UN NUEVO MUNDO

La Primera Guerra Mundial tuvo efectos espectaculares en el universo del arte y la cultura. Liberados ya por completo de las antiguas reglas, los creadores se aventuraron en un caleidoscopio de nuevas corrientes pictóricas, musicales, literarias o arquitectónicas.

El relativismo de Einstein no solo se aplicó a la física, sino también a todos los aspectos de la vida humana. La caída de los cuatro imperios europeos demostraba que no había nada inmutable, que todo podía cambiar, no existían ya principios absolutos y cualquiera podía poner en entredicho los dogmas que hasta ese momento habían permanecido incuestionables.

La vida diaria también dio un vuelco total. La idealización del apacible mundo rural y de la naturaleza dejó paso a la fascinación por la gran urbe, con sus estridentes sonidos y su ritmo frenético, siendo Nueva York el icono de los tiempos modernos. El cine se convirtió en un fenómeno social, al igual que el deporte; los nuevos héroes eran ahora los que podían contemplarse en las pantallas o en los estadios. La prensa y la radio eran los encargados de conformar la opinión pública en la nueva sociedad de masas. El fulgurante desarrollo de los medios de transporte, especialmente de la aviación, permitía viajar ahora de forma rápida y segura, acortando las distancias de un modo nunca visto hasta entonces. Se inauguraba así una nueva época a la vez dinámica y convulsa, en la que los cambios se sucedían a una velocidad vertiginosa.

Los cambios también afectaron al reparto del poder mundial. La vieja Europa entregó el testigo del liderazgo a la pujante Norteamérica, finiquitando así el dominio del continente europeo sobre el resto del planeta. A partir de entonces, las corrientes culturales y sociales llegarían del otro lado del Atlántico. En el este, la Unión Soviética comenzaba a desplegar lentamente su enorme potencial, lo que le permitiría décadas más tarde disputar la hegemonía mundial al gigante estadounidense. El conflicto de 1914-18 había alumbrado los trazos que definirían, para bien o para mal, el siglo XX.

En el aspecto moral, el mensaje del pacifismo, impulsado entre otros por el filósofo inglés Bertrand Russell, parecía haber calado en toda la sociedad tras constatar la inutilidad de la carnicería a la que había asistido durante esos cuatro años. En la década de los veinte, el principio del desarme como garantía de la paz futura parecía firmemente asentado.

Pero tan solo una generación más tarde, la humanidad volvía a verse enfrentada en una nueva conflagración aún más trágica, la Segunda Guerra Mundial. Cincuenta millones de muertos en seis años demostraban que la lección dejada por la Gran Guerra —cuyo apelativo quedaba ahora superado— no había sido suficientemente clarificadora. Tras la contienda de 1939-45, nuevos conflictos vendrían a tomar el relevo de las interminables disputas humanas.