AVANCE EN PALESTINA

Tras el frustrado ataque turco al Canal de Suez de febrero de 1915, el peligro de que las fuerzas del sultán arrebatasen a los británicos esta vital vía de comunicación, protegida por 250.000 soldados, prácticamente desapareció. Ahora se abría paso la posibilidad de avanzar desde el sur para dar así una buena dentellada al decadente Imperio otomano.

La baza a favor con la que contaban con los británicos era un factor de desestabilización que, hasta ese momento, estaba latente, pero que ellos podían ayudar a despertar: el nacionalismo árabe.

Desde el siglo XIX, los árabes, bajo dominación turca, estaban viviendo un renacimiento cultural, que se concretó en el nuevo siglo con reivindicaciones de autogobierno.

La construcción de un ferrocarril que conectaba Damasco y Medina, con la excusa de facilitar las peregrinaciones a La Meca, fue vista por los árabes como un elemento de control, al poder emplearse para el envío rápido de tropas otomanas. El malestar árabe, atizado por esta y otras decisiones, tan solo requería un fulminante que lo hiciera estallar en forma de rebelión; las muestras de debilidad de los turcos ante las fuerzas aliadas serían la chispa que haría explotar el polvorín. Los británicos vieron entonces la oportunidad de utilizar ese movimiento a favor de sus intereses. El encargado de esa misión sería un soldado no profesional de gran genio, Thomas Edward Lawrence, que entraría en la Historia con el nombre de Lawrence de Arabia.

El aspecto del hombre llamado a socavar los cimientos del Imperio otomano no correspondía al que se supone que debía tener un intrépido héroe; de solo 1,66 metros de estatura, rotunda cabeza y constitución enclenque. Pero su fuerza de voluntad suplía todas sus limitaciones físicas. Su amor por el pueblo árabe se había forjado durante una expedición arqueológica por Siria, en donde recorrió 1.400 kilómetros a pie durante cuatro años. Su conocimiento de la región no pasó desapercibido para el servicio secreto, que lo reclutó en 1914. Al estallar la guerra, se integró en el Ejército, siendo destinado a la oficina de Inteligencia en El Cairo.

El 5 junio de 1916 estalló la revuelta árabe contra el dominio turco.

Lawrence fue enviado a hablar con su principal líder, Hussein, el shariff de La Meca, que había recibido garantías por escrito de los ingleses de que tras la guerra se reconocería la independencia de un Estado árabe bajo la autoridad de su familia. Las pretensiones árabes pasaban por la extensión de ese nuevo Estado por las actuales Siria, Líbano, Israel, Jordania e Irak. Los británicos aceptaron la propuesta, p ero reservándose el dominio sobre las regiones estratégicas, como el litoral mediterráneo de Siria, el Líbano y el sur de Irak. Los árabes aceptaron esos recortes y, de este modo, el pacto quedaba sellado. Como Hussein desconfiaba —no sin razón— de la palabra dada por los ingleses, exigió que fuera puesto por escrito. La correspondencia de Hussein con Henry MacMahon, el alto comisionado británico en El Cairo, en la que este pacto quedaba reflejado, sería luego esgrimida por los árabes para reclamar el pago pactado por sus servicios.

Lawrence se encargaría de enseñar a uno de los cuatro hijos de Hussein, el príncipe Faysal, las tácticas militares más útiles contra los turcos: la guerra de guerrillas. Sus incursiones, además de aterrorizar a los otomanos, lograrían cortar la espina dorsal del Imperio turco: la vía férrea Damasco-Medina.

Pero los británicos estaban jugando esa partida con varias barajas. Las promesas a la familia Hussein habían sido hechas también a una familia rival. Además, el gobierno de Londres se había comprometido a apoyar la creación de un Estado judío en Palestina y, lo que es más grave, estaba también en tratos con Francia para repartirse los despojos del Imperio otomano, lo que cercenaba la posibilidad de crear un Estado árabe. Lawrence no era ajeno a estos tejemanejes, pero confiaba ilusamente en que la inestimable aportación de sus amigos árabes a la victoria forzaría a sus compatriotas a cumplir con la palabra dada.

Ajenas a estas martingalas de tahúr, las tropas británicas, dirigidas por sir Archibald Murray, iniciaron un avance en diciembre de 1916 y capturaron varias posiciones turcas en el desierto del Sinaí.

El asedio a Gaza estuvo a punto de dar resultado en marzo de 1917, pero Murray se retiró cuando la plaza estaba a punto de caer. El intento que se hizo al mes siguiente para reparar este error fue rechazado con graves pérdidas.

Aun así, 1917 no será un mal año para los Aliados en este frente. Gracias a la sustitución de Murray por el decidido sir Edmud Allenby, llegarían nuevos aires a las fuerzas británicas. Pese a que Allenby, que hasta ese momento estaba en las trincheras de Flandes, interpretó el nuevo destino como un castigo por sus fracasos, la posibilidad de conquistar Jerusalén antes de Navidad se convirtió para él en un irresistible acicate. Pero antes de entrar en la ciudad santa era necesario tomar varios puntos estratégicos. El paso más importante fue la conquista del puerto de Aqaba en agosto de ese año. La intervención de Lawrence de Arabia sería decisiva, puesto que su puñado de árabes acabó con la guarnición de 1.200 turcos.

Lawrence de Arabia logró extender la rebelión en los territorios dominados por Turquía, pero luego no pudo cumplir con los compromisos adquiridos con sus amigos árabes. Alcanzó la categoría de mito viviente, pero su figura estuvo siempre rodeada de ambigüedad.

Lawrence se atrevió entonces a atravesar la línea del frente para enardecer también a los árabes sirios. Pero en Deraa fue capturado por los turcos; al parecer, allí fue sometido a vejaciones que nunca quiso detallar, pero pudo escapar gracias a la ayuda de un médico simpatizante de los árabes. Tras restablecerse, las escaramuzas de Lawrence al frente de sus árabes continuaron atormentando a los turcos.

Mientras tanto, Berlín asistía con creciente preocupación a las dificultades de su aliado otomano para mantener a raya a los ingleses. El general Falkenhayn —quizás para purgar su fracaso en Verdún— había llegado en mayo de 1917, junto a 65 oficiales, con la misión de organizar el frente otomano en Palestina. Falkenhayn dispuso una sólida línea de defensa entre Gaza y Beersheva. Los ingleses, al descubrir la intervención alemana, creyeron que estos estaban alentando a los turcos para que lanzasen una ofensiva en el Sinaí, por lo que aceleraron los preparativos para una ofensiva.

El 13 de octubre, Allenby lanzó a sus hombres a un audaz ataque sobre Beersheva. La caballería ligera australiana arrolló a los defensores turcos y los británicos pudieron tomar esta posición de gran valor estratégico. Al día siguiente, tras un intensísimo bombardeo artillero, Gaza sería abandonada a la carrera por los otomanos. Dos días más tarde, el puerto de Jaffa caería también ante el incontenible avance aliado. El objetivo de Allenby de entrar en Jerusalén antes de Navidad parecía al alcance de la mano.

Justo un mes antes de esa simbólica fecha se produjo el primer intento de tomar la ciudad santa. Los turcos rechazaron a los asaltantes, pero su clara inferioridad numérica anticipaba el resultado final de los ataques. Falkenhayn consideró que en lugar de resistir a ultranza en Jerusalén era mejor establecer una nueva línea de defensa más al norte, por lo que el 8 de diciembre comenzó a evacuar a sus tropas. Tres días después, con dos semanas de antelación sobre la fecha prevista, Allenby pudo cumplir su sueño; como si de un nuevo cruzado se tratase, el general inglés desfiló al frente de sus tropas por la ciudad que había sido motivo de tantas disputas a lo largo de los siglos. Jerusalén ya estaba en poder de los británicos.

El general Edmund Allenby haciendo su entrada triunfal en Jerusalén, al frente de las tropas británicas. Cumplió su promesa de tomar la ciudad antes de la Navidad de 1917.

Después de este triunfo, las tropas de Allenby se dedicaron a consolidar el frente. En la primavera de 1918, la ofensiva en Palestina se reanudó. Los británicos se apoderaron de la milenaria ciudad de Jericó en febrero y de Ammán en marzo, lo que provocó la caída en desgracia de Falkenhayn, que fue enviado a Lituania. En septiembre se produciría la batalla decisiva en este frente, la de Megiddo, también conocida como de Armaggedón, por la que los británicos aniquilaron al VIII Ejército turco. De este modo quedaban abiertas las rutas hacia Haifa, Beirut, Acre o Damasco.

Las tropas turcas huían en desbandada ante el imparable avance británico. La caballería ligera australiana embolsó un contingente de más de 5.000 soldados, mientras que otros miles se rendían en masa al borde de los caminos por los que avanzaban los vehículos británicos. La moral otomana se había venido abajo. Los 11.000 turcos encargados de la defensa de Damasco esperaban pacientemente en sus cuarteles la llegada de los aliados para rendirse. El 1 de octubre de 1918, las tropas de Allenby entraban triunfalmente en la ciudad. El Imperio otomano se estaba desmoronando.

La alegría de los árabes que habían combatido al lado de los británicos era enorme. El odiado enemigo turco estaba prácticamente derrotado. Pero el 4 de octubre a los árabes se les heló la sonrisa. Allenby comunicó al príncipe Faysal la existencia del pacto con Francia, por el que se repartían las nuevas conquistas, un nuevo orden en el que no encajaba un Estado árabe. Las promesas de libertad para los árabes habían resultado ser falsas. Lawrence, al ver que sus amigos árabes habían sido engañados, intentó a la desesperada que no se llevase adelante el pacto secreto, pero la negativa de Francia a renunciar a sus nuevas posesiones hizo imposible cualquier enmienda.

Decepcionado, un amargado Lawrence se enrolaría en la fuerza aérea con nombre falso, pero fue descubierto, siendo objeto de todo tipo de homenajes, a los que él asistía con visible incomodidad. Al año siguiente se alistó en el Ejército, ocultando también su identidad, pero tampoco pudo escapar al reconocimiento popular, pese a sus intentos de pasar desapercibido. Lawrence vivió esta oscura época sumido en la depresión.

Como suele suceder con los grandes héroes, lo que no pudieron conseguir las balas enemigas lo logró un absurdo accidente; regresando en su motocicleta de una oficina de correos, dos niños se cruzaron en su camino y, al intentar esquivarlos, cayó golpeándose en la cabeza. Tras estar seis días en coma, falleció el 19 de mayo de 1935 a los 46 años, extinguiéndose una de las figuras más fascinantes y controvertidas de la historia militar.

Con él se iba también ese concepto romántico de la guerra que había quedado herido de muerte en las trincheras del frente occidental. En esos escenarios exóticos, transitados por personajes tan singulares como Lawrence o Von Lettow, la caballerosidad y el fairplay se habían impuesto sobre el odio y el rencor. Pero, haciendo un símil muy oportuno, ese tipo de lucha no era más que un espejismo en el desierto, ya que el resultado final, el derramamiento de sangre por unos motivos que no merecían semejante dispendio, era exactamente el mismo.