero Retrógrado Sinopessen trabajar frenéticamente en el cuerpo ensangrentado de Hockenberry. Dos vecs técnicos más pequeños siguen las órdenes de Sinopessen, empuñando escalpelos láser y sierras, conectando tubos, pasándose gasas y manejando equipo de imágenes virtuales. Hay sangre en el pequeño cuerpo metálico y los elegantes manipuladores plateados del Retrógrado Sinopessen.

«Sangre humana —piensa Mahnmut—. Sangre de Hockenberry.» Hay más por el suelo del ancho pasillo de acceso, en las paredes y en el caparazón ajado y los anchos manipuladores de su amigo Orphu de Io.

—¿Cómo está? —le pregunta Mahnmut a Orphu, vocalizando las palabras. Se considera poco educado tensorrayar en compañía de otros vecs.

—Ha muerto mientras lo traía —responde Orphu—. Intentan reanimarlo.

—¿Es estudiante de anatomía humana y medicina el Integrante Sinopessen?

—Siempre le ha interesado la medicina humana de la Edad Perdida —dice Orphu—. Es su afición. Más o menos como la tuya son los sonetos de Shakespeare y la mía Proust.

Mahnmut asiente. La mayoría de los moravecs que ha conocido en Europa sienten cierto interés por la humanidad y sus antiguas artes y ciencias. Esos intereses fueron programados en los primeros robots autónomos y ciborgs diseminados por el Cinturón de Asteroides y el Sistema Exterior, y sus descendientes moravecs evolucionados los conservan. Pero ¿sabe Sinopessen lo suficiente de medicina humana para recuperar a Hockenberry de entre los muertos?

Mahnmut ve a Odiseo salir del cubículo donde ha estado durmiendo. El fornido hombretón se detiene al ver a la multitud en el pasillo y se lleva la mano automáticamente a la empuñadura de la espada… o más bien al lazo vacío de su cinturón, pues los moravecs le han quitado la espada mientras estaba inconsciente en el moscardón que lo traía a la nave. Mahnmut intenta imaginar lo extraño que debe parecerle todo al hijo de Laertes: la nave metal que le han descrito, navegar por los océanos del espacio que no puede ver y, para colmo, el puñado abigarrado de moravecs en el pasillo. No hay dos vecs con el mismo tamaño ni el mismo aspecto; los hay de dos toneladas como Orphu, negros y pulidos como Suma IV o quitinosos guerreros rocavec como el general Beh bin Adee.

Odiseo los ignora a todos y se encamina directamente a la ventana del laboratorio médico para asomarse al quirófano, inexpresivo. Una vez más, Mahnmut se pregunta en qué estará pensando el barbudo guerrero al ver una araña plateada de largas patas y dos tecnovecs de negro caparazón atender a Hockenberry, un hombre a quien Odiseo ha visto y con el que ha hablado muchas veces en los nueve últimos meses. Odiseo y el grupo de moravecs que aguardan en el pasillo miran la sangre de Hockenberry y el pecho abierto y las costillas a la vista como las de una pieza de carnicería. «¿Pensará Odiseo que el Retrógrado Sinopessen se lo está comiendo?», se pregunta Mahnmut.

Sin apartar los ojos de la operación, Odiseo le dice a Mahnmut en griego antiguo:

—¿Por qué han matado tus amigos a Hockenberry, hijo de Duane?

—No lo han hecho. Hockenberry apareció de repente aquí en nuestra nave… ¿recuerdas que puede usar las habilidades de los dioses para viajar instantáneamente de un lugar a otro?

—Lo recuerdo —dice Odiseo—. Lo he visto transportar a Aquiles a Ilión, desaparecer y volver a aparecer de nuevo como hacen los propios dioses. Pero nunca se me había ocurrido que Hockenberry fuera un dios o hijo de un dios.

—No, no lo es, y nunca ha dicho que lo fuera —comenta Mahnmut—. Parece que alguien lo ha apuñalado, pero ha logrado TCear… viajar como viajan los dioses y venir aquí en busca de ayuda. El moravec plateado que ves ahí dentro y sus dos ayudantes están intentando salvar la vida de Hockenberry.

Odiseo vuelve sus ojos grises hacia Mahnmut.

—¿Salvarle la vida, pequeño hombre-máquina? Puedo ver que está muerto. La araña le está sacando el corazón.

Mahnmut se vuelve a mirar. El hijo de Laertes tiene razón.

Como no quiere distraer a Sinopessen, Mahnmut contacta con Asteague/Che por el canal común. ¿Está muerto? ¿Irremediablemente muerto?

El Integrante Primero, que está de pie cerca de la mesa del quirófano, contemplando la operación, no alza la cabeza mientras responde por la banda común. No. Las funciones vitales de Hockenberry han estado detenidas sólo poco más de un minuto antes de que Sinopessen congelara toda actividad cerebral: cree que no ha habido ningún daño irreversible. El Integrante Sinopessen me dice que el procedimiento normal sería inyectar varios millones de nanocitos para reparar la aorta y el tejido muscular dañados e insertar más máquinas moleculares especializadas para recargar su suministro sanguíneo y reforzar su sistema inmunológico. El Integrante ha descubierto que esto no es posible en el caso del escólico Hockenberry.

¿Por qué no?, pregunta el Integrante calistano, Cho Li.

Las células del escólico Hockenberry están firmadas.

¿Firmadas?, dice Mahnmut. Nunca le han interesado demasiado la biología ni la genética, ya sean humanas o moravec, aunque ha estudiado mucho la biología de kraken, kelp y otras criaturas del océano europano, que ha recorrido con su sumergible durante el último siglo estándar y más.

Firmadas: con copyright y protegidas contra copia, envía Asteague/Che por la banda común. Todo el mundo en la nave, excepto Odiseo y el inconsciente Hockenberry, está escuchando. Este escólico no nació, sino que fue… construido. Retrofabricado a partir de algún principio de ADN y ARN. Su cuerpo no aceptará ningún trasplante de órganos, pero, lo que es más importante aún: no aceptará ningún nanocito nuevo, puesto que ya está lleno de nanotecnología muy avanzada.

¿De qué tipo?, pregunta el ganimediano recubierto de buckycarbono Suma IV. ¿Para qué? Todavía no lo sabemos. Esta respuesta la da el propio Sinopessen mientras sus dedos empuñan el escalpelo láser, la aguja de sutura, sostiene las microtijeras y, en una de sus otras manos, el corazón de Hockenberry. Estos nanomemes y microcitos son mucho más sofisticados y complejos que cualquier cosa de este quirófano o que hayamos diseñado para uso moravec. Las células y la maquinaria subcelular ignoran nuestra nanointerrogación y destruyen cualquier intrusión.

Pero ¿puedes salvarle a pesar de todo?, pregunta Cho Li.

Eso creo, responde el Retrógrado Sinopessen. Terminaré de rellenar el suministro sanguíneo del escólico Hockenberry, completaré la reparación celular y coseré, permitiré que la actividad neural se reemprenda, iniciaré el estímulo del campo de Grsvki para acelerar la recuperación y debería ponerse bien.

Mahnmut se vuelve para compartir este diagnóstico con Odiseo, pero el aqueo se ha dado la vuelta y se ha marchado.

El segundo día tras la partida de Marte y Fobos.

Odiseo camina por los pasillos, sube las escaleras y evita las mecánicas, registra las habitaciones e ignora los artificios hefaísticos llamados moravecs mientras busca un modo de salir de este anexo metálico del Hades.

—Oh, Zeus —susurra en una larga cámara vacía, cuyo silencio sólo interrumpen las cajas que zumban, los ventiladores que susurran y las tuberías que borbotean—. Padre que gobiernas sobre dioses y hombres por igual, Padre a quien desobedecí y burdamente me enfrenté, el que ha tronado desde el cielo estrellado durante toda mi vida, el que una vez envió a su amada hija Atenea a favorecerme con su protección y amor, Padre, te pido ahora una señal. Sácame de este Hades metálico de sombras y oscuridades y gestos impotentes al que he venido antes de mi momento. Sólo te pido mi oportunidad para morir en la batalla, oh Zeus, oh Padre que gobiernas sobre la firme tierra y el ancho mar. Concédeme este último deseo y seré tu siervo durante todos los días que me resten de vida.

No hay respuesta, ni siquiera un eco.

Odiseo, hijo de Laertes, padre de Telémaco, amado de Penélope, favorito de Atenea, cierra los puños, aprieta los dientes furioso y continúa recorriendo los túneles metálicos de esta concha, de este infierno.

Los seres artificiales le han dicho que se encuentra en una nave de metal que surca el negro mar del kosmos, pero mienten. Le han dicho que lo sacaron del campo de batalla el día que el Agujero se colapsó porque quieren ayudarlo a encontrar el camino de vuelta a casa con su esposa y su hijo, pero mienten. Le han dicho que son objetos pensantes, como los hombres, con almas y corazones como los hombres, pero mienten.

Esta tumba de metal es un enorme laberinto vertical sin ventanas. Aquí y allá Odiseo encuentra superficies transparentes por las que puede asomarse a otra sala, pero no encuentra ventanas ni portillas que den a este negro mar del que hablan, sólo unas cuantas burbujas de cristal claro que le muestran un cielo eternamente negro con las constelaciones habituales. A veces las estrellas giran y se mueven como si él hubiera bebido demasiado. Cuando no hay cerca ninguno de los juguetes mecánicos moravec, golpea ventanas y paredes hasta que sus enormes puños encallecidos por la guerra sangran, pero no deja ninguna marca en el cristal ni en el metal. No rompe nada. Nada se abre a su voluntad.

Algunas cámaras están abiertas para Odiseo, muchas están cerradas, y unas cuantas (como la que llaman el puente, que le enseñaron el primer día de su exilio en este Hades de ángulos rectos) están protegidas por los artefactos negros y espinosos llamados rocavecs o vecs de batalla o soldados del Cinturón. Odiseo ha visto a estos seres de negras espinas luchar contra la furia de los dioses y sabe que no tienen honor. Sólo son máquinas que utilizan a otras máquinas para combatir a otras máquinas. Pero son más grandes y pesadas que Odiseo, armadas con sus armas mecánicas, blindadas con sus hojas insertadas y su piel metálica, mientras que a Odiseo lo han despojado de todas sus armas y de la armadura. Si todo lo demás falla, intentará arrebatarle un arma a uno de los vecs de batalla, pero sólo después de haber agotado todas sus otras opciones. Ha poseído y empuñado armas desde su infancia, así que Odiseo, hijo de Laertes, sabe que deben ser comprendidas, que hay que practicar con ellas, entender su función y su forma igual que un artista entiende sus herramientas, y él no conoce estas armas cortas, pesadas y romas que llevan los rocavecs.

En la habitación llena de máquinas que rugen y enormes cilindros que bombean habla con el enorme monstruo metálico que parece un cangrejo. De algún modo, Odiseo sabe que la criatura es ciega. Sin embargo, lo sabe también, se maneja sin el uso de los ojos. Odiseo ha conocido a muchos hombres valientes ciegos y ha visitado a videntes ciegos, oráculos, cuya visión humana había sido reemplazada por una segunda visión.

—Quiero regresar a los campos de batalla de Troya, Monstruo —dice—. Llévame allí de inmediato.

El cangrejo murmura. Habla el lenguaje de Odiseo, el lenguaje de los hombres civilizados, pero tan abominablemente que las palabras parecen más el choque de las olas contra las rocas o el bombeo y el siseo de los enormes pistones que los rodean que auténtica habla humana.

—Tenemos… largo viaje… delante de mí… nosotros… noble, Odiseo, honrado hijo de Laertes. Cuando esté finito… terminado… esperamos desnudarte… devolverte… a Penélope y Telémaco.

«Cómo se atreve esta carcasa de metal animado a tocar los nombres de mi esposa y mi hijo con su lengua oculta», piensa Odiseo. Si tuviera incluso la más triste de las espadas o el más burdo de los bastones haría pedazos a esta cosa, le abriría la concha y encontraría y arrancaría esa lengua.

Odiseo deja al monstruo-cangrejo y busca la burbuja de cristal curvo por donde puede ver las estrellas.

No se mueven. No parpadean. Odiseo coloca las palmas callosas contra el frío cristal.

—Atenea, diosa… Clamo al glorioso poder de ojos azules, Palas Atenea, indómita, casta y sabia… oye mi plegaria.

»Tritotegina, diosa, doncella que preservas la ciudad, reverenciada y poderosa; de su asombrosa cabeza te creó Zeus… vestida de armadura de batalla… ¡Dorada! ¡Toda radiante! Te lo suplico, oye mi plegaria.

»Diosa asombrosa, extraña poseída… los eternos dioses que se forman para ver… blandiendo una aguda jabalina… impetuosamente surgida de la cresta del dios que empuña la égida, el Padre Zeus… tan temerosamente se sacudió el cielo… y se movió bajo el poder de los ojos cerúleos… oye mi plegaria.

»Hija del señor de la égida… sublime Palas a quien nos regocijamos de ver… sabiduría personificada cuyas alabanzas nunca caerán en el olvido… salve a ti… por favor, oye mi plegaria.

Odiseo abre los ojos. Sólo las quietas estrellas y su propio reflejo le devuelven la mirada.

El tercer día tras la partida de Marte y Fobos.

A un observador lejano (por ejemplo, alguien que viera a través de un potente telescopio desde uno de los anillos orbitales que rodean la Tierra), la Reina Mab le parecería una complicada lanza de esferas entrelazadas, óvalos, tanques oblongos de colores vivos, impulsores de muchos vientres y una profusión de hexágonos de negro buckycarbono, todo ello dispuesto alrededor del núcleo de los módulos cilíndricos donde están los habitáculos que a su vez se equilibran sobre una columna de destellos atómicos cada vez más brillantes.

Mahnmut va a ver a Hockenberry a la enfermería. El humano sana rápidamente, gracias en parte al proceso Grsvki que invade la sala de recuperación de aroma a tormenta. Mahnmut ha traído flores del extenso invernadero de la Reina Mab: según sus bancos de memoria éste era el protocolo en el siglo XXI previo al Rubicón, de donde procede Hockenberry, o al menos el ADN de Hockenberry. El escólico se ríe al verlas y reconoce que nunca antes le han regalado flores, al menos que recuerde. Pero Hockenberry añade que su memoria de la vida en la Tierra (su vida real, su vida como profesor universitario en vez de escólico para los dioses) dista mucho de ser completa.

—Es una suerte que TCearas a la Reina Mab —dice Mahnmut—. Nadie más habría tenido la experiencia médica ni las habilidades de cirujano para curarte.

—Ni el cirujano arácnido moravec —dice Hockenberry—. No imaginaba cuando conocí al Retrógrado Sinopessen que acabaría salvándome la vida al cabo de veinticuatro horas. Es curiosa la vida.

A Mahnmut no se le ocurre nada que decir.

—Sé que has hablado con Asteague/Che sobre lo que te sucedió —añade al cabo de un rato—, pero ¿te importaría volver a contarlo?

—En absoluto.

—¿Dices que Helena te apuñaló?

—Sí.

—¿Y fue sólo para impedir que su esposo, Menelao, descubriera que era ella quien lo había traicionado después de que lo teletransportaras de regreso a las líneas aqueas?

—Eso creo.

Mahnmut no es experto leyendo expresiones faciales humanas, pero incluso él nota que Hockenberry parece triste al recordarlo.

—Pero le dijiste a Asteague/Che que Helena y tú habíais sido íntimos… que fuisteis amantes.

—Sí.

—Tendrás que disculpar mi ignorancia sobre esas cosas, amigo Hockenberry, pero a mí me parece que Helena de Troya es una mujer muy malvada.

Hockenberry se encoge de hombros y sonríe, aunque sin alegría.

—Es producto de su época, Mahnmut: se ha formado en tiempos difíciles y sus motivos están más allá de mi comprensión. Cuando enseñaba la Ilíada a mis estudiantes universitarios, siempre recalcaba que todos nuestros intentos por humanizar el relato de Homero, para convertirlo en algo comprensible para la sensibilidad humanista moderna, estaban destinados al fracaso. Esos personajes… estas personas, aunque son completamente humanas, viven en el inicio de nuestra llamada era civilizada, milenios antes de que comenzaran a surgir nuestros valores humanos. Vistas bajo esa luz, las acciones y motivaciones de Helena son tan difíciles de comprender para nosotros como la casi completa falta de piedad de Aquiles o la infinita astucia de Odiseo.

Mahnmut asiente.

—¿Sabías que Odiseo viaja en esta nave? ¿Ha venido a verte?

—No, no lo he visto. Pero el Integrante Primero Asteague/Che me dijo que estaba a bordo. Lo cierto es que temo que me mate.

—¿Matarte? —dice Mahnmut, sorprendido.

—Bueno, te acordarás que me utilizasteis para ayudar a secuestrarlo. Yo fui quien lo convenció de que teníais un mensaje de Penélope para él… toda esa chorrada sobre el tronco de olivo de su lecho nupcial en Ítaca. Y cuando lo llevé al moscardón… ¡plam! Mep Ahoo lo dejó tieso y lo subió a bordo. Si yo fuera Odiseo, estoy seguro de que se la tendría jurada a un tal Thomas Hockenberry.

«Dejar tieso», piensa Mahnmut. Le encanta cada vez que oye una expresión nueva. Repasa su vocabulario, encuentra las palabras, descubre con sorpresa que no es una obscenidad y la archiva para uso futuro.

—Lamento haberte puesto en una posición de posible daño —dice Mahnmut. Valora si contarle al escólico que, con toda la confusión del Agujero cerrándose para siempre, Orphu le había tensorrayado una orden de los Integrantes Primeros: atrapad a Odiseo. Pero se lo piensa mejor y decide no usar tal excusa. Thomas Hockenberry nació en un siglo en que la excusa de «sólo obedecía órdenes» pasó de moda de una vez para siempre.

—Hablaré con Odiseo… —empieza a decir Mahnmut. Hockenberry sacude la cabeza y vuelve a sonreír.

—Hablaré con él tarde o temprano. Mientras tanto, Asteague/Che ha colocado a uno de vuestros rocavecs de guardia.

—Me preguntaba qué hacía un moravec del Cinturón delante del laboratorio médico —dice Mahnmut.

—Si las cosas se ponen algo feas —dice Hockenberry, tocando el medallón de oro visible por la abertura de su pijama—, me escaparé TCeando.

—¿De verdad? —pregunta Mahnmut—. ¿Adónde irías? El Olimpo es zona de guerra. Ilión puede que ya sea pasto de las llamas.

La sonrisa de Hockenberry desaparece.

—Sí. Eso es un problema. Siempre podría ir a buscar a mi amigo Nightenhelser donde lo dejé… en Indiana, hacia el año mil antes de Cristo.

—Indiana… —dice Mahnmut en voz baja—. ¿De qué Tierra?

Hockenberry se frota el pecho. Hace menos de setenta y dos horas antes, el Retrógrado Sinopessen sostenía en las manos su corazón.

—Qué Tierra… —repite el escólico—. Tienes que admitir que eso suena raro.

—Sí —responde Mahnmut—, pero supongo que tendremos que acostumbrarnos a pensar de esa forma. Tu amigo Nightenhelser está en la Tierra a la que tú lo TCeaste… Tierra-Ilión podríamos llamarla. Esta nave se dirige a una Tierra que existe tres mil años después de tu primera vida y tu… mmmm…

—Muerte —dice Hockenberry—. No te preocupes, estoy acostumbrado a la idea. No me molesta… demasiado.

—Es sorprendente que pudieras visualizar la sala de máquinas de la Reina Mab tan claramente después de que te apuñalaran —dice Mahnmut—. Llegaste allí inconsciente, así que debes de haber activado el medallón TC justo cuando estabas a punto de desmayarte.

El escólico niega con la cabeza.

—No recuerdo haber tocado el medallón ni haber visualizado nada.

—¿Qué es lo último que recuerdas, amigo Hockenberry?

—Una mujer de pie, junto a mí, mirándome con expresión de horror. Una mujer alta, de piel pálida y pelo oscuro.

—¿Helena?

Hockenberry niega con la cabeza.

—Ya se había marchado escaleras abajo. Esta mujer simplemente… apareció.

—¿Una de las Troyanas?

—No. Iba vestida… de un modo raro. Con una especie de túnica y falda, como una mujer de mi época más que como cualquiera que yo haya visto en los últimos diez años en Ilión o el Olimpo. Pero tampoco como en mi época…

—¿Pudo haber sido una alucinación? —pregunta Mahnmut. No añade lo obvio: que la hoja del cuchillo de Helena había partido el corazón de Hockenberry, vertiendo sangre en su pecho y negándosela al cerebro del humano.

—Pudo haberlo sido… pero no lo era. Tuve una sensación extrañísima cuando la miré y la vi mirándome…

—¿Sí?

—No sé cómo describirlo —dice Hockenberry—. Una sensación de certeza, de que íbamos a encontrarnos pronto, en otra parte. En otro lugar lejos de Troya.

Mahnmut piensa en ello y los dos, moravec y humano, permanecen sentados en cómodo silencio un buen rato. El golpeteo de los grandes pistones (un martilleo que llega a los mismos huesos de la nave cada treinta segundos, seguido de siseos y suspiros medio sentidos medio oídos que proceden de los enormes cilindros recíprocos) se ha convertido en el sonido de fondo acostumbrado, como el suave siseo del sistema de ventilación.

—Mahnmut —dice Hockenberry, tocándose el pecho por la abertura de la camisa de su pijama—, ¿sabes por qué no quise venir a este viaje vuestro a la Tierra?

Mahnmut sacude la cabeza. Sabe que Hockenberry se ve reflejado en la pulida tira visora de plástico negro que cubre por la parte delantera de su cráneo rojo de aleación metálica.

—Es porque comprendí lo suficiente sobre la nave, esta Reina Mab, para conocer su verdadero motivo para ir a la Tierra.

—Los Integrantes Primeros te contaron el verdadero motivo —dice Mahnmut—. ¿No? Hockenberry sonríe.

—No. Oh… los motivos que me dieron eran bastante ciertos, pero no la verdadera razón. Si los moravecs quisierais viajar a la Tierra, no hacía falta construir esta monstruosidad de nave. Ya tenéis sesenta y seis naves de combate en órbita alrededor de Marte, o viajando entre Marte y el Cinturón de Asteroides.

—¿Sesenta y cinco? —repite Mahnmut. Sabía que había naves en el espacio, algunas apenas más grandes que los moscardones lanzadera, otras lo bastante grandes para transportar cargas pesadas hasta el espacio de Júpiter en caso necesario. No tenía ni idea de que hubiera tantas—. ¿Cómo sabes que hay sesenta y cinco, amigo Hockenberry?

—El centurión líder Mep Ahoo me lo dijo cuando aún estábamos en Marte y Tierra-Ilión. Yo sentía curiosidad acerca de la propulsión de las naves y él se mostró poco conciso, la ingeniería espacial no es su especialidad, es un vec de combate, pero me dio la impresión de que esas otras naves tenían impulsores de fusión o de iones… algo mucho más sofisticado que bombas atómicas en latas.

—Sí —dice Mahnmut. No entiende mucho tampoco de naves espaciales (la que los trajo a Marte a Orphu y a él era una combinación de velas solares e impulsores de fusión desechables impulsados inicialmente a través del sistema solar por la catapulta de dos trillones de vatios construida por los moravecs que eran las tijeras de aceleración de Júpiter), pero incluso él, un modesto piloto de sumergible de Europa, sabe que la Reina Mab es primitiva y mucho más grande de lo que requiere su supuesta misión. Le parece saber adónde quiere ir a parar Hockenberry y no está seguro de querer oírlo.

—Una bomba atómica estalla cada treinta segundos —dice el humano en voz baja—, detrás de una nave del tamaño del Empire State, como todos los Integrantes Primeros y Orphu se apresuraron a señalar. Y la Mab no tiene los sistemas exteriores de camuflaje que recubren incluso los moscardones. Así que tenéis este gigantesco objeto con un… ¿cómo lo llamáis?, un «albedo» brillante encima de una serie de estallidos atómicos que serán visibles desde la superficie de la Tierra a la luz del día cuando lleguéis a la órbita… demonios, se vería a simple vista desde allí ahora mismo, por lo que yo sé.

—Lo cual te lleva a la conclusión… —dice Mahnmut. Está tensorrayando esta conversación a Orphu, pero su amigo de Io permanece en silencio por su canal privado.

—Lo cual me lleva a creer que el verdadero motivo de esta misión es que nos vean lo antes posible —dice Hockenberry—. Parecer lo más amenazadores posibles para provocar una respuesta en los poderes que están en la Tierra o sus alrededores… esos mismos poderes que decís que han jugueteado con el tejido mismo de la realidad cuántica. Estáis intentando atraer el fuego.

—¿Sí? —dice Mahnmut. Incluso mientras lo pregunta sabe que el doctor Thomas Hockenberry tiene razón… y que él, Mahnmut de Europa, lo ha sospechado desde el principio pero no se ha enfrentado a su propia certeza.

—Sí. Mi deducción es que esta nave contiene aparatos de grabación, para que cuando los Poderes Desconocidos situados en órbita alrededor de la Tierra, o dondequiera que estén ocultos, reduzcan a átomos la Reina Mab, todos los detalles de ese poder, la naturaleza de esas superarmas, sea transmitida a la Tierra, o al Cinturón, o al espacio de Júpiter, o a donde sea. Esta nave es como el caballo de Troya que a los griegos aún no se les ha ocurrido construir allá, en Tierra-Ilión… y que puede que nunca construyan, ya que me he cargado el fluir de los acontecimientos y Odiseo está cautivo en esta nave. Pero sabes que esto es un caballo de Troya… o estás bastante seguro. Y el otro bando va a quemarlo. Con todos nosotros dentro.

Por tensorrayo, Mahnmut envía: Orphu, ¿es la verdad? Sí, amigo mío, pero no toda, es la sombría respuesta.

—No con todos nosotros dentro, amigo Hockenberry —le dice Mahnmut al humano—. Tú aún tienes tu medallón TC. Puedes marcharte cuando quieras.

El escólico deja de frotarse el pecho (la cicatriz es sólo una línea, lívida pero que va desapareciendo; el pegamento molecular está sanando la incisión) y toca el pesado TC medallón.

—Sí —dice—. Puedo marcharme en cualquier momento.