Capítulo 12

LA ÚLTIMA OFENSIVA

C

on la llegada de 1918 se presentaba un panorama muy incierto para los alemanes. Aunque los Aliados ya estaban haciendo planes para 1919, convencidos de que sería ese el año decisivo, el gobierno germano sabía muy bien que en el año que acababa de comenzar todo quedaría resuelto, en uno u otro sentido. De las decisiones que tomasen en los meses siguientes dependería el desenlace final de una conflagración que ya duraba más de tres años.

La entrada de Estados Unidos en la guerra era el factor clave; la progresiva llegada de las tropas norteamericanas a Europa iba a romper el equilibro en favor de los Aliados. El Congreso había aprobado el 6 de abril de 1917, por una aplastante mayoría, la petición del presidente Woodrow Wilson de declarar la guerra a Alemania, después de que esta intensificase la guerra submarina sin restricciones[26]. Pero el gigante norteamericano debía desperezarse del sueño aislacionista en el que había vivido hasta ese momento, y esa no era una tarea fácil.

El presidente norteamericano Woodrow Wilson mantuvo a su país alejado de la guerra, pero en abril de 1917 se vio forzado a entrar en el conflicto, tras el recrudecimiento de la guerra submarina sin restricciones.

Wilson proclama la declaración de guerra ante la Cámara de Representantes.

La contienda iba a dar un giro radical tras la entrada del gigante norteamericano.

El Ejército norteamericano había llevado a cabo un laborioso proceso de transformación para reconvertirse en una fuerza homologable a las que en ese momento estaban combatiendo en Europa.

El artífice de este cambio sería el general John Pershing. Este veterano militar era la persona ideal para afrontar un reto semejante, pues poseía una larga experiencia; en su historial figuraban, entre otras, sus campañas contra las tribus indias o la persecución del revolucionario mexicano Pancho Villa. Por otro lado, una tristísima circunstancia personal —su mujer y sus dos hijos habían muerto en un incendio— le hacía ya inmune a cualquier contrariedad.

El veterano general John Pershing sería el encargado de organizar la participación del ejército estadounidense en la contienda. Su papel no era nada fácil, pero supo salir airoso del reto.

Pero el problema más serio al que tendría que enfrentarse Pershing sería el de mantener a su ejército como una entidad independiente y diferenciada dentro del bando aliado. Tanto británicos como franceses deseaban contar con las tropas norteamericanas, pero fusionadas estas en sus respectivos ejércitos. Pershing se negó a ello, lo que provocó roces con sus aliados. Finalmente, se adoptaron soluciones de compromiso, integrando unidades norteamericanas en otras francesas, pero manteniendo su identidad.

Pese a esas discrepancias, existiría una buena coordinación entre los Aliados. Mientras los franceses eran los encargados de proporcionar armas y munición a los norteamericanos, los británicos aportaban sus barcos para trasladar las tropas a través del Atlántico. El objetivo era traer a Europa medio millón de soldados antes de julio de 1918, llegando a un millón a final de año. Por lo tanto, los alemanes debían actuar antes de que se completase el despliegue del Ejército norteamericano en Europa, que iba a desequilibrar claramente la balanza del lado aliado.