A los muertos y heridos en combate durante la Primera Guerra Mundial hay que sumar las víctimas civiles, que podrían ser también unos ocho millones. El hambre y las enfermedades, además de las acciones de represalia, causaron estas muertes. Se calcula que, solo en Alemania y a causa del bloqueo impuesto por los Aliados, pudieron morir de hambre cerca de 800.000 personas.
Pero, como suele suceder, las desgracias nunca llegan solas. En 1918, cuando la humanidad estaba recontando los que iban a ser los últimos muertos provocados por la guerra, estalló una epidemia que rápidamente se extendió por todo el mundo.
Se trataba de la que sería conocida como «gripe española». El origen de este nombre venía dado por el hecho de que España, al haber permanecido neutral, no sufría los rigores de la censura informativa, como sí sucedía en los países contendientes. Los primeros datos sobre la enfermedad, que ya estaban preocupando seriamente a los gobiernos de esos otros países pero que por seguridad nacional impedían su publicación en la prensa, aparecieron en los diarios españoles, por lo que se creyó que este era el país en el que había surgido la epidemia. Luego se propaló la absurda leyenda de que el rey de España había fallecido a consecuencia de esta gripe, lo que terminó de consolidar el término.
En realidad se desconoce el foco de la enfermedad. Se cree que pudo haber surgido en algún lugar de Asia Central y que, a consecuencia de los movimientos militares, el virus se expandió por todo el planeta. La primera manifestación documentada fue en marzo de 1918, en Fort Riley, un campo del Ejército norteamericano en Kansas. Los supervivientes de este brote fueron enviados a Europa y allí propagaron la enfermedad. En unas pocas semanas, la gripe ya había sido detectada en regiones tan separadas entre sí como Alaska, el sur de África, el Amazonas o las remotas islas del Pacífico.
La naturaleza del agente contagioso sigue siendo hoy objeto de discusión entre los científicos. Se cree que era un virus animal asociado a otro humano, y esta combinación mortal habría dado lugar a un virus capaz de dañar irremediablemente los pulmones, ofreciendo los síntomas de una fuerte gripe. Curiosamente, el virus atacaba a individuos jóvenes y sanos, en lugar de a la población con más riesgo de contagio en la gripe común, como los niños o los ancianos. De forma inexplicable, la epidemia desapareció en 1919 sin dejar rastro.
Si consideramos la epidemia de gripe de 1918-19 como una consecuencia directa de la guerra, la cifra total de muertos producidos por la Primera Guerra Mundial se elevaría, al menos, en unos veinte millones de personas más. De todos modos, la cifra real de víctimas de la epidemia nunca se esclarecerá, pues la mayoría se dieron en países en donde no se llevaban registros de los fallecimientos. Se cree que, solo en la India, causó 17 millones de muertos, por lo que algunos elevan el número total de víctimas a cien millones de personas.
Afectados por la epidemia de gripe española en un campo de entrenamiento militar del Ejército norteamericano en Iowa, en octubre de 1918. Esta pandemia produjo tantas víctimas como la propia contienda.