20

A lo largo de la costa norte del mar marciano, llamado océano Septentrional o mar de Tetis por los habitantes del Olimpo, los hombrecillos verdes, también conocidos como zeks, han erigido más de once mil grandes cabezas de piedra, cada una de las cuales mide veinte metros de altura. Son idénticas cabezas de anciano con fiera nariz picuda, labios finos, ceño fruncido, coronilla calva, barbilla firme y un mechón de pelo largo sobre las orejas. La piedra de las esculturas procede de gigantescas canteras de los acantilados del túmulo geológico conocido como Noctis Labyrinthus, situado en la zona más occidental del mar interior de cuatro mil doscientos kilómetros de extensión que llena el hueco conocido como Valles Marineris. En las canteras del Noctis Labyrinthus los hombrecillos verdes cargan cada bloque de piedra excavado en sus anchas barcazas y lo transportan a lo largo de todo Valles Marineris. Cuando las barcazas llegan al mar de Tetis, faluchos tripulados por zeks las guían a lo largo de la costa, donde cientos de esforzados HV descargan cada bloque y tallan la cabeza en la arena. Cuando terminan la talla, a excepción de la parte posterior de la cabeza, una multitud de zeks hace rodar cada cabeza hasta una base de piedra ya preparada. A veces la tienen que subir por los acantilados o transportar por pantanos y marismas. Al final la erigen usando una combinación de poleas, cuerdas y arena. Finalmente encajan el tronco de piedra del cuello en la base y mecen la enorme cabeza hasta colocarla en la posición deseada. Por último, una docena de HV terminan de tallar el pelo ondulado mientras la mayoría de los pequeños seres se dispone a trabajar en la siguiente cabeza.

Todas las caras, idénticas, miran al mar.

La primera cabeza fue erigida hace casi un siglo y medio terrestres, en la base del monte Olympus cerca de la orilla del mar de Tetis. Desde entonces los hombrecillos verdes han ido colocando una cabeza a cada kilómetro, primero camino del este, a lo largo de la gran península en forma de seta llamada Tempe Terra y luego hacia el sur y el estuario de Valles Kasei, y al sureste por las marismas de Lunae Planum, y a ambos lados del enorme estuario y el mar-dentro-del-mar de Chryse Planitia, y por ambas orillas del ancho estuario de Valles Marineris y, finalmente (desde hace ocho meses), al norte, a lo largo de los empinados acantilados de Arabia Terra, hacia los archipiélagos septentrionales de Deuteronilus y Protonilus Mensae.

Pero hoy ha cesado todo el trabajo en las cabezas y más de un centenar de faluchos han llevado a los HV (homínidos verdes fotosintéticos de un metro de altura, con la carne transparente, los ojos negros como el carbón y sin boca ni orejas) hasta un punto de las anchas playas de Tempe Terra situado a unos doscientos kilómetros a lo largo de la curva de agua desde el monte Olympus. Se ve la isla volcán de Alba Patera al oeste y el increíble macizo del monte Olympus se alza sobre el horizonte del mundo, muy lejos, al suroeste.

Las cabezas de piedra cubren un acantilado apartado varios cientos de metros del agua, pero la playa es ancha y llana y allí es donde se han congregado los siete mil trescientos tres zeks, creando una sólida masa de verde que cubre toda la playa menos un semicírculo de arena de unos cincuenta metros de diámetro. Durante varias horas marcianas, los hombrecillos verdes han permanecido inmóviles y silenciosos, sus ojos negros como botones de carbón fijos en la arena vacía. Faluchos y barcazas se mecen levemente en la marea baja del Tetis. El único sonido es el viento que sopla del oeste y de vez en cuando levanta la arena y la estrella contra la piel verde transparente o que silba muy suavemente entre las plantas bajas que crecen en la playa y al pie de los acantilados.

De repente invade el aire el olor del ozono (aunque los zeks no tienen nariz para detectarlo) y repetidos truenos retumban sobre la playa. Aunque los HV no tienen orejas, perciben estas explosiones de sonido a través de su piel increíblemente sensible.

Dos metros por encima de la playa aparece de pronto un romboide rojo tridimensional de unos quince metros de ancho. El romboide se ensancha pero al mismo tiempo se estrecha en la cintura hasta que parece dos galletas unidas por un vértice. De las puntas de estas galletas emerge una esfera diminuta que crece hasta convertirse en un óvalo verde tridimensional que parece haberse tragado el romboide rojo original. El óvalo y el romboide empiezan a girar en direcciones opuestas hasta que la arena salta cien metros al aire.

Los HV permanecen de pie en medio de la creciente tormenta, impasibles.

El óvalo tridimensional y el romboide giran hasta convertirse en una esfera, completando la reestructuración del espejo original de transición de forma. Un círculo de diez metros de diámetro aparece en el aire y parece hundirse en la arena hasta que un Agujero Brana corta una rebanada de espacio y tiempo. Como este Agujero Brana es recién nacido, su pátina-mundo protectora es aún visible, pétalos y capas de energía once-dimensional protegen la arena, el aire, Marte y el universo de esta deliberada degeneración del tejido del espacio-tiempo.

Del agujero sale una especie de jadeante carricoche a vapor, con giróscopos ocultos que equilibran el metal y la masa de madera sobre su única rueda de goma. El vehículo abandona el Agujero y se detiene exactamente en el centro del espacio que los zeks han dejado despejado en la arena. La puerta intrincadamente tallada del vehículo se abre y peldaños de madera se despliegan como un rompecabezas cuidadosamente dispuesto.

Cuatro voynix (bípedos metálicos de dos metros de altura con pecho en forma de barril, una cabeza que no parece más que un bulto en el cuerpo y sin cuello) salen del carricoche y, usando sus manos manipuladoras en vez de sus manos de hoja cortante, empiezan a montar un complejo aparato con tentáculos plateados rematados por pequeños proyectores parabólicos. Cuando terminan, los voynix retroceden hacia el ahora silencioso vehículo y se quedan inmóviles.

Un hombre o la proyección de un hombre titila primero hasta hacerse visible y luego cobra aparente solidez en la arena, entre los filamentos tentaculares del proyector. Es un anciano ataviado con una túnica azul cubierta por iconos astronómicos maravillosamente bordados. Lleva una vara larga de madera para ayudarse a caminar. Sus pies calzados por zapatillas de oro son lo suficientemente sólidos y su masa aleteante lo bastante pesada para dejar huellas en la arena. Sus rasgos son exactamente los mismos que los de las estatuas del acantilado.

El magus se acerca al borde del mar tranquilo y espera.

Antes de que pase mucho rato el mar se agita y algo enorme surge del agua un poco más allá de la línea irregular de la marea. La cosa es gigantesca y surge despacio, más como una isla que como una criatura orgánica, ya sea una ballena o un delfín o una serpiente marina o un dios del mar. El agua se escurre por sus pliegues y fisuras mientras avanza hacia la playa. Los zeks retroceden y se apartan para dejar más espacio a la cosa.

Por su forma y color es más bien un cerebro gigantesco. El tejido es rosa (como el de un cerebro humano vivo) y los pliegues parecen los de la superficie de un cerebro, pero ahí se acaba el parecido con la materia mental, ya que esta cosa tiene múltiples pares de ojos grises en el tejido rosa y un puñado de manos: pequeñas manos asidoras con distinto número de dedos sobresalen de los pliegues y se agitan como anémonas en las frías corrientes; manos más grandes de tallo más largo situadas a cada lado de los ojos interiores, y (según queda más patente a medida que la cosa del tamaño de una casa emerge del agua y se dirige a la arena) grupos de enormes manos en la parte inferior y en los bordes para impulsarse, blancas como la pasta o grises como los muertos y del tamaño de un caballo sin cabeza.

Moviéndose como un cangrejo, avanzando de lado por la arena empapada, la enorme cosa hace retroceder aún más a los HV y luego se detiene a menos de dos metros del anciano de la túnica azul, quien (después de retroceder al principio para dar a la cosa espacio donde asentarse en la orilla seca) ahora permanece firme, sujetando su cayado y mirando con calma a los múltiples grupos de fríos ojos grises.

¿Qué has hecho con mi adorador favorito?, pregunta la mano-múltiple con una voz sin sonido.

—Me duele decir que anda de nuevo suelto por el mundo —suspira el anciano.

¿Qué mundo? Hay demasiados.

—La Tierra.

¿Qué Tierra? Hay demasiadas.

—Mi Tierra —contesta el anciano—. La auténtica.

El cerebro con manos deja escapar un sonido por los agujeros y aberturas de sus pliegues, un ruido mucoso como de ballena expulsando agua de mar. Próspero, ¿dónde está mi sacerdotisa?

¿Y mi hijo?

—¿Qué hijo? —pregunta el hombre—. ¿Buscas a tu puta cerda-cuervo de ojos azules, cosa maligna, o al bastardo repulsivo nacido de la arpía, nunca honrado con forma humana, que ella cagó allí en la orilla de mi mundo?

El magus había usado la palabra griega sus para «cuervo» y korax para «cerda», disfrutando obviamente de su juego de palabras, igual que había hecho con «cagó».

Sycórax y Calibán. ¿Dónde están?

—La puta ha desaparecido. El cachorro de lagarto anda libre.

¿Mi Calibán ha escapado de la roca en la que lo confinaste todos estos largos siglos?

—¿No acabo de decírtelo? Tienes que cambiar por orejas alguno de esos ojos que te sobran.

¿Se ha comido ya a todos tus débiles mortales de ese mundo?

—A todos no. Todavía no.

El magus hace gesto con su báculo hacia las versiones de piedra de su propio rostro que surgen de lo alto del acantilado, tras él.

—¿Te gusta ser observado, Muchas-Manos?

El cerebro bufa agua salada y mocos una vez más. Permitiré a los hombres verdes que trabajen un poco más y luego enviaré un tsunami que los ahogará a todos al mismo tiempo que derribará tus patéticas efigies-espía de piedra.

—¿Por qué no lo haces ahora?

Sabes que puedo. La no-voz de algún modo incluye una mueca.

—Sé que puedes, cosa maligna —dice Próspero—. Pero ahogar a esta raza sería un crimen mayor que muchos de tus otros grandes crímenes. Los zeks son casi la compasión perfecta, la lealtad perfecta, inalterados de su antiguo estado a diferencia de los dioses de aquí a los que alteraste a tu monstruoso capricho, criaturas verdaderas que son mías. Yo las neoformé.

Y sólo por eso me resultará más placentero matarlos. ¿De qué sirven esas nulidades mudas y clorofílicas? Son como begonias ambulantes.

—No tienen voz —dice el viejo magus—, pero distan mucho de ser mudos. Se comunican entre sí a través de paquetes de datos genéticamente alterados y transmitidos de célula en célula por contacto. Cuando deben comunicarse con alguien que no pertenece a su raza, uno de ellos ofrece voluntario su corazón para que lo toquen y muere como individuo para luego ser absorbido por todos los demás y así seguir viviendo. Es una cosa maravillosa.

Manesque exire sepulcris, piensa-sisea Setebos de las muchas manos. Todo lo que has hecho es llamar a hombres muertos en sus tumbas. Juegas al juego de Medea.

Sin previo aviso, Setebos gira sobre sus manos y dispara una mano más pequeña de sus pliegues cerebrales a veinte metros de distancia. El puño gris-masa choca contra un hombrecillo verde que está cerca de la orilla, le atraviesa el pecho, agarra su verde corazón flotante y se lo arranca. El cuerpo del zek cae sin vida a la arena, derramando todos sus fluidos internos. Otro HV se arrodilla al instante para absorber lo que puede de la esencia celular del muerto.

Setebos aparta su brazo-tallo retráctil, aprieta el corazón hasta secarlo como se saca la humedad de una esponja y lo arroja al suelo. Su corazón estaba tan vacío y tan mudo como su cabeza. No contenía ningún mensaje.

—Ninguno para ti —reconoce Próspero—. Pero para mí el triste mensaje ahora es que no debo hablar tan abiertamente a mis enemigos. Siempre sufren otros.

Los otros existen para sufrir. Para eso los creamos, tú y yo.

—Sí, para ese fin tenemos la llave del oficial y la oficina, para fijar todos los corazones en el estado musical que complace a nuestro oído. Pero tus creaciones ofenden a todos, Setebos… especialmente Calibán. Tu monstruoso hijo es la hiedra que oculta mi tronco regio y sorbe de él el verdor.

Y para eso nació.

—¿Nacer? —ríe Próspero suavemente—. Tu bastardo semilla de arpía rezumó al ser entre toda la gama de encantamientos de una auténtica sacerdotisa-puta: sapos, escarabajos, murciélagos, cerdos que una vez fueron hombres… El niño-lagarto habría convertido en una pocilga mi Tierra si no hubiera tomado a la traicionera criatura, le hubiera enseñado el lenguaje, la hubiera albergado en mi propia celda, atendido con cuidado humano y enseñado todas las cualidades de la humanidad… y para lo que me sirvieron a mí o al mundo.

Todas las cualidades de la humanidad, rezonga Setebos. Se mueve cinco pasos adelante sobre sus manos hasta que su sombra cae sobre el anciano. Yo le enseñé poder. Tú le enseñaste dolor.

—Cuando como tu propia horrible raza olvidó su propio significado y empezó a farfullar como un ser brutal, merecidamente lo confié en una roca donde le hice compañía en una forma de mí mismo.

Exiliaste a Calibán en esa roca orbital y enviaste a uno de tus hologramas para poder engañarlo y torturarlo durante siglos, magus mentiroso.

—¿Torturar? No. Pero cuando desobedeció, cubrí al sucio anfibio de calambres, llené sus huesos de dolor y lo hice rugir para que las otras bestias de esa isla orbital ahora caída temblaran en su madriguera. Y lo haré de nuevo cuando lo capture.

Demasiado tarde, bufa Setebos. Sus ojos que no parpadean nunca se vuelven todos a mirar al anciano de la túnica azul. Los dedos se retuercen y ondulan. Tú mismo dijiste que mi hijo, con quien estoy muy satisfecho, anda suelto en tu mundo. Yo lo sabía, por supuesto. Pronto estaré allí para reunirme con él. Juntos, acompañados por los miles de pequeños calibani que tan prontamente creaste cuando aún morabas entre los posthumanos y pensabas que su mundo estaba condenado para siempre, padre e hijos-nieto pronto convertirán tu verde orbe en un lugar más agradable.

—En una ciénaga, querrás decir —dice Próspero—. Llena de olores hediondos, criaturas sucias, todas las formas de negrura y todas las infecciones que brotan de pantanos, corrales, llanuras y del hedor de la caída de Próspero.

. La enorme cosa-cerebro rosa parece danzar arriba y abajo sobre sus largas patas-dedos, meciéndose como si oyera música inaudible o gritos placenteros.

—Entonces Próspero no debe caer —susurra el anciano—. No debe caer.

Lo harás, magus. No eres más que una sombra de un rumor de un atisbo de una noosfera: una personificación de un pulso sin centro ni información útil, murmullos insensatos de una raza largamente caída en la chochez y el deterioro, un pedo cibercosido en el viento. Caerás y lo mismo hará tu inútil bioputa, Ariel.

Próspero alza su báculo como si pretendiera golpear al monstruo. Luego lo baja y se apoya en él, como si se hubiera quedado repentinamente sin fuerzas.

—Ariel sigue siendo la buena y fiel servidora de nuestra Tierra. Nunca te servirá a ti ni a tu monstruoso hijo ni a tu puta de ojos azules.

Ella nos servirá con su muerte.

—Ariel es la Tierra, monstruo —suspira Próspero—. Mi amada creció hasta cobrar plena conciencia de la noosfera interaccionando con la biosfera autoconsciente. ¿Matarías a un mundo entero por alimentar tu ira y tu vanidad?

Oh, sí.

Setebos salta hacia delante sobre las gigantescas yemas de sus dedos y agarra al anciano con cinco manos, alzándolo para acercarlo a dos de sus conjuntos de ojos. ¿Dónde está Sycórax?

—Se pudre.

¿Circe ha muerto? La hija y concubina de Setebos no puede morir.

—Se pudre.

¿Dónde? ¿Cómo?

—La edad y la envidia la convirtieron en un cascajo y le di la forma de un pez, que ahora se pudre cabeza abajo.

Las muchas-manos bufan sus mocos y le arrancan las piernas a Próspero; las arrojan al mar. Luego la cosa le arranca los brazos al magus y se las lleva a una boca que se abre en el orificio más profundo de sus pliegues. Finalmente, engulle las entrañas del anciano como si fueran un tallarín largo.

—¿Te divierte esto? —pregunta la cabeza de Próspero antes de ser también aplastada por los grises pulgares y engullida por las fauces de las muchas-manos.

Los tentáculos de plata de la orilla se agitan y las ventosas parabólicas de sus extremos brillan. Próspero recobra su solidez playa abajo.

—Eres un ser aburrido, Setebos. Siempre airado, siempre hambriento, pero aburrido y cansino.

Encontraré tu verdadero yo corpóreo, Próspero. Confía en eso. En tu Tierra o en su corteza o bajo su mar o en su órbita, encontraré la masa orgánica que una vez fuiste y te masticaré lentamente. No hay ninguna duda de esto.

—Aburrido —dice el magus. Parece cansado y triste—. Sea cual sea el destino de tus dioses de barro y mis zeks de Marte, y de mis amados hombres y mujeres en la Tierra de Ilión, tú y yo volveremos a encontrarnos pronto. En la Tierra esta vez. Y ésta, nuestra larga guerra, pronto terminará y finalmente acabará, para bien o para mal.

. La cosa de muchas manos escupe jirones ensangrentados a la arena, gira sobre sus manos inferiores y vuelve al mar hasta que todo lo que puede verse de ella son los escupitajos sangrientos que brotan de su mitad semisumergida.

Próspero suspira. Asiente a los voynix, se acerca al HV más cercano y abraza a uno de los hombrecillos verdes.

—Por mucho que quiera hablar con vosotros y oír vuestros pensamientos, amados míos, mi viejo corazón no puede soportar ver morir a otro más de vuestra especie hoy. Así pues, hasta que vuelva a aventurarme aquí de nuevo, os lo ruego, ¡corragio! ¡Tened valor! ¡Corragio!

Los voynix avanzan y apagan el proyector. El magus se desvanece. Los voynix pliegan cuidadosamente los tentáculos plateados, llevan la máquina proyectora al carricoche de vapor y desaparecen subiendo los peldaños hasta su interior iluminado de rojo. El motor de vapor resuena con más fuerza.

El carricoche se estremece y traza un círculo torpe en la playa, escupiendo arena. Los zeks se apartan en silencio y luego la extraña máquina atraviesa el Agujero Brana y desaparece.

Unos segundos más tarde, el propio Agujero Brana se encoge, vuelve a la lámina mundo once-dimensional de pura energía de colores, se encoge una vez más y deja de existir.

Durante un rato el único sonido o movimiento procede de las olas adormiladas que lamen la orilla roja. Finalmente los HV se marchan a sus faluchos y barcazas y zarpan de regreso a las cabezas de piedra que todavía tienen que tallar y erigir.