omo complemento a una primera aproximación a la Primera Guerra Mundial, no hay nada más indicado que visitar algunos de los lugares en los que esta tuvo lugar.
Pese al tiempo transcurrido, aún es posible sumergirse en aquella época acudiendo a los campos de batalla, en donde son claramente visibles las consecuencias dejadas por la contienda.
El interés por los escenarios fue inmediato después de la guerra.
Ya en 1919, Michelin editó una guía en la que se mostraban fotografías de los campos de batalla y los cementerios. En los años siguientes llegó a surgir una floreciente industria turística para corresponder a la enorme demanda; eran muchos lo que viajaban en busca de la tumba de un familiar o del escenario en el que este había combatido.
Tuvieron especial éxito los recorridos que podían realizarse por Francia, Bélgica o el norte de Italia, pero otros países como Yugoslavia, Polonia o Turquía también facilitaron el acceso de los visitantes. En la mayoría de estos sitios se erigieron monumentos dedicados a los caídos.
Hoy, buena parte de los vestigios de la Gran Guerra han desaparecido, sobre todo a consecuencia de la expansión urbanística, pero en la actualidad se están impulsando iniciativas para recuperar aquellos testimonios, atrayendo así el turismo. Así pues, hay que aprovechar las facilidades que brindan esas regiones en forma de guías, alojamiento y rutas programadas para conocer de primera mano los escenarios de la contienda.
También hay que tener en cuenta el papel que juegan los museos. En ellos pueden encontrarse documentos y objetos de gran interés histórico, así como exposiciones monográficas, que pueden ser muy útiles para comprender lo que pensaban y sentían los protagonistas de aquel conflicto.
Los recuerdos de la Primera Guerra Mundial en territorio francés son inabarcables. Abundan los cementerios militares, así como los campos de batalla que aún conservan indicios de los combates.
Sería imposible referir aquí todos los puntos de interés para el visitante: Chemin des Dames, Cambrai, Artois, Arras…
Pero hay dos lugares especialmente significativos, Verdún y el Somme, cuya visita puede bastar para hacerse una idea del desmesurado coste humano que supuso el conflicto en suelo galo. Verdún, para los franceses, y el Somme, para los británicos, se han convertido en los símbolos de aquel colosal sacrificio.
La región francesa de Alsacia y Lorena ha desarrollado en los últimos años un turismo militar que tiene como focos de atracción algunos de los escenarios en los que se desarrolló la Primera Guerra Mundial. Fortificaciones, torres defensivas, cementerios militares y antiguas líneas de trinchera sirven de reclamo para este tipo de turismo, que incrementa su número de visitantes cada año. Solo en Verdún, anualmente se dan cita más de 600.000 visitantes.
El Osario de Douaumont contiene los restos de 130.000 soldados sin identificar, tanto franceses como alemanes, muertos en la Batalla de Verdún.
Le Mémorial de Verdun, levantado en plena línea del frente en Fleury-devant-Douaumont, recuerda el calvario sufrido por los soldados en esta larga y cruel batalla. El principal monumento es el Osario, situado a un centenar de metros del fuerte de Douaumont.
En este lugar ya existía recién terminada la guerra un osario provisional que acogía los restos de 130.000 soldados, tanto franceses como alemanes. Pero el obispo de Verdún impulsó una cuestación popular para proporcionarles una sepultura diga. Esta iniciativa tuvo un gran éxito, llegando también donaciones del extranjero. La construcción se inició el 22 de agosto de 1920. Los restos de los combatientes fueron transferidos al nuevo monumento en 1927, aunque este no quedaría finalizado hasta el 7 de abril de 1932, cuando fue inaugurado oficialmente.
El Osario es un edificio de 137 metros de largo, en el que destaca una impresionante torre de 46 metros de altura, en forma de proyectil. En el interior hay 18 pares de tumbas. Al lado de ellas hay una placa en la que se indica la zona en la que fueron recogidos los restos correspondientes a cada una de ellas. La losa de estas tumbas cubre un profundo cofre de 18 metros cúbicos que contiene dichos restos. El problema surgió cuando de algunos sectores se recogieron más huesos de los que cabían en los cofres, por lo que se excavaron otras dos tumbas de 150 metros cúbicos, situadas en los extremos del claustro, para albergarlos. En total, el volumen de restos humanos enterrados en el Osario es de 948 metros cúbicos, es decir, lo que podría contener un edificio de treinta metros de lado y diez pisos de altura. Si se sube a la torre, se disfruta de una excepcional panorámica sobre el campo de batalla. Enfrente del Osario se extiende el Cementerio Nacional Francés, en donde se hallan las tumbas de 15.000 soldados galos, marcada cada una con una cruz blanca.
En la misma zona que el osario se encuentra el Mémorial Musée de Verdun, alojado en la antigua estación de ferrocarril de Fleury. Este interesante museo, perteneciente a una fundación privada, fue inaugurado en 1967. Muestra uniformes, armamento y munición empleados en la batalla, y atrae al público en gran número, unos 250.000 visitantes anuales.
En Meuse-Argonne se encuentra el mayor cementerio norteamericano en Europa, con casi quince mil tumbas, por encima del situado junto a la playa de Omaha, en Normandía.
Ya en la propia ciudad de Verdún, en la céntrica Rue Mazel, se levanta el Monument à la Victoire et aux Soldats de Verdun, construido en 1929. En su cripta se encuentra expuesto un libro que contiene los nombres de todos los soldados que participaron en la batalla.
A 42 kilómetros al noroeste de Verdún puede visitarse el cementerio militar norteamericano de Meuse-Argonne, el más extenso de esta nacionalidad en Europa. Se extiende sobre 52 hectáreas y contiene las tumbas de 14.246 soldados, mientras que los cementerios de la Segunda Guerra Mundial situados en Normandía acogen en su conjunto 9.386. A diez kilómetros al sur del cementerio se levanta una columna solitaria sobre las ruinas del pueblo de Montfaucon, escenario de la exitosa ofensiva de Meuse-Argonne del otoño de 1918. Esta columna dórica de granito, rematada con una estatua que representa la libertad, fue erigida por los estadounidenses para conmemorar esa valiosa victoria. Otros cementerios en donde reposan restos de soldados norteamericanos son los de Cheppy y de Varennes.
El recorrido por esta región puede complementarse con una visita a la Línea Maginot, construida después de la contienda precisamente para evitarles a los soldados las penalidades de una nueva guerra de trincheras. Construida tras la Primera Guerra Mundial para proteger, en vano, a Francia de un nuevo ataque alemán, se ha convertido en una gran atracción turística, con unos 250.000 visitantes de media cada año.
Esta línea fortificada, que debe su nombre a un ministro de la Guerra que luchó en las trincheras, se extiende a lo largo de 400 kilómetros, tachonada con unos 2.000 búnkeres y casamatas unidos entre sí por galerías subterráneas.
El punto más destacable de la Línea Maginot en Alsacia es el fuerte de Schoenenbourg, a 11 kilómetros de Wissembourg; es una pequeña ciudad subterránea que cuenta con dormitorios para 600 hombres, cocinas, una fábrica y el puesto de mando. En Lorena se puede visitar el fuerte de Simserhof, cerca de Bitche. Durante la visita a este fuerte, los turistas, sentados en vehículos automatizados, exploran los 800 metros de galerías, situados 30 metros bajo tierra.
La región del Somme atrae cada año miles de visitantes del Reino Unido, puesto que fueron sus compatriotas los protagonistas de la cruenta batalla que tuvo lugar aquí en el verano de 1916.
Esta circunstancia ha llevado a que esta zona esté especialmente preparada para recibir a los visitantes y a que ofrezca numerosos atractivos.
Antes de iniciar el recorrido por los lugares en los que se desarrolló la batalla, es conveniente visitar en la ciudad de Albert —de donde partió la ofensiva— el museo «Somme 1916». La instalación, inaugurada en 1992, se encuentra emplazada en un refugio subterráneo construido poco antes de la Segunda Guerra Mundial.
Además de aportar una útil introducción a la batalla del Somme, sus exposiciones invitan a descubrir la vida cotidiana en las trincheras o la evolución de las armas, con especial atención a los gases venenosos y los carros de combate. Desde el museo también se organizan circuitos de distinto recorrido y duración por los puntos de interés de la batalla.
Si se sale de Albert por carretera en dirección a Bapaume, siguiendo así la línea de avance de los Aliados, es claramente visible a la izquierda el Memorial de Thiepval, dedicado a los soldados que cayeron en esta ofensiva.
El monumento, de 44 metros de altura, consta de un arco principal y dos laterales más pequeños. Fue construido entre 1928 y 1932 y en la base están inscritos los nombres de los soldados desaparecidos durante la batalla —más de 72.000— y que, por tanto, no tienen tumba conocida. Los nombres que aparecen borrados con posterioridad pertenecen a los hombres que han ido siendo localizados e identificados. Delante del monumento hay un cementerio con 600 tumbas, la mayoría de ellas de soldados desconocidos, tanto británicos como franceses.
El Memorial de Thiepval constituye el punto de referencia para las ceremonias conmemorativas de la participación británica en la Gran Guerra. En Thiepval hay también un centro de atención a los visitantes, inaugurado en 2004, en el que se ofrece una exposición permanente sobre la batalla.
El Memorial de Thiepval es el centro de todas las ceremonias que recuerdan a los soldados británicos caídos en la Batalla del Somme. En sus muros están grabados los nombres de los soldados sin tumba conocida.
Los príncipes Carlos y Camila de Inglaterra visitan el cementerio militar de Thiepval, en 2006, con ocasión del 90 aniversario de la Batalla del Somme.
El recuerdo de esta batalla está muy presente en la sociedad británica.
En el lado opuesto del Memorial de Thiepval, cruzando la carretera Albert-Bapaume, se encuentra el enorme cráter dejado por una de las minas que fueron explosionadas el 1 de julio de 1916 a las 7.28 horas de la mañana, dos minutos antes del inicio del avance de la infantería. Los ingleses lo conocen como The Lochnagar Mine, mientras que para los franceses es la mina de La Boiselle o simplemente La Grande Mine, que es como está señalizada.
El inmenso agujero, de treinta metros de profundidad y cien metros de diámetro, fue provocado por 27 toneladas de explosivos, colocados al final de un túnel excavado bajo las líneas alemanas.
Cada 1 de julio, a la hora en la que estalló la mina, se celebra allí una emotiva ceremonia de recuerdo, en la que los presentes arrojan amapolas[31] al fondo del cráter.
Los asistentes a la ceremonia anual que recuerda el inicio de la Batalla del Somme el 1 de julio de 1917 lanzan amapolas al cráter dejado por una de las minas que estalló en la mañana de ese día.
El otro cráter que concentra la atención de los visitantes es el de Hawthorn. Aunque en la actualidad el terreno se encuentra bastante igualado por la erosión, esta mina es singular porque explotó a las 7.20 horas, ocho minutos antes que el resto, y porque es su explosión la que fue recogida por el cámara Geoffrey Malins para el film oficial The Battle of the Somme, una imagen que aparece invariablemente en cualquier documental sobre este episodio.
Otros lugares que merecen una visita en este mismo sector son el Memorial Sudafricano en Longueval o el Memorial del Ulster, en el que se construyó una tan espectacular como anacrónica torre de estilo irlandés. Junto a esta torre hay un tupido bosque cerrado al público, ya que en él se encuentran todavía abundantes artefactos explosivos sin detonar. También es interesante el Tank Corps Memorial, en Courcelette, ya que marca el sitio en el que se emplearon por primera vez tanques en un campo de batalla, el 15 de septiembre de 1916. Muy cerca de allí está el Memorial Canadiense.
Junto a esta chimenea de una antigua fábrica de ladrillos, cerca de Corbie, el mítico Barón Rojo encontró la muerte el 21 de abril de 1918.
Al sur de Albert, en Villers-Bretonneux, puede encontrarse el Memorial Australiano, en donde se conservan unas trincheras alemanas que fueron objeto de duros combates durante la batalla de Le Hamel, en julio de 1918.
Cerca del Memorial Australiano se halla un punto de interés para los amantes de la aviación, aunque suele quedarse fuera de los circuitos organizados. Junto a la antigua fábrica de ladrillo de Sainte Colette, en Corbie, fue abatido Manfred Von Richtoffen, el Barón Rojo, el 21 de abril de 1918.
El edificio de Los Inválidos (Hôtel des Invalides), en París, fue construido en el siglo XVII para los veteranos inválidos de guerra que se habían quedado sin hogar. Además de contener los restos de Napoleón, alberga el Museo del Ejército. En él se muestra una amplia exposición que recorre la trayectoria del Ejército francés desde la Edad Media hasta nuestros días.
Las salas dedicadas a la Primera Guerra Mundial, remodeladas y ampliadas en 2006, muestran documentos, armas, maquetas o uniformes —como los que pertenecieron a Foch o Joffre—, y ponen a disposición del visitante avanzados recursos multimedia. Es destacable el apartado dedicado al «arte de trinchera». El objeto estrella es uno de los taxis Renault que participaron en la batalla del Marne de 1914.
El 24 de julio de 1927 se inauguró en la ciudad belga de Ypres —Ieper en flamenco— la Puerta de Menin, con presencia del rey Alberto. Este inmenso monumento en honor de los soldados del Imperio británico caídos en los interminables combates que se produjeron en el saliente de Ypres sustituía a los leones gemelos que flanqueaban la entrada de esta ciudad, destruidos durante la guerra.
En puerta de Menin, a la entrada de Ypres, se interpreta cada día a las ocho de la tarde un toque de corneta para recordar a los soldados aliados caídos en Flandes.
La ceremonia finalizó ese lejano día a los sones de The Last Post[32], interpretada por los cornetas de la Infantería Ligera de Somerset. El entonces comisario de policía de Ypres tuvo la idea de que esa pieza sonara diariamente, lo que fue acogido con entusiasmo por los británicos, que reunieron los fondos necesarios para garantizar que ese homenaje pudiera oficiarse a perpetuidad. Desde esa histórica jornada, cada día a las ocho de la tarde se puede asistir a la emocionante interpretación de The Last Post por los cornetas del cuerpo de bomberos de Ypres.
A diez kilómetros al sur de Ypres, se halla Messines —cuyo nombre actual es Mese—, en donde existe un pequeño pero interesante museo. En él se exponen copias de acuarelas pintadas por Hitler cuando estuvo destinado en este sector, y que representan edificios de esta localidad. En las cercanías de Messines se levanta un Memorial Neozelandés y un cementerio de la Commonwealth.
A nueve kilómetros al noroeste de Ypres se encuentra otro cementerio británico, Tyne Cot, en el que están enterrados 11.952 soldados, de los que dos terceras partes están sin identificar.
Tras la Gran Guerra, en suelo belga existía un buen número de cementerios alemanes, pero después de la Segunda Guerra Mundial se llegó a un acuerdo entre los gobiernos belga y alemán para concentrar los restos de ese cuarto de millón de hombres en cuatro grandes cementerios: Hooglede, Menen, Langemark y Vladslo. Como es tradición, los austeros camposantos germanos transmiten una mayor sensación de desamparo y soledad con sus pequeñas cruces de basalto negro, en comparación con las grandes cruces blancas de los Aliados.
El Imperial War Museum (Lambeth Road, Metro Lambeth North) dedica una gran exposición permanente a la Primera Guerra Mundial. A través del recorrido por sus salas se obtiene una visión de las causas, el desarrollo y las consecuencias del conflicto.
En la gran sala común del museo se expone uno de los autobuses urbanos de Londres que fueron utilizados para trasladar tropas en Bélgica, así como un tanque Mark V de 1918. También se conserva un cañón procedente del destructor HMS Lance, que efectuó el primer disparo británico de la Primera Guerra Mundial. Las armas alemanas están representadas con el cañón del submarino U98 y la cabina de un Zepelín.
Es especialmente recomendable la atracción consistente en visitar la recreación a tamaño natural de una trinchera del frente del Somme en el otoño de 1916, conocida como The Trench Experience. Mientras se camina por ella, en la oscuridad de la noche, se asiste a una serie de efectos sonoros, luminosos e incluso olfativos que proporcionan un gran realismo.
El tanque había sido uno de los elementos que había permitido a los Aliados imponerse en el frente occidental en 1918. Como reconocimiento de esta importancia, en 1924 se inauguró en el sur de Inglaterra, en la localidad británica de Bovington, el Museo del Carro de Combate (The Tank Museum).
Las amplias instalaciones de este museo merecen una visita, pese a encontrarse a unas dos horas de trayecto en tren desde Londres. La estación más cercana es la de Wool (línea Waterloo/Weymoth); los tres kilómetros que la separan del museo pueden cubrirse en autobús.
En este museo se exhiben no solo tanques de la Primera Guerra Mundial —alguno de ellos en pleno funcionamiento—, sino de todas las épocas. Posee una colección de 300 vehículos de 26 países distintos. También se exponen curiosidades como una Brough Superior, el modelo de motocicleta con el que Lawrence de Arabia sufrió el accidente mortal en 1935.
En él se exponía el primer tanque, conocido como Gran Willie, pero fue reducido a chatarra durante la Segunda Guerra Mundial para ser empleado en la fabricación de proyectiles.
Como es habitual en los museos militares británicos, se programan actividades de interés para los niños. Regularmente se organizan exhibiciones en las que participan todo tipo de vehículos militares, incluyendo espectaculares efectos pirotécnicos, que culminan en una realista batalla de tanques. No obstante, el plato fuerte es la oportunidad que brinda el museo de contratar un paseo en tanque, del que puede disfrutar la familia al completo.
La base naval de Scapa Flow, en las islas Orcadas —accesibles en transbordador desde la costa norte escocesa—, es un extenso fondeadero natural cargado de historia. Utilizada ya por navíos de guerra vikingos, se convirtió en un inmejorable refugio para la flota británica, siendo su principal emplazamiento durante las dos guerras mundiales. En ambas contiendas, los submarinos alemanes intentaron entrar en la base para atacar a la flota allí fondeada; en la Primera fracasaron, pero en la Segunda sí lo consiguieron, gracias a la pericia del comandante Günther Prien al frente del U-47.
En la actualidad, Scapa Flow ya no es utilizada por la Royal Navy —la abandonó en 1956—, pero permanecen los diques construidos por orden de Winston Churchill para cerrar los accesos orientales, a lo largo de los cuales transcurre una carretera. Desde ella pueden contemplarse los restos de algunos de los buques alemanes que fueron hundidos por las propias tripulaciones el 21 de junio de 1919, sobresaliendo del agua, y que fueron empleados para bloquear también esos accesos.
Los aficionados al submarinismo tienen la posibilidad de visitar los ocho buques de la armada del káiser que permanecen allí.
Bajo el cielo encapotado de las islas Orcadas, la parte superior de uno de los buques de la marina de guerra alemana hundidos en Scapa Flow asoma por encima de las aguas del fondeadero, en una fotografía tomada por el autor en julio de 2004.
Miles de buceadores acuden en verano, cuando el agua está menos fría, a explorar estos pecios.
En Lyness se encuentra un museo que explica la densa historia de la base naval. En él se exponen piezas de artillería, minas, redes metálicas antisubmarinos, hélices o utensilios de cocina extraídos del interior de los barcos alemanes poco después de ser hundidos.
También hay un antiguo refugio antiaéreo y una sala de proyecciones alojada en el interior de un enorme tanque de combustible.
El monumento oficial más importante dedicado a los soldados italianos muertos durante la guerra es el complejo de Redipuglia. El mausoleo se levanta en el Monte Sei Busi, que fue objeto de durísimos combates durante la guerra.
Mussolini se comprometió en el reconocimiento a los caídos, como forma de exaltación patriótica, dando como fruto la construcción de numerosos monumentos. Como ejemplo de esta identificación quedó la llamada Escalinata de los cien mil, inaugurada en Redipuglia en 1938, y cuyo nombre hace referencia a los 100.000 soldados que reposan en ese recinto sagrado.
Desde ese punto es posible visitar el Parque histórico de los campos de batalla del Carso y del Isonzo siguiendo la ruta conocida como Senderos de Paz, en la que se pueden contemplar restos de las trincheras de este disputado frente.
El Museo de Historia Militar de Viena (Heeresgeschichtliches Museum, Ghegastrasse 3) está emplazado en un arsenal de mediados del siglo XIX. Las exposiciones abarcan el período que va del final del siglo XVI hasta 1945.
Esta impresionante escalera que se levanta en el complejo de Redipuglia sirve como eterno recuerdo para los soldados italianos muertos en la Primera Guerra Mundial.
Existe una sala dedicada en exclusiva al asesinato del archiduque Francisco Fernando en Sarajevo. En ella se conserva el vehículo en el que se desplazaba cuando fue tiroteado, el uniforme ensangrentado, y la chaise-longue en la que fue colocado mientras agonizaba.
Hay dos salas dedicadas a la Primera Guerra Mundial; en la primera se explica cómo la contienda se fue extendiendo progresivamente y en la segunda se narra el lento camino del Imperio austrohúngaro hacia su derrota y disolución. Destaca la colección de pinturas al óleo inspiradas en el conflicto.
También es reseñable la exposición permanente sobre el poderío naval austríaco, que se vio extinguido en 1918 al perder Austria su salida al mar.
Para comprender la épica lucha en la que se enfrascaron aliados y turcos en Gallípoli en 1915, es imprescindible una visita a los desolados parajes que fueron el escenario de esos heroicos combates. Esa parte de la península, declarada parque nacional, ha preservado casi íntegramente el aspecto que tenía durante la Gran Guerra.
Además, se ha llevado a cabo un buen trabajo de reconstrucción de las trincheras de ambos bandos, convenientemente señalizadas, que traslada al visitante a aquel momento histórico sin necesidad de ejercitar mucho la imaginación. La zona está también salpicada de numerosos memoriales y cementerios dedicados a los combatientes de cada nacionalidad, lo que la convierte en un auténtico museo al aire libre.
Gallípoli es un destino habitual para los turistas australianos y neozelandeses que visitan el continente europeo. La concentración de visitantes originarios de estas dos naciones es máxima cada 25 de abril, el Anzac Day, que conmemora el primer desembarco de esas tropas. El campo de batalla suele estar también frecuentado por británicos y franceses, en busca de los lugares en donde lucharon sus compatriotas.
El autor, en una visita al campo de batalla de Gallípoli en diciembre de 1997. Las trincheras han sido restauradas y ofrecen un aspecto similar al que tenían durante la campaña de 1915.
Para visitar la península lo más aconsejable es inscribirse en alguno de los tours que tienen su salida en la cercana ciudad de Çanakkale, al otro lado del estrecho de los Dardanelos. Los organizadores de estos circuitos proporcionan al turista la oportunidad de ambientarse adecuadamente, ofreciéndole la posibilidad de asistir, el día anterior a la excursión, a la proyección de la célebre película Gallípoli.
Los aficionados al submarinismo pueden realizar inmersiones para explorar los barcos aliados hundidos en las aguas que rodean Gallípoli: el HMS Majestic, el HMS Triumph, el HMS Irresistible y el HMS Goliath, así como el acorazado turco Messudiah. En el fondo marino pueden encontrarse barcazas, cañones, proyectiles y todo tipo de material bélico.
El 2 de diciembre de 2006 se inauguró en el Liberty Memorial de Kansas City el primer y único museo norteamericano dedicado a recordar la historia, objetos y experiencias de la Primera Guerra Mundial.
El Museo Nacional de la Primera Guerra Mundial, creación del diseñador Ralph Appelbaumthe, cuenta con una colección de más de 49.000 objetos y utiliza la tecnología interactiva más moderna para contar la historia de la Gran Guerra a través de las experiencias de aquellos que la vivieron.